Está en la página 1de 2

PRETEXTOS

CUENTO CHINO: PERDIDAS Y GANANCIAS

Miguel Huezo Mixco

“Primero fui emperador, después barrendero. El destino me marcó para cumplir ambos
oficios. Nunca elegí ni tuve el privilegio de la opción. En el vientre de mi madre se prefijo
mi destino”. Con esta sentencia comienza una breve narración de nuestro poeta mayor,
Alfonso Kijadurías. El cuento es, entre otras cosas, una metáfora sobre las pérdidas y las
ganancias, sobre lo que tenemos que estar dispuestos a soltar para encontrar eso que Juan
Matus, el brujo yaqui de los libros de Carlos Castaneda, llamaba “el camino que tiene
corazón”.

El personaje nace emperador (hijo del cielo) y crece protegido por los altos muros de la
Ciudad Prohibida, teniendo por refugio el trono del dragón, pero en realidad es un
prisionero de su propio poder: de los eunucos, de sus ministros y de sus intrigas. “No
conocí el amor, sólo las amarguras de las separaciones”, se lamenta. De Tze Hsi, la madre
emperatriz, mejor conocida como el Anciano Buda, “aprendí que la virtud debe extenderse
desde lo más bajo hasta lo más alto y que el cielo tiene justicia y el emperador su castigo”,
dice.

Más que los desastres provocados por las sediciones de sus súbditos, al emperador-
barrendero le agravia la traición de los eunucos, que se burlaron de él y arrojaron al suelo
sus libros y cuadernillos de apuntes, su espejo tallado a mano por el maestro ciego, la silla
de raso amarillo, sus lentes y su bastón.

En la tradición china, los eunucos --hombres desprovistos de sus genitales— eran


empleados del palacio imperial y en esa condición gozaban de privilegios. En las aldeas
más remotas y empobrecidas de China muchos jóvenes se sometían voluntariamente al
suplicio de la castración (realizada por un barbero-cirujano) con la esperanza de acceder al
exquisito círculo del poder, y algunos llegaron a ser importantes operadores del poder y
hasta colaboraban en grandes decisiones de Estado. “Ellos tejieron con maestría la alfombra
de mi ascenso y mi caída”, dice.

Pero para nuestro emperador-barrendero estos no eran los únicos que le fastidiaban. Sus
mayores dolores de cabeza provinieron de los levantamientos de los boxer, instigados por
los misioneros cristianos. “No hay peor chino que un chino catequizado por un jesuita”,
sentencia.

Fuera de las noches de juegos eróticos, el emperador-barrendero no recuerda otro placer tan
grande. “Guardo, no obstante, de esas mismas noches las risas y las carcajadas, como
premonición de la locura de Wan Jun, el suicidio de Wen Hsin y mi propia desgracia. Pocas
veces se tocan las campanas grandes, los vasos llenos no hacen ruido”.
Pérdidas y ganancias. Es muy posible que en el Universo exista una gigantesca y sutil
balanza en la que cada uno de nosotros deposita sus miserias y sus logros. Nuestras
arrogancias y nuestras equivocaciones, al lado de nuestros pequeños 21 gramos – lo que
pesa un colibrí-- de aprendizaje. Y el que se sueña emperador quizás no es otra cosa que un
humilde barrendero empeñado en cortar el ciclo de los acontecimientos. Difícil tarea:
“Barrer un patio en otoño es tarea imposible. Entre más se barre, más hojas caen de los
árboles”.

Hay tanto que barrer. El emperador-barrendero empuña la escoba con las mismas manos
con las que escribe sentencias y poemas. Pero es quizás en esa posición en donde,
finalmente, le sea posible burlar las terribles fuerzas enemigas. “La escoba es grande”. Y en
ese palo, como dice el poeta, están grabadas de manera indeleble las huellas de nuestras
manos.

También podría gustarte