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El oro desaparecido
Austin Gridley
Pete Rice/10
 
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CAPÍTULO ISOMBRA DE MUERTE
La diligencia de la tarde de la Standard Lines dejó Wilcey Center para dirigirse aRangeville, según el itinerario oficial.Viajaban en el vehículo cuatro viajeros, de los cuales tres eran visibles. Eran elcochero o conductor, el guarda particular y un anciano viajero de rostro afable. Elcuarto pasajero no era visible.¡El cuarto era la Muerte!Era un día claro. El sol estaba muy alto en el abovedado azul celeste. Sin embargo,aquella sombra parecía moverse con la diligencia cuando ésta traqueteaba sobre lacarretera.Tuffy McShane, el guarda particular, parecía sentirlo más que su compañero depescante “Gawky”
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 Henderson. Este último empujaba las riendas flojamente.Estaba, sin duda, más interesado por su propia pipa que por cualquier otra cosa.Henderson era alto y flaco, y la longitud de su cuello le había valido el sobrenombrede “Gawky”. Casi se dormía guiando aunque ocasionalmente miraba de soslayohacia la salvia que bordeaba las revueltas del camino, que iba a perderse en losmontes distantes.-¿Examinó usted sus herramientas antes de partir, compañero?Era la voz de Tuffy McShane la que acababa de sonar. El guarda particular mirabasignificativamente a Henderson.-Siempre lo hago, Tuffy -contestó Henderson-. ¿Por qué?-¡Oh... por nada! -dijo Tuffy McShane, cayendo de nuevo en su mutismo.Pero su actitud era la de un halcón en viva y nerviosa tensión. Sus ojos se posabande cuando en cuando en las fundas de sus 45. Sus manos grandes y huesudascolocaron la escopeta de dos cañones algo más arriba de sus rodillas. Sus ojos,pequeños y negros -como gemelos de azabache-,giraban escrutadores a uno y otrolado. Miraban las escarpadas paredes del estrecho cañón a través del cual sedeslizaba la diligencia.-Este es un Infierno admirable para una emboscada -observó Tuffy McShane.Henderson le miró, como censurándole. Hizo luego una mueca que puso aldescubierto la doble hilera de dientes, demasiado admirable para un hombre decincuenta años. Sus treinta y dos dientes naturales, excepto uno, estabanfirmemente asentados en las encías. Y aquel único diente que le faltaba fue extraídopor un potro mesteño.-Parece esa una extraña observación, viniendo de usted -dijo Henderson.Y, realmente, parecía extraña. Tuffy McShane era un hombre curtido, vigoroso.Quizá tenía a veces un poco de whisky en su cuerpo, pero nunca dejó transparentar un asomo de miedo. Habría peleado con una manada de pumas en una cueva deserpientes de cascabel. Compartía con Pistol Pete Rice, el sheriff de la Quebradadel Buitre, la distinción de ser el mejor tirador del distrito de Trinchera, en Arizona.Tuffy asintió a la observación de su compañero, y añadió:-Lo sé. Pero a veces el más templado experimenta ciertos temores.Y al hablar así miró singularmente hacia arriba, a la vegetación achaparrada quemoteaba las paredes del cañón.
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Gawky
, papanatas
 
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-No habría aquí mucho lugar para esconderse -fue la opinión de Henderson-.Demasiadas rocas. De cualquier modo, ¿quién querría detenernos ahí arriba? -y alhablar así bajó la voz instintivamente-. Ni un alma sabe una palabra de ello.-¡Escuche! -dijo, como un exabrupto, Tuffy McShane-. Cosas como éstas rezumanpor sí solas a veces. Y cuando hay oro en una diligencia todas las precauciones sonpocas.Tuffy inclinó su cuerpo a un lado y a otro, para terminar encorvándolo a fin de lanzar una ojeada al viajero solitario del interior del vehículo. Aquel individuo estabamaterialmente hundido en su asiento y sus ropas aparecían en desorden.Una botella de whisky medio vacía caída junto a él podía explicar su posición y eldesarreglo de sus vestidos. Su cuerpo se zarandeaba a compás de la diligencia,según los tumbos que ésta daba por lo desigual del terreno.-Está dormido como un ceporro -observó Tuffy-. Parece un ser completamenteinocuo el viejo chiflado, pero creo que si vuelve a abrir los ojos se dejará los dientesen la botella. No me vendría mal a mí un latigazo de esos...-Antes le ofreció a usted uno -le recordó Henderson.-Ya. Pero yo siempre lo tomo con agua. Por ejemplo -y secundó la frase con ungesto-, si tomase tres cuartos de whisky al día, tomaría tres cuartos de agua con él.Tomaré un trago, cuando lleguemos allá arriba, al depósito del agua.El camino salía entonces fuera del cañón y pasaba rápidamente junto a un trozo deterreno sembrado de algodoneros. Hacia adelante, a unas dos millas, estaba la altacúspide de granito que guardaba el Depósito de agua de las Diez Millas.El rostro de Tuffy McShane aparecía serio otra vez.-Gawky -preguntó-, ¿no ha sentido usted nunca un extraño presentimiento de algúnpeligro cercano como si le fuese a ocurrir algo?Henderson miró sospechosamente al guardián.-No recuerdo que me haya ocurrido jamás -contestó-, excepto antes de las comidas.Entonces experimento la sensación de que voy a comer... si hay algún cloqueoalrededor.Una ráfaga de viento agitó el chaparral. Aquello llamó un momento la atención delguardia, antes de hablar otra vez.-No me refiero a eso. Ya me ha sucedido antes lo que ahora siento. Fue en Texas.Estaba llevando a cabo un trabajo para la Cattle Association. Un ladrón de ganadotrataba de cazarme. Me volví en el momento crítico.-¿Le alcanzó usted?-En mitad del corazón... Eso fue todo -contestó Tuffy, ceñudo.Tras una pausa continuó:-No sé lo que es, Gawky, pero ahora experimento lo mismo. A la primera señal depeligro, dispararé primero y preguntaré después. No me gusta jugar a lasprobabilidades.-Acaso tenga usted razón -concedió Henderson-. Pero éste es sólo el segundocargamento de oro que llevamos. Seguramente que en casa de Rattingan nadiesabe una palabra de esto.-El piensa que está seguro -corrigió Tuffy-. Un hombre jamás puede estar seguro denada. Hay siempre gentes en este trayecto que acechan el oro que pueda pasar por él.Dejó vagar la vista a través de la selva. Una neblina azulada empezaba a elevarse adistancia. Hacía el sol, una cortina llameante de oro se esparcía en el cielo conformese hundía aquél lentamente hacia el borde del horizonte.

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