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Hasta ahora hemos venido considerando lo apolineo y su antitesis, lo dionisfaco, como potencias artisticas que brotan de la naturaleza misma, si mediacién del artista bumano, y en las cuales encuentran satisfaccién por vez primera y por via directa los instintos artisticos de aqué- lla: pot un lado, como mundo de imagenes del suefio, cuya perfecci6n no mantiene conexién ninguna con la altura intelectual o con la cultura artistica del hombre in- dividual, pot otto lado, como realidad embriagada, la cual, a su vez, no presta atencidn a ese hombre, sino que intenta incluso aniquilar al individuo y redimirlo me: diante un sentimiento mistico de unidad, Con respecto a esos estados artisticos inmediatos de la naturaleza todo artista es un «imitadors", y, ciertamente, o un artista apolineo del suefio-o un artista dionisinco de Ia embria. suez, 0 en fin— como, por ejemplo, en la tragedia priega —a la vez un artista del suefio y un artista de la embriay 36 Des. guez: a este iiltimo hemos de imaginérnoslo mas o menos como alguien que, en la borrachera dionisfaca yen la au toalienacién mistica, se prosterna solitario y apartado de los coros entusiastas, y al que entonces se le hace mani fiesto, a través del influjo apolineo del suefio, su propio estado, es decir, su unidad con el fondo més fntimo del do, en una imagen ontrica simbélica. ‘Tras estos presupuestos y contraposiciones generales acerquémonos ahora a los griegos pata conocer en qué gra- do y hasta qué altura se desarrollaron en tintos artisticos de la maturaleza: lo cual nos pondré en condiciones de entender y apreciar con més hondura la relacién del artista griego con sus arquetipos, 0, segéin a expresién aristotélica, «la De los sueifos de los griegos, pese a toda su literatura ont ‘ay a las numerosas anécdotas sobre ellos, slo puede ablarse con conjeturas, pero, sin embargo, con bastante seguridad: dada la aptitud plistica de su ojo, increfble- Jente precisa y segura, asf como su luminoso y sincero placer por los colores, no sera posible abstenerse de pre+ poner, para vergtienza de todos los nacidos con poste- Horidadl, que también sus suefios poseyeron una causal tac! Légica de lineas y contornos, colores y grupos, una j6n de escenas parecida a sus mejores relieves, cuya nfeccién nos autorizaria sin duda a decin, si fuera posi- te ‘a comparacién, que los griegos que suefian son Homeros, y que Homero es un gtiego que suefia”: en un ido mas hondo que siel hombre moderno osase com- se, en lo que respecta a su suefio, con Shakespeare. No precisamos, en cambio, hablar s6lo con conjeturas uunclo se trata de poner al descubierto el abismo enor El nacimiento de a tragedia me que separa a los griegos dionisfacos de los batbaros dionisfacos, En todos los confines del mundo antiguo — pata dejar aquf de lado el mundo moderno -, desde Roma hasta Babilonia, podemos demostrat la existencia de festividaces dionisfacas, cuyo tipo, en el mejor de los casos, mantiene con el tipo de las griegas la misma rela- cién queel sétiro barbudo, al que el macho cabrio prestd su nombre y sus attibutos*, mantiene con Dioniso mis- mo. Casi en todos los sitios la parte central de esas fest vidades consistia en un desbordante desenfreno sexual, cuyas olas pasaban por encima de toda institucién fam! liar y de sus estatutos venerables; aqui eran desencadena- das precisamente las bestias més salvajes de la naturaleza, hasta llegar a aquella atroz mezcolanza de voluptuosidad y crueldad que a mime ha parecido siempre el auténtico ebebedizo de las brujas». Contra las febriles emociones de esas festividacles, cuyo conocimiento penettaba hasta los griegos por todos los caminos de la tierra y del mar, éstos, durante algéin tiempo, estuvieron completamente asegutados y protegidos, segiin parece, por la figura, que aqui se yergue en todo su orgullo, de Apolo, el cual no podia oponer la cabeza de Medusa®” aningtin poder més peligroso que a ese poder dionisiaco, grotescamente des: comunal. En el arte dérico ha quedado etetnizada esa actitud de mayestética repulsa de Apolo. Mas dificultosa ¢ incluso imposible se hizo esa resistencia cuando desde la rafz més honda de lo helénico se abrieron paso finale mente instintos similares: ahora la actuacién del. diog déifico se limité a quitar de las manos de su poderoso ad- versatio, mediante una teconciliacién concertada a tiem: po, sus aniquiladoras armas, Esta reconciliacién es el 58 Dos momento més importante en la historia del culto griego a cualquier lugar que se mire, son visibles las revolucio nes provocadas por ese acontecimiento. Fue la reconci- liacién de dos adversatios, con determinacién nitida de sus Iineas fronterizas, que de ahora en adelante tenfan que set respetadas, y con envio periédico de regalos ho- notificos; en el fondo, el abismo 110 habfa quedado salva- Mas si nos fijamos en el modo como el poder dion sfaco se reveld bajo la presién de ese tratado de paz, nos daremos cuenta ahora de que, en comparacién con aque: los saces babilénicos y su regre: iltigre y al mono, las orgias dionistacas de los griegos tie- ficado de festividades de redencién del mun lo y de dias de transfigutacién. Sélo en ellas alcanza la naturaleza su jubilo artistico, s6lo en ellas el desgarta- into del prineipiuns individuationis se convierte en un fondmeno artistico. Aquel repugnante bebedizo de bru as hecho de voluptuosidad y crueldad earecia aqui de fuerza: s6lo la milagrosa mezela y duplicidad de afectos Jos entusiastas dionisfacos recuerdan aquel bebedizo como las medicinas nos traen a la memoria los venenos jmortales ~, aquel fenémeno de que los dolores susciten places, de que el jabilo arranque al pecho sonidos ator nentados, En la alegria més alta resuenan el grito del es- panto oel lamento nostélgico por una pérdida insustitu bile. En aquellas festividades griegas prorrumpe, por asi ‘Jecirlo, un rasgo sentimental de la naturaleza, como si Jota hubiera de sollozar porsu despedazamiento en indi Viduos. El canto y el lenguaje mimico de estos entusias- Js de dobles scritimientos fueron para el mundo de la yecia de Homero algo nuevo e inaudito: y en especial 59 Exact gedia prodijole horror y espanto a ese mundo la ruisica dioni- sfaca. Si bien, segtin parece, la miisica era conocida ya como un arte apolineo, lo era, hablando con rigor, tan sélo como olesje del ritmo, cuya fuerza figurativa fue de- sarrollada hasta convertitla en exposicién de estados apolineos. La misica de Apolo eta arquitectura dérica en soniclos, pero en sonidos sélo insinuados, como son los propios de Ia citara. Cuidadosamente se mantuyo apartado, como no-apolineo, justo el elemento que cons- tituye el cardcter de la miisica dionisiaca y, por tanto, de Ja matisica como tal, la violencia esteemecedora del soni do, la cottiente unitaria de la melodia” y el mundo com- pletamente incomparable dela atmonia, Enel cltirambo jamés sentido aspira a oo Ja aniquilacién del velo de Maya, la unidad como genio de la especie, mas aiin, de la naturaleza, Ahora la esencia de Ja naturaleza debe expresarse simbélicamente; es necesario un nuevo mundo de simbelos, por lo pronto el simbolismo corpo- ral entero, no s6lo el simbolismo de la boca, del rostro, de la palabra, sino el gesto pleno del baile, gue mueve ritmicamente todos los miembros, Ademés, de repente Tas otras fuetzas simbélicas, las de la miisica, crecen im- petuosamente, en forma de ritmica, dindmica y armonfa, Para captar ese desencadenamiento global de todas las fuerzas simbdlicasel ser humano tiene que haber llegado yaa aquella cumbre de autodlienacién que quiere expre- sarse simbdlicamente en aquellas fuerzas; el servidor di- tirdmbico de Dioniso es entendido, pues, tan sélo por sus iguales, ;Con qué estupor tuvo que mitatle el griego 6 Des apolineo! Con un estupor que eta tanto mayor cuanto que con él se mezclaba el tertor de que eh realidad todo aquello no Ie era tan extrafio a él, mas atin, de que su consciencia apolinea le acultaba ese mundo dioni: sélo como un velo. Para comprender esto tenemos que desmontar piedra-a piedra, por asf decitlo, aquel primoroso edificio de la cultura apolinea, hasta ver los fundamentos sobre los que se asienta, Aqui descubrimos en primer lugar las magnt- ficas figuras de los dioses olfmpicos, que se yerguen en los frontones® de ese edificto y cuyas hazafias, represen- tadas en relieves de extraordinaria luminosidad, decoran sus frisos®. El que entre ellos esté también Apolo como una divinidad particular junto a otras y sin la pretensién de ocupar el primer puesto, es algo que no debe inducir- nosa ertor: Todo ese mundo olimpico ha nacido del mis- mo instinto que tenia su figura sensible en Apolo, y en este sentido nos es licito considerat a Apolo como padre del mismo. ¢Cual fue la enorme necesidad de que surgi6 tun grupo tan resplandeciente de seres olimpicos? Quien se acezque a estos olimpicos llevando en su co- inta y busque en ellos altura ética, 62 Tres més atin, santidad, espiritualizacién incorpérea, miseri- cordiosas mitadas de amor, pronto tendré que volverles, las espaldas, disgustado y decepcionado. Aqut nada re- cuerda la ascética, la espititualidad y el deber: aqui nos habla tan slo una existencia exuberante, més ain, triun- fal, en la que esté divinizado todo lo existente, lo mismo sies bueno que si es malo, Y asf el espectadior quedart 1a duda atGnito ante ese fantistico desbordamiento de vida y se preguntard qué bebedizo magico tenfan en su cuerpo esos hombres altaneros para gozar de la vida de tal modo, que a cualquier lugar a que mirasen tropezaban con la risa de Helena, imagen ideal de su existencia, «flo- tante en una dulce sensualidads. Pero a este espectador vuelto ya de espaldas tenemos que gritarle: No te vayas de aqui, sino oye primezo lo que la sabiduria popular griega dice de esa misma vida que aqui se despliega ante ti con una jovialidad tan inexplicable, Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas habfa in- tentado cazar en el bosque al sabio Sileno, acompafiante de Dioniso, sin poder cogerlo. Cuando por fin eayd en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y més prefer ble para el hombre, Rigido e inmévil calla el demén™; hasta que, forzado por el rey, acaba prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: «Estinpe miserable de un dfa, bijos del azary de la fatiga, epor qué me fuerzas a decitte 1o que para tiseria muy ventajoso no oft? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable pata ti: no haber nacido, no ser, set mada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti~ morir pronto” 2Qué relacién mantiene el mundo de los dlioses olfm- picos con esta sabiduria popular? ¢Qué relacién mantie- 6 ac agedia sién extasiada del mértir tortutado con sus supli- cios? Ahora la montafia mégica del Olimpo se abre a nosotros, por asf decirlo, y nos muestra sus rafces. El grie- g0 conocié y sintié los horrores y espantos de la existen- cia: para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la resplandeciente criatura onitica de los olimpicos. Aque- Ila enorme desconfianza frente alos poderes titinicos dle Ja naturaleza, aquella Moiva [destino] que teinaba des- piadada sobre todos los conocimientos, aquel buitre del gran amigo de los hombres, Prometeo, aquel destino ho- rroroso del sabio Edipo, aquella maldicisn de la estinpe de los Atridas, que compele a Orestes a asesinar a su madre™, en suma, toda aquella filosofia del dios de los bosques, junto con sus ejemplificaciones miticas, por la que perecieron los melancélicos etruscos, —fue superada constantemente, una y otra vez”, por los griegos, 0, en todo caso, encubierta y sustrafda a la mirada, mediante aquel raundo intermedia actistico de los olimpicos. Para poder vivir tuvieron los griegos que crear, por una nece- sidad hondisima, estos dioses: esto hemos de imaginarlo sin duda como un proceso en el que aquel instinto apo: Iineo de belleza fue desartollando en lentas transiciones, apartir de aquel originatio orden divino titénico del ho- rtot; el orden divin de la alegria: a la maneta como las rosas brotan de un arbusto espinoso, Aquel pueblo tan excitable en sus sentimientos, tan impetuoso en sus de: seos®, tan excepcionalmente capacitado para el suf: miento, éde qué otro modo habria podido soportar la existencia, sien sus dioses ésta no se le hubiera mostrado circundada de una aureola superior? El mismo instinto que da vida al arte, como un complemento y una consti 64 Tres aciGn de la existencia destinados a inducis a seguit vi- viendo, fue el que hizo surgir también el mundo olimpi- co, endl cual Ja «voluntad»” helénica se puso delante un espejo transfigurador. Viviéndola ellos mismos es como s dioses justifican la vida humana ~ jinica teodicea sa- sfactotia! ©, La existencia bajo el luminoso resplandor solar de tales dioses es sentida como lo apetecible de ayo, y el auténtico dolor de los hombres homéricos se reficre a la separacién de esta existencia, sobre todo a la separacién pronta: de modo que ahora podria decirse de los, invistiendo la sabiduria silénica, «lo peor de todo pata ellos el motit pronto, y lo peor en segundo lugar alguna vez, Siempre que resuena el la- mento, éste habla del Aquiles «de cotta vidan, del cam- bio y paso del género humano cual hojas de érboles, del swcaso dela época heroica, No es indigno del mas grande tle los héroes el anhelar seguir viviendo, aunque sea no jornalero"', En el estadio apolineo Ia «voluntad» ‘Jesea con tanto impetu esta existencia, el hombre homé- fico se siente tan idematificado con ella, que incluso ef la 0 se convierte en un canto de alabanza de la misma, joi hay que manifestar que esta azmonia, més atin, ad del ser humano con fa naturaleza, contemplada anta nostalgia por los hombres modemos, para de- ila cual Schiller puso en circulacidn el término téc- genuon®, no es de ninguna manera un estado illo, evidente de suyo, inevitable, por asi decirlo, wel que sividranos que ttopezatnos en Ia puerta de cultura, cual si fuera un paraiso de la humanidad: » solo pudo creerlo una época que intent6 imaginar io de Rousseau era también un attista, y que 65 Exnacirionto de a tagedlia se hacia la ilusién de haber encontrado en Homero ese Ennilio artista, educado junto al corazén de la naturaleza, Alli donde tropezamos en el arte con Jo «ingenuo», he- mos de reconocer el efecto supremo de la cultura apolf nea: la cual siempre ha de derrocar primero un reino de Titanes y matar monstruos, y haber obtenida la victo- tia, por medio de enérgicas fieciones engafiosas y de ihu- siones placenteras, sobre la horrotosa profundidad dle sts consideracién del mundo“ y sobre una capacidad de suftimiento sumamente excitable, ;Mas qué raras veces sealeaniza lo ingenuo, ese completo quedat entedado en la belleza de la apariencia! Qué indeciblemente sublime €s por ello Homero, que en cuanto individsio mantiene con aquella cultura apolinea popular una telacién seme- jante a la que mantiene el artista onirico individual con la aptitud onitica del pueblo y de la haturaleza en general. La aingenuidad> homérica ha de set concebida como victoria completa de la ilusin apolinea: es ésta una ilu- sién semejante a la que Ia naturaleza emplea con tanta frecuencia para conseguit sus propésitos, La verdadera meta queda tapada por una imagen ilusoria: hacia ésta alargamos nosotros las manos, y mediante nuestto enga- fio Ia naturaleza alcanza aquélla. En los griegos la avo- Juntad» quiso contemplarse a si misma en la transfigura- cién del genio y del mundo del arte: pata glorificatse ella asimisma, sus criaturas tenfan que sentirse dignas de ser glorificadas, tenian que volver a verse en una esfera su- perior, sin que ese mundo perfecto de la intuicién actua- se como un imperative 0 como un reproche. Esta es la esfera dela belleza, en la que los griegos vefan sus imége- nes reflejadas como en un espejo, los olimpicos. Sitvién- 66 dose de este espejismo de belleza kuché Ia «voluntad> helénica contra el talento para el suftimiento y pata la sabiduria del sufrimiento, que es un talento correlative del artistico: y como memorial de su victoria se yergue ante nosotros Homero, el artista ingenuo.

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