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ICFES
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Cultura, Artes y Humanidades
Presidente de la República
ALVARO URIBE VELEZ
Vicepresidente de la República
FRANCISCO SANTOS CALDERÓN
Ministra de Educación
CECILIA MARÍA VELEZ WHITE
Director General
DANIEL BOGOYA MALDONADO
Secretario General
GENISBERTO LÓPEZ CONDE
Subdirector Académico
CARLOS PARDO ADAMES
Subdirector de Logística
FRANCISCO ERNESTO REYES JIMÉNEZ (E)
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INSTITUTO COLOMBIANO PARA EL FOMENTO DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR - ICFES
Autores
CARLOS AUGUSTO HERNÁNDEZ
JULIANA LÓPEZ CARRASCAL
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Cultura, Artes y Humanidades
CONTENIDO
Presentación 9
Advertencia 11
Introducción 19
I
CULTURA
La cultura de la imagen 31
La imagen fragmentada 37
Cultura, artes y humanidades 42
Etica y estética, libertad y necesidad 51
II
ARTES
Observación del hombre y del arte 65
Sobre la obra de arte 70
Arte y poesía 84
Ciencia, técnica y arte 87
Sobre la formación de los artistas 94
Arte y sociedad 104
III
HUMANIDADES
La naturaleza de las humanidades 117
Studia humanitatis y humanismo 123
Hermenéutica, reflexión, lectura y escritura 130
Las humanidades hoy 134
Bibliografía 153
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ICFES
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Cultura, Artes y Humanidades
PRESENTACIÓN
Inevitablemente estos problemas aparecen cada vez que se discute sobre el sen-
tido de la formación integral y desbordan los límites de las facultades de artes y
de humanidades. Los autores son conscientes de que los lectores potenciales de
esta publicación no son sólo los miembros de las comunidades académicas di-
rectamente aludidas y se han esforzado por utilizar un lenguaje que llegue a
quienes, desde diferentes formaciones e intereses, se sientan convocados a la
discusión sobre estos aspectos de la formación integral.
Más que ofrecer soluciones, se trata aquí de plantear problemas. Las reflexiones
contenidas en el texto se ofrecen a la comunidad académica como aportes a la
discusión sobre las tareas actuales de las artes y las humanidades y apuntan a
hacer visible la necesidad de una formación ética y estética y a poner de presen-
te la importancia de que toda la educación, en sus diferentes campos y niveles,
reflexione sobre la importancia estratégica de las artes y las humanidades. Es
claro que los puntos de vista que se plantean o se sugieren comprometen a los
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ICFES
DANIEL BOGOYA
Director General del ICFES
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Cultura, Artes y Humanidades
ADVERTENCIA
El territorio de las humanidades y las artes es, como se sabe, ilimitado. Se trata
precisamente del universo de símbolos en donde se afirma más clara y visible-
mente la dimensión inabarcable de la creación. Aquí las herramientas mismas
se transforman en el contacto con lo que aparece como fruto del trabajo; las
pautas y las técnicas se ponen al servicio de lo incondicionado y toda sujeción
se orienta a ampliar el campo de la libertad. Las lecturas posibles de la obra de
arte son inagotables. El sentido del cuadro, del poema o de la obra de teatro se
crea de algún modo en cada mirada, en cada lectura, en cada contexto de su
aparición. Así, podría decirse que la poesía es, cada vez, una experiencia nue-
va. Cada vez que leo un poema, la experiencia sucede. Y eso es la poesía.(Borges,
2001). También el acontecimiento histórico y el texto filosófico se abren a los
múltiples significados que hace visibles la interpretación.
La teoría y el método cumplen una función central, sin duda, en el campo de las
artes y las humanidades y son más importantes allí donde se aspira a construir
un discurso sistemático que oriente las tareas de la crítica y la reconstrucción
racional; pero se ofrecen ante todo como herramientas útiles para el trabajo de
los creadores y como formas elaboradas de lectura de ese trabajo. En cada área
se han decantado algunas pautas básicas de trabajo, algunos temas y conceptos
centrales, algunas perspectivas de análisis que se han revelado fructíferas; estos
elementos, que podríamos llamar paradigmas, recogiendo un concepto de
Kuhn elaborado para las ciencias, constituyen una referencia obligada para la
construcción de los programas de formación en las distintas áreas; pero pueden
darse y coexistir distintos enfoques en un campo y esos distintos enfoques pue-
den implicar elecciones distintas de lo fundamental.
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ICFES
Con razón se han criticado algunas historias del arte por centrarse en las artes
plásticas, descuidando la música y las artes representativas; aunque hemos in-
tentado hablar del arte de un modo muy general, esa misma falta de atención se
puede reconocer en los ejemplos a los que hemos acudido. En particular, puede
señalarse la ausencia de una reflexión cuidadosa sobre la música entre las ca-
rencias que es necesario reconocer por adelantado en este texto. Sobra decir
que esa ausencia no se debe a una jerarquización arbitraria de las artes, sino al
reconocimiento de que se requiere mucho trabajo y un gran desarrollo de la
sensibilidad para hablar con propiedad de algunas artes.
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Cultura, Artes y Humanidades
Las artes y las humanidades, como las ciencias y las técnicas, como la religión
y la política, pertenecen al territorio de la cultura. La cultura es el campo de lo
humano, el universo de símbolos en el cual nos reconocemos y reconocemos a
los otros. En ese universo, el nuestro, aparece la naturaleza como el espacio de la
acción humana, como material de trabajo y fuente de subsistencia. Aparecen
también los otros como miembros de una organización social susceptible de ser
conocida y transformada. Actuamos en ese espacio, pero también somos cons-
tituidos y transformados por él. Damos forma a las cosas e incidimos en la vida
de los otros; pero también nos abrimos a la sociedad y a las cosas y somos
transformados por ellas. Actuamos sobre el mundo con nuestro saber y nuestras
técnicas y el mundo actúa sobre nosotros gracias a nuestra sensibilidad y a
nuestra disposición a aprender. De este modo no sólo construimos y modifica-
mos el entorno sino que establecemos un diálogo con el mundo y con los otros.
Las artes y las humanidades ponen de presente aspectos esenciales de ese diá-
logo. Obligamos a la naturaleza a someterse a nuestros dictados una vez que el
lenguaje adecuado nos revela las regularidades que podemos poner a nuestro
servicio, pero también reconocemos la belleza -esa forma de humanidad que
instalamos en las cosas- y nos embriaga la conciencia de sentir que hay algo
misterioso que se revela en la palabra y en la obra de arte que escuchamos y
contemplamos con la actitud de quien está dispuesto a recibir. Nuestra capaci-
dad de crear y transformar en los campos de las artes y las humanidades depen-
de de nuestra capacidad de abrirnos poniendo en juego nuestra sensibilidad y
disponiéndonos a comprender. Inevitablemente somos actores y receptores y
sólo como herederos de la cultura podemos actuar en el mundo con posibilida-
des de realizar nuestros fines.
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Una vez que reconocemos los distintos modos de trascender interactuando con
los otros, dando forma a los objetos del mundo, descubriendo nuestras huellas
en lo que hacemos y nuestra imagen en un proyecto de humanidad que hereda-
mos y transformamos, se nos hace evidente la temporalidad propia de la memo-
ria individual y colectiva y del futuro presente, y experimentamos la conciencia
de una colectividad extendida en el espacio y el tiempo vinculada por el lengua-
je. Cuando examinamos las fuentes de nuestros sueños y el origen de nuestras
ideas sobre el bien, la justicia y la belleza y advertimos la naturaleza de lo que
compartimos con nuestros semejantes y el material de que están hechas nues-
tras convicciones y nuestras dudas, advertimos que no sólo existimos aquí y
ahora, sino que lo que somos y lo que hacemos se nos da en un universo de
sentidos, el lenguaje, que nos instala en la historia colectiva.
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Cultura, Artes y Humanidades
Introducción
los pueblos más jóvenes y las de los más antiguos. Algunas obras, partiendo del
suelo nutricio de las culturas locales, se han levantado tan alto que se convierten
en patrimonio de la humanidad. Las artes plásticas y la literatura han llevado la
vanguardia, pero hoy se recatan las músicas y las concepciones filosóficas de
los diversos pueblos. En el campo de tensiones de la cultura, las fuerzas crecien-
tes que disuelven la diversidad se enfrentan al reconocimiento también creciente
del valor incalculable del patrimonio intangible de la humanidad.
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son artistas por vocación, quienes de algún modo están destinados a ser artistas,
puedan enriquecerse con esos elementos recogidos y organizados en una tradi-
ción; la afirmación del talento y la vocación no invalida en absoluto los aportes de
la academia; las biografías de los creadores nos dejan ver el modo como los artis-
tas plásticos o los poetas recogen con avidez en la academia las pautas que incor-
poran, con las que dialogan críticamente o de las que se distancian radicalmente.
En todo caso, es importante reconocer que los discursos sobre el arte son algo
distinto del arte mismo y que toda aproximación teórica al arte como problema
(ésta entre otras) se dirige hacia el arte, mira al arte, pero no necesariamente lo
conoce de forma suficiente.
La intención de este trabajo es, entonces, lanzar una mirada sobre la naturaleza
de esas prácticas humanas que aporte elementos para mostrar la importancia
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Cultura, Artes y Humanidades
del acceso -del acceso de todos los miembros de la sociedad- a esos lugares
privilegiados de la cultura y, por tanto, la importancia de la formación y el traba-
jo en artes y humanidades, desde el comienzo de la vida consciente hasta los
niveles más altos de una educación que se extiende a lo largo de la vida.
Sin dejar de lado esa tarea de largo aliento, consideramos que es urgente inter-
venir, en estos tiempos de grandes transformaciones en la educación superior,
en la discusión orientada a satisfacer la necesidad reciente de legitimación de
las artes y las humanidades en la cual inevitablemente están comprometidos los
programas y las comunidades académicas de estas áreas. Con razón se dirá
que es absurdo que tareas tan cruciales para la humanidad deban justificarse;
pero la cultura social contemporánea ha llevado a más de uno a considerar las
humanidades y las artes como algo superfluo, como un adorno o como un saber
muerto, útil sólo para evitar el tedio del tiempo libre o para hacer más seductora
la conversación.
Por último, es posible que algunas personas puedan sentirse extrañadas o mo-
lestas por el lenguaje empleado: hemos acudido a unas formas de expresión que
pueden resultar imprecisas a quienes están acostumbrados a plantear proble-
mas en el lenguaje técnico de las comunidades académicas. Sabemos que los
lenguajes académicos son necesarios para precisar el significado de los discur-
sos, pero quisiéramos que este texto sirviera a personas que, como nosotros, se
preocupan por el papel de las artes y las humanidades en el proceso de forma-
ción de todos los ciudadanos y no sólo en los campos específicos cuyas reglas
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Cultura, Artes y Humanidades
INTRODUCCIÓN
No había ya arquetipo sobre el que forjar una nueva raza, ni más tesoros
que legar como herencia a la nueva criatura. Tampoco un sillón donde
pudiera sentarse el contemplador del universo. Todo estaba lleno, todo
ordenado en órdenes sumos, medios e ínfimos. Pero no podía faltar en
este parto postrero, por agotada, la potencia creadora del padre. Ni podía
titubear su sabiduría en cosa tan necesaria como carente de consejo. El
amor generoso de aquel que un día ensalzaría la generosidad divina en los
hombres no consentía condenarla en sí mismo.
El mejor Artesano decretó por fin que fuera común todo lo que se había
dado a cada cual en propiedad, pues no podía dársele nada propio. En
consecuencia dio al hombre una forma indeterminada, lo situó en el cen-
tro del mundo y le habló así: Oh Adán: no te he dado ningún puesto fijo,
ni una imagen peculiar, ni un empleo determinado. Tendrás y poseerás por
tu decisión y elección propia aquel puesto, aquella imagen y aquellas
tareas que tú quieras. A los demás los he prescrito una naturaleza regida
por ciertas leyes. Tú marcarás tu naturaleza según la libertad que te entre-
gué, pues no estás sometido a cauce angosto alguno. Te puse en medio del
mundo para que miraras placenteramente a tu alrededor, contemplando lo
que hay en él. No te hice celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal. Tú
mismo te has de forjar la forma que prefieras para ti, pues eres el árbitro de
tu honor, su modelador y diseñador. Con tu decisión puedes rebajarte has-
ta igualarte con los brutos, y puedes levantarte hasta las cosas divinas.1
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Eso de que el ser humano se forma a sí mismo ha llegado a ser una sentencia
muy problemática. Para empezar, ¿qué es el ser humano? ¿No se sabe, acaso,
que los seres humanos están separados en clases, que se distinguen entre sí a
veces de manera radical e inconciliable por razones religiosas o políticas, de
modo que las ideas que inventaron para unirse las usan para oponerse y distan-
ciarse? Por lo demás ¿qué sería levantarse hasta las cosas divinas? Si acepta-
mos una naturaleza espiritual o simbólica de la especie humana, ¿acaso, en el
siglo XXI, es un proyecto válido para cada ser humano (dada la dificultad de
hablar de la humanidad en general) hacerse siempre más espiritual? ¿En que
consistiría en un mundo secularizado, desencantado, desarrollar las posibili-
dades del reino del espíritu? ¿Se trata acaso de acceder a las creaciones más
admiradas en el pasado de siglos en que se han construido los caminos del
lenguaje humano (el arte, la ciencia, la filosofía)? ¿Consistiría esa espiritualidad
elevada en el goce pleno de una sensibilidad estética enriquecida en el contacto
con múltiples manifestaciones de la belleza y en la satisfacción de una existencia
coherente con ideales éticos universales? ¿Quizás se trata de ejercer libremente
la facultad de crear universos simbólicos? Estas preguntas aluden a las cosas
cuyo reconocimiento compartimos tal vez con los filósofos del Renacimiento y
con los pensadores de la antigua Grecia. Pero, en cualquier caso, no es tan fácil
afirmar que el conjunto de los seres humanos está cerca hoy, más de cinco siglos
después de Pico della Mirándola, de poder ejercer libremente su capacidad de
levantarse a las cosas divinas.
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Cultura, Artes y Humanidades
Con razón sospechaba Montaigne, un poco más tarde, de los virtuosos por el
placer que les proporcionaba su virtud. Las jerarquías de orden más espiritual
hablan de experiencias inefables que proporcionan el arte y el conocimiento y
que no están desdichadamente a disposición de todos en el mundo difícil que
vivimos, pero que no queríamos ver desparecer en el mismo movimiento que
convierte al arte en subsidiario del diseño o de la publicidad y que amenaza de
muerte a las utopías de la libertad y la trascendencia del género humano. Esto es
ya un problema, porque puede alegarse otra vez que las jerarquías espirituales
aludidas son propias de un sector social específico que está en posibilidad de
dedicarse a la apropiación de esos bienes simbólicos y que la oportunidad de
vivir esas experiencias no necesariamente es prioritaria para todo el género hu-
mano.
Algunos celebran que en este mundo plano ya casi nadie envidia a los pocos
que acceden a los lenguajes de la argumentación elaborada de la teoría, a los
que experimentan la presencia del milagro al oír el sonido un instrumento toca-
do por un virtuoso o la voz de una garganta privilegiada por el talento y el estu-
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dio, a los que sienten resonar en la piel y los huesos los ecos de una metáfora;
celebran que ya no es el caso de creer que esas personas son especialmente
afortunadas porque ahora hay imágenes y sonidos para todos. Otros piensan
que esto estaría bien, sin duda, si las mercancías del arte no fueran, como las
demás, de calidades tan dispares, si las voces populares tuvieran para todos la
tercera dimensión de la cultura y de la historia que las hace únicas y al mismo
tiempo masivamente compartidas, si la divulgación de la ciencia y de la técnica
fuera un puente a su significado vital y no un mecanismo para la generalización
de un culto irracional.
Unos hacen la fiesta de la llanura, de la visibilidad que iguala todas las cosas en
la evidencia inmediata; otros defienden la dificultad del ascenso porque quieren
y conocen la enorme profundidad de la mirada que se proyecta al infinito desde
la altura. Unos se sienten libres en un mundo sin ataduras donde la fascinación
no se instala en lo grandioso sino que se difunde de tal modo que se asiste al
espectáculo de la competencia generalizada de las imágenes y de las cosas por
captar un instante el interés antes de disolverse en el ruido uniforme de las
invocaciones desoídas; otros se empeñan en distinguir entre la abundancia de
los ofrecimientos aquellos que exigen una contemplación silenciosa, una dedi-
cación respetuosa, una admiración más allá de las palabras. Unos celebran la
igualdad triunfante que rompe las jerarquías protegidas por una selección aris-
tocrática de lo valioso en la cultura; otros insisten en que lo valioso debe ser
reconocido y diferenciado, aunque aceptan que se requiere una nueva
jerarquización que destaque lo excepcional como fruto de un talento o un acu-
mulado temporal que no es privativo de un pueblo o de un sector social o de una
formación escolar determinada. Unos se sienten dichosos en lo que se les ofrece
como un espacio sin direcciones ni fronteras; otros piensan que el espacio infi-
nito de lo plano está negando la experiencia de una tercera dimensión del espí-
ritu. Unos se alegran de la muerte de los demonios de la inconformidad, que
somete el espíritu a dolorosas tensiones, y del abandono de la pretensión de
infinitud, que no corresponde al tiempo y al espacio reservado a los hombres;
otros se niegan a renunciar a esas tensiones que según ellos convierten la vida
en algo mucho más digno y deseable a pesar del dolor y del esfuerzo constante.
Unos han decidido crear obras que luchan por ser vistas un instante y que no
pretenden cambiar una mirada o dejar huellas en una sensibilidad; otros se
empeñan en conmover, en penetrar profundamente con sus creaciones hasta
resonar en los estratos más ocultos y tal vez más antiguos de la conciencia de
aquellos que pueden ser tocados por su lenguaje. Cada grupo tiene sus pregone-
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Cultura, Artes y Humanidades
ros. Cada grupo tiene sus seguidores y sus detractores. No es difícil para el lector
imaginar desde ahora el lugar de este texto en el universo de las oposiciones
planteadas.
La jerarquía entre los dioses y las bestias de las que hablaba Pico parece hoy, en
todo caso, bastante cuestionable. Pero ¿qué quiere decir Pico con eso de que el
hombre mismo forja su forma, que es modelador y diseñador de sí mismo?
Las palabras hablan el lenguaje del artista, del artesano, del creador de una
naturaleza que no está dada previamente. ¿Es justo hablar de la humanidad
en esos términos? Si aceptamos el lenguaje del universal que está implícito en la
figura del Adán de Pico, ese creador, que recibe un patrimonio de ideas y de
sueños para la insólita tarea de formarse a sí mismo, se levanta en un mundo de
lenguaje para el cual no hay un mapa instalado en el instinto y, dado que es muy
frágil en el comienzo de la vida, debe aprender a ver sus destinos posibles y
recibir de otros las armas acumuladas para descubrirse y conducirse. Con la
herencia de la especie que el lenguaje hace posible recoger y transmitir, esa
criatura a quien se asigna la tarea llena de riesgos de crearse a sí mismo sin
cesar, ha llegado a controlar el planeta y a definir su destino.
Sin embargo, hablar de esa criatura parece una generalización indebida porque
el destino de la especie está en manos de unos pocos. Si se piensa en la especie,
las palabras de Pico resuenan como un modo justo de comprender la historia y
no son una metáfora sino un modo preciso de nombrar la aventura del ser hu-
mano; pero el problema es que tal vez no es legítimo hacer discursos sobre el
poder de la especie, aunque sea posible hacerlos sobre el peligro que corre. La
especie, cuya unidad no se cuestiona en el terreno de la biología, está fragmen-
tada en los terrenos de la economía, la cultura y la economía en los que se
instala este animal simbólico. El que esto sea así lleva a algunos a afirmar que la
libertad es un sueño. Otros recuerdan que la verdad es el sueño compartido y no
hay duda de que la libertad es un sentimiento común y específico de los seres
humanos.
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ICFES
En la tarea de hacerse humano, cada uno acude a las herramientas que tiene a
disposición para entender y comprender su lugar en el tiempo y el espacio de la
vida social y para imaginar un futuro; algunas ideas e imágenes le permiten intuir
cómo puede instalarse y moverse en el mundo habitado que le rodea, otras le
ayudan a encontrarse a sí mismo. En los espejos creados para verse y reconocerse
a lo largo del camino de siglos del cual proviene como buscador de sentido y como
criatura viviente, el ser humano (los seres humanos diferentes entre sí y aún en-
frentados unos a otros) ha visto su pasado, su presente y su futuro. En la voz que
instaura y renueva la memoria y en los símbolos simples y asombrosos de la escri-
tura, el ser humano (al menos una parte muy importante de los pobladores del
mundo) ha podido escuchar claramente su voz antigua y por ello ha empleado
parte de su energía creadora en descifrar los mensajes que se fue dejando a sí
mismo desde que comenzó la tarea prodigiosa de ocuparse de su naturaleza y de
su destino. El que las herencias y las lenguas sean distintas, el que por ello los
mundos sean diferentes y haya al menos tantos mundos como culturas, no debilita
la verdad general de lo dicho y señala nuevamente la necesidad de que existan
procesos de formación en todas las culturas que reconcilien a cada ser humano
con su pasado y le aseguren el goce de lo construido colectivamente. Por ello se
nos excusará el uso frecuente de los términos genéricos.
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Cultura, Artes y Humanidades
El ser humano ha visto el mundo desde la altura de las ciencias y, gracias a ellas,
ha podido comprender la naturaleza, mirarse a sí mismo desde fuera y recono-
cer en la distancia el movimiento de las colectividades a las que pertenece; ha
afirmado su dominio sobre las cosas gracias a la técnica y ha construido mapas
e instrumentos de navegación muy precisos para los muchos caminos que ha
ido abriendo. Y gracias a las artes y a las humanidades no cesa de descubrirse
y de asombrarse (y a veces de preocuparse) con la obra de arte que es él mismo.
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Discurso inaugural del Segundo Congreso Internacional de Estética y Ciencia del Arte, París,
1937 (Valéry, 1998)
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I
CULTURA
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LA CULTURA DE LA IMAGEN
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regla n° 12, Reinhardt lo resumía todo: Ningún objeto, ningún sujeto, ninguna
materia, ningún símbolo, ninguna imagen, ningún placer, ninguna pena (Cal-
vo, 2001, p. 298). Las obras de esos artistas están vacías de intenciones y de
significados ocultos; lo que son está en la superficie. En la cultura contemporá-
nea, en la cual la imagen ha invadido todos los espacios de la vida cotidiana,
señala Baudrillard (1998), todo es visible. Lo que existe sólo existe en el horizon-
te de una mirada.
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Cultura, Artes y Humanidades
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formado (pp. 21-22). Baudrillard recuerda cómo en una ópera china el espec-
tador debía realizar la tarea de construcción que exige el arte: los movimientos
de los personajes que se desplazan en una barca inexistente, en un río invisible,
eran el material con el cual el espectador construía el balanceo de la barca y el
ruido y el movimiento del agua. En el realismo contemporáneo una barca real se
movería sobre toneladas de agua o los efectos tecnológicos nos harían ver el
agua y la barca y nos evitarían el esfuerzo de construirlos.
Baudrillard (1996, 1998, 2000), Lipovetsky (1986), Virilio (1997) y otros estu-
diosos de la cultura contemporánea parecen asaltados por una gran preocupa-
ción en relación con una pérdida de profundidad y de sentido de la existencia
que puede debilitar el potencial de transformación de la sociedad hacia una
vida más solidaria y más plena. El pensamiento débil (Vattimo) puede ser un
salto adelante hacia la flexibilidad y apertura que requiere la comprensión del
mundo presente, pero puede ser un retroceso, una adaptación a la hegemonía
de un modelo de organización social, el del mercado generalizado, que está lejos
de resolver los desequilibrios sociales y de satisfacer las necesidades materiales
y simbólicas que podrían efectivamente satisfacerse en la época de la informa-
ción y de la explosión de la productividad del trabajo. Para Baudrillard, el desa-
rrollo de un individualismo cada vez más radical y la pérdida de la confianza en
la capacidad de las sociedades humanas de construir un mundo y un futuro en
función de ideales compartidos, nos instalan, en la cultura contemporánea, en
plena aldea global y en el punto más alto del desarrollo científico, en la super-
ficie de las cosas y en un círculo estrecho de relaciones. Los sueños contempo-
ráneos son en parte producto de la educación y en parte producto de la industria
de la imagen o del mercado que propone metas próximas; son casi siempre
sueños realizables para quienes no tienen historia y sueñan sólo con lo efectiva-
mente alcanzable.
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Cultura, Artes y Humanidades
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La ideología del individualismo permite a cada uno ignorar, sin dolor, sin ver-
güenza y sin indignación, el dolor de los otros. El hambre y la enfermedad, la
incertidumbre y la cotidianidad de la violencia, son temas de discusión o mo-
mentos ocasionales de la reflexión, pero no maltratan sino ocasionalmente al
que se libra de esos flagelos ni inciden verdaderamente en su proyecto vital. El
hombre contemporáneo no sueña en un paraíso colectivo sino que aspira a
construirse un rincón, aislado físicamente pero conectado electrónicamente con
el resto del mundo, donde pueda satisfacer sus necesidades básicas y sus nece-
sidades aprendidas. La realidad de los otros se disuelve en la imagen. La noción
de realidad se hace precaria para quien asiste a través de la imagen a todos los
acontecimientos sin participar realmente en ellos, para quien recibe las versio-
nes más dispares de los hechos y escucha a quienes mienten públicamente sin
ningún pudor. El mundo imaginario de la película The Matrix comienza a
parecerse al mundo que llamamos real.
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Cultura, Artes y Humanidades
LA IMAGEN FRAGMENTADA
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Entre los ámbitos de la realidad existe uno, el de la vida cotidiana, en donde se nos
dan las cosas como existentes; en donde no formulamos ninguna duda sobre la
existencia de las personas y los objetos con los cuales entramos en relación. El tipo
de realidad de la vida cotidiana corresponde a una evidencia que no se pone en
tela de juicio. No dudo de que existo entre otros cuerpos, no dudo de que otros que
me rodean son conscientes como yo, ni de que existen cosas comunes para todos
los seres humanos que entramos en relación. No dudo de que me puedo entender
con mis semejantes en un mundo social y cultural dado ni de que el universo que
se me ofrece solo en parte depende de mí (Schutz, 2001). Los mundos de las
ciencias constituyen modelos de racionalidad y consistencia, pero son descripcio-
nes, mapas construidos para dar razón de distintas formas de experiencia. La
realidad de los mundos puede ser siempre cuestionada y se somete sin cesar a
prueba; pero el mundo de la vida cotidiana es el mundo al cual se retorna siempre
al despertar, al suspender la lectura, al terminar la jornada de la investigación
científica, al apagar el televisor o salir del cine. La realidad del mundo de la vida
cotidiana, esa realidad que no se discute y se asume de modo pragmático, consti-
tuye una referencia para la acción técnica y para la acción social. La filosofía
pone en tela de juicio esa realidad e interroga por su fundamento, pero eso no la
hace menos sólida y compartida; el arte la cuestiona al obligar a mirar las mismas
cosas en contextos significativos distintos, al cambiar el significado de acciones y
objetos, pero él mismo aparece como un mundo construido dentro del mundo
simplemente dado de la cotidianidad. El que uno de esos ámbitos (la ciencia, el
arte, la filosofía) llegue a un punto de desarrollo en que cuestiona su tradición y
deja de reconocerse en sus fundamentos no significa necesariamente que los otros
ámbitos de la realidad pierdan su consistencia. Sin embargo, puede ocurrir que
un nivel muy fundamental de lo real (la moral, la religión, la cotidianidad misma)
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Cultura, Artes y Humanidades
Las formas de darse las cosas a la conciencia son diversas y dependen de los
vínculos que establecemos con ellas. Eso no es un problema; no nos lleva a
imaginar que el mundo está fragmentado. Pero si las pautas mas básicas para
orientarnos en la vida diaria dejan de aplicarse, si no se cumplen unas mínimas
expectativas en relación con los otros y las certezas sobre las cuales se ha actua-
do siempre dejan de operar, si se pretende buscar refugio en la ciencia o en la
religión para reconstruir las certezas y se descubre la duda o la fragilidad en esos
ámbitos, el universo en cierto sentido se desarticula y se fragmenta. Es lo que
pudo haber pasado en las ciudades europeas, entre el final de la edad media y
los comienzos de la modernidad. Es lo que mas seguramente ocurrió en la Euro-
pa de las guerras mundiales. Algo similar puede estar ocurriendo con la emer-
gencia súbita de la cultura de la imagen.
Podemos imaginar que así ha sido desde hace mucho tiempo, al menos desde el
nacimiento de las civilizaciones. Han existido épocas de desconcierto en que las
referencias mas sólidas se debilitan. La muerte de las civilizaciones, la crisis de la
conciencia religiosa o el fin de un orden social generan grandes incertidumbres en
que la realidad cotidiana parece desestructurarse sin renunciar a los principios
básicos de reconocimiento de la existencia de las cosas y los otros. El desconcierto
proviene de la disolución de un orden, de la pérdida de ejes articuladores de la
experiencia. Es como si existir solamente no bastara, como si lo real fuera habita-
ble porque en cierto sentido está ordenado; como si una parte importante de la
existencia de las cosas se soportara en las relaciones que se establecen entre ellas
y los seres humanos, en la claridad de esas relaciones.
Vivimos una época de crisis en todas sus manifestaciones, la imagen del mundo
deja de ser permanente y segura. Se disuelve en perspectivas distintas más o
menos coherentes, más o menos eficaces, más o menos satisfactorias, siempre
incompletas. Se tiene la impresión fascinante de que se abre el espacio para la
creación y para la pasión que generan las preguntas más esenciales y, al mismo
tiempo, se vive la experiencia intelectual desconcertante de que, utilizando una
expresión de Nietzsche, Dios ha muerto.
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Cultura, Artes y Humanidades
es ahora parte del patrimonio cultural disponible para todos, aumenta un senti-
miento de irrealidad. La historicidad y relatividad del conocimiento puede ser
una muestra de fragilidad para quien carece de las herramientas lingüísticas
adecuadas para comprender su significado y habita en un mundo en donde
todas las certezas se diluyen.
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La descripción que hicimos de la cultura nos coloca muy lejos del optimismo de
algunos de los humanistas y de los artistas del Renacimiento que estaban con-
vencidos de que podría hacerse de la sociedad una obra de arte. Muchas cosas
han cambiado desde los tiempos del humanismo renacentista y sin duda hemos
avanzado en el conocimiento de la condición humana. Sin duda hemos logrado
el progreso material que requería la multiplicación de los individuos de la espe-
cie, pero no es seguro que nuestro progreso moral haya sido igualmente notable.
En todo caso, ahora, como antes, el arte y las humanidades configuran un mun-
do complejo e increíblemente diverso de símbolos activos y misteriosos que
develan las múltiples dimensiones irreductibles de la experiencia. Explícitamen-
te, con conceptos y preceptos, o implícitamente, a través de las imágenes, el arte
y las humanidades preguntan de modos diversos por el universo de lo humano y
responden a esas preguntas, o las someten a escrutinio crítico, sin cerrarlas ja-
más. Ese universo de creaciones simbólicas, que abarca la filosofía y la teología,
la historia, las indagaciones sobre el lenguaje y la comunicación, la literatura,
las artes plásticas, las artes escénicas y la música, es la huella del hombre que
pregunta por sí mismo y por lo que le es propio como ser instalado entre el cielo
y la tierra, entre lo universal y lo particular, entre la materia y la idea, en el río del
tiempo.
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Cultura, Artes y Humanidades
bilidad de realizar el ideal humano. Las humanidades y las artes vienen buscan-
do formas de nombrar o representar todos estos cambios. También ellas han
cambiado notablemente en los últimos tiempos gracias a la investigación y a las
relaciones que establecen entre sí y con otras ciencias. Si se las juzga desde los
cánones válidos hasta comienzos del siglo XX, habrá que decir que están en
crisis. Pero no han cesado de enriquecerse aunque, en particular las artes, han
pasado por etapas de negación radical de las adquisiciones anteriores.
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Las reflexiones anteriores, si en alguna medida son justas, implican una tarea
fundamental para las humanidades y las artes en la época contemporánea; una
tarea pedagógica sin la cual podemos seguir avanzando en la destrucción in-
consciente de nuestras reservas de vida hasta que sea demasiado tarde. Las
humanidades y las artes no pueden ser hoy solamente una oportunidad para
enriquecer el espíritu y cualificar el discurso. Les compete una tarea histórica
fundamental: la tarea de despertar a las sociedades de la fascinación de lo inme-
diato. Esta tarea no es completamente nueva. Está por reconstruirse el papel que
las artes y las humanidades han cumplido en la historia de las civilizaciones
humanas. Apenas comienza a develarse su papel en la transformación que algu-
nos atribuyeron sin mucho análisis a la sola acción de la técnica. Pero en el
mundo contemporáneo, el desconocimiento de estos espacios de desarrollo de
la conciencia y de apertura de nuevas posibilidades vitales, puede ser uno de los
más graves errores de las sociedades actuales. Este desconocimiento se hace
visible ya en formas de educación que renuncian al proyecto de formación en
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Desde las humanidades y las artes es posible denunciar los peligros contempo-
ráneos. Pero también es posible mirar el mundo de hoy como oportunidad y no
como tragedia. Los recursos disponibles en las artes se han multiplicado en los
últimos tiempos. Las artes se transforman tan radicalmente que es el concepto
mismo de arte lo que se pone en tela de juicio. Las viejas separaciones entre
pintura, escultura, artes escénicas y música desaparecen en las propuestas ac-
tuales que combinan estos distintos elementos. La fotografía, el cine y el video
entran a formar parte de las herramientas de que dispone el artista para su
creación. El ideal de permanencia desaparece, la obra única se pone en tela de
juicio, la diferencia entre el objeto artístico y el objeto cotidiano se disuelve, el
arte sale del museo y mezcla técnicas y estilos, rompe los criterios de diferencia-
ción entre los distintos campos. Se combinan en una misma obra distintas mo-
dalidades de trabajo y distintas propuestas estéticas. La idea de totalidad es
desplazada o transformada por la fuerza de la experimentación de nuevas for-
mas de expresión. Se asiste en todas partes a una ruptura de los límites que
antes aseguraban la unidad y la identidad de la obra. Todo esto sorprende; pero
no expresa el fin del arte. Quizás la imagen del bricoleur, que sirve a Lévi-
Strauss para dar razón del método que emplea en El Pensamiento Salvaje, nos
ayude a pensar mejor el modo como se construyen las nuevas unidades: El
bricoleur es aquel que utiliza los medios de a bordo, es decir, los instrumen-
tos que encuentra a su disposición alrededor suyo, que están ya ahí, que no
habían sido concebidos con vistas a la operación para la que se hace que sir-
van, y a la que se los intenta adaptar por medio de tanteos, no dudando en
cambiarlos cada vez que parezca necesario hacerlo, o en ensayar con varios a
la vez, incluso si su origen y su forma son heterogéneos, etc. (Derrida, 1989, p.
391)
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der más a la imagen que proyecta que a la coherencia de sus puntos de vista;
instalado en el corto plazo, debe acudir más a las expectativas locales que a la
experiencia acumulada para conducirse. Todo cambia tan rápidamente que las
referencias más establecidas y probadas pueden ser insuficientes para actuar.
Hasta la multiplicidad cultural, cuya importancia es cada vez más evidente en la
política contemporánea, pone en cuestión las ideas universales sobre la natura-
leza humana.
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Pero puede ocurrir también que se esté haciendo visible una dimensión funda-
mental de la experiencia (la pluralidad, el fragmento) que la teoría había deste-
rrado de la academia y que debe ser pensada y recuperada en el universo de la
expresión. Tal vez la idea de Hombre resultaba demasiado unilateral y opresiva
e impedía el reconocimiento de la pluralidad efectiva de los seres humanos. De
cualquier modo, es posible que la academia tenga que recurrir a las artes y a las
humanidades para tender un puente con la vida más verdadero y más adecua-
do a la complejidad de lo humano que el de la ingeniería social.
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Por otra parte, si aceptamos que lo estético, en su sentido más general, corres-
ponde a la dimensión de la sensibilidad, la estética como estudio de las ideas
sobre lo bello y sobre la naturaleza del arte aparece como reflexión teórica sobre
un modo específico de experiencia estética. El arte corresponde, dentro de lo
estético, a una forma de acción y de expresión finalizada en sí misma, cuya
determinación esencial es reconocerse y orientarse como creación simbólica
capaz de impactar y transformar la sensibilidad. La creación está condicionada
por las determinaciones culturales y por la materialidad a la cual se da forma,
pero como creación constituye un campo de ejercicio de la libertad. Los cam-
bios actuales en el arte no pueden comprenderse cabalmente sin el contexto del
todo de la cultura, pero no son sólo reflejos o manifestaciones del cambio cultu-
ral; el arte trabaja con la materia del mundo y con la reserva simbólica acumu-
lada. Tiene recursos de un valor ilimitado en su propia historia. Esos recursos
amplían el campo en el cual el artista hace uso de su libertad.
En el último siglo se han dado cambios notables en el sentido y en las formas del
arte que se manifiestan en el abandono de los criterios clásicos de la belleza y en
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legitiman una vida social que niega otras posibilidades de convivencia y se ex-
presan, por ello, en un lenguaje hermético o pretenden hacerse visibles por fuera
del universo lingüístico que rechazan, tratando de impactar al espectador de
modo que no pueda refugiarse en los significados conocidos que han domesti-
cado su mirada. Los artistas pueden crear haciendo uso de su libertad estética
en el contexto del ejercicio de su libertad ética.
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Sin duda, como ha mostrado desde hace mucho la filosofía, libertad y necesi-
dad están indisolublemente conectadas y no pueden separase abstractamente.
Vale la pena recordar aquí la feliz expresión de Hegel de la libertad como con-
ciencia de la necesidad. Es libre quien puede elegir porque conoce las determi-
naciones y las consecuencias posibles de sus acciones. Cuanto más se tenga
conciencia del contexto en el cual se actúa, de los determinantes de ese contex-
to, de lo que se da o puede darse, necesariamente, como consecuencia de la
acción, tanto más la elección es libre; quien más claramente puede predecir las
consecuencias, es decir, quien más claramente conoce los vínculos necesarios
entre acciones y resultados, más consciente y libremente actúa. No hay libertad
sin necesidad; el conocimiento de la necesidad es condición de la libertad. Esto
es algo que no se ignora en los espacios en los cuales se ejerce más ampliamente
la libertad del creador: las artes plásticas y la literatura. Los artistas y los escrito-
res conocen bien la importancia de las técnicas que aseguran el dominio de los
materiales a través de los cuales se da la expresión plástica y la necesidad de un
conocimiento suficiente del lenguaje y de sus reglas (incluso en el caso en el cual
se transgreden intencionalmente esas reglas) para llevar a cabo la creación lite-
raria. El dominio de los lenguajes y de las técnicas amplía la libertad creadora y
es, por tanto, una tarea permanente de quienes aspiran a dedicar su vida a la
construcción de significados en la dimensión de lo estético.
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Así, las ciencias naturales serían el fruto del ejercicio de la libertad del construc-
tor de universos simbólicos, que toma como objeto la necesidad (esto es, que
busca leyes y regularidades) en el campo de la necesidad (esto es, en la natura-
leza). Las ciencias sociales serían el fruto de un ejercicio de la libertad de crea-
ción simbólica, que toma como objeto la necesidad (esto es, la búsqueda de
elementos universales, de pautas y regularidades) en el campo de la libertad
(esto es, en el terreno de las acciones humanas). Las humanidades y las artes
serían el fruto del ejercicio de la libertad de creación de símbolos, que toma
como objeto las posibilidades mismas de esa libertad, en el campo de la liber-
tad. Corresponderían al ejercicio de creación de símbolos que encuentran su
justificación en su propio valor simbólico. La libertad aparece así como la con-
dición de posibilidad y, al mismo tiempo, como el tema y el campo de trabajo en
las humanidades y en las artes.
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Y una de dos, o es que gozan del general consenso, o es que son el inargumentado
fundamento de todo lo demás. (pp. 93-95).
No toda estética es fácil. El goce de muchas de las obras de arte más grandes
creadas por los hombres es resultado de un largo trabajo de educación de la
sensibilidad que no está exento de sacrificios. Pero la estética ofrece una viven-
cia extraordinaria a quien se prepara para ese goce: la experiencia sobrecogedora
de lo sublime. Recordemos las distinciones planteadas por Kant (1992) entre lo
bello y lo sublime: Lo bello de la naturaleza atañe a la forma del objeto, que
consiste en la limitación; lo sublime, por el contrario, también se hallará en un
objeto desprovisto de forma en la medida que es representada la ilimitación en
él o bien a causa de él, añadiéndosele, empero, el pensamiento de su totalidad
(...) (Lo bello) conlleva directamente un sentimiento de promoción de la vida y
es aunable, por eso, con atractivos y con una imaginación lúdica, y en cambio
aquélla (el sentimiento de lo sublime) es un placer que sólo surge indirectamen-
te, a saber, de modo tal que es generado por el sentimiento de un momentáneo
impedimento de las fuerzas vitales y de una tanto más fuerte efusión de ésas
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Siguiendo la línea de Steiner, se podría decir que el hombre que los buscadores
del absoluto intentaron construir con las herramientas de la modernidad y asu-
miendo una postura crítica ante la cultura es la imagen de una trascendencia
que antes de ellos se llenaba con la propuesta religiosa. Ha habido una sustitu-
ción de imágenes de la trascendencia que habían encontrado su expresión en el
mundo religioso por propuestas, interpretaciones y análisis que intentan recoger
esos elementos de la trascendencia en descripciones secularizadas, en descrip-
ciones racionales que niegan una trascendencia en el otro mundo, en el mundo
del espíritu, y la afirman en el mundo de lo posible, del futuro, de la comunidad
universal.
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En el arte es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada.
Wittgenstein. Aforismos sobre Cultura y Valor
Ante el asombro que algo produce, es posible reaccionar buscando una explicación;
también es posible fascinarse y entregarse y aceptar el silencio al que invita lo que
sobrecoge por su magnificencia o su belleza. Alguien puede ser conocido atendien-
do a sus cualidades externas o a sus talentos particulares; pero puede ser visto tam-
bién como una manifestación, como un particular modo de hacerse presente el
género humano. Esa mirada se abre al misterio de la conciencia, al misterio del
lenguaje a través del cual cada ser humano establece vínculos consistentes con los
otros seres humanos, a la encarnación de una existencia antigua cuya identidad es
historia. Al contemplarlo así, como razón y sensibilidad, como historia y lenguaje, el
ser humano aparece como objeto de una contemplación detenida y asombrada,
como objeto de la teoría y, al mismo tiempo, como fuente de la maravilla.
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práctica, el ser humano va siempre más allá de sí mismo a través del lenguaje que
vincula a cada uno de los miembros de la especie no sólo con aquellos otros con
los cuales puede establecer relaciones directas en el trabajo y en la vida social,
sino incluso con los que han muerto hace tiempo y continúan existiendo en la
memoria colectiva condensada en la palabra. El lenguaje que hace de la especie
un gran organismo que permanece y que cambia puede ser objeto de una mirada
teórica o puede ser material para la creación. En ambos casos la atención se
detiene sobre la palabra, se pregunta por su sentido; en el primer caso, en la teoría,
se pregunta por la naturaleza del significado o por la estructura de la lengua o
indaga, a través del lenguaje, por el hombre mismo; en el segundo caso, en el
proceso de creación, se atiende a la palabra para escuchar su música, para sentir
más claramente la emoción que despierta.
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Lo que las cosas son para nosotros depende de las relaciones que establecemos
con ellas y de las representaciones que hemos construido y empleado a lo largo
de la historia, a través de las cuales las reconocemos. Las relaciones entre las
cosas y sus representaciones han cambiado en el tiempo y están determinadas
culturalmente. Dentro de esas determinaciones es muy importante el conjunto
de medios y de criterios con los cuales construimos las representaciones y reco-
nocemos en ellas imágenes de las cosas. Quien juzga la calidad de la represen-
tación utilizando como criterio la semejanza entre la imagen y el modelo podrá
descubrir y apreciar la belleza en las obras del Renacimiento y del Neoclásico,
pero experimentará una sensación de extrañeza frente a una representación en
la cual no pueda descubrir esa semejanza. Si se considera que el valor de la
obra radica en la fidelidad lograda por un Rafael o un Velásquez, parecerá que
algo falta en un retrato de Modigliani o de Picasso o en una obra del expresionismo
alemán. Tampoco una pintura clásica nos garantiza la semejanza, puesto que
no conocemos el modelo, pero suponemos que existe o que es posible. Si busca-
mos la semejanza entre el modelo y la imagen, si nos produce placer el recono-
cimiento que permiten las imágenes clásicas y la fotografía, la ausencia de ese
reconocimiento posible nos producirá cierta insatisfacción. Es verdad que la
proliferación de imágenes de distinta naturaleza nos dispone cada vez más a
aceptar distintas formas de representación y que el criterio de la semejanza se
hace menos excluyente cada día, pero las obras no figurativas del arte contem-
poráneo resultan menos accesibles al gran público que las obras de arte del
Renacimiento. La conquista de la perspectiva y de la técnica del óleo dotaron a
los pintores del Renacimiento de instrumentos para alcanzar como nunca antes
la fidelidad en la representación de lo real. El universo de imágenes que surgió
de ese nuevo dominio de la práctica artística desde el Siglo XV acostumbró al
ojo y lo distanció de otras formas de expresión por lo menos hasta comienzos de
este siglo. El gusto moderno nos permite admirar masivamente a Van Gogh pero
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Se cuenta que Xesius pintó unas frutas con tal realismo que los pájaros venían a picotear el
lienzo (Gubern, 1996). Cuenta Plinio que Apeles pintó a Alejandro Magno sosteniendo un rayo
de modo que “los dedos parecían sobresalir y el rayo estar fuera del cuadro” (Gombrich, 1982,
p.44). Se dice también que Giotto pintó una mosca sobre un rostro pintado por su maestro
Cimabue y que el maestro intentó varias veces ahuyentarla antes de descubrir que estaba
pintada.
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Se sabe que somos educados para mirar de un cierto modo y que las imágenes
que construimos de las cosas son parte del universo de referencias que nos per-
mite ver esas mismas cosas. Sin duda, empleamos las herramientas de nuestra
percepción cotidiana para examinar una obra de arte. Hemos aprendido a re-
conocer los objetos en el espacio y las relaciones entre las ubicaciones y el tama-
ño aparente de las cosas. Es menos claro cómo el conjunto de las imágenes que
nos rodean determina el modo como contemplamos, en general, el mundo; pero
precisamente la extrañeza que puede inspirar una obra de arte no figurativa es
un síntoma del modo como se aprecian las imágenes desde una mirada educa-
da por otras imágenes. En este sentido, el arte contemporáneo cumple una fun-
ción esencial en la transformación de la mirada. No es sólo que después de
visitar las salas de un museo de arte moderno somos más sensibles a la belleza
de los íconos medioevales, porque el arte moderno relativiza nuestra preten-
sión de reconocer en la imagen las mismas formas y colores que aparecen en la
percepción directa de las cosas; es que el cuestionamiento radical de los crite-
rios de construcción y de apreciación de las obras de arte naturalistas nos hace
sensibles a otras formas de expresión y a otras manifestaciones de la belleza.
Las pinturas de Chagall, Modigliani o Van Gogh no pretenden copiar exacta-
mente la naturaleza; son muy diferentes de las de Rafael o Caravaggio, pero
hemos aprendido a descubrir su belleza. Hoy admiramos a Van Gogh y la difu-
sión de sus imágenes las ha hecho familiares y bellas para el gran público, pero,
como se sabe, en su tiempo Van Gogh fue un incomprendido que no podía
vender sus cuadros.
La satisfacción de la mimesis de que son capaces las obras de arte del Renaci-
miento o el Clasicismo, nos permite establecer una conexión intensa con la re-
presentación a través del modo como ella nos hace reconocer lo representado, y
no sólo por la similitud sino porque, gracias a ella, se arranca de la muerte a
un personaje desaparecido y admirado o se despiertan, por resonancia, emo-
ciones como la compasión, la indignación, la admiración o el recogimiento.
Aquí también es necesario distinguir entre la copia y la representación pictórica.
Los cuadros de J. L. David representan a Napoleón, pero no sólo como hombre,
también como símbolo. El pintor no sólo contribuye a la eternidad de Napoleón,
ayuda a convertirlo en símbolo. Otro David, el David de Miguel Angel, no tiene
que parecerse a ningún modelo real, es originalmente un símbolo de la perfec-
ción imaginada en el Renacimiento y de la belleza y el valor de Florencia y está
allí para ser leído por generaciones de espectadores que le asignarán nuevos
significados.
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Esta invisibilidad del papel activo del espectador de la obra de arte se rompe en
las obras contemporáneas. Incluso una escultura hiperrealista, como las de Duane
Hanson, sólo se revela como obra de arte en el instante en que se descubre el
engaño inicial de la mirada. Si el engaño persistiera, una obra de este tipo des-
aparecería en el río de los acontecimientos mundanos. Sólo cuando se revela
distinta de la experiencia cotidiana que tenemos de los objetos y las personas,
cuando obliga a preguntarse por su sentido como fruto del trabajo del artista y,
por tanto, a realizar una tarea de construcción de significado, la obra hiperrealista
pasa a ser arte.
El arte moderno revela aspectos del encuentro entre el espectador y la obra que
podían escapar a la atención del contemplador cuando el juicio se orientaba
por criterios como la similitud y el dominio de la técnica. El arte en general, y el
arte moderno en particular, exigen un esfuerzo de quien contempla. El especta-
dor debe sintetizar los elementos presentes para construir un significado. Este
acto, que puede pasar desapercibido en la contemplación de la obra de arte
naturalista, se hace explícito en el ejercicio de desentrañamiento de significado
o de construcción de significado que exige el arte abstracto y cualquier tipo de
arte distinto (y distante) del que busca intencionalmente la mayor proximidad
entre arte y naturaleza. En este tipo de arte, la obra debe aparecer, más allá de
cualquier intención comunicativa del artista, como el resultado de un proceso
de construcción que es obra del espectador. El espectador interviene activamen-
te en la construcción de la respuesta a la pregunta de qué es lo que aparece o
qué es lo que se devela en la obra de arte. En distintos grados y formas, en el arte
moderno el espectador es obligado a participar en el ejercicio de la construcción
de sentido. La calidad de la obra puede incluso juzgarse por su capacidad de
provocar múltiples interpretaciones. La obra de arte misma es el resultado de la
relación que el producto del trabajo del artista establece con las múltiples mira-
das (Ver El origen de la obra de arte, en Heidegger, 1996).
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Como hemos dicho, estas herramientas eran indispensables también para com-
prender el código de la perspectiva. Pero la voluntad del arte clásico era estable-
cer una comunicación significativa con todos los contempladores posibles. Sin
duda, sólo una minoría está en capacidad de desentrañar muchos de los símbo-
los contenidos en las obras clásicas, de modo que las distintas lecturas se dife-
rencian, entre otras cosas, por los grados de apropiación de los códigos que
trabajaba el artista, pero aparentemente la obra está a disposición de todos, por
la mencionada continuidad aparente entre la experiencia directa de las cosas y
la experiencia de las imágenes.
Rota esa continuidad, resulta claro que el espectador debe aprender a leer la
obra de arte. Esta experiencia de lectura es activa, además, porque el significa-
do de la obra no se agota en una intención del autor ni en una construcción del
crítico, sino que se configura en cada mirada. En cierto sentido, se trata de leer
algo que aún no está escrito; se trata de saber lo suficiente sobre el lenguaje de
la obra, para que ésta se abra al proceso de creación de significado en que
consiste la contemplación activa. La historia del arte, la estética y la crítica
inteligente aportan elementos del leguaje en el cual puede leerse la obra, pero la
sensibilidad que permite establecer una comunicación con ella, no depende sólo
de estos elementos académicos. Depende de una vecindad del espectador
con la obra de arte.
Esta vecindad tiene dos aspectos que nos parecen esenciales. Por una parte, se
trata de reconocer la obra en su condición de resultado de un trabajo de crea-
ción material de significados, esto es, como algo que tiene un sentido y una
finalidad en sí mismos; algo que no responde a la pregunta ¿para qué sirve?,
sino que impone la pregunta ¿qué quiere decir? Plantear de este modo esa pre-
gunta es instalarla en un contexto de sentido muy específico y muy elaborado
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que es el del lenguaje verbal; pero utilizamos esta expresión para nombrar una
impresión, un efecto de la obra en la conciencia, que no se agota en las palabras
y que no necesariamente se formula como una pregunta sino que aparece como
una tensión de la sensibilidad que es llamada sin palabras, pero exigentemente,
por la obra. Para aquellos que sienten la fuerza de la poesía (lo que también
requiere una educación de la sensibilidad), la lectura del poema es un encuentro
con un significado que está más allá del sentido literal de los términos y toca,
como la música, algo anterior a la diferenciación de las lenguas; para esos lecto-
res resulta cierta la sentencia de Hölderlin según la cual la poesía es la lengua
materna de la humanidad.
Por otra parte, la vecindad de la obra se expresa como familiaridad con el arte.
La obra de arte tiene un significado mayor cuando se la puede relacionar con
otras obras de arte. Cuando se ha tenido la experiencia de contemplar otras
obras de arte, la nueva obra, que no necesariamente guarda alguna conexión de
significado con las otras previamente vistas, se instala en un espacio abierto por
las experiencias artísticas previas.
Podría decirse que la obra de arte no es tal por fuera del múltiple juego de las
miradas que hacen realidad su apertura a la pluralidad de significados. Tam-
bién las obras más naturalistas comparten esta polisemia. Si se busca un signi-
ficado más allá de la representación de un objeto, las interpretaciones pueden
multiplicarse. Italo Calvino imagina, en El castillo de los destinos cruzados (1977),
una situación en la cual los interlocutores, enmudecidos, se ven obligados a
contarse sus historias a través de las cartas del Tarot. El lector de este texto no
puede evitar intentar descifrar la historia en las cartas que se le ofrecen y descu-
bre que hubiera sido prácticamente imposible construir el mismo relato que des-
cifra el autor. El relato del cuadro naturalista no es tampoco transparente, a no
ser que previamente se conozca la historia. El historiador del arte ve en la obra
significados que escapan a la mirada no informada. Si se examina un cuadro
muy conocido, como La última cena de Leonardo, y se atiende a las expresiones
de los apóstoles, los distintos observadores pueden atribuir significados diferen-
tes a los gestos sin descubrir que el cuadro representa un momento de impacto
que conmueve a la concurrencia. El escándalo que se descubre en los gestos y
en los ademanes resulta probablemente de que Cristo acaba, precisamente, de
pronunciar unas palabras terribles, tal vez: uno de vosotros me ha de traicio-
nar (Gombrich, 1982). El significado de las obras ligadas al poder, al culto
religioso o a la representación de ideas o acontecimientos ha cambiado con el
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¿Qué es lo que hace de una obra de arte lo que ella es? En distintos sentidos, la
respuesta a esta pregunta está determinada históricamente. Es posible, por una
parte, que algunas creaciones muy antiguas, que hoy se nos aparecen como
obra de arte, fueran en el momento de su creación objetos de culto o utensilios
que expresaban riqueza o poder. El mundo antiguo conoció profesiones como la
del escriba y la del arquitecto. Pero aunque una tumba egipcia pueda ser con-
vertida en una expresión increíblemente rica del arte egipcio (la impactante abun-
dancia de objetos encontrados en la tumba de Tutenkamon bastaría para hacer
del Museo de El Cairo uno de los más ricos del mundo), y aunque la construc-
ción de los templos y el culto a los muertos convocara necesariamente una gran
cantidad de artistas, no era el arte como tal, sino el vínculo entre arte y religión
lo que determinaba el significado de esas creaciones. Hoy, esas divinidades a
las cuales se apuntaba a través de la imagen, esos poderes a los cuales servía la
imagen han perdido relevancia frente a la fuerza estética de las imágenes mis-
mas. En este caso, el objeto del culto se ha convertido en obra de arte porque la
mirada ha dejado de orientarse más allá de la imagen y se ha detenido en ella.
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La idea de que la obra de arte sea símbolo, juego y fiesta, es una manera de
decir que la esencia de la obra de arte es su capacidad de convocar un esfuerzo
de interpretación, un recogimiento alrededor de lo que se manifiesta alrededor
de la obra de arte, una participación gozosa del espectador. Se trata, en todos
los casos, de construir comunidad. El momento en el cual escribe Gadamer es
un momento en el cual las vanguardias artísticas mantienen cierta vigencia y el
arte asume una posición crítica en relación con el poder y con la cultura. Allí la
obra de arte es un símbolo, tiene un mensaje, pero conserva los elementos de la
celebración y la excepcionalidad que hereda de su historia, es decir, no se agota
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En más de una ocasión se ha hablado de la muerte del arte, sea porque apa-
rentemente la obra de arte renuncia a su pretensión de verdad o de universali-
dad, sea porque las obras afirman su caducidad, negando la pretensión de un
arte fuera del tiempo (de las obras eternas), sea porque aparentemente el arte se
deja manejar por el gusto, que es múltiple y efímero, o sea porque las propuestas
radicales parecen negar, en ocasiones el conjunto global de referencias que per-
mitían distinguir las obras de arte. Pero siempre el arte se ha levantado, renova-
do, de la aparente muerte diagnosticada por la crítica. El arte afirmó su especi-
ficidad al entrar al museo. El arte del museo conserva el presupuesto de la eter-
nidad de algunas obras; el nuevo arte, que sale del museo, no niega el arte mis-
mo sino sólo una forma histórica de su manifestación. La dinámica del arte
obliga permanentemente a repensar el concepto mismo de arte, y ello ha sido
más claro desde la aparición de las vanguardias que convirtieron al arte mismo
en objeto de la obra de arte.
Si esto es así, la disolución de los límites entre arte y publicidad puede ser mo-
mentánea, pese a las grandes capacidades de la técnica, que alcanza niveles de
perfección en el manejo de las materias y de las formas, y pese a la difusión de
una cultura que homogeniza la percepción al buscar presentar como excepcio-
nales todas las cosas que compiten en el mercado y todas las imágenes que
pugnan por conquistar la mirada.
El arte hoy puede optar libremente por afirmarse como mercado como hizo el
Pop-Art que recogió elementos del gusto popular para asegurarse un consumo
masivo, o puede intentar sustraerse a la lógica del consumo como hizo el arte
conceptual que buscó proponer ideas y no objetos-mercancías. La suprema
libertad del arte contemporáneo le permite repetir, reunir fragmentos recogi-
dos de su propia historia sin preocuparse por la originalidad y por la coheren-
cia, renunciar a intervenir de manera crítica o afirmativa. Mientras que algu-
nos celebran esta libertad sin límite, otros se preocupan porque temen que de
ese modo el arte deje de ser una experiencia que crea nuevas formas de ver el
mundo y de establecer vínculos con él, una experiencia que despierta del deam-
bular inconsciente entre imágenes y cosas que han perdido su capacidad de
interrogar. Ven en las vanguardias y en las creaciones que asumen una dispo-
sición crítica una fuerza que cuestiona la homogenización y sacude la indife-
rencia y se preocupan por un posible triunfo de la banalidad porque temen
que, en su aparente indiferencia, el arte cumpla una función afirmativa de la
cultura. Temen que, al negar todo compromiso con una apertura de la sensibi-
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Por último, puede pensarse que el arte no muere y que, sencillamente, las pro-
ducciones de los artistas se han hecho más visibles, pero menos diferenciables,
en un mundo donde se multiplican las imágenes, y la técnica sustituye a la ima-
ginación. En este contexto puede muy bien ocurrir que las obras de arte real-
mente valiosas tengan un impacto muy localizado o se mantengan ocultas a las
miradas que han desplazado sus asombros del mundo de las creaciones estéti-
cas al mundo de la tecnología. Si así fuera, el arte seguiría siendo accesible sólo
a unos pocos que han aprendido los códigos de lectura, a pesar de llegar a todas
partes gracias a la reproductibilidad técnica.
ARTE Y POESÍA
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Cultura, Artes y Humanidades
expresa como la construcción de una unidad. Pero mientras que el mito recono-
ce a las imágenes como una forma de realidad objetiva, material, en donde la
imagen tiene una eficacia independiente de lo que le es exterior, en donde la
imagen es cosa, en la religión, que triunfa sobre el mito, se establece una separa-
ción entre la imagen y la verdad espiritual; incluso, en ocasiones, la religión se
alza contra la imagen; el arte, por su parte, se detiene en la imagen como ima-
gen; la intuición artística no mira a través de la imagen sino que se detiene y se
instala en ella; la apariencia, en el terreno del arte, contiene su verdad.
El arte puede ser visto como algo distinto de la religión y del mito, como es
distinto, obviamente también de la ciencia y de la filosofía, pero puede también
ser visto como una superación de las barreras que separan el mito, la religión, la
ciencia y la percepción cotidiana. La idea de que el arte es una superación de
barreras entre mundos es aplicable también a las distinciones establecidas por
la filosofía entre mundo objetivo, mundo subjetivo y mundo social (Habermas).
Tanto en la lectura de la obra de arte, donde se compromete integralmente la
experiencia del observador, como en la construcción de esa obra, donde la sub-
jetividad del artista se compromete también de modo pleno, se pone en eviden-
cia la imposibilidad de separar el mundo objetivo del mundo subjetivo en pre-
sencia de la obra de arte. La obra de arte, que existe objetivamente, se constitu-
ye, según hemos señalado, como un espacio de construcción de significados
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ICFES
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Cultura, Artes y Humanidades
visual sea, en cierto sentido, condición de acceso al territorio del mundo, que
adquiere una forma gracias al lenguaje), en la poesía no es posible separar el
sonido del sentido. Aquí aparece una cuestión complicada, la de la traducción
de la poesía. Al cambiar de lengua la poesía cambia de música; se transforma el
modo como en ella vibra el sonido. La traducción puede conservar una in-
tención expresiva, pero parece extraordinariamente difícil que conserve la voz,
la melodía de los acentos, que le es propia en la lengua original. Las palabras
traducidas pueden producir evocaciones similares. Pero en cierto sentido, la
traducción es otra obra.
Sin duda existen vínculos muy diversos entre la ciencia y el arte y nadie puede
ignorar hoy el modo como la técnica sirve al arte. Pero quisiéramos partir de
una diferencia esencial entre la tarea del artista y la de quienes se proponen dar
razón de lo real desde la teoría o dominar técnicamente el mundo material:
aunque el artista deba dar razón de su obra y requiera del dominio técnico para
realizar su trabajo, su modo de vincularse con el mundo en el cual se instala
tiene una diferencia específica que hemos tratado de pensar con la palabra
apertura.
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ICFES
lenguajes con los cuales se exploran las conexiones generales y se formulan leyes
y teorías. Los fenómenos de la ciencia empírico-analítica son fenómenos prepa-
rados y examinados desde la teoría. La mirada renuncia a la multiplicidad ex-
traordinaria de lo dado para captar la unicidad de lo que se comprende como
manifestación de una universalidad o en relación con una universalidad, de lo
que corresponde como material de trabajo al sistema de los conceptos. Como se
sabe, el mundo traducido al lenguaje de las ciencias empírico-analíticas es dis-
tinto al que se ofrece a la mirada ingenua que capta las cosas más que las
relaciones, la variedad más que la variación, la utilidad más que la universali-
dad abstracta.
Que esta forma de apropiación del mundo tiene su propia legitimidad, resulta
incuestionable cuando se piensa en el vínculo entre la ciencia y la técnica. La
renuncia inicial a las cualidades sensibles de las cosas nos ha llevado a una re-
construcción del mundo tan eficaz y potente que una mirada a nuestro entorno
sólo nos muestra cosas artificiales o cosas naturales intervenidas por la acción
humana. La técnica ha transformado extraordinariamente la vida cotidiana, no
sólo por el modo como modifica el trabajo, sino porque sus productos constituyen
nuestro entorno; por su capacidad de configurar la realidad y de construir herra-
mientas para la organización y la circulación de la información; por el modo como
hace disponible el mundo y da forma a las interacciones y al lenguaje en que éstas
se llevan a cabo, muchos pensadores coinciden en que la técnica es el fenómeno
humano que requiere la mayor atención.
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Cultura, Artes y Humanidades
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ICFES
por la técnica remite así a algo exterior a esos mismos objetos. La estética de las
mercancías se impone a través de la publicidad y configura la sensibilidad de los
consumidores en un mundo donde los valores de los objetos se definen, más allá
de su belleza y su utilidad, por su lugar en la jerarquía de las marcas que es
una jerarquía establecida por el valor de signo. Se establecen así distinciones
entre las mercancías sin que se haya renunciado a la producción masiva de
objetos idénticos.
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Cultura, Artes y Humanidades
incluso los tanteos no son aquí otra cosa que tiempo perdido si no los orienta un
sentido muy sutil. A los ojos de un observador que sepa ignorar las apariencias,
esta actividad, esas dudas meditadas, esa espera en la tensión, esos hallazgos,
son bastante comparables a los momentos interiores de un poeta. Pero hay po-
cos ingenieros, me temo que sospechen estar tan próximos como sugiero a los
inventores de figuras y a los ajustadores de palabras... (Valéry, 1998, p. 21) .
Pese a la verdad contenida en esta reflexión de Valéry, pese a la dimensión de
arte que puede haber en el trabajo del ingeniero, pese a la raíz histórica común
al ingeniero y al artista, lo cierto es que artistas e ingenieros asumen frente a sus
tareas actitudes muy diferentes.
Sin embargo las relaciones entre técnica y arte pueden ser mucho más profun-
das de lo que inicialmete se piensa. La ciencia y la técnica son las expresiones
más reconocidas de esa capacidad de dar forma al entorno; ellas ponen en
evidencia la fuerza creadora que hace del mundo una extensión del hombre.
Frente a la técnica, que llega a todas partes y transforma la vida de todos los
pueblos, el arte parece una actividad suplementaria y excéntrica. Pero Heidegger,
en La pregunta por la técnica, invita a pensar el origen de la palabra que nombra
en griego el acto de creación del cual es capaz el ser humano: la techné. En el
origen de la palabra, techné es técnica y arte. Ahora el arte y la técnica se han
separado de modo que la técnica es una creación que se orienta a satisfacer
necesidades prácticas; mientras que el arte es una creación que vale por sí mis-
ma, que expresa un sentido en sí misma, que detiene en ella misma la mirada.
Para Heidegger, comprender el tiempo en que vivimos, captar la esencia de la
época moderna, corresponde precisamente a comprender la esencia de la técni-
ca. Comprender la técnica más allá de la pura eficacia que reduce el sentido de
91
ICFES
Nos hemos referido, hablando del arte, a una forma de manifestación que no es
controlada técnicamente, ni científicamente comprendida, y hemos dicho que
para que esta manifestación pueda darse es necesario construir una apertura
con esfuerzo y dedicación. Sin duda el artista realiza una investigación cuida-
dosa para llevar a cabo su obra. Sin duda prepara su camino y organiza los
elementos que requiere para producirla, incluso se construye un juicioso plan de
trabajo. Pero no hay contradicción entre la rigurosa tarea de exploración del
artista y su disposición a ser interpelado y sorprendido por su obra. Se requiere
dedicación y esfuerzo para despejar el horizonte en el cual la obra de arte puede
ser reconocida. La sensibilidad del artista debe desarrollarse en el contacto con
las ideas y las obras de quienes lo han precedido en la construcción del campo
al cual pertenece. El artista se enriquece con el conocimiento de la historia, de la
filosofía, de los aportes de la crítica, de las teorías que ayudan a la comprensión
del fenómeno de la recepción, y se arma con las técnicas que le permiten dar
forma a la materia. Pero el conjunto de todos estos elementos debe hacerlo más
sensible al significado insospechado, nuevo para él mismo, de las formas que
produce. Trabaja para dominar la materia, para apropiarse de su arte, pero
también para dejarse convocar y, en cierto sentido, conducir por el arte mismo.
92
Cultura, Artes y Humanidades
Se ha planteado que la formación actual de los científicos debe ser cada vez más
sensible a estas exigencias del trabajo colectivo y del diálogo transdisciplinario. La
red en la cual los productos científicos adquieren un significado ha conectado
siempre a los creadores de estos productos con sus posibles usuarios y con quie-
nes contribuyen a legitimar el trabajo de la generación de ideas y estrategias de
acción, pero sólo ahora esa conexión se hace visible porque se establece un corto-
circuito entre la producción y la aplicación de los conocimientos. Podría decirse
que se ha hecho explícita para los científicos la dimensión pragmática, sociológi-
ca, de su trabajo, y que ello obliga a reestructurar los procesos de formación intro-
duciendo espacios de reflexión sobre las relaciones entre ciencia, técnica y socie-
dad y a desarrollar las competencias necesarias para asumir las exigencias de un
diálogo más complejo y más heterogéneo.
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ICFES
Pero lo que hace grande a un artista es algo que va más allá de su capacidad
de apropiar una tradición o de enfrentarse a ella. Con frecuencia se utiliza el
ejemplo de van Gogh para hacer referencia a algunas notas esenciales del
trabajo del artista. Van Gogh es un artista enorme por su particular manejo
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Cultura, Artes y Humanidades
del color y de las formas, por las atmósferas que es capaz de crear, por la
novedad de su mirada que hace aparecer los objetos y los paisajes en un
modo jamás visto; pero también es un gran artista por la selección de lo que
representa y el significado que da a lo que representa; Van Gogh pinta campe-
sinos y obreros, y no es el primero que lo hace; él mismo admira a Millet por
ser capaz de expresar esa vida esforzada y simple que el arte, sólo ocasional-
mente, había reconocido a lo largo de su historia; pero Van Gogh, más allá de
los trabajadores, pinta el trabajo; el trabajo como tal, universalmente consi-
derado, el cansancio del trabajo, la experiencia vivida por el trabajador. Au-
sente del cuadro, el campesino cuyos zapatos han inspirado al pintor ha deja-
do en esos zapatos la huella de su esfuerzo, la expresión más acabada de su
rutina y de su cansancio (ver Heidegger, 1996).
En otro cuadro de Van Gogh, los campesinos que comen patatas en la humilde
habitación, bajo la luz de la lámpara, no son sólo las cinco figuras reunidas en el
cuadro, ni los campesinos franceses del último tercio del siglo XIX, ni los campesinos
del mundo en aquel período histórico, sino los trabajadores de todos los lugares que
comparten penas y alegrías, sueños y derrotas al final de la jornada, incluso en
nuestros días, y tal vez desde la Edad Media. Van Gogh da al trabajo una dimensión
universal y encuentra en el trabajo un modo universal de ser el ser humano. Además,
Van Gogh es una encarnación del compromiso radical del artista.
Aunque pueda decirse de las obras de Van Gogh lo que decía Aristóteles de la
belleza, esto es, que lo bello es aquello a lo cual no puede añadirse ni quitarse
nada; para van Gogh mismo es claro que se trata de buscar siempre sin encon-
trar jamás la perfección; esta búsqueda incesante caracteriza también la vida
de otro pintor cuya obra asombra por su inefable grandeza: Leonardo Da Vinci.
También Leonardo persiguió la perfección convencido de que no había logrado
alcanzarla, y dedicó su vida a esa tarea sobrehumana. No se comprende el
significado de la obra científica de Leonardo hasta que no se la pone en relación
con su proyecto de vida como pintor. Leonardo, el científico, es, antes que todo,
un pintor que busca conocer para pintar. Como científico, no resiste la exigencia
de rigor y sistematicidad del historiador de las ciencias; pero como pintor, el
conjunto de sus obras revela la exigencia extraordinaria de un oficio que de-
manda una entrega que no admite restricciones.
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ICFES
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Cultura, Artes y Humanidades
Entre los documentos de la historia del arte, resultan especialmente valiosas las
reflexiones de los artistas sobre su trabajo y sobre las experiencias e ideas que
alimentan ese trabajo. Las reflexiones sobre el arte, sistemáticas algunas, frag-
mentarias otras, teóricas o autobiográficas, permiten traducir en conceptos in-
tuiciones valiosas y reconocer interlocutores (vivos o muertos) para las nuevas
propuestas. Por otra parte, aunque no sea posible encerrar la creación en una
teoría, no hay duda de que las teorías estéticas nos acercan a las obras de arte
aportando elementos para la construcción de significados. La estética, las teo-
rías del signo y, en general, las conceptualizaciones que permiten aproximacio-
nes a la obra de arte son elementos valiosos del proceso de formación que pue-
den apropiarse a lo largo de la vida del artista, pero que deben introducirse de la
manera más sistemática y amplia posible a lo largo del proceso de formación
académica.
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ICFES
Para hablar de lo que distingue al artista del aficionado o del estudioso que no se
destaca como creador, se utiliza una expresión que alude a una potencialidad
que se realiza en la obra: el talento. Pero la discusión sobre el significado y la
naturaleza del talento está lejos de llegar al consenso. Incluso existen posiciones
radicales que plantean que todos los estudiantes poseen talentos. El plural alude
a la existencia de potencialidades distintas en una misma persona. De este prin-
cipio se desprende como tarea central del maestro la exploración y el descubri-
miento de los talentos y la creación de condiciones que favorezcan su desarrollo.
Es claro que estos talentos son de diferente naturaleza y la escuela debe ser lo
suficientemente flexible para abrir a cada cual espacio para desarrollar alguno
de sus talentos. Así, aunque no todos los estudiantes de la escuela de arte lleguen
a convertirse en artistas destacados, en cierto sentido, todos podrían ser artistas.
¿Qué es entonces lo enseñable? Sin duda hay acuerdo en que las técnicas son
enseñables y en que las referencias racionales de la estética y de la historia del
arte son también enseñables. Pero es claro también que es posible abrir espa-
cios al desarrollo de imaginación y de la sensibilidad. Sensibilidad, imaginación
y razón trabajan juntas y se transforman juntas en el proceso de formación y de
creación del artista. No importa cuán bellas o sublimes, agradables o aterrado-
ras formas de realidad pueda proyectar la imaginación, ellas se derivan de la
experiencia sensorial. Sin embargo, la libertad de la imaginación es restringida
no sólo por la sensibilidad, sino también, en el otro polo de la estructura orgáni-
ca, por la facultad racional del hombre, por su razón. Las más atrevidas imáge-
nes de un mundo nuevo, de nuevas maneras de vida, son guiadas todavía por
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Cultura, Artes y Humanidades
Decíamos en otra parte que no vemos a través del ojo, vemos, a través de la
historia y la cultura, con la ayuda del ojo. La educación de los sentidos humanos
es un proceso permanente en la historia de la humanidad. Marx (1974) es muy
claro al respecto:
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ICFES
Las estrategias a las cuales acuden los maestros de arte son múltiples: cerrar los
ojos y palpar para identificar algo que extraña también al tacto porque en la
vida corriente se ve y no se toca, o se toca, pero se toca en ciertas condiciones
de temperatura y consistencia que han sido cambiadas; examinar lo que nunca
se atiende, los espacios vacíos entre las cosas, los vínculos que hacen identifica-
ble un espacio y que pueden ser cambiados por vínculos no pensados previa-
mente; el descubrimiento o la invención de imágenes ocultas detrás de otras
imágenes o de interpretaciones que hacen aparecer lo que antes estaba oculto
en una imagen; reconocer y guiarse por el olfato y recordar gracias a él o a los
demás sentidos otras experiencias en tiempos y lugares distantes, imaginar múl-
tiples historias de las personas que se ven por la calle o de los lugares que se
recorren, descubrir los olores de los rincones de la ciudad, el cambio del color de
las cosas en distintos momentos del día y en distintas épocas del año; inventar o
averiguar nombres para los matices del color o para los cambios de luz o de
entonación; imaginar el modo como un paisaje puede ser visto por alguien muy
distinto a quien lo mira; adivinar lo que el ojo de un hombre de otra cultura o de
otro tiempo vio en el objeto creado por él y que ahora se contempla en el espacio
aséptico del museo, intentando reconocerse en esa mirada distante y distinta,
etc. Se trata, en todo caso de producir cambios en los modos de ver, de sentir, y
por tanto de comprender el mundo.
Los ejercicios de desarrollo de los sentidos, que se han hecho cada vez más
frecuentes en los talleres de formación artística, son sin duda importantes en el
proceso de desarrollo de la sensibilidad. Pero los sentidos se transforman tam-
bién con lo que podría llamarse la educación de la mirada. Las imágenes que
nos rodean se convierten en referencias para descifrar otras imágenes. Por eso
el artista, como el crítico de arte, debe detenerse a contemplar y a dejarse impre-
sionar por las imágenes.
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Cultura, Artes y Humanidades
En más de una ocasión los artistas se han presentado como mediadores de fuer-
zas que los trascienden. Quizás esta actitud fue frecuente en la creación de objetos
sagrados en la prehistoria y en la Edad Media. Pero es posible que en los tiempos
de la gran escultura griega y, más tarde, a partir del Renacimiento el artista fuera
mucho más consciente de su papel de creador, de constructor libre y activo y de la
belleza, a pesar de las restricciones que ha impuesto el mecenazgo o el poder
establecido. En todo caso, se estaría tentado a plantear que en muchos casos el
artista pone en evidencia, a través de su obra, la radicalidad con que vive una
experiencia que, por fuera de esa sensibilidad, no existiría o serviría de un modo
menos directo, o menos comprometido, o menos consciente.
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ICFES
El talento del crítico debe permitirle realizar una segunda creación, en cierto
sentido una segunda obra de arte. Es lo que han hecho literatos como Baudelaire,
Valéry, Octavio Paz, y muchos otros. Estos ejemplos nos invitan a pensar en
distintas formas posibles de la crítica, entre una crítica científica y una crítica
poética. En todo caso, el crítico de arte cumple una tarea predominantemente
intelectual. Cada vez más frecuentemente, los críticos realizan su lectura de la
creación artística a partir de un conocimiento sistemático de la historia y la
filosofía del arte y de una posición estética, reflexionada y enriquecida con las
herramientas de la lingüística y la semiótica, de la historia de las ideas y de la
tradición de la crítica. El crítico requiere un talento distinto del que exige la
creación de una obra de arte. Con frecuencia, las obras de arte de los grandes
críticos que se aventuran en el terreno de la creación, son inferiores a sus cons-
trucciones intelectuales alrededor de otras obras de arte, aunque muchas veces
el talento del crítico y el del creador se dan en una misma persona, como en los
casos de los escritores anteriormente mencionados.
La relación entre los artistas y los críticos es bastante compleja y muchos artis-
tas temen una interpretación de sus trabajos en la cual no pueden ni quieren
reconocerse. Por otra parte, aunque distintos críticos compartan los mismos
recursos históricos, científicos y filosóficos, es posible que lleguen a conclusio-
nes diametralmente opuestas. Esto no expresa una falla esencial de la crítica,
sino que corresponde a la polisemia propia de las obras de arte.
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Cultura, Artes y Humanidades
Tan importante como las vivencias, la vecindad de las imágenes, las técnicas, la
historia o las teorías del arte es la formación ética de los artistas. La enorme
heterogeneidad de la obra de arte no impide reconocer su capacidad de ampliar
la experiencia ofreciendo aspectos nuevos de las cosas vistas y representaciones
de lo que no se ofrece directamente a la percepción común. Sin duda el arte
griego, el arte del Renacimiento, el Barroco, el Neoclásico y el Romanticismo
establecieron proyectos de creación cercanos al realismo y se inscribieron en
propuestas estéticas que en cierto sentido son duplicaciones del universo visible,
pero mucho de lo que en este arte conmueve e invita a la admiración es algo que
va más allá de la fidelidad de la representación y que constituye una perspectiva
vital o una forma de conciencia que se hace visible a través de la obra. Si en el
Renacimiento el arte podía ser visto como una ventana hacia la naturaleza, de
lo que no cabe duda es de que lo que se hacía visible en esas ventanas, en la
medida en la cual podía ser reconocido como obra de arte, era un modo de ser
distinto de los personajes, los objetos y las acciones. A pesar de la vecindad
entre lo representado y la percepción, la obra de arte afecta de un modo particu-
lar al espectador y alcanza zonas de la sensibilidad que permanecen inaccesi-
bles a la percepción cotidiana.
Tanto el artista creador como el crítico de arte deben, entonces, poseer el cono-
cimiento y el criterio suficientes para instalarse conscientemente en el universo
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ICFES
Tanto el artista como el crítico enseñan a ver, hacen visibles aspectos que
pasan desapercibidos a la mirada cotidiana. Explícita o implícitamente, cons-
ciente o inconscientemente, el artista y el crítico orientan la mirada, expresan su
tiempo y contribuyen a una lectura de la realidad.
ARTE Y SOCIEDAD
La idea del artista solitario, del creador inspirado por su musa que, al final de un
paciente trabajo o por virtud de un milagroso talento, crea el objeto que obliga al
recogimiento y a la admiración, ha mantenido ocultas las contradicciones aso-
ciadas a la supervivencia del artista y al reconocimiento que se le otorga. Las
escuelas de arte se ocupan con frecuencia de la relación entre el artista y la obra,
del significado de la obra en relación con otras obras con las cuales comparte
preocupaciones o formas de expresión o frente a las cuales se reconoce como
diferente u opuesta. Parten del principio de que el artista debe educar su espíritu
y desarrollar su sensibilidad, debe dominar las técnicas que dan forma a la ma-
teria que trabaja, debe conocer otras lecturas que a lo largo de la historia han
ido configurando una aproximación conceptual a las obras de arte, debe tomar
posición en el conflicto de las propuestas en el cual va a intervenir con sus crea-
ciones, y debe adquirir, para ello, las herramientas conceptuales que le permitan
hacer sus elecciones del modo más consciente posible y debe, entonces, formar-
se como creador y eventualmente como interlocutor de otros creadores o como
interlocutor de quienes contemplan o de quienes juzgan la obra.
104
Cultura, Artes y Humanidades
En el arte se produce una gran diversidad de obras para una gran diversidad de
consumidores; esta producción, según Bourdieu (2000), no puede comprender-
se cabalmente desde la sola figura del artista o desde el análisis de la obra. En la
producción artística, además del artista, intervienen los críticos, los intermedia-
rios, los mecenas, los teóricos e historiadores del arte, los responsables de los
espacios en los cuales las obras de arte se exponen o se interpretan y, en síntesis,
un conjunto heterogéneo de profesiones cuyo objeto de trabajo fundamental es
el arte. Este conjunto de personas ocupadas del arte constituye el campo del
arte, en donde el artista aparece y en donde se ubica en relación con otros
artistas y otros profesionales que determinan el reconocimiento y la visibilidad
de su trabajo. El campo de la producción artística tiene su propia unidad, su
propia dinámica, sus contradicciones internas y sus relaciones específicas con
otros campos, como la política, la ciencia, la religión, etc.
Puesto que el trabajo del artista depende de todas esas relaciones y no sólo de su
historia personal, el verdadero sujeto de la obra de arte sería, desde esta pers-
pectiva sociológica, el campo y no el creador individual. A su vez, el objeto de
una reflexión teórica sistemática sobre el arte, de una ciencia del arte, ...sólo
puede ser el conjunto de los dos espacios inseparables, el de los productos y el
de los productores (artistas o escritores, pero también críticos, editores, etc.),
que son como dos traducciones de la misma frase (Bourdieu, 2000a, p. 214).
La tarea de la historia del arte debería ser la reflexión sobre esa dinámica del
campo, que establece relaciones con el mundo externo de los potenciales consu-
midores de las obras de arte. En un determinado momento histórico, quienes
participan de la producción artística plantean posiciones y se confrontan alre-
dedor de ellas, configurando la problemática que caracteriza el arte de ese mo-
mento histórico. Las complejas relaciones entre el arte y el contexto social deben
pensarse teniendo en cuenta un mundo externo al campo artístico, que propone
temas, problemas y posibilidades, y una dinámica interna, una historia propia
105
ICFES
del campo, que impide que la producción artística se convierta en una imagen
más o menos fiel de su contexto, o en una simple afirmación o negación de ese
contexto.
La dinámica interna del campo del arte, que determina en buena medida su
desarrollo histórico, se establece como un diálogo entre el presente y el pasado
del arte, en el cual los nuevos artistas, como se ha dicho, establecen diferencias
con aquello que reciben como tradición y, con frecuencia, rechazan el pasado
en el mismo momento en el cual lo toman como referencia para sus creaciones.
La dinámica del mundo contemporáneo, reiterémoslo, está dada por una com-
petencia generalizada y por la voluntad de hacerse visible y diferente. En todos
los productos, y particularmente en los productos culturales, la dinámica de dife-
renciación es permanente. Esta es una razón para que, con mucha frecuencia,
los artistas se relacionen con sus antecesores afirmando su diferencia con ellos y
negando, en este sentido, las propuestas estéticas de las cuales partieron en su
proceso de formación. Ya recordamos que esta dinámica de diferenciación o de
rechazo al pasado es visible en la historia del arte en la sucesión de los movi-
mientos y en el enfrentamiento entre las escuelas. Gracias a esta dinámica en la
cual el arte trabaja sobre su historia, diferenciándose, la obra de arte se
independiza, relativamente, de su contexto y transforma de modos nuevos lo
que se le ofrece como material de trabajo.
* “Los determinismos sociales, señala Bourdieu (2000a), que dejan su impronta en la obra de
arte se ejercen, por una parte, a través del habitus del productor, remitiéndonos así a las
condiciones sociales de su producción como sujeto social (familia, etc.) y como productor
(escuela, contactos profesionales, etc.), y, por otra parte, a través de las demandas y
constricciones sociales que se hallan inscritas en la posición que ocupa en un campo
determinado. Lo que se llama la “creación” es el encuentro entre un habitus constituido
socialmente y una determinada posición, instituida o posible, en la división del trabajo de
producción cultural...” (p. 208).
106
Cultura, Artes y Humanidades
campo, y a través de un examen del modo como el habitus del artista determi-
na su posición en el campo. Esta propuesta de trabajo des-sacraliza la obra de
arte; no despoja a la obra de su carácter de fetiche pero buscaría develar el
mecanismo que la convierte en tal fetiche. Incluso se trataría, en esta perspec-
tiva, de explicar la trascendencia histórica de algunas obras por los procesos
de transformación de estas obras en paradigmas del trabajo artístico y por la
tarea de la educación de utilizar siempre estos mismos referentes y de enseñar
a ver a través de ellos.
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ICFES
La descripción de Baudrillard señala una condición actual del arte que pone en
cuestión las afirmaciones de las secciones anteriores, como si apareciera una
grave contradicción entre el ser y el deber ser en el arte contemporáneo, como si el
concepto académico de arte no pudiera dar ya razón de las prácticas artísticas.
La idea de que la obra de arte levanta el velo de lo que ya está allí y lo pone de
presente, y crea el lenguaje creando la forma de aproximación a las cosas acom-
paña la creación estética hasta las vanguardias artísticas, hasta las propuestas
de Duchamp, del surealismo, de J. Beuys y de los artistas críticos contemporá-
neos. Pero es una idea que, de alguna manera, está siendo abandonada en las
tendencias del arte contemporáneo que juegan a la repetición y que persiguen
intencionalmente la banalidad.
Lo que ocurre, para nosotros, con estas tendencias del arte mismo, y con la
publicidad, es que la publicidad desde afuera y el arte desde dentro, expresan la
posibilidad de destruir lo sagrado del arte; se trata de un movimiento de secula-
rización radical del arte, que corresponde a una pretensión de secularización
radical del hombre, a una aceptación de los límites del presente, a una acepta-
ción del momento vital sin necesidad de referirlo a un pasado, a un futuro posi-
ble, a un proceso, a una historia.
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Cultura, Artes y Humanidades
Sin rechazar las posibilidades de una ciencia del arte que ayude a comprender
los fenómenos de la recepción de las obras y la dinámica de la formación de los
valores estéticos, es necesario reconocer que existe una dimensión de la expe-
riencia de la relación con la obra y de la creación de la misma que continúa
manteniendo el carácter del misterio, y que permite una forma de vínculo con la
trascendencia que mantiene la fuerza de lo sagrado.
Dentro del problema de la función social del arte, vale la pena preguntarse
por las relaciones entre arte y comunidad. Hemos dicho que el arte revela
nexos invisibles entre el espectador y la humanidad. Ahora nos interesa exa-
minar el modo como el arte vincula a los espectadores entre sí. Esto es más
claro en la música y el teatro, pero es propio también de las otras manifesta-
ciones artísticas.
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Cultura, Artes y Humanidades
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Una característica fundamental del arte del siglo XX es que se vuelve sobre sí
mismo; se pregunta radicalmente sobre su función y su sentido; se niega a la
identificación apresurada que lleva de la obra a lo representado como una pre-
sencia ausente, y obliga a la mirada a cuestionarse, no sólo sobre la naturaleza
de lo representado, sino sobre el carácter y el sentido de la representación. La
reiterada referencia al escándalo producido por Marcel Duchamp, que presentó
un orinal al que había añadido una firma como una obra de arte para ser exhi-
bida en un museo, se debe precisamente a que lo insólito de ese objeto en ese
espacio y la dificultad de reconocerlo dentro de ese espacio obligaba a una
pregunta esencial (tampoco explícita o necesariamente consciente en este caso)
que iba del ¿qué es esto?, ¿qué hace esto aquí? a las preguntas más fundamen-
tales de ¿qué es el museo?, ¿qué es la obra de arte?.
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Cultura, Artes y Humanidades
identidad misma del creador y el sentido de su práctica. Sin duda el cine abrió
nuevos espacios a la creación; sin duda el derrumbamiento de las barreras entre
las distintas artes plásticas, y entre las artes plásticas, las artes escénicas y la
música, multiplicó las posibilidades de la creación artística; sin duda a esa aper-
tura de posibilidades vino a sumarse, de manera significativa, la apropiación
por parte de los creadores de las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación visual; sin duda constituye una gran revolución en el sentido mis-
mo de lo artístico la salida del arte del museo y del lugar de atención de un grupo
social especialmente cultivado en las posibilidades del goce estético y su ingreso
en el paisaje cotidiano y en las distintas formas de relación con la naturaleza y la
sociedad (Beuys es un ejemplo de la voluntad de hacer arte en la relación pro-
ductiva con la naturaleza, en la política y en la escuela); pero lo que es más
relevante en el conjunto de estas novedades radicales es el modo como el arte
contemporáneo transforma la mirada sobre el arte mismo, sobre la naturaleza y
la sociedad; el arte cambia las maneras de ver, las maneras de pensar y las
maneras de sentir. El compromiso de los artistas contemporáneos con el sentido
mismo del arte puede darse en formas y en direcciones distintas; lo que ya no es
posible es que los artistas ignoren o evadan ese compromiso.
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III
HUMANIDADES
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Galileo Galiei
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Se dirá justamente que ésta es una situación del pasado y que las relaciones
actuales entre las ciencias humanas y las ciencias exactas son de mutuo enri-
quecimiento y de apoyo a partir de la conciencia de la complejidad de algunas
problemáticas; se dirá que la noción de ciencia que hoy tiene más adeptos es
aquella que reconoce el ejercicio diverso y continuado de las distintas comuni-
dades académicas y que la palabra ciencia permite reconocer el trabajo acumu-
lado, metódico y permanentemente abierto a la crítica de las comunidades aca-
démicas que desarrollan las disciplinas humanas; que esas comunidades han
constituido campos problemáticos validados como espacios de formación y de
investigación y han creado estrategias de trabajo productivas y rigurosas para
trabajar en esos campos. Pero no es por desconocimiento de la legitimidad de
hablar de ciencia en los asuntos humanos, sino porque queremos aludir a una
problemática que en sus distintos aspectos constituye el campo propio de las
ciencias humanas, pero que no es privativa de los miembros de las comunida-
des académicas porque se plantea a los seres humanos una vez que se inicia la
reflexión sobre el lenguaje, sobre la historia y sobre los vínculos que establece-
mos con nuestros semejantes. Además, no nos parece necesario partir del su-
puesto de que es necesario emplear ese término (que algunos todavía quisieran
hacer equivalente a ciencia natural) en asuntos humanos para referirnos a un
modo óptimo de conocimiento por el cual valga la pena correr el riesgo de dejar
de lado lenguajes y saberes elaborados que no se dejan circunscribir a determi-
nadas exigencias metodológicas o formales.
La conciencia de las tensiones y diferencias entre los sectores sociales, entre las
culturas y las lenguas y tradiciones; la increíble pluralidad de las formas de exis-
tencia humana, de las ideas y de las prácticas y las diferencias que es posible
asociar a las distancias en el espacio y en el tiempo han hecho bastante visible
la dificultad de referirse al género humano como algo universal, más allá de las
determinaciones biológicas. Las pretensiones de universalidad han caído con
frecuencia en extensiones abusivas que convierten lo que una comunidad reco-
noce y desea para sí en identidad y proyecto del ser humano en general. De
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Aunque los terrenos de las Humanidades se hayan venido precisando cada vez
más, no es posible evitar que cuando se plantean las preguntas de la filosofía se
interrogue al mismo tiempo por el lenguaje, por la religión o por la historia y
tampoco parece deseable evitar que aparezcan interrogantes que son objeto de
la filosofía o de la historia al preguntar por el lenguaje. Las Humanidades se
enriquecen mutuamente no sólo explorando en un campo aspectos que ilumi-
nan las preguntas propias de otro campo, sino compartiendo interrogaciones
fundamentales. Dentro de las ciencias humanas, los caminos de una disciplina
iluminan formas de proceder en otras disciplinas (es lo que ha ocurrido, por
ejemplo, con la Fenomenología y, con la Hermenéutica, que desde la filosofía
abrieron nuevos caminos a la historia, a la filología y al análisis literario). Tam-
bién estas conexiones inevitables invitan a pensar en un lugar de encuentro de
las preguntas por lo propiamente humano.
Por otra parte, en cada uno de los campos de trabajo de las humanidades exis-
ten perspectivas distintas, a veces antagónicas, muchas veces complementa-
rias. La pluralidad de enfoques y de métodos es una riqueza irrenunciable don-
de la hegemonía absoluta de un punto de vista significaría la renuncia a un
conocimiento significativo y quizás fundamental para la vida de las sociedades.
No ocurre aquí, como en otros campos problemáticos, que el nacimiento de una
teoría o de un método signifique el abandono definitivo de otra teoría o de otra
forma de indagación. Las humanidades son campos de debate en los que inter-
vienen sabiamente muchas voces del pasado.
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Los humanistas del Renacimiento entendieron así el papel de los textos de los
grandes escritores antiguos: como medios de comunicación que permitían al ser
humano encontrarse consigo mismo y establecer una comunicación inteligente
a través de los siglos. Los textos eran voces que hablaban desde más allá de la
muerte de sus creadores testimoniando un lenguaje común de la especie. En
una época signada por la guerra entre naciones (la Guerra de los Cien Años
duró desde 1337 a 1453) y los conflictos religiosos, por las pestes y las hambrunas
y, por tanto, por la conciencia de la fragilidad de la vida humana, cuando las
referencias para la acción tambaleaban y el futuro se hacía impredecible, los
intelectuales de los siglos XIV y XV buscaron las fuerzas para enfrentar un desti-
no incierto en la propia condición humana. No era necesario ir muy lejos para
encontrar las fuentes de la dignidad del ser humano. Era posible reconocer la
gran obra de la especie humana, su ilimitada capacidad creadora y la enorme
potencia de su intelecto en las maravillas artísticas que sobrevivieron al deterio-
ro de siglos y en los textos admirables de los sabios de la antigüedad. Esas crea-
ciones eran obra del género humano, testimonio de su fuerza y de su capacidad
de trascender.
En la Edad Media, el destino de los seres humanos estaba en buena parte deter-
minado por su pertenencia a un estamento que aseguraba el inmovilismo social;
eran señores o siervos desde su nacimiento hasta el fin de sus vidas. Perdida ya
la identidad con el estamento, los habitantes de la ciudad vivían la aventura y los
problemas de una nueva forma de vida y encontraban, junto a la conciencia
reciente de la libertad, algunos motivos para aspirar a un destino relativamente
independiente de su origen y muchas razones para el pesimismo, por culpa de la
guerra y la enfermedad. El orden feudal que se derrumbaba se correspondía con
la autoridad incuestionada de la Iglesia en cuestiones de moral; los desequilibrios
sociales propios de ese orden se habían vivido como una condición temporal
que tenía una compensación más allá de la muerte. En el contexto de incerti-
dumbre existencial del nuevo orden que se iba decantando en la ciudad, donde
el poder y la miseria se mostraban sin máscaras y perdía fuerza la fe en la justi-
cia eterna, los humanistas del Renacimiento encontraron razones para seguir
confiando en lo que Pico llamó la Dignidad del hombre, estableciendo un diálo-
go con los poetas, los artistas y los filósofos muertos, que seguían sorprendiendo
y fascinando gracias a la resistencia de la piedra y al invento prodigioso de la
escritura.
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El humanismo hunde sus raíces en la Edad Media pero es en los siglos XIV y XV
cuando adquiere su identidad. Los estudios del siglo XII dan un gran énfasis a
las siete artes liberales, incluyen la gramática, la retórica y la dialéctica (o la
lógica) dentro del trivium, y se ocupan de la aritmética, la geometría, la astrono-
mía y la música en el cuadrivium4. La formación humanística, en cambio, aban-
dona en gran medida el cuadrivium y se ocupa de la filosofía moral y, fundamen-
talmente, de la literatura. La gramática y la retórica son objeto de estudio en
tanto contribuyen a la elocuencia y permiten la lectura rigurosa de la literatura
clásica.
4
“Siete son las disciplinas de las artes liberales. La primera es la gramática, o sea, la pericia del
decir; la segunda la retórica, que se considera sumamente necesaria en las cuestiones civiles
por la nitidez y la riqueza de la elocuencia; la tercera es la dialéctica, llamada también lógica, que
con sutilísimas disputas distingue lo verdadero de lo falso; la cuarta es la aritmética, que
comprende las causas de números y sus divisores; la quinta es la música; que consiste en los
cantos y en los cármenes; la sexta es la geometría, que abarca las medidas y dimensiones de la
Tierra; la séptima es la astronomía, que contiene las leyes de los astros. (Isidoro de Sevilla
citado por Garin, 1987, p. 40)
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Los humanistas no han sido reconocidos como grandes filósofos, a pesar del res-
peto que hoy sentimos por Erasmo, por Montaigne, por Alberti o por Pico della
Mirandola, pero el culto a los griegos y el ejercicio de la crítica, tan valorados en la
tradición cultural que se inicia en el Renacimiento, deben mucho a estos pensado-
res que han sido maestros de Occidente. Este olvido que empieza a superarse
puede ser culpa, en parte, de los mismos humanistas. El culto de lo antiguo llevó a
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los humanistas a verse como simples portavoces de una sabiduría capaz de orien-
tar el pensamiento y dar pautas fundamentales para la vida. La tradición de la
ciencia y de la filosofía sistemática ha ignorado a los maestros del Renacimiento
para volverse a los textos originales tomando muy en serio la idea que Juan de
Salisbury pone en boca de Bernardo de Chartres: que los pensadores que recogie-
ron la cultura clásica eran enanos en espaldas de gigantes (Garin, 1987).
Valdría la pena, en todo caso, poner el énfasis en un punto básico para nuestra
tarea de pensar el papel de las humanidades hoy: los humanistas establecieron
un diálogo con la tradición que debía no sólo desarrollar la sensibilidad y educar
en el dominio de la lengua hablada y escrita; se trataba de encontrar elementos
para reconocer las posibilidades de lo humano y para pensar orientaciones de
la vida social, de proponer referencias para construir la identidad de los indivi-
duos y de los pueblos. Es cierto que para los humanistas esta tarea sólo era
posible a través de la lectura de los textos clásicos y que esta elección resulta
insostenible hoy, pero en términos generales sigue siendo válido y necesario
para la vida social explorar en la historia y en el lenguaje referencias para la
construcción de la identidad.
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Por otra parte, la opción por la poesía y no por la scientia, el deseo de los huma-
nistas de reconocerse como literatos más que como filósofos, está fundamenta-
do en el lugar que el humanismo reconoce a la poesía. Dante, a finales del siglo
XIII y comienzos del XIV vive en la antesala histórica del humanismo y piensa el
significado de la poesía. E. Grassi (1993) muestra dos facetas de Dante: el
defensor de la inalterable uniformidad del lenguaje de los distintos tiempos y
lugares, que se expresa en latín, y el orador y poeta que recoge el valor del
5
El humanista es profundamente antiintelectualista; es más literario que científico y más
fideista que racionalista. Al binomio dialéctica-escolástica opone, para sustituirlo, el de
filología-retórica. Platón que como filósofo no había sido tomado en cuenta por Alberto
Magno, a causa de su lenguaje y de su estilo, es ahora redescubierto, vuelve a gozar de
favor y, puesto que además es poeta, se lo considera como Filosofo Supremo ( Le Goff, 1957,
p. 214).
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Dante reconoce cuatro propiedades básicas del lenguaje poético: la poesía
tiene una misión esclarecedora (illuminans); en ella se simenta (cardo) la co-
mún lengua vulgar; ella crea el espacio (aula), la corte, como base de una
comunidad, a la vez que el foro (curia), donde se fijan los normas por las que
se rige el lenguaje (Ibíd. p. 33). La poesía entonces ilumina una realidad ha-
ciendo visible su significado, constituye el soporte del habla de un pueblo, crea el
espacio simbólico en el que se reúne la comunidad y es la fuente de las reglas de
la lengua del pueblo. Cervantes y Shakespeare, como Dante, cumplieron estas
funciones en sus lenguas respectivas. Dante, consciente de su propia grandeza
(se hace reconocer en el primer círculo del Infierno de su Comedia por los gran-
des poetas como uno de ellos -Divina Comedia, Infierno, Canto IV-), es explícito
en la formulación de esta misión enorme que instala la Comedia entre las obras
eternas.
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Es Salutati, a finales del siglo XIV, quien planteará una argumentación sólida
para defender el carácter fundante de la poesía en relación con la verdad. Para
él, la scientia no es el fruto de la sola razón, simbolizada en la musa Terpsícore,
sino de la acción conjunta de las nueve musas. El afán de gloria (Clío), el placer
(Euterpe), la perseverancia (Melpómene), la percepción (Talía) y la memoria
(Polimnia) no podrían llegar a la ciencia sin el ingenio (Erato), que permite
descubrir lo semejante -esta es la tarea de la metáfora-. Gracias a Erato son
posibles el ejercicio de la razón (Terpsícore) que hace posible el juicio, el descu-
brimiento de la unidad (Urania) que ordena y, por fin, la poesía (Calíope) que
hace presentes los dioses, las cosas y los seres animados en su significado origi-
nario (Grassi, op. cit.).
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Por otra parte, las relaciones entre los humanistas y la ciencia han cambiado
radicalmente. Aunque los humanistas contemporáneos, igual que sus colegas
en el Renacimiento asumen una actitud crítica frente a posibles pretensiones
totalitarias de algunos de quienes se ocupan de la ciencia, su actitud general en
relación con sus campos de trabajo se orienta a reconocer las ventajas del ma-
yor aprovechamiento de las tradiciones académicas, de la organización siste-
mática de los conocimientos y del control de la legitimidad de los productos por
parte de las comunidades consolidadas en las distintas áreas de sus estudios.
Muchos académicos ocupados hoy en el campo de las humanidades conside-
ran como un valor central de su trabajo la objetividad (como corrección perma-
nente y empleo de las fuentes críticamente examinadas y de los métodos más
rigurosos y sistemáticos coherentes con la complejidad de las preguntas formu-
ladas) y aspiran al reconocimiento de la cientificidad de su quehacer; por ello se
han distanciado de sus predecesores del Renacimiento que hallaban una impor-
tante justificación de sus estudios en la dimensión de la elocuencia y valoraban
en alto grado lo literario.
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La lectura, que nos pone en contacto con el texto nacido en otro contexto, nos
enfrenta a distintos problemas. El significado que el texto tiene puede ser explo-
rado en relación con un entorno lingüístico, en comparación con otros textos; la
palabra tiene un significado en el contexto del discurso y el discurso adquirió un
sentido en un contexto histórico; expresa una intención del autor. Pero el texto
tiene un sentido también en relación con la interpretación que, desde su tiempo
y su espacio y desde sus intereses vitales, hace un lector. Se puede preguntar por
lo que el texto quiere decir imaginando el interés del autor o partiendo de unas
referencias conceptuales que vinculen el texto a una tradición y deriven de esa
tradición un significado para las palabras; pero se puede interpretar el texto
desde las preguntas, las intuiciones, las expectativas del lector. Estos problemas
no fueron ajenos a la reflexión de los humanistas. Lo fundamental es que ellos
partían del reconocimiento de que las palabras no están unívocamente conecta-
das a las cosas, y se interesaron por la pluralidad del significado de las palabras
y reconocieron el modo como ese significado respondía a contextos distintos y a
las expectativas del lector.
La palabra habla desde el texto y cumple una función social. En ambos casos
hay una enunciación y una disposición a la escucha, pues leer es una forma
atenta de escuchar. Como dice Gadamer (1998): los textos recuperan su ca-
rácter de palabra solo mediante la realización viva de su comprensión; la pala-
bra que existe potencialmente en el texto habla en la lectura, adquiere sentido
en la interpretación.
Los humanistas entablan un diálogo con sus lejanos antepasados griegos y latinos
y son plenamente conscientes de la tarea en que consiste dar un sentido a los
textos. Atender al texto clásico como se atiende a un interlocutor que tiene algo
que decirnos sobre la vida que vivimos no significa una devaluación de un conte-
nido originario que posiblemente se tergiversa, es más bien el esfuerzo por com-
prender lo que el texto puede decir y lo que dice en el momento de la lectura. La
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El modo como apropiemos el universo simbólico que nos configura como seres
humanos, y en el cual habitamos inevitablemente como tales, determina la ri-
queza posible de nuestras elecciones, esto es, el ejercicio que podemos hacer de
la libertad. La conciencia que se haya adquirido sobre la historia, sobre la natu-
raleza del lenguaje y sobre los elementos a partir de los cuales se toman decisio-
nes morales y se reconoce la belleza determina lo visible y lo invisible en el hori-
zonte de lo posible. El campo de conocimientos que alude específicamente a los
problemas esenciales (e inevitables) que acabamos de mencionar es, precisa-
mente, el campo de las humanidades.
Los diferentes campos de trabajo intelectual definen una problemática que de-
termina lo que puede llamarse su objeto y, puesto que las problemáticas son
distintas, los objetos son también diferentes. Cabría pensar, sin embargo, en un
referente común a partir del cual se determinan los aspectos que ocupan a las
distintas prácticas de producción simbólica que llamamos humanidades. Este
objeto sería precisamente la humanidad.
Vale la pena recordar aquí algunas distinciones establecidas que nos permiten
diferenciar entre ciencias humanas y ciencias sociales. Las ciencias sociales
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social se abren posibilidades nuevas a través del encuentro con los otros y del
sentido que en ese encuentro se construye.
La tarea central de las reflexiones sobre lo social es, para Habermas, ampliar el
universo de la interacción. En los años 60´s Habermas realiza una crítica siste-
mática de la educación universitaria en Alemania. Para él, los estudiantes reci-
ben una formación técnica que les permite responder a las expectativas sociales
en el campo de su profesión, pero no reciben una formación práctica que les
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Tal vez hoy sería más importante hablar de una educación en lo humano que de
una educación por la ciencia. Las Humanidades permiten reconocer las cien-
cias como prácticas humanas que tienen un significado en el conjunto de la
cultura; que, como educación de una mirada, como solución a un conjunto
determinado de problemas y como ampliación del universo simbólico en el que
nos reconocemos, construyen horizontes para la determinación de futuros posi-
bles y para el reconocimiento de determinaciones de la acción y de la experien-
cia. ...de esta manera se descubre el otro lado de la cultura científica que domi-
na nuestra civilización, apareciendo como cultura de las humanidades ... hu-
manidades que abarcan en realidad la totalidad de nuestra conformación hu-
mana de la vida. Sirve a una tarea a todos nosotros encomendada: encontrar el
justo equilibrio entre el poder del conocimiento dominador y la sabiduría socrática
del no saber acerca de lo bueno (Gadamer, 1998b, p. 36).
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Los tres tipos de interés se vinculan en el conjunto de las acciones humanas, pero
deben ser diferenciados porque ello permite advertir los peligros de que el interés
técnico sea el que predomine en el campo de las acciones sociales como sería
imaginable desde una perspectiva que supusiera que las ciencias humanas deben
estar sometidas al mismo tipo de necesidad que las ciencias empírico-analíticas.
Afortunadamente las ciencias humanas en la mayor parte de sus desarrollos han
mantenido su especificidad y han sido coherentes con los métodos que le son
propios, aunque han incorporado herramientas, como la estadística, que pueden
servirles para reconocer situaciones y tendencias. El diálogo entre las ciencias es
cada vez más rico y será siempre más fuerte gracias a que las humanidades no
renuncian a las preguntas que se formulan en el horizonte de las interacciones
sociales en el cual son insustituibles en su trabajo de comprensión.
Si en los años 60´s y 70´s, cuando Habermas realiza sus primeras reflexiones
sobre ciencia y sociedad, las ciencias humanas debían, de alguna manera, de-
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La nueva situación debe ser pensada. Los distintos aspectos de esta situación
deben hacerse visibles y comprensibles. Y hoy se pregunta si las humanidades
están preparadas para esa tarea. En la respuesta a esa pregunta se juega algo
esencial si se considera que la desconfianza en las grandes ideas de Historia y
Verdad, la negación recurrente de la universalidad en aras de la afirmación de la
diferencia y la afirmación de lo local y de lo fragmentario pueden llevar al des-
concierto y a la inacción o si se concluye que con la disolución de la verdad se
disuelve cualquier posibilidad de construir consenso sobre un mundo mejor.
Se podría creer que, al menos en los países más ricos, se ha llegado a una
situación en la cual es legítimo mantener un sano escepticismo frente a las
pretensiones de verdad, porque de alguna manera lo básico está resuelto y las
diferencias son de tal naturaleza que no podemos imaginar que nadie tiene
razón; así que lo que tenemos que hacer es tratar de llegar a acuerdos básicos
que nos permitan, simplemente, estar juntos. Pero, como se sabe, en nuestro
medio estamos lejos de esa situación. Los acontecimientos más recientes en la
esfera planetaria ponen en evidencia la superposición entre la lucha por las
reivindicaciones posmaterialistas (las reivindicaciones que van más allá de
las necesidades básicas y que refieren a las necesidades simbólicas de cultura,
comunicación y apertura de sentido) y el temor a la fragilidad de la vida que
pone en evidencia la presencia del fantasma de la guerra. Lo más grave en la
política contemporánea, que se ha hecho visible en acontecimientos recientes,
es el predominio de la fuerza sobre el acuerdo racional, la pérdida de la pers-
pectiva de supervivencia de la especie en el largo plazo.
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Como señala C. Villa (2001): Las tecnologías han dado pie a un nuevo tipo de
revolución: la del hombre simbiótico, es decir, nuestra idea de hombre tendrá
que adaptarse a las manifestaciones concretas de una nueva forma de ser hu-
manos, fruto del gran organismo mezclado y complejo en que se ha convertido
el planeta... La unión de la biosfera y de la tecnosfera en su forma más avanza-
da y más desmaterializada está en el origen de la constitución del cerebro plane-
tario de la sociedad en tiempo real... la idea quizá más interesante de esta con-
cepción de lo humano, es la de comprender el hombre como una pieza u orga-
nismo, entre otros, en estrechas relaciones con las plantas, los animales, los
entornos arquitectónicos naturales, o también, con la macrovida y las máquinas
de todo tipo. (pp. 55, 58).
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En primer lugar, las humanidades han recogido los aportes que a lo largo de la
historia se han hecho para construir imágenes de la humanidad a través de las
cuales el hombre pueda tener una mayor comprensión de sí mismo, de sus raí-
ces y de sus posibilidades. Esta tarea continúa vigente y en ella las humanidades
parecen insustituibles, aunque otras ciencias, como las que se relacionan con el
medio ambiente, puedan hacer aportes definitivos.
Otra tarea de las humanidades consiste en enriquecer las fuentes y las referen-
cias para el desarrollo de la capacidad creadora. Actualmente asistimos a una
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Las relaciones entre los hombres se dan a partir de una disposición al encuen-
tro, de una disposición a la escucha, de la capacidad de instalarse en el lugar
del otro. Esta dimensión de la comprensión no es sólo el método propio de las
humanidades sino que se revela como una necesidad social, fundamental, que
no puede ser descuidada.
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Tal vez sea precisamente ahora cuando se hace más prioritaria la formación
humanística y se revelan más claramente los peligros de su ausencia; ahora,
cuando muchos ignoran o subvaloran su papel decisivo, cuando se impone en el
mercado un paradigma de lo nuevo y una ideología de la juventud como bien
supremo y se descarta lo que pueda reconocerse como viejo, cuando se aban-
dona la lectura disciplinada y reflexiva para gozar los placeres de la imagen,
cuando se desconfía de todo lo dicho y se relativizan todos los discursos, cuan-
do se concluye que no existen principios ni convicciones sostenibles y que las
opiniones son en cierto sentido equivalentes, cuando se experimenta la vecin-
dad del abismo de la soledad y la indiferencia, es cuando se hace necesario
reconocer lo que las humanidades y las artes ofrecen como fuente de sentido
para la vida.
Esta definición negativa de la cultura (la cultura como lo otro de la formación
profesional) corresponde, en lo social, a una pérdida de conciencia histórica y,
en la academia, a la formación de profesionales que pierden, en la etapa de su
vida universitaria, una ocasión única de ampliar su sensibilidad y de hacerse,
en un sentido amplio, verdaderamente humanos. La perversión asociada a una
definición restringida de la cultura (la cultura como lo complementario) lleva a
la formación de profesionales ciegos para las creaciones de la plástica, sordos
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El desarrollo de la sociedad depende, sin duda, de la riqueza material que ella puede
producir. Pero su supervivencia y su mejoramiento cualitativo dependen también de
las herramientas que haya podido construir para el desarrollo de la solidaridad,
para la ampliación de la comprensión y para hacer posible la reconciliación. Las
humanidades y las artes no son lo complementario, son el universo más rico de
referencias para la construcción de los vínculos que sostienen la sociedad.
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Un gran poema, una novela clásica nos acometen; asaltan y ocupan las fortale-
zas de nuestra conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorio sobre nuestra
imaginación y nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más
secretos. Los hombres que queman libros saben lo que hacen. El artista es la
fuerza incontrolable: ningún ojo occidental, después de Van Gogh, puede mirar
un ciprés sin advertir en él el comienzo de la llamarada.(Steiner, 1994, p. 32).
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