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Conversaciones con mis amigos evangélicos
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Conversaciones con mis amigos evangélicos
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Conversaciones con mis amigos evangélicos

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Conversaciones con mis amigos evangélicos es un libro que reúne un conjunto de conversaciones apologéticas entre católicos y evangélicos, que puede ser útil para quienes quieren conocer mejor y profundizar sobre las doctrinas de la Iglesia Católica. Si bien las conversaciones son ficticias, están basadas en elementos de conversaciones reales que el autor ha tenido durante más de una década de haberse desempeñado en el ministerio de la apologética católica.

LanguageEspañol
Release dateOct 9, 2014
ISBN9781311369604
Conversaciones con mis amigos evangélicos
Author

José Miguel Arráiz Roberti

Ingeniero en computación, casado y con tres hijas. Formado cristianamente en el Colegio La Salle de Barquisimeto, ha sido miembro del grupo musical de su parroquia y posteriormente catequista. En 1998 comenzó su interés por la apologética católica y fundó el sitio web que hoy tiene por nombre ApologeticaCatolica.org, cuya finalidad es difundir la fe católica en su integridad protegiendo a los hijos de la Iglesia de los avances del protestantismo, el sincretismo y el relativismo.

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Conversaciones con mis amigos evangélicos - José Miguel Arráiz Roberti

Dedicatoria

Al Colegio La Salle: de quien recibí gran parte de mi formación cristiana católica. Siempre agradeceré el que fuera parte de la rutina diaria el estudio y meditación de la Biblia.

Al Seminario Menor Divina Pastora: En donde también fui formado. El grupo de universitarios que hace casi dos décadas recibíamos formación testificamos que aquello que se siembra eso se cosecha. También al padre Félix Sánchez Jiménez, su antiguo Rector, ejemplo de santidad para todos los que le conocimos en vida.

A Monseñor Marceliano Moreno Vergara, quien en vida fuera párroco y fundador de la parroquia Nuestra Señora de Coromoto en Barquisimeto, Venezuela.

A mi madre: Mujer de fe profunda que me ha aconsejado en los momentos de mayor necesidad.

A mi esposa: Compañera de vida que ha estado ahí ayudándome en la educación de mis hijas.

A mis tres hijas: De quienes espero por la gracia de Dios lleguen a ser cristianas de bien al servicio del Señor.

A la Santa Madre Iglesia Católica: La que me ha transmitido las riquezas de la fe cristiana y a la que estoy orgulloso de pertenecer.

A la Santísima Virgen María: A la que debo haberme iniciado en este ministerio.

Pero principalmente a Dios, por quien realizo esta obra y a quien deseo y espero poder servir mientras tenga vida.

Vanidad de vanidades, todo vanidad, sino amar y servir solamente a Dios

Agradecimiento

Quiero agradecer muy especialmente a todos los amigos y colaboradores de ApologeticaCatolica.org, quienes de manera voluntaria se ofrecieron a formar parte del equipo de edición y revisión de esta obra, y que pusieron todo su empeño para mejorarla. Considero que gracias a su esfuerzo, esta primera edición deja un claro testimonio de cómo los católicos de todas partes del mundo podemos unirnos por una buena causa, como es, la salvaguarda y la difusión de la Fe Católica. A todos ellos, ¡mil gracias!

Equipo de revisión

Argentina

Alberto Mensi.

Chile

Christian Lizama.

Colombia

Diego Augusto González Ávila, Pedro Julio Rozo Castañeda, Saulo Medina Ferrer.

El Salvador

Miguel Arturo Cortez, Óscar Daniel Portillo Palma.

España

Antonio López (presbítero).

Guatemala

Maco Antonio Ujpán Caníz.

México

Sandra Paola Díaz Pérez, Guillermo García Sandoval, Héctor F. Dávila Pérez, Ricardo Carlos Medina, Sagrario Belicia Velásquez Azcona, Sandra Patricia Contreras, Sol Maro Páez, Yanin Jauregui.

Panamá

Luis Hermilo Rosas V.

Perú

José Miguel Chambi Enríquez, Víctor Fernando Sánchez Manrique.

República Dominicana

Manu Jiménez.

Puerto Rico

Héctor R. Rivera Torres.

Introducción

Si de algo me he dado cuenta durante el tiempo en que he conversado con hermanos evangélicos de distintas denominaciones, es que la gran mayoría tiene un conocimiento inexacto, distorsionado y hasta equivocado de nuestra fe[1]. Suele ocurrir con mucha frecuencia, que lo que creen que es la doctrina católica es bastante distinto de lo que la Iglesia enseña en realidad, y esto no sólo suele ocurrir entre aquellos que nacieron en una familia evangélica, sino también entre personas que se definían a sí mismas católicas pero que abandonaron la Iglesia Católica para integrarse a una de estas denominaciones cristianas.

Estoy convencido de que mucho más es lo que nos une que lo que nos desune, así como también tengo un profundo respeto por todos aquellos hermanos cristianos que profesan honestamente su fe, aunque podamos disentir en no pocos puntos doctrinales. Aquellos que profesan con nosotros una fe trinitaria les reconozco como verdaderos cristianos y les abrazo con respeto y amor fraterno.

No quiero decir con esto que piense que las diferencias entre católicos y evangélicos se reducen a meros malentendidos. Sería un grave error subestimar estas diferencias y pensar que nuestra división puede superarse con un poco de buena voluntad y diplomacia. Las divisiones entre los cristianos son producto de graves pecados y serios errores que han tenido enormes consecuencias históricas y que no se desvanecerán por sí mismas ni por medio de decretos arbitrarios. Hace falta dialogar sobre ellas con humildad, caridad, sabiduría, fortaleza y perseverancia, sin ceder a la tentación de construir precipitadamente una falsa unidad basada en un máximo común denominador de nuestras creencias respectivas[2].

En este largo camino en busca de restaurar la unidad es indispensable conocer realmente lo que la otra parte cree, y así poder abordar sin confusiones, malos entendidos, aquellos puntos en donde realmente tenemos discrepancias, con una mente abierta y objetiva, implorando la ayuda del Espíritu Santo para que nos guíe a la verdad completa.

Este libro pretende poner su grano de arena, de manera de que aquellos hermanos evangélicos que quieran conocer realmente lo que creemos los católicos, puedan hacerlo, no de oídas o por lo que otros dicen, sino por medio de nosotros mismos. También está dirigido a mis hermanos católicos, muchos de los cuales tienen el deseo de conocer mejor nuestra fe y adquirir herramientas para compartirla.

Intento aquí abordar cada tema por medio de la reproducción de conversaciones casuales, algunas de las cuales he tenido con amigos evangélicos, y otras que son ficticias pero que incorporan argumentos de muchas otras que realmente he tenido en alguna ocasión. He intentado utilizar un lenguaje claro, y exponer la fe católica tal como la entiendo, y sometiéndome siempre a la autoridad de la Iglesia[3]. Se ha de recordar que soy sólo un laico y no un teólogo, pero precisamente por eso es que tengo la oportunidad de expresar la fe católica tal como la entiende un católico de a pie que se ha tomado en serio la tarea de estudiar y profundizar en su fe.

Sé también que ni los mejores argumentos podrán convencer a quien ya ha tomado una posición de antemano y se ha cerrado a considerar lo que aquí expongo. A lo largo de todo el tiempo que he conversado con hermanos evangélicos, aunque he tenido conversaciones muy fructíferas, han habido otras que no lo han sido en lo absoluto. Pero si usted es un evangélico que tiene genuino interés en conocer objetivamente la fe católica, o aquello que tenemos que decir los católicos que hemos tomado en serio nuestra fe, este libro puede serle de utilidad. Si por alguna causa usted como evangélico ha considerado la posibilidad de que la Iglesia Católica es la Iglesia que Cristo fundó, pero todavía tiene algunas reservas y dudas que desea aclarar, este libro también puede ayudarle.

Pido disculpas de antemano si alguna expresión puede resultarle ofensiva, pues no es esa mi intención. Muchas veces mis propios fallos han entorpecido mi apostolado y han hecho que en vez de edificar, destruya. Sin embargo estoy consciente de que la Iglesia me pide hacer todos los intentos por eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición de los hermanos separados, y que, por tanto, puedan hacer más difíciles nuestras mutuas relaciones[4]. Al mismo tiempo me exige exponer claramente la doctrina, pues nada es tan ajeno al ecumenismo como un falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina católica y oscurece su genuino y definido sentido[5].

Conversando sobre los Santos

Marlene: Yo no entiendo por qué los católicos tienen que rezar a los santos, ¿acaso eso no es idolatría?

José: Ok, permíteme que te explique exactamente que creemos.

Miguel: Adelante, explícate.

José: Lo que sucede es que los católicos creemos que "el que cree en Cristo tiene vida eterna", tal como dice la Biblia. (Juan 3,36)

Miguel: Es correcto, eso creemos todos.

José: Sí, pero si realmente aceptamos eso como un hecho, también aceptaremos las implicaciones que tiene, y una de ellas es que una vez que estamos unidos a Cristo, esta vida eterna no cesa ni se interrumpe con la muerte, sino que llega a su plenitud. Precisamente por eso le llamamos vida eterna y no vida interrumpida o algo por el estilo, pues es una vida que no cesa durante toda la eternidad. Nosotros creemos que quienes mueren en gracia de Dios pasan a gozar de su presencia, y desde allí siguen formando parte de la comunidad de amor que llamamos Iglesia, porque la Iglesia es…

Miguel: El cuerpo de Cristo.

José: Exacto. Una vez que pasas a formar parte del cuerpo de Cristo, no eres desmembrado al morir, sigues en su comunión de una manera incluso más intensa. En esa comunidad de amor ellos no pierden la capacidad de hacer peticiones a Dios. Si antes en vida podían interceder con sus oraciones por nosotros, ahora lo hacen con mayor fervor porque están en la plenitud del amor de Dios. Ellos no dejan de amar, ni dejan de preocuparse por nosotros. He allí la clave para entender el dogma de la comunión de los santos: como miembros del cuerpo de Cristo, que están unidos entre sí, siguen unidos incluso en el más allá.

Esta es la razón por la que los católicos decimos que la Iglesia está dividida en la Iglesia militante (aquellos que peregrinan por esta vida), la Iglesia triunfante (aquellos que ya triunfaron en el camino de la fe) y la Iglesia purgante (aquellos que se purifican antes de gozar de la visión de Dios, en lo que llamamos purgatorio, tema que quizá podamos platicar en otra ocasión).

Miguel: Oye, pero yo tengo entendido que cuando una persona muere duerme en el Señor. En la Biblia se ve por ejemplo, que cuando Lázaro muere está dormido: "Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.»" (Juan 11,11). Lo mismo con Esteban al morir se durmió: "Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió." (Hechos 7,60)

Marlene: Efectivamente, los que mueren duermen en el Señor.

José: Ok, déjame explicarte algo. Cuando la Biblia utiliza la palabra dormir para referirse a los difuntos se refiere a sus cuerpos, no a sus almas. En el mismo caso que mencionas de Esteban se ve cómo antes de dormir ve que el cielo se abre para recibirle: "Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.»" (Hechos 7,55)

Quienes creen que aquellos que mueren están inconscientes o incluso que no existen fuera del cuerpo son algunas sectas como los testigos de Jehová y adventistas que no creen en la inmortalidad del alma. Realmente ni los católicos ni los evangélicos creemos eso (los reformadores por ejemplo no pensaban así) sobre todo porque hay muchos textos bíblicos en donde esto se ve claro.

Miguel: ¿Como por ejemplo?

José: San Pablo confiesa que quiere morir para estar con Cristo: "Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia… por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros" (Filipenses 1,21-24)

Miguel: Por supuesto, pero eso quiere decir que quiere morir para dormir en el Señor.

José: No tendría sentido que Pablo quisiera morir para quedarse dormido, por el contrario, el dice que incluso fuera del cuerpo puede afanarse por agradar al Señor, y alguien dormido no se afana: "Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle (2 Corintios 5,9). Observa cuan convencido está que al salir del cuerpo estará con Cristo gozando de la visión de Dios: Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión… " (2 Corintios 5,6)

Hay muchos ejemplos más en la Biblia donde se ve que aquellos que han muerto no están inconscientes, recuerda el caso del profeta Samuel cuando se apareció luego de haber muerto a Saúl y le dijo todo lo que iba a suceder (1 Samuel 28,6-20). Un adventista te diría que no era realmente él sino un demonio, pero si te fijas bien en el texto, allí no dice eso sino que era el propio Samuel. Por otro lado todo lo que dijo fue cierto al punto que finalmente se cumplió. No parece ser la forma de actuar del Demonio que es el padre de la mentira.

También tenemos el caso del buen ladrón, al que Cristo le dice que ese mismo día estaría con él en el paraíso: "Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»" (Lucas 23,43). Sabemos por palabras de Cristo que la resurrección ocurrirá el último día (Juan 6,44.54; 11,24), sin embargo ya él desde ese día estaría con Cristo[6], ni dormido ni inconsciente.

Por si fuera poco, en la Transfiguración se ve claramente a Moisés y Elías conversando con Jesús (Marcos 9) y ellos estaban bien despiertos. En la parábola de Lázaro y el rico (Lucas 16,19-31), aún siendo una parábola, vemos una enseñanza real: aquellos que estaban esperando la resurrección de Cristo no estaban inconscientes, sino que unos sufrían tormento y otros felicidad.

Miguel: Pero entonces ¿por qué la Biblia dice que cuando venga Cristo, los que vivamos nos uniremos a los que ya durmieron en el Señor y será allí que estaremos con Cristo para siempre?. Recuerda que dice: "El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor." (1 Tesalonicenses 4,16-17)

Carlos: Cierto, eso tampoco yo lo entiendo, si ya los que mueren están en el cielo en presencia de Dios, ¿para qué van a resucitar el último día?

José: Porque la obra redentora de Cristo tiene que restaurar todo aquello que el pecado ha afectado. Una de las consecuencias del pecado fue que los hombres padeciéramos la muerte física, en donde se separa el alma del cuerpo. Pero Dios no nos creó originalmente así, y Dios tiene que restaurarnos completamente y eso ocurrirá en el último día. En ese entonces ya estaremos en el cielo pero con un cuerpo similar al de Cristo[7].

Miguel: Con nuestros cuerpos glorificados.

José: Efectivamente, pues eso es lo que explica San Pablo cuando habla de la resurrección: "Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual." (1 Corintios 15,42).

Y precisamente por todo eso, si se acepta que quienes murieron y se salvaron están con Cristo, no habría por qué dudar que pueden hacerle peticiones.

Marlene: Yo no lo entiendo de esa manera. Yo acepto que sí pueden estar con Cristo, pero tranquilos, y en santa paz, sin saber nada de lo que ocurre en la tierra ni estar preocupados por ello.

José: En la misma Biblia puedes ver que aquellos que están en presencia de Dios pueden hacerle peticiones. En al Apocalipsis por ejemplo, se ve a los mártires clamando a Dios: "Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: «¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?» Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos." (Apocalipsis 6,9-11). Observa en primer lugar que pueden pedir y sus oraciones son escuchadas, y en segundo, como ellos estaban enterados de lo que había ocurrido en la tierra, ya que de lo contrario no sabrían si ya se les había hecho justicia[8].

Miguel: Pero ¿cómo podrían enterarse de lo que ocurre si solamente Dios lo ve y lo sabe todo?, ¿cómo podría por ejemplo, la Virgen María, atender simultáneamente las millones de peticiones que recibe en un mismo instante de parte de millones de personas?

José: Lo que pasa es que estamos acostumbrados a ver las cosas al modo humano y pensamos que en el más allá el tiempo y los sucesos transcurren tal como ocurren aquí, pero eso no es así. Nosotros aunque no podemos entender como es el más allá, si podemos saber gracias a la Biblia que aquellos que están en presencia de Dios se enteran de lo que acontece.

Miguel: ¿En donde dice eso en la Biblia?

José: Jesús por ejemplo nos dice que los ángeles en el cielo se alegran cada vez que un pecador se convierte: "Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta." (Lucas 15,10). Imagina que en distintas partes del mundo se conviertan muchos pecadores al mismo tiempo, ¿dejarían por eso los ángeles de enterarse sólo por no ser omniscientes?[9]

Miguel: No, pero ellos se enteran a través de Dios.

José: Exacto, y es precisamente esa la misma forma por la que también se enteran los salvos que están en presencia de Dios de lo que aquí ocurre, recuerda que Jesús también dice que en el cielo seremos como ángeles (Mateo 22,30). Y si los ángeles se alegran (que significa también que se preocupan) por la conversión de un pecador, ¿no se puede esperar lo mismo de los que ya son como ellos?

Si vamos a la Carta a los Hebreos encontramos otro ejemplo. En el capítulo 11 el autor menciona a todos los santos y profetas fallecidos en la antigüedad, y luego en el capítulo 12 versículo 1 se refiere a ellos como una nube de testigos que tenemos a nuestro alrededor: "por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone" (Hebreos 12,1)[10]. Por si eso fuera poco, más adelante les menciona como la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo junto con los ángeles: "Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne, y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación" (Hebreos 12,22-23)

Por tanto, si unimos las piezas podemos ver que la enseñanza de la Iglesia Católica tiene mucho sentido, pues por la misma Biblia sabemos que: 1) quienes están salvados están en presencia de Dios, 2) pueden hacer peticiones, 3) a través de Dios se enteran de lo que ocurre, 4) no dejan de amarnos, ni son indiferentes a nuestros sufrimientos y necesidades 5) desean nuestro bien.

Tomando en cuenta todo esto no es ilógico pensar que pueden orar e interceder por nosotros.

Marlene: Pero igual yo no creo que sea necesario pedirles que oren por mí, porque yo puedo acudir directamente a Jesucristo.

Miguel: Es cierto, en la Biblia dice Jesús: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí." (Juan 14,6)

Marlene: También dice que hay "hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús." (1 Timoteo 2,5)

José: Lo primero que tenemos que distinguir es entre los distintos tipos de mediación. Una es aquella que solamente Cristo puede hacer, ya que él como Dios y Hombre verdadero era el único que podía morir por nosotros y redimir el género humano. Otra sin embargo es la intercesión, en la que los cristianos unidos a Cristo oramos e intercedemos unos por otros. Ustedes por ejemplo, aceptan que se pueden orar unos por otros, ¿no?

Miguel: Claro.

José: Pero incluso estando vivos no por eso usurpan el papel de Cristo como único mediador ¿cierto?

Miguel: No, claro que no.

José: De la misma manera aquellos que están en el cielo no lo hacen, porque sus oraciones y las nuestras siempre van en nombre de Cristo, tal como decimos en la Santa Misa: "Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos, Amen".

Marlene: Pero tengo que volver sobre lo mismo: yo pienso que no necesito pedir a ningún santo que interceda por mi porque yo puedo acudir a Cristo directamente.

José: Razonando de esa manera también yo podría decir que no necesito que nadie vivo ore por mí, ya que yo también puedo pedir por mí mismo. Es evidente que sí, que cada quien puede hacer peticiones para él mismo, pero recuerda que Dios nos ha querido hacer partícipes de su obra salvadora y por eso le complace que oremos unos por otros. No hay por qué ver como excluyentes la oración personal con la oración comunitaria, no es el et-et, sino el aut-aut, pues no se trata de sustituir la propia oración por la intercesión de los santos, sino de añadir a la propia oración la de ellos, todos unidos como una comunidad de amor.

Si volvemos sobre las palabras de San Pablo cuando dijo que Cristo es el único mediador, vemos que antes también dijo: "Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres… Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador", lo que demuestra que el propio apóstol no ve la intercesión de unos por otros como un conflicto con la única mediación de Cristo.

Miguel: Aun así yo sigo sin encontrar

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