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jueves 05 de febrero 2009 | 9:03:05 PM
La batería es el centro del rock. Es la
base del ritmo, la velocidad y la
cadencia, pero también es el símbolo de
la centralidad, del núcleo, de la energía.
Representa asimismo la fuerza y la
estridencia del máximo género popular
de nuestros tiempos. Fuente de vigor y
dispersadora de poder a través de ondas
sonoras que atraviesan los centros
receptores auditivos provocando la
mímesis de golpes y movimientos.
Golpeteo en las tarolas y aceleración
pulsar. Turbina impulsora de vértigos y
engendradora de espacios sónicos
saturantes, envolventes. Después de ella
viene todo lo demás. El vasto conjunto de
posibilidades del guitarreo, los diferentes
niveles de acompañamiento del bajo, la
adición y el manejo de los sintetizadores,
los innumerables matices vocales, los
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Número actual
La base del disco es, por supuesto, el
desempeño de Jan Axel Blomberg quien,
autodidacta casi por completo (excepto
por unos meses de clases de batería
jazzística en su adolescencia), es un
genio de su arte. Si Ordo ad Chao nos
lleva al interior de una caverna por medio
de la desesperación lírica y la rispidez
musical filtrada por una producción
intencionadamente sucia, In Sorte Diaboli
(“Los elegidos del diablo”; Nuclear Blast,
2007), de Dimmu Borgir, la otra
producción importante en la que participó
Hellhammer durante el 2007, nos
proyecta al mundo de la alta producción
comercial de nuestros días, con su
obsesivo trabajo de masterización,
ecualización y segmentación tonal
grabada en alta fidelidad y con el máximo
volumen posible.
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rejuegos de la lírica. Pero sin ella, centro
fundacional de la ejecución, todo lo
demás se desplaza, se disloca, deviene
cualquiera otra cosa, excepto rock en el
sentido histórico del término. Sin batería
no hay rock, y esto es un axioma.
Surgido al mundo de la música de manera
contundente y estrepitosa hace 19 años,
uniéndose a la legendaria e infame
segunda alineación de Mayhem, Jan Axel
Blomberg es hoy en día el mejor baterista
de heavy metal del planeta. Si pensamos
que el metal, en todas sus vertientes,
tiene aproximadamente cincuenta por
ciento de los más destacados bateristas
de rock del mundo (mientras que el
cincuenta restante está entre el
progresivo, el alternativo y el pop),
Hellhammer (su nombre de batalla) es
quizá el mejor baterista de rock en la
actualidad.
Muestra fehaciente de ello son las
producciones de 2007 de las bandas
Mayhem y Dimmu Borgir en las que fungió
como pilar de sus respectivos sonidos;
ambos, referentes ineludibles del metal
negro escandinavo, siendo
respectivamente los fundadores y los
popularizadores del subgénero alrededor
del mundo.
Mayhem, su banda original, tras las
alturas de fineza en la producción y
pulcritud en la ejecución de su anterior
entrega, Chimera (Season of Mist, 2004),
decidió realizar lo que posiblemente es la
única opción después de crear una obra
magistral: algo claramente diferente.
Teniendo frente a sí el reto de cubrir el
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Dígase lo que se dijere de Dimmu Borgir
(especialmente en el sentido de que se
han convertido en un producto más de la
mercadotecnia, impulsores de la
agresividad fingida, el satanismo de
súper y la imagen de rudeza al estilo del
alardeo de adolescente bravucón), han
sido una banda importante dentro del
metal extremo contemporáneo.
Destacados ejecutantes y eficaces
transmisores de los elementos esenciales
del black metal, el éxito de mercado los
ha impulsado a esforzarse cada vez más
en los detalles técnicos y de producción
de sus grabaciones.
Siguiendo con el giro dado a su sonido
global con Death Cult Armaggedon, el
disco de 2003, que incluyera el relieve de
la orquestación sinfónica, los subrayados
corales, la omnipresencia de los teclados
y el énfasis en los hooks de guitarra (giro
más de expansión sonora que de
comercialización), el presente álbum
posee una característica adicional que lo
vuelve extraordinario: el desempeño de
Jan Axel Blomberg.
Para continuar con la imagen acuática,
en In Sorte Hellhammer emerge a la
superficie desde lo subacuático para
proyectar en la libertad del aire una
explosión de ondas sonoras fluyendo en
su elemento natural: el espacio molecular
de la atmósfera.
Cargado de imaginería satánica, cuyo
principal efecto se logra por la calidad
del arte visual más que del retórico, ya
que, si todo hay que decirlo, las letras del
álbum son de requisito: superficiales,
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hueco dejado por un vocalista tan
peculiar como lúgubre y potente, hacedor
de espacios interpretativos demenciales
como lo es Maniac (hoy vencido por los
excesos toxicológicos), con la
reincorporación de la voz del cumplidor
pero intrascendente Attila Csihar, cuyo
mayor mérito es haber sido el vocalista
principal de la placa que les diera fama
mundial: De Mysteriis Dom Sathanas
(Century Black) del 93, el grupo se
embarcó en la creación de Ordo ad Chao
(“El orden del caos”; Season of Mist,
2007) con la clara conciencia del punto
de referencia diferencial.
El resultado fue positivo con dos
peculiaridades: 1) Los años transcurridos
desde el lanzamiento de De Mysteriis,
con su estela de variados proyectos
personales posteriores, el regreso
emergente para terminar con la gira
mundial de Chimera a finales de 2005, así
como la experimentación con la banda de
rock hipersónico Sunn 0))), han hecho de
Attila, ahora sí, un vocalista
sobresaliente que imprime personalidad a
lo largo de la producción. 2) El recurso de
la opacidad en la grabación para generar
un sonido global sucio, utilizado cada vez
más por las bandas para “regresar” a un
sonido “primitivo”, fue llevado a cabo con
precisión, dando como resultado un disco
que mezcla la experiencia de ejecución
de la banda con el acabado artificioso de
las producciones caseras de sus inicios.
Las letras discurren por los caminos del
nihilismo, siguiendo la línea de su
anterior producción, aunque ahora han
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obvias y, en todo caso, remiten
mayormente a una humanización de la
figura del diablo como representante de
las virtudes de la libertad de acción y de
pensamiento que a su instanciación como
entidad opuesta a lo divino; algo que si
estuviera bien trabajado nos acercaría
más a la filosofía vitalista nietzscheana
que a la tradición satanista occidental
clásica. Pero no todos tienen la
capacidad reflexiva en materias
metafísicas que han mostrado bandas
como Celtic Frost o el último Mayhem. En
realidad, lo mejor de Dimmu Borgir es su
manera de pararse sobre un escenario y
hacer de la oscuridad un show completo:
“Crack up the amps/ Now it’s night: Black
Metal”, como consecuentemente dicen en
“Black Metal”, track extra de la edición
japonesa del álbum que ahora nos ocupa.
Concentrándonos en lo musical, el disco
satura al máximo los componentes
instrumentales que lo conforman para
crear una estructura armónico-estridente
en la que la base rítmica a todo vapor se
liga en tres cuartas partes al momentum
del órgano sintetizado, trayendo al siglo
XXI lo que en su momento Rush
presentara como una de sus máximas
aportaciones al arte roquero. Marcado
por la velocidad de las guitarras, la
incansable voz semi gutural del ahora
estrella del Ozzfest, Shagrath
(constantemente acompañada por coros
que a más de un fan del metal extremo le
causarán desconcierto), y el bajo
sostenido a velocidad, la motricidad
detrás de la maquinaria al rojo vivo que
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dado un giro cósmico: pensar a la raza
humana, y todo lo que es caro a ella,
como un parpadeo dentro del tiempo
universal. Vanos seres con vanas
creencias y vanos deseos que terminarán
hechos polvo “cuando el sol invertido
nunca se oculte” (“Psichic Horns”).
En la parte de la ejecución el estilo
general en las guitarras y el bajeo
engendra atmósferas de devastación y
desesperación, apropiadamente
delineadas por la voz a punto, teatral y
significativa, de Attila.
Para describir cómo quedó grabado al
final el trabajo de Hellhammer utilizaré la
siguiente figura: es como si hubiera
estado tocando debajo del agua. Sin
embargo, a pesar de la intencionalidad
con la que fueron eliminados los rasgos
de ecualización que hubieran permitido
escuchar con toda nitidez la pulcritud de
su ejecución, su trabajo es imponente: un
estruendo endemoniado en el que cada
golpe es preciso, incluyendo los espacios
de su depurada técnica de blastbeat (a
razón de 180 pegadas por minuto), así
como las puntuaciones y corolarios en el
uso de la campana y los platillos,
formando en conjunto una filigrana ardua
y complicada de ecos, puntuaciones,
expansiones, concentraciones; una
catarsis del golpeteo engendrador del
espacio del metal en su máxima
expresión: un pozo sonoro de poder y
crudeza inusitados.
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es la última placa de Dimmu Borgir son
los tambores y los platillos de Blomberg.
Dechado de dinámica, defenestrando
cualquier otro estilo que no sea el del
metal extremo (aunque con sus
peculiaridades autorales propias),
apuntalando el umbral que separa las
ejecuciones tradicionales típicas del
mainstream de aquellas musicalmente
contestatarias, marcadas por la
agresividad, el vértigo y la fuerza, es
posible que Hellhammer se encuentre en
la cúspide de su carrera en tanto que
ejecutante. La manera en que su
exclusivo estilo convirtió sendos discos
de sendas bandas en discos suyos habla
por sí misma. Se encuentra ya en el
vértice de convertirse en una rareza: un
baterista solista. Al mando absoluto de
ese símbolo del poderío en espera de un
chispazo que lo vuelva incandescente;
arquetípicamente similar a los
sedimentos energéticos del planeta, los
minerales fósiles del subsuelo profundo:
lago de energía latente de ineluctable
potencia dinamizadora.
guillenfree@yahoo.com.mx
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