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Enero 25, 2004

Eduardo Galeano

El emperador del mundo


No haba nacido en ella, pero en sus calles dorma y reinaba. Por impresionar a su reina y seora, se haba hecho rey de reyes y seor de seores. Por ella, por promesa de amor, no se haba cortado nunca la barba ni el pelo, que le llegaba a los pies. Y por deber de obediencia, cada dos por tres cambiaba de castillo: llevndose a cuestas todo su reino, que caba en un par de cajas de cart n, se mudaba desde alg!n banco del Parque del "risto hasta las escalinatas de la iglesia del #agrado "ora$ n, o hasta alg!n recoveco del muelle de "aballera. %l servicio de ella, y de sus muchos merecimientos, sola convocar su &lota de buques caoneros y sus ej'rcitos del alba, del medioda, del atardecer y de la medianoche. Y por ella inspirado, declaraba guerras, &irmaba paces y redactaba proclamas, ante los leones del Paseo del Prado, rodeado por su guardia de alabarderos y algunos s!bditos que eran curiosos de paso. %ll, por complacer a la seora de sus desvelos, perdon p!blicamente a los guerrilleros de la #ierra (aestra, que le haban copiado la barba. )l "aballero de Pars, gallego venido de *ugo, nunca acept limosnas. Para alimentarse, tena de sobra con el sol que ella le daba. Y en ella yace, ahora, bajo el suelo del convento de #an +rancisco, junto a los obispos, los ar$obispos, los comendadores y los conquistadores. )n ella duerme: en esa dama destartalada y altiva, llamada *a ,abana, que vela su sueo.

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