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Pero... ¿cómo animarles a que lean? Como bien dedujo Daniel Pennac,
obligar a leer es un error; por obligación no funciona. El amor a la lectura, como
todos los demás amores y aficiones, no se puede imponer. El verbo leer, como el
verbo amar, no soporta el imperativo. Y mucho menos con adolescentes de
secundaria.
Pero... ¿se puede fomentar un deseo? ¿se puede inducir a querer hacer algo
que además requiere tiempo, cierto esfuerzo y concentración y cuyos “beneficios” no
son inmediatos? La publicidad nos contestaría que sí, e incluso nos ayudaría
mostrándonos cómo persuadir, cómo despertar las ganas de leer. Nos aconsejaría que
en nuestras “acciones-anuncio” cumpliéramos una serie de requisitos:
que las hagamos con pasión y entusiasmo contagioso;
que al “comprar” y “consumir” el “producto”, los “alumnos-consumidores” se vean
recompensados con la satisfacción de ver cumplidas algunas aspiraciones y
necesidades humanas, como disfrutar, sentir que progresan, sentirse queridos,
valorados y aceptados en su grupo...;
que tratemos de eliminar los prejuicios y recelos que tiene el “consumidor-alumno”
respecto del producto, cambiando su opinión acerca del mismo (cambiar el sistema
de creencias acerca de una actitud, puede animar a realizarla o, al menos, a no
mostrarse reacio a probarla);
que facilitemos el proceso de aprendizaje, haciendo que el alumno progrese, que
no se estanque, que no tenga sensación ni experiencias de fracaso. Como
menciona J.A.- Marina, “el atractivo de una tarea es el resultado de dividir el placer
que produce por el esfuerzo necesario para conseguirlo”, y “leer no será un plan
muy atractivo si la satisfacción conseguida es pequeña o el esfuerzo exigido es
grande”.
Y no hay que olvidar mencionar las utilidades de la lectura. Aunque sepamos que
el alumno las conoce y aunque sepamos que ese conocimiento no le ha impulsado
a adquirir el “producto”, no está de más recordárselas haciendo especial hincapié
en aquellas que atañen al tipo de consumidor al que van dirigidos los anuncios (en
este caso, adolescente, alumno de Secundaria). Hay que “venderle” que la lectura
le ayudará a comprenderse y a tomar decisiones importantes, a madurar emocional
e intelectualmente, a desarrollar su espíritu crítico, etc.
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Basándose en estos requisitos, existen variedad de estrategias y acciones para
fomentar la lectura:
creación de bibliotecas de aula con la participación y gestión del alumnado, para
leer, por ejemplo, cuando acaben las tareas;
hora de lectura semanal (en silencio) con presentación de libros seleccionados con
la colaboración del alumnado y comentarios abiertos de lo leído;
potenciar la biblioteca del instituto;
visita de escritores, después de leer su libro y haber charlado sobre él;
lectura en clase en voz alta a los alumnos, como propone Daniel Pennac,
compartiendo con ellos nuestra dicha de leer, haciendo que la lectura sea
participativa.
Con estas actividades se han obtenido algunos logros; el mayor ha sido constatar
que es difícil conseguir una afición y hábito sólido, estable y duradero, cuando en casa
los familiares no leen, no tienen el hábito lector. Cuando el alumno puede contar lo
leído, hablar sobre ello, no sólo en el aula, sino también en casa con su familia, los
efectos motivadores se multiplican.