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EL «OTRO» BICENTENARIO Miguel Ayuso (U. Pontificia Comillas - Espaiia) 1. Los «otros» bicentenarios y el «otro» bicentenario. Las conmemoraciones del bicentenario del 2 de mayo de 1808 han venido a confirmar, incluso con usura, los temores y no simples aprehensiones que cabja razonablemente albergar ala vista, no sélo de la deriva, sino propiamente de la instalacién de la cultura y poli- tica patrias en el desconcierto, cuando no Ja perversién. Con grave falsedad se ha esparcido a los cuatro vientos que Espafia habria nacido entonces y que la sublevacién contra el «francés» habria ve- nido signada por el liberalismo auroral. Se hace preciso alzar, por lo mismo, el verdadero rostro del bicentenario en cuestién, lo que ca- brfa llamar el «otro» bicentenario'. Que es el comienzo de una serie, pues comprende el alzamiento, la guerra posterior, el proceso insti- tucional e incluso (merced a un ardid) constitucional, asf como sus reflejos en sede americana. Ante los mismos habré que ir tratando, de presentar de nuevo su faz real, esto es, los «otros» bicentenarios. Ala postre, sin embargo, el plural se resuelve en singular, pues la raz6n del desconocimiento y la manipulacién es la misma en todos ellos. Asi pues, quienes quieren conservar el patrimonio moral de la + Desde el dngulo de las tendencias dominantes que se hace preciso clarificar, hoy mds que nunea, puede verse un panorama, por més que problematico, en Javier MoreNo (ed.), Consérutir Esparta, Madrid, 2007. 142 MIGUEL AYUSO tradicién («quod pietas se extendit ad patriam»”, escribié el Aquina- te) tienen por delante el esclarecimiento de importantes problemas teéricos o de interpretacién histérica que giran en torno al sentido de nuestra historia contempordnea. 2. Una revisién de las tendencias politicas actuantes. La historiografia liberal fue la primera en apoderarse del 2 de mayo, en el cuadro de Ja llamada (no de modo totalmente inocuo) «guerra de la Independencia». Don Federico Sudrez Verdeguer reali-. 26 en los tiltimos aiios cuarenta y primeros cincuenta una profunda revisién de la historia contempordnea espafiola que resulta oportu- no recordar aqui. La interpretacién dominante dela crisis politica del antiguo régimen y los balbuceos del régimen liberal;-esto.es, el periodo que se extiende entre 1800 y 1840, hasta entonces habia venido tocada por lw limitacién sectaria de las fuentes, excluidas Jas no liberales, y por la repeticién acritica de las mismas*. Siendo grave la primera de las deficiencias, la m4s nociva con todo era la segunda. Pues hubiera bastado la reflexidn problematica a partir de las fuentes de parte comrinmente utilizadas para que hubieran emergido netas las contradicciones, en suma, las falsedades. Frente a la presentacién corriente de un realismo (luego convertido en carlismo) sinénimo de absolutismo, conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, y un liberalismo identificado con todos los bienes, sin sombra alguna de mal, el sabio historiador descubrié por el contrario la existencia de tres actitudes, descritas inicialmente como conservadora, innovadora y renovadora‘. * $. th, IIL q, 101, a3, ad 3. + Cr. Federico SuAnez VeRDEGUER, La crisis politica del antiguo régimen en Espa- fia (1800-1840), Madrid, 1950. *Id., Conservadores, innovadores y renovadores en las postrimerias del antiguo régimen, Pamplona, 1955. Con especial referencia al periodo aqui concernido, véase EL «OTRO» BICENTENARIO 143 ‘Tales etiquetas por el momento no responden tanto.a los nom- bres con que son conocidas en los manuales de historia, sino més bien a una percepcidn de las tendencias fluidas que se encontraban en la sociedad espaiiola. Vedmoslo.un poco més por menudo. En primer lugar puede aislarse un primer grupo humano de acuerdo conscientemente con la gobernacién borbénica de finales del XVIIL Grupo reducido, pero selecto, integrado en buena parte por el alto clero y la nobleza cortesana, ha sido ganado por los ideales de la Ilustracién. Regalistas en materia religiosa, centralis- tas en cuanto a la politica territorial, indiferentes a las (decaden- tes) instituciones representativas tradicionales, que ven como una rémora 0 un residuo del pasado caduco. Cuando decimos conser- vador, pues, estamos diciéndolo en el sentido de conservacién de un antiguo régimen ahormado por un absolutismo monérquico devenido en despotismo ilustrado. Las otras dos actitudes, por contra, se presentan inicialmente acomunadas por las ansias de reforma, pero ahi terminan sus se- mejanzas, abriéndose en cambio las radicales diferencias. Porque el reformismo sélo implica un deseo de cambio, que puede enca- minarse hacia senderos no sdlo diversos sino atin divergentes. Eso es lo que ocurrié. Pues la denominada innovadora buscé la salida a la evidente crisis en la cancelacién de la situacién presente a comienzos de siglo, si, pero también en la de la tradicién espafiola de la que ésta era deslefda heredera. Grupo igualmente reducido, sus fuentes probablemente no eran tan distantes de las del grupo precedente, pero se iban a encaminar mas resueltamente a atajar Ja coyuntura. En tal sentido, eran igualmente regalistas (cuando no directamente anticristianos) y centralistas, y en cuanto a la también, del mismo, Las tendencias politicas durante la guerra de la Independencia, Zaragoza, 1959, Se trata de una separata de las actas del «lI Congreso Histérico Inter- nacional de la guerra de la independencia y su época», donde hace justicia a Melchor Ferrer y los autores de la Historia del tradicionalismo espafol, Sevilla, 1941-1979, como precursores de esa revisién. 144 MIGUEL AYUSO representacién postulaban una nacional diferente radicalmente de Ja estamental hasta entonces vigente, aunque (como ha quedado dicho) decadente. Son los que podrfamos apodar de liberales. La actitud renovadora, por su parte, no dejaba de ser leal al Rey, aun- que coexistiendo con una difusa critica a su gobierno. Catélicos sinceros, amantes de los fueros y libertades locales y ligados a las instituciones tradicionales en que se basaba la vieja representa- cién, puede decirse que la mayor parte de la poblacién, con més © menos conciencia y vigor, pero en todo caso, engrosaba este grupo, que fue conocido como realista y que fue el que concluyé en el carlismo®. La anterior presentacién, por escueta que haya sido, rompe la bipolaridad absolutismo (al que se adscribe al-carlismo) y liberalis- mo, cargado éste con todas las valencias positivas mientras que se atribuyen a aquéltodas las negativas. Para empezar, muestra una mayor proximidad entre absolutis- mo y liberalismo que la que estamos acostumbrados a encontrar, asi como distingue el realismo netamente de los anteriores. Que entre absolutismo y liberalismo se da una intima continuidad no es ningun secreto desde que Tocqueville lo hubiera tematizado para Francia ®. Desde un angulo teorético esté igualmente bien asentado que el esquema de Locke o Rousseau, al que se acogen hasta el dia de hoy todos los liberales, respectivamente en su versién inglesa 0 francesa, no son en el fondo sino revisiones del de Hobbes, padre de la ciencia politica moderna y forjador del Leviatan del Estado moderno, nacido con las monarquias absolutas’. Pero es que en Ja historia hallamos constatacién de tales nexos. Cifiéndonos tan * Brancisco José FERNANDEZ DE LA CIGONA, «Liberales, absolutistas y tradiciona- les», Verbo (Madrid) n° 157 (1977), pp. 965 y ss. * En su libro Lancien régime et la Révolution (Paris, 1856), menos conocido que La démocratie en Amérique (Parfs, 1835-1840), pero no menos importante. ? Puede verse Miguel AYUSo, zDespuds del Leviathan? Sobre el Estado y su signo, Madrid, 1996, pp. 40y ss. EL «OTRO» BICENTENARIO. 145 s6lo a la de Espafia, en el perfodo crucial de la guerra contra Na- poleén, en primer lugar, es de observar la naturaleza religiosa y patridtica (en sentido tradicional) que la anima, inscribible por lo mismo en el seno espiritual del «realismo», mientras que liberales y absolutistas o son «afrancesados» o (como escribiera Menéndez Pelayo) sdlo por una «loable inconsecuencia» dejaron de afran- cesarse®. Pero sobre todo, en segundo término, es en Ja llamada significativamente por los liberales «década ominosa» cuando encontramos una evidencia atin mds contundente: pues mientras en apariencia los liberales estan siendo perseguidos, los absolutis- tas estan sentando las bases del régimen liberal, a comenzar por la reforma administrativa, militar y hacendistica, pero sobre todo con el golpe de estado legislativo que abrié la sucesién femenina, instrumental a la instauracién del nuevo régimen. Por algo puede haberse dicho que éste debe mas a la «década ominosa» que al «trienio liberal», esto es a un periodo considerado absolutista que a otro que encarna el liberalismo mas extremo®. La clave se halla quizd en la formacién del moderantismo™. Lo que constituye una verdad aplicable también a perfodos ulteriores: la «consolidacién» del régimen liberal (si es que alguna vez se ha dado) no esté ligada al liberalismo «progresista» o (con el correr del tiempo) tout court, sino en el «moderado» o mds adelante «conservador>". Para seguir con la singularidad de un realismo, eminentemente popular y al inicio principalmente espontaneo y no formalizado, * Marcelino ManENDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos espatioles, Madrid, 1880-1882, libro VI, capitulo L 9 Federico SUAREZ VERDEGUER, lo explica muy bien en su ya citada obra La crisis: politica del antiguo régimen en Espafia (1800-1840), pp. 121 y ss. » Es ejemplar Ia explicaci6n del doctor Vicente Pou, La Bsparia en la presente crisis. Examen razonada de 1a causa y de los hombres que pueden salvar aquella nacién, ‘Montpelier, 1842. Un andlisis del valor de esta obra puede verse en Francisco CANALS, Politica espartola: pasado y futuro, Barcelona, 1977, pp. 87 y ss. ” Véase el muy discutible aunque siempre sugestivo ensayo de Dalmacio NEGRO, Sobre el Estado en Espana, Madrid, 2007. 146 MIGUEL AYUSO pero que pronto hallamos cuajado doctrinalmente en el «Mani- fiesto de los persas» ”, de 1814, contrafigura de la Constitucidn do- ceafista, y movilizado militarmente en 1820, contra el trienio, en Jo que Rafaél Gambra llamé «la primera guerra civil de Espafia»”, postulando decididamente en 1827 a Don Carlos contra Fernando Vila partir del «Manifiesto de la federacién de realistas puros» (en plena «década ominosa», nueva anomalfa carente de sentido en Ja lectura heredada) y terminando propiamente en el carlismo en. 1833 a la muerte del Rey Fernando, una vez intentada la usurpa- cién luego consumada. Mas alla de la falta de depuracién de algu- nos conceptos (la profundizacién de la teorizacién tradicionalista se ha ido produciendo conforme iba debilitandose la vivencia™), el tradicionalismo polftico espafiol est4 en pie con el lema «Dios- Patria-Rey», que més adelante se perfeccionaria en «Dios-Patria- Fueros-Rey». 3. Una revisién del periodo: la herida de la «independencia» y el «espiritu de 1812». Dicho lo anterior, absolutamente imprescindible para la com- prensién de los complejos facticos y doctrinales entremezclados que presenta el perfodo, es posible proceder a ofrecer una inter- pretacién distinta. Desde luego que se trat6é de uno de esos acon- tecimientos tinicos, que marcan el curso de la historia y que tocan ® Pueden verse los estudios de Cristina Diz-Lois, El manifiesto de 1814, Pamplo- na, 1967, y Francisco José FERNANDEZ DE LA CiGoNa, «El manifiesto de los persas», Verbo (Madrid) n° 141-142 (1976), pp. 179 y ss. ® Rafael Gampaa, La primera guerra civil de Espatia (1820-1823). Historia y medi- tacién de una lucha olvidada, Madrid, 1950. Si hacemos caso a Alvaro d’Ors toda obra de teorizacién én politica, en cuanto que entrafia una proyeccién hacia el futuro, implica una reforma subsiguiente a un fracaso y viene inseparablemente unida a una crisis. Véase, por ejemplo, Ensayos de teoria politica, Pamplona, 1979, p. 56. EL «OTRO» BICENTENARIO 147 el hondén de las profundidades de la conciencia humana. El giro de Goya hacia un casticismo desgarrado, tras los «los horrores de la guerra», quiz4 pueda simbolizarlo mejor que ninguna otra expli- caci6n. Y es que el levantamiento popular y la guerra que le siguid, suceso espontaneo e imprevisto, aunque constituyé una exhibicién de vitalidad y heroismo populares, resulté en el fondo una catds- trofe y dejé una profunda «herida». En efecto, frente al tépico de la decadencia y afrancesamien- to de la Espafia borbénica, del que en verdad no est4 exento de culpa el propio don Marcelino *, lo cierto es que tras la guerra de sucesién, durante los reinados de Felipe V, Fernando VI y Carlos, IIL no obstante las dificultades de una dificil lucha maritima con Inglaterra, e incluso pese a la aparicién ya bajo Carlos Ill de las tendencias enciclopedistas, con las lamentables consecuencias de Ja expulsién de los jesuitas, se produjo una estimable recuperacién politica y econdémica. El ambiente de serenidad y cooperacién permitia, asi, aventurar una recuperacién-del orden comunitario cristiano en que’se‘asentaba nuestra convivencia, a través de un proceso de sana reincorporacién que restableciese sobre bases més amplias la armonfa espiritual. Es cierto, también, que el reinado de Carlos IV resulté desas- troso para esa augurada recuperacion, con los impopulares afios de Godoy y el desprestigio de la familia real. Pero permanecia el anhelo de que un nuevo reinado, por lo mismo deseado, reanuda- ra el perfodo ascensional. La invasién napolednica, sin embargo, y la guerra subsiguiente, que fue también guerra civil, acabaron por desarticularlo todo, abortando los procesos de incorporacion pacifica, precipitando los de disolucién violenta y abriendo simas insondables entre los espafioles. Dé no haberse producido, ghabria cedido al afrancesamiento impio la ilustracién espafiola o habria 5 Chr, Historia de los heterodoxos espaftoles, libro V1, capitulo I, 1. En este punto Francisco Elias Dr TEjADA le sigue con su habitual radicalidad. Véase La monarguia. tradicional, Madrid, 1954, capitulo I 148 MIGUEL AYUSO seguido su curso catélico? ¢Se habria abierto incluso el desdichado periodo constituyente? Quizé sin aquella guerra la gran mayoria catélica y mondrquica del pais habria encauzado la convivencia en formas estables, tan alejadas de las forzadas de nuestros siglos XIX y XX"*, En sede de conclusién volveremos sobre el asunto. Se ha dicho que todas las naciones, para su configuracién his- térica, precisan del sacrificio de una guerra civil’. Desde el Angulo de la formacién de las naciones histéricas la afirmacién requeriria probablemente de algiin matiz. En cuante ata afirmacién de las naciones revolucionarias parece, en cambio, evidente: de las gue- rras que siguieron a la Revolucién francesa a las de emancipacién. americanas, de la de secesién de los Estados Unidos a la que forjé la unidad italiana. Est4 claro, en cuanto a las primeras, que entre nosotros esa guerra fue la Reconquista, aunque no haya dejado de discutirse su naturaleza «civil», y de su desenvolvimiento, duracién y resultado viene nuestro destino histérico. También por eso la reli- gidn ha tenido un-peso singular, en realidad sin parangén entre las naciones catélicas, en nuestra configuracién ™. En lo que toca a las segundas, aparece con luz particular la guerra de la independencia. Desde luego que 1808, con el vigor de la intervencién popular, pudo haber reatado la mejor tradicién aportando savia nueva, y vigorosa, ala misma. Sin embargo, como acabamos de decir, la coyuntura no estaba exenta de riesgos. Por eso aparece luego 1812, con la astucia del «golpe» liberal, de signo antitradicional. Pues la minorfa enci- clopedista, que no participaba de los sentimientos de rabia y fervor que animaban al pueblo, y que no dejaban de ver en el ejército inva- ° La idea estd apuntada én Rafael GaMBRa, La monarquéa social y representativa en el pensamiento tradicional, Madrid, 1954. . 17 Alvaro v'Ors, La violencia y el orden, Madrid, 1987, pp. 22 y ss. Es la tesis de Manuel Garcia MORENTE en Ideas para una filosofia de la histo- ria de Espafia, Madrid, 1942, glosada magistralmente por Rafael GAMBRA, «El Garcia Morente que yo conoci», Nuestro tiempo (Madrid) n° 32 (1957), pp. 131 y ss. Ultima- mente lo he recordado en Miguel AYUso, «Manuel Garcia Morente et I hispanité», Catholica (Paris), n° 95 (2007), pp. 29 y ss. EL «OTRO» BICENTENARIO 149 sor el espiritu y los ideales por ellos propugnados frente al régimen tradicional que les repugnaba, tras las primeras victorias espafiolas aproveché la ausencia del rey para introducir las mismas reformas constitucionales que los invasores portaban ". De ahi viene la pre- tensién del origen de la nacién. De una nueva nacién, claro estd, distinta de aquella por la que el pueblo que desprecian tomé las armas con ferocidad inusitada cuatro afios antes™. A la larga quiz4 fue una mezcla de las dos, de la vieja que se resistfa a morir y de la nueva que queria darle sepultura. Ese es el curso de nuestra edad contempordnea. 4. Un siglo y medio de resistencia: la historia de una continuidad. Rafael Gambra, a quien (como se ha podido ver en lo.anterior) se deben algunos ensayos originales de caracterizacién hist6rica, en cabeza de un libro de 1954, en plena guerra fria, con una Eu- ropa atemorizada ante la expansidn comunista subsiguiente a la segunda guerra mundial, y con una Espafia aislada del concierto » José Maria Pemén, en frases que Eugenio Vegas gustaba citar, lo puso en labios. del Filésofo Rancio: «Y que aprenda Espana entera / de la pobre Piconera, / o6mo van el mismo centro / royendo de su madera / los enemigos de dentro, / cuando se van los de afuera. / Mientras que el pueblo se engafia / con ese engafio marcial / de la guerra y de la hazatia, / le esté royendo la entrafia / una traicién criminal... / ;La Lola minrié de! mal / del que est muriendo Espatial»...Los versos, redondos, que evocan a la protagonista, Lola la Piconera, son de Cuando las Cortes de Cadiz, de 1934. ¥ Vegas, que Jos citaba a menudo, lo hizo con toda intencién, sugiriendo el paralelismo, en ple- na guetra de Espatia, en el editorial «Vox clamantis in deserto», con el que encabezd la «Antologla» de Accién Espafola, publicada como niimero 89, en inarzo de 1937 en Burgos. ® En mi estudio «La identidad nacional y sus equivocos», pendiente de publica- ci6n, a partir del libro de Jean DE VIGUERIE, Les deux patries. Essai historique sur lidée de patrie en France, Grez-en-Bousre, 1998, expongo sucintamente el juego de las «dos patrias» tanto en Francia, en primer término, como luego en Espafia y, finalmente, en Italia e Hispanoamérica. 150 MIGUEL AYUSO internacional de resultas de la victoria contra el comunismo en su. guerra civil, escribia las siguientes palabras, que pese a su exten- sién reproduzco: «La oposicién de la Europa de hoy contra el comunismo tiene un sentido muy diferente del que tuvo para los espafioles en 1936. Europa ha visto surgir en la realizacién rusa del comunismo, o mas bien, en el crecimiento de su potencia, un peligro para la neutral coexistencia de pueblos y de grupos. La Unién Soviéti- ca, en cuanto representa la estrecha alianza entre la organiza- ci6n cerrada de la idea socialista y el fatalismo pasivo del mun- do oriental, se ha alzado amenazadora ante el llamado mundo occidental. El europeo ve esto.como un hecho, un hecho histéri- co incompatible con la coexistencia liberal de Estados e ideolo- gas, es decir, con la secularizacién politica que, desde la paz de ‘Westfalia, constituye el ambiente y la organizacién de Europa. «Para los espafioles de 1936, en cambio, el comunismo no se pre- senté como algo nuevo y anémalo; ni siquiera fue nuestra gue- tra exclusivamente contra el comunismo. Este constituyé, antes bien, ef r6tulo —o uno de los varios rétulos— con que a la saz6n se presentaba un enemigo muy viejo que el espafio! habia visto crecer y evolucionar. Aquella guerra no fue la represién circuns- tancial de un hecho hostil, sino, ms bien, la culminacién de un largo proceso. Sélo asi puede explicarse nuestra guerra como una realidad histérica (...). «En realidad, Espaiia vivia espiritualmente en estado de guerra desde hacfa mds de un siglo. No puede encontrarse verdadera so- lucién de continuidad entre aquella guerra y las luchas civiles del siglo pasado. Como tampoco, si se viven los hechos en la historia concreta, entre aquéllas y las dos resistencias contra la revolu- cién francesa, la de 1793 y la antinapoledénica de 1808. En las cua- les, a su vez, ptiede reconocerse un eco clarfsimo de las guerras de religién que consumieron nuestro poderio en el siglo XVII. «Y, gcudl es la causa de esta profunda inadaptacién del espaiiol al ambiente espiritual y politico de la Europa moderna? Puede pensarse, ante todo, y a la vista de esa génesis histdrica, en un profundo motivo religioso por debajo de los motivos histéricos EL «OTRO» BICENTENARIO 151 propios de cada guerra. Con ello se habré Ilegado a una gran verdad: sin duda la rafz, tiltima de este largo proceso de discon- formidad habré.de buscarse en una intima y cordial vivencia religiosa». El texto recién transcrito incide en una lectura religiosa de la historia contempordnea espafiola, al encontrar en ella una cons- tante de vivencia comunitaria de la fe que se alza frente al designio individualista y secularizador caracterfstico de la revolucién liberal. Don Marcelino Menéndez Pelayo, el gran historiador de finales del siglo XIX y principios del XX, con referencia a las «matanzas de frailes» de 1834, uno de los primeros estallidos de persecucién religiosa sangrienta, a poco de instaurado el liberalismo en Espa- fia, tras la muerte de Fernando VII y el inicio de la primera guerra carlista, escribe también a este propésito unas palabras muy ilumi- nadoras: «Desde entonces la guerra civil crecié en intensidad y fue guerra como de tribus salvajes, guerra de exterminio y asolamiento, de degiiello y represalias feroces,.que ha levantado la cabeza des- pués otras dos veces y quiz4 no la postrera, y no ciertamente por interés dindstico ni por interés fuerista, ni siquiera por amor de- clarado y fervoroso a éste o al otro sistema politico, sino por algo més hondo que todo esto, por la intima reaccién del sentimiento catélico brutalmente escarnecido y por la generosa repugnancia a mezclarse con la turba en que se infamaron los degolladores de los frailes y los jueces de los degolladores, los robadores y los incendiarios de las iglesias, y los vendedores y los compradores de sus bienes»”, 1 Rafael GAMBRA, La monarquéa social y representativa en el pensamiento tradi- clonal, cit., pp. 8 y 9. Una ilustracién histérica de la tesis puede verse en el libro del mismo autor ya citado La primera guerra civil de Espafta (1820-1823), Meditacién e historia de una lucha olvidada, cit. ® Marcelino MENENDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos espartoles, libro VII, capitulo 1, 1. 152 MIGUEL AYUSO Palabras que aciertan, pese a los conocidos prejuicios anti- catlistas de su autor,-a sefialar el signo tradicional y catélico del carlismo —miés alla del-legitimismo o del foralismo también pre- sentes— frente a la revolucién liberal, que es lo que tan precisa como netamente hacia Gambra en su texto. Y palabras que podrian extenderse sin dificultad a la guerra de 1936, en que tantos fueron victimas por sus solas ideas religiosas, al tiempo que otros tomaron Jas armas sin otro mévil que el de la religién. Bien es cierto que no-podria comprenderse ese mévil religioso si se le considerara encerrado en el interior de las conciencias y aislado e indiferente‘én materia politica. En tal caso no habria sucedido lo mismo en Espafia, sino que, probablemente, como ocurrié en los paises protestantes, y también, en cierta medida, aunque menor, en muchos paises catdlicos, Jas ideas polfticas de la revolucién no habrfan encontrado nunca un enemigo en el sen- timiento religioso: «En Espafia ~afiade Gambra— siempre hemos ojdo decir a los perseguidores que no persegufan a sus victimas por catdlicos, sino por facciosos 0 por enemigos de la libertad. Claro que las vic- timas hubieran podido contestar, en la mayor parte de los casos, que su actitud politica procedia, cabalmente, de su misma fe re- ligiosa, Es decir, que el cristianismo ha sido, desde la caida del antiguo tégimen, facciose en Espafia. O lo que es lo mismo, que nunca ha aceptado su relegacién a la intimidad de las concien- cias, ni en el sentido protestante de Ja mera relacién del alma con Dios, ni en el kantiano de vincularse al mundo personal y volitivo de la razén préctica, El sér cristiano ha continuado sien- do para los espafioles lo que podriamos llamar un sentido total © una insercién en la existencia, y, por lo mismo, ningin terreno del espiritu, es decir, de la vida moral individual o colectiva, ha podido considerarse ajeno a su inspiracién e influencia. «No vamos a juzgar aqui por qué este sentido total de la existen- cia ha vivido siempre en pugna con el espiritu y las realizaciones Politicas de la revolucién, ni si tal hostilidad es, teérica y reli- giosamente, justa o no. Sdlo vamos a sefialar que esta oposicién EL «OTRO» BICENTENARIO. 153 religiosa hacia el orden politico no se dio siempre en Espafia, es decir, no se dio antes de la revolucién. Podrfa pensarse que si la teligidn es la insercién de un mundo sobrenatural y eterno en el orden finito de la naturaleza, esa insatisfaccién ante cualquier produccién humana seré connatural al punto de vista religioso, precisamente por su misma esencia. Pero la inadaptacién y per- manente hostilidad del catolicismo espafiol contra el ambien- te espiritual y polftico moderno no son de este género, y ello se demuestra por el hecho, ya indicado, de que no siempre fue asf. Antes bien, el antiguo régimen, la monarquia histérica que nacié de la Reconquista y duré hasta principios del siglo pasado re- presenté una unidad tan estrecha entre el espfritu nacional y la conciencia religiosa, que el espaiiol de aquellos siglos crey6 vivir en el orden natural —tinico posible— y obedecer a Dios obede- ciendo al rey», De nuevo aqui, las observaciones del autor a quien vengo si- guiendo tienen confirmacién en los apuntes de Menéndez Pelayo, cuando, en el epilogo de su obra antes citada, que tanto éxito tuvo en su dia, estampa: «Dos siglos de incesanté y sistemética labor para producir artift- cialmente la revolucién aqui donde nunca podia ser organica..»™. Idea que sugiere que la revolucién liberal no tuvo en Espafia —como en otros pafses— una génesis organica y lineal, producto de la decadencia natural de las antiguas instituciones politicas, a través de la evolucién de las monarquias hacia el absolutismo. Por el contrario, la falta en el suelo hispanico de un proceso de centra- lizacién y absorcién de las energias sociales como el que precedidé en Francia a la revolucién, o de subsuncién e incorporacién casi natural de las nuevas ideas como el que se dio en Inglaterra, de- termina el cardcter dialéctico y agresivo de un quehacer volcado % Rafael GAMBRA, La monarquia social y representativa en el pensamiento tradi- cional, cit, pp. 10-12. > Marcelino MenENDez PELAYO, Historia de los heterodaxos espafioles, epllogo. 154 MIGUEL AYUSO a la destruccién sistemdtica de todo cuanto existia con vistas a la recreaci6n artificial de un nuevo estado de cosas. La inicial resistencia francesa, pronto tornada en una general adhesién al nuevo régimen, sin més excepcién que la de un grupo de familias y de intelectualés, como de otra parte la metabolizacién liberal inglesa, se corresponden asi con el siglo y medio espafiol de conti- nuada protesta popular que ha hecha que la revolucién no pudiera considerarse nunca como un hecho consumado sino en fechas bien recientes*. De ahi también e] actual desfondamiento, con la dilapidacién del-patrimonio religioso-comunitario y sin reservas acumuladas. 5. La traslacién americana y el problema de las independencias. 4Podriamos trasladar a la América hispana una reconstrucci6n semejante? Para la escueta respuesta afirmativa, desde luego, se alza ante nosotros una indisimulable dificultad inicial, a saber, la mediacién de la «cuestién nacional», en el fondo ni siquiera atin a la sazén, dejémoslo pues en la «cuestién de la independencia». Que distor- siona los esquemas, déndoles un sentido del todo diverso, y que fuerza una solucién mds matizada. Por eso nos aproximaremos con cautela, no digo sinuosamente, que no el caso, pero en cierto sentido helicoidalmente. Es cierto que también en‘la pen{nsula ibérica los primeros pasos de la revolucién liberal coincidieron, desde luego de otro ® La guerra desenvitelta entre 1936 y 1939, ha dicho también Alvaro d’Ors, fue més une Cruzada que una guerra civil (op. ult. cit, p. 28). Por eso, por el momento en que se produjo, en el contexto intelectual y politico dados, tras la victoria, s6lo de modo inestable se restituyé Ia unidad catélica como basamento de la comunidad nacional, mientras que la mentalidad militar y las fuerzas culturalmente modernas también operantes (e incluso, como la Falange, imperantes) en el bando «nacional» habian de impedir la refundacién nacional segin la matriz cldsica. EL «OTRO» BICENTENARIO 155 modo, con la «cuestién nacional», mejor también aqui la de la «in- dependencia», que asf se llama la guerra suscitada por la resisten- cia ante la invasién napolednica. Subrayo lo de antinapoleénica, pues ~—pese a una distorsionadora historiografia dominante— no se traté tanto de una guerra contra el francés como contra el here- je, ya que los franceses que venian con Napoleén eran —as{ rezaba un catecismo patridtico de la época— «modernos herejes pero nietos de antiguos cristianos». Por lo mismo que los franceses que llegaron con el Duque de Angulema apenas unos pocos afios después, a reponer en 1823 al Rey y a liquidar al tiempo el régimen liberal, fueron recibidos con entusiasmo popular. Otra cosa es el comportamiento decepcionante del Rey Fernando tanto en 1814, derrotados los franceses (liberales), como en 1823, derrotados los liberales por los franceses (catélicos). Como otra también la habi- lidad de los liberales para sacar tajada en todo momento, desde 1812, aprobando una constitucién hechura de las ideas que el pueblo estaba combatiendo en los campos de batalla, hasta 1833, aupandose al poder con la sucesién femenina. Ello conducirfa a relativizar la importancia del factor nacional, o més bien, a ponerlo en su Sitio, pues los liberales que estaban en la Peninsula lograron —cuadratura del circulo— establecer el liberalismo al tiempo que combatian a los heraldos del mismo. No muy diferente es lo realmente ocurrido en América. Donde al inicio encontramos Juntas que protestan defender al Rey y ala Familia Real, secuestrados por Napoleén, mientras rechazan al hermano de éste. 0 donde también se vitorea al Rey y se recha- za en cambio el mal gobierno. Luego llegardn las justificaciones pseudo-escolasticas ampliamente estudiadas por Carlos Stoetzer™. O la retérica nacional. En puridad, debajo del gran torrente de los acontecimientos, esta la fuente de las ideas liberales, de los intere- ses econémicos y de las potencias extranjeras. 7 Sobre todo en Las bases escoldsticas de la emancipacién de la América espano- Ja, Madrid, 1982. 156 MIGUEL AYUSO Por eso, no es desacertada ta visién que encuentra Ia rafz de la secesién.no, desde luego, en la resistencia a una opresién trise- cular, sino en la contienda fratricida prendida con ocasién de la mentada invasién napolednica y que escinde tanto a unos espafio- les que viven en la vieja peninsula ibérica de otros trasplantados a América, pero también a éstos entre s{, como a aquéllos entre sf. Contienda en la que se dieron toda suerte de confusiones y en la que en ocasiones fue dado, sf, ver a «realistas» masones y liberales junto con «criollos» catdélicos y tradicionales. Pero en la que lo co- min fue encontrar al pueblo sosteniendo ta causa del Rey frente a unos libertadores de los que no esperaban conservaran la libertad cristiana sino instauraran la opresién liberal”. Pero estamos apenas iniciando el via crucis. Quedan muchas estaciones. Con sus respectivos motivos de meditacién. En las pa- ginas precedentes sdlo hemos trazado el plan. Tras el recodo iran apareciendo los distintos bicentenarios. A los que habremos de restituir, con la ayuda de Dios, su verdadero sentido. ® Puede verse Miguel AYUsO, Carlismo para hispanoamericanos, Buenos Aires, 2007.

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