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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

EL PUEBLO Y SU FANTASMA
POSCOLONIAL
CAMILO VALLEJO GIRALDO

Estas palabras nacen de un sentimiento más que de una razón, fluyen de un violento dolor que
hace gritar pero que al tiempo infla el corazón de esperanza. Estas letras quieren saltar de las
hojas porque desean ir hasta las tierras excluidas y olvidadas, para allí poder narrar el sueño y
regalarlo.

EL ‘MALO’ IMPOSIBLE DE GOBERNAR

Es extraño si uno lo piensa bien. Por todas partes hay oportunidades para delinquir.
La constitución del estado de Texas no establece ningún requisito para ser sheriff. Ni
uno solo. No existen leyes del condado. Un cargo que te confiere casi tanta autoridad
como Dios y para la cual no se exige ningún requisito y que consiste en preservar
unas leyes inexistentes, ya me diréis si eso es o no es peculiar. Porque yo digo que lo
es. ¿Funciona? Sí. El noventa por ciento de las veces. Gobernar a los buenos cuesta
muy poco. Poquísimo. Y a los malos no hay modo de gobernarlos. Al menos que yo
1
sepa

Para el sheriff Ed Tom Bell lo impresionante no es tener que defender leyes inexistentes, o que por
tal motivo su cargo le confiera tantos poderes como a Dios (eso le corresponde resolverlo a los
destinatarios de sus disertaciones), lo que en realidad le resulta incómodo es tener que reconocer
que, aún así, su misión siempre resulta incompleta, pues a los “malos” es imposible gobernarlos.
¿Pero qué ocurriría si se imaginara que estas palabras no son fruto de la mente de un viejo sherrif
que está atrapado en la inmensa sequedad del suroeste de Estados Unidos, sino que hacen parte
del imaginario propio del actual Estado-nación, liberal, moderno y poscolonial? Se encuentra
seguro un Estado que se revuelca en su paradoja existencial, en su resistencia a reconocer que a

1
McCarthy, Cormac, No es país para viejos, Barcelona, Mondadori, 2006. Esta edición
corresponde a la traducción que Luis Murillo Fort hace de la obra de McCarthy, que
originalmente se tituló No country for old men y sobre la cual fue basada la película que lleva el
mismo nombre, dirigida por los hermanos Coen en el año 2007.
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los “malos” no puede someterlos a su totalidad, una que se funda más en un imperio que en una
nación.

Hay que advertir entonces que los “malos” de los que se habla aquí, están más allá de la
dimensión de los traficantes que enfrenta el sheriff Bell a lo largo de la frontera, puesto que para el
Estado-nación ese otro maligno no son más que las subjetividades que no ha logrado absorber.
Siendo hijo póstumo de la Colonia, al Estado actual le corresponde anular toda humanidad que
quede por fuera de lo que él mismo ha determinado como humanidad, es decir que debe “abstraer
2
de las muchas naciones, como fuese, un solo Estado-nación” , un solo imperio, así fuera necesario
3
“humillar al antagonista, dominarlo, hacerlo dócil. En fin, hacerlo parte del sistema” .

Entonces, teniendo en cuenta lo anterior, cuando se dice que el poder constituyente es propio del
pueblo, al tiempo que se intenta resolver toda diferencia a favor de la conservación del Estado-
nación moderno, surge la agenda que pretende encuadrar dicho poder constituyente dentro de los
límites mismos del Estado constituido, toda vez que el fin es no permitir que las denuncias
provenientes de ese pueblo “malo”, que resiste a su poder, salgan a la luz y pongan en evidencia
su fragilidad y su falta de legitimidad.

P UEBLO Y PODER CONSTITUYENTE

EL PU E BLO D E CO L O MB IA

en ejercicio de su poder soberano, representado por sus delegatarios a la Asamblea


Nacional Constituyente (…) decreta, sanciona y promulga la siguiente

CO N ST IT UC IÓ N PO L Í TIC A D E C O LO MB IA

En su preámbulo, la constitución de Colombia reconoce el poder soberano del pueblo, no sólo por
capricho de la Asamblea Constituyente sino en atención a la ideología constitucional imperante, la
cual reconoce la capacidad del pueblo para otorgarse a sí mismo una constitución, para reformarla,
derogarla o sustituirla, es decir que reconoce a éste como sujeto de poder constituyente. En este

2
García Arboleda, Juan Felipe, Regeneración o catástrofe. Derecho penal mesiánico durante el
siglo XIX en Colombia, Bogotá DC, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2009, p. 52
3
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p. 41.
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sentido, teóricos colombianos como Luis Carlos Sáchica, han llegado a señalar que dicho poder
constituyente es un poder que no deriva de otro, es “autogenerado”, nace de sí mismo y se
convierte así en su propia fuente; es un poder del cual surgen los demás poderes constituidos que
conforman el Estado. Se ha dicho igual que su ejercicio, por ser “prejurídico”, no está condicionado
a norma alguna puesto que es previo al ordenamiento normativo, hecho del cual se concluye la
4
imposibilidad de discutir su validez jurídica o su legalidad .

En cuanto a las razones por las que el poder constituyente debe ser conservado por el pueblo
soberano, Vladimiro Naranjo Mesa, otro de los teóricos que se han considerado como de consulta
obligada, ha expuesto:

En el fondo de estas reflexiones sobre el origen y fundamento del poder se trata de


buscar un fundamento a la obediencia de los gobernantes y, ante todo, de establecer
barreras que impidan que el poder se torne absoluto y despótico. (…) [dentro] del
origen popular del poder, ya que viniendo éste del propio pueblo, resulta lógico que
5
sus mandatarios ejerzan ese poder en interés del pueblo.

Así se evidencia la ideología que se ha colado en el actual ordenamiento constitucional de


Colombia: un pueblo soberano que ejerce el poder constituyente, no sólo para determinar su
ordenamiento constitucional, sino también para legitimar poderes constituidos que se limiten a
partir de la obediencia que le deben rendir. Sin embargo, y antes de celebrar lo que aparenta ser
una tímida victoria, lo que hasta aquí se ha podido observar no es más que un óleo en el que David
Apter pareciera haber descubierto su “nivel paradigmático del discurso”, un tiempo y un lugar
6
donde las palabras no sobrepasan el plano metafórico o mítico .

En el Estado-nación moderno y poscolonial, ese cuadro en el que orondo se observa el pueblo


como poder constituyente, y en el que se ven a la soberanía popular y la legitimidad del Estado
tomados de la mano, termina siempre encontrándose normas constitucionales que delimitan la
capacidad y la oportunidad del pueblo para ejercer el poder que le corresponde. Allí, en ese punto,

4
Sáchica, Luis Carlos, Derecho constitucional general, Bogotá DC, Editorial Temis, 2006, p. 20.
5
Naranjo Mesa, Vladimiro, Teoría constitucional e instituciones políticas. Bogotá DC, Editorial
Temis, 2000, p. 129.
6
Cfr. Apter, David, ‚Political violence in analytical perspective‛, en García Arboleda, Juan Felipe,
op. cit., p. 27.
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algo comienza a difuminar los colores de tan mítico cuadro. ¿Si el pueblo ejerce un poder
constituyente no sujeto a norma alguna, por qué debe seguir los parámetros que la constitución y
las leyes prescriben para su reforma o sustitución? La respuesta apropiada, y sobretodo decente,
sería decir que es así porque el pueblo, representado por la asamblea constituyente, lo decidió al
determinar su constitución.

EL PUEBLO ‚ BUENO ‛ Y EL ‚ MALO ‛ EXCLUIDO

En la misma norma constitucional el pueblo es susceptible de ser usado, como entidad retórica, al
tiempo que es objeto de la más fuerte limitación y represión, como poder constituyente. En este
sentido, lo que más sobresale es el servicio que presta el pueblo al Estado para servir de
legitimador de su existencia, de su acción y su decisión; pero allí pareciera que se tratara más de
un legitimador posterior que la causa primaria del ordenamiento político y jurídico.

The true purpose of elections is shown most beautifully by Jose Saramago‟s novel
Seeing. There, for no apparent reason, an unknown city casts blank ballots. The
reaction of government is to treat the city as contagious, to seal it off, to oppress and
attempt to destroy this terrible event. Elections are the stuff of public Right, they are
the event upon which the system bases its legitimacy. Without elections, even the
7
mirage of the sovereignty of the people cannot be maintained.

Dentro de este análisis se descubre la necesidad del Estado por mantener la integridad del pueblo
más como entidad retórica que como sujeto de poder, puesto que así es que posibilita y conserva
su vida, en la medida en que evita al máximo esa corriente de Heráclito simbolizada en el pueblo-
constituyente, mantiene el poder hegemónico que enriquece y privilegia a tan pocos, y otorga cierta
regularidad en el desarrollo del Estado que procura lo que tanto le agrada al capital: la seguridad y
el orden. En este punto pareciera que el pueblo-retórico es incluido dentro del discurso del Estado
para defenderse del pueblo-constituyente, o lo que podría ser dicho en otras palabras como que el

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Wall, Illan Rua, Power and London’s ‘summer of rage’? 2009,
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pueblo es el escudo del Estado para protegerse del pueblo mismo. Si llevamos esto de nuevo a los
8
esquemas propuestos por Apter, se estaría entonces ante el nivel metonímico del discurso .

En el plano paradigmático, o metafórico, del discurso, se habla de un pueblo “todopoderoso” que


conserva todas las calidades del poder constituyente, pero en el plano metonímico: 1) se encuentra
la necesidad del Estado de legitimarse de modo posterior a través del pueblo-retórico, pero
sobretodo, 2) se halla el interés de reprimir, limitar y encauzar el pueblo-constituyente para evitar la
destrucción de lo constituido.

En una indudable demostración de cinismo y bipolaridad por parte de la doctrina constitucional


colombiana, al tiempo que sostiene las más hermosas formas sobre el poder constituyente que
recae en el pueblo, reconoce la existencia de una dimensión que desborda la retórica: el papel
legitimador del Estado que tiene el pueblo dentro del plano discursivo.

Una profusa mitología puebla de abstracciones la religión de los demócratas.

Su repertorio es extenso:

1. El pueblo –realidad inorgánica que no tiene presencia ni sustancia definidos- al que


se le imputa la decisión de la mayoría ocasional, no es más que la parte de la
sociedad cuya voluntad coincidió en el momento azaroso de la votación.

9
(…)

Son entonces hechos como las votaciones, las consultas populares, los referendos, la designación
de asambleas constituyentes, formas para legitimar una hegemonía representada y enmarcada en
los poderes constituidos; incluso el grado de conformidad y de popularidad, expresado en el
marketing político y en las afamadas encuestas, ahora es nombrado como aptitud legitimadora del
pueblo que se dice soberano y constituyente. La misma doctrina cínica y contradictoria así lo
señala.

Manipulados los electores, convertidos en esos procesos por las técnicas de


mercadeo en competencia de imagen entre candidatos, la gente espera hechos,
obras, beneficios.

8
Cfr. Apter, David, ‚Political violence in analytical perspective‛, en García Arboleda, Juan Felipe,
op. cit., p. 28.
9
Sáchica, Luis Carlos, Nuevo constitucionalismo colombiano, Bogotá DC, Editorial Temis, 1996,
p. 180.
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El grado de conformidad es la piedra de toque de la legitimidad.

Por otra parte, en el plano metonímico, dentro del interés del Estado de protegerse de la capacidad
transformadora del pueblo, se descubre también en la doctrina lo que en este aparte se ha
denominado como la exclusión del “malo”. Para entrar en materia es bueno tener en cuenta los
siguientes extractos:

De la obra de Vladimiro Naranjo Mesa:

La titularidad del poder constituyente en un pueblo sólo cabe reconocerla en potencia,


o sea, en el sentido de que no hay nadie predeterminado para ejercerlo. El ejercicio
„en acto‟ de ese poder constituyente se radica, en „razón de eficacia‟, en quienes,
dentro del mismo pueblo, están en condiciones, en un momento dado, de determinar
11
la estructura fundacional del Estado y de adoptar la decisión fundamental.

De uno de los estudios de Luis Carlos Sáchica:

Los hombres que constituyen un Estado político, que lo fundan o sustituyen el


existente por otro, ejercitan poder constituyente. Quienes tienen esa capacidad,
dentro de cada comunidad, son los titulares del poder constituyente. (…) De manera
que no hay titulares innatos ni gratuitos de ese poder, ni titulares abstractos y
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anónimos, ficticios, como el pueblo, la nación, el soberano.

Tomar el poder constituyente como una potencia, puede no ser una posición atrevida por sí sola,
incluso es lo más aceptado, lo que empieza a aterrorizar es creer que los titulares del poder
constituyente son quienes dentro de esa potencia anónima, y en un instante determinado, tienen la
capacidad o las condiciones de fundar un ordenamiento político y jurídico. Pero entonces ¿cómo se
reconoce a los individuos de esa potencia que tienen capacidad para el ejercicio del poder
constituyente? ¿Cómo se determina dicha capacidad de ejercicio? ¿Qué ocurre con la parte de
dicha potencia que al momento del acto constituyente no se considera capacitado ni con las
condiciones para ello?

10
Sáchica, Luis Carlos, op. cit.,
11
Naranjo Mesa, Vladimiro, op. cit., ps. 360 y 361.
12
Sáchica, Luis Carlos, Derecho constitucional general, op. cit., p. 20.
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En principio, el reconocimiento de la capacidad de ejercicio parece hacerse más oportuno de


manera posterior al acto constituyente, pues sólo así puede destacarse como una nueva ocasión
para legitimarse en el poder. Así es como quienes se ubican en el lugar de poder legitiman su
condición en tanto se señalan a sí mismos como “capaces” de haber efectuado el acto
constituyente previo que derivó su posición hegemónica, no tanto para indicar dentro de un
discurso mesiánico que sólo ellos pudieron haberlo efectuado, sino que es más por dar a entender
que todo acto constituyente futuro deberá ejecutarse por los mismos medios y procesos, y por esa
misma porción del pueblo: esos individuos situados en el poder, esos que se han denominado a sí
mismos como “capaces”, ese pueblo “bueno”.

Esa idea que bien se ha detectado dentro de la doctrina constitucional, y que ha sido consecuencia
de la actual agenda política, es un proyecto que no sólo pretende dejar en un segundo plano toda
connotación potencial del poder constituyente, sino que, al hacerlo prevalecer como “acto”
antepone el concepto de “capacidad” de todo aquél que lo emprenda. Entonces surge una
cuestión. ¿Una vez el acto constituyente arroja un poder constituido, qué sucede con aquella parte
del pueblo que se ha entendido incapaz dentro de dicho ejercicio del poder constituyente? En la
respuesta parece no tenerse que ahondar mucho, pues hoy por hoy parece obvio que: 1) o dicho
pueblo “incapaz” no debe participar ni disfrutar de lo constituido, pues no fue obra suya, o 2) puede
hacerlo siempre que lo haga de acuerdo a la interpretación, las condiciones y los medios que los
“capacitados” han definido para ello. Es así como, por ejemplo, en las reformas agrarias de la
primera mitad del siglo XX en Colombia, los campesinos pudieron participar y disfrutar de ellas
siempre que actuaran conforme al ideal de aproximación de la tierra que el poder “capaz”
determinó: la producción eficiente y la maximización.

Desconocer al poder constituyente como potencia, es despojarlo de su infinidad, de su


desbordamiento esencial, es someterlo a condiciones y circunstancias que no hacen más que
enmarcar un cuadro sin orillas. Naranjo Mesa al principio reconoce su condición de potencia, pero
enseguida, y dentro del mismo párrafo, asevera que una vez cometido el “acto” su titularidad recae
sobre los que se considera que tienen las “condiciones” en ese momento determinado. Lo que no
hacen, ni Naranjo ni Sáchica, es entrar a ahondar sobre la significación de dichas condiciones, de
dicha capacidad.

La capacidad que, según ellos, determina la titularidad del poder constituyente una vez ha surgido
el “acto” constitucional, es una condición a la que sólo parece poderse aproximar de manera
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posterior a dicho “acto”, es decir que sólo puede significarse una vez se ha ejercido el poder
constituyente, una vez la “potencia” ha pasado a ser “acto”. Entonces ese significante, “capacidad”,
sin duda comienza a llenarse con el significado que disponga la porción del pueblo que ha
ejecutado el “acto” constitucional y que generalmente con ello ha alcanzado importantes órbitas de
poder, y es así no sólo con la intención de legitimarse como “capaces” de emprender el “acto” que
los ha llevado a lo constituido, sino también para excluir de dicha capacidad a aquellos
antagonista. Entonces dicha “capacidad” termina entendiéndose como las simples mayorías, como
la simple fuerza bélica o económica, como las condiciones de propiedad y de alfabetismo, o como
la popularidad dentro de la opinión pública. Todo parece indicar que esa “capacidad” de la que se
habla, busca más legitimar la hegemonía de esa parte del pueblo que disfruta de lo constituido, que
identificar la titularidad del poder constituyente.

Entonces subsiste un interrogante: ¿Qué ocurre con esa parte del pueblo que se entiende incapaz
dentro del acto constituyente y sobre el cual, en consecuencia, se dice que no recae el poder
constituyente? Habrá que empezar diciendo que a este pueblo “incapaz”, más que apartarlo se
busca es incluirlo dentro del acto, así como dentro de lo constituido, pero siempre debiendo seguir
los significados ajenos que ha establecido la otra parte del pueblo “capaz”, “bueno”, muchas veces
“redentor”. De lo que se busca excluir a ese pueblo “incapaz”, “malo”, es del lugar desde donde se
nombran y se llenan los significantes, es decir que se le excluye del lugar de la palabra y de la
decisión, puesto que es necesario para ese pueblo “bueno”, en la medida en que el poder
constituyente que recae como potencia en el “malo” es el que amenaza con subvertir el orden
constituido. Una vez llegado el acto, es una necesidad desconocer la titularidad que el “otro” tiene
dentro del poder constituyente, es una necesidad desconocer la potencia que recae sobre el
“malo”, puesto que es más favorable si lo que se quiere es logar constituir un orden que le permita
al “bueno” gozar de su hegemonía.

“(…) la dimensión del acto supone un antes y un después, supone un corte, una
transformación, una discontinuidad, supone que algo se crea, que algo ve luz. (…) En
la lengua misma, en el depósito de saber que constituye la lengua, ya está previsto
que hay palabras con consecuencias y que hay palabras sin consecuencias: hay
13
palabras que unas vez se dicen, cambian el mundo (…)” .

13
Brodsky, Graciela, El acto psicoanalítico y otros textos, Bogotá DC, Nueva escuela lacaniana –
Bogotá, 2002, ps. 11 y 12.
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Al “malo” no se le convida al acto, por la fuerza que este encarna y por la amenaza que aquél
representa; sólo se le otorga algún papel extra para conseguir fuerza en esa escena que el “bueno”
ya ha emprendido. Dentro del acto constituyente el “malo” puede participar con su lucha y su
sangre, pero nunca con sus palabras, pues para el “bueno” es peligroso que hable pero necesario
que luche. Al “malo” se le somete a lo constituido: se le somete porque se hace indispensable
conservar, o mejor, aparentar, la integridad del pueblo y así enarbolar una supuesta nación que lo
único que hace es encubrir un imperio.

La integridad del pueblo y la unificación de la nación, no sólo se requieren para hacer omnipresente
el imperio del poder, se requieren para legitimar la constitución, pero sobretodo sus modos de
reforma o sustitución, que son establecidos por los mismos “buenos” y que en ningún momento
pueden desconocerse en la medida en que las han definido como únicas vías de ejercicio del
poder constituyente; haciendo creer que eso es posible. A través del pueblo-retórico, no sólo se
desconoce la desintegración del pueblo-constituyente al momento del acto, sobretodo la exclusión
del “malo”, sino que además se fundamenta la fuerza y la legitimidad de la constitución y de los
modos de ejercicio del poder constituyente que en ella se establecen como únicas. Es entonces
cierto que la integridad del pueblo y la unificación de la nación no es pacífica, es un campo donde
se encuentran el sometimiento y la resistencia; es una escena que se repite en donde el poder
constituyente quiere liberarse del poder constituido; y se habla de lo constituido porque este orden
excede incluso a la constitución creada.

De todas formas la exclusión del “malo” no deja de ser una opción constante, pues la exclusión le
permite al “bueno” hegemónico no sólo desfigurar los principios de su antagonista, sino callar sobre
los propios o simplemente “llenarlos con palabras vacías que se acerquen al plano mítico que
14
evocan” . Lo constituido por los “buenos” se funda en conceptos con pretensión de universalidad,
cuya función esencial es la exclusión, pues cualquier contenido particular que no se inscriba en
15
ellos “queda desplazado del lenguaje como elemento espurio condenado al afuera” . Por
consiguiente, esta lógica de la exclusión es también un necesidad, y por ella se edifica una
identidad política con la exigencia ontológica de endilgarle al “malo” todo con lo cual el “bueno” no
quiere ser identificado, necesitando entonces de un “prontuario” en el que se consignen todas las
16
condiciones paupérrimas que provienen del “malo” : la pobreza, la ignorancia, o la “incapacidad” y
la falta de “condiciones” para el ejercicio del poder constituyente. La identidad del “bueno” se

14
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p 36.
15
Sanín Restrepo, Ricardo, La democracia en tu cara, 2009,
http://democraciaentucara.blogspot.com/, p. 6.
16
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p 31.
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configura entonces “como ausencia del ‘Otro’, sin que emerja una identidad como positividad, como
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presencia”

S OMETIMIENTO DEL ‚ MALO ‛

Se busca entonces articular al pueblo “malo” dentro del orden constituido, a pesar de que puede no
haber participado en el acto constituyente que lo arrojó. Pero esta vinculación se hace por la
fuerza, es en extremo violenta y muchas veces engañosa; el “malo” más que participar de un orden
ajeno, ingresa a un espacio de terror.

Me refiero con esto a que pensemos a través del terror, el que además de ser un
estado fisiológico lo es también social, y cuyos rasgos especiales le permiten servir
como el mediador por excelencia de la hegemonía colonial: el espacio de muerte
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donde el indio, el africano y el blanco dieron a la luz un Nuevo Mundo.

Ese pueblo que funda el Estado, que legitima la constitución y que justifica el orden constituido,
debe mostrarse como una entidad sólida, fuerte y sobre la cual no se vislumbre grieta alguna, pues
cualquier intersticio, cualquier espacio vacío, significaría el desenmascaramiento de la supuesta
racionalidad que se encarna en su orden, siendo el poder constituyente que le subyace el que lo
desnuda y el que expone su racionalidad de lo irracional, el supuesto orden de un devenir
impredecible. No obstante la hegemonía, y sobretodo ese pueblo “bueno” que tanto se beneficia
con lo que ha logrado constituir, insiste en mostrar un pueblo único y unido, y para ello se tiene que
valer de lo que sea; no está dispuesto a perder su gloria y pretende entonces erradicar toda
amenaza, y la amenaza es esa potencia del poder constituyente que radica en el “malo” que el
mismo pueblo “bueno” ha dejado por fuera.

Muestra de esto es lo que afirma Sáchica en una de sus obras: “Importa mucho la cohesión del
pueblo, derivada de caracteres étnicos; de identidad cultural, como la idiomática; de comunidad
espiritual, como la religiosa; en fin, de todos aquellos factores que hacen de un pueblo una nación,

17
Cfr. Laclau, Ernest & Mouffe, Chantal, ‚Hegemony and socialist strategy‛, en García Arboleda,
Juan Felipe, op. cit., p 31.
18
Taussig, Michael, Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje, Bogotá DC, Norma, p. 27.
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un sujeto colectivo, distinto, capaz de autonomía y personificación política como Estado”. Y allí es
donde viene el espacio de terror, el imperio que devora la nación, la violencia, la fuerza, la
anulación de la diferencia, el silenciamiento de lo local frente a lo universal, el desconocimiento del
otro por la ceguera narcisista del yo. Pero ese pueblo “bueno”, generalmente hegemónico en la
medida en que ha ejecutado el acto constituyente, se resiste a imaginar lo que es evidente. Todo
su orden constituido no es más que una abstracción que ha sentado sus bases sobre una
pretensión imposible: la racionalización del pueblo y el encuadramiento del poder constituyente.

LA CONDICIÓN FANTÁSTI CA DEL PODER CONSTIT UYENTE

La literatura latinoamericana del siglo XX, sobretodo de su segunda mitad, se pasó sus días
tratando, en parte, de evidenciar lo aquí se trata de decir. Escritores latinos de varias
nacionalidades dedicaron sus vidas a narrar las historias de aquellos a quienes la oficialidad los ha
dejado sin voz y sobretodo a evidenciar que incluso dentro de las estructuras modernas, que se
creen cerradas y completas, hay grietas por las que se cuela lo fantástico, lo mágico, aquello
excepcional que rebate lo que se cree irrebatible y que pone de presente que hay otro: otra
realidad posible, otra nación que rebate el imperio.

En obras del colombiano Germán Espinosa, como La tejedora de coronas, Los cortejos del diablo,
Los ojos del basilisco y El magnicidio, se destacan protagonistas (Genoveva Alcocer, Rosaura
García, Baccellieri y Manuel del Cristo, respectivamente) que fungen de “malos” dentro de su
realidad y así, trascendiendo su condición individual y representando un ideal de pueblo y de
nación, su maldad termina por constituirse en un presupuesto ontológico para una revolución
20
histórica contra el imperio.

El ser humano sólo es la ocasión (por su limitación) en la que se manifiesta lo finito y


contingente: el mal. Por eso, la limitación hace posible el mal, pues el hombre está
destinado al cumplimiento de la norma contingente y, al mismo tiempo, su destino lo
21
“inclina” al mal de su transgresión histórica.

19
Sáchica, Luis Carlos, Derecho constitucional general, op. cit., p. 120.
20
Forero Quintero, Gustavo, La culpa en la novela histórica de Germán Espinosa, en ‚Germán
Espinosa. Señas del amanuense‛, Bogotá D.C., Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008,
ps. 86 y 87
21
Forero Quintero, Gustavo, La culpa en la novela histórica de Germán Espinosa, op. cit., p. 86.
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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

El pueblo junto con su poder constituyente rebasa en cualquier instante todo lo constituido; a pesar
que se pretenda su limitación y represión, es una fuerza que permanece intacta y que surge de
entre los vacíos del orden, así lo desestabiliza y lo pone en jaque pues denuncia su imperfección;
el poder constituyente es el caos amenazante de la seguridad de lo constituido, es el reino
fantástico que subvierte el racionalismo del Estado-nación moderno:

En algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el castigo
por haberse acordado del reino. En alguna risa, en alguna lágrima, la sobrevivencia
del reino. En el fondo no parece que el hombre acabe por matar al hombre. Se le va a
escapar, le va a agarrar el timón de la máquina electrónica, del cohete sideral, le va a
hacer una zancadilla y después que le echen un galgo. Se puede matar todo menos
la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que
profundamente atormenta y desata y engaña.
(Rayuela de Julio Cortázar. Capítulo 71)

Ese pueblo “bueno” no terminará de eliminar el pueblo “malo”, por el contrario este vendrá siempre
a arrebatarle el timón, a hacerle zancadilla. El poder constituyente es ese otro que no es
imaginación, que no es sueño; es realidad pura, de esa que incluso no se puede ver; es una fuerza
inmedible y hasta irreconocible que por lo mismo no puede ser definida por lo que constituye. El
pueblo es en quien recae y cuando ello se desconoce, esa potencia, esa energía, viene de cuando
en cuando para recordar no sólo que algo se ha quedado por fuera, sino que siempre, por más que
atemorice, algo no encajará dentro del esquema, pues siempre un cambio que excede al derecho
estará esperando. Aunque la norma constitucional muchas veces lo desee, el pueblo constituyente
no duerme, pues lo “llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que atormenta…”
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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

NOMBRAR AL PUEBLO POR FUERA DE LA


AMENAZA POSCOLONIAL

Digamos que el mundo es una figura, hay que leerla. Por leerla entendamos generarla.

Si se atienden estas palabras que en Rayuela Julio Cortázar ha puesto en la boca de Morelli, se
podría entender que el pueblo no es una entidad que puede concebirse por fuera de la lectura que
los sujetos hacen de éste; por el contrario, es una figura que se genera a medida que se va
leyendo, o mejor, a medida que se va nombrando. El pueblo, tanto su entidad como sus
cualidades, son definidas por sí mismo y nunca por lo que crea. Para el sujeto el pueblo no es un
afuera al que puede ir y del que puede regresar. El sujeto está en el pueblo: en la medida en que
es pueblo es que lo nombra, y en la medida que lo nombra es pueblo.

Para lograr nombrar al pueblo por fuera de lo que se ha llamado “fantasma poscolonial” es
indispensable, en primer lugar, reconocerlo dentro de la dinámica política e identificar a lo que este
espectro heredado ha conducido. En cada subversión, en cada resignificación y en cada
revolución, este fantasma termina apareciendo pues parece como si los sujetos políticos que gozan
de él se resistieran a dejarlo atrás, incluso haciendo pensar que ha desaparecido o que
simplemente no existe. Entonces la lucha de este texto es comenzar a revelarlo, a ubicarlo, a ver
directamente su rostro, no sólo para detectarlo cada vez que aparece, sino para exterminarlo del
todo como si se fuera un Ghostbuster..

Cuando se le nombra, el pueblo se genera, ello implica la responsabilidad que tienen los individuos
al momento de conformarse como tal. Por ejemplo la dicotomía entre el pueblo “bueno” y el pueblo
“malo”, de la que atrás se habló, no es una explicación del pueblo, mucho menos una
representación, es la apuesta por la que algunos sujetos han optado al momento de nombrar el
pueblo, arrojando uno que se limita, que se reprime y que se encauza a sí mismo, uno en el que
una fracción elegida, “capaz”, toma el timón y define las agendas del pueblo en general, pero sobre
todo, que estipula modos concretos en los que el pueblo-constituyente supuestamente debe actuar
como poder constituyente. ¿No es esto lo que en Colombia ahora se ha denominado “Estado de
opinión”?
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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

El pueblo que se ha generado dentro del Estado-nación moderno, es un espacio de terror, de


exclusión, de represión, y no puede desconocerse que eso ha sido causado por los mismos sujetos
que lo conforman. El pueblo no es así por capricho o por esencia ontológica, es así por los sujetos
que lo conforman y lo nombran. Un régimen moderno y capitalista ha llevado a un pueblo donde se
hace realidad el pasaje bíblico que Juan Felipe García ha reseñado: el Valle de Josafat.

[En el valle de Josafat] Todos son los convocados pero no todos son los elegidos;
para la elección es preciso un juicio, que como se ve en el texto, tiene la connotación
22
de una disputa por la herencia, una batalla.

Y pareciera ser que esa “capacidad” que se predica para el ejercicio del poder constituyente, que
tan repetidamente se destaca en la doctrina constitucional, es una representación de ese juicio que
pretende excluir al “malo”. Porque ¿quién, y a partir de qué, define la capacidad de ejercicio del
poder constituyente? En últimas es el “bueno” el que define al “malo” para enajenarle dicha
capacidad.

El pueblo entonces se ha convertido en un escenario de lucha por la hegemonía, más que un lugar
en el cual se identifican los sujetos. Dentro de la dinámica del pueblo moderno, todo tipo de
herramientas han sido desarrolladas por sectores de éste con el fin de ubicarse en lugares
privilegiados que permiten edificar su propio goce y velar la verdad sobre los cuales se ha
sustentado, sobre todo, a través del cierre de las discusiones políticas y de la sutura de las
significaciones por medio del arrojamiento de un conjunto de universales para ellos innegociables:
muchas veces la propiedad, la libertad, la moral, el derecho.

Obtener la hegemonía significa que se ha adquirido la posibilidad de llenar el sentido


de la realidad social, es decir, poder sostener una subjetividad política como la
positividad que hace posible el cierre o el fin de las discusiones sobre los significados
23
sociales, con la capacidad de llenarla de positividad.

22
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p. 47.
23
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p. 42.
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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

El pueblo se nombra con una enorme búsqueda de hegemonía, pero no se hace con la llana
intención da hacer prevalecer un universal que permita mantenerse en el poder; lo que desea el
sujeto político poscolonial y moderno, no es una verdad, o un universal, su objeto de deseo es el
lugar desde donde se enuncia, pues incluso negociará hasta sus más arraigados principios con el
fin de nunca perder su posición jerárquica desde donde se produce y se controla la verdad, desde
donde se nombra al pueblo. Así hasta el pueblo termina siendo, para este sujeto, otro escenario de
lucha, pues para él los universales no son fijos, varían de acuerdo a las necesidades que requiera
24
para llegar al poder y conservarlo.

De esta forma, el proyecto de pueblo del “bueno”, ese en el que el ejercicio del poder constituyente
termina recayendo en unos “capacitados”, ese en el que se pretende incluir por la fuerza al “malo”
en un orden constituido en el cual no participa para su definición o su interpretación, termina
arribando a una última etapa en donde esa subjetividad “capaz” se presenta discursivamente como
guía de un tiempo en el que los antagonismos han desaparecido, como referente de una paz que
25
sólo encubre su pretensión de dar fin a lo político . Pero es una pretensión imposible y es eso
precisamente lo que permite el ejercicio de la política, el ejercicio del poder constituyente del
“malo”, “en el sentido de mantener abierto el debate acerca de las diversas proposiciones que la
26
pluralidad de actores sociales pueden defender” .

Aproximarse al pueblo, al tiempo que se pretende la consolidación de una hegemonía, es


precisamente la persistencia en ese modelo colonial en donde un imperio define por sí mismo el
tiempo y el espacio de la realidad, borrando de paso toda forma de expresión singular e individual
que corre paralelamente. Debe entonces dejarse a un lado la pretensión de los universales que
cierran toda discusión política, pues ellos, en una labor colonial, parecen como “marcos que son
neutrales y acabados en sí mismos, que no resisten ningún tipo de reto, ni ético, ni estético, ya que
ellos marcan el inicio del lenguaje, en ellos el lenguaje se programa como elemento puro y
simplificado que otorga sentido a todo el sistema que, curiosamente por su virtud, se sobreentiende
a sí mismo (…) El universal es el afuera inasible para el lenguaje pero que crea el lenguaje en su
27
totalidad.

24
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p. 56.
25
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p. 42.
26
García Arboleda, Juan Felipe, op. cit., p. 42
27
Cfr. Douzinas, Costas, ‚El fin de los derechos humanos‛, en Sanín Restrepo, Ricardo, op. cit.,
p. 4.
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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

Debe, por el contrario, reconocerse que ese orden constituido por un poder constituyente que
recae únicamente en un sector “capacitado” del pueblo, es un entramado de universales
conservadores que han sido establecidos a la fuerza, con violencia e incluso con terror. Es
necesario identificar que esos universales (lo constituido) están soportados en su propia
incapacidad de realizarse completamente, toda vez que su contradicción se encuentra adherida a
28
él mismo . Al pueblo se le nombra, se le genera, reconociendo la trampa de lo universal,
aceptando que éste jamás constituirá un marco neutro de una multitud de contenidos particulares,
no será nunca un contenido ya realizado que genere todo lo demás. El pueblo debe partir del
presupuesto de que “el universal divide, separa, destroza toda entidad individual, escinde lo
particular, y sólo en la medida en que rompe cualquier propósito armónico se afirma como
29
universal” .

Es entonces imperativo abandonar la idea de un poder constituyente ejercido por un pueblo


“bueno” y “capaz”, y así dejar a un lado la apuesta por constituir un orden de universales
excluyentes. El pueblo debe entonces generarse como un escenario de encuentro, pero aún más,
de reconocimiento del otro, en el cual las subjetividades políticas no converjan para sacar partido,
sino para identificar en la otredad los caracteres que las constituyen, bien sea como sujetos en sí, o
como miembros de una multitud de particulares. El sueño es que el pueblo se nombre como una
decisión por el otro; ese otro que no requiere una salvación, sino que ansía reconocimiento y voz
propia. Quien enuncia el pueblo no debe hacerlo con la pretensión de constituirse en su voz, sino
con la voluntad de llegar a regalarle al otro la voz propia.

Dentro de esa opción por el otro es que el poder constituyente puede respetarse como potencia y
sobretodo como posibilidad de revolución y de revelación de la verdad; evita su represión y
limitación, y garantiza que su titularidad recaiga en la totalidad del pueblo, arrebatándolo de esa
porción elegida y volviendo realidad su fantasía retórica. El reconocimiento de la otredad posibilita
nombrar y generar al pueblo desde la autonomía y no desde la hegemonía, permite promover una
agenda donde la ética excede el derecho constituido, donde la justicia puede dejarse de identificar
con el Estado actual, donde el amor es la opción de dar la vida por el otro.

Los fariseos le preguntaron a Jesús cuándo iba a venir el reino de Dios, y él


respondió:

28
Sanín Restrepo, Ricardo, op. cit., p. 7 y 8.
29
Sanín Restrepo, Ricardo, op. cit., p. 5.
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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

- La venida del reino de Dios no se puede someter a cálculos. No van a decir:


“¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!” Dense cuenta que el reino de Dios está entre ustedes.

A sus discípulos les dijo:

- Llegará el tiempo en que ustedes anhelarán vivir siquiera uno de los días del Hijo del
hombre, pero no podrán. Les dirán: “¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!” No vayan; no los
sigan. Porque en su día el Hijo del hombre será como el relámpago que fulgura e
ilumina el cielo de uno a otro extremo. Pero antes él tiene que sufrir muchas cosas y
30
ser rechazado por esta generación.

31
“Los hombres no encuentran la verdad: la hacen, como hacen su historia” ; así es como el sujeto
está obligado a generar su propio pueblo a partir de la palabra, tal como lo recuerda Julio Cortázar.
El pueblo no es una idea que se logra, no es un punto al que se llega, no es un universal que se
halla por fuera del sujeto, es una figura ideológica que al nombrarla y leerla él mismo la genera;
pero una vez el sujeto político lo hace, debe emprender la retirada, debe dejarle al otro su regalo,
porque el pueblo debe llenarse a sí mismo de sentido para lograr un uso constitutivo de su poder
constituyente y salir de eso que García Arboleda ha denominado “uso obsceno del derecho”, ese a
partir del cual la hegemonía ha obtenido tanto goce.

Evey: These tracks lead to Parliament.


V: Yes.
Evey: Then it‟s really going to happen, isn‟t it?
V: It will if you want it to.
Evey: What?
V: This is my gift to you, Evey. Everything that I have: my home, my books, the
gallery, this train… I‟m leaving to you to do with what you will.
Evey: Is this another trick, V?
V: No. No more tricks. No more lies. Only truth. And the truth is you made understand
that I was wrong, that the choice to pull this lever is not mine to make.
Evey: Why?

30
Tomado del evangelio de San Lucas, capítulo 17, versículos del 20 al 25.
31
Cfr. Veyne, Paul, ‚¿Creyeron los griegos en sus mitos?‛, en García Arboleda, Juan Felipe, op.
cit., p. 78.
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El Pueblo y Su fantasma Poscolonial

V: Because this world, the world that I‟m part of and that I helped shape, will end
tonight. And tomorrow, a different world will begin, that different people will shape, and
32
this choice belongs to them.

Este es el final; esta es mi retirada.

MANIZALES & POPAYÁN


SEPTIEMBRE DE 2009
BOGOTÁ D.C.
OCTUBRE DE 2009

32
Tomado de la película V for Vendetta, dirigida por McTeigue, James, y escrita por Wachowski,
Andy & Wachowski, Larry. Warner Bros & DC Comics. 2005.

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