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PENSAMIENTO GONTEMPORANEO, Coleccién dirigida por Manuel Cruz L, Wittgenstein, Conferencia sobre ética J. Derrida, La desconstruccién en las fronteras de la filosofia PX. Feyerabend, Limites de la ciencia LE. Lyotard, Por qué flosofar? A.C, Danto, Historia y narracién TS. Kuhn, Qué son las revoluciones cientificas? ‘M. Foucault, Tecnologias del yo N, Luhmann, Sociedad y sistema: la ambicién de la teorta J. Rawls, Sobre las libertades G. Vattimo, La sociedad transparente R. Ronty, El giro lingiiistico G. Colli, El libro de nuestra crisis 1. K.-0. Apel, Teorta de la verdad y ética del diseurso | J. Elster, Domar la suerte . H.G. Gadamer, La actualidad de lo bello GE.M. Anscombe, Intencién . J. Habermas, Escritos sobre moralidad y eticidad T.W. Adorno, Actualidad dela filosofia TT. Negri, Fin de siglo D. Davidson, Mente, mundo y accién Donald Davidson .4 «4 }~ Mente, mundo y accién (Claves para una interpretacién Introduccion y traduecién de Carlos Moya WV 891790 uno awe Ediciones Paidés LCE. de la Universidad Auténoma de Barcelona [Burealona» Buenos Aies = Mico ‘Tilo og: The Myth of he Subject aherence Theory of Truth and Knowledge Secpton and Belen Knowing One's Oun hind The condition of Thought Publicado en inglés en Betoussivn. Sprache tnd Kunst; Kant oder Hegel, The Multiple Self. Procedings and Adreses ofthe “American Philosophical Assocation y Le Cahier du Collage International de Philosophie respectvamente ‘Traduecidn de Carlos Moye spi Cublerta de Mario Eskenazi y Pablo Martin 261419 415 edicisn, 1992 a © by Donald Davidson © de eta edicion Ediciones Paidés Ibérica, S.A., Mariano Cubl, 92 - 8021 Barcelona, ¢ Instituto de Ciencias de In Educacion de la Universidad Auténome de Barcelona, 08195 Bellaterra ISBN 84-7509-700-1 Depésito legal: B-17.542/1992 Impreso en Nova-Grifik, S.A. Pulgcerda, 127 - 05019 Barcelons Impreso en Espatia- Printed in Spain SUMARIO Introtucién a in flosotia de Davidson: mente, mundo yaccién, por Carlos Moya ° 1, Bl conterto ilos6fi00 sn. won 9 2. Razones y causas: la accién intencional 4 3. El monismio anémalo .. Ta a 4. Significado, verdad e interpretacin 26 5. Mente, comunidad y mundo objetivo 33 6. Conclusién: sujeto, causa e intencionali 38 MENTE, MUNDO ¥ ACCION Prefacio. 49 El mito de io subjetivo St Verdad y conocimiento una teorfa dela coherencia =. 73, Engatio y division El conocimiento de ia propia mente Las condiciones del pensamiento INTRODUCCION A LA FILOSOF{A DE DAVIDSON: ‘MENTE, MUNDO Y ACCION La obra de Donald Davidson constituye un punto de refe- rencia central en la flosofia del presente. Esta Introduccién a dicha obra persigue un doble objetivo. En primer lugar, trata de ofrecer una vision de conjunto del intrincado terri- ‘orio del pensamiento davidsoniano, disperso insularmente ‘en diversos ensayos y articulos. En segundo lugar, aspira a ser a la vez una invitacién y una gufa bésica para ¢l recorri- do directo por los textos davidsonianos, una importante ‘muestra de los cuales, sugerida por el propio autor, se inclu- yeen el presente volumen. 1, El contexto filoséfico Si tuviéramos que indicar Ia influencia intelectual que _gravita con més peso sobre la flosofia de Davidson, sin duda deberfamos mencionar a Willard O, Quine. Esta deuda es re- ‘conocida con generosidad y sin ambages por nuestro autor, Con cierto grado de arbitrariedad, podriamos distinguir, en el pensamiento de Quine, los siguientes aspectos fundamen- tales, cuyo contenido seré desarrollado en breve: el empiris- ‘mo, la concepcién naturalizada de la reflexion filosofica, el naturalismo y el materialismo. La actitud de Davidson hacia ‘esos puntos de referencia quinianos nos servir para iniciar este recorrido introductorio por su pensamiento ‘Segtin interpreta nuestro autor Ia situacién de la filosofia en el presente, estamos asistiendo a un cambio fundamental, de consecuencias enormes, en este campo. En la raiz misma de este cambio se halla, segtin Davidson, la critica a que esté 10 ‘Meee, MUNDO ¥ accion siendo sometida la concepeién tradicional de las relaciones entre la subjetividad y el mundo objetivo. Destle Descartes hasta nuestros dias, esta concepcién se ha basado en la pos. tulacién de entidades mediadoras entre ambos términos de la relacién: las ideas de Descartes y Locke, las impresiones & fdeas de Hume, las intuiciones y conceptos de Kant, los da tos sensoriales del positivismo légico. No pretendo pasar por alto las diferencias entre estos divers0s tipos de entidades in termedias, que en ocasiones revelan un fuerte racionalismo, incluso platonismo, y en ocasiones manifiestan un decidide ¥ radical empirismo, Mas allé de estas diferencias, sin em. bbargo, todas ellas coinciden en su funcién de mediacidn ei. tte el sujeto y el mundo objetivo; todas ellas presuponen, ‘ademés, la posibilidad de distinguir, en el mareo del conoci, ‘miento y del pensamiento humanos, entre los conceptow y un contenido no contaminado por ellos. Uno de los aspectos fundamentales del pensamiento davidsoniano -que en este libro viene representado sobre todo, aunque no exclusiva. ‘mente, por el articulo «E1 mito de lo subjetivos~esté const tuido por Ia eritica a dicha separacién entre los conceptos ¥ un material neutro, no conceptualizado, Esta critica conlleva, lun ataque frontal a la tradiciOn epistemol6gica que arranca en Descartes y a la concepeién de la mente asociada a ella, ‘as{ como un cambio de rumbo decisivo en Ia rellesién filoso. fica, Com este cambio de rumbo no sélo se pone en euestion, la inteligibilidad de la idea de un dato sensorial absolute ‘mente libre de conceptuacién, sino también la comprension tradicional de los conceptos mismos y de su funcin, y el he cho de que esta funcién haya sido definida bajo el supuesto de Ia separacion entre ellos y un elemento no conceptual de. finicion que ahora es sometida a revisinerftica. La idea de que los conceptos son formas estructuras de onganizacién de un ‘material coneeptualmente neutro pierde contenido desde el ‘momento en que no hay tal material en espera de onganizacién. Podemos caracterizar ahora el empirismo de modo muy sumario como una determinada forma de entender la rela. ion entre ese material libre de conceptuacién y los concep. {0s mismos. Entre el sujeto y el mundo objetivo se sitdan ens IeRODUCCION ALA FILOSOrtA DE DAVIDSON n tidades intermedias que corresponden a ese material uo con- selfs impresiones humfanas o ls datos sensoriles osiivismo logico. Para el empirisms, los conceptos pro eden de esas impresiones o datos sensoriales a través de di. versos procesos de elaboracién mental, (Fl racionalismo, on cambio, reivindica la autonomia de determinades conceptos frente al material sensible.) La concepcion empirista pertite todavia en la obra de Quine: la impresionante rigueza de huestro aparato conceptual tiene st origen en determinadas (icitaciones de las superficies de los érganos sensoriales, ¥ 4a tarea de la epistemologia consiste en explicar el proceso or el que se llega de éstas a los conceptos y tearias, Las ox, itaciones quinianas son el correlato cientificamente ilustra. ddo de las viejas impresiones humeanas, Es obvio que la inte ligibilidad de la tesis empirista acerea de la procedencia del elemento conceptual del conocimiento depende de la intel Sibilidad previa del dualismo entre ese elemento y el pura. ‘mente sensorial. Por lo tanto, im golpe asestado ala plaush. bilidad de dicho dualismo repercute, de modo ampliaio, en ¢l empirismo como tal. Para Davidson, el dualismo en cree, {i6n ces él mismo un dogma del empirismo, ol terver dogma, Eltercero y tal vez el dltimo, pues si Io abandonamos nore, sulta claro que quede ya algo distintivo que merezca el nom. bre de empirismo».' Al abandonar ese dualismo, Davidson abandona también el empirismo de sus raices quinianas, Otro aspecto esencial del pensamiento de Quine esté constituido por su concepcin naturalizada de la reflesion epistemalégica y filoséfica. De acuerdo con esta concepcion ls filosofia no es una investigacién distinta de la clencla em, birica; no se distingue de ésta por wn supuesto cardcter de investigacién puramente conceptual y a priori, sino séle por tun grado mayor de generalidad, Este aspecto del pensation, to de Quine ha contribuido decisivamente -aungue, en mri ‘pinién, en un sentido empobrecedor- a configurer el ca, 1. D. Davidson, «On the Very Idea of a Conceptual Schemes, Sutures into Truth and Interretation, Clarendon Pres Geta, 1984, pag 18, R MENTE, MUNDO Y ACCION ricter de gran parte dela invertigacion flosfica en el mun- do angen. Ls naturalizacion quintana dee Sowoia de. fiva del carcter refinado. del empinismo de este autor. ‘Aun, segin a tesis empirsta, son las aportaciones senso Sales las que dan origen a exquetna conceptual conten do sensorial ae dst vagamente staves del estrct- ra de conceptos Juels, con lo que no es posible establecer tna distnetn clare entre entncados anaes, cay ver dad dependeriadnicamente del significado de los términos tegen lo yc sition ins vend de penderia de na contontacon con la experentia sensorial Es el sistema conceptual como un todo, y no partes asladas a exe el que se confronta con el ibunal dea experiencia, No resulta posible, entonces, evar cabo a invetgacion Pluramente conceptual en cuanto opuesta a una investiga {em empirca, Deshi que filowlia no onsttaya i moni “de conocimiento distinto de la ciencia. La naturalizacién qui- nana de flosoias cra cabo, sin embargo, en el ma Co general del empiri y de la dstinion entre contenido empiric y sistema concepts, El contenido empiric dis trhuyedifsamenteen el exqema conceptual, de modo que 10 es posible reconocer eon nite, en concept deen ado, las aportaciones respectivas de uno y otro. La actitud de Davidson ante la naturaacion quiniana dela soa es Ambivalente. Aecpta Ia carenca de eters cares para la distineién entre enunciados analiticos y sinttcos, pero, al rsmo tempo, al recast el dualism de contenido y con- ceplo,y con del empiri, se concede as mismo uaa ma- yor libertad para laFellestn puramene a prion De hecho, Davidion utlva sin reserva este modo de Investigacion @ ‘ror, provocando con elo la reaction indignada de los re presefantes del empiismo y de la hlesoltanaturalizada? [Ast por elemplo, su desconfianza en las perspectives dela 2, Vease, por ejemplo, M. Johnston, «Why Having a Mind Mauerssen EtsPore BF, Melaughin, compe, Aton and Events. Perspectives on the Philosophy of Doral Davidson, Basil Blackwell Oxford, 1985, pigs. 408426, INTRODUCCION ALA FILOSOFTA DE DAVIDSON 13 psicologia como ciencia natural obedece, como veremos, a razones vinculadas a la pura reflexién conceptual. No se tra- fa, ciertamente, de que Davidson menosprecie en algtin sen- tido los métodos o los resultados de la investigacion cientifi- a: pero es consciente de que, cuando se llega a determina. das cuestiones, este tipo de Investigacion no puede servir de ayuda, La obra de Davidson no representa, pues, inicamen- te una ruptura con el empirismo, sino también una marcada recuperacién de la autonomfa de la reflexién filosofica fren- teal discurso cientfico Por lo que respecta al naturalismo y al materialismo, la actitud de Quine hacia estas posiciones no se puede desga~ Jar por completo de su compromiso con Ia ciencia natural, especialmente con Ia fisica, como tinico modo legitimo de ‘onocimiento, es decir, con el ciencismo camo actitud filo- s6fica, del que la naturalizacién de la filosofia es una mani- festacién. Ast, por ejemplo, dadas las discrepancias, incluso de comportamiento logico, entre el discurso de la cienci fisica y el discurso psicoldgico cotidiano, en el que habla. ‘mos de creencias, intenciones, deseos, etc, el materialismo de Quine, inspirado en el primero, tiende a la eliminacion del segundo. En cambio, el materialismo davidsoniano, en ‘consonaneia con su desconfianza hacia In concepeién natu. ralizada de la filosofia y hacia el cardcter omniabarcante de Ja ciencia, no presenta tendencia alguna hacia la elimina- cién del discurso mental. Propongo que entendamos por ™materialismo o fisicismo la tesis metafisica segtn la cual el mundo esté constituido tnicamente por abjetos, estados y eventos fisicos, es decir, por objetos, estados y eventos que tienen descripeiones verdaderas en el lenguaje de las cien- Bs diel responder a menos que scamos paces de establece, con resectoacertas formas de rao. Sumfonio, una dstincionesrcia entre carecer de elas ¥ 90 tnlieras 2No podem suponcr, por ejemplo, qu, aun te 104 MENTE, MUNDO ACCION niendo evidencia, no adverti de qué era evideneia? Esto pues de suceder, sin duda, La verosimilitud de una determinada explicacién depende de las circunstancias exactas del caso. Hlemos de insistr, pues, en que no hay error de razonamien- to inductivo a menos que la evidencia se tenga por tal. 2Y no podria suceder que, aunque la evidencia luese tenida por tal, no se advirtiese el hecho de que la (otalidad de la misma ha- fa abrumadoramente probable una determinada hipétesis? Esto podria también ocurrir, por muy improbable que pueda resultar en ciertos casos particulares, Hay un sinndmero de preguntas adicionales que la tortuga puede hacer a Aquiles Siguiendo esta misma linea (puesto que las brechas que el razonamiento desafortunado puede dejar abiertas son tantas, como las que el razonamiento feliz debe cerrar). Asi, pues, sin pretensiones de especificar todas las condiciones que nos sitdan ante un caso absolutamente claro de debilidad de la jlustficacion, quisiera formular una nueva pregunta: ces pre: ‘iso que alguien acepte el requisito de evidencia global en el razonamiento inductivo para que el hecho de que no actiie de acuerdo con él constituya tina prueba de irracionalidad? En esta pregunta se hallan involucradas varias cuestiones, EL hecho de que una persona acepte el requisito no nos ‘utoriza a exigirle que siempre razone o piense de acuerdo ‘con di; de otro mado seria imposible que se diese una autén- tica incoherencia, es decir, una incoherencia intema, de este tipo. Por otra parte, no tendrfa sentido suponer que una per- ‘ona ptieda aceptar el principio en cuestion y no pensar nun- ‘ca, 0 muy raras veces, de acuerdo con él; aceptar un prinei- pio semejante consiste, al menos en parte, en manifestar di- cho principio en el pensamiento y el razonamiento. Ast, pues, si admitimos, como creo que hemos de hacerlo, que el hecho de que una persona acepte+ o tenga un principio ‘como el requisito de evidencia global consiste en que su for ma de pensar se acomode a ést, tiene sentido entonces ima- tginar que una persona posea dicho principio sin tener con: Ciencia de él sin ser eapaz de formularlo. Pero tal vez que- ramos afiadir a este obvio enunciado condicional (euna persona acepta el requisito de evidencia global en el razona- _BNGANO Y DMISION 105 ‘miento inductivo sélo si tiene una disposicién a ajustarse a 41 en las circunstancias apropiadas») alguna otra condicion ‘o condiciones, como por ejemplo que la canformidad es més probable cuando hay mds fiempo para pensar, menor carga emocional asociada a la conclusién o cuando se disfruta de tuna asistencia socritica explicita. 'En una persona que acepta el requisito de evidencia glo. bal, la debilidad de'la justificacién es, como vemos, una cuestion de desviacion respecto de una costumbre 0 habit. En un caso semejante, la debilidad de la justificacién revela luna incoherencia y resulta claramente irracional. ¢Qué suce- de, sin embargo, si alguien no acepta el requisito? En este ppuinto parece surgir un interrogante muy general acerea de Ta racionalidad: Qué patrones hemos de considerar como ‘aquellos que fijan Ia norma? ¢Tendriamos que decir de al- faien cuyo pensamiento no satisface el requisito de eviden- ‘cia global que tal ver. sea irracional segtin los patrones de tra persona, pero no segtin log suyos propios? ¢0 quiz de- berfamos hacer de Ia incoherencia interna tna condicion ne~ cesatia de Ia iracionalidad? No es fécil ver c6mo podrian se- pararse ambas cuestiones, ya que la coherencia interna es en. si misma una norma fundamental Cuando se trata de normas fundamentales, no es posible cestablecer una clara separacion entre una y otra cuestiOn, ‘puesto que, en general, cuanto mAs llamativo parezca ser un caso de incoherencia interna para un observador ajeno, tan- to més instil le resultaré a éste, en su intento de explicar la ‘aparente aberracion, la supuesta distinci6n entre sus propias normas y las de la persona observada, Las diferencias relati- ‘vamente pequefias toman forma y son explicadas sobre un fondo de normas compartidas, pero por lo que se refiere a desviaciones importantes respecto de patrones de racionali- ddad fundamentales, es més verosimil que se encuentren en el ojo del intérprete que en la mente del sujeto interpretado, La razén de ello no hay que buscarla muy lejos. Una persona tntiende las creencias, ete, de otra s6lo en la medida en que ‘pueda asignar sus propias proposiciones (u oraciones) a las diversas actitudes de aquélla. Puesto que una creencia no 108 uur, uno Acexon niendo evidencia, no adverti de qué era evidencia? Esto pue- de suceder, sin duda. La verosimilitud de una determinada explicacién depende de las circunstancias exactas del caso. Hemos de insistir, pues, en que no hay error de razonamien- {o inductivo a menos que la evidencia se tenga por tal. 2Y no podria suceder que, aunque la evidencia fuese tenida por tal no se advirtiese el hecho de que Ia totalidad de la misma ha: fa abrumadoramente probable una determinada hipétesis? Esto podria también ocurrir, por muy improbable que pueda, resullar en ciertos casos particulares. Hay un sinntimero de preguntas adicionales que la tortuga puede hacer a Aquiles siguiendo esta misma linea (puesto que las brechas que el razonamiento desafortunado puede dejar abiertas son tantas como las que el razonamiento feliz debe cerrar). Asf, pues, sin pretensiones de especificar todas las condiciones que nos sitdan ante un caso absolutamente claro de debilidad de la juftificacién, quisiera formular una nueva pregunta: ces pre ‘iso que alguien acepte el requisito de evidencia global en el razonamiento inductivo para que el hecho de que no actée de acuerdo con él constituya una prueba de irracionalidad? En esta pregunta se hallan involucradas varias cuestiones. EL hecho de que una persona acepte el requisito no nos autoriza a exigirle que siempre razone o piense de acuerdo con él; de otro modo seria imposible que se diese una autén- tica incoherencia, es decir, una incoherencia interna, de este tipo. Por otra parte, no tendria sentido suponer que una per- sona pueda aceptar el principio en cuestién y no pensar nun- a, 0 muy raras veces, de acuerdo con él; aceptar un princi plo Semejante consist, al menos en parte, en manifestar di cho principio en el pensamiento y'el razonamiento, Asi, pues, si admitimos, como creo que hemos de hacerlo, que el hecho de que una persona «aceptes o tenga un principio ‘como el requisito de evidencia global consiste en que su for- sma de pensar se acomode a éste, tiene sentido entonces ima: ginar que una persona posea dicho principio sin tener com- Ciencia de él o sin ser capaz de formiularlo. Pero tal vez que- ramos afadir a este obvio enunciado condicional («una persona acepta el requisito de evideneia global en el razona- _ENGARO ¥ DNSION 105 siento inductivo sélo si tiene una disposicién a ajustarse a Glen ls circunstancias apropiadasy) alguna otra condicion 6 condiciones, como por ejemplo que la conformidad es mis, probable cuando hay mas tiempo para pensar, menor carga ‘emocional asociada a la conclusion o ettando se dsfruta de tuna asistencia socraticaexpliita En una persona que acepta el requisito de evidencia glo- bal, la deblidad de la jusificacién es, como vemos, una euestion de desviacion respecto de una costumbre o habito, En un caso semejante, la debilidad de la justificacion revela tuna incoherencia y resulta claramente irracional. ;Qué suce- de, sin embargo, si alguien no acepta el requsito? En este pinto parece surgir un interrogante muy general acerca de fe racionalidad: cOué patrones hemos de considerar como aquellos que fijan la norma? ¢Tendriamos que decir de al- sien euyo pensamiento no satisace el requsito de eviden- ia global que tal ver sea itracional segtin los patrones de ftra persona, pero no segtin los sus propios? ¢O quiza de- berfamos hacer de Ia incohereneia intern tina condicion ne- cesaria de la iracionalidad? No es faci ver eémo podrian so- pararse ambas eucstiones, ya que la coherencia interna es en Stmisma una norma fundamental Cuando se trata de normas fundamentales, no es posible cstablecer una clara separacién entre una y otra euestin, puesto que, en genera, ewanto mas lamativo parezca ser Un aso de incoherencia interna para un ebservador ajeno, n= to més indi le esullaré a éste, en su intento de explicar Ia aparente aberracin la supuesta dstincin entre sus propias normas y las de la persona observada. Las diferencias relai- vamente pequefias toman forma y son explcadas sobre un Tondo de normas compartidas, pero por lo que se refiare a desviaciones importantes respecto de patrones de racionali- dad fundamentales, es mas verosimil que se encuentren en el ojo del intérprete que en la mente del sujcto interpretado, La rain de ello no hay que buscarla muy lejos. Una persona, entiende las eresncias, ete, de ota solo en la medida en que pueda asignar sus propias proposiciones (w oraciones) a las diversas actitudes de aquélla. Puesto que una creencia no 106 ‘MENT, MUNDO ACCION puede mantener su identidad al perder sus relaciones con ‘tras creencias, no es posible que la misma proposicién sir- ‘va para interpretar actitudes particulares de dos personas” distintas y guarde al mismo tiempo, con las demés actitudes de una de ellas, relaciones muy diferentes de las que guarda con las de la otra. De ello se sigue que, a menos que un in- térprete pueda reproducir en otra persona los contornos principales de su propia paula de actitudes, no le sera posi ble identificar inteligiblemente ninguna de las actitudes de aquélla. La comprensién de algunas desviaciones respecto de las propias normas en otros sujetos es posible Gnicamen- te debido a Ja gran multitud y complejidad de las formas en que se ramifican Iss relaciones de una actitud con las demas, Podemos ver ahora lo engatioso de la cuestion que nos plantesbamos un poco més arriba, a saber, sila irracionabi- Jidad en un agente requiere una incoberencia éniemna, una sviacién con respecto a las propias normas de esa perso- nna, ya que, cuando se trata de normas basicas, éstas repre- senian elementos constitutivos en la identificacion de actitw: des, con lo cual la cuestién de si alguien las «acepla» no puede siquiera legar a plantearse. Esto no se aplica sélo a Jas incoherencias claramente logicas, sino también a la debi- lidad de la voluntad (como ya sefialé Aristteles), a la debili- dad de la justificacién y al autoengato, ‘Todavia he de decir en qué consiste el autoengaio, pero ahora ya estoy en disposicién de indicar algunas cosas acer ca de Al, Es claro que el autoengafio incluye la debilidad de Ja justificacién, pues el sujeto no aceptaria la proposicién con respecto a la cual'se autoengatia si [uese liberado de st error; tiene, en efecto, mejores razones para aceptar la nega- cién de dicha proposicién, Asimismo, como suicede en la de- bilidad de la justificacion, Ia vietima del autoengano sabe ‘que tiene mejores razones para aceptar la negacién de la proposicién que de hecho acepta, al menos en el sentido si- ‘uiente: se da cuenta de que, de conformidad con ciertas ‘tras cosas que sabe o acepta como evidencia, es més proba- Dle que sea verdadera la negacién que la proposicion acepta- dda por dl; sin embargo, sobre la base de sélo una parte de lo ENGANO Y BIISION 107 que considera como Ia evidencia relevante, acepta la propo- sieién. Ts precisamente on este punto donde eb autoengafio lega ms lejos que la debilidad de Ia justificacion, pues la persona ‘que se autoengatia ha de poseer una razén para su debilidad de Justficacion y, ademas, tiene que haber pasticipado en la gene: racién de esta dltima, La debilidad de la justficacién tiene siempre una causa (todas las cosas la tienen), pero en el caso del autoengafo la debilidad de la justificacién resulta ser au toinducida (uno mismo la produ). No forma parte del andli- sis de la debilidad de la justiicacién o de Ia debilidad de Ia vo- Tuntad el hecho de que la desviacién con respecto a los patro: nes del agente tenga un motivo (aunque, sin duda, a menudo lo tiene); en cambio, a existencia de un motivo es parte esen- cial del andlisis del autoengafo, Por esta razon resulta instruc tivo examinar otro fenémeno que guarda ciertas semejanzas con el autoengario: me refiero al pensamiento desiderativo, En una elucidacién inicial, o1 pensamiento desiderativo ‘consiste en creer algo debido al deseo que uno tiene de que sea verdad. Esto no es jrracional en sf mismo, ya que en ge- neral no somos responsables de las causas de nuestros pen samientos. Pero el pensamiento desiderativo es a menude irracional, por ejemplo cuando sabemos por qué tenemos Ia ‘reencia y sabemos también que no la tendriamos si no fue- ra por el deseo. Es frecuente la opinién de que el pensamiento desiderati- vo involucra algo mas que lo indicado en esa elucidacién ini- cial. Si alguien desea que cierta proposicién sea verdadera, ‘es natural suponer que gozaré mas creyendo que Io es que no creyéndolo. Por lo tanto, una persona tal tiene una razén (en cierto sentido) para creer la proposicién. Si esta persona actuase intencionalmente con vistas a promover esa creen- cia, ¢serfa esto irracional? En este punto hemos de hacer ‘una distincién obvia entre tener una raz6n para creer cierta proposicién y tener una evidencia a cuya liz es razonable considerar verdadera la proposicién. (Oraciones de la forma ‘Carlos tiene una razén para creer gue Ps son ambiguas con Fespecto a esta distinci6n.) Una razén del primer tipo es eva- : 108 MENTE, MUNDO ACCION luativa: ofrece un motivo para actuar de moclo favorable a la posesién de la ereencia, Una raz6n del segunda tipo es cog- nitiva: consiste en tener evidencia de la verdad de una pro-* posicién. Fl pensamiento desiderativo no exige una razén de luno u otro tipo, pero, como ya subrayamos, el deseo de que P sea el caso (por ejemplo, que alguien me ame) puede en- ‘gendrar ficilmente el deseo de creer en P, y este deseo a sti ver puede inspirar pensamientos y acciones que acentien 0 que tengan como resultado la obiencién de razones del se- gundo tipo. ¢Hay algo necesariamente irracional en esta se ‘cuencia? Una accién intencional que tienda a hacernos fei ces o a aliviar nuestras penas no es irracional en s{ misma ni se conwvierte en tal silos medios empleados incluyen el inten- to de disponer las eosas con vistas a tener cierta creencia, En algunos casos, puede ser inmoral hacer esto eon otra persona, ‘especialmente si tenemos razones para pensar que Ia creen- cla que va a inculear es falsa, pero no es necesariamente erréneo ni es, ciertamente, irracional, Esto mismo se aplica, en mi opinisn, a las creencias autoinducidas; aquello que no cs nevesariamente irracional cuando se le hace a otra perso- na sigue sin serlo cuando el objeto es el propio yo futuro, Es necesariamente irracional una ereencia generada deli- beralamente del modo descrito? Claramente lo es si el sujeto sigue pensando que la evidencia en contra de la ereencia es ‘mejor que la evidencia en favor de la misma, pues entonces cstamos ante un caso de debilidad de la justificacién, Pero si cl sujeto ha olvidado la evidencia que originariamente le llevs a rechazar la ereencia que ahora abriga, 0 sila nueva eviden- cia parece ahora Jo bastante buena como para compensar la antigua, ef nuevo estado mental no es irracional. Cuando el pensamiento desiderativo tiene éxito, padrfamos decir, no hay ningiin momento en que el sujeto tanga que ser irracional.* 4. En «Paradoxes of irrationality, incluido en Philosophical Essays ow Freud, Richard Wollheim 'y James. Hopkins, comps (Cambridge University Press, Cambria, 1982), supuse qu, ea el pPensamiento desiderativo el deseo produc la creencla sin aportar fvidencis en favor de éta. En semejante caso, la ereeneia es f7a- ona desde Iaege, XGANO ¥ DIVISION 109 ‘Tal vez merezca la pena indicar ahora que tanto el auto- ‘engafio como el pensamiento desiderativo pueden ser benig- nos algunas veces. No resulta sorprendente, ni es tampoco malo, en conjunto, que las)personas tengan de sus amigos y familiares una opinién mejor que la que quedaria justificada ppor un examen Iticido de la evidencia. El aprendizaje se ve ‘més a menudo favorecido que perjudicado por aquellos pa- dres y maestros que sobrevaloran la inteligencia de sus edu ccandos. Con frecuencia, las esposas mantienen la estabilidad familiar ignorando © pasando por alto la mancha de carmin cen el cuello de la camisa, Todos estos pueden ser casos de autoengafi caritativo ayudado por el pensamiento desidera- tivo, No todo pensamiento desiderativo es autoengafo, pues este tltimo, a diferencia del primero, exige In intervencién del agente. Uno y otro se parecen, sin embargo, en que en ambos ha de actuar un elemento motivacional 0 evaluativo, yen este aspecto difieren de la debilidad de Ia justificacisn, ‘en Il cual el defecto determinante es cognitivo, sea cual fue= re su causa. Esto sugiere que, aun cuando el pensamiento desiderativo pueda ser més simple que el autoengafo, es siempre un ingrediente de éste. Sin duda lo es con frecuen: Cia, pero parece haber excepciones. En el pensamiento desi- derativo la ereencia toma la direccién del afecto positive, rnunca del negativo; la creencia causada siempre resulta bienvenida. En el autoengario no sucede lo mismo. El pensa- ‘miento alimentado por el autoengafo puede ser doloroso. Una persona movida por los celos puede hallar por doquier «cevidencia que confirma sus peores sospechas; el que ansia, la vida privada puede creer que ve un espa detrés de cada cortina. Si un pesimista es alguien que adopta una visién ‘mas sombria de las cosas que la justificada por la evidencia de que dispone, todo pesimista eae en clerta medida en el autoengatio de éreer Io que desearia que no fuese cierto, Estas observaciones se limitan a aluira la naturaleza de Ja distancia que puede separar el autoengaao y el pensa- ‘iento desiderativo. No se trata s6lo de que el autoengano, a diferencia del pensamiento desiderativo, requiera que el no MENT, MUNDO'Y ACCION agente haga algo con vistas @ modificar sus proplas opinio- nes, sino que hay también una diferencia en el modo en que cl contenido del clemento afectivo se relaciona con la ercen- * cia que produce. En el caso del pensamjento desiderativo, lo ue el sujeto llega a creer ha de ser precisamente lo que a él Te gustaria que fuese verdad, En cambio, auinque el sujeto del autoengano pueda estar motivado por un deseo de creer To que a él le gustaria que fuese cierto, hay sin embargo mu chas otras posibilidades. De hecho, es difiil indicay eudl ha de ser la relacién entre el motivo de alguien que se engania a s{ mismo y la alteracién especifica en sus ereencias que pro- ‘duce en si mismo, La relacion no es accidental, desde luego, hhacer algo intencionalmente con la consecuencia de que el ssujeto de la aceién resulte engafiado no constituye, sin més, ‘auitoengatio, pues de otro modo una persona se auloengafia: rig sileyera y creyese una informacién falsa en un periédico, -E] cengatio» ha de ser objeto de la intencién del que se auito- cengaa. ‘Hasta este punto, al menos, el autoengatio es semejante a Ja mentira; hay una condueta intencional que tiene como ob- Jelo generar una creencia no compartida por el agente en el ‘momento de iniciar esa conducta, La sigerencia implicita en ‘esta comparacién es que, mientras que el mentiroso trata de fengafar a otro, el que se autoengafa trata de engafiarse a si mismo. La sugerencia no esté totalmente desencaminada. ‘Yo me engano a mf mismo sobre mi grado de calvcie eli: ssiendo aquellas perspectivas ¢ iluminacién que favorecen ‘una apariencia hirsuta; un adulador mentiroso podria watar de obtener el mismo efecto diciéndome que en realidad no soy tan calvo. Pero hay importantes diferencias entre ambos ‘casos, Aunque el mentiroso pueda pretender que su oyente crea lo que dice, esta intencién no es esencial al concepto de ‘mentira; un mentiroso que tiene a su oyente por una perso- na retorcida puede decir lo contrario de Jo que intenta que el otro crea. Ni siquiera es necesario que el mentiroso pretend hhacer creer a su victima que é1 mism eree lo que dice. Las, ‘énicas intenciones que un mentiroso ha de tener, en mi opi- nin, son las siguientes: 1) ha de tener la imtencién de olre- xeA8o ¥ DIVISION ut cer tuna imagen falsa de sus auténticas creencias (por ejem= plo, en el caso més tipico, aseverando aquello que no cree), y 2) ha de tener la intencién de ocultar a sus oyentes esa pti- ‘mera intencién (aunque no necesariamente lo que de hecho cree). Asi, pues, la mentira {nvoluera un tipo muy especial de fengatio que afecta a la sinceridad en la representacién de las ‘propias creencias. No parece posible que esta forma precisa ‘de engafo puicda practicarse con uno mismo, ya que exigiria ‘hacer algo con la intencién de que esa misma intencién no sea reconocida por el propio sujeto que la concibe. [En determinado aspecto, pues, el autoengafo no es tan dificil de explicar como lo serfa ef mentirse a sf mismo, ya ‘que esto siltimo implicaria la existencia de una intencién de autoanulacién, mientras que el autoengafo se limita a en- frentar intencién y deseo a ereencia, y creencia a creencia. ‘Aun asf, tampoco resulta facil de entender. Antes de tratar de deseribir con mayor detalle y plausibilidad el estado men- tal del agente autoengafiado, voy a resumir lo expuesto hasta ahora en cuanto atatie a la naturaleza del autoengafio. Un agente A se autoengafia con respecto a una proposi- ci6n P bajo las siguientes condiciones: A posee evidencia so- bbre la base de la cual eree que P es mas verosfmil que su ne- zgacion; el pensamiento de P, o de que deberia creer racional- ‘mente que P, offece aA motivos para acluar con vistas a ‘causar en sf mismo la ereencia en la negacién de P, La ac- ci¢n involucrada puede consistir simplemente en apartar i tencionalmente su atencién de Ia evidencia en favor de P 0 ‘puede implicar la busqueda activa de evidencia en contra de P. Todo lo que el autoengafio exige de la accién es que el mo- tUvo tenga st origen en una creencia en la verdad de P (o en 5. Se puede pretender ocutar una intencién presente al yo fu- tro, Asi, 9o podifa trata de perderme tina reunidn desagradable, bijpda con tn afo de antelacion,escribiendo delberadamente un fecha equivoceda en mi agenda ¥ contando con mi mala memoria para haber olvidado ya lo que hice cuando egue el momento. Este fo es un easo pro de attoengano, puesto que la creencia que pre= tendo tencr no ests sustentada por la tntencioa que la prod, 80 hay necesarmente nada iractonal en tol ello. ; ; : : : : i 42 MENTE, MUNDO ¥ ACCION el reconocimiento de que Ia evidencia hace més probable la verdad de P que su falsedad) y que se lleve a cabo con la in- tencién de producir una creencia en Ia negacion de Ps Finalmente -y esto es lo que hace del aistoengatio un proble- ‘ma~ el estaclo que motiva el autoengaito y el estado que éste produce coexisten; en el caso mas grave, la creencia de que P no slo causa, sino que incluso sustenta la ereencia en la ne- gacidn de P. El autoengafo es, pues, una forma autoinduc. dda de debilidad de la justificacién, donde el motivo para in- ducir una creencia es una creencia que la contradice (0 Io {que se considera como evidencia suficiente de esta dtima). En algunos casos, pero no en todos, el motivo nace del he- cho de que el agente desea que Ia proposicién, la ereencia en la cual 61 mismo se induce, sea verdadera, 0 de su temor de ue pudiera no serlo. Ast, pues, a menudo el autoengafio im- plica también pensamiento desiderativo, * Lo que resulta diffcil de explicar ¢s cémo una creen= cla, 0 la constatacién de que se tienen razones suficientes ppara sostener una creencia, puede sustentar una creencia contraria. Desde luego, no puede sustentarla en el sentido de proporcionarle un fundamento racional; en este con: texto, «sustentar» Gnicamente ha de significar scausare Nuestra tarea consiste en hallar, en la secuencia de esta dos mentales, un punto en el que haya una causa que n0 sea una razén; buscamos, pues, una irracionalidad espect- fica en relacién con los patrones de racionalidad del pro- pio agente.* ‘Veamos, pues, a grandes rasgos, el modo en que, en mi ‘opinion, puede ocurzir un caso tipico de autoengafo, En el ejemplo que vamos & presentar, la debilidad de la justifica- cidn resulta autoinducida a través del pensamiento desidera tivo. Carlos tiene buenas razones para creer que no superar las pruebas para la obtencién del permiso de conducir. Ya 6, La den de gue la ircionlida implica sempre Ia existn- cia de una eausa Mental de un estado manta pare que no ay ‘guna rns ala npn nada cn Parades oa tional BXGAGO'Y DRISION 113 hha suspendido esas pruebas dos veces y su instructor ha di- ccho cosas bastante desalentadoras. Por otra parte, sin em- Dargo, conoce personalmente al examinador y tiene fe en su propio encanto personal. Se da cuenta de que la totalidad de Ts evidencia apunta hacia fracaso. Como el resto de noso- tnos, Carlos razona normalmente de acuerdo con el requisito de evidencia global. Sin embargo, Ia idea de volver a fracasar ‘en estas pruebas le resulta dolorosa (de hecho, Carlos en= ‘cuentra particularmente mortificante la idea de fracasar en ‘cualquier cosa). Asf, pues, tiene un motivo perfectamente natural para creer que no suspenders las pruebas, es decir, tiene un motivo para hacer que se dé el caso de que é1 sea tuna persona que cree que (probablemente) superard las pruebas, Su razonamiento préctico es simple y directo, En iqualdad de circunstancias, es mejor evitar el dolor, creer ue suspenderd las pruebas es doloroso; por Io tanto (en Jgualdad de circunstancias) es mejor evtar creer que suspen- dra el examen. Puesto que presentarse al examen es una condicién del problema con el que se enfrenta, esto significa {ue sera mejor ereer que aprobard. Acta entonces con vis- tas a favorecer esta creencia, obteniendo quiza nueva eviden- cia en favor de la creencia de que aprobaré. La cuestién pue- de reducirse simplemente a desplazar hacia el fondo la evi- ddencia negativa 0 a destacar la pasitiva. Sin embargo, sean ‘cuales futeren los mecanismos (y hay, desde luego, un buen ‘nimero de ellos), en los casos centrales de autoengafio se re- {quiere que Carlos siga siendo consciente de que su evidencia apoya la creencia de que fracasard, pues es la conciencia de ‘este hecho lo que motiva sus esfuerzos por ibrarse del temor al fracaso, ‘Supongamos que Carlos consigue inducir en s{ mismo la ‘ereencia de que aprobaré el examen. En ese caso, es culpa- ble de debilidad de Ia justficacién, pues, aunque posee evi- dencia en favor de su creeneia, sabe, o en todo caso piensa, ‘que tiene mejores razones para creer que suspenderd. Este ‘estado es irracional, pero zen qué punto hizo su entrada la fnracionalidad? ‘Ya he rechazado, explicita o implicitamente, algunas res- i na MENTE, MUNDO ACCION Dpuestas a esta pregunta. Una de ellas es Ia sugerencia de David Pears segtin la cual el sujeto del autoengafio ha de «ol. vidars, 0 en todo caso ocultarse a st mismo, el modo en que lleg6 a creer lo que ahora cree.? Convengo en que al autoen- gatlador le gustaria hacer esto, y silo hace ha conseguido, en. tun claro sentido, engafiarse asi mismo, Pero este grado y ‘este tipo de logro hace del autoengafio un proceso, no tn es- tado, y no es evidente que en algiin momento el autoenigaia dor se halle en un estado irracional. Por mi parte, ereo que cl autoengaiio ha de aleanzarse a través de un proceso, pero luego puede ser un estado continuo y elaramente irracional. EL agente de Pears acaba halléndose en un estado anfmico gratamente coherente. Por suerte, esto sucede a menudo, Pero el placer puede ser inestable, como ocurre probable ‘mente en ef caso de Carlos, pues el pensamiento placentero ‘se ve amenazado por la realidad, o incluso simplemente por cl recuerdo, Si la realidad (0 el recuerdo) sigue amenazando la creencia que el sujeto autoengafado ha inducido en sf mismo, resulta necesaria una constante motivacién para ‘mantener en vigor el pensamiento feliz. Si estoy en lo cierto, cl autoengafiador no puede permitirse olvidar el factor que ingpir6 en primer término su conducta de autoengatio: la preponderancia de la evidencia contraria a Ja creencia ind ida. Implicitamente, también. he rechavado la solucién de Kent Bach, ya que, segtin este autor, el autoengasiador no puede realmente creer en el peso de la evidencia contraria. Como Pears, Bach concibe también el autoengatio como una ‘secuencia cuyo predueto final se halla, con Ia motivacién original, en un conilicto demasiado agude para que pueda 17, Véase David Pears, «Motivated irrationality, en Philosophi- ‘eal Essays on Freud, asi como su conteibucién 9 este volumen. {Davidson se refere al libro Actions and Events: Perspectives om the Philosophy of Donald Davidson, Basil Blackwell, Oxford, 1985. las diferencias entre mi conespeion ¥ la de Penrs son pequenas ‘comparadas con las similtudes, Esto no es accidental, ya que Mi xpi deudora de su primer ateo y del que se conten _ENeARo ¥ ston 15 ‘coexistir con la pereepeién consciente de ésta." Cabria pen- sar, tal vez, que estas diferencias entre mis puntos de vista y Jos de Pears y Bach se deben, al menos en-parte, la elec- cidn de formas distintas de describir el autoengatio mas que 4 discrepancias sustantivas. A mi me parece importante identificar una incoherencia © inconsecuencia en el penst- ‘miento del que se autoengafia; a Pears y Bach les preocupa ‘més examinar las condiciones del éxito en la tarea de auto- cengafarse.? La dificultad reside en mantener el equilibrio entre ambas consideraciones: recalcar el primer elemento pone en claro la irracionalidad pero la hace dificil de exp car psicoldgicamente; recalear el segundo elemento facilita la explicacién del fenémeno a costa de menospreciar la irra- cionalidad, 2En qué punto de la secuencia que condce a un estado de autoengafio hay una causa mental que rio es una razén dl estado mental causado por ella? La respuesta depende, en parte, de la contestacién a otra pregunta, Al principio di Por supuesto que, aunque es posible, en relacién con un con- junto de proposiciones contradictorias entre sf, ereer simul- ‘éneamente cada una de ellas, no es posible, en cambio, te- ner una creencia cuyo objeto sea la conjuncién de aquéllas ‘cuando su contradiccién resulta obvia, El agente autoenga- ‘ado cree proposiciones contradictorias si cree que es calvo Y cree que no lo es; Carlos cree proposiciones contradicto- ras si cree que superaré las pruebas y ree que no las supe- tard, La dificultad no es tan extraordinaria si el conilicto en la creencia es un caso normal de debilidad de la justfica- cién, pero aun asf sigue siendo muy considerable, dado el ‘supuesto (para el que ya ofrect argumentos) de que tener ac- titudes proposicionales implica aceptar el requisito de evi- 8, Véase Kent Bach, «An analysis of self-deception», Philosophy and Phunomenological Review, 41 (1981), pags 381-270, 9, Ast pues, estoy de sewerdo con Jon Elster cuando dice que el ‘utoengafio regulere la consideracion slmaltanen de creencas hi compatibles Uleses and the Sirens (Carnbridge Univeriy Press, Cambridge, 1979), pag. 174 16 Myre, MUXBO ¥Accton dencia global. ;Cémo puede una persona dejar de reunir las cereencias contradictorlas o incompatibles? Serfa un error por mi parte tratar de responder a estar pregunta mediante una detallada exposicién psicolégica. Lo importante es que las personas pueden, y a veces consiguen, ‘mantener separadas creencias estrechamente relacionadas pero opuestas. En esa medida, hemos de aceptar la idea de que puede haber Iimites entre partes de la mente; all donde hay creencias (obviamente) antagénicas, postulo la existen- cia de un limite entre ellas. Tales limites no son descubiertos por la introspeceién, sino que constituyen apoyos concep- twales para la deseripoién coherente de irracionalidades ge- 'No debemos concebir estos Iimites como barzeras per- ‘manentes que demarcan territorios separados. Las creencias contradictorias sobre la superacién de unas pruebas han de ertenecer a un vasto ¢ idéntico nexo de creencias sobre [pruebas y otros temas relacionados si han de ser realmente contradictorias. Aunque han de pertenecer a terrtorios fuer- ‘temente imbricados, dos ereencias contradictorias no perte- rnecen al mismo territorio; borrar Ia linea existente entre elas conllevaria Ia destruccién de una de las dos. No veo ‘ninguna raz6n obvia para suponer que uno de los territorios hhaya de estar cerrado a la conciencia, sea cual fuere el signi ficado de esto, pero es claro, en todo caso, que el agente no puede inspeccionar el todo sin borrar los limites. 'Es posible ahora sugerir una respuesta a la pregunta que ros plantedbamos, a saber, dénde hay un paso irracional en la secuencia que acaba en el autoengafo. La irracionalidad del estado resultante reside en el hecho de que contiene creen- cias contradictorias; el paso irracional es, por lo tanto, el ‘que hace posible tal cosa, a saber, el que consiste en trazar el Iiiite que mantiene separadas las creencias contradicto- ras. Cuando el autoengaiio esta constituido por una debili- dad de la justificacién inducida por el propio agente, lo que 10. Discuto la necesidad de sparcelar la mente en «Paradoxes of iationality _BNGANO ¥ vision 17 ha de mantenere apartado del resto de In mente es el re auisito de evidenca global La causa de ese exo 0 asl tient temporal se halla, desde neg, enel deseo de ear I eeu de gu qugese eo comlnda Peo no puede sor ‘una razon para desstender el requisite Nada puede considerate como una buena razon pore dc tna persona no ravone sen su mejores norma de aco. nalidad, e 7 En el caso extemo, ctando cl motivo de autoengato nace de una crencla que contradic dietaments lace Gia inducda, a ereenla motivadors orginal a de ser leva: da fuora de los limites, unto con el requis de evidencia global. Pero el hecho de que el pensanientoexiliado se hale fuera de los limites noe prva de poder sno todo le conta. "io, porque a razén'o tee rsdn alguna malls do audios {EL CONOCIMIENTO DE LA PROPIA MENTE* No hay ningtin seereto acerea de la naturaleza de Ia evi- dencia que usamos para decidir lo que piensan otras perso- nas: observamos sus actos, leemos sus cartas, estudiamos sus expresiones, escuchamos sus palabras, nos farniliariza- ‘mos con sus biogtaflas y atendemos a sus relaciones con la sociedad. EI modo en que somos capaces de reunir todo ese ‘material en una imagen convincente de una mente es ya otra ‘cuestién; sabemos como hacerlo sin saber necesariamente ‘como lo hacemos. Algunas veces averiguo lo que yo creo de forma muy similar a como lo averigua otra persona: repa~ rando en lo que digo y hago. Puede haber ocasiones en que {ste es mi tinico acceso a mis propios pensamientos. Seztin ‘Graham Wallas: ‘Talento potticotenfa la pequesia que, ant a sugerencia de que se asegurase de lo que queria decir antes de hablar, respondis: *¢Cémo puedo saber lo que pienso hasta ver To que digo?» Una idea similar fue expresada por Robert Motherwell: «Yo dirfa que Ia mayoria de los buenos pintores no saben lo {gue piensan hasta que lo pintan». Gilbert Ryle coincidfa por completo en este asunto con la pequefia postisa y con el pintor; sostuvo heroicamente que conocemos muestra propia mente exactamente del mismo ‘modo en que conocemos la mente de los demds, a saber, ob- servando lo que decimos, hacemos y pintamos. Ryle estaba « Discurso presidenctal pronunciado ante la Sexta Reunién ‘Anaal ‘dein Sevci6n del Pacifico de. la Asoclacion Flossfica ‘Americana cn Los Angeles, California, 28 de marzo de 1986. 1 Graham Walls, The Av of Thought

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