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Integran el equipo: Julieta R.

Castillo Jaime
Natalia Yaremchuk

Materia: Lengua y Literatura


Curso: 1º 3ra E.E.M. Nº 2

Profesora: Adriana Nabel


Índice
INTRODUCCIÓN
Orígenes y épocas de la literatura. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .2

LÍNEA DE TIEMPO DE LA HISTORIA DE LA LITERATURA. . . . . . . . . . 3

SELECCIÓN DE TEXTOS
Literatura Antigua
“La Odisea” de Homero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .6
“La Eneida” de Virgilio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8
Literatura Medieval
“Los Milagros de Nuestra Señora” de Gonzalo de Berceo. . . . . . . . 12
“El Conde Lucanor” de Juan Manuel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13
Siglo de Oro Español
“Soneto XXIII” de Garcilaso de la Vega. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
“El Lazarillo de Tormes” (Anónimo). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
“Soledades” de Luis de Góngora”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .18
“A Santa Rosa de Lima” de Luis de Tejeda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Neoclasicismo
“El sí de las niñas” de Fernández de Moratín. . . . . . . . . . . . . . . . . .21
Literatura Moderna
“Rimas” de Gustavo Adolfo Bécquer. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .24
“Amalia” de José Mármol. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
“Marianela” de Benito Pérez Galdós. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .28
“Los Pasos de Ulloa” de Emilia Pardo Bazán. . . . . . . . . . . . . . . . . .30
Literatura Contemporánea
“Una despedida” de Jorge Luis Borges. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .33
“El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias. . . . . . . . . . . . . . . .34

BIBLIOGRAFÍA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .37

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Introducción

Orígenes y épocas de la literatura

La literatura española nació en Castilla en la Edad Media. El monumento literario


completo más antiguo que se conserva es un poema épico, el Cantar o poema de
Mio Cid, del siglo XII (año 1140). Para simplificar el arduo problema de los orígenes
remotos (todavía en proceso de investigación) suele tomarse como referencia a los
antiguos pueblos de Grecia y Roma, cuna de la cultura occidental.
La periodización de la literatura es siempre convencional, pues nunca puede
fijarse una línea divisoria entre época y época, ni puede saberse con precisión
cuando nace una nueva idea o cuando se inicia exactamente una tendencia.
Finalmente dentro de cada época o siglo de la literatura hispanoamericana se
presentan movimientos, tendencias, escuelas o períodos parciales.
A continuación anexamos una línea de tiempo para dividir la historia literaria en
épocas en que según los historiadores y críticos coinciden con leves divergencias.

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Literatura
Antigua

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Grecia y Roma
Entre las literaturas europeas, la literatura de la Grecia antigua ocupa un sitio
singular. Es la más antigua que realmente sobrevive, y ha ejercido la mayor
influencia en la posteridad. Los principios, formas y medidas de los griegos
gobernaron la literatura naciente de Roma y, a través de Roma, el conjunto del
mundo moderno.
Para nosotros la literatura griega empieza con el nombre de Homero y con las dos
epopeyas famosas, La Ilíada y La Odisea. Desde el punto de vista lingüístico e
histórico, los relatos pueden situarse en las ocupaciones griegas en Asia Menor en el
siglo IX a. de C. La Ilíada cuenta la guerra de Troya, el rapto de Elena por Paris y las
hazañas de Héctor y Aquiles. La Odisea es el relato de los viajes de Ulises y los
argonautas, la superación del incesante e irrechazable canto de las sirenas y las
tentaciones de la ninfa Calipso, hija de Atlas, que retuvo a Ulises (también conocido
como Odiseo) durante siete años hasta que él rechazó su oferta de inmortalidad y
retornó a su fiel esposa Penélope.

Fragmento de la Odisea: Mi nombre es Nadie


Autor: Homero (s. IX a.C.)
(...) Al fin pareciome que la mejor resolución sería la siguiente. Echada en el suelo
del establo veíase una gran clava de olivo verde, que el Cíclope había cortado para
llevarla cuando se secase. Nosotros, al contemplarla, la comparábamos con el mástil
de un negro y ancho bajel de transporte que tiene veinte remos y atraviesa el
dilatado abismo del mar: tan larga y tan gruesa se nos presentó a la vista.
Acerquéme a ella y corté una estaca como de una braza, que di a los compañeros,
mandándoles que la puliesen. No bien la dejaron lisa, agucé uno de sus cabos, la
endurecí, pasándola por el ardiente fuego, y la oculté cuidadosamente debajo del
abundante estiércol esparcido por la gruta. Ordené entonces que se eligieran por
suerte los que, uniéndose conmigo deberían atreverse a levantar la estaca y clavarla
en el ojo del Cíclope cuando el dulce sueño le rindiese. Cayoles la suerte a los
cuatro que yo mismo hubiera escogido en tal ocasión, y me junté con ellos formando
el quinto.
Por la tarde volvió el Cíclope con el rebaño de hermoso vellón, que venía de
pacer, e hizo entrar en la espaciosa gruta a todas las pingues reses, sin dejar a
ninguna dentro del recinto; ya porque sospechase algo, ya porque algún dios se lo
ordenara. Cerró la puerta con el pedrejón que llevó a pulso, sentóse, ordeñó las
ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su
hijito.
Acabadas con prontitud tales cosas, agarró a otros dos de mis amigos y con ellos
se aparejó la cena. Entonces llegueme al Cíclope, y teniendo en la mano una copa
de negro vino, le hablé de esta manera:
-Toma, Cíclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué
bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traía para ofrecer una libación en el
caso de que te apiadases de mi y me enviaras a mi casa, pero tú te enfureces de
intolerable modo. ¡Cruel! ¿Cómo vendrá en lo sucesivo ninguno de los muchos
hombres que existen, si no te portas como debieras?
Así le dije. Tomó el vino y bebióselo. Y gustóle tanto el dulce licor que me pidió
más:
-Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para
que te ofrezca un don hospitalario con el cual huelgues. Pues también a los Cíclopes

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la fértil tierra les produce vino en gruesos racimos, que crecen con la lluvia enviada
por Zeus; mas esto se compone de ambrosía y néctar.
Así habló, y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces
bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope,
díjele con suaves palabras:
-¡Cíclope! Preguntas cual es mi nombre ilustre y voy a decírtelo pero dame el
presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me
llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.
Así le hablé; y enseguida me respondió con ánimo cruel:
-A Nadie me lo comeré al último, después de sus compañeros, y a todos los
demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca.
Dijo, tiróse hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado, dobló la gruesa cerviz y
vencióle el sueño, que todo lo rinde: salíale de la garganta el vino con pedazos de
carne humana, y eructaba por estar cargado de vino.
Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo, para calentarla, y animé
con mis palabras a todos los compañeros: no fuera que alguno, poseído de miedo,
se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y
relumbraba intensamente, fui y la saqué del fuego; rodeáronme mis compañeros, y
una deidad nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, hincáronla
por la aguzada punta en el ojo del Cíclope; y yo, alzándome, hacíala girar por arriba.
De la suerte que cuando un hombre taladra con el barreno el mástil de un navío,
otros lo mueven por debajo con una correa, que asen por ambas extremidades, y
aquél da vueltas continuamente: así nosotros, asiendo la estaca de ígnea punta, la
hacíamos girar en el ojo del Cíclope y la sangre brotaba alrededor del ardiente palo.
Quemóle el ardoroso vapor párpados y cejas, en cuanto la pupila estaba ardiendo y
sus raíces crepitaban por la acción del fuego. Así como el broncista, para dar el
temple que es la fuerza del hierro, sumerge en agua fría una gran segur o un hacha
que rechina grandemente, de igual manera rechinaba el ojo del Cíclope en torno de
la estaca de olivo. Dió el Cíclope un fuerte y horrendo gemido, retumbó la roca, y
nosotros, amedrentados,
Huimos prestamente; mas él se arrancó la estaca, toda manchada de sangre,
arrojola furioso lejos de sí y se puso a llamar con altos gritos a los Cíclopes que
habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios. En
oyendo sus voces, acudieron muchos, quién por un lado y quién por otro, y
parándose junto a la cueva, le preguntaron qué lo angustiaba:
-¿Por qué tan enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche,
despertándonos a todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado?
¿O, por ventura, te matan con engaño o con fuerza?
Respondioles desde la cueva el robusto Polifemo:
-¡Oh, amigos! "Nadie" me mata con engaño, no con fuerza.
Y ellos le contestaron con estas aladas palabras:
-Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la
enfermedad que envía el gran Zeus, pero ruega a tu padre, el soberano Poseidón.
Apenas acabaron de hablar, se fueron todos; y yo me reí en mi corazón de cómo
mi nombre y mi excelente artificio les había engañado. El Cíclope, gimiendo por los
grandes dolores que padecía, anduvo a tientas, quitó el peñasco de la puerta y se
sentó a la entrada, tendiendo los brazos por si lograba echar mano a alguien que
saliera con las ovejas; ¡tan mentecato esperaba que yo fuese!

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La Eneida es una epopeya escrita en latín por Publio Virgilio Marón, más conocido
como Virgilio, en el Siglo I a. C. La obra fue escrita por encargo del emperador
Augusto, con el fin de glorificar, atribuyendo un origen mítico al Imperio que con él se
iniciaba. Con este fin, Virgilio elabora una reescritura, más que una continuación, de
los poemas homéricos, tomando como punto de partida la guerra de Troya y su
destrucción, y colocando la fundación de Roma como un acontecimiento ocurrido a
la manera de los legendarios mitos griegos.

Fragmento de la Eneida.
De Virgilio. (s. I a.C.)
Libro II.
Enmudecieron todos, conteniendo
el habla, ansiosos de escuchar. Eneas
empieza entonces desde su alto estrado:
«Espantable dolor es el que mandas,
oh reina, renovar con esta historia
del ocaso de Ilión, de cómo el reino,
que es imposible recordar sin llanto,
el Griego derribó: ruina misérrima
que vi y en que arrostré parte tan grande.
¿Quién, Mirmidón o Dólope o soldado
del implacable Ulises, referirla
pudiera sin llorar? Y ya en la altura
la húmeda noche avanza, y las estrellas
lentas declinan convidando al sueño.
Mas si tanto interés tu amor te inspira
por saber nuestras lástimas, y en suma
lo que fue Troya en su hora postrimera,
aunque el solo recuerdo me estremece,
y esquiva el alma su dolor, empiezo.
Del Hado rebatidos, tantos años,
los caudillos de Grecia, hartos de lides,
con arte digno de la excelsa Palas,
un caballo edifican —los costados,
vigas de abeto, un monte de madera—;
y hacen correr la voz que era el exvoto
por una vuelta venturosa. Astutos,
sortean capitanes escogidos
y en los oscuros flancos los ocultan,
cueva ingente cargada de guerreros.
Hay a vista de Ilión una isla célebre
bajo el troyano cetro rico emporio,
Ténedos, hoy anclaje mal seguro:
vanse hasta allí y en su arenal se esconden.
Los creemos en fuga hacia Micenas,
y de su largo duelo toda Troya
se siente libre al fin. Las puertas se abren
¡qué gozo ir por los dorios campamentos

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y ver vacía la llanura toda
y desierta la orilla! «Aquí, los Dólopes,
aquí, las tiendas del cruel Aquiles;
cubrían las escuadras esta playa;
las batallas, aquí…» Muchos admiran
la mole del caballo, don funesto
a Palas virginal. Lanza Timetes
la idea de acogerle por los muros
hasta el alcázar —o traición dolosa,
u obra tal vez del Hado que ya urgía—.
Mas Capis, y con él los más juiciosos,
están porque en el mar se hunda al caballo,
don insidioso de la astucia griega,
tras entregarle al fuego, o se taladre
a que descubra el monstruo su secreto.
Incierto el vulgo entre los dos vacila.
De pronto, desde lo alto del alcázar,
acorre al frente de crecida tropa
Laoconte enardecido, y desde lejos:
«¡Oh ciudadanos míseros! —les grita—
¿qué locura es la vuestra? ¿al enemigo
imagináis en fuga? ¿o que una dádiva
pueda, si es griega, carecer de dolo?
¿no conocéis a Ulises? O es manida
de Argivos este leño, o es la máquina
que, salvando los muros, se dispone
a dominar las casas, y de súbito
dar sobre Ilión; en todo caso un fraude.
Mas del caballo no os fiéis, Troyanos:
yo temo al Griego, aunque presente dones.»
Dice, y en un alarde de pujanza,
venablo enorme contra el vientre asesta
del monstruo y sus igares acombados.
Prendido el dardo retembló, y al golpe
respondió en la caverna hondo gemido.
¡Y a no ser por los Hados, por la insania
de ceguera fatal, la madriguera
de esos Griegos hurgara él con la pica,
y en pie estuvieras, Troya, y sin quebranto os irguierais, alcázares de Príamo!
En este trance unos pastores teucros
con grande grita a un joven maniatado
traían ante el rey. A la captura
no había resistido: empeño suyo
era franquear Ilión a los Argivos;
y resuelto venía a todo extremo,
o a consumar su engaño, o de la muerte
a afrontar el rigor. Para mirarle,
ansiosa en torno de él se arremolina la juventud troyana y le baldona.
Mas oye la perfidia…, y por un Dánao
podrás sin falla conocer a todos.
Porque al verse indefenso entre el concurso,
todo él turbado, en torno la mirada

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tiende por la dardania muchedumbre,
y «¡Ay! —suspiró— ¿qué mar, qué tierra amiga
me podrá recibir? ¿o qué me queda
cuitado, sin asilo entre los Griegos,
y reo cuya sangre airados piden
los Dardanios a una?» Este gemido
nos conmueve y abate nuestro encono.
Le alentamos a que hable, que nos diga
de qué raza es nacido, qué le trae
y en qué fundó, al rendirse, su esperanza.
Depuesto el miedo al fin, «Oh rey —prosigue—,
de cuanto ha sido, fuere lo que fuere,
la verdad diré yo. Y antes que nada,
no niego ser argivo: la Fortuna
pudo hacer a Sinón desventurado
mas no hablador mendaz y antojadizo.
Tal vez haya llegado a tus oídos
un nombre: Palamedes, el Belida,
rey glorioso, que, al tiempo de una falsa
alarma de traición, se vio acusado
—atropello inmoral de un inocente
sin más delito que objetar la guerra—.
Lo arrastraron los Griegos al suplicio;
llóranle hoy, tarde ya. Como, aunque pobres,
éramos de su sangre, yo desde Argos,
mandado por mi padre, joven vine
a iniciarme en las armas a su sombra;
y mientras el mantuvo su fortuna
e intacto su prestigio entre los reyes,
también logró mi nombre algún decoro.
Mas cuando, al galope del falsario Ulises,
partióse, como sabes, de esta vida,
derrocado yo al par, triste y oscura
arrastraba mi suerte, protestando
a solas del malogro del amigo.
Y no callé, loco de mí: venganza
me atreví a prometer, si con victoria
volvía yo a mi patria, y duros odios
con esto concité. Tal fue el principio
de mi infortunio y del afán de Ulises
por aterrarme con achaques falsos
y dichos que esparcía por el vulgo.
Consciente de su crimen, dase mañas,
armas buscando contra mí, ni ceja
hasta lograr que Calcas, su ministro…
Mas ¿por qué revolver lo que a vosotros
nada puede importar? ¿a qué alargarme?
Si ante vuestro rigor los Griegos todos
son una cosa, y ser yo Griego basta
para el castigo, tiempo es ya: matadme…
¿Qué más se quiere Ulises? ¡y a buen precio
de seguro os lo pagan los Atridas!»

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Literatura
Medieval

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Literatura Medieval

La literatura en lengua castellana comienza por dividirse en dos corrientes que,


hacia principios del siglo XV, concluirán por confluir en una sola.
Esos causes, referidos a la poesía épica, alimentan dos formas características:
una popular, anónima, oral: el mester de juglaría; otra, más culta, escrita a veces,
por autores individualizados: el mester de clerecía.
Gonzalo de Berceo es el primer poeta castellano cuyo nombre se conoce, y el
representante más celebrado del mester de clerecía. Lo fundamental de este escritor
son los denominados Milagros de Nuestra Señora. El volumen contiene veinticinco
poemas o milagros. El milagro es un caso o hecho humano que se resuelve al final
favorablemente por la intercesión milagrosa de la Virgen María en beneficio de
devotos suyos, aun cuando ellos sean pecadores.

Gonzalo de Berceo. Los milagros de nuestra señora.


EL LABRADOR AMBICIOSO (s. XIII)

Era en una tierra un ome labrador


que usaba la reja más que otra labor;
más amaba la tierra que non al Criador,
era de muchas guisas ome revolvedor.

Fazié una nemiga, faziela por verdat,


cambiaba los mojones por ganar eredat,
facié a todas guisas tuerto e falsedat,
avié mal testimonio entre su vecindat.

Querié, pero que malo, bien a Sancta María,


udié sus miráculos, dábalis acogía;
saludábala siempre, diciéla cada día:
"Ave gracia plena que parist a Messía."

Finó el rastrapaia de tierra bien cargado,


en soga de diablos fue luego cativado,
rastrábanlo por tienllas, de coces bien sobado,
pechábanli a duplo el pan que dió mudado.

Doliéronse los ángeles desta alma mesquina,


por cuanto la levaban diablos en rapina;
quisieron acorrelli, ganarla por vecina,
mas pora fer tal pasta menguábalis farina.

Si lis dicién los ángeles de bien una razón,


ciento dicién los otros, malas que buenas non;
los malos a los bonos teniénlos en rencón,
la alma por pecados non issié de presón.

Levantóse un ángel, disso: "Io so testigo,


verdat es, no mentira esto que io vos digo:
el cuerpo, el que trasco esta alma consigo,
fue de Sancta María vasallo e amigo.
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Siempre la ementaba a iantar e a cena,
dicíeli tres palabras: 'Ave gracia plena'
la boca por qui essie tan sancta cantilena
non merecíe iazer en tan mala cadena."

Luego que esti nomme de la Sancta Reina


udieron los diablos cogiéronse ad ahina;
derramáronse todos como una neblina,
desampararon todos a la alma mesquina.

Vidiéronla los ángeles seer desemparada,


de piedes e de manos con sogas bien atada;
sedié como oveia que iaze ensarzada,
fueron e adussiéronla pora la su maiada.

Nomne tan adonado e de vertut atanta,


que a los enemigos seguda e espanta,
non nos deve doler nin lengua nin garganta
que non digamos todos: "Salve Regina Sancta."

El nacimiento de la prosa
El rey de Castilla Alfonso X el Sabio es una figura de excepcional importancia en
la historia de la lengua y de la literatura, españolas. Su sobrino, Don Juan Manuel,
fue el mejor cuentista de la Edad Media española. Con él, la prosa castellana
adquiere carácter realmente artístico. El Conde Lucanor es el libro más famoso de
su autoría, y presenta cincuenta y un cuentos o apólogos de intención moral. Los
problemas que plantea son en general de la vida humana práctica, y las enseñanzas
que se obtienen de ellos no conforman un cuerpo sistemático o doctrina total. Son
útiles y valiosos como casos o ejemplos de conducta individual o social.

Cuento VI de El Conde Lucanor (1335)


Juan Manuel
Lo que sucedió a la golondrina con los
otros pájaros cuando vio sembrar el lino
Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo:
-Patronio, me han asegurado que unos nobles, que son vecinos míos y mucho
más fuertes que yo, se están juntando contra mí y, con malas artes, buscan la
manera de hacerme daño; yo no lo creo ni tengo miedo, pero, como confío en vos,
quiero pediros que me aconsejéis si debo estar preparado contra ellos.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio- para que podáis hacer lo que en este
asunto me parece más conveniente, me gustaría mucho que supierais lo que
sucedió a la golondrina con las demás aves.
El conde le preguntó qué había ocurrido.
-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio- la golondrina vio que un hombre sembraba
lino y, guiada por su buen juicio, pensó que, cuando el lino creciera, los hombres
podrían hacer con él redes y lazos para cazar a los pájaros. Inmediatamente se
dirigió a estos, los reunió y les dijo que los hombres habían plantado lino y que, si
llegara a crecer, debían estar seguros de los peligros y daños que ello suponía. Por
eso les aconsejó ir a los campos de lino y arrancarlo antes de que naciese. Les hizo

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esa propuesta porque es más fácil atacar los males en su raíz, pero después es
mucho más difícil. Sin embargo, las demás aves no le dieron ninguna importancia y
no quisieron arrancar la simiente. La golondrina les insistió muchas veces para que
lo hicieran, hasta que vio cómo los pájaros no se daban cuenta del peligro ni les
preocupaba; pero, mientras tanto, el lino seguía encañando y las aves ya no podían
arrancarlo con sus picos y patas. Cuando los pájaros vieron que el lino estaba ya
muy crecido y que no podían reparar el daño que se les avecinaba, se arrepintieron
por no haberle puesto remedio antes, aunque sus lamentaciones fueron inútiles pues
ya no podían evitar su mal.
»Antes de esto que os he contado, viendo la golondrina que los demás pájaros no
querían remediar el peligro que los amenazaba, habló con los hombres, se puso
bajo su protección y ganó tranquilidad y seguridad para sí y para su especie. Desde
entonces las golondrinas viven seguras y sin daño entre los hombres, que no las
persiguen. A las demás aves, que no supieron prevenir el peligro, las acosan y cazan
todos los días con redes y lazos.
»Y vos, señor Conde Lucanor, si queréis evitar el daño que os amenaza, estad
precavido y tomad precauciones antes de que sea ya demasiado tarde: pues no es
prudente el que ve las cosas cuando ya suceden o han ocurrido, sino quien por un
simple indicio descubre el peligro que corre y pone soluciones para evitarlo.
Al conde le agradó mucho este consejo, actuó de acuerdo con él y le fue muy
bien.
Como don Juan vio que este era un buen cuento, lo mandó poner en este libro e
hizo unos versos que dicen así:
Los males al comienzo debemos arrancar,
porque una vez crecidos, ¿quién los atajará?

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Renacimiento
El período entre el Renacimiento y el Barroco, la "Edad Dorada" de España
realmente se extendió durante dos siglos (el XVI y el XVII) y es la etapa más
fecunda y gloriosa de las Artes y las Letras españolas.
Fue también una época dorada para la poesía. En el siglo XVI, Garcilaso de la
Vega está considerado como el primer gran lírico de la literatura española y el más
italianizante de los poetas de España. Se lo ha llamado el “príncipe de los poetas
castellanos”. Su obra poética es corta y cabe en un solo volumen. En total, la
integran 38 sonetos y 11 composiciones diversas (églogas, elegías, canciones y una
epístola). Los sonetos de Garcilaso están inspirados en el maestro italiano
Petrarca. No son lo mejor de su obra, pero son los mejores escritos en España hasta
su época.

Soneto XXIII de Garcilaso de la Vega


(publicado en 1543 por su amigo Boscán)

En tanto que de rosa y azucena


se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena


del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera


el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado.


Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza su costumbre.

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades es una


novela española anónima, escrita en primera persona y en estilo epistolar (como una
sola y larga carta), cuya edición conocida más antigua data de 1554. En ella se
cuenta de forma autobiográfica la vida de un niño, Lázaro de Tormes, en el siglo XVI,
desde su nacimiento y mísera infancia hasta su matrimonio, ya en la edad adulta. Es
considerada precursora de la novela picaresca por elementos como el realismo, la
narración en primera persona, la estructura itinerante entre varios amos y la
ideología moralizante y pesimista.
Lazarillo de Tormes es un esbozo irónico y despiadado de la sociedad del
momento, de la que se muestran sus vicios y actitudes hipócritas, sobre todo las de
los clérigos y religiosos. Hay diferentes hipótesis sobre su autoría. Probablemente el
autor fue simpatizante de las ideas erasmistas.

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El Lazarillo de Tormes (1554): Tratado Segundo
(Lázaro con el clérigo, su segundo amo)
Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman
Maqueda, donde me toparon mis pecados con un clérigo, que, llegando a pedir
limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad. Que,
aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una de ellas
fue ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo.
Escapé del trueno y di en el relámpago. Porque era el ciego para con éste un
Alexandre Magno, con ser la mesma avaricia, como he contado. No digo más sino
que toda la lacería del mundo estaba encerrada en éste. No sé si de su cosecha era
o lo había anexado con el hábito de clerecía.
Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un agujeta
del paletoque. Y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí
lanzado y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de
comer, como suele estar en otras: algún tocino colgado al humero, algún queso
puesto en alguna tabla o en el armario, algún canastillo con algunos pedazos de pan
que de la mesa sobran. Que me parece a mí que, aunque dello no me aprovechara,
con la vista dello me consolara.
Solamente había una horca de cebollas, y tras la llave en una cámara en lo alto
de la casa. Déstas tenía yo de ración una para cada cuatro días; y cuando le pedía
la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopecto y con
gran continencia la desataba y me la daba, diciendo:
_Toma y vuélvela luego y no hagáis sino golosinar.
Como si debajo de ella estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber
en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un
clavo. Las cuales él tenía tan bien por cuenta, que, si por malos de mis pecados me
desmandara a más de mi tasa, me costara caro.
Finalmente, yo me finaba de hambre. Pues, ya que conmigo tenía poca caridad,
consigo usaba más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar.
Verdad es que partía comigo el caldo. Que de la carne, ¡tan blanco el ojo!, sino un
poco de pan y ¡pluguiera a Dios que me demediara!
Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y enviábame por una,
que costaba tres maravedís. Aquélla le cocía y comía los ojos, y la lengua, y el
cogote, y seso y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos
roídos. Y dábamelos en el plato, diciendo: "Toma, come, triunfa, que para ti es el
mundo. Mejor vida tienes que el Papa."
"¡Tal te la dé Dios!", decía yo paso entre mí.

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Barroco
El rasgo esencial del barroco, consistente en la búsqueda de retruécanos
formales, complicadas formas expresivas, se bifurcó en dos corrientes esenciales: el
culteranismo y el conceptismo; ambas expresiones de un mismo propósito de crear
formas artificiosas y complicadas de la expresión literaria.
El movimiento culterano alcanzó su máxima expresión con Luis de Góngora. Su
poesía barroca es una de las más complicadas y difíciles de comprensión de toda la
literatura española. En el fragmento seleccionado Góngora narra la llegada de un
joven náufrago a una isla desconocida donde es recibido con afecto por los
pobladores.

Fragmento de las “Soledades”: de los campos (I) escrita en 1613

Del océano, pues, antes sorbido,


y luego vomitado
no lejos de un escollo coronado
de secos juncos, de calientes plumas
-algo todo y espumas-,
halló hospitalidad donde halló nido
de Júpiter el ave.
Besa al arena, y de la rota nave
aquella parte poca
que le expuso en la playa dio a la roca;
que aún se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
océano ha bebido
restituir le hace a las arenas;
y al sol le extiende luego,
que, lamiéndole apenas
su dulce lengua de templano fuego,
lento le enviste, y con suave estilo
la menor onda chupa al menor hilo.

El Barroco en América
En América, de todas estas tendencias, predominó claramente el culteranismo y,
como género literario, la poesía. Dentro de los autores, el principal modelo fue
Góngora. Luis de Tejeda, debe ubicarse dentro de la lírica argentina como (primer
poeta). Representa la imagen de poeta virreinal, ligado a la cultura refinada de su
época e inspirado en el propósito de hacer germinar en tierra americana el
barroquismo hispánico. Su obra marca una inclinación religiosa bien pronunciada. A
Santa Rosa de Lima se trata de un soneto de factura gongorina.

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A SANTA ROSA DE LIMA de Luis de Tejeda (1663)

Nace en provincia verde y espinosa


tierno cogollo; apenas engendrado
entre las rosas, sol es ya del prado,
crepúsculo de olor, rayo de rosa.

De los llantos del alba apenas goza,


cuando es del dueño singular cuidado,
temiendo se lo tronche el rudo arado,
o se le aje mano artificiosa.

Mas ya que del cairel desaprisiona


la virgen rosa, previniendo engaños,
la corta y pone en su guirnalda o zona.

Así esta virgen tierna, en verdes años


cortó su Autor, y puso en su corona:
¡Oh bien anticipados desengaños!

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Neoclasicismo

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La razón fue el gran instrumento de los pensadores de esta centuria. Y en procura
de dar alimento a la noción de que el raciocinio constituye la riqueza del ser humano,
estos pensadores, entre ellos literatos tomaron la iniciativa de forjar un conocimiento
que tuviera su manantial en la ilustración. Nada mejor, dentro de este ámbito de
refinamiento cultural, que volver a respirar el aire de los clásicos. De ahí que se
denomine a este movimiento literario neoclasicismo
Leandro Fernández de Moratín fue el autor dramático más notable del siglo XVIII
español. El sí de las niñas es una de sus cinco comedias que le ha dado fama,
consta de tres actos en prosa. La preciosa comedia (ajustada a las normas clásicas)
sucede toda en el patio de una posada y la acción que se inicia durante un atardecer
concluye al amanecer del día siguiente.

El sí de las niñas
(estrenada el 24 de enero de 1806)
Fernández de Moratín
Acto III
Escena I

Teatro oscuro. Sobre la mesa habrá un candelero con vela apagada y la jaula
del tordo. SIMÓN duerme tendido en el banco.

DON DIEGO, SIMÓN.


DON DIEGO.- (Sale de su cuarto poniéndose la bata.) Aquí, a lo menos, ya que
no duerma no me derretiré... Vaya, si alcoba como ella no se... ¡Cómo ronca éste!...
Guardémosle el sueño hasta que venga el día, que ya poco puede tardar... ( SIMÓN
despierta y se levanta.) ¿Qué es eso? Mira no te caigas, hombre.
SIMÓN.- Qué, ¿estaba usted ahí, señor?
DIEGO.- Sí, aquí me he salido, porque allí no se puede parar.
SIMÓN.- Pues yo, a Dios gracias, aunque la cama es algo dura, he dormido como
un emperador.
DIEGO.- ¡Mala comparación!... Di que has dormido como un pobre hombre, que no
tiene ni dinero, ni ambición, ni pesadumbres, ni remordimientos.
SIMÓN.- En efecto, dice usted bien... ¿Y qué hora será ya?
DON DIEGO.- Poco ha que sonó el reloj de San Justo y, si no conté mal, dio las
tres.
SIMÓN.- ¡Oh!, pues ya nuestros caballeros irán por ese camino adelante echando
chispas.
DON DIEGO.- Sí, ya es regular que hayan salido... Me lo prometió y espero que lo
hará.
SIMÓN.- ¡Pero si usted viera qué apesadumbrado le dejé! ¡Qué triste!
DON DIEGO.- Ha sido preciso.
SIMÓN.- Ya lo conozco.
DON DIEGO.- ¿No ves qué venida tan intempestiva?
SIMÓN.- Es verdad. Sin permiso de usted, sin avisarle, sin haber un motivo
urgente... Vamos, hizo muy mal... Bien que por otra parte él tiene prendas suficientes
para que se le perdone esta ligereza... Digo... Me parece que el castigo no pasará
adelante, ¿eh?
DON DIEGO.- ¡No, qué!... No señor. Una cosa es que le haya hecho volver. Ya ves
en qué circunstancia nos cogía... Te aseguro que cuando se fue me quedó un ansia
en el corazón. (Suenan a lo lejos tres palmadas y poco después se oye que puntean
un instrumento.) ¿Qué ha sonado?
SIMÓN.- No sé... Gente que pasa por la calle. Serán labradores.

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DON DIEGO.- Calla.
SIMÓN.- Vaya, música tenemos, según parece.
DON DIEGO.- Sí, como lo hagan bien.
SIMÓN.- ¿Y quién será el amante infeliz que viene a puntear a estas horas en ese
callejón tan puerco?... Apostaré que son amores con la moza de la posada, que
parece un mico.
DON DIEGO.- Puede ser.
SIMÓN.- Ya empiezan. Oigamos... (Tocan una sonata desde adentro.) Pues dígole
a usted que toca muy lindamente el pícaro del barberillo.
DON DIEGO.- No: no hay barbero que sepa hacer eso, por muy bien que afeite.
SIMÓN.- ¿Quiere usted que nos asomemos un poco, a ver?...
DON DIEGO.- No, dejarlos... ¡Pobre gente! ¡Quién sabe la importancia que darán
ellos a la tal música!... No gusto yo de incomodar a nadie. (Salen de su cuarto
DOÑA FRANCISCA y RITA , encaminándose a la venta. DON DIEGO y SIMÓN se
retiran a un lado y observan.)
SIMÓN.- ¡Señor!... ¡Eh!... Presto, aquí a un ladito.
DON DIEGO.- ¿Qué quieres?
SIMÓN.- Que han abierto la puerta de esa alcoba, y huele a faldas que trasciende.
DON DIEGO.- ¿Sí?... Retirémonos.

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Literatura
Moderna
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Romanticismo en España
En los primeros años del siglo XIX comienza en Europa la llamada “Época
Moderna de las Literaturas”, en contraposición con todas las anteriores (antigua,
medieval, renacentista, barroca y neoclásica).
La definición de romanticismo es la oposición al clasicismo, es la literatura en que
señorea el lirismo, o la poesía de la historia nacional, poesía íntima del alma.
Pertenece a la generación romántica, como uno de sus últimos representantes,
Gustavo Adolfo Bécquer. Son famosas sus Rimas y una de las expresiones más
puras, delicadas y auténticas de la poesía lírica española. Se caracterizan por la
brevedad que permite una intensa síntesis de emoción.

Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer


(publicadas en 1871)
RIMA V
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío
del sol tiemblo en la hoguera
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro


de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube


que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbre,


soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,


perfume en la violeta,
fugas llama en las tumbas
y en las ruinas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

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Yo río en los alcores
susurro en la alta hierba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos


del el humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo en los dorados hilos


que los insectos cuelgan
me mezclo entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas


que en la corriente fresca
del cristalino arrollo
desnudas juguetean.

Yo en bosque de corales,
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas,


do el sol nunca penetra,
mezclándome a los nomos
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos


las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo


los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do rumor no llega,
y donde los informes astros
de vida y soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo


el puente que atraviesa;
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible
anillo que sujeta

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el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy el espíritu,


desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.

Romanticismo en América
Las circunstancias de ardorosa lucha partidaria que envuelven el momento inicial
del romanticismo americano, hace que su prosa sea en subida proporción de
naturaleza política y combativa. La doble necesidad de dar contenido nacional a los
nuevos países surgidos de la revolución emancipadora obliga a dedicarse a la
investigación histórica o a la crítica literaria de los nuevos escritores indígenas.
José Mármol con su famosa novela “Amalia” ha puesto en profusas páginas toda
su furia contra Rosas.

Fragmento de “AMALIA” de José Mármol


(1851-1854)
Parte I
Capítulo I: Traición
El 4 de mayo de 1840, a las diez y media de la noche, seis hombres atravesaban
el patio de una pequeña casa de la calle de Belgrano, en la ciudad de Buenos Aires.
Llegados al zaguán, oscuro como todo el resto de la casa, uno de ellos se para, y
dice a los otros:
-Todavía una precaución más.
-Y de ese modo no acabaremos de tomar precauciones en toda la noche
-contesta otro de ellos, al parecer el más joven de todos, y de cuya cintura pendía
una larga espada, medio cubierta por los pliegues de una capa de paño azul que
colgaba de sus hombros.
-Por muchas que tomemos, serán siempre pocas -replica el primero que había
hablado-. Es necesario que no salgamos todos a la vez. Somos seis; saldremos
primeramente tres, tomaremos la vereda de enfrente; un momento después saldrán
los tres restantes, seguirán esta vereda, y nuestro punto de reunión será la calle de
Balcarce, donde cruza con la que llevamos.
-Bien pensado.
-Sea, yo saldré delante con Merlo, y el señor -dijo el joven de la espada a la
cintura, señalando al que acababa de hacer la indicación. Y diciendo esto, tiró el
pasador de la puerta, la abrió, se embozó en su capa, y atravesando a la vereda
opuesta con los personajes que había determinado, enfiló la calle de Belgrano, con
dirección al río.
Los tres hombres que quedaban salieron dos minutos después, y luego de haber
cerrado la puerta, tomaron la misma dirección que aquéllos, por la vereda
determinada.
Después de caminar en silencio algunas cuadras, el compañero del joven que
conocemos por la distinción de una espada a la cintura, dijo a éste, mientras aquel
otro a quien habían llamado Merlo, marchaba adelante embozado en su poncho:

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-¡Es triste cosa, amigo mío! Esta es la última vez quizá que caminamos sobre las
calles de nuestro país. ¡Emigramos de él para incorporarnos a un ejército que habrá
de batirse mucho, y Dios sabe qué será de nosotros en la guerra!
-Demasiado conozco esa verdad, pero es necesario dar el paso que damos... Sin
embargo -continuó el joven después de algunos segundos de silencio-, hay alguien
en este mundo de Dios que cree lo contrario que nosotros.
-¿Cómo lo contrario?
-Es decir, que piensa que nuestro deber de argentinos es el de permanecer en
Buenos Aires.
-¿A pesar de Rosas?
-A pesar de Rosas.
-¿Y no ir al ejército?
-Eso es.
-¡Bah, pero es un cobarde o un mashorquero!
-Ni lo uno, ni lo otro. Al contrario, su valor raya en temeridad, y su corazón es el
más puro y noble de nuestra generación.
que quiere que hagamos, pues?
-Quiere-contestó el joven de la espada- que todos permanezcamos en Buenos
Aires, porque el enemigo a quien hay que combatir está en Buenos Aires, y no en los
ejércitos, y hace una hermosísima cuenta para probar que menos número de
hombres moriremos en las calles el día de una revolución, que en los campos de
batalla en cuatro o seis meses, sin la menor probabilidad de triunfo... Pero dejemos
esto porque en Buenos Aires el aire oye, la luz ve, y las piedras o el polvo repiten
luego nuestras palabras a los verdugos de nuestra libertad.
El joven levantó al cielo unos grandes y rasgados ojos negros, cuya expresión
melancólica se convenía perfectamente con la palidez de su semblante, iluminado
con la hermosa luz de los veinte y seis años de la vida.
A medida que la conversación se había animado sobre aquel tema, y que se
aproximaban a las barrancas del río, Merlo acortaba el paso, o parábase un
momento para embozarse en el poncho que lo cubría.
Llegados a la calle de Balcarce:
-Aquí debemos esperar a los demás -dijo Merlo.
-¿Está usted seguro del paraje de la costa en que habremos de encontrar la
ballenera? -preguntóle el joven.
-Muy seguro -contestó Merlo-. Yo me he convenido a ponerlos a ustedes en ella,
y sabré cumplir mi palabra, como han cumplido ustedes la suya, dándome el dinero
convenido; no para mí, porque yo soy tan buen patriota como cualquiera otro, sino
para pagar los hombres que los han de conducir a la otra Banda; ¡y ya verán
ustedes qué hombres son!
Clavados estaban los ojos penetrantes del joven en los de Merlo, cuando llegaron
los tres hombres que faltaban a la comitiva.
-Ahora es preciso no separarnos más -dijo uno de ellos. Siga usted adelante,
Merlo, y condúzcanos.
Merlo obedeció, en efecto, y siguiendo la calle de Venezuela, dobló por la
callejuela de San Lorenzo, y bajó al río, cuyas olas se escurrían tranquilamente
sobre el manto de esmeralda que cubre de ese lado las orillas de Buenos Aires.
La noche estaba apacible, alumbrada por el tenue rayo de las estrellas, y una
brisa fresca del sur empezaba a dar anuncio de los próximos fríos del invierno.
Al escaso resplandor de las estrellas se descubría el Plata, desierto y salvaje
como la Pampa; y el rumor de sus olas, que se desenvolvían sin violencia y sin
choque sobre las costas planas, parecía más bien la respiración natural de ese

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gigante de la América, cuya espalda estaba oprimida por treinta naves francesas en
los momentos en que tenían lugar los sucesos que referimos.
Los que alguna vez hayan tenido la fantasía de pasearse en una noche oscura a
las orillas del Río de la Plata, en lo que se llama el Bajo en Buenos Aires, habrán
podido conocer todo lo que ese paraje tiene de triste, de melancólico, y de
imponente al mismo tiempo. La mirada se sumerge en la extensión que ocupa el río,
y apenas puede divisar a la distancia la incierta luz de alguno que otro buque de la
rada interior. La ciudad, a dos o tres cuadras de la orilla, se descubre informe,
oscura, inmensa. Ningún ruido humano se percibe, y sólo el rumor monótono y
salvaje de las olas anima lúgubremente aquel centro de soledad y de tristeza.
Pero aquellos que hayan llegado a ese paraje, entre las sombras de la noche,
para huir de la patria cuando el desenfreno de la dictadura arrojó a la proscripción
centenares de buenos ciudadanos, ésos solamente podrán darse cuenta de las
impresiones que inspiraba ese lugar, y en esas horas, en que se debía morir al puñal
de la Mashorca si eran sentidos; o decir ¡adiós!, a la patria, a la familia, al amor, si la
fortuna les hacía pisar el débil barco que debía conducirlos a una tierra extraña, en
busca de un poco de aire libre, y de un fusil en los ejércitos que operaban contra la
dictadura.
En la época a que nos referimos, además, la salud del ánimo empezaba a ser
quebrantada por el terror: por esa enfermedad terrible del espíritu, conocida y
estudiada por la Inglaterra y por la Francia, mucho tiempo antes que la
conociéramos en la América.
A las cárceles, a las personerías, a los fusilamientos, empezaban a suceder los
asesinatos oficiales ejecutados por la Mashorca; por ese club de bandidos, a quien
los primeros partidarios de Cromwell habrían mirado con repugnancia, y los amigos
de Marat con horror.
El terror, pues, que empezaba a apoderarse de todos los espíritus, no podía dejar
de obrar su influencia eficaz en el ánimo de esos hombres que caminaban en
silencio por la costa del río, en dirección a Barracas, a las once de la noche, y con el
designio de emigrar de la patria, crimen de lesa tiranía que con la muerte se
castigaba irremediablemente.
Nuestros prófugos caminaban sin cambiarse una sola palabra; y es ya tiempo de
dar a conocer sus nombres.

Realismo y Naturalismo
En España el Realismo es una oposición a la fantasía literaria y a la novela
histórica, y en el caso de algunos escritores en particular, una imitación de la
novelística francesa en boga por esos años. Fue también una continuación lejana y
natural de la tradición realista de la literatura española y una continuación inmediata,
transformada, de la novela costumbrista del período romántico. El más alto
representante del movimiento fue Benito Pérez Galdós. Su novela “Marianela”, no es
la mejor, pero ha alcanzado una gran difusión y popularidad, quizás por su dejo de
romanticismo y su carácter poético y dedicado.

“Marianela” de Benito Pérez Galdós


(1878)
CAPÍTULO XXI (La muerte de Marianela)

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Observaba la manta, y entre las mantas una cabeza cadavérica y de aspecto muy
desagradable. En efecto, parecía que la nariz de la Nela, se había hecho más
picuda, sus ojos más chicos, su boca más insignificante, su tez más pecosa: sus
cabellos más ralos, su frente más angosta. Con los ojos cerrados, el aliento fatigoso,
entreabiertos los cárdenos labios, la infeliz parecía hallarse en la postrera agonía,
síntoma inevitable de la muerte.
- ¡Ah! -dijo Pablo-, mi tío me dijo que Florentina había recogido una pobre ... ¡Qué
admirable bondad! ... Y tú, infeliz muchacha, alégrate, has caído en manos de un
ángel ... ¿Estás enferma? En mi casa no te faltará nada ... Mi prima es la imagen
más hermosa de Dios ... esta pobrecita está muy mala, ¿no es verdad, doctor?
- Sí -dijo Golfín-, le conviene estar sola y no oír hablar.
- Pues me voy.
Pablo alargó una mano hasta tocar aquella cabeza, que le parecía la expresión
más triste de la miseria y de la desgracia humana. Entonces la Nela movió los ojos y
los fijó en su mano.
Pablo se creyó mirado desde el fondo de un sepulcro; tanta era la tristeza y el
dolor que en aquella mirada había. Después la Nela sacó de entre las mantas una
mano flaca, tostada y áspera y tomó la mano del señorito de Penáguilas, quien, al
sentir su contacto, se estremeció de pies a cabeza, y lanzó un grito en que toda su
alma gritaba.
Hubo una pausa angustiosa, una de esas pausas que preceden a las catástrofes
del espíritu, como para hacerlas más solemnes. Con voz temblorosa, que en todos
produjo trágica emoción, la Nela dijo:
- Sí, señorito mío, yo soy la Nela.
Lentamente, y como si moviera un objeto de mucho peso, llevó a sus secos labios
la mano del señorito y le dio un beso ... después un segundo beso ... y al dar el
tercero, sus labios resbalaron inertes sobre la piel del mancebo.
Después callaron todos. Callaban mirándola. El primero que rompió la palabra fue
Pablo, que dijo:
- ¡Eres tú ... eres tú! ...
Después le ocurrieron muchas cosas, pero no pudo decir ninguna. Era preciso
para ello que hubiera descubierto un nuevo lenguaje, así como había descubierto
dos nuevos mundos: el de la luz y el del amor por la forma. No hacía más que mirar,
mirar y hacer memoria de aquel tenebroso mundo en que había vivido, allá donde
quedaban perdidos entre la bruma sus pasiones, sus ideas y sus errores de ciego.
Florentina se acercó derramando lágrimas para examinar el rostro de la Nela, y
Golfín, que la observaba como hombre y como sabio, pronunció estas lúgubres
palabras:
- ¡La mató! ¡Maldita vista suya!
Y después, mirando a Pablo con severidad, le dijo:
- Retírese usted.
- Morir ... morirse así sin causa alguna ... Esto no puede ser -exclamó Florentina
con angustia, poniendo la mano sobre la frente de la Nela-. ¡María! ... ¡Marianela!
La llamó repetidas veces, inclinada sobre ella, mirándola como se mira y como se
llama desde los bordes de un pozo a la persona que se ha caído en él y se sumerge
en las hondísimas y negras aguas.
- No responde -dijo Pablo con terror.
Golfín tentaba aquella vida próxima a su extinción y observó que bajo su tacto aún
latía la sangre.
Pablo se inclinó sobre ella, acercó sus labios al oido de la moribunda, y gritó:
- ¡Nela, Nela, amiga querida!

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Entonces ella se agitó, abrió los ojos, movió las manos. Parecía que había vuelto
desde muy lejos. Al ver que las miradas de Pablo se clavaban en ella con
observadora curiosidad, hizo un movimiento de vergüenza y terror, y quiso ocultar su
pobre rostro como se oculta un crimen.
- ¿Qué es lo que tiene? -exclamó Florentina con ardor-. D. Teodoro, no es usted
hombre si no la salva ... Si no la salva usted, es usted un charlatán.
La insigne joven parecía colérica en fuerza de ser caritativa.
- ¡Nela! -repitió Pablo, traspasado de dolor y no repuesto con el asombro que le
había producido la vista de su lazarillo-. Parece que me tienes miedo. ¿Qué te he
hecho yo?
La enferma alargó entonces sus manos, tomó la de Florentina y la puso sobre su
pecho, tomó después la de Pablo y la puso también sobre su pecho. Después las
apretó allí desarrollando un poco de fuerza. Sus ojos hundidos les miraban; pero su
mirada era lejana, venía de allá abajo, de algún hoyo profundo y oscuro. Hay que
decir como antes que miraba desde el lóbrego hueco de un pozo que a cada
instante era más hondo. Su respiración fue de pronto muy fatigosa. Suspiró varias
veces, oprimiendo sobre su pecho con más fuerza las manos de los dos jóvenes.
Teodoro puso en movimiento toda la casa; llamó y gritó; hizo traer medicinas;
poderosos revulsivos, y trató de suspender el rápido descenso de aquella vida.
- Difícil es -exclamó-, detener una gota de agua que resbala, que resbala ¡ay! por
la pendiente abajo y está ya a dos pulgadas del Océano; pero lo intentaré.

Naturalismo
En España se cultivó el Naturalismo excepcionalmente. Fue más bien atenuado,
por lo que es difícil trazar una separación neta entre los escritores realistas y los
naturalistas, tanto en España como en Hispanoamérica. Entre sus autores se
destaca Doña Emilia Pardo Bazán. Es igualmente de corte naturalista Los pazos de
Ulloa, la novela más importante de Emilia Pardo Bazán. Esta obra está ambientada
en una de las zonas rurales más atrasadas de Galicia y se centra en el choque de
unos personajes sensibles, educados en la ciudad, con otros personajes,
representativos del ambiente degradado y brutal que reina en una aldea.

Emilia Pardo Bazán


Fragmento de “Los pazos de Ulloa” (1886)

"Entre las representaciones de una especie de pesadilla angustiosa que agitaba a


Perucho veía el muchacho un animalazo de desmesurado tamaño, bestión Indómito

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que se acercaba a él rugiendo, bramando y dispuesto a zampárselo de un bocado o
a deshacerlo de una uñada... Se le erizó el cabello, le temblaron las carnes, y un
sudor frío le empapó la sien... ¡ Qué monstruo tan espantoso! Ya se acercaba..., ya
cierra con Perucho..., sus garras se hincan en las carnes del rapaz, su cuerpo
descomunal le cae encima lo mismo que inmensa boca... El chiquillo abre los ojos...
Sofocada y furiosa, vociferando, moliéndole a su sabor a pescozones y cachetes,
arrancándole el rizado pelo y pateándolo, estaba el ama, más enorme, más brutal
que nunca. No hay que omitir que Perucho se condujo como un héroe. Bajando la
cabeza se atravesó en la entrada del hórreo, y por espacio de algunos minutos
defendió su presa haciéndole muralla con el cuerpo. Pero el enorme volumen del
ama pesó sobre él y le redujo a la inacción, comprimiéndole y paralizándole. Cuando
el mísero chiquillo, medio ahogado, se sintió libre de aquella estatua de plomo que a
poco más le convierte en oblea, miró hacia atrás... La niña había desaparecido.
Perucho no olvidará nunca el desesperado llanto que derramó por más de media
hora, revolcándose entre las espigas. "

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Literatura
Contemporánea

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El Vanguardismo
Alrededor de 1914, año en que se inicia la Primera Guerra Mundial, se produce en
el arte y en literatura la más radical revolución de su historia. La ampliación del
conocimiento histórico, la evolución de una nueva sensibilidad, el desarrollo
tecnológico, la crisis espiritual de un mundo que se resquebraja, crean una
conciencia dramática del cambio que se produce en la humanidad. Surgen entonces
una serie de escuelas artísticas (cubismo, futurismo, expresionismo, dadaísmo,
surrealismo, ultraísmo, entre otros), que expresan esa ruptura del orden burgués y
del clasicismo que, en su conjunto, se denominan Vanguardismo, teniendo como
punto de partida el ataque a la razón y al realismo. Se abre así un mundo estético
nuevo que recorre todos los caminos de la incoherencia y el irracionalismo.
En 1919 los movimientos de renovación llegan a España y un pequeño grupo de
escritores funda el ultraísmo. Entre sus jóvenes poetas se encuentra el argentino
Jorge Luis Borges, quien a partir de 1930 rechaza las teorías del ultraísmo
(movimiento que el mismo había iniciado en la Argentina), y en pleno uso de un
estilo personalísimo, se consagra como narrador de ficciones. Luna de enfrente es
su testimonio de su paso por el vanguardismo.

Una despedida
Jorge Luis Borges (Luna de enfrente-1925)

Tarde que socavó nuestro adiós.

Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un ángel oscuro.


Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad de los besos.

El tiempo inevitable se desbordaba sobre el abrazo inútil.


Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros sino para la soledad ya
inmediata.

Nos rechazó la luz; la noche había llegado con urgencia.


Fuimos hasta la verja en esa gravedad de la sombra que ya el lucero alivia.

Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de tu abrazo.


Como quien vuelve de un país de espadas yo volví de tus lágrimas.

Tarde que dura vívida como un sueño


entre las otras tardes.

Después yo fui alcanzando y rebasando


noches y singladuras.

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Realismo Mágico
En la literatura, el Realismo Mágico es un género en el que el autor combina
elementos fantásticos y fabulosos con el mundo real, creando un equilibrio entre una
atmósfera mágica y la cotidianidad, quebrantando las fronteras entre lo real y lo
irreal, ubicando cada uno de estos en el lugar del otro.
Desde mediados del siglo XX, la narrativa latinoamericana amplía su perspectiva
más allá de la naturaleza, los indígenas y demás temas comunes de la novela
realista. Revoluciones culturales y políticas, un amplio apego a la superstición,
regímenes autoritaristas y demás procesos locales se combinaron con las
vanguardias europeas, el psicoanálisis y las principales inquietudes del mundo
entero sobre los problemas humanos y existenciales, ofreciendo a la pluma
latinoamericana un escenario ideal para impulsar el Realismo Mágico en la
lieteratura, convirtiéndolo en una senda hacia la consolidación de una identidad
regional.
Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura 1967, es su representante más
notable. El espaldarazo claro, se produjo con la publicación de su novela cumbre “El
Señor Presidente”. El tema, es el aciago destino de un país de América latina (no
determinado por el autor) que se desgarra bajo el gobierno de un tirano.

El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias


Este fragmento es de "Cara de Ángel," capítulo IV de El Señor Presidente
(1946). El Pelele, se ha escapado, casi muerto, de los zopilotes y está dormido
en la basura...

Pero la dicha dura lo que tarda un aguacero con sol... Por una vereda de tierra
color de leche, que se perdía en el basurero, bajó un leñador seguido de su perro: el
tercio de leña a la espalda, la chaqueta doblada sobre el tercio de leña y el machete
en los brazos como se carga a un niño. El barranco no era profundo, mas el
atardecer lo hundía en sombras que amortajaban la basura hacinada en el fondo,
desperdicios humanos que por la noche aquietaba el miedo. El leñador volvió a
mirar. Habría jurado que le seguían. Más adelante se detuvo. Le jalaba la presencia
de alguien que estaba allí escondico. El perro aullaba, erizado, como si viera al
Diablo. Un remolino de aire levantó papeles sucios manchados como de sangre de
mujer o de remolacha. El cielo se veía muy lejos, muy azul, adornado como una
tumba altísima por coronas de zopilotes que volaban en círculos dormidos. A poco,
el perro echó a correr hacia donde estaba el Pelele. Al leñador le sacudió frío de
miedo. Y se acercó paso a paso tras el perro a ver quién era el muerto. Era peligroso
herirse los pies en los chayes, en los culos de botellas o en las latas de sardina, y
había que burlar a saltos las heces pestilentes y los trechos oscuros. Como bajeles
en mar de desperdicios hacían agua las palanganas...
Sin dejar la carga -más le pesaba el miedo- tiró de un pie al supuesto cadáver y
cuál asombro tuvo al encontrarse con un hombre vivo, cuyas palpitaciones formaban
gráficas de angustia a través de sus gritos y los ladridos del can, como el viento
cuando entretela la lluvia. Los pasos de alguien que andaba por allí, en un
bosquecito cercano de pinos y guayabos viejos, acabaron de turbar al leñador. Si
fuera un policía... De veras, pues... Sólo eso le faltaba...
-¡Chú-chó! -gritó al perro. Y como siguiera ladrando, le largó un puntapié-.
¡Chucho, animal, dej' estar!...
Pensó huir... Pero huir era hacerse reo de delito... Peor aún si era un policía... Y
volviéndose al herido:

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-¡Preste, pues, con eso lo ayudo a pararse!... ¡Ay, Dios, si por poco lo matan!...
¡Preste, no tenga miedo, no grite, que no le estoy haciendo nada malo! Pasé por
aquí, lo vide botado y...
-Vi que lo desenterrabas -rompió a decir una voz a sus espaldas- y regresé
porque creí que era algún conocido; saquémoslo de aquí...
El leñador volvió la cabeza para responder y por poco se cae del susto. Se le fue
el aliento y no escapó por no soltar al herido, que apenas se tenía en pie. El que le
hablaba era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire
de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles. Vestía de gris.
Su traje, a la luz del crepúsculo, se veía como una nube. Llevaba en las manos finas
una caña de bambú muy delgada y un sombrero limeño que parecía una paloma.
¡Un ángel... -el leñador no le desclavaba los ojos-, un ángel -se repetía-, ...un
ángel!
-Se ve por su traje que es un pobrecito -dijo el aparecido-. ¡Qué triste cosa es ser
pobre!...
-Sigún; en este mundo todo tiene sus asigunes. Véame a mí; soy bien pobre, el
trabajo, mi mujer y mi rancho, y no encuentro triste mi condición -tartamudeó el
leñador como hablando dormido para ganarse al ángel, cuyo poder, en premio a su
cristiana conformidad, podía transformarlo, con sólo querer, de leñador en rey. Y por
un instante se vio vestido de oro, cubierto por un manto rojo, con una corona de
picos en la cabeza y un cetro de brillantes en la mano. El basurero se iba quedando
atrás...
-¡Curioso! -observó el aparecido sacando la voz sobre los lamentos del Pelele.
-Curioso, ¿por qué?... Después de todo, somos los pobres los más conformes. ¡Y
qué remedio, pue! Verdá es que con eso de la escuela los que han aprendido a ler
andan inflenciados de cosas imposibles. Hasta mi mujer resulta a veces triste porque
dice que quisiera tener alas los domingos.
El herido se desmayó dos y tres veces en la cuesta, cada vez más empinada. Los
árboles subían y bajaban en sus ojos de moribundo, como los dedos de los
bailarines en las danzas chinas. Las palabras de los que le llevaban casi cargado
recorrían sus oídos haciendo equis como borrachos en piso resbaloso. Una gran
mancha negra le agarraba la cara. Resfríos repentinos soplaban por su cuerpo la
ceniza de las imágenes quemadas.
-¿Conque tu mujer quisiera tener alas los domingos? -dijo el aparecido-. Tener
alas, y pensar que al tenerlas le serían inútiles.
-Ansina, pue; bien que ella dice que las quisiera para irse a pasear, y cuando está
brava conmigo se las pide al aire.
El leñador se detuvo a limpiarse el sudor de la frente con la chaqueta,
exclamando:
-¡Pesa su poquito!
En tanto, el aparecido decía:
-Para eso le bastan y le sobran los pies; por mucho que tuviera alas no se iría.
-De cierto que no, y no por su bella gracia, sino porque la mujer es pájaro que no
se aviene a vivir sin jaula, y porque pocos serían los leños que traigo a memeches
para rompérselos encima -en esto se acordó de que hablaba con un ángel y
apresuróse a dorar la píldora-, con divino modo, ¿no le parece?
El desconocido guardó silencio.
-¿Quién le pegaría a este pobre hombre? -añadió el leñador para cambiar de
conversación, molesto por lo que acababa de decir.
-Nunca falta...
-Verdá que hay prójimos para todo... A éste sí que sí que... lo agarraron como
matar culebra: un navajazo el la boca y al basurero.

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-Sin duda tiene otras heridas.
-La del labio pa mí que se la trabaron con navaja de barba, y lo despeñaron aquí,
no vaya usté a crer, para que el crimen quedara oculto.
-Pero entre el cielo y la tierra...
-Lo mesmo iba a decir yo.
Los árboles se cubrían de zopilotes ya para salir del barranco y el miedo, más
fuerte que el dolor, hizo callar al Pelele; entre tirabuzón y erizo encogióse en un
silencio de muerte.
El viento corría ligero por la planicie, soplaba de la ciudad al campo, hilado,
amable, familiar...
El aparecido consultó su reloj y se marchó de prisa, después de echar unas
cuantas monedas en el bolsillo y despedirse del leñador afablemente.
El cielo, sin una nube, brillaba espléndido. Al campo asomaba el arrabal con
luces eléctricas encendidas como fósforos en un teatro a oscuras. Las arboledas
culebreantes surgían de las tinieblas junto a las primeras moradas: casuchas de lodo
con olor de rastrojo, barracas de madera con olor de ladino, caserones de zaguán
sórdido, hediendo a caballeriza, y posadas en las que era clásica la venta de zacata,
la moza con traido en el Castillo de Matamoros y la tertulia de arrieros en la
oscuridad.
El leñador abandonó al herido al llegar a las primeras casas; todavía le dijo por
dónde se iba al Hospital. El Pelele entreabrió los párpados en busca de alivio, de
algo que le quitara el hipo; pero su mirada de moribundo, fija como espina, clavó su
ruego en la puertas carradas de la calle desierta. Remotamente se oía clarines,
sumisión de pueblo nómada, y campanas que decían por los fieles difuntos de tres
en tres toques trémulos: ¡Lás-tima!... ¡Lás-tima!... ¡Lás-tima!...
Un zopilote que se arrastraba por la sombra lo asustó. La queja rencorosa del
animal quebrado de un ala era para él una amenaza. Y poco a poco se fue de allí,
poco a poco, apoyándose en los muros, en el temblor inmóvil de los muros, quejido y
quejido, sin saber adónde, con el viento en la cara, el viento que mordía hielo para
soplar de noche. El hipo lo picoteaba...
El leñador dejó caer el tercio de leño en el patio de su rancho, como lo hacía
siempre. El perro, que se le había adelantado, le recibió con fiestas. Apartó el can y,
sin quitarse el sombrero, abriéndose la chaqueta como murciélago sobre los
hombros, llegóse a la lumbre encendida en el rincón donde su mujer calentaba las
tortillas, y le refirió lo sucedido.
-En el basurero encontré un ángel...
El resplandor de las llamas lentejueleaba en las paredes de caña y en el techo de
paja, como las alas de otros ángeles.
Escapaba del rancho un humo blanco, tembloroso, vegetal.

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BIBLIOGRAFÍA
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hispanoamericana, “Capítulo I: La edad Media española”, “Capítulo IV: La
época clásica”, “Capítulo V: Los siglos XVIII y XIX”, “Capítulo XII: El
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- Loprete, Carlos Alberto. Literatura española, “Capítulo I: Literatura Medieval”,


“Capítulo III: La edad de oro (I) el Renacimiento”, “Capítulo VI: La edad de oro
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