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ELLOS

P.J. RUIZ, 2009


- Hemos mirado bien y… no hay nada. Cero patatero, amigo. Allá abajo no hay el

menor rastro de que haya sucedido algo fuera de lo normal.

- Tiene que haberlo, inspector. Cualquier cosa, una pista, un detalle… no es

posible que hayan desaparecido.

- Pues la verdad… como no se hayan ido en barquita no veo la manera. Es una

zona cerrada. A la espalda la avenida por encima del nivel, a la izquierda el

puente bloqueando todo, al frente el río, y a la derecha una extensión de juncos.

Sinceramente no se que pensar, y usted me entiende.

El inspector González recordaba perfectamente cómo había llegado aquel hombre a la

comisaría. Su mirada, eso era lo que le había convencido. En tan larga vida profesional

había visto de todo, mucha clase de gente, y distinguía perfectamente a quien decía

estupideces e invenciones. Aunque pareciese una fantasía, lo que aquel hombre le había

contado había encendido una misteriosa luz roja dentro de él. El hombre se había

prestado amablemente a declarar, y lo que le había dicho no era común, pero… su

instinto le decía que hiciese caso a lo ilógico, y por eso se desplazó hasta el lugar con un

agente de escolta. Lo cierto es que recordaba a la perfección lo que le había contado

aquel hombre nada más llegar a comisaría.

- Yo estaba sentado cerca del puente del Alamillo en una amplia terraza que hay

donde terminan los edificios y se domina la rotonda que sale de la ciudad. Es un

lugar muy agradable, y ahora en Verano se está bien a partir de determinada

hora. El Sol ya se había puesto, y por consiguiente la temperatura bajaba con

celeridad, por lo que había más gente disfrutando del inicio de la noche. Había

llegado pronto a la cita con mis compañeros, y mi única preocupación era si


comerme o no un kebab del restaurante árabe detrás mío, pero por la comodidad

de no tener que ocuparme de si manchaba o no mi ropa blanca opté por no

hacerlo, así que miraba plácidamente todo a mi alrededor, relajándome antes de

la noche. Soy músico, y suelo trabajar por la zona, así que se bien de qué va la

oscuridad y de sus gentes, créame. Entonces los vi aparecer, y ya no puede

quitarles la vista de encima de un modo u otro. La primera vez que los observé

estaban cruzando un semáforo a mi izquierda, sin prisas, en silencio. Eran unos

diez, y desde el primer momento me llamaron la atención, uno de esos eventos

que te hacen entornar la cara como por un resorte, porque has notado algo que te

ha llamado profundamente la atención, aunque luego no seas capaz de saber que

es. Iban todos de negro riguroso de la cabeza a los pies, informales, pero de

negro, ropa nada cara ni llamativa, sin piercings ni tattus, sin botellas ni nada en

sus manos, miradas perdidas, ausentes, brazos bajos… sin alegría a lo largo de

toda su palidez, pese a que ninguno pasaba de los 20 años. Todos tenían el

cabello negro impecablemente dispuesto pese a la variedad de peinados más o

menos a la moda. A la cabeza iba un chico extraño, con el pelo hacia arriba,

como electrizado, al estilo de hoy, pero elegantemente, sin destacar demasiado.

Se le notaba el liderazgo a la legua, porque los demás sencillamente le seguían,

y en verdad resultaba hipnótico. Tenía los ojos tan oscuros por las órbitas que

pensé que estaba maquillado, pero no estoy seguro del todo. Era muy blanco de

tez, lo cual aumentaba el extraño efecto, aunque la verdad, todos lo eran. ¿Sabe?

No crucé la mirada ni un momento con ese chaval, pero estoy seguro de que de

haberlo hecho no hubiese resultado nada agradable.


Pero en cambio, cuando cruzaron el semáforo mi mirada fue captada por alguno de

ellos, e instintivamente la aparté. Me dio miedo, y no me importa decirlo, no se, fue

como un aguijonazo en los ojos. No me comporto así nunca, pero el reflejo fue

instintivo. Nada mas cruzar la calle se dirigieron hacia mi ubicación, directos a pasar

por la amplia acera que se extendía detrás de mi, entre el banquito de piedra que

ocupaba y los bares a mi espalda, pero en el último instante cambiaron de rumbo y

cruzaron por el frente, con lo que pude verlos con todo detalle. Y eran… distintos. No se

explicar lo que en ellos vi que me hizo sentir tanto rechazo, pero sin duda había algo allí

y en una cantidad grande. No soy asustadizo para nada, pero estaba sucediendo algo que

no entendía, y repito, no había nada a primera vista que estuviese fuera de lo común,

exceptuando quizás la pose tribal de banda juvenil y el silencio con el que se

desplazaban. Ni una palabra, ni una pisada resonante… nada. Me pregunté si movían el

viento o lo penetraban, pero no supe responderme.

Entonces la vi. Iba al final del todo, cogida del brazo por uno de los chicos, que la

miraba además con toda su atención y algo que más que una sonrisa parecía un rictus.

Era una muchacha gordita, rubia, con una falda vaquera y algo rojo por encima, una

camiseta o así. No encajaba para nada entre los demás. También iba en silencio, pero no

era como los otros. Ella, y no me pregunte porque no se que decir a esto, era en todo lo

que yo comprendo una chica normal, saludable. Deje que me exprese aunque ahora

resulte confuso, pero más tarde lo entenderemos con suerte. Ella era una niña del lado

bueno, eso es lo que percibí, una de los nuestros, con una considerable dosis de vida,

rosada, joven.... Miré el modo en que la llevaba agarrada el chico a su izquierda, y vi

como sus dedos se clavaban en la carne llena de juventud de aquel brazo desnudo, con

fuerza, haciendo presa de tal modo que resultaba imposible zafarse. Ella tampoco lo
intentaba, desde luego, pero la escena era fuerte para quien se fijase, de una violencia

medida. Las uñas del muchacho eran largas, y bastante descuidadas, muy fuertes. Le

decía algo al oído, pero ella no cambiaba el gesto, que estaba a medio camino entre la

ensoñación y el encanto, como si… como si durmiera.

La comitiva se acercó al semáforo siguiente, y uno de ellos, sigilosa y respetuosamente,

apretó el botón para cruzar… en silencio, ordenadamente… tras su líder. Todo

orquestado para no llamar para nada la atención. Pensé que igual iban a las

concentraciones de Alamillo, muy populares en esas fechas entre los chavales sin

ocupación que se ponían hasta arriba de todo, pero lo descarté de inmediato. Éstos no

iban allí, sino a la zona de la ribera del Guadalquivir, junto al río, a algún lugar solitario,

porque se perdieron por una zona que no lleva más allá, por donde no hay sitio para

cruzar ni acceso a los paseos de la ribera.

Y esa chica… En un último instante volvió su cabeza, quizás sintiendo mi mirada, y

entonces me percaté de la realidad. A pesar de la distancia pude ver la fuerza de sus

ojos, el crepitar de las llamas de un corazón que se quemaba en un fuego desconocido y

pedía auxilio más allá de su propia alma. No pregunte como, pero me llegó una especie

de flash, un fogonazo que me dio a entender lo que ya saben, el motivo por el que les

llamé rápidamente, agente. ¿Telepatía? No lo sé.

Seguramente fueron los ojos… pero algo me gritó desde lo profundo de su alma que…

¡Ella era la comida para esa noche!


Así que busque, inspector, busque sin parar, por lo que más quiera… no deje de hacerlo.

No archive el caso como otras veces sin duda ha sucedido. Busque y encontrará.

- ¡¡Señor!! – era la voz del agente Márquez, que llamaba desde el lado del muro

de defensa. – ¡Mire esto! – señalaba con el dedo índice embutido en sus guantes

de látex.

En la pared se veía lo que parecía una mancha de aspecto gelatinoso, repugnante en su

olor. El inspector y el hombre asustado la miraron con detenimiento. En el centro,

escrita con algo negro que no era pintura, aparecía escrita una palabra. Una sóla y única

palabra: ECLEISIA.

Se estremecieron pese a no entender el significado.

Después de aquello, el inspector González no dejó de dar vueltas al relato de aquel

hombre, al aspecto y olor de la mancha, a la misteriosa palabra… Cuando llegó el

análisis se enteró de que la sustancia negra del texto era sangre de muerto, y que estaba

escrita sobre grasa humana fresca perfectamente untada en el cemento, como con un

enorme cuchillo de desayuno. Horrible.

Pese a las misteriosas pruebas, muy a su pesar tuvo que cerrar el caso dada la ausencia

de más datos, pero a veces iba a tomar algo a la terraza de aquel lugar frente al Alamillo.

Era un lugar fresco y agradable. Allí lo observaba todo sin esperar nada. Pensar que

pudiese haber alimañas sueltas entre los jóvenes, confundiéndose con ellos,

alimentándose de manera infame, resultaba tan aterrador que…….

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