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Gombrowiczidas
Juan Carlos Gómez

2009

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WITOLD GOMBROWICZ Y STALISNAW SKROWACZEWSKI

“Su actitud cambiaba de un modo evidente cuando se encontraba ante un polaco. Una
tensión se apoderaba de él. Se hubiera dicho que entonces se encontraba súbitamente en
una situación que superaba en mucho las circunstancias reales del encuentro. Yo
pensaba, al mirarle, que tal vez se sentía como delante de su padre, o ante su vida
anterior en Polonia. La presencia de un polaco le recordaba esos problemas de la
poloneidad tan agudos en su vida y en su obra. Se notaba el doloroso esfuerzo que hacía
para estar a la altura frente a todo eso... ”
Este comentario que hace el Esperpento y que la Vaca Sagrada registra en
“Gombrowicz en Argentina”, no es tan exagerado como pudiera parecer, vamos a darle,
entonces, algunas vueltas a lo que le pasaba a Gombrowicz con los polacos puestos en
la Argentina.

El tipo polaco, confrontado con el tipo argentino, le producía a Gombrowicz una


impresión que le resultaba difícil de captar. Los polacos lo impresionaban como más
hábiles, con la misma habilidad que tienen los técnicos cuando se inclinan sobre una
máquina, los argentinos, en cambio, lo impresionaban como más artistas, más perezosos
y más dados a la diversión.
“La astucia de Ulises, aquella astucia dirigida a conquistar la naturaleza, es propia de los
rubios, hijos de esas tierras menos acogedoras que invitan más a soñar. Sin embargo, en
el polaco, este aspecto técnico es, además, romántico, un ingeniero tendrá también cara
de guerrero o de conquistador, de asceta o de profeta, aunque en realidad no sea más
que un pobre diablo o un jugador de bridge”

Esta impresión era la de un Gombrowicz que ya llevaba más de veinte años en la


Argentina, era una impresión parecida a la que tenía cuando se ponía a hojear sus obras
medio olvidadas para averiguar lo que le parecían después de tanto tiempo. Devoraba a
los polacos con la vista para investigar las características de sus movimientos, su forma
de hablar y sus caras.
Mientras Gombrowicz vivió en su Polonia natal no estuvo seguro de las impresiones
que le despertaban sus compatriotas polacos, pero aquí, en la Argentina, pudo contrastar
esas impresiones que traía desde Polonia con un material humano de los más variado,
compuesto de todas las razas y de todas las naciones posibles, una mezcla que se ve
especialmente por las calles de Buenos Aires.

“Es para mí como una especie de placer doloroso el mirar de improviso a un polaco y
verlo de esta nueva forma, igual que se ve a un extranjero, pudiendo verificar de ese
modo mis impresiones anteriores cuando estaba aprisionado por la polonidad y, ¿para
qué ocultarlo?, bastante atormentado por ella. Hace poco, en Buenos Aires, experimenté
de un modo repentino e inesperado una confrontación así”
Se refiere al encuentro con un director de orquesta polaco del que fui testigo. Mientras
el público escuchaba con atención un concierto en la Facultad de Derecho, Gombrowicz
sacó un gotero del bolsillo, lo ascendió cuanto pudo con el brazo bien extendido y
empezó a descolgarse gotas en la nariz desde lo alto, haciendo todos los aspavientos
posibles para llamar la atención.
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Cuando terminó el concierto fuimos a ver al director, habló un rato con él, acordaron un
encuentro para el día siguiente y nos fuimos. Después de un tiempo le pregunté qué le
había parecido nuestra orquesta al maestro polaco: –Vea, no quiero desanimarlo, me
dijo que tiene el nivel, más o menos, de las bandas de música que tocan en las plazas de
Varsovia. Yo también observé en este encuentro la tensión de la que habla el
Esperpento, pero se la atribuí a los nervios y no le di importancia.
“Fui por casualidad a un concierto, llegué tarde, entré en la sala cuando ya sonaba el
tema del primer alegro de la „Eroica‟; no tenía idea de quien era aquel tipo delgado que
dirigía, pero la ejecución de la sinfonía beethoveniana era notable y en algunos detalles
tan original que discutí sobre el asunto con Gómez, el amigo argentino que me
acompañaba”

Cuando terminó el concierto fuimos a ver al director, resultó ser Stanislaw


Skrowaczewski, un compositor y director de orquesta polaco sobresaliente. Las
características físicas y espirituales del maestro que Gombrowicz había notado durante
el concierto, se le organizaron en esa forma de tipo polaco que ya conocía, igual que lo
que ocurre con un paisaje cuando un detalle nos lo permite identificar como algo
familiar.
“Pero al mismo tiempo, creedme, todo eso estuvo acompañado de una desagradable
puntada en el corazón, quizás a causa de tantos enfrentamientos míos con aquel „tipo
polaco‟ al que yo también pertenecía”
No hay que buscar en esta reacción de Gombrowicz un complejo de inferioridad, su
condición de forastero impenitente lo había curado de ese problema y se sentía cómodo
en cualquier ambiente.

Ese exotismo de su país que le recodaba el director de orquesta no era solamente


misterioso, también parecía una forma de huir de las preocupaciones y de las luchas de
cada día muy típica de los polacos.
“Lo captó el ilustre Marcel Prust al describir sus encuentros con un pequeño grupo de
„muchachas en flor‟; al conocerlas más de cerca, cuando le fueron reveladas sus
preocupaciones, intereses, sueños y penas, las encantadoras muchachas dejaron de
encantarle; y lo mismo le ocurrió con los salones de la aristocracia parisina, que se le
convirtieron en aburrimiento cuando dejaron de ser algo desconocido y misterioso. Pero
para Proust la vida consistía sobre todo en conocer, o sea en matar el encanto que nace
de nuestra ignorancia”

El propósito que tenía Gombrowicz cuando se encontraba con algún polaco era el de
verlo en su misterio, como lo verían, por ejemplo, un español o un boliviano, en su
calidad de extranjero. No obstante el misterio polaco tenía los pies de barro.
Polonia era un país que no se destacaba demasiado, que carecía de una cara propia, pero
los polacos, sin embargo, no pasaban por el mundo desapercibidos, aunque en la
mayoría de los casos llamaban la atención por sus extravagancias. A pesar de todo, el
misterio polaco existe, una cierta manera polaca que atrae e interesa al extranjero.
“Estuvimos discutiendo sobre este tema con un grupo humano de varias lenguas, al
volver de la proyección de „El atentado‟, una película cuyo título en polaco debe ser
„Zamach‟ (...)”

“A aquellos argentinos, ingleses e italianos la película le había parecido bastante


exótica, pero cuando los acosé a preguntas, resultó que no era por el tema, ni por la
forma artística ni por la acción. No, todo eso es más que conocido, ese patriotismo, la
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lucha contra el invasor, el heroísmo de la juventud, sí, es un tema bastante sobado...,


pero aquellas gorras..., y aquella manera de andar... Precisamente esos detalles de tercer
orden, que no se sabe cómo llegan a la pantalla, eran los que más les habían interesado”

WITOLD GOMBROWICZ Y RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA

“Buenos Aires era el lugar de los exiliados españoles y de todo el mundo, desde Ramón
Gómez de la Serna, con su pipa en el Edelweiss, hasta Gombrowicz a las cuatro de la
tarde en la vacía confitería del Rex, esperando a Sabato o a su partner para las partidas
de ajedrez”
Aunque pueda parecer una perogrullada hay que decir que el arte de escribir, entre
muchas otras cosas, también tiene algo que ver con las palabras.
“¿Qué pensar de la categoría intelectual y demás cualidades de una persona que aún no
se ha enterado de que las palabras cambian en función de su uso, de que incluso la
palabra 'rosa' puede perder su perfume cuando aparece en labios de una pedante
pretenciosa y en cambio la palabra 'm...' puede resultar correctísima cuando su uso está
sometido a una disciplina consciente de sus objetivos?”

Esta forma de ver las cosas se volvió muy importante cuando la editorial
“Sudamericana” se propuso editar “Ferdydurke” por segunda vez en la Argentina, cosa
que ocurrió en 1964, la primera fue la de “Argos” en 1947. Gombrowicz le pidió al
Pterodáctilo que le echara un vistazo al trabajo de “Sudamericana”, y a mí me pidió que
le echara un vistazo al Pterodáctilo pues había sido un crítico implacable de la
traducción del café Rex.
“Confieso no poder comprender, Piñera, cómo entre dos buenos estilistas como usted y
Ernesto, pueden existir tales divergencias. Usted es el Presidente del Comité de
Traducción y juez supremo, pero, ¿no sería conveniente que se reuniera con Ernesto
para saber qué seriedad tiene sus objeciones? (...)”

“¿O que esas páginas se discutan, por ejemplo, con Martínez Estrada, Borges o Gómez
de la Serna, o algún otro buen estilista? Considero que esto le permitiría a usted entrar
en relación con ellos, lo que ya es importante. Así sabremos al menos qué es lo que
critican Lida y Ernesto, y, a lo mejor, habría que dar más fuerza a sus aclaraciones o
tomar alguna otra medida (...)”
“Le sugiero eso, Piñera, para bien suyo. Yo, por Dios, no me achico, ni le aconsejo
achicarse a usted, y si la traducción suena bien no me importan los tristes puristas, pero
ya sabe que la batalla será dura, así que hay que conocer la actitud del enemigo, y,
además, puede ser que en tal o cual detalle tengan razón porque tienen el oído más
fresco”

A pesar de que unos pocos miembros de la intelligentsia argentina habían reconocido en


Gombrowicz un escritor de talento, la única pieza de triunfo que podía exhibir era una
carta de Manuel Gálvez. Este ilustre hombre de letras, de una familia tradicional que
tenía parentesco con Juan de Garay, fue uno de los representantes más conspicuos de la
literatura argentina en la primera mitad del siglo XX.
Cuando Gombrowicz se tomaba vacaciones llevaba consigo la carta de Manuel Gálvez
con el propósito de vencer la desconfianza que despertaba al declararse literato conde en
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los sitios del interior que visitaba. La carta de Manuel Gálvez es una manifestación
elocuente del entusiasmo con el que algunos argentinos habían tratado a Gombrowicz,
muy lejos del desprecio que le había mostrado desde el principio el Asiriobabilónico
Metafísico.

“Como no me conformo con tocarme la oreja derecha cuando lo vea, ahí va mi opinión
sobre „Ferdydurke‟. No he leído en mi vida libro más original ni más raro. No se parece
en nada a Rabelais, salvo en la invención de palabras. Pero pertenece a una corta familia
de libros muy raros, entre los que yo colocaría, además de la obra de Rabelais, el drama
„Le roi Bombance‟ de Marinetti, varios libros futuristas, dadaístas y ultraístas y algo de
Ramón Gómez de la Serna (...)”
“Si „Ferdydurke‟ no es una obra genial, está muy cerca de serlo. Tiene usted una
imaginación formidable y un poderoso sentido dramático. Sobre lo segundo, le diré que
muchas escenas me han apasionado por su dramaticidad, a pesar de tratarse de asuntos
en cierto modo absurdos, como me apasionaron escenas realistas o sentimentales,
escritas por verdaderos maestros (...)”

Manuel Gálvez encontraba algún parentesco literario entre Gombrowicz y Ramón


Gómez de la Serna,, y Gombrowicz consideraba al inventor de las Greguerías como un
gran estilista. En el año que Gombrowicz se va de la Argentina y parte rumbo a Europa
Gómez de la Serna se muere en Buenos Aires. Ramón Gómez de la Serna, un escritor
vanguardista español, fue inventor del género literario conocido como Greguería.
Empezó su carrera literaria en el periodismo donde se propuso renovar el panorama
literario español con su carácter original, ejerciendo una rebelión imaginativa y nihilista
contra una sociedad anquilosada, burguesa y sin expectativas. La Greguería ejerció una
enorme influencia en los creadores de su tiempo: “humorismo más metáfora igual
greguería”.

Dueño de sus recursos literarios se desbordaba en las conferencias. En una ocasión uno
de sus oyentes, señalándolo con una pistola, le comenta al espectador que tenía al lado:
“¿Qué?... ¿Le mato ya?”. Fue uno de los tres miembros extranjeros de la Academia
Francesa del Humor junto Charles Chaplin y Pitigrilli. Exiliado ilustre, vivió en Buenos
Aires veintisiete años a la distancia de una calle del Congreso de la Nación y nunca
quitó de la esfera de su reloj la hora de Madrid.
El inventor de las Greguerías, veterano conferenciante, sabía tomarse la vida con
humor: “Sabido es que la Argentina es la primera consumidora de conferenciantes del
mundo”. Para poner un ejemplo de cómo Gombrowicz hacía cambiar las palabras en
función de su uso, Gómez de la Serna también lo hacía en las Greguerías, vamos a ver
cómo prepara artística y musicalmente una gran masturbación en una de sus novelas.

Leon sentado en un tronco le cuenta que había trabajado treinta y dos años y que las
historias del gorrión y el palito eran para él fruslerías, que lo importante era la fiesta,
que en la fiesta iba a bergar con el berg. De aquí en adelante Leon utiliza la raíz berg, a
la que conjuga y declina de varias maneras diferentes, para referirse especialmente a los
órganos y a las funciones sexuales.
El protagonista quiere escaparse pero no lo deja, le cuenta que la esposa no sabe que él
juega en la mesa con el berg, que berguea con el bemberg. Le ruega que se quede, que
le va a decir algo que le interesa pues lo veía como un buen bembergador, que lo había
admitido en su casa porque estaba bembergando con el berg a su hija Lena, a escondidas
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Sabía que le gustaría embergarse bajo sus faldas, a pesar de que estaba casada, como el
amanberg número uno, que no le dijera una palabra a nadie porque en caso contrario se
vería obligado a echarlo de casa. Acto seguido le comunica que no los había arrastrado
hasta ese sitio para ver un panorama sino para celebrar un aniversario de algo que había
ocurrido hacía veintisiete años; el placer más intenso que había tenido en su vida, el
placer que le había dado una sirvienta.
Que en su vida un tanto mediocre había paladeado pocos bocadillos, que estaba muy
vigilado, pero que había aprendido que una mano puede excitar a la otra, para qué
buscar entonces otra si uno tiene dos, que si uno se las ingenia puede encontrar un
mundo ilimitado de diversiones en el propio cuerpo.

Esa noche harían la peregrinación, con devoción, la devoción es necesaria porque sin
ella no existiría el placer; le pidió que lo dejara solo para purificarse y prepararse para el
ceremonial del placer, para el festejo del Gran Espasmo con aquella sirvienta ...
Mientras tanto Leon se excitaba recordando a aquella mujerzuela, jadeaba, celebraba su
propia inmundicia. Pero nadie se iba, gimió lujuriosamente y finalmente exclamó:
¡Berg!, bembergando con el berg. Los había llevado a la montaña para masturbarse.

WITOLD GOMBROWICZ, CÉSAR AIRA Y MICHEL LAFONT

Hay hombres que piensan observando el mundo, y otros que piensan después de leer un
libro. Una de las ocupaciones principales que tienen los hombres de letras es la de leer,
pero acostumbran a decir que leen más de lo que en realidad leen. Gombrowicz hizo
experimentos memorables en Polonia y en la Argentina para demostrar que esta
afirmación es cierta.
Él mismo no le tenía mucha simpatía a la lectura, acostumbraba a decir que nunca había
terminado de leer un libro porque los libros lo aburrían. Mientras la actitud de
Gombrowicz respecto a la lectura era distante, la del Pato Criollo no lo es, pasa por ser,
según las opiniones autorizadas del Niño Ruso y del Hombre Unidimensional, el
escritor hispanohablante más leído por lo que lee, no así por lo que es leído.

Más de una vez Gombrowicz tuvo inconvenientes por negarse a leer. Höllerer, un
profesor muy renombrado, director de la revista “Akzente”, lo invitó a un coloquio en
una universidad de Berlín para que leyera en alemán un fragmento de “Ferdydurke”: –
Pero mi pronunciación es terrible, ni yo ni los oyentes entenderemos nada; –No importa,
es un acto de cortesía que tenemos con usted, el señor Hölzer leerá algunos de su
poemas y después se abrirá el debate. Höllerer –una especie de Victoria Ocampo nos
decía en sus cartas– le inspiraba confianza, tanto como profesor como por su talante de
estudiante, algo que se le hacía evidente cuando escuchaba su risa jocosa y juvenil.
Gombrowicz esperaba que esa jovialidad lo librara justamente de ese compromiso con
los estudiantes de la universidad, pero el alemán que el profesor llevaba adentro lo
obligó a representar su papel y se dispuso a abrir la sesión.

Lo presenta a Gombrowicz y lo invita a leer la página de “Ferdydurke”: –Perdón, señor


Höllerer, pero no la voy a leer. Otros participantes empiezan la lectura de sus poemas.
“Höllerer hablaba como profesor y sólo como profesor, dentro de los límites de la
función, Barlevi, en calidad de polaco, de futurista varsoviano de antes de la guerra y de
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pintor que estaba preparando una exposición, y también de invitado de Höllerer. Hölzer,
en calidad de poeta... Völker, como joven literato”
Gombrowicz se sintió debilitado, se había negado a leer la página de “Ferdydurke”,
tenía que defenderse de esta inferioridad con la que se había mostrado, decidió por lo
tanto dar señales de vida y pidió la palabra para chapurrear su alemán. Su balbuceo
hueco se volvió enseguida inconcebible, ensartaba palabras al azar con el único
propósito de seguir hablando, pero, increíblemente, los estudiantes lo estaban
escuchando con atención, no sabía cómo seguir.

Entonces se dirigió a Barlevi, a él le podía hincar el diente como compatriota y como


pintor, y en un tono apasionado le empezó a hacer reproches incomprensibles, hasta que
el pobre Barlevi se durmió. Sonaron los aplausos, los estudiantes se levantaron y
Höllerer dio por terminada la reunión. Los inconvenientes que se le presentan al Pato
Criollo respecto a la lectura son distintos, no se le presentan por negarse a leer sino por
todo lo contrario.
“Hubo un episodio bastante poético, aunque me hizo quedar como un pequeño idiota,
relacionado con el más raro de esos animales: el bicho canasto. Es un ser que ya no
existe, se debe haber extinguido. Era una especie de gusano gordo, del tamaño de un
dedo, que se envolvía en un canastillo en forma de cucurucho tejido con ramitas y
pedazos de hojas. Se volvía indestructible (...)”

“Hasta que pasó lo que voy a contar yo siempre había creído que se fijaban en un lugar
y se quedaban ahí toda la vida; era natural pensarlo porque tenían más de vegetal que de
animal. Un día mi padre sacó la escalera al parque y estuvo un largo rato arrancándole
bichos canasto a la copa del árbol más cercano a nuestra puerta (...)”
“Los tiraba al suelo a medida que los arrancaba, y después los juntó con un rastrillo,
hicieron una pila fenomenal: –¿Y ahora?; –Ahora vamos a quemarlos. Con un balde, en
sucesivos viajes, los llevó adentro, a la chimenea. Cuando estuvieron todos allí, me
ordenó, con su modo brusco y nervioso, que me encargase de quemarlos, porque él tenía
que hacer: –¡No te preocupes papá! Yo me encargo (...)”

“Mientras fui a buscar los fósforos él salió, como si estuviera muy apurado, sin
mirarme. Volví pensativo a la chimenea. Quemar un montón de bichos canasto puede
parecer un trabajo extraño y cruel, pero era el modo de destrucción más adecuado a esos
seres crujientes y secos. Ahora bien, yo también debía tener algo interesante que hacer,
porque me limité a arrojar un fósforo encendido a la pila y me puse a leer... perdí la
conciencia del tiempo (...)”
“Durante el almuerzo sospeché que algo no estaba bien, porque mi primera mirada fue a
la chimenea. No había un solo bicho canasto, estaba limpia, blanca. Pensé que habían
limpiado las cenizas, y que me reprochaban que no lo hubiera hecho yo. Empecé a
murmurar una excusa, pero un sexto sentido me advirtió que me convenía callar. El
almuerzo transcurrió en silencio. La atmósfera estaba envenenada. Fui a tirarme a la
cama (...)”

“Entonces los vi. Estaban todos en el techo, colgados del yeso blanco del cielo raso,
altísimo, inalcanzable. Lo ocupaban todo, porque habían dejado espacios entre uno y
otro, el espacio vital que les dictaba el instinto. Eran un espectáculo asombroso,
inolvidable. Todo el techo... como farolitos chinos... Habían trepado, se habían
escapado, buscando lo alto (...)”
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“Me invadió el terror más abyecto. Ni por un segundo pensé que mis padres no lo
habían visto. Y sin embargo no le habían dirigido una sola mirada, no habían hecho una
sola alusión. Me senté en la cama. No me quedé a esperar la respuesta. Fui en línea recta
a la puerta, pasando a centímetros de la espalda de papá... le habría bastado con estirar
el brazo (...)”

“Pero no lo hizo: fue como si renunciara a mí... Abrí la puerta, la cerré a mis espaldas
sin volverme a mirar y eché a correr desesperadamente por la galería, hacia la calle. Era
como si nunca fuera a volver. Los abandonaba como a dos estatuas fúnebres... Huía.
Sentía que huía hacia mi propia muerte”
Las obsesiones que tenían Gombrowicz y el Pato Criollo respecto a la lectura, con una
actitud distante porque lo aburría la de Gombrowicz, y con una actitud realmente
apasionada la del Pato Criollo, desembocaban muchas veces en actitudes un tanto
ingratas. Por acá, en la Argentina, los gestos de gratitud de Gombrowicz no fueron muy
frecuentes, al punto que el consejero cultural de la Embajada de la Argentina en París se
lo echó en cara al consejero cultural de la Embajada de Polonia.

Se le pueden contabilizar, sin embargo, algunos regalos: una escultura de yeso muy
bonita, un frasco de mermelada, un libro de pinturas, una sandía con su firma, un
arrodillamiento conmovedor para agradecer cinco litros de kerosene, y una cantidad
considerable de dedicatorias que estampaba en cualquier tipo de libros. El Pato Criollo
es más ingrato aún.
Cuando viaja a Francia es recibido a cuerpo de rey en Grenoble, en la casa de su colega
y amigo Michel Lafont, pero no da ninguna señal de gratitud. Todos los días, después
de tomar el desayuno, en vez de hacerle los cumplimientos a Michel y a su esposa que
hacen lo imposible para agasajarlo, el Pato Criollo hurga en la biblioteca y se pone a
leer hasta el mediodía.

En Grenoble no corre el peligro de los bichos canasto, sin embargo, podría ser más
considerado y mantener alguna conversación agradable con los anfitriones, pero no lo
hace. A la hora del almuerzo la señora se desvive por prepararle comidas exquisitas, es
un esfuerzo vano, al Pato Criollo no le sale ni el más mínimo gesto de agradecimiento.
Gombrowicz, en cambio, cuando era homenajeado con una buena comida, dedicaba
libros con el menú.
“En recuerdo de la estupenda cena del 1º de mayo de 1957: cuajada, sopa de croquetas,
sesos con nouilles, tarta de queso con crema batida, té, café. Con la expresión de mi
veneración profunda y de mi amistad inquebrantable. Hasta ahora hambrienta, hoy
saciada hasta reventar. Witoldo”

Los detalles de las comidas del Pato Criollo con Michel Lafont me los proporcionó la
Hierática, y los de la dedicatoria en el menú, Halina Grodzicka.

WITOLD GOMBROWICZ Y NICOLÁS COPÉRNICO

Cada nación pasa por tener un campeón de campeones, el campeón de campeones de


Polonia es, sin lugar a ninguna duda, Nicolás Copérnico. Desde los primeros escarceos
literarios de Gombrowicz con el mundo de la inmadurez hasta el Premio Internacional
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de Literatura pasó mucho tiempo. Cuando finalmente lo recibió Gombrowicz golpeó a


los polacos de muy buena gana, como siempre lo hacía, para que sintieran en carne viva
los errores que habían cometido con su persona.
“¡Oh, literatura polaca! Yo, el andrajoso, el desplumado, el maltratado, yo, el
presumido, el renegado, el traidor, el megalómano, deposito a tus pies este laurel
internacional, el más sagrado desde los tiempos de Sienkiewicz y de Reymont! (...) ¡Lo
veis palurdos! (...) Qué fácil es permanecer con Copérnico, resulta más difícil adoptar
una actitud inteligente y honesta con los valores vivos de la nación”

Los polacos se han convertido en unos maestros del ladrido. Gombrowicz conocía a un
polaco que solía sumirse en profundas meditaciones. Luego, al volver en sí, decía: –
Lameculos, cerdos, cerdas, comemierdas, todos son la misma porquería; –¿En qué
piensas?; –En los polacos. Copérnico fue uno de los primeros en ladrarle al
geocentrismo de Ptolomeo, y Gombrowicz fue unos de los primeros en ladrarle al
modernismo.
El sistema geocéntrico de Ptolomeo, desarrollado en el siglo II, era el modelo de
universo aceptado en tiempos de Copérnico. La idea de un sistema heliocéntrico había
sido discutida en la antigüedad por los griegos pero fue desechada porque la física
aristotélica no podía aceptar el movimiento de la Tierra.

Nicolás Copérnico fue el astrónomo que formuló la primera teoría heliocéntrica del
Sistema Solar. Su libro, “De revolutionibus orbium coelestium”, es usualmente
concebido como el punto inicial o fundador de la astronomía moderna, además de ser
una pieza clave en lo que se llamó la Revolución Científica en la época del
Renacimiento. Copérnico era matemático, astrónomo, jurista, físico, clérigo católico,
gobernador, administrador, líder militar, diplomático y economista. Junto con sus
extensas responsabilidades, la astronomía figuraba como poco más que una distracción.
Sus investigaciones se basaron principalmente en el estudio de los textos y de los datos
establecidos por sus predecesores, ya que apenas superan el medio centenar las
observaciones de que se tiene constancia que realizó a lo largo de su vida.

Gombrowicz anduvo buscando durante toda su vida una manera de pasar de la


inferioridad a la superioridad con un movimiento de ida y vuelta conservando por
separado las propiedades que tienen cada uno de estos estadios, una aspiración a la
totalidad y a la universalidad característica de la cultura de su tiempo. Hacia el año 1930
Gombrowicz había empezado a frecuentar los cafés literarios y seguía escribiendo
novelas cortas.
Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales que
en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha.
Los partidarios de esa agrupación se escandalizaban por las relaciones que tenía
Gombrowicz con centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con
Wiadomosci Literackie. Desde ese mismo momento renunció a la continuación de su
carrera jurídica.

“Era una época en la que estaba en mala disposición con el arte. Me saturaba de
Schopenhaher y de su antinomia entre la vida y la contemplación, y de Mann en cuya
obra ese contraste tiene un aspecto más doloroso. El arte era para mí el fruto de la
enfermedad, la debilidad, la decadencia; los artistas, por así decirlo, no me gustaban,
personalmente yo prefería al mundo y a la gente de acción. Estas fobias, a mi edad, eran
apasionadas, yo tenía entonces veinticinco años, que es cuando todavía no se ha
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renunciado a la belleza. El mundo artístico me atraía por su libertad y su resplandor,


pero me repudiaba física y moralmente”
Habiendo puesto en entredicho todas las posiciones de la cultura no tenía sentido que
Gombrowicz fuera superior para los escombros sembrados a su alrededor después de
ese trabajo de demolición.

Debía ser superior para alguien de su mismo rango y no de un rango inferior. Llegados a
este punto es necesario recordar algunos de los negocios que tenían en común los yo y
el doble de Gombrowicz, tres existencias distintas en las que los yo representaban a su
persona y el doble a su obra.
El día que Bruno Schulz le reprochó amargamente que no estaba a la altura de lo que
había escrito en “Ferdydurke” empezó a ver con claridad que la obra vivía su propia
vida, existía en otra parte y poco podía hacer por él. Se dio cuenta que entre
“Ferdydurke” y él ocurría exactamente lo mismo que les había acontecido en las
páginas del libro a sus personajes. La obra, metamorfoseada en cultura volaba
libremente a plena luz del día mientras él se hallaba en un pozo.

La persona de Gombrowicz reconoció al Gombrowicz de la obra como un ser distinto,


al Gombrowicz que exitía desde afuera. Siente que el rasgo más distintivo de este doble
respecto a los demás es la importancia que le había dado a su persona. Esta función de
agrandamiento del yo no le podía ser indiferente a la naturaleza, así que supuso que su
suerte después de la muerte debería ser distinta a la de los otros. El yo inferior no tenía
por qué gustarle a nadie, más que a él mismo, pero el otro yo se conocía como superior
cuando entraba en contacto con el yo inferior.
Mientras estas dos personas miraban al doble, el doble también las miraba despertando
de un sueño erótico y humorístico. En la tercera actualización de su inmadurez que hace
en la Argentina conoce a los jóvenes de Tandil, entonces escribe en los diarios páginas
en las que el centro de la importancia es ocupado por la desfachatez y la ligereza de la
adolescencia.

Pero tres años después aparece una de sus reiteradas inversiones copernicanas y cambia
el centro, ahora lo ocupa la responsabilidad y el peso de la madurez.
“En aquel entonces yo estaba con toda mi alma del lado de la evolución que iba
destruyendo todos esos cultos y veneraciones, que para mí eran simplemente tontos y
quitaban a los polacos su audacia y su libertad. Hoy en día, después de haber pasado
veinte años en América donde la gente no hace caso a los esplendores del otro, tanto si
se trata de un millonario, un dignatario, un artista o un científico, donde un chiquillo de
diez años se dirigiría a Einstein con el mismo desparpajo con el que se dirige a sus
compañeros, empiezo a veces a añorar aquellas vergüenzas de otro tiempo, los antiguos
rubores y toda aquella torpeza fruto de la admiración (...)”

“Naturalmente es agradable sentirse seguro de sí mismo y cómodo con todo el mundo,


no dejarse impresionar, no interesarse demasiado por nadie, dedicarse a asuntos
personales y, sin embargo, se produjo una especie de empobrecimiento cuando el
hombre dejó de sentir en el otro un secreto magnífico e inaccesible y desaparecieron las
tensiones entre los diferentes mundos”
Gombrowicz ha expresado en más de una oportunidad que no luchaba contra la falsedad
que tenía dentro de sí mismo, sino que se limitaba a revelarla en el momento que se le
aparecía, pero en el caso presente, como en muchos otros, no sabemos si la falsedad le
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aparece cuando se pone de parte de la desfachatez de los jóvenes de Tandil o del secreto
magnífico e inaccesible del hombre de antes.

Desde Copérnico hasta el presente los polacos han tenido la costumbre de poner el
mundo patas para arriba o, para decirlo de una manera más apropiada, de cambiarle el
centro a las cosas. Los medios de comunicación internacionales han dando la vuelta a la
tierra con la noticia de que un polaco se despertó después de veinte años de estar en
coma. El pobre hombre se había dormido cuando Polonia era todavía comunista y se
despertó en medio de una Polonia copada por los ultranacionalistascatólicos.
La condición de personas que se acuestan en una cama comunista y se despiertan en una
cama no comunista es la condición de la mayoría de los polacos. La diferencia con el
polaco que durmió durante veinte años es la de que los polacos no duermen porque no
los dejan dormir.

A pesar de que no duermen tiene una resistencia natural a cambiar, de hecho se


comportan como personas que estuvieran dormidas. Gombrowicz ha escrito palabras
memorables sobre los polacos y, aunque en este caso es más difícil elegir páginas, en
casi todas ellas pone de relieve una naturaleza polaca atada al pasado.
“Sois como un pobre que presume de que su abuelita tenía una granja y viajaba a París
(...) nada de lo que le es propio al hombre debe impresionarlo; de tal modo que si nos
impresiona nuestra grandeza o nuestro pasado, ésa es la prueba de que aún no lo
llevamos en la sangre”
A pesar de todo Gombrowicz pensaba que hay un alter ego polaco que estaba pidiendo a
gritos el derecho a la palabra, para destacar el hecho de que el rasgo más característico
del pueblo polaco, producido por la historia, es la exageración. La virilidad, la violencia
psíquica, el amor a la patria, la fe, la honradez, el honor tienen en Polonia un quantum
de exceso. El alter ego que existe dentro del polaco, ahogado por las costumbres y el
pasado, intenta negar esta exageración, pero le resulta muy difícil rebelarse contra ella.

WITOLD GOMBROWICZ Y GALILEO GALILEI

“Me parece que aquí hay algo paradójico, hasta siniestro. Pienso: ¿qué es forma? O más
bien: ¿qué no es forma? ¡Ay Señor! ¡Ay Señor de Platón que siempre geometrizas,
Señor de Galileo que nos hablas, mortales, en signos matemáticos, Señor de Einstein
que nunca, jamás, juegas a los dados! Lo único que se ha propuesto que no sea forma es
la materia, pero aunque manejamos con soltura la forma inmaterial (por ejemplo, los
números), nadie ha podido imaginar materia informe, prima materia. Gombrowicz, lo
hemos visto, la asociaba al culo”
Galileo fue un astrónomo, filósofo, matemático y físico que estuvo relacionado
estrechamente con la revolución científica. Eminente hombre del Renacimiento, mostró
interés por casi todas las ciencias y las artes.

Considerado como el padre de la física moderna, sus investigaciones experimentales


son complementarias a los escritos de Francis Bacon en el establecimiento del moderno
método científico. Su trabajo se constituyó en una ruptura de las asentadas ideas
aristotélicas y su enfrentamiento con la Iglesia Católica Romana suele tomarse como el
12

mejor ejemplo del conflicto entre la autoridad y la libertad de pensamiento en la


sociedad occidental.
El Santo Oficio condenó al sistema copernicano como falso y opuesto a las Sagradas
Escrituras», y Galileo fue condenado por enseñar públicamente las teorías de
Copérnico. Una de las actividades más características de la inteligencia es el
razonamiento pero, si bien es cierto que el razonamiento es una máquina dialéctica que
se limpia a sí misma, también es cierto que debe ser controlado pues la suciedad le es
propia.

El imperialismo de la razón es terrible, se extiende como una serpiente, devora todo lo


que puede, y como no sabe controlarse a sí misma debe ser controlada desde afuera.
Durante mucho tiempo Dios se las arregló para que la razón funcionara libremente, sin
causar muchos contratiempos. Cuando Einstein declaró que el cosmos es como un reloj
del que sólo conocemos el movimiento de las agujas pero no su mecanismo, le cerró el
camino al entendimiento.
Gombrowicz sostenía con nosotros polémicas acaloradas en el café Rex sobre los
problemas de la física, cuando la discusión se ponía un poco escabrosa nos
escapábamos con una broma. Una noche, discutíamos sobre si relatividad era una
palabra adecuada para designar a esa teoría de la física.

Vea, Gombrowicz, como usted sabe Einstein era judío, pues bien, concentró todo el
poder de su inteligencia en el desarrollo de una teoría de las medidas (la relatividad es,
en efecto, una teoría sobre las medidas), con el propósito de agrandarlas cuando se
achican y de achicarlas cuando se agrandan, y corregir así lo que podríamos llamar el
efecto semita.
En efecto, los tenderos judíos tienen la costumbre de achicar el metro para medir las
telas cuando las venden, y de agrandarlo para medirlas cuando las compran. Einstein era
un hombre culto además de genio, no sólo había leído a Newton sino que también había
leído a Kant. Kant se encuentra en el cruce de la tres corrientes ideológicas más
importantes del siglo XVIII.

El racionalismo de Leibniz que distingue entre verdades de razón y verdades de hecho y


cuyo ideal es estructurar el conocimiento científico como una malla de verdades de
razón. El empirismo de Hume con sus reflexiones sobre las percepciones y sobre las
conexiones no causales de los hechos. Y la ciencia positiva físico matemática de
Newton.
El pensamiento de Kant huele mucho más a Newton que a otra cosa, es por eso que su
sistema filosófico es imponente pero no exagerado. Newton había puesto en caja a todos
los fenómenos de la naturaleza con su desarrollo de la mecánica racional, un sistema
grandioso y seguro, alejado de las quimeras. Kant tiene en la mano pues todas las cartas
de la ideología de su tiempo.

Las concepciones del tiempo y del espacio del modelo magistral desarrollado por
Galileo pasaron a la mecánica racional de Newton a la que Einstein empieza cascotear
aplicándole el efecto semita del metro de los tenderos judíos, una mecánica que se basa
en cuatro principios fundamentales. El principio del movimiento rectilíneo uniforme, el
principio de acción y reacción, el principio inercial que vincula a la fuerza con la masa y
la aceleración, y el principio de la atracción de las masas.
El conflicto entre los corpúsculos y las ondas es el que a la larga se convierte en el talón
de Aquiles de Newton, en forma extraña la luz es el fenómeno más oscuro de la
13

naturaleza pues presenta aspectos corpusculares y ondulatorios a la vez. Newton se


queda con los corpúsculos aduciendo que como el espacio es vacío no puede ondular.

A medida que los instrumentos de medición se fueron perfeccionando la luz cada vez
con más frecuenta mostraba sólo sus trajes ondulatorios, y como el vacío no podía
ondular según lo había dicho Newton, los físicos inventaron el éter, un engendro de los
mil demonios, un medio inmóvil e inmensamente rígido a través del cual se desplazaban
todos los objetos y también la luz.
La velocidad de la luz era una vieja conocida de los científicos con sus trescientos mil
kilómetros por segundo a cuestas, de modo que si existía un éter inmóvil debía ser
posible calcular la velocidad que tenía la tierra respecto a él utilizando los rayos
luminosos, pero sorpresivamente los físicos descubrieron que la luz tenía una velocidad
constante en cualquier dirección en que dispararan los rayos.

Este resultado paradójico entraba en contradicción con el insuperable modelo de Galileo


en el hay que sumar o restar las velocidades cuando hay más de un sistema de
referencia. Para calcular la velocidad que tiene una persona que camina sobre un tren
respecto a la tierra, hay que sumar la velocidad que tiene respecto al tren a la velocidad
que tiene el tren respecto a la tierra.
Si la persona que camina sobre el tren fuera la luz, el modelo de Galileo sería inválido
pues cualquiera fuera la velocidad del tren la luz mantendría una velocidad constante.
La teoría de la relatividad toma el hecho de la constancia de la velocidad de la luz como
condición básica para la construcción de la teoría pues no puede dejar a esta anomalía
surgida del reciente descubrimiento fuera del sistema.

Como la velocidad de la luz se ha convertido en una invariante universal entonces un


intervalo de tiempo o de espacio de un fenómeno que se mide desde la tierra no es igual
al medido desde un cuerpo que se mueve respecto a ella en relación a ese mismo
fenómeno. La mecánica racional de Newton suponía también que la velocidad de
traslación de la fuerza de gravedad en el espacio era infinita, pero si la máxima
velocidad que alcanza la naturaleza según la teoría de la relatividad es la de la luz,
entonces la concepción de Newton debía ser revisada. Einstein resuelve este problema
demostrando la equivalencia entre la masa gravitacional y la masa inercial de lo que
concluye que la gravedad es una fuerza que debe manifestarse como una curvatura del
espacio.

En ausencia de gravedad el espacio sigue siendo euclídeo, es decir, recto, pero en


presencia de materia gravitatoria se curva, y se curva tanto más cuanto mayor sea el
tamaño de la masa de esa materia gravitatoria. La fuerza que atrae a un planeta hacia el
Sol, es en realidad el efecto producido por su movimiento en un espacio que ha sido
deformado por la masa del Sol. La consecuencia paradójica de esta manera de ver las
cosas es que el espacio y el tiempo se contraen en los cuerpos cuando aumentan su
velocidad respecto a un sistema de referencia, o cuando están cerca de otras masas
gravitatorias de mayor tamaño. La fórmula más conocida de la teoría de la relatividad es
la de la equivalencia entre la materia y la energía, posiblemente la más famosa de la
física moderna, por la que hemos llegado a saber que la cantidad de energía es igual al
producto de la cantidad de masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.

La luz y la fuerza de la gravedad trastornan a la razón, la razón galopa enloquecida, el


espacio de Euclides y la mecánica racional de Galileo y Newton se han derrumbado a
14

pesar de que estas concepciones son las que están más cerca del sentido común de la
humanidad.
Gombrowicz piensa que debe controlarse esta sobreactividad de la razón porque no se
corresponde con la realidad del hombre, el hombre es un ser intermedio que tiene
necesidad de temperaturas medias.
“Pertenezco a la escuela de Montaigne y estoy a favor de una actitud más moderada, no
hay que sucumbir a las teorías, conviene saber que los sistemas tienen una vida muy
corta y no hay que dejarse impresionar por ello”

A Gombrowicz, igual que a Galileo, le costaba trabajo mantener relaciones cordiales


con el catolicismo porque esa doctrina estaba en contradicción con su visión del mundo,
pero el intelectualismo contemporáneo se estaba volviendo peligroso y le despertaba
más desconfianza que el propio catolicismo. El cristianismo le ofrece al hombre una
visión coherente y no lo tienta a resolver con su propia cabeza los problemas del
mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos.
En un principio contrapone el catolicismo superficial de Sienkiewicz al trágico y
profundo catolicismo de Simone Weil con el que se podía encontrar un leguaje común
entre la religión y la literatura contemporánea pero, posteriormente, se aleja de Weil y
se acerca otra vez a Sienkiewicz porque, según dice, se había vuelto partidario de la
mediocridad, de la tibieza, de las temperaturas medias, y enemigo de los extremismos.

Pero Gombrowicz tuvo mala suerte con Galileo. Un editor alertó a los lectores con un
(sic) sobre que Gombrowicz creía que el principio de la palanca es de Galileo y no de
Arquímedes como en realidad lo es: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo...
Aplicando estas palabras de Galileo (sic) a las condiciones polacas (...)”

WITOLD GOMBROWICZ Y EL COLEGIO SAN ESTANISLAO KOSTKA

Los edificios y las personas sobre los que guardamos nuestros recuerdos más
perdurables son los que habitan en la casa natal y en el colegio. También de los
primeros amigos guardamos un recuerdo que vuelve siempre a nosotros en el transcurso
de nuestras vidas. Kazimiers Balinski y Tadeusz Kepinski fueron los primeros amigos
de Gombrowicz y sus cómplices de aventuras juveniles en el colegio Kostka.
Cuando tenía siete años la familia de Gombrowicz se mudó a Varsovia y él prosiguió
sus estudios en un curso particular organizado por la señora Balinski para su hijo
Kazimiers. La casa de esta señora era por entonces uno de los centros más importantes
de Varsovia. Gombrowicz la frecuentó durante mucho tiempo e hizo amistad con
Kazimiers.

No obstante, sus primeros contactos con los hijos de los aristócratas varsovianos lo
deprimieron. Se sentía torpe, y el saberse diferente de los demás lo llevó a distanciarse
de su familia, de la escuela y de sí mismo. Creyendo que su mundología dejaba mucho
que desear se preocupaba constantemente de los modos de comportarse en sociedad y
de su falta de modales.
“Los aristócratas se relacionaban por lo general entre sí y no permitían que entraran en
su clan más que unos cuantos elegidos, emparentados o no, pero en todo caso
pertenecientes a familias de la „sociedad‟. El proceso se realizaba con una precisión
15

sorprendente en gente tan joven, a través de una especie de selección natural,


seguramente inconsciente, en la que la rigidez y la intransigencia del tabú aristocrático
aplicado sobre el fondo de nuestra anarquía desenfrenaba y chillona, me revelaron una
ley no escrita, una de esas leyes que cuanto menos se proclama más se hace notar (...)”

“Balinski tenía una abuela condesa y una bisabuela princesa, aparte de su padre senador;
yo, con una cuantas tías condesas a duras penas podía acompañar a alguno de ellos de la
escuela a casa”
Envidiaba de los aristócratas una facilidad para imponerse y una desenvoltura en los
modales que parecían innatas, así como un espíritu que, por esencial, debía dominarlo
todo. En sus relaciones con los adultos se sentía paralizado por sus defectos, a menudo
imaginarios, por lo cual aumentaba todavía más su timidez y su torpeza.
Este sentimiento de inferioridad consolidaría uno de los rasgos de su carácter: una
timidez externa ligada a una seguridad interior. Consciente de la superioridad de ciertos
adultos de su entorno, evitaba las discusiones con ellos por miedo a parecer ridículo.

“Yo pasaba entonces las tardes en casa de los Balinski, una mansión que se consideraba
ilustrada, culta y rica en contactos con París y Londres, abierta al arte. Fue mi primer
contacto con la literatura. A pesar de eso seguía siendo provinciano hasta la médula,
tímido, rústico, salvaje, casi un hijito de mamá y, aunque vivía espiritualmente con una
gran intensidad la nueva vida polaca que nacía, en la práctica, no sabía establecer
contacto con ella”
El instituto filológico San Estanislao Kostka era un colegio muy aristocrático, estaba
plagado de Radziwill, de Potocki, de Tyszkiewicz, de Plater, aunque también había
adolescentes de las clases sociales más bajas. A los once años los padres enviaron a
Gombrowicz a esa escuela.

Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los primeros años fueron
muy dolorosos. Como estaba dotado de un temperamento intranquilo y travieso se
convirtió rápidamente en el blanco de todos los golpes, puntapiés y torturas sofisticadas
como el sacacorchos, las tijeras sencillas y la doble Nelson. No había día en que no
fuera varias veces al suelo con un golpe lateral plano que le daban con el pie en una
parte baja de la pierna.
Cada mañana, yendo a la escuela cargado con la mochila, era víctima de taladradoras y
pomadas que le aplicaban unos pesados terribles que se convirtieron poco a poco en sus
verdugos permanentes. A pesar de todo no descendió a la categoría de pelele y organizó
un grupo de agresión y defensa para protegerse de esos terribles suplicios acompañados
por las risotadas salvajes de sus desolladores.

En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de
criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente, y
para descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos. El que tenga
aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y consiguiente malaxamiento” de
“Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba pensando Gombrowicz cuando lo
escribía.
La novela comienza cuando Jósiek Kowalski, el protagonista treintiañero llamado Pepe,
es raptado de su casa en una forma infantil por un profesor que lo lleva a una escuela de
adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el
profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y
estallar en una risa pellizcada.
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En el medio de la narración Pepe tiene unas aventuras en la escuela que culminan con
un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones que expresan su
antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de palabras
sublimes y obscenas, que caen en la vulgaridad y el anacronismo, y que no pueden darle
el triunfo a sus ideas.
“Nosotros, en el cole, nos propinábamos grandes y ruidosas bofetadas que, sin embargo,
ya no terminaban en duelo. El ultrajado tenía que devolver la bofetada si no quería
perder su honor, pero entonces el adversario se veía también obligado a su vez a
devolver la bofetada, ya que una ley tácita estipulaba que el último en golpear la cara
ganaba. Un día, con Tadeusz Kepinski, atravesamos dos veces el patio de la escuela
dándonos bofetadas: ambos terminamos con la cara hecha una calabaza”

Al mismo tiempo de estas aventuras juveniles discutía en el colegio en forma madura


con su profesor de polaco, el señor Cieplinski, el Enteco de “Ferdydurke”, sobre un
contenido de la educación en Polonia que le daba más importancia a sus poetas profetas
que a Shakespeare y a Goethe. Gombrowicz le reprochaba que se ocuparan más de las
guerras polacas contra los turcos que de la historia europea y universal.
Y cuando Cieplinski le respondía que había que tener en cuenta que eran polacos, que
hasta no hacía mucho tiempo habían sido perseguidos por hablar polaco en las escuelas,
Gombrowicz le replicaba que por eso no tenían que ser ignorantes. Dejó la
adolescencia, entró en la juventud, escribió “Ferdydurke”, pero seguía ocupándose de
tonterías.

“Mi situación era un tanto embarazosa porque desde hacía unos cuantos años casi no
había abierto mis manuales, y me dedicaba durante las clases a practicar mi firma, cada
vez más sofisticada, con rúbrica o sin ella, aprobando los cursos de pura chiripa. En el
cuarto curso el director me había retado porque yo no llevaba libros a la escuela,
simplemente una pequeña agenda para tomar apuntes. En respuesta contraté a un
mensajero –se encontraban entonces en las esquinas de las calles– que entró detrás de
mí en el edificio de la escuela cargando con mi mochila llena de libros (...)”
Marcelina Antonina y Rena, su madre y su hermana, admiraban a la ciencia. La
hermana tenía un espíritu lógico y estaba atraída por la objetividad científica. A la
madre la fascinaban los médicos eminentes, los profesores, los grandes pensadores, y en
general las personas serias. Yo creo que la actitud de Gombrowicz hacia la ciencia
quedó decidida en un examen del bachillerato.

“Volvió a repetirse lo mismo, desgraciadamente, en el examen escrito de matemáticas.


Mi falta de talento en esta materia se dejó ver con toda claridad. Ataqué el problema de
trigonometría con la bravura de un suicida y, para mi mayor sorpresa, lo resolví en diez
minutos. Todo iba como la seda: bastaba sumar unas cuantas cifras y ya estaba todo
listo (...)”
“Pero yo sabía que era demasiado hermoso para ser cierto y me dispuse a buscar,
horrorizado, otras soluciones... mas no había nada que hacer, cada vez, como un tren
sobre una vía muerta, llegaba a la misma solución sencilla, clara, deslumbrante por su
evidencia. Por fin sucumbí, no pude resistirme más a la evidencia y, presa de los peores
presentimientos, entregué el trabajo (...)”

“Sabía que me iban a poner un cero pero, ¿qué podía hacer si no existía mancha ninguna
en mi obra? Sí, un cero en trigonometría, un cero en álgebra, un cero en latín: tres ceros
17

coronaron mis esfuerzos. Parecía que no tenía salvación. En cambio, mi disertación de


polaco me valió un cum laude, así como también mi examen de francés, lengua que
hablaba bastante bien en casa. El tribunal se quedó de piedra y decidió enviar mis
trabajos al ministerio quien pronunció una sentencia favorable: aprobado (...)”
“Fuimos a celebrar el éxito (...) Me emborraché como todos y eché mis entrañas por la
ventana del quinto piso: estaba tan ciego que no me di cuenta de que abajo había una
cafetería con las mesas en la acera. Los aullidos que llegaron desde la calle, me hicieron
avisar rápidamente a mis compañeros y, acto seguido, colocamos una barricada en la
puerta de entrada dispuestos a defendernos hasta el final”

WITOLD GOMBROWICZ Y GEORGE GORDON BYRON

“A medida que iba creciendo, me volvía cada vez más peligroso. Mis composiciones de
polaco eran las mejores y eso me salvaba, ya que en otras materias era ignorante y
holgazán. Un día nuestro profesor Cieplinski nos mandó escribir una redacción sobre
Slowacki. Harto ya de tanto incienso dedicado al poeta profeta decidí, para variar,
fastidiarlo un poco: „Juliusz Slowacki, ese ladrón que plagiaba a Byron y a Shakespeare
y no sabía crear nada por sí mismo (....)‟. El profesor Cieplinski me puso un cero y me
amenazó con enviar mi trabajo al ministerio (...)”
Había pasado un cuarto de siglo desde la aparición de “Ferdydurke” en Polonia, y
Gombrowicz se dispone a dar una clase elemental de su filosofía, a pensar de la
desconfianza que le tenía a la enseñanza.

“Se descubrirá entonces que el maestro chochea y que el alumno no escucha; que nadie
hace nada; que el alumno engaña y el maestro se deja engañar”
En la clase escrita que da en “Recuerdos de Polonia” intenta sortear estos escollos y se
presenta de una manera sencilla, como el autor de la facha y del cucul. Pegarle la facha
a alguien es ponerle una máscara, disfrazarlo y deformarlo. Cuando trata a un hombre
que no es nada tonto como tonto, le está pegando la facha, y la cuculización opera de la
misma manera, sólo que en este caso un adulto es tratado como un niño, y la
deformación lo transforma en un inmaduro. La conciencia de las transformaciones que
sufre el hombre por la acción de los otros es la razón por la que Gombrowicz ha
ocupado un lugar especial en la literatura, la importancia que le ha dado a la forma tanto
en la vida social como en la personal es el punto de partida de su psicología.

“Creo también que mi sensibilidad respecto a la forma, que demostré desde mi más
temprana infancia, me permitió más tarde hallar mi propio estilo literario y crear un
género que va consiguiendo poco a poco derecho de ciudadanía en el mundo (...) Una
cosa era cierta y yo me daba cuenta: mis primeras tentativas literarias manifestaban una
fuerte oposición... oposición a todo... su tono era rebelde... Si entro en esta Cámara de
los Lores, me decía, será como Byron, para sentarme en los bancos de la oposición”
Aquí, en la Argentina, operó con la facha y el cucul cuanto se le vino en gana, pero no
pudo entrar a la Cámara de los Lores. A nosotros, los discípulos, con mucha frecuencia
nos pegó la facha y nos hizo el cucul, pero él no quedó indemne, quedaba transformado
por su propia actividad y, además, porque nosotros también le pegábamos la facha y le
hacíamos el cucul.
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George Gordon Byron, sexto lord Byron, poeta inglés, considerado uno de los escritores
más versátiles e importantes del Romanticismo, ejerció una gran influencia entre los
polacos. Sus maneras y modales le sirvieron para disimular su cojera, haciéndola
parecer un caminar excéntrico a la vez que distinguido.
Tuvo que soportar muchas burlas y rechazos por su deformidad, pero aprendió con el
tiempo a defenderse bajo la máxima de que „cuando un miembro se debilita siempre hay
otro que lo compensa‟, una máxima que parece gombrowiczida. Byron describió la
relación que vivió con su madre como una aventura de golpes y besos. La madre lo
llamaba con frecuencia al pequeño Byron cojo bribón o pequeño diablo, mientras él la
llamaba vieja o la viuda.

Pese a esta relación de amor y de odio, su madre fue la única que lo entendió, según lo
escribió el mismo Byron. Aprendió boxeo y esgrima, siendo un gran experto en ambas
artes de lucha. Poco querido por los demás componentes de la nobleza a raíz de sus
continuos amoríos y críticas feroces, fue insultado públicamente en la cámara de los
Lores cuando defendió a los católicos.
Pero a él realmente le importaba muy poco e incluso le gustaba que lo odiaran pues, en
su opinión, también le temían. En la noche de bodas le dijo a su esposa: “Te arrepentirás
de haberte casado con el diablo”. Los rumores sobre sus relaciones incestuosas con su
hermanastra, sus poemas antipatrióticos, su acusación de sodomía y las dudas sobre su
cordura provocaron su ostracismo social.

Amargado profundamente, Byron abandonó Inglaterra y nunca volvió. En Suiza estuvo


viviendo algún tiempo junto a Percy Shelley, Mary Shelley y su médico personal, John
William Polidori. En una tormentosa noche de verano se reunieron los cuatro en Villa
Diodati, propiedad de Byron, y decidieron escribir relatos de terror dignos de aquella
noche lúgubre.
Inspirados ambos en la personalidad de Byron, Mary Shelley escribió “Frankenstein” y
Polidori su relato “El Vampiro”. Goethe escribió, ante la noticia de su muerte:
“Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos”. Su
gran obra, “Don Juan”, fue uno de los más importantes poemas publicados en Inglaterra
desde “El paraíso perdido” de John Milton.

“Don Juan” influyó a nivel social, político, literario e ideológico. Sus personajes
presentan un idealizado pero defectuoso carácter cuyos atributos incluyen: un gran
talento, una gran exhibición de pasión, una aversión por la sociedad y por las
instituciones sociales, una frustración por un amor imposible debido a los límites
impuestos por la sociedad y la muerte, la rebeldía, el exilio, el pasado oscuro y un
comportamiento autodestructivo.
Admirado por Goethe, Edgar Allan Poe, Alejandro Pushkin, Víctor Hugo, Alejandro
Dumas, Karl Marx... Lord Byron tuvo un particular magnetismo personal. Consiguió la
reputación de no ser convencional, de ser excéntrico, polémico, ostentoso y
controvertido.

Muchos han atribuido sus capacidades extraordinarias a su depresión maníaca. Siempre


fue ácido y cruel. Se inclinó por los desheredados, los marginados, los miserables como
los corsarios y los cosacos, y todo lo demás era hipocresía. Tuvo un gran afecto por la
compañía de su perro: “Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin
vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del
hombre y ninguno de sus defectos”
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La Argentina fue para Gombrowicz un gran campo de maniobras, en este lugar neutral,
como si fuera la mesa de un café, intentó establecer los límites al problema de poner en
claro si el par dialéctico de inmadurez y de forma, una intuición que planea sobre toda
su obra, era una verdadera reducción ontológica del hombre o tan sólo una perogrullada
o una tautología.

La concepción de la forma no es para Gombrowicz un problema conceptual, como lo es


para la filosofía, sino un problema práctico.
“Pero el hecho de que mi madre no quisiera ser lo que era, que no quisiera reconocerse a
sí misma, terminó vengándose de ella, porque nosotros, sus hijos, le declaramos la
guerra (...) Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis dolorosas contorsiones con
la forma polaca, que producían en mí un efecto parecido al de las cosquillas: uno se
troncha de risa, pero no resulta agradable (...)”
La realidad no puede ser abarcada tan sólo por la forma pues la forma no está acorde
con la esencia de la vida. El intento por definir esta insuficiencia de la forma es un
pensamiento que se convierte en forma, y que confirma tanto su impotencia para
aprehender la existencia como nuestra inclinación por ella.

Gombrowicz tiene algunos puntos de encuentro con Lord Byron: un gran talento, la
rebeldía, el exilio, el pasado oscuro y un comportamiento autodestructivo. Como Lord
Byron disponía de un particular magnetismo personal, consiguió la reputación de no ser
convencional, de ser excéntrico, polémico y controvertido y tuvo un gran afecto por la
compañía de su perro. Pero sus ideas sobre la forma lo apartaron de la poesía, aunque no
de la de Shakesperae o la de Byron, sin embargo, sus encuentros con los poetas eran
esporádicos y difíciles.

Resulta útil ver cómo Gombrowicz pone en funcionamiento su concepción de la forma


aplicada a la actividad de escribir en su propia obra. En uno de los primeros intentos que
hizo en los diarios, al que podríamos considerar como un intento metaliterario,
Gombrowicz se las arregla para desvincular a la forma de sus ataduras y darle vida
propia echando mano a Creta.
Todo ocurre un día en que va almorzar a la casa de un ingeniero que tiene una industria
en la localidad de Acassuso. A medida que ponía atención se iba dando cuenta que la
casa, la mesa del comedor y los platos eran demasiado renacentistas, mientras la
conversación se centraba también en el Renacimiento, una adoración por Grecia, Roma,
la belleza desnuda y la llamada del cuerpo.

La conversación giró alrededor de una columna de Creta, y a Gombrowicz se le pegó


entonces el cretino, leitmotive de toda la narración, pero no de una manera renacentista,
sino totalmente neoclásica y cretínica. Llegado a este punto le advierte al lector que él
sabe muy bien que no debería escribir sobre esto, pero sigue escribiendo. De vuelta en
la ciudad se dirigió al café Rex pero, de repente, desde el café París, le hacen señas unas
señoras conocidas que aparentemente estaban sentadas a la mesa comiendo bizcochos
que mojaban en la crema.
Pero era una mistificación, la verdad era que estaban sentadas a un tablero cubierto de
esmalte apoyado sobre cuatro barras de hierro torcidas, y la acción de comer consistía
en meterse una cosa u otra por un orificio practicado en la cara, al tiempo que sus orejas
y sus narices despuntaban.
20

Cháchara va, cháchara viene, Gombrowicz pide disculpas y se marcha alegando falta de
tiempo. El hecho de que estuvieran ocurriendo cosas demasiado cretinas como para ser
reveladas, era la razón que lo obligaba a relatarlas pues tenían un exceso de cretinismo.
Al salir del café París se dirigió al café Rex. En el camino se le acerca una persona
desconocida, le dice que hacía tiempo que quería conocerlo, lo saluda, le da las gracias
y se va.
Cuando iba a ponerlo de vuelta y media al cretino, se da cuenta que no es cretino,
puesto que sólo quería conocerlo y lo había conocido. Se empiezan a encender las luces
de la noche, pasan los coches, caminan los transeúntes, mientras tanto Gombrowicz
mira las casas.

En el balcón de un séptimo piso le estaban haciendo señas Henryk y su mujer.


Gombrowicz también les hacía señas. Henryk y su mujer hablaban y hacían señas.
Coches, tranvías, gente, bocinazos, Gombrowicz les responde con señas. De pronto
repara en que Henryk, más que hacer señas, enseña..., ¿pero qué es lo que enseña? Se
está enseñando a sí mismo como si fuera una botella.
“Yo hago señas. De repente ella (pero no, yo no puedo hacer el cretino; sin embargo, si
tengo que desenmascarar al Cretino debo hacer el cretino); entonces ella le enseña hasta
que él se asoma y ella le enseña con saña (pero qué es lo que enseña?), después de lo
cual los dos se ensañan ligeramente, y uno hacia aquí, el otro hacia allá, y, ¡puff!...
(¡Esto sí que no puedo decirlo, está por encima de mis fuerzas!)”

WITOLD GOMBROWICZ Y LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA

Me tocó hacer el servicio militar en la Marina, una de las fuerzas armadas argentinas, la
fuerza que despertaba más nostalgia en Gombrowicz desde Europa cuando pensaba en
sus gloriosos infantes. Lo hice durante los años 1955 y 1956, una época bastante
revuelta de la historia política argentina.
Como no tenía vocación para el combate un almirante me dio una mano y finalmente
me ocuparon en el Ministerio de Marina, un edificio bastante cañoneado durante la
Revolución Libertadora mientras yo estaba adentro observando cómo la aviación
bombardeaba la Casa de Gobierno. Me habían destinado a los conmutadores telefónicos
así que, hasta que sobrevinieron los acontecimientos del 16 de junio, pasaba una buena
vida.

Después del derrocamiento de Perón, ocurrido tres meses después, nuestra vida de
conscriptos retomó una cierta calma hasta que se produjo la contrarrevolución peronista
en 1956, abortada por informaciones oportunas que recibieron los sediciosos salvándose
de esta manera de una derrota segura.
Desde el mismo día de la sublevación las autoridades empezaron a investigar todos los
centros de comunicación desde donde los contrarrevolucionarios podían haber sido
alertados y los conmutadores telefónicos cayeron bajo la lupa de las pesquisas
militares. Aunque yo no tenía nada que ver con los sediciosos preventivamente me
pasaron por un tiempo al servicio de ascensores, y aquí viene el tema de la historia
verdadera.
21

Cuando Gombrowicz se fue de la Argentina yo me hice amigo de la comparsa de Jorge


Brussa, archienemigo declarado de Gombrowicz y campeón de ajedrez del café Rex.
Una de las características que tenemos los argentinos es el sentido del humor y el gusto
por las bromas, la cosa es que al poco tiempo de haber entrado en contacto con los
nuevos contertulios hicieron correr el rumor que yo lavaba ropa a domicilio y que ellos
conocían muy bien el origen y las características de mi cultura.
Después de haber pasado miles de horas polemizando con Gombrowicz yo tenía un gran
entrenamiento para hablar de cualquiera de los asuntos que ocupan el mundo de la
inteligencia, aunque sin profundizar demasiado, y esta particularidad de mis
conocimientos fue relacionada con el ascensor.

En efecto, durante el día, mientras manejaba el ascensor en el Ministerio de Marina,


escuchaba muchas conversaciones en esa cabina cerrada que yo hacía subir y bajar, pero
eran conversaciones que no tenían principio ni fin, las tomaba empezadas en algún piso
y se me escapaban sin terminar en algún otro nivel.
Pues bien, esta ocurrencia que tuvieron esos amigos míos de café que me aparecieron
cuando se fue Gombrowicz me hicieron recordar un poco a las conferencia que daba
Gombrowicz sobre el existencialismo y el marxismo, sobre la mecánica ondulatoria y la
relatividad. El hablaba de estos temas como si para él fueran pan comido, pero sabía
perfectamente que cualquier cuestionario no demasiado profundo que le hicieran lo
podía poner en verdaderos aprietos.

Una parodia teatral de la mistificación del conocimiento la lleva adelante en “Filifor


forrado de niño”, un cuento que Adolfo de Obieta publica en “Papeles de Buenos Aires”
en 1944 y que después aparece en “Ferdydurke” en 1947. Es tan cautivante esta
creación de cuño gombrowiczida que me veo obligado a narrarla, a narrarla no a
copiarla, y no a copiarla por las secuelas que me quedaron del ascensor del Ministerio
de Marina en el tiempo de la conscripción.
El príncipe de los sintéticos, el señor Filifor, doctor en sintesiología, era un hombre
corpulento, de barba hirsuta y anteojos gruesos. Un fenómeno espiritual de tanta
magnitud debía suscitar en la naturaleza, en acuerdo con el principio de acción y
reacción, un fenómeno de igual magnitud y de sentido contrario.

Este fenómeno de igual magnitud y de sentido contrario resultó ser el anti-Flifor, un


eminente analista, doctor en análisis superior, hombre menudo y hosco cuya única
misión en el mundo era perseguir y humillar al magnífico Filifor. Se especializaba en la
descomposición del individuo reduciéndolo a partes por medio de cálculos y
papirotazos.
Accediendo al llamado de su vocación ese hombre hosco y menudo obtuvo el título
nobiliario de anti-Filifor del que estaba muy orgulloso. Cuando Filifor se enteró de que
anti-Filifor lo estaba persiguiendo comenzó él también a perseguirlo, pero durante algún
tiempo se persiguieron en vano pues el orgullo no les permitía admitir que eran
perseguidos.

El choque de ambos sabios se produjo por casualidad en el Hotel Bristol de Varsovia.


Se encontraron en el restaurante del hotel en el que estaban también presentes la
profesora Filifor, Flora Gente de Mesina, y dos doctores que procedieron a tomar notas
por escrito. Como un duelo preliminar de miradas no resultó favorable a ninguno de los
dos contendientes, el profesor analítico le espetó al sintético la palabra ñoquis por
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considerar a esta palabra esencialmente analítica, a lo que el sintesiólogo le respondió: –


Ñoqui.
Ñoquis era analítico pues resultaba de una combinación de harina, huevos y agua,
mientras que ñoqui era sintético porque representaba la unidad del ñoqui supremo. La
profesora Filifor muy entrada en carnes estaba sentada sin pronunciar palabra, de
repente, el profesor anti-Filifor se planta ante ella murmurando en voz baja la palabra
oreja, mientras estalla en una risa sarcástica.

Filifor le ordena a su esposa que se cubra las orejas con el sombrero. Anti-Filifor,
entonces, murmura para sí: –Los dos orificios de la nariz– desnudando con este
procedimiento los dos orificios de la nariz de la profesora en forma analítica e impúdica.
Filifor amenaza con llamar a la policía pues la balanza se estaba inclinando de manera
pronunciada en favor del profesor de análisis que acentuó su celebración diciendo: –Los
dedos de la mano, los cinco dedos de la mano.
La robustez de la profesora le impedía ocultar el hecho de los cinco dedos de la mano,
los dedos estaban allí. Cuando se disponía a ponerse los guantes anti-Filifor le hace un
análisis de orina ambulatorio y exclama victorioso: –Un poco de leucocitos y albúmina,
y acto seguido se retira rápidamente con su amante Flora Gente.

El profesor Filifor con la ayuda de los dos doctores lleva a la profesora al hospital. La
descomposición de la señora Filifor era incontenible y perdía aceleradamente su
contextura. Gemía: –Pierna, yo oreja, pierna, mi oreja, cabeza... despidiéndose de
aquellas partes del cuerpo que se comportaban de manera autónoma, era una
personalidad en estado de agonía.
Buscando intensamente medios para la salvación de su esposa Filifor pronunció
inesperadamente la palabra bofetada, era una acción atrevida que le podía devolver el
honor a la esposa y sintetizar los elementos dispersos. Sin embargo, la bofetada no llegó
a su destino, anti-Filifor había previsto la maniobra y se había tatuado en las mejillas
dos rositas y una viñeta con palomitas, la bofetada resultó ser algo así como un golpe
contra el papel pintado.

Cuando los testigos le hacen ver al ofendido que no existe ofensa porque el analítico no
tiene honor, Filifor les responde que no tomará en cuenta la ofensa pero que su esposa,
no obstante, se está muriendo, así que no tiene más remedio que proceder sobre la
cortesana, si anti-Filifor analiza a su esposa él va a sintetizar a su amante.
Decide actuar directamente sobre Flora Gente, la invita con una copa de Cinzano y de
repente le espeta: –Alma–, la mujer no le contesta; –Yo; –¿Usted?, son cinco zlotys; –
Unidad superior, igualdad en la unidad. Cuando le leyó dos cantos del Dante, le pidió
dos zlotys más. Y así siguió estimulándola con recursos sintéticos, pero cuando quiso
estimular su dignidad le pidió cincuenta zlotys: –Las extravagancias hay que pagarlas
viejito.

Uno de los doctores le sugirió al profesor de la síntesis que quizá podría sintetizarla con
el dinero, pero el dinero forma siempre una suma que nada tiene que ver con la unidad
propiamente dicha. Filifor le da vueltas a la idea, no había caso, sólo el céntimo es
indivisible, y un céntimo no puede impresionar a nadie. ¿Pero una suma inmensamente
grande no la atolondraría?
El filósofo de la síntesis completamente seguro de lo que hacía los invitó al restaurante
Alcázar donde realizaría el experimento decisivo. Filifor colocó un zloty sobre la mesa,
nada. Recién después de haber colocado noventa y siete zlotys le aparecieron síntomas
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de extrañeza a Flora Gente, y a los ciento quince su mirada se empezó a sintetizar


alrededor del dinero.

A los cien mil zlotys Filifor jadeaba, anti-Filifor empezaba a inquietarse y la cortesana
alcanzaba cierta concentración. La suma iba dejando de ser suma y se convertía en algo
inabarcable haciendo estallar el cerebro por su enormidad. Cuando el sacerdote de la
ciencia de sintetizar desembolsó todo lo que tenía y selló el montón, Flora Gente se
levantó y en medio del llanto y la risa dijo: –Señores, yo.
Filifor profirió un grito estridente de triunfo y anti-Filifor le pegó en la cara, un golpe
que actuó como un rayo sintético arrancado de las mismísimas entrañas analíticas. Los
testigos se abocaron a preparar el duelo. Filifor no tenía ninguna duda, cualquiera fuera
el que cayese la síntesis saldría triunfadora porque la índole de la muerte es sintética,
tendría la victoria final más allá de la tumba.

Debido a su enorme exaltación invitó a ambas señoras al duelo en carácter de simples


espectadoras. Sin embargo, los doctores estaban inquietos, le temían a la simetría de la
situación pues a cada movimiento de Filifor, que tenía la iniciativa, le correspondería un
movimiento análogo de anti-Filifor. ¿Pero qué sucedería si anti-Filifor se apartara de
esta simetría?
Filifor apuntó al corazón, tiró y no dio en el blanco. Y ya en este primer movimiento
anti-Filifor se aparta del eje que unía a los contendientes y en vez de apuntar al corazón
de Filifor apunta al dedo meñique de la profesora Filifor. El dedo meñique cayó cortado
y los testigos, deslumbrados con la puntería, profirieron un grito de admiración. Filifor,
fascinado por el tiro del adversario apunta él también al dedo meñique de Flora Gente,
que cae cortado.

El tiroteo continuó en forma incesante, a su turno cayeron, después de los dedos, las
orejas, las narices, los dientes... Con el último tiro el maestro del análisis perfora la
parte superior del pulmón derecho de la profesora Filifor, y con la réplica del maestro de
la síntesis queda perforada la misma parte del pulmón de Flora Gente. Los testigos
estallan y gritan con admiración, luego reinó el silencio.
Ambos troncos murieron, cayeron al suelo, y ambos tiradores se miraron. El análisis
había vencido, pero de esta victoria no resultó nada, y si hubiera vencido la síntesis
tampoco hubiera resultado nada. Los sabios abandonaron sus posiciones y tomaron
distintos caminos ejercitando su puntería con piedras y escupitajos que arrojaban contra
gorriones, árboles, gallinas, conejos, faroles, ventanas, sombreros, velas..., y así
recorrieron el mundo.

Cuando alguien del mundo científico le recordaba a Filifor el pasado glorioso de


aquellas luchas del espíritu contestaba con ensoñación que sí, que en el duelo se había
disparado muy bien, y si alguno de los testigos le reprochaba que estaba hablando como
un niño le respondía: “Todo está forrado de niñadas”

WITOLD GOMBROWICZ Y PAN TADEUSZ

“Creo que el año 1920 hizo de mí lo que seguí siendo hasta hoy: un individualista. Y
sucedió así porque no supe cumplir mis deberes hacia la nación en un momento en que
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una terrible amenaza se cernía sobre nuestra joven independencia. Esto me colocó en
una situación crucial, no tenía alternativa. El patriotismo, cuando no estaba dispuesto a
sacrificar mi vida por la patria, era para mí una palabra hueca. Y ya que no existía en mí
esta disposición, debía sacar consecuencias (...)”
“Todos estos fermentos de juventud se fueron civilizando y puliendo en el curso de mi
desarrollo ulterior. Pero no han desaparecido. Hace poco, un célebre científico
galardonado con el premio Nobel, se sorprendía, después de haber leído uno de mis
libros, de que fuera tan poco polaco, ya que para él los polacos significaban la muerte
heroica en el campo de batalla, Chopin, las insurrecciones y las ruinas de Varsovia. Le
contesté: „Yo soy un polaco arrojado a las últimas consecuencias por la Historia‟ (...)”

El romanticismo y la patria, los sentimientos más representativos de los polacos, le


dieron a Gombrowicz muchos dolores de cabeza durante el transcurso de su vida. La
grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura en la
que el hombre trata de ser dueño y señor.
La postura romántica, en cambio, se expresa en el sometimiento del hombre, en el
aguante y en el sufrimiento, la grandeza del hombre romántico recién aparece cuando se
convierte en víctima de un mundo que lo supera. Adam Mickiewicz, no deja lugar a
ninguna duda, representa la postura romántica del aguante y el sufrimiento, su grandeza
proviene de su lucha contra una fuerza que lo somete y lo hace víctima de un mundo
que lo supera.

La segunda guerra mundial le da una terrible paliza a ese espíritu romántico, al país le
empieza a resultar indispensable un mayor grado de sensatez, es decir, de realismo, es
entonces que le sirven en el plato de la ciencia y de la política una teoría presuntuosa
que se jacta de ser un pensamiento racional, le sirven el marxismo científico.
En el medio de un mundo de hombres paralizados en la Polonia de antes de la guerra a
Gombrowicz se le ocurre ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que
convocaba a los jóvenes a medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por
las fuerzas, y escribe “Ferdydurke” con un propósito restringido, pero la obra se la va de
las manos, le sale el tiro por la culata y se pone en línea con la “Oda a la juventud” de
Adam Mickiewicz.

El valor de la patria se le transformó a Gombrowicz. cuando los rusos llegaron a las


puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando del mariscal
Pilsudski en el año 1920. Los jóvenes se alistaban como voluntarios y sus colegas se
paseaban en uniforme por las calles, pero Gombrowicz permaneció en su casa. Esa
ruptura con el grupo y con la nación surgió en el año memorable de la batalla de
Varsovia, y lo obligó a buscar su propia senda y a vivir por su cuenta.
Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras lo impulsaron a la
anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria por la presión que ejercía sobre los
individuos. Aunque estaba lejos todavía de dominar intelectualmente estos difíciles
problemas empezó a comprender que en Polonia el precio de la vida humana era bajo.

Desde muy joven Gombrowicz meditaba sobre cuál podría ser la causa que lo obligaba
a oscilar entre el valor y el disvalor en una forma tan pronunciada. Un snobismo
bobalicón al lado de un espíritu crítico y un gran sentido del humor, un snobismo que lo
ponía al borde de la demencia. En el momento en que los combates contra los
bolcheviques llegaban a su fase decisiva, Gombrowicz se entretenía mostrándole de
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refilón una foto a su jefe en la oficina donde trabajaba de voluntario enviando paquetes
a los soldados.
La foto era la de un edificio público de Lublin bastante conocido, sin embargo, le dijo al
jefe, que para su desgracia lo había visitado un par de veces: –Es el palacio de mi prima
Tyszkiewicz. La familia de los Tyszkiewicz, junto a la de los Radziwill, los Potocki y
los Plater, era una de las más aristocráticas de Polonia y no estaba emparentada con la
familia de Gombrowicz. Sus artificios se volvían indigeribles.

El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo la sustitución
de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Si por su situación geográfica y
por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada entonces
había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad.
En la relación de los polacos con el mundo había algo malo y alterado, como artista
Gombrowicz se sentía un poco responsable de esa fatídica leyenda polaca con la que
había que terminar de una manera u otra. A pesar de que estaban encerrados en una
maraña de quimeras y de fraseología los polacos se hallaban al mismo tiempo muy
cerca de la realidad cruda, esa realidad que rompe los huesos. Gombrowicz creía en el
poder purificador de la realidad, pero no de una realidad polaca, sino de una realidad
más fundamental, la realidad humana, sencillamente.

El romanticismo, el idealismo, la guerra y la leyenda polacos le asomaban la nariz


debajo de cada página de “Transatlántico”, así que les tuvo que cortar la cabeza con la
risa. Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo, la
forma natural del conocimiento inseparable de nuestro ser animal, sobre el pensamiento
abstracto.
Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de comprender todas las variantes
que presenta la realidad, es placentero ver perder a la razón de vez en cuando pues la
razón es un dominio severo, perpetuo y molesto. Cuando aparece “Transatlántico” en
“Kultura”, Czeslaw Milosz le formula por carta a Gombrowicz algunas objeciones de
tono histórico.

Que ajustaba sus cuentas con una Polonia anterior a 1939, ya esfumada, pasando por
alto la Polonia actual; que su pensamiento era más bien personal y no histórico; que los
polacos a quienes intenta liberar de su polonidad sólo eran sombras; que ataca con su
rencores a una Polonia inmadura y provinciana que ya no existe; que el ajuste de
cuentas que quiere hacer con los polacos ya lo hizo la historia.
Que el marxismo había liquidado a Polonia de la misma manera que la destrucción de
una ciudad liquida las discusiones matrimoniales y las preocupaciones por los muebles;
que quiere contribuir a la formación postmarxista de Polonia con un pensamiento
individual y autónomo que no tiene en cuenta la temperatura reinante en los países
conquistados.

La presión contra la patria va creciendo hasta que se manda la blasfemia increíble del
comienzo de “Transatlántico”. Pasados diez años de escritas estas páginas en las que
maldice a Polonia, pone en el diario que en ese barco, en “Transatlántico”, había
regresado a su patria y se había convertido en un ciudadano. La patria, como a
Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu polaco. Y la patria lo llama
nuevamente cuando se va de la Argentina y lo sorprende diciendo que no se había
desnacionalizado, que seguía siendo tan polaco como el primer día.
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“Esta obra nació en mí como un „Pan Tadeuz‟ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito
también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía nacional,
supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En „Transatlántico‟
quería oponerme a Mickiewicz”

El “Pan Tadeusz” de Adam Mickiewicz es el último poema épico de la literatura


europea y el emblema nacional de Polonia. El poema relata un momento de la historia
de Polonia en el que la nación estaba a punto de ser repartida entre Rusia, Prusia y
Austria, y en el que dos familias feudales enfrentadas se reconcilian por el amor de dos
de sus jóvenes hijos.
Los Soplicas, aliados de los rusos, y los Horeszko, partidarios de la independencia,
pelean por la grandeza de Polonia sublevándose contra la guarnición de los ocupantes
rusos. Es un retrato de las tradiciones históricas de la nobleza polaca y un homenaje a
un mundo perdido en el que se mezclan la desgracia, el amor y un refinado sentido del
humor.

“(…) la Historia ha enseñado a los polacos lo que quiere decir no ser. Privados de
Estado, vivieron durante más de un siglo en el corredor de la muerte. „Polonia todavía
no ha perecido‟ es el primer y patético verso de su himno nacional y, hace unos
cincuenta años, Gombrowicz, en una carta a Czeslaw Milosz, escribía una frase que no
se le habría ocurrido a ningún español: „Si dentro de cien años nuestra lengua todavía
existe‟…(...)”

WITOLD GOMBROWICZ Y STEFAN ZEROMSKI

Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son misteriosos.
A los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano mayor que le quería
pegar, usaba la táctica del pájaro cucú. Se escondía detrás de un arbusto y salía gritando:
–¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a correr en esa dirección, Gombrowicz, que
ya se había escondido detrás de otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia!
A estas aventuras infantiles le siguieron las del colegio en el que, por una cosa o por la
otra, también era corrido, y así llegó el tiempo de la Universidad.
“Finalmente escogí la Facultad más cómoda y atrayente para los holgazanes: la Facultad
de Derecho. En el otoño comencé a asistir a las clases de derecho romano. Pero pronto
dejé de asomarme por la Universidad (...)”

“El derecho resultó ser un aburrimiento insufrible y mis compañeros de curso tampoco
se mostraron demasiado interesantes. Cuando leo en los diarios de Zeromski sus años
universitarios saturados de colorido, ricos en amistades, política, sueños, poesía y
declamación, llenos de lo que él denomina „la genial charlatanería estudiantil‟ le tengo
envidia, ya que a mí el destino me escatimó ese entusiasmo (...)”
“Es curioso: aunque Stefan Zeromski alcanzó muy pronto la madurez y a la edad de los
veintitantos años ya tenía barba y había destrozado unos cuantos corazones, sin hablar
de experiencias de otra naturaleza, yo, por el contrario, con el aspecto de un mocoso y
de un hijo mimado de mamá en comparación con él, fui, de alguna manera, mucho más
maduro (...)”
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“Mi madurez se manifestaba en la convicción de que „la vida es la vida‟, como solían
decir mis tíos del campo, y ninguna reforma, acción, levantamiento, lucha, daría una
pizca más de razón a mis colegas y no transformarían el mundo en un paraíso. Era
realista hasta la médula y sentía aversión por toda clase de ilusiones, trivialidades y
teorías escritas. Odiaba el entusiasmo”
Condicionado social y políticamente por un período particularmente conflictivo en la
historia de Polonia, Stefan Zeromski, escritor muy comprometido con los movimientos
libertarios y patrióticos polacos de finales del siglo XIX y principios del XX, dedicó
gran parte de su esfuerzo literario a defender un punto de vista nacionalista, exaltando la
conciencia nacional polaca y el patriotismo.

“Cenizas” es una novela de Zeromski dedicada a narrar la historia de los soldados


polacos que lucharon y murieron como miembros de la Grande Armée durante las
campañas napoleónicas. Los protagonistas, dos oficiales de la entonces inexistente
Polonia, recorren la Europa destrozada por la ambición del corso y en su peripecia
aparece la carga de la caballería polaca contra las fuerzas españolas en Somosierra en el
momento en que Napoleón se dirige hacia Madrid.
Cuando después de varios intentos los franceses entran en Zaragoza, convertida en
despojo humeante y ruinoso, los dos polacos resumen el cansancio del empeño en una
amarga reflexión: “¿Qué hacemos nosotros aquí, luchando contra la libertad de los
españoles cuando lo que tendríamos que hacer es batallar para obtener la nuestra, la de
Polonia, la de todos nuestros compatriotas?”

Su objetivo de libertad e independencia para Polonia marcó la literatura de Zeromski,


tanto para señalar virtudes como defectos; incluso la enorme contradicción de aquellos
patriotas polacos que, creyendo defender el ideal de libertad, contribuyeron, junto a
Napoleón, a sojuzgar a un pueblo, el español, que luchaba por defender los mismos
ideales.
“Zeromski fue seguramente más profundo y más sublime que Sienkiewicz. Pero tiene
un defecto, o quizás se trata más bien de una flauta hecha de dos materiales de calidades
diferentes: no suena limpio (...) En Zeromski, el modo de sentir el amor es definitivo y
trágico, mientras que el modo de sentir la patria es secundario y más bien didáctico, El
Zeromski que destila los elixires del amor aparece desnudo, y el Zeromski patriota,
aunque todo corazón y todo conciencia, es un ciudadano y un „escritor polaco‟ (...)”

“Zeromski, que no tenía nada de novelista y en cambio lo tenía todo de poeta, se puso a
escribir novelas de temas sociales, que eran, cuanto menos, extraños a su naturaleza (...)
El destino lo había situado en las regiones del sexo y del amor pero, poco a poco, a
medida que iba adquiriendo madurez intelectual, aumentaba la presión de otras
cuestiones relacionadas con Polonia, con el pueblo, con la injusticia y con los agravios,
y la conciencia empezó a atormentarlo (...)”
“Es sabido que el arte requiere frialdad; el artista se expresa con tanto más acierto y
tanto más fuerza cuanto menos vinculado sentimentalmente está con el tema, el artista
tiene que ver objetivamente lo que ha de ver, de modo que no puede estar interesado en
ello (...)”

“Y de entre todos los sentimientos, el que más esclaviza es el respeto; el artista tiene
que dominar el tema y, es más, tiene que deleitarse con él (...) Pero la conciencia no le
permitía a Zeromski tratar la materia social en forma creativa y soberana. De este modo,
el respeto y el amor debilitaron su mano, no se atrevió a ser suficientemente sensual, se
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volvió modesto, sumiso, serio y responsable, ni hablar de divertirse o de sentir emoción


por su propia madre (...)”
“Es así como esos contenidos respetables irrumpieron en su arte y en su personalidad,
sin estar digeridos ni destilados previamente. No alcanzó a llevar en la sangre todo
aquello que trataba con tanto respeto, y ese amante no poseyó a Polonia, la respetaba
demasiado. No supo poner de acuerdo su misión social con su instinto”

Gombrowicz siguió otro camino, bastante distinto al de Zeromski. Pensaba en los roles
que podía desempeñar y que no le resultaban inaccesibles: abogado, juez, comerciante,
profesor, filósofo, artista, lugareño..., pero ninguno le gustaba demasiado. A pesar de la
confusión que tenía en la cabeza y de que la actividad de escribir no estaba bien vista
entre los miembros de su familia, poco a poco se fue convirtiendo en un escritor,
apuntando siempre al mismo norte: “la vida es la vida”.
Había una paradoja, sin embargo, en esa convicción de sus tíos del campo, que
despertaba la perplejidad de Gombrowicz. Si sus acciones iban a influir en el futuro, era
responsable, por lo menos en parte, de lo que ocurría en el mundo. Pero si su propia
vida estaba regida por circunstancias que escapaban a su control, entonces no era
responsable de sus acciones.

Y esta paradoja ya nos lleva de la mano, porque una cosa que siempre le anduvo dando
vueltas en la cabeza a Gombrowicz era saber cuánto de loco estaba. En la vida corriente
no era tan extravagante ni tan loco como en la literatura, pero él quería experimentar en
su gran laboratorio, sacar consecuencias formales extremas de las ligeras alteraciones
que sufría su imaginación.
Gombrowicz no soportaba el compromiso y la responsabilidad que habían desviado de
su camino a Zeromski, los consideraba una enfermedad que producía una deformación
en el hombre, era una carga muy pesada para la naturaleza humana. La idea de una
conciencia cada vez más profunda para alcanzar la existencia auténtica debía conducir a
la locura.

El compromiso y la responsabilidad tientan al hombre a resolver con su propia cabeza


los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados
catastróficos. Gombrowicz se presenta como un paseante pequeño burgués que sólo por
azar y jugueteando se pone en contacto con causas supremas y poderosas. Él es un
representante ejemplar de una vida que huye del compromiso y la responsabilidad, su
metafísica intenta soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel,
una metafísica que abarque todos los tipos de existencia, tan irresistible arriba como
abajo. De este rechazo que hace Gombrowicz del compromiso y la responsabilidad
excesivos nacen algunos reproches que se le hacen a su falta de sinceridad y a su
histrionismo, pero hay que recordar que la literatura es escurridiza y lo obliga al escritor
a rebotar con las paredes del lenguaje y del objeto.

El bufón que todos llevamos dentro nos habla muy claramente de las ganas que tenemos
de divertirnos y del deseo de una mayor flexibilidad y de una forma menos definida. Si
alguna cosa en el mundo, sea la cosa fuere, no le permite al hombre pensar y sentir
libremente, puede que no alcance para volverlo loco, pero lo pone en el camino de la
locura. Al reflexionar sobre sus numerosas angustias Gombrowicz llega a la conclusión
de que los tormentos se le aparecen con un aspecto insignificante e inocente.
“Me puedo imaginar la guerra como el sabor de un té de anteayer o como un forúnculo
en un dedo o como las tinieblas. Semejante visión corroe el valor de los tormentos como
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los gusanos corroen la madera. ¿Qué tienen en común el miedo y la inocencia? Y sin
embargo, el colmo del terror es para mí algo tan puro como... el colmo de la inocencia”

WITOLD GOMBROWICZ Y ZYGMUNT KRASINSKI

Desde la más temprana juventud a Gombrowicz se le fueron formando unos fermentos


de conciencia que lo inclinaron a ajustar cuentas con los miembros de su familia y con
los tres bardos nacionales. Con los miembros de su familia ajustó cuentas en “Historia”,
una obra donde hace intervenir a sus padres y a sus hermanos con nombre y apellido,
con Mickiewicz en “Transatlántico”, con Slowacki en “Ferdydurke” y con Krasinski en
“El festín de la condesa Kotublaj”.
“Durante los cursos de letras tenemos que empollar a Mickiewicz, Slowacki y
Krasinski, que son completamente secundarios desde el punto de vista de la literatura
universal. Y mientras tanto no tenemos ni idea de Shakespeare o de Goethe, por
ejemplo. Perdemos el tiempo estudiando las guerras contra los turcos y, entretanto,
ignoramos la historia europea y mundial (...)”

“Para un escritor primerizo todo es difícil, escribir que „ella se sentó y pidió un vaso de
agua‟ puede convertirse para él en un problema. Así que yo escribía galopando y
gimiendo en un continuo esfuerzo intentando elevar mi prosa al nivel del arte, hacerla
vibrar y brillar (...)”
“Trabajaba más duro que un cochero o un cocinero, lo cual aliviaba mi conciencia y, sin
embargo, a pesar de eso, esta tarea me parecía sospechosa, falsa, era dura, exigía un
gran esfuerzo pero no infundía respeto... Entonces conocí por primera vez la vergüenza
que acompaña a todo trabajo artístico, sobre todo cuando no ha ganado el aplauso
público y se vende mal. Ese sentimiento iba a pesar sobre mí durante largos años y no
se disipó hasta hace muy poco tiempo”

“Mi primera obra que nacía en medio de tantos dolores era muy ramplona. No sólo
carecía del precoz talento de Krasinski, quien a la edad de veinte años escribió „La no
Divina Comedia”, sino que mi salvajismo espiritual, mi falta de habilidad literaria,
todos mis fermentos y rudezas, me privaron incluso de esa fluidez que adquiere con
facilidad cualquier joven que se mueve en los ambientes literarios (...)”
“Leí un fragmento a mi hermano y mi cuñada cuando vinieron a verme: –¿Qué horror!
Tíralo, da asco. No digas a nadie que te has manchado con semejante parida y en el
futuro ocúpate de otra cosa. Mientras mi cuñada Pifink añadía: –Qué pena que no te
hayas dedicado más a la caza”
Zygmunt Krasinski conforma junto con Adam Mickiewicz y Juliusz Slowacki la tríada
romántica de la literatura polaca, considerada en Polonia la cumbre de su literatura.

Autor de poesía lírica, diversas composiciones poéticas extensas, novelas históricas,


ensayos breves y miles de cartas a amigos, amantes y familiares es, sin embargo, la
universalidad estética e ideológica de que goza “La no Divina Comedia” lo que le ha
convertido en un referente de la literatura polaca. “La no Divina Comedia” es una obra
sobre el porvenir de la humanidad.
A lo largo de la obra, Krasinski presenta su convicción de que el orden moral ha de
imperar en todas las esferas de la vida humana y que esta es la clave para rescatar al
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hombre de la decadencia moral, de la ruina de la ideología y del desengaño afectivo que


imperan en la sociedad. “La no Divina Comedia”, sin renunciar a los asuntos nacionales
polacos, se articula como una obra de indiscutible carácter universal.

Es un drama en el que se reconocen los problemas de la oposición que el hombre


mantiene frente la creación artística, frente al conflicto político e ideológico del poder, y
frente a Dios, el creador supremo y último poder. Krasinski, a pesar de tener riquezas y
de pertenecer a la aristocracia, tuvo una existencia tormentosa y llena de soledad, huía
de sí mismo y de su sombra, pudo vivir en el paraíso pero eligió vivir en el infierno.
El conde Zygmunt Krasiński fue uno de grandes poetas románticos que influenciaron la
conciencia nacional durante el período de adhesión política en Polonia. Más
conservador política y socialmente que los otros dos poetas, publicó gran parte de su
obra en forma anónima, no quería llevar el apellido de su padre pues era un oficial del
ejército ruso.

Se revela contra los revolucionarios pero también contra la aristocracia, a la que


considera cobarde y vil. Los escritos de Krasiński están llenos de argumentos frenéticos,
intensamente influenciados por la ficción gótica y por Dante Alighieri. Está interesado
en las vertientes extremas de la esencia humana, tal como el odio, la desesperación o la
soledad.
“La no Divina Comedia” retrata la tragedia de un anquilosado mundo aristocrático
derrotado y sustituido por un nuevo orden de comunismo y democracia, es una profecía
poética del conflicto clasista y de la Revolución de Octubre de 1917. “El festín de la
condesa Kotlubaj” es una de las cuatro novelas cortas que Gombrowicz escribió en el
año 1929.

Si en “Crimen premeditado” se nota la relación entre el asunto de la novela y su práctica


de pasante con un juez de instrucción, y en “La virginidad” asistimos a la confusión del
erotismo más refinado con la obscenidad total, en “El festín de la condesa Kotlubaj” la
cuestión es otra. Cuenta como unos personajes aristócratas organizan comilonas
aparentemente vegetarianas con el fin de cultivar la sublimación y las sutilezas del
espíritu.
Pero en realidad asistimos a un banquete en el que se sirve una comida muy sabrosa
preparada con trozos de un pequeño muchacho. Es una narración absurda y cruel,
construida con elementos sacados de la vida, un absurdo monstruoso que, sin embargo,
es una caricatura de la realidad.

Esta novela le trajo a Gombrowicz algunos problemas con una familia Kotlubaj de
Lituania que casi termina en un asunto de honor, lo retaron a duelo. Sin embargo, la
fuente verdadera de su inspiración había sido Marta Krasinska, parienta directa del
conde Zygmunt Krasinski, esposa de un mayorazgo, famosa en aquel entonces por sus
hazañas filantrópicas y estéticas.
Ese plasma oscuro de la conciencia de Gombrowicz esta vez se le dispara hacia el lado
de la crueldad, está preparando el próximo banquete de los aristócratas antropófagos en
el rostro infantil de un pequeño enfermizo que observa por la ventana lo que ocurre en
el interior del palacio en medio de la lluvia. La honestidad burguesa de Mann resulta
chocante y vacía en nuestros tiempos pero la perversidad de Gombrowicz nos fascina.

El protagonista y la condesa Kotlubaj eran amigos, era la amistad de un joven de un


medio burgués y una aristócrata de pura raza. Había conquistado la simpatía de la
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condesa gracias a su altivez, a su agudeza intelectual y a su tendencia al idealismo. Su


espíritu romántico y ligeramente anacrónico le allanaron el camino para asistir por
primera vez a los célebres almuerzos vegetarianos de los viernes que daba la condesa
Kotlubaj.
La condesa maldecía la carne y los olores que despedían las personas que la comían. Era
heredera de la familia de los ilustres Krasinski y tenía la convicción arcaica de que
bastaba que un salón fuera aristocrático para que todos sus altos propósitos quedaran
garantizados.

Un príncipe había aceptado el papel de intelectual y filósofo, una baronesa animaba las
reuniones con su canto, era impresionante ver inclinarse a las más grandes fortunas
sobre un plato de achicoria en un mundo cruelmente carnívoro. Los tomates rellenos
con arroz poseían un sabor inigualable, las tortillas de espárragos tenían reputación
mundial.
Los camareros trajeron una gigantesca coliflor cubierta de mantequilla fresca
deliciosamente horneada. Conversaban en forma animada del amor, de la belleza y de la
piedad, de que la piedad era más bella que el amor pero que no había que descuidar los
modales. ¡Deliciosa coliflor!, exclamó el barón; sí, dijo la condesa mirando el plato con
sospechas mientras ordenaba que lo llamaran al cocinero.

Comían la coliflor con una glotonería atroz, sin ningún tipo de modales, el protagonista
no pudo contenerse más, estornudó y se levantó de la mesa para ir a buscar un pañuelo,
no podía comprender por qué habían perdido tan abruptamente la elegancia y la
delicadeza.
Volvió al comedor, la enorme bandeja de plata tenía restos de la coliflor, la panza de la
condesa parecía la de una mujer en el séptimo mes de embarazo, el barón hundía la
nariz en el plato mientras la marquesa rumiaba moviendo las mandíbulas como una
vaca. ¡Divino, maravilloso, efervescente manjar!, exclamaban. El protagonista no
comprendía lo que había pasado, entonces empezaron unas aclaraciones que le parecían
momento a momento cada vez más extrañas.

Se levantaron de la mesa y condujeron sus enormes abdómenes al dorado saloncito Luis


XVI. La alegría de los comensales se alimentaba del desconcierto del protagonista que
jamás había presenciado semejante comportamiento. El barón cantaba arias canallescas
de opereta. Nosotros, los de la aristocracia, le murmuró al oído la marquesa, adoramos
la más completa libertad de las costumbres, somos capaces de emplear expresiones
vulgares, sabemos ser frívolos y, en algunas ocasiones, plebeyos.
El barón exclama con aire de superioridad que no eran terroríficos aunque su grosería
pareciera menos aceptable que su elegancia, y la condesa grazna que, claro, no habían
cometido ningún delito, que no eran caníbales y que no se habían comido a nadie, con
excepción de... Y todos soltaron una gran carcajada lanzando los cojines al aire.

Estos aristócratas no eran los mismos de la sopa de calabaza, una metamorfosis


increíble los había hundido en la hostilidad, el sarcasmo y en una mofa ardiente que
sostenían con una altivez y un desprecio que le impedían cualquier manifestación de
confianza. Después de soportar un largo rato su propio silencio el joven le recordó a la
condesa que le había prometido un ejemplar dedicado de los “Efluvios de mi espíritu”.
La condesa tomó un pequeño volumen encuadernado, le escribió unas palabras y firmó:
Condesa Podlubaj, una palabra que quiere decir húrgame la nariz. Cuando el
protagonista le señala la equivocación le responde que era distraída y estalla en una risa
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a mandíbula batiente con todos los demás. Afuera diluviaba con una lluvia de ráfagas de
un viento cortante que azotaba los ventanales.

La condesa le preguntó por qué tenía esa expresión de terror, mientras los otros lo
acusaban de que estaba escandalizado porque en su ambiente nadie se divertía con tanta
imaginación, que ellos cultivaban maneras infinitamente mejores que la de los salvajes
aristócratas. Empezaron a fingir que estaban temerosos del juicio del protagonista y se
acusaban en público fingiendo arrepentimiento.
Desvanecido, sin saber a qué santo encomendarse o hacia dónde huir, se dirigió
suplicante a la marquesa que había hablado con tanta piedad de los niños raquíticos, y le
pidió piedad suponiendo que si era capaz de sacrificarse por esos pobres desgraciados
podría consolarlo. La marquesa se enjugó las lágrimas de risa que tenía en los ojos y le
dijo que cuando los veía caer y levantarse sobre sus piernecitas a esos pobres niños
enclenques todavía se sentía fuerte como una encina.

Ahora era demasiado tarde para montar a caballo así que cabalgaba alegremente sobre
sus pequeños paralíticos. De pronto intentó mostrarle sus piernas viejas aunque rectas,
sanas y todavía fuertes, el protagonista hizo un gesto de espanto. ¿Y el amor, la piedad,
la belleza, los presos, los inválidos y las maestras jubiladas?
Nos acordamos de todos ellos, le decían en medio de estruendosas risotadas, entonces el
protagonista empezó a temblar espasmódicamente, finalmente había comprendido
dónde se hallaba mientras la lluvia seguía azotando los cristales de las ventanas. ¡De
cualquier manera el Señor existe!, balbuceó el pobre tratando desesperadamente de
agarrarse de algo, y el barón le respondió que por supuesto que existe, el Señor existe y
sale a pasear con la Señora.

La marquesa se sentó al piano mientras el barón y la condesa empezaron a bailotear con


elegancia, buen gusto y finura. Ahora sabía de qué se trataba... se lo habían hecho
comprender con violencia. ¡Era un baile de caníbales! Faltaba sólo la presencia del
pequeño tótem, el monstruillo negro de cabeza cuadrada, labios prominentes y nariz
chata que desde algún lugar patrocinaba esas bacanales.
Dirigió la mirada hacia la ventana y vio algo espeluznante... un pequeño rostro infantil,
un rostro febril y enfermizo que observaba lo que ocurría en el interior con una mezcla
de idiotez y de éxtasis celestial... A la madrugada el protagonista logró salir del palacio
y se aventuró en la lluvia, vio bajo la ventana un cuerpo exangüe. Era el cadáver de un
muchachito de ocho años, de cabellos rubios y pies descalzos, flaco al punto que...
parecía haber sido completamente devorado.

En eso había terminado el pobre Bolek Coliflor, fascinado por la luminosidad de las
ventanas, visibles desde lejos en medio de campos inundados. Mientras corría hacia el
portón apareció Felipe, el cocinero, vestido de punta en blanco con una distinción de
maestro en el arte culinario: “(...) se inclinó, me miró de reojo y dijo en tono servil: –
¡Espero que el señor haya disfrutado nuestra comida vegetariana!”

WITOLD GOMBROWICZ Y LA UNIVERSIDAD DE VARSOVIA


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“Acabé la carrera de derecho. En el último examen me sucedió un hecho tan insólito


que sólo podría ser comparado con el premio gordo de la lotería. Tras unas cuantas
preguntas, a las que más o menos respondí bien, me dijo el profesor: –Ahora, busque
este artículo en el código. Yo no había mirado el código en mi vida, no sabía si buscar
el artículo al principio o al final, pensé: me ha embromado, de igual modo abrí el libro
al azar (...)”
“Y ¿qué ocurrió?, encontré precisamente el dichoso artículo, a pesar de que el libro era
muy gordo y de papel muy fino: –Ya veo que usted conoce muy bien el código; –¡Dios
mío! Terminada la carrera ¿qué haría? Por nada del mundo quería ser abogado o juez.
Estaba hasta la coronilla del derecho: cuando su sutileza y precisión tropezaba con la
vida, se armaban unos „quid pro quos‟ increíbles (...)”

“En teoría debía ser una síntesis de exactitud y de lógica, pero en la práctica se
despachaba a los criminales rápido y corriendo, como sea, de cualquier manera y cuanto
antes. Al final llegué a odiar esa ciencia pretenciosa, tan vulgarmente desenmascarada
por la vida que se sentaba en el banquillo”
Gombrowicz había terminado sus estudios en París y vuelto a sus vacaciones de
Polonia. Confiesa que sólo había pisado dos veces el Instituto de Estudios
Internacionales y que, en realidad, los estudios nunca habían comenzado. El padre no se
había hecho ilusiones, cuando le preguntaban por los progresos del hijo decía que ni en
París hacían de un asno maíz. Renunció a continuar sus estudios y comenzó sus
prácticas de pasante con un juez de instrucción.

En esa época escribe cuatro novelas cortas: “Crimen premeditado”, “El festín de la
condesa Kotlubaj”, “La virginidad” y “En la escalera de servicio”. Era la época de su
práctica no rentada en los Tribunales de Varsovia, trabajaba en el despacho de un juez
de instrucción en el que tuvo la ocasión de tratar con un hampa de diversas clases.
Gombrowicz tenía la convicción absoluta de la inocencia del hombre, de que el hombre
era inocente por naturaleza, no era una convicción que dedujera de alguna filosofía sino
un sentimiento espontáneo que no podía combatir. Esta convicción lo predispuso al
disparate y al absurdo y nada le satisfacía más que ver nacer bajo su pluma una escena
verdaderamente loca y ajena a los estándares del razonamiento común, una
irracionalidad que, sin embargo, estaba sólidamente establecida dentro de su propia
lógica.

Sus primeras tentativas literarias manifestaban, y él se daba cuenta de eso, una fuerte
oposición rebelde y universal. Lo devoraba una rabia sorda contra todo lo que le
facilitaba la existencia: el dinero, el origen, los estudios, las relaciones, todo aquello
que, en fin, hacía de él un sibarita y un holgazán. El juez le entregaba expedientes con la
investigación policial preliminar, lo distinguía con los asuntos interesantes porque sabía
jugar al ajedrez.
Trataba con locos, asistía a autopsias, pudiera parecer entonces que Gombrowicz
debiera haber sacado enseñanzas importantes del contacto con la miseria y con el
crimen, pero no fue así. Los jueces lo consideraban el mejor de los pasantes por los
informes que preparaba.

El trabajo en el tribunal no le ocupaba mucho tiempo, el resto del día se lo dedicaba a la


lectura y, en un determinado momento, retomó la ocupación de escribir que tenía
abandonada. Cuando terminó las cuatro novelas cortas que había escrito ese año no se
las mostró a nadie, por vergüenza. El trabajo literario le parecía un poco ridículo, ser
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artista era para él una falta de tacto, y las iniciativas que tomaba en ese sentido le
parecían condenadas a una afectación incurable.
Se divertía jugando al tenis, escribiendo cuentos, no consideraba a sus prácticas de
pasante como un trabajo verdadero, se sentía como un verdadero parásito. Le confesó a
una joven las tribulaciones en las que se encontraba por tener una vida fácil, ella lo
escuchó con atención y le respondió que era claro que tenía una vida fácil, pero que para
él su vida fácil era más difícil que lo que podía ser para otros su vida dura.

Se le estaba presentando la posibilidad de realizar una operación que tiene una gran
utilidad en el arte, la transformación de los propios defectos en valor. Por el momento se
dedicaba a elaborar cuentos fantásticos dejando para más adelante su ajuste de cuentas
con la vida, con la suya y con la de los demás. El tribunal llegó a ser para Gombrowicz
una especie de agujero por el penetraba en la miseria de la existencia.
Pero los jueces, los fiscales y los abogados, aunque mejores que los propietarios
terratenientes, se hallaban lejos de la perfección, ellos también eran caricaturas. La vida
miserable deformaba al proletariado, las comodidades y el ocio deformaban a los
terratenientes, pero esa intelligentsia urbana también estaba desfigurada por su modo de
vivir.

Había que destruir esa forma, había que imponer otra que permitiera a la superioridad
acercarse a la inferioridad para establecer con ella una relación creativa, pero no sabía
cómo realizarlo.
“Querido colega, es un asunto interesante, se lo doy a usted porque sé que le gusta jugar
al ajedrez (...) Falsificó o no falsificó la declaración... Es necesario esclarecer las
circunstancias mediante un interrogatorio, y estudie bien la investigación (...) Diga que
es juez, siempre es mejor que piensen que están delante de un juez y no de un pasante”
Gombrowicz se sintió desde muy joven como actor de una mala obra teatral, con un
papel estrecho y banal, y sin ninguna posibilidad de lucirse, así que se fue preparando
poco a poco con la conciencia de esta inferioridad esperando tiempos mejores. Lo que sí
sabía, sin ninguna duda, es que él no era culpable de nada, la culpable era la situación.

En el año que trabajó como pasante en los Tribunales de Varsovia se dio cuenta de que
esta característica suya era innata, no creía de ninguna manera que la persona a quien se
atormentaba con preguntas taimadas fuera de veras culpable. Se inclinaba más bien a
pensar que el reo había tenido mala suerte al dejarse pescar. Esa convicción sobre la
inocencia absoluta del hombre no era la consecuencia de ningún pensamiento
determinista, era un pensamiento espontáneo que no podía combatir.
“Esto creaba en ocasiones situaciones extrañas. Así, una vez, en el tribunal de primera
instancia, donde había sido destinado para desempeñar funciones de escribano en las
sesiones, el presidente, tras haber ordenado la suspensión de la sesión, me mandó
preguntar algo al acusado. Me acerqué al banquillo y le tendí mi mano al reo; sólo las
miradas estupefactas de los abogados hicieron que me diera cuenta de mi metida de
pata”

Decide permanecer en Radom pero choca con la hostilidad de los abogados locales que
en su gran mayoría pertenecían al Partido Nacional, una agrupación política de derecha.
Sus partidarios se escandalizaban por las relaciones que mantenía Gombrowicz con
centros de izquierda y, particularmente, por las que tenía con Wiadomosci Literackie.
Desde ese momento renunció a la continuación de su carrera jurídica.
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El ajuste de cuentas con la abogacía Gombrowicz lo realiza en “El bailarín del abogado
Kraykowski”. Corría el año 1926 y como el protagonista llega tarde al teatro en vez de
ponerse en la cola para sacar la entrada se cuela. Un individuo alto y perfumado lo
sujeta del cuello y lo arrastra hasta el último lugar de la cola. Al joven se le cortó la
respiración, se dirigió al atrevido, un hombre rozagante con un pequeño bigote
cuidadosamente recortado, que conversaba con dos damas elegantes y otro caballero.

Con una voz casi imperceptible, estaba a punto de desvanecerse, le preguntó si era a él a
quien le debía la gentileza, el caballero lo miró con desprecio pero no le contestó.
Después del primer acto lo saludó en la escalera, pero tampoco le respondió, entonces,
le hizo una reverencia, posteriormente lo volvió a saludar un par de veces más, regresó a
su asiento tembloroso y extenuado.
A la salida del teatro, cuando el arrogante despedía a una de las señoras y a su marido,
se le acercó para pedirle que si no le hacía el favor de dejarlo viajar en su coche por un
rato porque le gustaba la comodidad; como sólo le responde que si no lo puede dejar en
paz se dirige al chofer, y cuando empieza a repetirle el pedido, el automóvil parte. El
joven lo sigue en un taxi, observa la casa en la que entran y con una estratagema obtiene
del portero el nombre del caballero: abogado Kraykowski.

A la noche no pudo dormir atormentado por los pensamientos de lo que le había


ocurrido en el teatro. A la mañana siguiente envía un ramo de rosas a la casa de
Kraykowski y lo espera algunas horas en la puerta de la casa. Sale el abogado
elegantemente vestido silbando y blandiendo un bastón.
El joven sigue al abogado Kraykowski dominado por un sentimiento de gratitud y
decide rendirle un homenaje en silencio. Le compra un ramo de violetas a una florista,
pasa corriendo al lado del abogado y se lo arroja a los pies sin detener la marcha. No se
animaba a mirar hacia atrás, cuando finalmente mira, el abogado había desaparecido. A
la salida del teatro había escuchado que a la noche los cuatro se iban a encontrar en el
“Polonia”, un restaurante de primera categoría, así que el resto del día lo vivió con esa
única idea, la de encontrarse allí con el abogado Kraykowski.

Entró tras ellos en el lujoso local, inmediatamente advirtieron su presencia. Mientras las
damas lo miraban y murmuraban el abogado no le prestó ninguna atención. Les hacía
cortesías a las damas, miraba fijamente a otras mujeres y hablaba lentamente. Cuando
ordena la comida para su mesa el joven ordena la misma comida, come y bebe todo lo
que come y bebe el abogado Kraykowski.
Admira la elegancia y la gracia de sus inclinaciones. Su esposa era una nulidad, pero la
otra señora, la esposa del doctor, era muy atractiva y el protagonista advierte que
cuando se dirigía a ella su voz era más dulce y tierna. La esposa del doctor era una
mujer hecha realmente para él: delgada, elegante, felina, con una deliciosa arbitrariedad
femenina.

Fue su primera orgía nocturna por el abogado y para el abogado, a partir de ese día
comenzó a esperarlo a la salida de su casa espiando desde un café, para luego seguirlo.
El joven tenía tiempo de sobra, su única ocupación era cuidar de una epilepsia que lo
tenía extenuado hasta el punto de que había llegado a suponer que no le quedaba mucho
tiempo de vida.
Unos ingresos modestos eran suficientes para cubrir sus necesidades. El abogado era
goloso, al regresar del Tribunal se detenía en una pastelería y devoraba pastelillos de
manzana. Después de pensarlo con cuidado un día el joven habla con la pastelera y le
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paga por adelantado el consumo de un mes de pastelillos para Kraykowski, le dice que
lo hace porque tiene que pagar una apuesta que había perdido.

Al día siguiente, cuando la pastelera no le quiso cobrar los pastelillos a Kraykowski, el


abogado se enojó y arrojó las monedas en una alcancía de beneficencia. Un océano
ilimitado de ideas empezó a llenarle la cabeza durante el día, las coincidencias y los
servicios se sucedían, encuentros en el tranvía para sentarse frente al abogado, los
servicios de baño pagados por adelantado por el joven.
Eran señales de adoración y de obediencia que le daba ese joven obsesionado, muestras
de fidelidad y de respeto, un sentimiento férreo del deber que denotaba pasión. La mujer
del doctor, el amigo del abogado Kraykowski, parecía insensible a los encantos de ese
personaje, era evidente que lo estaba rechazando, un día lo vio salir furioso de la casa de
ella.

Para convencerla de que tenía que ceder a los sentimientos del abogado le escribe una
carta anónima en la que le protesta por su comportamiento incomprensible y la exhorta
a que cumpla sus obligaciones con un caballero tan encantador. A los pocos días el
abogado Kraykowski se detiene mientras el joven lo perseguía, se vuelve y se le acerca
con el bastón en la mano.
Una extraña sensación de desvanecimiento se apoderó del protagonista cuando se sintió
agarrado de la solapa y sacudido violentamente. Cuando lo amenazó con romperle el
cuello a bastonazos por los anónimos el joven no pudo hablar, se sentía feliz y aceptaba
el suplicio como si fuera la santa comunión, se arrodilló en silencio y le ofreció la
espalda.

Kraykowski se alejó y el joven regresó a su casa con la sensación de que eso todavía no
bastaba, que era necesario mucho más. Era evidente que ella había considerado la carta
como una broma estúpida y se la había mostrado al abogado. Decidió ser más
persuasivo esta vez y le volvió a escribir de manera más drástica, se iba a infligir toda
clase de penitencias hasta que ocurriera aquello, le dijo a la señora que debía dejar de
lado su orgullo y su obstinación, ¿perfumes?, sólo Violette, a él le gusta.
A partir de entonces el abogado Kraykowski dejó de visitar a la esposa del doctor. El
protagonista pasaba las noches en blanco, le seguía escribiendo que debía hacerlo, que
su doctor era una nulidad, que lo debía hacer esa misma noche si es que el marido no
estaba.

De pronto recordó que el abogado había tenido la intención de golpearlo, entonces se


dirigió a los Tribunales, y cuando Kraykowski salió en compañía de dos colegas se
arrodilló delante de él ofreciéndole la espalda para los golpes de bastón, exclamando
que tal vez ahora podía. El abogado le dijo en voz baja a sus colegas que debía ser un
pobre idiota, le dio unos centavos al miserable y se despidió.
Uno de los señores quiso darle él también unas monedas pero no se las aceptó, le
explicó que sólo recibía limosna de la mano del abogado Kraykowski. En el edificio de
la mujer dibujó una gigantesca K con una flecha. Fue tejiendo una telaraña de malos
entendidos que la empujaban más y más a caer en los brazos del abogado, le hacía
llamadas a la medianoche ordenándole que lo haga.

Pero todos sus esfuerzos parecían caer en el vacío, empezó a perder las esperanzas. En
unas de las noches en las que el joven regresaba a su casa después de las persecuciones
agotadoras, una corazonada le dijo que tenía que entrar en el parque. Y los vio,
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caminaban por un sendero, luego se sentaron en un banco. El abogado la abrazó y


empezó a murmurarle palabras dulces. El joven no pudo resistir, algo explotó dentro de
él como si una corriente eléctrica se descargara en su interior y empezó a gritar con una
voz que podía escucharse en todo el parque: “¡El abogado Kraykowski se la está…! ¡El
abogado Kraykowski se la está…!” Cundió la alarma. La gente corría y se asomaba a
las ventanas, el joven sintió una primera sacudida, una segunda, una tercera, las piernas
le temblaron y empezó a bailar como nunca lo había hecho antes, con la espuma en la
boca sollozaba en medio de las convulsiones.

Fue una danza orgiástica, se despertó en el hospital. Cada día que pasaba se sentía peor,
los últimos acontecimientos lo habían vencido. El abogado Kraykowski se tuvo que
escapar y esconder en una pequeña localidad al este de los Cárpatos, buscando refugio
en las montañas con la esperanza de que el joven lo olvidara. Pero el protagonista se
propone seguirlo, lo seguirá a todas partes porque ese hombre es como su estrella. Duda
que regrese vivo de ese viaje pero se arriesga a morir. Por si eso llegara a ocurrir se
dispone a preparar un documento para que su cadáver le sea remitido de inmediato al
abogado Kraykowski.

WITOLD GOMBROWICZ Y JOSEPH CONRAD

“¿De quién se está hablando? ¿A quién debemos comprender bajo la definición de


escritor en el exilio? Adam Mickiewicz escribía libros y también los escribe el señor X,
cómo no, un señor que escribe textos absolutamente correctos y hasta bastante leídos,
ambos son escritores y escritores en el exilio... pero aquí acaba el parentesco entre ellos.
¿Rimbaud? ¿Norwid? ¿Kafka? ¿Slowacki?... hay distintos tipos de exilio (...)”
“Supongo que ninguno de ellos se horrorizaría demasiado con la visión de esta clase de
infierno. Es desagradable no tener lectores, muy desagradable no poder editar las
propias obras, no es nada divertido ser desconocido, resulta fastidioso verse privado de
la ayuda de ese mecanismo que empuja hacia arriba, hace propaganda y organiza la
fama..., pero el arte está cargado de soledad y autosuficiencia, encuentra su satisfacción
y su razón de ser en sí mismo (...)”

“¿La Patria? Pero si cada uno de los hombres célebres, precisamente a causa de su
celebridad, ha sido extranjero hasta en su propia casa. ¿Los lectores? Pero si ellos jamás
han escrito para los lectores, sino siempre contra los lectores. Homenajes, éxito,
renombre, fama: pero si precisamente se hicieron famosos porque se valoraban más a sí
mismos que a su éxito (...)”
“Y todo lo que en cada uno de los literatos, incluso los de menor calibre, hay de Kafka,
de Conrad o de Mickiewicz, lo que es verdadero talento y verdadera superioridad o
madurez, de ninguna manera cabrá en los sótanos del exilio”
Joseph Conrad, novelista británico de origen polaco, es uno de los grandes escritores
modernos en lengua inglesa, cuya obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad
moral del ser humano.

Abandonó la Polonia ocupada por los rusos y se trasladó a Marsella. Desde ese puerto
partió en navegaciones de barcos mercantes franceses, luchó en España en las guerras
carlistas y vivió una historia de amor que lo llevó al borde del suicidio. Posteriormente
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se puso al servicio de la Marina mercante inglesa y obtuvo la nacionalidad británica.


Además del esfuerzo de escribir, sobrellevó el sufrimiento que le producía la gota, así
como la parálisis de su mujer y los exiguos ingresos que obtenía de su trabajo.
La vida en el mar y en puertos extranjeros constituye el telón de fondo de casi todos sus
relatos, pero su obsesión fundamental fue la condición humana y la lucha del individuo
entre el bien y el mal. Una de las novelas más conocidas de Conrad es “Lord Jim”, en la
que explora el concepto del honor a través de las acciones y sentimientos de un hombre
que se pasa la vida intentando expiar su cobardía durante un naufragio ocurrido en su
juventud.

“¡El horror! ¡El horror”, la última exclamación de Kurtz en “El corazón de las
tinieblas”, es un descenso a los infiernos en el viaje de Marlow, pero también una crítica
despiadada al imperialismo occidental y una investigación acerca de la locura. Su obra
explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, y sus personajes son
hombres con categoría de héroes que se enfrentan a su condición y límites humanos,
desafiando el mal o la corrupción, en su búsqueda de ideales supremos.
Joseph Conrad constituye uno de los casos extremos del exilio polaco, no sólo se exilió
de Polonia sino también del idioma polaco. Gombrowicz lo distingue como a un escritor
excepcional que enfrenta penurias extremas. El Asiriobabilónico Metafísico hizo
declaraciones desdeñosas sobre Gombrowicz y Conrad.

“Cuando fui a París los periodistas me preguntaban si conocía a Gombrowicz, yo les


respondía, 'debo reconocer mi ignorancia, no lo he leído'. Empecé a leer 'Ferdydurke',
pero al cabo de diez minutos de lectura me sentí con ganas de leer otros libros. Quizás
lo mejor de la literatura moderna sea eso que –por virtud o por carencia– nos lleva a
querer leer a los clásicos: les debo a algunos libros modernos el haber leído tantas veces
a Virgilio (...)”
“!Qué raro es el caso de Polonia!, ¿no? Ha dado escritores famosos a otros países, como
Conrad a la literatura inglesa. Conrad en realidad era polaco. Debe ser que los polacos
desconfían del destino de su lengua. Ahora, esto es peligroso, ¿no? Si recordamos, por
ejemplo, el caso de Bacon que por desconfiar del destino del inglés –él solía decir
'nuestras lenguas son perecederas'– escribió toda su obra en latín”

Los escritos del Vate Marxista sobre Gombrowicz y Conrad son más constructivos que
los del Asiriobabilónico metafísico.
“¿Y qué hubiera pasado si Gombrowicz hubiera escrito „Transatlántico‟ en español?
Quiero decir ¿qué hubiera pasado si Gombrowicz se hubiera hecho el Conrad? (un
polaco que, como todos sabemos, cambió de lengua y ayudó a definir el inglés literario
moderno) (...)”
“Podemos sospechar los efectos del español de Gombrowicz en la literatura argentina.
Uno piensa inmediatamente en Roberto Arlt. Alguien que quiso denigrarlo dijo que Arlt
hablaba el lunfardo con acento extranjero. Esa es una excelente definición del efecto
que produce su estilo (...)”

“Y sirve también para imaginar lo que pudo haber sido el español de Gombrowicz: esa
mezcla rara de formas populares y acento eslavo. Vivir en otra lengua, se ha dicho, es la
experiencia de la novela moderna: Conrad, claro, o Jerzy Kosinski, pero también
Nabokov, Beckett o Isak Dinesen. El polaco era una lengua que Gombrowicz usaba casi
exclusivamente en la escritura, como si fuera un idiolecto, una lengua privada. Por eso
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„Transatlántico‟, primera novela que escribe en el exilio, quince años después de


Ferdydurke, establece un pacto extremo con la lengua perdida”
Al final de la historia argentina se produce el segundo destierro de Gombrowicz, en
1939 se había desterrado de Polonia a bordo del Chrobry y en 1963, veinticuatro años
después, se estaba desterrando de la Argentina otra vez a bordo del Federico Costa.

Se fue a Berlín invitado por la Fundación Ford a pasar un año en esa ciudad
endemoniada donde se pergeñó buena parte de su ruina. ¿En qué pensó cuando le
ofrecieron la beca?, es difícil responder esta pregunta pero más que pensamientos
debieron ser impulsos obscuros los que lo pusieron en movimiento. No tuvo
oportunidades de regresar a Polonia después de su viaje providencial a la Argentina,
primero los alemanes y después los comunistas le cortaron el paso.
El arte en general, y no sólo el del exilio, está en estrecha relación con la
descomposición y la enfermedad a las que transforma en salud. Un artista en el exilio es
un ambicioso, un derrotado agresivo y asimismo un conquistador, pero eso también lo
son los artistas que se quedan en casa.

El arte es un cementerio, de cada mil personas apenas una o dos consigue existir de
verdad, el resto no logra realizarse y se queda en la esfera de la dolorosa insuficiencia.
La suciedad que proviene de estas ambiciones insatisfechas no tiene tanto que ver
entonces con el destierro sino más bien con la naturaleza misma del arte.
Son elementos característicos de cualquier café literario, y en realidad es indiferente en
qué lugar del mundo se atormentan los escritores que no son bastante escritores para ser
escritores de verdad. Quizá sea más sano que estos escritores se vean privados de los
mimos y de las contemplaciones que les hacían en el propio país. No hay nada de
extraño en que unas criaturas de invernadero tan cuidadas en el seno de la nación se
marchiten fuere de ese seno.

El escritor que se muere separado de su sociedad jamás ha existido verdaderamente, es


un embrión de escritor. En muchos momentos de la historia ocurre que lo mejor de un
país es expulsado al extranjero. Gombrowicz piensa que la ventaja consiste en que se
abre una posibilidad de pensar el país desde el lado de afuera. En el caos general de la
nueva tierra se relajan las formas reinantes en la conciencia y se puede encarar el futuro
de un modo más libre.
Pero este exceso de libertad es, paradójicamente, lo que más ata al escritor. Se siente
amenazado por la inmensidad del mundo y el carácter definitivo de sus problemas,
entonces se agarra al pasado, es decir, a sí mismo, porque tiene terror a que todo se le
desarme, y finalmente se toma de la única esperanza que le queda, la de recuperar la
patria.

Para recuperar la patria debe resignar su propio yo, no sabe ser escritor sin patria, pero
al resignar su propio yo para recuperar la patria deja de ser escritor, escritor en serio. El
artista en el exilio no sólo vive fuera de la nación, también vive fuera de su elite, tiene
que enfrentar personalmente la presión de un vida brutal e inmadura. Algunos son
empujados por esta razón a una trivialidad democrática, otros a un vulgar realismo, y
otros más al aislamiento.
El escritor debe encontrar una forma de sentirse otra vez superior para recuperar su
valor. No es extraño que en estas condicione el escritor esté paralizado por la
inmensidad y por su propia debilidad, que esconda la cabeza y fabrique una parodia del
pasado, que huya del mundo para ir a parar a su pequeño mundillo.
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“Y, sin embargo, tarde o temprano nuestro pensamiento tiene que labrarse las vías de
salida del impasse. Nuestros problemas darán con la gente adecuada. En este momento
no se trata de la creación misma, sino de la recuperación de la capacidad de crear.
Debemos crear esa porción de libertad, valor y decisión, y hasta diría irresponsabilidad,
sin la cual la creación es imposible. Debemos simplemente familiarizarnos con la nueva
escala de nuestra existencia. Tendremos que tratar con sangre fría y sin miramientos
nuestros sentimientos más queridos para llegar a unos valores nuevos. En el momento
en que nos pongamos a formar el mundo desde el lugar en el que nos encontramos y con
los medios de que dispongamos, la inmensidad menguará, la infinitud tomará una forma
y comenzarán a bajar las turbulentas aguas del caos”

WITOLD GOMBROWICZ Y CYPRIAN KAMIL NORWID

Juan Pablo II, el Papa polaco, tenía verdadera devoción por el poeta Cyprian Kamil
Norwid.
“En ninguna otra época la nación ha producido escritores tan geniales como Adam
Mickiewicz, Juliusz Slowacki, Zygmunt Krasinski o Cyprian Norwid (...) No se puede
dejar de constatar que este período extraordinario de madurez cultural durante el siglo
XIX preparó a los polacos para el gran esfuerzo que les llevó a recuperar la
independencia de su nación, Polonia, desaparecida de los mapas de Europa y del
mundo. Polonia volvió a reaparecer a partir del año 1918 y, desde entonces, continúa en
ellos”
Norwid vivió luchando contra la pobreza y la soledad. En los últimos meses de su vida
fue atendido por las religiosas de un asilo de ancianos.

Este gran escritor es un autor polifacético: poeta, prosista, dramaturgo, filósofo, pintor y
grabador. Capaz de expresar sus opiniones de modo muy diverso, sin embargo, fue un
artista difícilmente clasificable. No se ajustó a los cánones de la poesía de la segunda
generación de románticos polacos y combatió enérgicamente los valores intelectuales y
filosóficos del positivismo, una corriente de pensamiento muy difundida por entonces
en la que militó Sienkiewicz, mucho antes de escribir “Quo Vadis”.
Juan Pablo II recuerda los sentimientos que lo unían al poeta Ciprian Kamilk Norwid.
“Una estrecha confianza espiritual, desde los años del instituto. Durante la ocupación
nazi, los pensamientos de Norwid sostenían nuestra esperanza puesta en Dios, y en el
período de la injusticia y del desprecio, con los que el sistema comunista trataba al
hombre, nos ayudaban a perseverar en la verdad que nos fue confiada y a vivir con
dignidad”

Norwid, el gran poeta cristiano, pobre y desventurado, es increíblemente utilizado por


Gombrowicz como un clarísimo órgano sexual, como un verdadero falo, en la primera
novela que escribe: “Ferdydurke”
“En mis tiempos los jóvenes.... ¿Pero qué hubiera dicho de eso el gran poeta nuestro,
Norwid? La colegiala se mete en la conversación: –¿Norwid? ¿Quién es? Y preguntó
perfectamente, con la ignorancia deportiva de la joven generación y con un asombro
propio de la Época, sin comprometerse demasiado con la pregunta, sólo para dejar
saborear un poco su no saber deportivo. El profesor se agarró la cabeza: –¡No sabe nada
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de Norwid!; –¡La época, profesor, la época! El ambiente se volvió simpatiquísimo. La


colegiala no sabía nada de Norwid para Pimko. Pimko se indignaba con Norwid para la
colegiala (...)”

“Sobre todo el poeta Norwid se convirtió en pretexto de mil jugarretas, el bondadoso


Pimko no podía perdonar la ignorancia de la colegiala al respecto, eso ofendía sus más
sagrados sentimientos, ella de nuevo prefería saltar con garrocha y así él se indignaba y
ella se reía, él le reprochaba y ella no consentía, él suplicaba y ella saltaba. Admiraba la
sabiduría y la sagacidad con las que el maestro, no dejando ni por un momento de ser
maestro, actuando siempre como maestro, lograba sin embargo gozar de la moderna
colegiala por efecto del contraste y por medio de la antítesis, admiraba cómo con su
maestro excitaba a la colegiala, mientras ella con su colegiala al maestro excitaba (...)”
“Ya no se contentaba con el flirteo en la casa, bajo la mirada de los padres, aprovechaba
la autoridad de su puesto, quería imponer a Norwid por vía legal y formal. Ya que no
podía hacer otra cosa, quería por lo menos hacerse sentir en la muchacha con el poeta
Norwid (...)”

“Bajo la influencia de esos pensamientos las piernas se me movieron solas y ya estaban


por bailar en honor de los Muchachos Viejos del siglo XX, ejercitados, hostigados y
castigados con el latigazo, cuando en el fondo del cajón percibí un gran sobre del
ministerio ¡y en seguida reconocí la escritura de Pimko! La carta era seca: „No voy a
tolerar más su escandalosa ignorancia dentro de lo abarcado por el programa escolar. La
cito a presentarse a mi despacho del ministerio, pasado mañana, viernes a las 16.30, a
fin de explicarle, aclararle y enseñarla al poeta Norwid y eliminar una falla en su
educación. Hago observar que cito legal, formal y culturalmente, como profesor y
educador y que, en caso de desobediencia, mandaré a la directora una moción por
escrito para que la expulsen del colegio. Subrayo que no puedo soportar más la falla y
que, como profesor, tengo derecho a no soportarla‟ (...)”

El tratamiento erótico que le da Gombrowicz al poeta Norwid culmina en una de las


escenas más hilarantes de “Ferdydurke”. Jósek Kowalski llamado Pepe, el protagonista
de la novela, con el propósito de derrumbar a la modernidad, manda dos cartas apócrifas
haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia arma un encuentro de medianoche
para el colegial y el profesor en el dormitorio de la colegiala, pero ninguno de los tres lo
sabe. Llega el colegial y enseguida cae en la cama abrazándose con la colegiala
preparándose para lograr con su ayuda la culminación de sus encantos. Pero justo en ese
momento golpean la ventana, es el profesor que interrumpe de esta manera inesperada
sus transportes amorosos. El profesor está en el jardín, y como teme que lo vean desde
la calle se arrastra hasta la pieza de la colegiala.

¡Zutita! ¡Colegialita! ¡Chica! ¡Tú! ¡Eres mi camarada! ¡Soy colega! La carta que le
había enviado el Kowalski lo había embriagado: –¡Tú! ¡Tutéame! ¡Zutita! ¿Nadie nos
verá? ¿Dónde está mamá? Qué pequeña chica, y qué insolente... sin tomar en cuenta la
diferencia de edad, de posición social... Y aquí, Jósiek, que está detrás de la puerta, da el
primer golpe maestro: –¡Ladrones! ¡Ladrones! El profesor giró varias veces como tirado
por un cordel y logró alcanzar un armario. El colegial quiso saltar por la ventana pero,
como no tuvo tiempo, se escondió él también en otro armario. Entran los juventones a la
pieza de la colegiala y Jósiek sigue echando leña al fuego: –¡Alguien entró por la
ventana! La juventona sospecha de una nueva intriga pero Kowalski levanta del suelo
los tiradores del colegial: –¿Intriga?
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Cuando la colegiala grita que los tiradores son de ella Jósiek abre de un puntapié uno de
los armarios, aparece la parte inferior del cuerpo de Kopeida: –Ah, Zutka. Los
juventones se ríen, estaban satisfechos con la colegiala, un muchacho rubio y su hija, los
miraban con los ojos felices de la modernidad. La juventona se propone hacerle morder
el polvo de la derrota a Kowalski: –¿Por qué está aquí el caballero? ¡Al caballero esto
no le importa!
Kowalski abre en silencio la puerta del otro armario y aparece Pimko oculto tras los
vestidos. La situación se volvió desconcertante, el profesor carraspeaba con una risita
implorante: –La señorita Zutka me escribió que le enseñara al poeta Norwid, pero me
tuteó, yo también quería con tú...

Las oscuras y turbias aclaraciones del profesor empujaron al ingeniero juventón a la


formalidad: –¿Qué hace usted aquí, profesor, a esta hora?; –Le ruego que no me levante
la voz; –¿Qué, usted se permite hacerme observaciones en mi propia casa? Un
semblante barbudo miraba por la ventana con una ramita verde en la boca, Jósiek le
había pagado al mendigo para que lo hiciera. La juventona estaba perdiendo los
estribos: –¿Qué quiere ahí ese hombre?; –Una ayudita por amor de Dios; –¡Dadle algo!
¡Que se vaya! Cuando los juventones y el profesor empiezan a buscar monedas, el
colegial se dirige a la puerta, Pimko percibe la maniobra y se va tras él. El ingeniero
juventón se echa sobre ellos como el gato sobre el ratón: -¡Permiso! ¡No se irán tan
fácilmente!

La doctora juventona en un terrible estado de nervios le grita al marido que no haga


escenas. –¡Perdón!, ¡creo que soy el padre! Yo pregunto, ¿cómo y con qué fin ustedes
entraron al dormitorio de mi hija? ¿Qué significa todo esto? La colegiala empieza a
llorar y la juventona se apiada de su hija: –Vosotros la depravasteis, no llores, no llores,
niña. El ingeniero está furioso: –¡Le felicito, profesor! ¡Usted responderá por esto!
Así que depravaban a la colegiala, a Kowalski le pareció que la situación se volvía a
favor de la muchacha: –¡Policía! ¡Hay que llamar a la policía!; –Créanme, créanme
ustedes, están equivocados, me acusan injustamente. Kowalski maniobra para terminar
de hundir a Pimko: –¡Sí!, soy testigo, vi por la ventana al profesor cuando entraba al
jardín para evacuar.

La señorita Zutka miró por la ventana y el profesor tuvo que saludarla, conversando con
ella entró a la casa por un momento. Pimko, cobardemente, se asió a esta explicación
tan desagradable: –Sí, justamente, sí, estaba apurado y entré al jardín, olvidándome que
ustedes vivían aquí, así que tuve que simular que estaba de visita. El ingeniero juventón
enfurecido saltó sobre el profesor y en forma arrogante le pegó una bofetada.
Jósiek fue a buscar el saco y los zapatos a su pieza, y comenzó a vestirse, poco a poco,
sin perder de vista la situación. El abofeteado en el fondo de su alma aceptó con
agradecimiento la bofetada que lo ubicaba de algún modo: –Me pagará por esto. Saludó
al ingeniero con evidente alivio, y el ingeniero lo saludó a él. Aprovechándose del
saludo se dirigió rápidamente a la puerta, seguido por el colegial que se adhirió a los
saludos.

¿Qué?, así que aquí se trata de enviar los padrinos de un duelo, y este atorrante se va
como si no ocurriera nada. Se abalanzó con la mano tendida, pero en vez de darle una
cachetada lo agarró por el mentón. Kopeida se enfureció, se inclinó y agarró al
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ingeniero por la rodilla. El juventón se derrumbó, entonces el colegial lo empezó a


morder con fuerza en el costado izquierdo como si estuviera loco.
La doctora se lanzó en socorro del marido, atrapó una pierna de Kopeida y empezó a
tirar con todas sus fuerzas lo que provocó un desmoronamiento aún más completo.
Pimko, que estaba a un paso del montón, de improviso, por su propia voluntad se acostó
en un rincón de la habitación sobre la espalda y levantó las extremidades en un gesto
completamente indefenso.

La colegiala saltó debajo de la frazada y brincaba alrededor de los padres que se


revolcaban junto a Kopeida: –¡Mamita! ¡Papito! El ingeniero, enloquecido por el
montón hormigueante y buscando un punto de apoyo para sus manos, le agarró un pie a
la colegiala por encima del tobillo. Se revolcaban los cuatro, calladamente, como en una
iglesia, pues la vergüenza, a pesar de todo, los presionaba.
En cierto momento la madre mordía a la hija, el colegial tiraba de la doctora, el
ingeniero empujaba al colegial, después de lo cual se deslizó por un segundo el muslo
de la joven sobre la cabeza de la madre. Al mismo tiempo el profesor que estaba en el
rincón comenzó a manifestar una inclinación cada vez más fuerte hacia el montón. No
podía levantarse, no tenía ninguna razón para levantarse, y quedarse acostado sobre la
espalda tampoco podía.

Cuando la familia que se revolcaba junto a Kopeida llegó a sus cercanías, agarró al
juventón no lejos del hígado, y el remolino lo arrastró. Kowalski terminó de colocar sus
cosas en la valija y se puso el sombrero. Lo aburrían. Se estaba despidiendo de lo
moderno, de los juventones, de los colegiales y del profesor, aunque no era dable
despedirse de algo que ya no existía.
“Había ocurrido en verdad que Pimko, el maestro clásico, me hizo un cuculiquillo, que
fui alumno en la escuela, moderno con la moderna, que fui bailarín en el dormitorio,
despojador de alas de moscas, espía en el baño (...) Que anduve con cuculeito, facha,
muslo (...) No, todo desapareció, ahora ya ni joven, ni viejo, ni moderno, ni anticuado,
ni alumno, ni muchacho, ni maduro, ni inmaduro, era nadie, era nulo (...)”

“Pero nada más que por un milésimo de segundo. Porque, cuando pasaba por la cocina
palpando la oscuridad, me llamaron en voz baja desde la alcoba de la doméstica: –Pepe,
Pepe. Era Polilla quien, sentado sobre la sirvienta que jadeaba pesadamente, se ponía
apresuradamente los zapatos”

WITOLD GOMBROWICZ Y TADEUSZ KOSCIUSZKO

“Mis compatriotas de París me gustaban cada vez menos. Me los encontraba de vez en
cuando, más bien poco, un puñado de estudiantes, unas cuantas familias polacas ya
medio afrancesadas. También acudí una o dos veces a la embajada y saqué de esas
vistas una lección para toda la vida: hay que huir de las ostras de las recepciones en
dichas embajadas, así como del tedio (...)”
“Asimismo asistí, quizás dos veces, a las celebraciones de la colonia polaca en París.
Salí enfadado, furioso, lleno de una malicia rencorosa... era mucho peor de lo que se
podía esperar de lo que ya me había disgustado en mi país... esos bailes cracovianos, ese
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Kosciuszko, ese Copérnico, esos sentimientos, esos discursos... ese terrible farolear ante
Europa de nuestros medios culturales (...)”

“Pero en aquellos años, en París, no me sentía capaz todavía de tomar una postura clara
con respecto a la nación, cosa que no sucedería hasta después de la última guerra,
cuando me puse a escribir „Transatlántico‟. De cualquier forma, París contribuyó mucho
en el año 1928 a intensificar mis relaciones con Polonia. La vi desde afuera. Desde el
extranjero. Fue muy instructivo”
Tadeusz Kosciuszko, uno de los más brillantes generales de Polonia, es un héroe
nacional, el más grande de esa nación. Luchó contra los ejércitos de Rusia, de Prusia y
del imperio Austrohúngaro para conseguir la libertad de su patria, y participó en las
batallas contra los ejércitos de Inglaterra para conseguir la independencia de los Estados
Unidos.

Gombrowicz estaba hasta la coronilla con la pleitesía que le rendían los polacos a
Kosciuszko y a Copérnico, pero a los días de pisar Buenos Aires se encuentra otra vez
con ellos, es decir, se los encuentra el Gombrowicz de “Transatlántico”, y se los
encuentra justamente en ese lugar del que había que huir como del tedio. Fue a la
embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le ofreció
sus servicios y su sangre, y le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su santa
voluntad y entender, dispusiera de su persona.
El embajador le dijo que sólo podía darle cincuenta pesos, que no tenía más, pero que si
quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje y le
daría algo más, que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era
pedir plata y después ladrar.

Cuando Gombrowicz se dio cuenta que el embajador lo estaba despidiendo con moneda
menuda le dijo que él era una literato, pero que además de literato era también un
Gombrowicz. Y cuando le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le
respondió que era Gombrowicz de los Gombrowicz Gombrowicz. El diplomático le
ofreció entonces ochenta pesos en vez de cincuenta, ni un peso más. Le recordó que
estaban en guerra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos,
destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera ladrando por ahí que el embajador no había
marchado y hablado delante de él. Le pidió que escribiera artículos sobre Kosciuszko y
Copérnico para celebrar la gloria de los genios polacos, que por ese servicio le podía
pagar setenta y cinco pesos mensuales.

Era necesario ensalzar a la patria en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le


contestó que no podía hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo
empezó a tratar de comemierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje
y que lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio
Gombrowicz. A Gombrowicz no le alcanzaban las dos manos pata desacreditar el brillo
de la gloria militar.
“(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una
marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible
para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia
marcha? (...) La vida política no me interesaba”

En su obra artística Gombrowicz tomaba una posición ambigua respecto al servicio


militar. En uno de sus cuentos el protagonista cuenta que el horizonte político se volvía
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cada vez más amenazador y su novia cada vez más nerviosa. La multitud en las calles,
las tropas se desplazaban hacia el frente. La movilización, los adioses, las banderas, los
discursos. Juramentos, sacrificios, lágrimas, manifiestos, indignación, exaltación y odio.
La amada del joven ni lo miraba, no tenía ojos más que para los militares.
Él afirmaba su patriotismo, participaba en juicios sumarios contra espías, pero algo en la
mirada de Jadwiga lo obligó a alistarse como voluntario en el regimiento de ulanos.
Atravesaban la ciudad cantando inclinados sobre el cuello de sus caballos, una
expresión maravillosa aparecía en el rostro de las mujeres y sentía que muchos
corazones latían también por él.

Y no entendía el porqué pues no había dejado de ser el conde que era antes ni el hijo de
su madre, el único cambio era que ahora usaba botas militares y llevaba en el cuello
unas tiras color frambuesa. La madre lo convocaba para que no tuviera piedad, para que
arrasara, quemara y matara, para que destruyera a los malvados.
El padre era un gran patriota, lloraba en un rincón desconsoladamente y le decía a
Stefan que con la sangre podría borrar la mancha que tenía por su origen, que pensara
siempre y solamente en él y ahuyentara como la peste el recuerdo de la madre porque
podía serle fatal, que no perdonara y que exterminara hasta el último de esos canallas.
Su amada Jadwiga le entregó por primera vez su boca, era una verdadera delicia. La
guerra era hermosa.

Era precisamente la conciencia de ese esplendor la que le proporcionaba las energías


para combatir al implacable enemigo del soldado: el miedo. De cuando en cuando
lograba colocar un tiro de fusil en el blanco preciso, y entonces se sentía columpiado
por la sonrisa impenetrable de las mujeres y hasta le parecía que se ganaba el afecto de
los caballos que hasta el momento sólo le habían propinado coces y mordiscos.
Su regimiento estaba defendiendo con tesón por tercer día consecutivo una colina en el
frente, con la orden de resistir hasta la muerte. Fue entonces cuando cayó un obús que le
cortó de un tajo ambas piernas al ulano Kaeperski y le destrozó los intestinos, pero el
pobre, seguramente aturdido, explotó en una carcajada convulsiva que Stefan tuvo que
acompañar.

Cuando terminó la guerra y volvió a casa con aquella risa sonándole aún en los oídos
comprobó que todo lo que hasta entonces había sostenido su existencia yacía hecho
escombros, que no le quedaba más remedio que volverse comunista.
Yo me puse en contacto con el Zorro, el embajador de Polonia, para organizar el
homenaje a Gombrowicz en el año del centenario. El Zorro resultó ser un patriota
católico pero sin exageración, abierto y democrático, admirador de Gombrowicz pero
no incondicionalmente.
“La lucha contra el comunismo, como también la revisión de los esnobismos, las
excentricidades, los excesos del intelectualismo actual, me parecen muy indicadas y yo
mismo las practico. Pero para eso no basta con la bravura sin más, como aquella de los
ulanos de 1939 que cargaron contra los tanques ante el asombro del mundo entero”

Una tarde, sentados a una mesa de los jardines del Malba, le recordé al Zorro el episodio
de los ulanos, se puso rojo de ira, me dijo que era pura patraña, que era un vil mentira.
Todo el mundo sabe cuánto de valientes y heroicos son los polacos, sobre eso no cabe
duda, pero también, hay que decirlo, tienen un gran sentido del humor, de otro modo no
se puede explicar cómo a Gombrowicz no le hubieran roto todos los huesos,
especialmente después de haber publicado “Transatlántico”.
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La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable por


Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba solemnemente
sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera el resultado de la
guerra.

Al otro lado de aquel frente estaba la Europa que le despertaba la nostalgia, mientras los
rusos y los alemanes eran para él una realidad de segunda categoría. En 1918 esa barrera
se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse en Polonia poco a poco, un cambio que
significó tanto para Gombrowicz como la recuperación de la independencia. De la
terrible experiencia de la guerra guardó el miedo, un miedo al que se le agregó otro
miedo aún más doloroso: el pavor al servicio militar.
Fue el miedo a la guerra y no la conclusión de un análisis ponderado de la realidad el
que lo impulsó a saltar del Chrobry en el puerto de Buenos Aires. El miedo es un
sentimiento de inquietud causado por la posibilidad de un daño inminente, real o
imaginario.

Cuando el riesgo no es inminente el miedo no aparece o, si aparece, es muy débil; lo


que ocurre con los miedosos es que tienen una tendencia a convertir en inminente la
posibilidad de los daños remotos y esto es lo que le pasaba a Gombrowicz. Cuando la
obligación general del servicio militar igualó a todos en cuanto se refiere a las batallas,
todavía quedaba el duelo como un riesgo especial reservado a la clase superior, que
compensaba en parte las comodidades y las facilidades que proporciona el dinero.
Pero cuando los duelos desaparecieron, cuando al burgués bien alimentado ni siquiera le
quedó la obligación de disparar una pistola y arriesgarse a que le metieran un balazo al
recibir una bofetada en pleno rostro, lo único que le quedó fue disfrutar de una vida
regalada a la que ya nada podía perturbar.

La gloria militar, sin embargo, le resultó muy útil al Zorro para resolver algunas
emergencia diplomáticas. Cuando empezó a moverse para preparar la celebración del
año centenario, de repente se dio cuenta de que no había plata para afrontar los gastos
de la celebración y no había libros de Gombrowicz, no había nada, entonces me invitó a
un almuerzo en su casa de San Isidro para elaborar una estrategia.
Por dos veces escuché un argumento que el Zorro utilizó para vencer la resistencia del
Homúnculo y del Buhonero Mercachifle, ambos inconvenientes relacionados con el
dinero. En diferentes oportunidades les explicó a ambos que la historia de Polonia
estaba llena de infortunios y de conflictos desde la conversión de Mieszko al
cristianismo.

Les hizo un relato pormenorizado de los obstáculos que habían tenido que sortear el rey
Estanislao, los generales Kosciuszko y Pilsudski y, finalmente, remató el discurso con
un breve comentario sobre los contratiempos que habían tenido que sortear en la época
del comunismo. Estas desgracias encadenadas habían empobrecido a Polonia de tal
manera que la embajada no estaba en condiciones de hacerse cargo de los gastos en el
Centro Cultural Borges ni de pagar los doscientos pesos que el Buhonero Mercachifle
pedía para asegurar su participación en la mesa redonda de la Feria del libro.
Gombrowicz era un ferviente partidario de la paz, claro que la paz se puede conseguir
de diversas maneras, Gombrowicz alcanza la paz en “El casamiento” encarcelando a
todo el mundo.
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“Es la paz. Todos los elementos rebeldes han sido detenidos. El Parlamento también ha
sido detenido. Aparte de eso, los medios militares y civiles, y grandes sectores de la
población, así como la Corte Suprema, el Estado Mayor, las Direcciones Generales, los
Departamentos, los Poderes públicos y privados, la prensa, los hospitales y parvularios,
todos están es prisión. Hemos encarcelado también a los ministros y, en general, todo.
También la policía está en la cárcel. Es la paz. La calma”

WITOLD GOMBROWICZ Y PIER PAOLO PASOLINI

El romanticismo y el bel canto italianos habían cautivado a los polacos durante mucho
tiempo, Italia era para la elite de Polonia una parte del mundo a la que admiraba y
quería imitar. Más que a Schubert y a Chaikovski, el músico que más admiraba Chopin
junto con Bach era Bellini. Chopin es un belcantista.
“Voy a contar alguna que otra cosa de mi viaje a Italia; fue mi última confrontación con
Europa antes de la guerra (...) Aquella primavera italiana era espléndida”
Gombrowicz se había entregado al vagabundeo, el gran esfuerzo que le había demando
“Ferdydurke” había quedado a sus espaldas. En ese año el jurado de “Wiadomosci
Literackie” debía fallar sobre el mejor libro de 1937, Gombrowicz empezó a gastar
zlotys a cuenta, pero el premio se lo dieron a Boy-Zelenski.

“No me importó mucho, con premio o sin premio sabía que había entrado en la
literatura polaca para siempre. Descansaba”
El aire de Roma, el clima limpio, transparente, latino, contrastaba con las brumas de
Polonia, ese aire tenía para Gombrowicz un perfume particular. Pero el perfume
particular de Italia tenía sin embargo matices, mejor dicho, extremos, uno es el
Cagamármoles y el otro Pier Paolo Pasolini.
En el tiempo de Gombrowicz el mundo del pensamiento empezó a caracterizarse por
una extraordinaria ingenuidad, animada por una inmadurez sorprendente, los
intelectuales exhortaban a pensar por la propia cuenta, con la propia cabeza. Las ideas
podían tener un salvoconducto si se las comprendía personalmente, y no sólo eso, había
que experimentarlas en la misma vida, había que tomarlas en serio y alimentarlas con la
propia sangre.

El aumento de este exceso de responsabilidad tuvo consecuencias paradójicas: el


conocimiento y la verdad dejaron de ser la preocupación principal del intelectual, una
preocupación que fue remplazada por otra, por la preocupación de que descubrieran su
ignorancia. El Cagamármoles se estaba transformando en un demonólogo del
infantilismo, una especialización que hizo desembocar en una obra a la que dio en
llamar “Inmadurez. La enfermedad de nuestro tiempo”, un libro que dio la vuelta al
mundo.
Sea por la inmadurez, sea porque igual que Gombrowicz estaba subyugado por la
filosofía, la cuestión es que el Cagamármoles se convirtió en el campeón de los
gombrowiczidas italianos, en un asesor filosófico de la Vaca Sagrada, y en un personaje
que le sacó bastante jugo a las ideas de la juventud y la inmadurez.

Estaba convencido de que entre las numerosas enfermedades del siglo XX, la inmadurez
se había extendido velozmente como un virus hasta convertirse, en la segunda mitad del
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siglo, en un auténtico fenómeno de masas. Año tras año, el culto a la infancia se ha


transformado y radicalizado: hoy los adultos se ven empujados de forma creciente a
conservar, por todos los medios, su juventud, a pensar como un joven, a comportarse, a
vestirse, incluso a jugar como niños.
El niño se ha impuesto como paradigma de un ser ideal, y volver a serlo o seguirlo
siendo parece ser ahora el destino de nuestra civilización. Este libro es una
reconstrucción histórica –a través del análisis de novelas, poemas, pinturas, películas,
ensayos de psicología, filosofía y sociología– de la difusión, en el siglo XX, de la
voluntad de no crecer.

Una actitud que tiene sus orígenes en una cultura que, fuertemente influida por la
religión del Hijo (el cristianismo), ha impuesto a la cultura occidental una visión de la
infancia como bien, inocencia, belleza y felicidad. El psicoanálisis y Peter Pan, a
principios del siglo pasado, pusieron en entredicho esta visión, junto con la crisis de la
figura del Padre. La inmadurez es entonces para el Cagamármoles la causa de la
decadencia del mundo occidental y del nacimiento de los totalitarismos.
“(…) „Peter Pan‟ fue reescrito por lo menos dos veces en el siglo XX. La primera en
1937 por el polaco Witold Gombrowicz, en su novela “Ferdydurke”; y la segunda en
1959, por el escritor alemán Günter Grass, en “El tambor de hojalata”. Son dos
versiones de Peter Pan, dos destinos diferentes (...)”

Pero como a cada acción corresponde una reacción y a cada tesis una antítesis, nació en
Italia un gombrowiczida que hace honor a este nombre, es decir, verdaderamente quería
matar a Gombrowicz después de haber leído su “Diario”.
“La imagen que sacamos de Gombrowicz es la de un hombre fallido, no sólo poco
culto, sino también poco inteligente: una especie de grotesco bufón sin corte que cree
que es difícil comprender la verdad y sobre todo que es obligatorio decirla, que la
inoportunidad puede ser programada, que ser desagradable es un elemento del genio, y
que hacer muecas es una señal de superioridad (...) En cuanto a su fundamental
banalidad, tiene conciencia de ella, y trata de ennoblecerla, adoptando cierto
verticalismo metafísico que ha tomado de aquellos mismos latinoamericanos que él ha
provocado y despreciado”

Lo acusa de falso anarquismo y servil integración aun reconociendo que no ha servido a


ningún poder particular. Pasolini detesta el retrato de sí mismo que Gombrowicz dibuja
en sus diarios, pero salva los capítulos que se refieren a los viajes a Tandil y a Santiago
del Estero. Se siente conquistado por la descripción de aquellos muchachos y aplaude al
autor cuando deja de oficiar como un turbulento clérigo de cafés literarios y se deja
arrastrar por la belleza sensual. Pasolini celebra que el encuentro entre la vejez de
Gombrowicz y la juventud del mozo llegue tan imprevista y tan cargada de gracia y de
vitalidad. El poeta italiano, un hombre que ha llevado hasta las últimas consecuencias
todas sus provocaciones, era, obviamente, particularmente sensible a la irrupción del
deseo frente a los muchachos del subproletariado, a sus ragazzi di vita: la descripción
que Gombrowicz hace de los changos lo conmueve.

“¿Quiénes son estos changos? Son unos pequeños siervos subproletarios (...) entran de
repente como personajes esenciales de la vida de Gombrowicz sólo en esta sección del
diario. Su descripción física –que empieza siempre por las manos– es de una calidad
lingüística excepcional, que une la calma suprema del contemplador con el raptus de
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quien tiene intuiciones que arrastran vertiginosamente en el fondo de la inocencia y de


la aberración de la naturaleza (...)”
“Estos changos son verdaderamente criaturas poéticas que se contraponen a todo lo
demás como „otro término‟ –al que podríamos llamar juventud, gracia o belleza– pero
que en realidad se queda sin nombre porque el autor lo separa de su verdadera realidad,
que es el sexo”

Pese a la fascinación que las aventuras de Tandil y Santiago ejercen en él en cuanto


lector, Pasolini no puede perdonarle al polaco que después de tanto alarde de
anticonformismo y de tantas muecas a espaldas de la normalidad, Gombrowicz “no se
atreve a llamar ni a describir todo esto por lo que es, es decir, pederastía”. En cuanto a
Pasolini, todo el mundo sabe que perdió la vida a manos de un “chango” romano
reclutado entre el hampa de la Stazione Termini en una lluviosa noche de noviembre de
1975.
Un contraste tan radical entre dos hombres que, sin embargo, tienen cosas en común
quizás pueda explicarse por su distinta clase social y por la diferente importancia que le
daban a las ideas.

Pier Paolo Pasolini era hijo de un solado italiano que se hizo famoso por salvar la vida
de Benito Musolini y, en cuanto a las ideas, estaba tan subyugado por las de Freud y de
Marx que le hacía reproches a Gombrowicz por su ignorancia. El origen y las ideas de
Gombrowicz eran otros.
“Yo era, como ya he dicho, de origen noble, terrateniente, y ésa es una herencia
poderosa y trágica. La primera obra que escribí, a los dieciocho años, era la historia de
mi familia elaborada a partir de nuestros documentos, que abarcaban cuatro siglos de
bienestar en Zemaitija. Un terrateniente, da igual que sea un noble polaco o un granjero
americano, siempre tendrá una actitud de desconfianza hacia la cultura, puesto que su
alejamiento de las grandes aglomeraciones lo vuelve impermeable a los conflictos y a
los productos interhumanos (...)”

“Y tendrá una naturaleza de señor. Exigirá que la cultura sea pare él y no él para la
cultura; todo aquello que sea humilde servicio, entrega y sacrificio le resultará
sospechoso. ¿Quién, de aquellos señores polacos que se hacían traer antaño los cuadros
de Italia, habría tenido la idea de postrarse ante una obra maestra que había colgado de
la pared? Ninguno. Trataban de una manera señorial tanto a las obras como a los
maestros (...)”
“Pues bien, yo, aunque traidor y escarnecedor de mi esfera, pertenecía a ella a pesar de
todo, y como seguramente ya he dicho, muchas de mis raíces deben buscarse en la
época de mayor depravación de la nobleza, el siglo XVIII (...)Yo, que tenía un pie en el
bondadoso mundo de la nobleza terrateniente y otro en el intelecto y el la literatura de
vanguardia, estaba entre dos mundos (...)”

“Pero estar entre es también un buen método para enaltecerse, puesto que aplicando el
principio de divide et impera puedes conseguir que ambos mundos empiecen a
devorarse mutuamente, y entonces tú puedes zafarte y elevarte por encima de ellos (...)”
“La derecha veía en mí a un bolchevique, mientras que para la izquierda yo era un
anacronismo insoportable. Pero de alguna manera veo en ello mi misión histórica. ¡Ah,
entrar en el mundo con una desenvoltura ingenua, como un conservador iconoclasta, un
terrateniente vanguardista, un izquierdista de derechas, un derechista de izquierdas, un
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sármata argentino, un plebeyo aristócrata, un artista antiartístico, un maduro inmaduro,


un anarquista disciplinado, artificialmente sincero, sinceramente artificial (...)”

WITOLD GOMBROWICZ Y ADAM WAZYK

“Allá, en el tribunal, se hacía evidente que los estudios de derecho no proporcionaban


aquella cultura general de la que se sentían tan orgullosos ni tampoco, simplemente, una
buena educación en su sentido más profundo, humanista... Y su confrontación con la
miseria humana dejaba mucho que desear... Contrariamente a lo que se ha dicho y
escrito sobre mí durante muchos años, nunca fui indiferente al siniestro problema de la
vida fácil de los ricos y la vida difícil de los pobres; fue un asunto que siempre me ha
atormentado dolorosamente desde mi más temprana juventud.
Sobre este asunto tuve un diálogo con Adam Wazyk, uno de los escritores comunistas
que acababa de conocer: –¿De qué hablar con usted?, si usted no conoce la vida, vive en
un invernadero, alejado de la lucha por la existencia? ¿Qué puede usted saber de estos
problemas sociales? (...)”

“Era mi talón de Aquiles, pero sabía cómo defenderme. Me propuse demostrarle, con el
tono contenido y apropiado, que no era extraño a esa realidad: –Pensé que usted era hijo
de mamá y, sin embargo, veo que usted penetra en esa problemática; –Conozco la vida
y sé mejor lo que es que vosotros, los comunistas, aunque nunca haya experimentado
directamente la miseria (...)”
“Sonaba presuntuoso, pero tal vez mi juicio no estuviera tan distante de la verdad como
pudiera parecer pues la experiencia personal no siempre aumenta la sensibilidad, sino
que a menudo la disminuye: –Si usted lo siente con tanta fuerza, ¿por qué no se hace
comunista?; –No porque no me gusten vuestros objetivos. Sino porque no creo que
podáis realizarlos. No haréis más que aumentar la confusión”

Adam Wazyk, un poeta polaco cuyas obras iniciales expresaban la realidad de la vida
urbana a través de un lirismo onírico, durante la guerra regresó a una forma más clásica
pero comprometida con la realidad, erigiéndose en el principal poeta del realismo
socialista. Pero con “Poema para adultos” se desmarcó del comunismo, limitándose
desde entonces a expresar sus propias interpretaciones del mundo. Tradujo a poetas
rusos y franceses y escribió numerosos ensayos teóricos e históricos.
La realidad que el hombre va descubriendo poco a poco rompe los moldes y las teorías
que la contuvieron durante un largo tiempo; los viejos barriles son reemplazados por
otros, pero ni Einstein es tan distinto de Newton, ni Marx de Cristo, ni Sartre de
Sócrates, para poner unos ejemplos.

La realidad tiende a volverse teórica cuando está tranquila, pero cuando está intranquila
produce revoluciones sociales como la francesa, o reducciones del pensamiento como la
antropológica de Feuerbach, la fenomenológica de Husserl y la sociológica de Marx.
Gombrowicz formó su conciencia en el período más agitado del siglo XX y se vio
obligado a reflexionar sobre concepciones tan amplias como lo son el existencialismo y
el comunismo, pues estas dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción
a nuestra época.
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Gombrowicz buscaba la liberación de su conciencia, estaba convencido de la bancarrota


de todas las ideologías políticas, de las de izquierda y de las de derecha. Siguiendo las
enseñanzas de Marx pensaba que había llegado el momento de estudiar el
condicionamiento de la conciencia, no sólo de los aguaciles del capitalismo, sino
también de los estudiantes que profieren injurias en un mitin.

Desde adolescente se sintió en rebeldía contra las instituciones que utiliza la


colectividad para presionar sobre el individuo y desde entonces estuvo convencido de
que ninguna reforma violenta puede transformar el mundo en un paraíso. Mientras, por
un lado, seguía perteneciendo a la vieja época de la buena educación política en la que
la gente se expresaba con mayor moderación y seriedad, por otro, era un representante
de los tiempos modernos poniéndose en contra de todo lo que facilitaba la existencia: el
dinero, el origen, los estudios y las relaciones.
Hubiese utilizado el comunismo como un instrumento para destruir el conjunto de
condiciones que fatalmente lo determinaban si no fuera porque no creía que la teorías
fueran capaces de transformar verdaderamente la vida.

“No podía hacer nada para mejorar la suerte de las capas sociales inferiores, pero,
¿quién sabe?, quizás podría contribuir a mejorar el comportamiento de los superiores
respecto a los inferiores (...) si la vida miserable deformaba al proletariado, si la
ociosidad y las comodidades deformaban a los terratenientes, esa intelligentsia urbana
también era deformada por su modo de vivir... ¿Acaso la vida nunca creaba hombres
completos? ¿Tenían que ser siempre fragmentos humanos que se complementaban entre
sí? (...) Ése era, pues, un error de estilo, un error de forma de una importancia
inconmensurable, ya que hacía del hombre únicamente un producto de su propia clase,
de su grupo social, lo separaba de otras vidas, lo empequeñecía, limitaba, hacía
imposible cualquier contacto creativo con gente de otra clase. ¡Tantas vidas a las que no
tenían acceso! ¡Y yo tampoco! (...)”

“¡Habría que destruir esa forma, imponer otra que permitiera a la superioridad acercarse
a la inferioridad, establecer con ella una relación creativa! (...) Mientras las señoras
mayores no veían absolutamente nada incorrecto en su riqueza material, a esas señoritas
de „buena familia‟, el sentimiento de culpabilidad no las abandonaba. „No es culpa mía
que haya nacido en un medio acomodado –se defendía mi hermana–, cada uno tiene que
vivir ahí donde Dios lo puso‟ (...)”
“Pero mi vida no debería ser más fácil que esa otra vida, la inferior, incluso yo debería
vivir para esa otra vida. No se trata de suprimir mi estado de posesión, todos esos
valores a los que una educación más cuidadosa me dio acceso, sino que los demás
puedan beneficiarse de él”

Gombrowicz estaba de acuerdo con el sentido moral del comunismo, con su pedido de
justicia distributiva y con esa conciencia que se torturaba frente a la injusticia. Estaba de
acuerdo también con la concepción marxista del valor en la que la necesidad es el
fundamento del valor, pues un vaso de agua en el desierto no puede tener el mismo
valor que al lado de un río.
Para Sartre, en cambio, las cosas no son así, un hombre tiene necesidad de agua en el
desierto porque elige la vida y no la muerte; en el marxismo no existe esta libertad de
elección, el hombre está obligado a elegir la vida. Marx ha desenmascarado muchas
mistificaciones históricas, del mismo modo que lo hicieron Freud y Nietzsche, son
52

hombres que demostraron que detrás de nuestros sentimientos que parecen nobles, se
ocultan complejos, bajezas y toda la suciedad de la vida.

Gombrowicz pensaba que la crisis del marxismo tenía mucho que ver con el hecho de
que en los países comunistas se trabajaba mal y se producía poco, y esto porque nadie
tenía interés en producir ni en obligar a los demás a que lo hagan, pues no había ningún
beneficio en juego. Si bien el pensamiento marxista ha servido para desenmascarar
muchas hipocresías históricas, es también utópico y no conduce a nada.
Por tal razón Gombrowicz se animó a profetizar en su tiempo que dentro de veinte o de
treinta años el comunismo sería puesto de patitas en la calle. Sin embargo, sabía que en
el sentido filosófico el marxismo propone la liberación de la conciencia para que no se
presente deformada en la actividad que debe realizar y para que sea auténtica frente al
mundo y el hombre.

A pesar de que el comunismo había hecho interminable el desastre personal de


Gombrowicz, está más cerca de Marx que de Sartre. Pero el comunismo es un sistema
que puso a la historia patas para arriba; había arruinado a su familia y le había cerrado
las puertas. Es sobre esta cuestión que desarrolla un cuestionario de argumentos y contra
argumentos que se parecen mucho a los que armaban los teólogos para discutir
problemas importantes.
Discutían, por ejemplo, sobre si Cristo tenía o no tenía erecciones. Una noche
Gombrowicz llegó al Rex con veintisiete argumentos a favor y veintiséis contra
argumentos debajo del brazo para dar cuenta de este asunto, una cuestión fundamental
para los padres de la iglesia.

Sobre la ética del comunismo Gombrowicz abre un cuestionario realmente paradójico.


“¿Por qué yo, teniendo a mi derecha el capitalismo, cuyo cinismo latente conozco, y a
mi izquierda la revolución, la protesta y la rebelión surgidas del más humano de los
sentimientos, por qué no me uno a estos últimos?”
Por la compasión que le produce la inmensidad de los sufrimientos y la montaña de
cadáveres. No, ha pasado por la escuela de Schopenhauer y de Nietzsche, sabe que la
vida es trágica por naturaleza. Por los bienes y la situación social que perdió. No, esa
pérdida lo liberó de los condicionamientos sociales. Si hay alguien que carece de
prejuicios en este punto, ése es Gombrowicz. Entonces, por las paradojas de su proceso
dialéctico que se detiene justo en el momento en que la revolución alcanza su plena
realización.

No, por ninguna razón que tenga que ver con su desenvolvimiento político. Por el terror
que mata la libertad de pensamiento. No, es más grave aún que todo esto, nos
encontramos ante una de las más grandes mistificaciones de la historia, de ésas que
desenmascararon Nietzsche, Marx y Freud. Por su falta de sinceridad, entonces. No, el
comunismo es una doctrina de la acción y no un pensamiento sobre la realidad; son
sinceros respecto al mundo ajeno e insinceros con el de ellos porque necesitan ser
insinceros. Aquí Gombrowicz suspende su cuestionario y concluye, es necesario que se
reconozca entonces esa insinceridad.
“Debéis decir: nosotros nos cegamos a propósito. Mientras no lo digáis, ¿cómo se puede
hablar con alguien deshonesto consigo mismo? Unirse a alguien así es perder el último
apoyo bajo los pies y precipitarse en el abismo”
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Gombrowicz desconfía de las teorías y se guía por su instinto. Si hubiera podido pensar
que lo más importante para ellos era la conciencia, es decir, el alma, es decir, la ética, se
hubiera unido al comunismo; pero lo más importante para ellos era el triunfo de la
revolución. Si los comunistas hubieran reconocido que eran insinceros consigo mismos
respecto al sentido moral de la vida, Gombrowicz se hubiera hecho comunista, pero esta
conclusión es demasiado radical y su cabeza no la puede asimilar, así que la va a revisar
en otra parte del Diario, según era su costumbre.
En forma reiterada Gombrowicz explica lo difícil que le resulta oponerse al comunismo,
pues el talante de su pensamiento lo lleva hacia él. Como un gato, anda buscando ese
punto de ruptura donde el comunismo se le vuelve extraño y hostil. Indaga otra vez al
comunismo: ahora el rechazo tiene origen en un problema técnico.

El dilema que plantea la doctrina no es filosófico sino productivo, es decir, el


comunismo tiene como imperativo demostrar que es más eficiente para producir bienes
y distribuirlos que el sistema capitalista; hasta que esta capacidad quede demostrada,
todas las otras deliberaciones no son más que sueños.
Gombrowicz no puede inmiscuirse en este asunto, a él le importa la personalidad y no
las ideas; él, en tanto que artista, se especializa en constatar cómo las ideas influyen en
las personas, pues una idea abstraída de su relación con el hombre no tiene valor. Las
dos aporías que le plantea el comunismo, una, respecto al sentido moral, y la otra,
respecto a su sistema productivo y distributivo, sólo se pueden resolver escapándose de
ellas: hay que retirarse de su exceso hacia una dimensión más humana.

La capacidad que puede desarrollar un hombre para tomar distancia, para retirarse,
escaparse, huir de una situación, de las ideas, de los sentimientos, de sí mismo o de lo
que sea, es la única y verdadera libertad. No es que tenga que huir, pero tiene que tener
la posibilidad de hacerlo.
En la misma época en la que Gombrowicz mantuvo ese diálogo con Adam Wazyk sobre
el comunismo, había escrito “El diario de Stefan Czarniecki”, un cuento en el que
liquida el problema del comunismo de una manera curiosa. Cuando terminó la guerra y
volvió a casa con aquella risa sonándole aún en los oídos, Stefan comprobó que todo lo
que hasta entonces había sostenido su existencia yacía hecho escombros, que no le
quedaba más remedio que volverse comunista.

Stefan entendía el comunismo como un programa en el que los padres y las madres, las
razas y la fe, la virtud y las esposas, y todo, sería nacionalizado y distribuido mediante
cupones en porciones iguales. Un programa en el que su madre debía ser cortada en
pequeños trozos y repartida entre quienes no fueran suficientemente devotos en sus
oraciones; que lo mismo debería hacerse con su padre entre aquellos cuya raza fuera
poco satisfactoria.
Un programa en el que todas las sonrisas, las gracias y los encantos fueran
suministrados exclusivamente bajo petición expresa, y que el rechazo injustificado fuera
causal del castigo con la cárcel. Stefan elegía el término comunismo porque constituía
para los intelectuales que le eran adversos un enigma tan incomprensible como lo eran
para él las sonrisas sarcásticas y los rostros brutales de esos intelectuales.

Es posible que Stefan no fuera comunista sino tan solo un pacifista militante. Navegaba
por el mundo en medio de opiniones incomprensibles y cada vez que tropezaba con un
sentimiento misterioso, fuera la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad
de cometer una villanía.
54

“Tal es el secreto personal que opongo al gran misterio de la existencia. ¿Qué queréis?...
cuando paso junto a una pareja feliz, a una madre con un niño o a un anciano amable,
pierdo la tranquilidad. Pero a veces el corazón se me encoge y una gran nostalgia de
vosotros, padre y madre queridos, se apodera de mí. ¡También de ti siento nostalgia, oh
santa infancia mía!”
Pasó el tiempo, mucho tiempo, y Gombrowicz volvió a encontrarse con Adam Wazyk
en Europa.

“En los polacos que vienen de Polonia se observan las contradicciones de siempre: „El
comunismo nos sofoca, frena el desarrollo, el país está en la miseria, no hay libertad de
expresión‟. E inmediatamente después: „¡Pero tenemos nuestra literatura, la
reconstrucción de Varsovia, nuestras bicicletas y motocicletas, nuestros sellos de
Correos, unos de los más bellos del mundo, nuestro ballet...!‟. O lo uno o lo otro. O la
literatura está sofocada o es „grande‟. ¡Qué es este pudor que nos impide reconocer lo
qué somos! ¡Siempre esta manía de nuestro aplomo! De poner buena cara al mal
tiempo”

WITOLD GOMBROWICZ Y ERNST MACH

Gombrowicz tenía la costumbre de hacer experimentos buscando inspiración para darle


vuelo a sus narraciones. El medio natural para realizarlos era el “Diario” y también las
conversaciones que mantenía con nosotros en los cafés. En la época en la que ya había
empezado a lidiar con “Cosmos”, la ciencia física se había convertido en su obsesión
predominante a la que apoyaba con la lectura de “Panorama de las ideas
contemporáneas”.
Yo mismo participé de estos experimentos paseando con Gombrowicz y con la familia
Swieczewski por los bosques de Piriápolis haciendo reflexiones sobre la impresión que
nos había producido un arbusto. La cuestión que habría que dilucidar es si los desbordes
enfermizos que padecía la imaginación de Gombrowicz desacreditan en parte la
seriedad de los contenidos del “Diario”.

Yo creo que la seriedad de las consecuencias que saca de estos experimentos no


depende en absoluto de la existencia de los hechos sino de la existencia de una
estructura que se presenta como lógica. Lo que sí es cierto es que para fines de 1961 y
comienzos de 1962 Gombrowicz había concentrado la mayor parte de sus lecturas en
Ernst Mach.
“Vista imprevista de Siegrist, que reside actualmente en Nueva York después de haber
pasado los dos últimos años entre Yale y Cambridge. Ha venido con Juan Carlos
Gómez. Me pareció como enfriado; en este hombre eminente se ha apagado la llama
que ardía en él en los tiempos de La Troya. De acuerdo con su costumbre se puso a
dibujar unas figuritas sobre el papel que yo el acerqué cortésmente (...)”

“Ambos afirman (pero es sobre todo la opinión de Siegrist) que la disminución del
ritmo del desarrollo de la física más moderna se debe no tanto al agotamiento de las
posibilidades intelectuales en el terreno de las contradicciones fundamentales y
fecundas tales como continuidad y discontinuidad, macrocosmos y microcosmos, teoría
ondulatoria y corpuscular, campo gravitacional y electromagnético, cuanto al hecho de
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que la física ha sido víctima de cierto sistema de interpretación que se ha creado en la


relación intelectual de los científicos, en la discusión. Se refieren a las polémicas del
tipo Bohr y Einstein, Heinsenberg y Bohr, a todas las opiniones emitidas sobre el efecto
Compton, a la relación entre cerebros como Broglie, Planck, Schrödinger, a todo ese
diálogo que, en opinión de ellos, ha determinado poco a poco e imperceptiblemente,
aunque de una forma prematura y arbitraria, la dirección general de la problemática y
sus puntos centrales, y ha impuesto una línea determinada de desarrollo (...)”

“Esto se ha producido por sí solo como consecuencia de la necesidad de precisar: –Son


las tristes consecuencias de un charlatanería excesiva –comentó Gómez– Han dicho un
poco demasiado... Cuando me permití llamar la atención sobre la escrupulosidad
insólita de la mayoría de esos científicos en el control de su sistema interpretativo y en
la determinación de su papel y de sus límites cognoscitivos, cuando puse como ejemplo
a Einstein, advertí que Siegrist anotaba algo en el papel. Era, escrita con grandes letras,
la palabrita „Mach‟. Y añadió: –Las acciones bajan”
Ernst Mach , fue un destacado físico austriaco, además de filósofo y psicólogo. En sus
labores investigativas logró establecer importantes principios para la óptica, la acústica,
la mecánica, y la dinámica ondulatoria.

Además, propugnó la idea de que todo el conocimiento es una organización conceptual


y apoyó la visión de que todo el conocimiento es una organización conceptual de los
datos que se obtienen a través de la experiencia sensorial o de la observación. Sus
trabajos acerca de la mecánica newtoniana tuvieron una gran importancia ya que con
ellos rebatió en parte dicha teoría.
Ernst Mach consideró al espacio y al tiempo absolutos como resabios antropomórficos
de una etapa que había sido superada de la ciencia. Sus tesis, despertaron dudas acerca
de algunas proposiciones fundamentales de la física clásica en el espíritu de Einstein y
le indicaron el camino que lo llevaría paulatinamente a la formulación de la teoría de la
relatividad.

Gombrowicz pensaba que uno es joven hasta los veinticuatro años, pues bien, el fue
joven entonces hasta el año 1928, un momento de la historia en el que ya habían
fermentado todas las revoluciones del pensamiento que tuvieron lugar en los cien años
que van entre la mitad del siglo diecinueve y la mitad del veinte, y aunque Gombrowicz
no era científico ni filósofo quedó muy afectado por todo esto.
Desde la época de la antigua Grecia los hombres se han propuesto saber de qué cosas
está hecho el mundo y siguiendo el camino del análisis, primero descubrieron las
moléculas y los elementos y después los átomos, abocados a la tarea de buscar
partículas elementales, es decir, aquellas que no estaban compuestas de otras más
pequeñas.

Cuando finalmente los científicos llegaron a los protones y a los electrones Sir Arthur
Eddington, el gran físico inglés, se atrevió a contar el número de partículas elementales
que tenía el universo. Bombardear átomos para que aparezcan esos elementos más
pequeños que ya no se pueden dividir no es una tarea sencilla, pero los aceleradores de
partículas con los que los cascotean son cada vez más poderosos y el más imponente de
todos es la máquina de Dios con la que los físicos se proponen dividir los protones y los
electrones en partículas más estables que los quarks y los hadrones para conocer entre
otras cosas el origen que ha tenido el universo.
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Cuando el hombre mete la nariz en asuntos reservados a los dioses suele tener
contratiempos: la caja de Pandora en la antigüedad, el Henryk de “El casamiento”
cuando intenta reemplazar con su persona al padre y a Dios, y más recientemente la
máquina de Dios.

Estos fracasos que sufren los investigadores cuando se ponen a desentrañar los misterios
de la naturaleza les vienen muy bien a los hombres de letras, pues mientras la ciencia
por lo general se propone resolver esos misterios se puede decir que el arte en cambio
vive de ellos. El Natura non facit saltus había imperado desde el tiempo de los griegos,
la naturaleza no crea especies ni géneros absolutamente distintos, existe siempre entre
ellos algún intermediario que los une al anterior.
Pero cuando Planck sienta el principio de que la materia no puede emitir radiación más
que por cantidades finitas, por granos, por cuantos, y Heisenberg nos muestra que sólo
podemos conocer la probabilidad de existencia y no la existencia misma de una
partícula, la naturaleza empieza a saltar.

Gombrowicz queda deslumbrado con la naturaleza granulada de la energía y entonces se


propone construir él también, ya no esa energía granulada que había descubierto Planck,
sino una moral granulada. Puesto que la cantidad de los que sufren le pone límites al
dolor, lo fragmenta y lo disuelve, y como el sentimiento que pone al hombre en contacto
con el dolor del otro proviene de una reflejo moral, entonces, debe disponerse de una
moral limitada, fragmentaria, arbitraria e injusta, una moral que por su naturaleza no sea
continua sino granulada. Este tipo de moral es la que Gombrowicz utilizaba para
enfrentar todos los excesos, especialmente los excesos ideológicos.
También queda sobrecogido con el principio de indeterminación de Heinsenberg tan
ligado al azar y a la probabilidad, y aunque Einstein tenía reparos que hacerle a este
principio pues según su juicio Dios no juega a los dados, esta concepción sigue siendo
fundamental en la física moderna.

Gombrowicz busca y encuentra en sus reflexiones sobre la forma algo parecido a lo que
habían encontrado Bohr y Heisenberg en las partículas elementales. En el encuentro de
una persona con otra hay una zona determinada de la conducta, de la que se ocupan la
psicología y la antropología, y una esfera en la que el comportamiento no está
determinado de antemano, se va ajustando poco a poco y pasa de un cierto caos inicial a
una estructura probabilística.
En esta estructura probabilística sobresale el azar sobre el determinismo y cada
participante del encuentro define en el otro una función. Esta doble naturaleza del
comportamiento le presenta a Gombrowicz un problema parecido al que había resuelto
Bohr para las partículas con su noción de complementariedad en el caso de los protones
y de los electrones.

Las partículas atómicas hay que describirlas, ora con la imagen corpuscular, ora con la
imagen ondulatoria, y esto debe hacerse así porque estas dos imágenes contradictorias
son concurrentes. Las relaciones de indeterminación, que son una consecuencia del
cuanto de acción, no le permiten a las imágenes entrar en un conflicto directo. Cuanto
más se quiere precisar una imagen por medio de observaciones, más la otra se hace
necesariamente vaga.
Las propiedades corpusculares y ondulatorias no entran jamás en conflicto porque no
existen al mismo tiempo, son aspectos que se contradicen y se completan
complementariamente. Esta concepción contradictoria y complementaria de los
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fenómenos físicos está presente en el espíritu de la época, la época de la juventud de


Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz expresa a su modo cuando se extraña de
estar tan definido y tan indefinido al mismo tiempo.

“El casamiento” es una pieza de teatro en la que se narra el drama del hombre
contemporáneo cuyo mundo ha sido destruido, que ha visto en sueños a su casa
convertida en una taberna y a su novia en una mujerzuela. A parir de esta pesadilla llena
de angustia Henryk intenta recuperar la dignidad del pasado, pero es en vano, pues él
mismo también se hunde en un proyecto que finalmente fracasa..
El nuevo mundo está privado de Dios y compuesto por hombres sometidos a las
convulsiones de la forma. Para regresar a la plenitud de antaño el protagonista de “El
casamiento” va en camino de proclamarse rey, Dios, dictador. El nuevo mundo que hace
su aparición no es conocido de antemano ni siquiera por Gombrowicz mismo. “El
casamiento” es pues un intento artístico de llegar a esa realidad que oculta el futuro.

El sacramento del matrimonio que Henryk quiere administrarse a sí mismo es la


consecuencia de su idea de que no fue Dios quien creó al hombre, sino el hombre quien
creó a Dios. Ese casamiento en la iglesia humana, que sustituye la de la iglesia divina,
es la metáfora principal del drama. La característica más sobresaliente de esta obra es la
manera en que cambian las conductas de los personajes, no por procesos psíquicos, sino
por mutaciones formales.
El comportamiento de los protagonistas pasa rápidamente de la mujerzuela a la virgen,
del tabernero al rey, del borracho al sobrio, de la tragedia a la alegría, de lo laico a lo
sagrado, del hombre a Dios, y viceversa. Son pares complementarios en los que la
sabiduría va de la mano de la estupidez. Estos pares complementarios tienen una
semejanza formal con las ideas de Niels Bohr.

Bohr le puso el nombre de complementariedad física al hecho de que los fenómenos de


la naturaleza se comportan como corpúsculos o como ondas según sea el aparato con
que se los mida. Pues bien, en el caso de Gombrowicz podríamos hablar de un principio
de complementariedad formal, un hecho en el que los fenómenos humanos se presentan
como comportamientos superiores o inferiores según sean las transformaciones
indeterminadas que buscan el completamiento en el doble aspecto que tiene la realidad.,
especialmente en lo que concierne a la inteligencia y a la estupidez.
El principio de complementariedad de Niels Bohr tiene un estructura asimilable a “El
casamiento” mientras que el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg tiene una
estructura asimilable a “Crimen premeditado”.

Se puede decir que el principio de incertidumbre postula que en la mecánica cuántica es


imposible conocer exactamente, en un instante dado, los valores de variables canónicas
conjugadas (posición-impulso, energía-tiempo...) de forma que una medición precisa de
una de ellas implica una total indeterminación en el valor de la otra. En “Crimen
premeditado” un juez de instrucción llega a una casa de campo para resolver un
problema patrimonial, pero inesperadamente se encuentra con la noticia de que el dueño
de casa había muerto. El funcionario judicial echó mano a toda su agudeza y empezó a
establecer la cadena de hechos, a construir silogismos, a seguir los hilos y a buscar
pruebas. A juzgar por las evidencias el hombre había muerto de muerte natural, sin
embargo, se acercó al lecho y tocó el cuello del cadáver con un dedo.
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La viuda se alarmó pero el juez siguió revisando el cuello y examinado toda la


habitación, escrupulosamente. Lo único que desentonaba en el conjunto era una enorme
cucaracha muerta. En la mesa el juez se mandó una larga perorata sobre la naturaleza
del crimen, el crimen real lo comete siempre el espíritu, los detalles son las
formalidades médicas y judiciales, los detalles son externos.
De pronto, la viuda, pálida como la muerte, arrojó su servilleta y, con las manos más
temblorosas que de costumbre, se levantó de la mesa exclamando que era un malvado.
Cuando el juez finalmente se atrevió a preguntar quién había asesinado a Ignacio, su
hijo Antonio se quebró y le respondió que había sido él, que lo había hecho
maquinalmente, que en un minuto lo había estrangulado, había regresado a su cuarto y
se había dormido.

El juez le hizo ver que, sin embargo, existía una pequeña dificultad, una formalidad
nada importante: el cuello no revelaba huella alguna de estrangulación, el cuello no
había sido tocado. Dicho esto se deslizó por la puerta entreabierta y se fue a esconder en
el guardarropa del cuarto donde yacía el cadáver. Esperó largo rato hasta que,
finalmente, la puerta se abrió, alguien se deslizó en el interior y enseguida escuchó un
ruido espantoso.
La cama crujió estruendosamente, después los pasos se retiraron sigilosamente. Luego
de una hora el juez salió del escondite, las sábanas que cubrían el cadáver estaban
revueltas, el cuerpo yacía ahora en diagonal y en el cuello aparecían, nítidas, las
impresiones de diez dedos. Las formalidades del caso se habían cumplido ex post facto.

“Aunque los peritos no estuvieron del todo satisfechos con aquellas huellas dactilares
(alegaban que había algo que no era del todo normal), fueron consideradas al fin, junto a
la plena confesión del asesino, como una base legal suficiente”

WITOLD GOMBROWICZ Y TADEUSZ PIEPER

“El café Ziemianska tenía su jerarquía; era una especie de edificio espiritual compuesto
de varios pisos, donde no resultaba fácil pasar de un piso más bajo a otro superior. La
planta baja estaba ocupada por unos jóvenes variopintos, debutantes aún desconocidos,
generalmente sin derecho a voz, así como por otros admiradores provenientes sobre
todo del medio de la pequeña intelligentsia, a quienes su falta de educación y de carácter
mundano impedía participar activamente en los simposios (...)”
“Una especie de coro griego, pero mudo, importante por su misma presencia. Cuando
unos cuantos de esos catadores silenciosos se acercaba a uno de los grupos y se sentaba
a su mesa sin decir nada, eso significaba que allí iban a ocurrir cosas dignas de atención,
ya que eran unos expertos a quienes no se les escapaba ningún valor cotizado en esa
bolsa literaria (...)”

Poco a poco, en el café Ziemianska, Gombrowicz fue encontrando su lugar en el


mundo, y como no hay mal que dure cien años, las cosas empezaron cambiar.
Escribiendo y frecuentado los cafés consiguió un prestigio considerable. Su mesa, a la
que concurría un gran número de admiradores, era testigo de sus bromas, sus gestos, sus
dichos, su dialéctica, sus elevaciones líricas, sus razonamientos filosóficos y
59

psicológicos, sus declaraciones artísticas, sus ataques arrolladores y sus provocaciones


taimadas que electrizaban a sus oyentes.
“Cuando se dieron cuenta que mi mesa tenía una tendencia a prosperar, gente con cara
de sentarse en la primera fila del teatro empezó enseguida a acercarle sus sillas; noche
tras noche se repetía la misma escena en un silencio absoluto interrumpido sólo a veces
por una tos o una risotada (...)”

“En el primer piso se encontraban sobre todo los „poetas del proletariado‟; esta
denominación abarcaba no solamente a los cantores de la clase obrera, sino aquellos
que, descendientes de clases sociales inferiores, se convirtieron en adoradores de
surrealismos, dadaísmos y otros ultramodernismos por el estilo, que servían para
disimular sus primitivismos y oscurantismos más esenciales (...)”
“Estos „poetas del proletariado‟ tomaban parte en discusiones pero no sin grandes
dificultades ya que generalmente no tenían más que un solo caballo para montar, por
ejemplo el marxismo, o la estética poética de Tadeusz Peiper, o bien el psicoanálisis,
mientras todos los demás caballos de la humanidad eran para ellos totalmente
desconocidos (...)”

El poeta polaco Tadeusz Peiper, uno de los principales animadores de la vanguardia


literaria polaca y fundador del movimiento “Awangarda Krakowska” fue el principal
introductor de la poesía ultraísta en Polonia. Peiper creía que un escritor debe parecerse
a un hábil artesano, planificando cuidadosamente todo su trabajo.
Líder de la vida literaria y de la llamada “Vanguardia de Cracovia” Tadeusz Piper
extendió su influencia a otras ciudades del renacido estado polaco independiente con sus
mensajes de optimismo civilizador y confianza en los éxitos de la ciencia, el
conocimiento y la técnica. A pesar de todo su vanguardismo tomó un camino distinto al
de los skamandritas del café Ziemianaka a los que no consideraba verdaderamente
innovadores.

“Es necesario reconocer, además, que en esa misma situación poco confortable se
hallaba la mayoría de los que frecuentaban el café Ziemianska; la ignorancia de esos
intelectuales era algo increíble: de un lío de lecturas y conceptos, de unos párrafos y
fragmentos asimilados a tontas y a locas, nacía un saber fantástico y proteiforme como
la nube de Falstaff (...)”
“En el piso superior estaban ya los „grandes nombres‟, autores y artistas cuyas acciones
se cotizaban aunque todavía no podían pretender la gloria. Y arriba de todo, incluso en
el sentido físico de la palabra, puesto que era un piso que se hallaba en un entresuelo,
elevado por encima de la muchedumbre, irradiaba su esplendor la musa de los
Skamandritas”

Sartre pasa gran parte de su vida y escribe la mayoría de sus obras en la atmósfera
impersonal del humo del cigarrillo, el olor de café, el entrechocar de tazas, los
fragmentos de conversaciones, y el ir y venir de un café parisiense. El Café Flore y el
Café Pont Royal se convirtieron con el transcurso del tiempo en la Meca de la filosofía
existencialista.
La atmósfera del café está tan arraigada en la mente de Sartre que incluso explica
teorías metafísicas en el más erudito de sus libros con ejemplos tomados de la vida de
café. Doscientos años antes ya decían que en París sabían como preparar esa bebida de
tal manera que engendrara el ingenio en aquellos que la tomaban. Por lo menos cuando
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salían de allí, todos ellos se consideraban cuatro veces más inteligentes que cuando
entraban.

“Frecuentar un café puede convertirse en un vicio, igual que el del vodka. Para un
verdadero adicto, el no acudir a su café a una hora determinada significa sencillamente
sentirse enfermo. En poco tiempo llegué a ser tan maniático que renuncié a todas las
demás ocupaciones de las tardes, como el teatro, el cine y la vida mundana (...)”
“Mi actitud en el café Ziemianska se caracterizaba por una desenvoltura que demostraba
claramente que no tenía necesidad de ganarme la vida con la pluma ni apresurar
nerviosamente mi carrera de escritor (...) Supongo que la cantidad de tonterías, absurdos
e idioteces proferidos por mí en el Ziemianska debería alcanzar unas cifras astronómicas
y, sin embargo, a través de todas esas locuras, se trasparentaba mi natural sentido
común y esa lucidez y ese realismo que siempre ha estado alerta en mí”

En las vísperas de la primera guerra mundial, cuando Europa estaba arrastrada por la
vanguardia, el proletariado, el surrealismo, el social realismo, el ocaso de la burguesía y
del feudalismo, Gombrowicz maniobraba en una mesa del café Ziemianska con su
abolengo: –Mi abuela es prima de los Borbones españoles. Realizaba también actos de
servidumbre, por ejemplo, le alcanzaba el azúcar a un poeta de clase social alta, y no al
mejor poeta que era de familia pobre.
Apoyaba la opinión de otro porque era de una familia de terratenientes: –La poesía es
muy importante pero ante todo te aconsejo que no seas provinciano. Aparecían algunas
protestas: –No, señores, el arte es un fenómeno esencialmente heráldico. Y así durante
meses, años, con la imperturbable lógica del absurdo.

Los otros chillaban y vociferaban pero, poco a poco, sucumbían; una ya decía que su
abuelo era terrateniente, otro, que la hermana de su abuela era del campo, otro más
empezaba a dibujar su blasón en la servilleta.
“¿Socialismo? ¿Surrealismo? ¿Vanguardia? ¿Proletariado? ¿Poesía? ¿Arte? No. Un
bosque de árboles genealógicos y nosotros a su sombra. Una tarde me dijo el poeta
Broniewski: –¿Qué está haciendo usted? ¿Qué sabotaje es éste? ¡Usted ha logrado
contagiar de heráldica hasta a los mismísimos comunistas! (...)”
“Y aquí, en la Argentina, estoy privado hasta de una café literario, de un grupito de
amigos artistas en cuyo seno puede acogerse en las ciudades de Europa cualquier
bohemio, innovador o vanguardista (...)”

“Yo me veía en el café Rex con mi amigo Eisler, a quien conseguía sacarle algunas
monedas ganándole al ajedrez (...) Hubo un tiempo más animado cuando emprendía la
audaz tarea de traducir...(...)”
El Café Flore y el Café Pont Royal fueron para Sartre lo mismo que lo fueron el
Ziemianska y el Rex para Gombrowicz, donde cada uno llenaba, o trataba de llenar, sus
alforjas vacías.
Gombrowicz no se sentaba a la mesa los skamandritas en el café Ziemianska, él actuaba
casi únicamente en la planta baja de los cafés, mientras las plantas más altas
prácticamente las ignoraba: –Oiga, dicen que es usted quien reina en el café
Ziemianska, y que no admite en su mesa a ninguno de nosotros.

“Efectivamente, era así, no los admitía, yo era profeta, charlatán y payaso, pero sólo lo
era entre seres iguales a mí, aún no del todo formados, sin pulir, inferiores..., a los otros,
a los honorables, a los pretenciosos, a los skamandritas con quienes no me podía
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permitir una broma, una mofa, una provocación, una tontería, a quienes no podía
imponerle mi estilo, prefería no tratarlos; ellos me aburrían a mí y sabía que yo también
los aburría a ellos (...)”
“Los poetas de Skamander eran conscientes de su lugar sólo hasta cierto punto,
conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar del arte en la vida.
Conocían su lugar en Polonia, pero ignoraban el lugar de Polonia en el mundo, ninguno
de ellos se elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”

Los cafés vendrían a ser algo así como la Palas Atenea de los griegos, entonces,
Gombrowicz, nada más que para llevar la contraria, prepara las armas y empieza a
cañonear a los cafés. Según su parecer algunos escritores son terriblemente charlatanes.
Sus libros son como su prensa literaria, y su prensa literaria como sus cafés, todo
revienta de charlatanería. Las obras de estos autores no nacen del silencio, se escriben
en los cafés, tienen el rasgo particular de la sociabilidad, una característica de las
personas que no tienen su propio hogar espiritual. Es estos cafés todas las voces tiene
más o menos la misma intensidad y el mismo color.
“Tiempo atrás, antes de la guerra, yo era, para la heroica izquierda polaca, un
lamentable literato de café..., pero hoy las opiniones y los papeles han cambiado un
poco”

El hombre se siente diferente según esté en un bosque sombrío, en un jardín podado a la


francesa, o en el piso cuadragésimo de un rascacielos. Los que escriben en los cafés
tienen los límites de su personalidad a la distancia que los separa de las mesas vecinas.
No hay en ellos ni rastros del empeño dramático de un solitario, les falta la angustia
metafísica nacida del silencio, el método y la disciplina de los laboratorios científicos.
Cada uno de ellos acaba allí donde comienza su vecino; muy cerca.
Algunos se dan cuenta y hacen lo posible para no parecer escritores de café, pero sus
convulsiones espirituales sólo van dirigidas a no parecerlo; por lo que se convierten de
nuevo en escritores de café, pero al revés. Un verdadero círculo vicioso. Hay un solo
remedio, partir espiritualmente sin moverse del sitio. Para cultivar el arte los hombres
de letras deben apoyarse en el arte, deben partir en busca del arte más alto para
encontrar en su naturaleza la propia naturaleza.

WITOLD GOMBROWICZ Y ANTONI SLONIMSKI

El sol del universo gombrowiczida sigue siendo “Ferdydurke”, sería útil pues conocer el
origen de este universo que despierta tantas inspiraciones entre los miembros del club.
“Después de haber acabado mi comedia „Ivona, princesa de Borgoña‟ que, si bien había
sido publicada en „Skamander‟, no tenía ninguna probabilidad de llegar al escenario en
razón de su modernidad, me puse a trabajar sobre una novela que jamás soñé que
llegaría a titularse „Ferdydurke‟ (...)”
“Empecé a escribirla en un estado de ánimo extraño, como de desdoblamiento. Se
arremolinaban en mí ambiciones, rencores dolorosos, me sentía irritado y vengativo, así
como deseoso de probar mis posibilidades, pero al mismo tiempo, mi sentido común
que por suerte nunca me abandonaba, me dictaba que no debía medir mis fuerzas por
mis intenciones, sino más bien mis intenciones por mis fuerzas (...)”
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“Comencé pues el esbozo de algo que yo concebía como una simple sátira, nada más
que me permitiera sobresalir por mi humor y tal vez, ése era mi sueño, igualar a Antoni
Slonimski, cuyo sentido del humor admiraba. Éstas eran mis perspectivas al escribir las
primeras treinta o cuarenta páginas (...)”
“Pero algunas escenas me salieron más fuertes... o tal vez más estrafalarias... la sátira se
inclinaba hacia lo grotesco, a lo desenfrenado hasta más no poder, hacia lo enloquecido
e insólito y eso nada tenía que ver con el humor de Slonimski. Decidí mantener toda la
obra en este espíritu, volvía a comenzarla desde el principio y de este modo, poco a
poco, empezó a nacer un cierto estilo que iba a absorber mis sufrimientos y rebeliones
más esenciales (...)”

“Menciono estos detalles porque en la mayoría de los casos sucede así: „elevando‟ el
texto al nivel de los fragmentos más logrados, se crea la forma de la literatura”
Estos detalles son descriptos en los diarios por Gombrowicz como una ultra actividad de
la forma que se desarrolla por sí misma en el acto de la creación literaria. Existe un
ascenso desde los primeros elementos individuales que crecen siguiendo la ley de la
acumulación formal, hasta la visión general que cierra el conjunto.
Una clase de esos elementos son frases sueltas y situaciones excitantes, de los que
sobreviven unos pocos. Esta función de control que el autor ejerce, eliminando buena
parte de los primeros miembros de un conjunto que se va formando, es muy importante
y está presente en todo el proceso.

Las frases y los elementos en estado caótico le impondrán al autor, por la propia
necesidad interna de la forma, una representación más amplia: escenas y una trama en
estado de nacimiento que sólo deben satisfacer las necesidades de la imaginación. En
este segundo momento, el caos inicial se reduce y aparecen con alguna claridad las
asociaciones y los elementos excitantes y misteriosos cuya acción se amplía; un
repiqueteo que el autor debe buscar siempre.
También aquí es necesaria la actividad de eliminación. Mediante este proceso de
control, el autor debe contrastar siempre el resultado con el sentido interior de su vida
que, sin embargo, no conoce. Los miembros de este conjunto, si es que la creación se
realiza de esta manera, es decir, si el autor evita la intervención pesada de las líneas de
realidad, adoptan un comportamiento que define su naturaleza y sus funciones.

Es aquí donde aparecen las escenas claves, las metáforas y los símbolos que ya apuntan
en una dirección determinada ante la que no se puede exclamar: ¡elimino! Del caos
inicial, por una acumulación de forma, se pasa a las escenas, a los personajes, a los
conceptos y a las imágenes que el proceso de control ya no puede eliminar, y lo ya
creado dictará el resto: “Tu principio debe ser el siguiente: no sé dónde me llevará la
obra pero, me lleve donde me lleve, tiene que expresarme y satisfacerme”.
El sentido interior de la vida es el ángel de la guarda que toma la palabra para
confrontar constantemente la imaginación con la realidad y para mediar en la lucha
entre la vida y la existencia: “Cuanto más loco, fantástico, intuitivo, imprevisible e
irresponsable seas, tanto más sobrio, responsable y dueño de ti mismo debes ser”.

Antoni Slonimski, poeta, dramaturgo, publicista, crítico teatral, uno de los fundadores
del grupo “Skamander”, autor de unas famosas crónicas semanales, es pues el origen del
universo gombrowiczida.
“Solonimski. Éste sí que nos salió bien, por fin había un escritor de verdad, plenamente
realizado (...)”
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“Los versos de Slonimski no me seducían, para mí su poesía eclosionaba en la prosa, en


sus crónicas: allí es donde se largaba contra todo y contra todos y donde se divertía, un
maestro en organizar comedias de las que él mismo era protagonista (...) Yo afirmo que
con él se educó una generación; no necesariamente hay que ser un dios para tener
adeptos (...)”

“Pero lo que considero importante y curioso es que la prosa de Slonimski,


probablemente la única prosa eficaz de la Polonia independiente, consistía en arrastrar
las alturas hacia abajo, hacia el terreno del sentido común y del pensamiento realista. Su
fuerza consistía en pinchar globos, pero eso no requiere mucha fuerza”
El sentido del humor que Gombrowicz admiraba en Slonimski fue apagándose poco a
poco con el paso del tiempo a medida que Europa se encaminaba inexorablemente al
desastre total. En el año 1947 Slonimski escribe un poema: “Elegía por los pequeños
pueblos judíos de Polonia” en el que no quedan ni rastros de su sentido del humor
“Han desaparecido esos pequeños pueblos/ Donde el viento unía los cánticos bíblicos/
Con las tonadas polacas y el lamento eslavo/ Han desaparecido esos pequeños pueblos/
Donde el zapatero era poeta, el relojero un filósofo/ Y el peluquero un trovador”

Gombrowicz explica en los diarios con mano maestra el por qué Slonimski cambió de
humor. La tesis de Gombrowicz es que Hitler se armó de una enorme audacia para
alcan-zar el límite del terror, y creció con el miedo ajeno. Aplicó el prin-cipio de que
ganaría el que tuviera menos miedo, y que el secreto del poder consiste en dar un paso
más, en aterrorizar al otro y aplastar-lo, tanto que el otro sea una persona o una nación;
ese paso más frente al que los demás exclaman: –No lo doy.
Quiso que una vida extremadamente cruel fuera la prueba definitiva de su capacidad de
vivir, y quiso también alcanzar la he-roicidad luchando contra su propio miedo. Se
prohibió la debilidad y se cortó la retirada, una estrategia absolutamente contraria a las
tácticas de Gombrowicz.

Es muy útil descomponer el ascenso de la forma desde la persona hasta la historia,


siguiendo el camino de Hitler. Primero se unió a un conjunto pequeño de indivi-duos y
se hizo líder de ese grupo reducido a partir de sus cualidades personales, y en esta
primera fase del proceso la idea era el instru-mento para conseguir el sometimiento del
otro. Hasta aquí, tanto el líder como sus subalternos estaban situados en un terreno
humano, po-dían renunciar. Aquí empieza a aparecer un factor decisivo: el aumen-to de
la cantidad cambia la dimensión, se hace inaccesible para un so-lo individuo. La forma
demasiado pesada y maciza empezaba a vivir su propia vida. Un poco de fe en cada
obediente se multiplicó por la can-tidad y se convirtió en una carga de fe peligrosa,
porque cada uno de ellos ya no podía saber cómo reaccionarían los demás, a los que no
co-nocía, si se le ocurriera decir: –Renuncio.

Hitler, reforzado por la cantidad y por la fe, había crecido, pero todavía no había nada
en su naturale-za privada ni en la de los otros que les impidiera tomar la palabra, y
decir: –Paso. La forma creció por su propia ley general y transfirió a una esfera superior
la acción de la conciencia individual: Hitler fue dejando de actuar con su propia energía
y utilizó la fuerza de la ma-sa, superior a la suya propia.
El grado de excitación entre el líder y sus subordinados creció en audacia y alcanzó tal
estado de ebullición que el conjunto se volvió terrible y superó la capacidad de cada uno
de sus miembros. En este continuo ascenso de la forma, el terror se a-poderó de todos,
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también del jefe, que entró en una dimensión extrahuma-na; ya nadie podía retroceder,
porque sus conductas habían sido trans-feridas de la región humana a la interhumana.

Gombrowicz introduce la idea teatral del artificio, una idea que denota todo su mundo.
Hitler finge ser más valiente de lo que es para forzar a los demás en esta carrera
enloquecida del crecimiento de la forma, pero de este artifi-cio nació una realidad que
produjo hechos. Las masas no pudieron sen-tir el carácter teatral de la actuación de su
líder, y una nación de millones de habitantes retrocedió aterrorizada ante la aplastante
vo-luntad de su jefe.
El jefe se vuelve grande con una grandeza extraña cuyo rasgo característico es que se
crea desde el exterior. Hitler se había partido en dos: un Hitler privado con
pensamientos y sentimien-tos simples estaba en manos del Gran Hitler, que se le
imponía desde afuera.

Una vez que estas transformaciones entraron en la esfera inter-humana, la idea ya no


funcionó, porque no era necesaria, era una aparien-cia detrás de la cual el hombre se
posesionó del hombre. Una mano blan-da que no hacía tanto tiempo tomaba un pincel
para hacer trazos sobre una tela se convirtió en una maza con la que se golpeó a la
historia.

WITOLD GOMBROWICZ Y STANISLAW PIASECKI

“Cuando conocí a Andrzejewski, éste frecuentaba a Stanislaw Piasecki, redactor del


semanario „Prosto z Mostu‟, y a su grupo. Muchos jóvenes escritores y poetas se
aglutinaban alrededor de „Prostu z Mostu‟, no porque fueran nacionalistas, sino porque
no se entendían con las Wiadomosci Literackie redactadas por Grydzewski según el
espíritu masónico y liberal, como se decía a la sazón (....)”
“Lo que me enervaba de Stanislaw Piasecki no era tanto su nacionalismo antisemita
recalcitrante, ni siquiera su fascismo, sino su naturaleza obtusa y vulgar. No tenía nada
de artista, ni tampoco poseía ningún olfato en este sentido; era de esa clase de políticos,
especialmente desagradables para mí, que operan en la cultura, en los confines de la
política y el arte (...)”

“Lo que quería era crear una fuerza política de escritores y artistas y efectivamente
reunió a su alrededor un grupo, por lo demás muy de segundo orden, pero en cambio
ruidoso e incluso escandaloso; ese montaje de Piasecki no conseguía más que bajar
nuestro nivel, ya de por sí nada alto, al menos un piso (...)”
“Al principio también coqueteaba conmigo, sobre todo porque no sabía bien quién era,
ya que no había leído nada mío, pero le habían llegado rumores de que yo andaba
suelto; los cortejos de Piasecki finalizaron cuando le di, a petición suya, un fragmento
de „Ferdydurke‟, en vísperas de su aparición, para que lo publicara en su semanario.
Tras haberlo leído se quedó de piedra, escupió, y en lugar de publicarlo me declaró la
guerra (...)”

Stanislaw Piasecki era un nacionalista patriota que había cruzado la línea de sombra del
miedo a la muerte que Gombrowicz no había podido cruzar, según él mismo declara en
“Recuerdos de Polonia”. Piasecki formó parte como voluntario del ejército de Pilsudski
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que derrotó al ejército bolchevique en la batalla de Varsovia en el año 1920. Detenido


por la Gestapo en diciembre de 1940, después de varios meses de tortura, fue fusilado
en un bosque en junio de 1941.
Polonia experimentó las convulsiones que producen el nacionalismo y el comunismo,
una fuerza demoníaca ejerció sobre sus habitantes una tensión que los convirtió en
marionetas. A Gombrowicz le echaban en cara que por no haber estado presente apenas
tenía una débil noción de cómo había sido la transición en Polonia del capitalismo al
comunismo.

A Jerzy Andrzejewski, en cambio, lo conocemos sobre todo por “Cenizas y diamantes”,


un estremecedor fresco sobre los últimos días de la ocupación nazi en Polonia y la
inmediata llegada del comunismo al poder. La novela tiene lugar durante los últimos
tres días antes de la capitulación alemana. La Polonia nacionalista y la socialista pugnan
por ocupar el poder del nuevo Estado.
La grandeza de “Cenizas y diamantes” reside, sobre todo, en la autenticidad histórica
que destila: la desorientación de los protagonistas, la desmoralización unida a la
esperanza, el pasado que se intenta borrar a toda costa, la lucha cotidiana por sobrevivir,
las camarillas de jóvenes que se juntan para defender unos ideales, los oportunistas de
todo pelaje, la ausencia de cordura.

Incluso el bien y el mal, el idealismo y el cinismo, se reparten en partes casi iguales


entre los distintos bandos. Como trasfondo aparecen las cenizas en las calles hecha de
las ruinas de la guerra mundial, y los diamantes y el lujo del Hotel Monopol, donde la
decadente aristocracia polaca vive sus últimos días entre matones y facciones políticas.
Gombrowicz vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad
política cuyas formas más representativas fueron el fascismo y el marxismo.
Las posturas políticas de Gombrowicz son ajustes de cuentas que hace entre el
individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las
condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El
propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más
resistente al abrumador predominio del estado y de las instituciones colectivas que
presionan sobre el hombre.

Gombrowicz se tomó un descanso de un cuarto de siglo alejándose de todas estas


tensiones que lo habían perseguido en Europa.
“Veinticuatro años de esta liberación de la historia. Buenos Aires: un campo de seis
millones de personas, un campamento de nómadas, una inmigración procedente de todo
el globo terráqueo: italianos, españoles, polacos, alemanes, japoneses, húngaros, todo
mezclado, provisional, viviendo al día... Los auténticos argentinos decían con
naturalidad „qué porquería de país‟, y esa naturalidad me sonaba a maravilla después de
la furia sofocante de los nacionalismos”
Aunque no con la misma intensidad que Polonia la Argentina también experimentó la
deformación que producía la tensión entre el nacionalismo y el comunismo.

El escándalo de Frondizi le resultó a Gombrowicz bastante instructivo. Los argentinos


estaban aturdidos, habían pasado del arrebato de entusiasmo, al temor y la rabia.
Gombrowicz estaba cayendo en la cuenta de que se había acabado la facilidad, el país
era tan rico que durante largos años había soportado la demagogia, la megalomanía y la
fraseología, así como toda clase de teorías magníficas, sin hablar de diversos negocios
turbios que habían prosperado en ese caldo de cultivo.
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A su entender había llegado la hora de enfrentarse cara a cara con la realidad, con el
enorme despilfarro que había realizado el régimen derrocado.
“La enorme energía acumulada en el capital internacional ha irrumpido en la Argentina,
un país que es casi tan grande como la mitad de Europa (...)”

“De modo que un ciudadano de a pie no entiende nada de nada y no sabe a qué atenerse.
Durante largos años le han dicho que todo eso era „explotación‟ e „imperialismo‟, y
ahora resulta que es la perspectiva de un nuevo bienestar y el remedio más eficaz contra
la anemia”
Los nacionalistas piensan que Frondizi los ha traicionado: –¿Qué es lo que, según
ustedes, se puede hacer?; –La revolución; –Bien. Pero, al llegar al poder... ¿qué
programa tienen para salir de la crisis?; –¿Programa? Bueno...
Era imposible seguir imprimiendo billetes sin el respaldo de la provisión de fondos,
pero el nacionalismo argentino, como todos los nacionalismos del mundo, es emocional
y no le gustan las cifras.

Según la manera de ver las cosas que tenía Gombrowicz se estaba produciendo una
guerra entre las cifras y los sentimientos, las fobias y las ilusiones. Los nacionalistas
habían conducido el país al aislamiento económico, una de las causas principales de la
crisis. En la Argentina existían varios tipos de nacionalismos y cada uno de ellos
deseaba un tipo distinto de dictadura para recuperar la dignidad.
Para los comunistas del país existían tres centros de poder: el ejército, la iglesia católica
y los sindicatos obreros. Las instituciones democráticas, como el parlamento y la corte
suprema, habían sido violadas tantas veces que carecían de prestigio. Los partidos
políticos y la opinión pública estaban desorientados, habían elegido un presidente de
izquierda y progresista y justamente él los había traicionado. El cambio de chaqueta del
presidente había provocado una confusión infernal en todo el país.

La tensión más dramática entre el nacionalismo de Polonia y el comunismo de la


Argentina Gombrowicz la vivió en una conferencia. Los argentinos habían empezado a
pasarlo de mano en mano: Gálvez se lo pasó a Capdevila, Capdevila a su hija
Chinchiana, Chinchina a sus amigas. En el año mortal de 1940 Gombrowicz flirteaba
con esas chicas que lo llevaban a los museos, lo invitaban con masas, mientras él les
retribuía con charlas que armaba sobre el amor europeo.
En ese año fatídico Roger Pla le había presentado a Antonio Berni y en la casa del
pintor dio una charla sobre el por qué y el cómo Europa había sentido el deseo del
salvajismo, y de cómo esta inclinación enfermiza del espíritu europeo podía
aprovecharse para la revisión de la cultura demasiado alejada de sus propias bases.

Pero le falló el estilo, las palabras que pronunció resultaron mediocres y Pla le reprochó
el tono sentimental de unos razonamientos ingenuos. Sin embargo, dos meses después
del derrumbe que había sufrido en la casa de Berni, Gombrowicz se anima a dar otra
conferencia que resultó famosa por el escándalo que se armó con los polacos. Decidió
rehabilitarse de su fracaso anterior e insistió con el tema: “Regresión cultural en la
Europa menos conocida”.
La dio en el Teatro del Pueblo invitado especialmente por su director, el escritor
Leónidas Barletta. Le adelantaron que era un teatro de primera clase, frecuentado por la
flor y nata del ambiente cultural de Buenos Aires, en vista de lo cual decidió preparar un
texto del más alto nivel intelectual.
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Otra vez planteó la cuestión de cómo la ola de barbarie que había invadido a Europa
central y oriental podía aprovecharse para revisar los fundamentos de la cultura. Leyó el
texto, lo aplaudieron y bastante contento volvió al palco reservado para él donde se
encontró con una joven bailarina y admiradora, muy escotada y con unos collares de
monedas.
Cuando estaba por retirarse con la bailarina observa que alguien se sube al estrado y
empieza a vociferar, lo único que puede distinguir con claridad es la palabra Polonia, la
excitación y los aplausos. Acto seguido sube otra persona, este participante pronuncia
también un discurso agitando los brazos mientras el público empieza a chillar y a
vociferar. Gombrowicz no entendía nada pero estaba contento de que su conferencia
hubiera despertado tanta animación.

Pero, de repente, los miembros de la Legación de Polonia abandonan la sala, parece que
algo andaba mal. Un escándalo, resulta que la conferencia fue aprovechada por los
comunistas allí presentes para atacar a Polonia. Una parte de la elite intelectual
argentina era medio comunistoide, y no exactamente la flor y nata de la intelectualidad
de Buenos Aires, de modo que su ataque a la Polonia fascista no se distinguió
precisamente por su buen gusto.
Barletta, igual que Gombrowicz, no podía digerir al Asiriobabilónico Metafísico, se
refería a él en forma despectiva. ...:“Cachafaz… Fracasado… El pobre Borges… Vate
criollo y vate septuagenario… Buscador de puestitos… Pergeñador de cuentos persas...
y lávese de toda esa mugre metafísica.”

Esta comunidad de opiniones respecto de Borges le encantaba a Gombrowicz y quizá


debido a esto pasó por alto que Barletta era también un hombre de izquierdas. Sería
injusto hacer responsable a Barletta de lo que ocurrió ese día en el Teatro del Pueblo,
hay que decir sin embargo que Gombrowicz se las vio mal y pasó verdaderos apuros. Al
día siguiente de la conferencia que había dado en el Teatro del Pueblo fue a la Legación
de Polonia donde lo recibieron en forma fría, como si fuera un verdadero traidor.
En vano les explicó que el director del teatro, el señor Barletta, no le había informado
que era costumbre seguir las conferencias con un debate y que, por otra parte, no podía
considerar como comunista a ese señor pues él mismo se hacía pasar por un ciudadano
honrado, ilustrado, progresista, adversario de los imperialistas y amigo del pueblo.

Pero lo peor fue lo de la bailarina: su colorete, sus polvos, su escote pronunciado y el


collar de monedas hicieron aparecer a Gombrowicz como un cínico en un momento en
el que Polonia ardía en llamas. Hasta la prensa polaca de Estados Unidos se puso verde
con esta metida de pata.

WITOLD GOMBROWICZ Y KAROL SZYMANOWSKI

“Aparte de los pilsudskistas, de las esferas gubernamentales y políticas, frecuentaban la


casa de Nalkowska representantes del mundo de la literatura y del arte, por ejemplo,
Karol Szymanowski, a quien desgraciadamente no le había agradado en absoluto mi
pequeño volumen de cuentos (...)”
Cuando Gombrowicz quería sensualizar, erotizar o sexualizar alguna situación en la
vida real o en la literaria recurría a los mitológicos runrunes del “templo poco claro” o
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del “ligeramente dudoso”, por ejemplo, pero cuando quería enfatizar sus propias
tendencias homoeróticas era infaltable la referencia que hacía al músico polaco, “el
inolvidable Karol, el Rey de los Putos”, aunque esta última expresión la manejaba más
privadamente. Szymanowski lo quería a Gombrowicz y le daba plata cuando se la pedía.

Karol Szymanowski, el músico más importante de Polonia del siglo XX también era
escritor. Su novela “Efebos”, traducida al ruso por el mismo Szymanowski, le fue
regalada de su propia mano a Boris Kochno, su amante de quince años: “En „Efebos‟
expresé mucho, quizás todo lo que tengo que decir en esta materia, materia que es para
mí muy importante y hermosa”
Szymanowski tuvo influencias de Richard Strauss, Alexander Scriabin y del
impresionismo de Claude Debussy y Maurice Ravel, también de Frédéric Chopin y de
la música folclórica polaca: “Szymanowski no adoptó ninguna alternativa a la
organización tonal... las tensiones armónicas, las distensiones y el fraseo melódico
tienen claros orígenes en procedimientos tonales, pero... un marco de base tonal está
casi o totalmente disuelto”

La homosexualidad de Karol Szymanowski era galante y mundana, del tipo de la de


nuestro Manuel Mujica Láinez, la de Gombrowicz en cambio era dramática y
metafísica. Si dispusiéramos de un poder sobrenatural que nos permitiera sintetizar en
una sola palabra el paso de Gombrowicz por la Argentina debiéramos elegir la palabra
Retiro.
Así como Gombrowicz utilizó el culo para empezar a desestructurar todos los disfraces
con los que se nos aparece la forma, al cigarrillo para destruir a la pintura en todas sus
manifestaciones, a la mano para comprender la naturaleza de los alemanes cuando
estuvo en Berlín, utilizó a Retiro para comprender su relación especial con la Argentina
y su homosexualidad.

Tan importante era Retiro para él que cuando tuvo en sus manos el primer ejemplar de
la versión argentina de “Ferdydurke” hizo una peregrinación a Retiro y le ofrendó su
obra más querida a la Torre de los Ingleses. Retiro se le convirtió en un recuerdo cruel y
patético, en un representante de su propia catástrofe, la catástrofe de Polonia y la
catástrofe de Europa.
“El secreto de Retiro, un secreto realmente demoníaco, consistía en que allí nada podía
llegar a la plenitud de su expresión, todo tenía que estar por debajo de su nivel, y de
alguna manera en su fase inicial, inacabado, inmerso en la inferioridad..., y, sin
embargo, aquello era precisamente la vida viva y digna de admiración, la encarnación
más alta de las cosas accesibles para nosotros (...)”

“Podría decir que buscaba al mismo tiempo la juventud propia y la ajena. La ajena,
porque aquella juventud en uniforme de marinero o de soldado, la juventud de aquellos
corrientísimos muchachos de Retiro, era inaccesible para mí; la identidad del sexo y la
falta de atracción sexual excluían cualquier posibilidad de unión y posesión (...)”
“Algunos verán en mi mitología del joven la prueba de mis inclinaciones homosexuales;
pues bien, lo admito, es posible. No obstante, deseo hacer una pequeña observación ¿es
del todo seguro que el hombre que parezca más hombre permanece insensible por
completo ante la belleza y la juventud del muchacho? Y todavía más, ¿es posible decir
que la homosexualidad, milenaria, extendida, siempre renaciente, no es otra cosa que
extravío? (...)”
69

“Y si ese extravío es tan frecuente, si se halla tan universalmente presente, ¿no es acaso
porque prospera sobre el terreno de una atracción innegable? ¿No parecen ocurrir las
cosas como si el hombre, seducido para siempre por el joven y a él sometido, procurase
refugiarse en los brazos de una mujer porque ésta representa para él, a fin de cuentas,
una juventud? Hay mucha exageración en todo ello, pero también una pequeña parte de
verdad”
¿Qué extraña inspiración me llevó a acusar a Gombrowicz de homosexual si yo sabía
que era homosexual? Y no solamente lo sabía yo, nadie podía dejar de saberlo porque,
aunque tenía vergüenza de ser homosexual, tanto en el diario, como en la vida corriente,
como en todo lugar y forma en que pudiera dejar señales, no se cansaba de declarar que
era homosexual.

Yo creo que en este caso me perdieron los detalles. Las encargadas de la casa de
Venezuela 615, donde Gombrowicz vivió dieciocho años, desde l945 a l963, eran unas
mujeres muy chismosas. Elsa Schultze y su hija Irmgard, al principio, cuando iba a
retirar la correspondencia de Gombrowicz, me hablaban muy bien de él, yo siempre
estaba con el oído muy atento a la espera de alguna noticia truculenta.
También yo soy medio chismoso, pero nada, me lo presentaban como a un caballero de
modales muy cuidados. Sea porque se acostumbraron a verme y me perdieron el miedo,
sea porque se dieron cuenta de que yo estaba esperando de ellas otros relatos, o sea por
lo que fuere, la cuestión es que poco a poco me empezaron a hablar de los escándalos,
de los marineros y de... los detalles.

Una cosa era para mí pensar en un homosexual abstracto y otra muy distinta en casi
verlo acostado con un marinero, tan crudas y vívidas era las imágenes que surgían de los
relatos de las alemanas, las putas conventilleras y atorrantas, como las llama
Gombrowicz. Y el cotejo de un homosexual abstracto y un Gombrowicz encamado con
la marinería me llevó a la ruina, se apoderó de mí un estado de confusión moral
increíble que me tomó la mano y me escribió la carta.
Es probable también que yo haya buscado echar leña al fuego azuzándolo a Quilombo
para que me mostrara la carta en la que Gombrowicz habla de su sodomía, la cuestión es
que caí en un pozo de aire y nada en el mundo pudo detener la caída, ni siquiera el
tiempo que tenía para reflexionar mientras escribía la carta.

“La confección de estos recuerdos ha estado influida por el hecho de que la policía de
Buenos Aires ha llevado a cabo una gran purga contra los homosexuales. Han sido
arrestadas centenares de personas. ¿Pero qué puede hacer la policía contra una
enfermedad? ¿Es capaz de arrestar un cáncer? ¿O multar el tifus? Sería mejor, pues,
descubrir al sutil bacilo de la enfermedad que sofocar los síntomas. Pero, ¿quién está
enfermo? ¿Acaso sólo los enfermos? ¿O también los sanos? No comparto la estrechez
mental que no ve en ello más que un degeneración sexual. Degeneración, sí, pero que
tiene su origen en el hecho de que las cuestiones de la edad y de la belleza no son
suficientemente transparentes y libres en la gente normal. Es una de nuestras
debilidades e impotencias más graves. ¿No sentís que en este campo también vuestra
salud se vuelve histérica? Estáis encorsetados, amordazados: sois incapaces de
confesar”

Esta forma dramática y metafísica de la homosexualidad de Gombrowicz contrasta con


la galante y ligera de Manuel Mujica Láinez a la cual se refiere el Asiriobabilónico
Metafísico en un relato que le hace al Dandy.
70

“Durante la comida, continuamente Manuel Mujica Láinez venía de su asiento a nuestra


parte de la mesa. El propósito de estos viajes, que Mujica no ocultó, era tocar la nuca de
un muchacho que lo emocionaba. 'Se parece a Belgrano', exclamó Mujica Láinez.
'¿Usted, Manucho, admira a Belgrano?', preguntó Wally Zenner. '¿Cómo no voy a
admirarlo? –replicó–: con esos muslos y con esas caderas' (...)”

WITOLD GOMBROWICZ Y PIRIAPOLIS

Piriapolis se convirtió para Gombrowicz en un lugar de experimentaciones en el que


puso en apuros a Eduardo González Lanuza, y también a mí. La casa de González
Lanuza en Piriapolis fue un lugar de maniobras en el que Gombrowicz se introdujo
cuanto quiso sin que nadie lo llamara. Acostumbraba a caracterizar estas intrusiones
estrafalarias en la correspondencia que mantenía con nosotros.
“Está aquí González Lanuza que huye ante mí tal un conejo ante un león embravecido,
pero no tiene donde escaparse así que lo agarro y lo jodo”
En una de esas tardes de Piriapolis armó un escándalo con sus provocaciones en una
reunión que Lanuza tenía con sus amigos, quedó él mismo tan alterado que ya a solas,
cuando estaba cenando en el restaurante, no podía sujetar los cubiertos de los nervios
que tenía.

El pobre González Lanuza, miembro ilustre de la Academia Argentina de Letras, que


quería parecer una persona respetable, de repente se dio cuenta que a esa augusta
sociedad de escritores había entrado un mono por la ventana que les saltaba de un lado a
otro y no lo podían atrapar. El mono, nacido en Polonia, con el tiempo llega a tenerles
cariño y confianza a esos desgraciados y los empieza a morder.
Y los pobres hombres de letras tranquilizados a duras penas después de muchos años de
lucha con su neurastenia y con sus infortunios, no saben qué hacer. Mientras
paseábamos por los bosques de Piriapolis con Madame du Plastique, Gombrowicz
trataba de desentrañar cuáles eran los límites de la realidad, ¿por qué este árbol
terminaba aquí y no allá?

¿Y por qué luego empezaba la tierra?, ¿por qué no era todo un continuo?, ¿cómo es que
se establecen los límites de la realidad?, a él le parecía que se formaban artificialmente
o, mejor dicho, por una intervención violenta de la voluntad. De repente, Gombrowicz
se detiene bruscamente delante de un arbusto, y pregunta: –¿Qué es esto?; –Un arbusto,
dice Madame du Plastique; –No, no.
Nos quedamos abstraídos mirando el arbusto. Cuando el silencio nos empezó a
incomodar, dije: –Es el presentimiento de la forma. Gombrowicz se puso de rodillas,
juntó las manos como si fuera a rezar y empezó a adorarme como si yo fuera el Dios
mismo. Claro, el arbusto es una planta indefinida, una planta que no llega a ser un árbol,
y la forma es una línea, es como el límite de la realidad.

El arbusto tenía pues, para los propósitos manifiestos de Gombrowicz, una naturaleza
esfumada, el arbusto tenía límites pero no tanto, pertenecía también a ese continuo
donde las cosas están indiferenciadas. ¿Un arbusto no venía a ser entonces algo así
como un presentimiento de la forma?
71

Como yo conocía lo que andaba buscando Gombrowicz respecto a “Cosmos”, una obra
que había empezado a escribir en ese año y que le costó mucho trabajo terminar, no me
fue tan difícil hacerlo arrodillar. Viajamos a Piriapolis en un buque elegante que hizo el
trayecto entre Buenos Aires y Montevideo en una noche estrellada. A bordo de la nave
no pasó gran cosa, salvo la proposición que me hizo Gombrowicz de que nos
contáramos la vida y nos tratáramos de tú.

Esta idea sorprendente me dejó de una pieza, cuando recuperé mi compostura me negué
con mucha cortesía pero no sin cierta intranquilidad. Es una pena que no haya escrito yo
también mi propio diario, a estas horas podría recordar con más detalle lo que realmente
ocurrió en Piriapolis, pues Gombrowicz, en el suyo, le dio rienda suelta a su
imaginación, al punto que lo comienza narrando nuestro viaje en avión, a pesar de que
lo habíamos hecho en barco.
Cuenta que habíamos viajado a mil quinientos metros de altura unos cincuenta pasajeros
en total que, según se le ocurre a él, hubieran sido una cantidad diferente si estuvieran
en tierra. Divisa desde el avión una eczema de cinco millones de individuos que se
alejan de nosotros a quinientos kilómetros por hora.

Promediando el vuelo se puso a hacer cálculos. Si bien el viaje de doscientos diez


kilómetros lo íbamos a hacer en veinticinco minutos, la duración total, con revisión de
valijas y verificación de papeles, sería de ciento ochenta minutos, exactamente. Llegado
a este punto se imagina una igualdad.
El número de kilómetros era igual al número de pasajeros más ciento sesenta minutos,
un cálculo que somete a mi consideración y al que yo completo con reflexiones sobre el
fenómeno de la cifra y la cifra del fenómeno. Cuando salíamos de la aduana a
Gombrowicz se le ocurrió que yo hablaba demasiado, que había hablado casi sin parar
durante todo el vuelo, aunque no estaba del todo seguro de que esto fuera así porque las
hélices hacían mucho ruido.

Antes de subir al ómnibus se puso a observar un bulto que llevaba un pasajero del que
goteaba vodka; entre la altitud y la vodka que goteaba quedamos un poco aturdidos, yo
terminé saltando del ómnibus pues me había olvidado la valija en tierra. Gombrowicz
llegó solo a Piriapolis a las cuatro de la tarde. En la casa se topó con unos alambres en
los que los habitantes colgaban la ropa, una situación que presagiaba un futuro incierto.
“Era una casa construida en un bosque de pinos, muda como un pescado petrificado, en
la perspectiva gótica de árboles y de ese desierto donde las guirnaldas de telas y de
lencería de hombre y mujer representaban para mí, en ese momento, después de mis
recientes tribulaciones –dudo que esto resulte claro–, una especie de atenuación de la
cantidad humana, una substitución, o una real decadencia... un espectro pálido de la
locura, algo lunar... mórbido...”

En la habitación se pone a mirar tres botellas de vino, hace unas consideraciones acerca
del alcohol que se le había subido a la cabeza cuando vio la vodka que goteaba, y se
pone en guardia pues tiene el presentimiento de que lo que le va a ocurrir en Piriapolis
va a ser tan sólo una farsa. Una niña de ocho años se nos aparecía como la representante
del otro lado de la casa y nos servía el almuerzo. A Gombrowicz le gustaba que los
otros se le aparecieran de esa forma atenuada y reducida. De nuestro lado, en el dominio
del bosque, no hay más que ropa tendida en los alambres.
72

“Pero nuestro encuentro con la farsa todavía no se ha engendrado (...) la cuestión es


saber si todo esto es farsa, si nosotros mismos figuramos dentro de esa farsa, si yo fuera
de color gris agregaría: una farsa como esas camisas y esos calzoncillos”

Sospechaba que yo tenía el hábito de hacer farsas, que ese proceso se estaba elaborando
en mí, por lo que se alegraba de esa propiedad genial y fructuosa que tiene la literatura,
esa libertad que le permite al escritor construir tramas como si eligiera senderos en el
bosque sin saber dónde lo llevan y qué le espera.
“Gómez lleva a su boca un vaso de curasao. Me confía con una sonrisa que no encontró
hasta el momento en toda Piriapolis una sola persona que hable, nosotros somos los
únicos...”
A medida que hacemos excursiones el presentimiento de la farsa se le va acrecentando.
“Fuera de aquí, fuera a la farsa, No. No. ¡Fuera! ¿Pero por qué se pega así a mí? La
botella mea pero el calzoncillo seca. Fuera de aquí. Fuera farsa. Por qué se pega a mí
esta Farsa... por qué me invade como un parásito... hija de perra... Farsa... Fuera”

Relata nuestras conversaciones y discusiones interminables sobre los asuntos más


abstractos: las formas de la afirmación, los límites del hermetismo, el número pi, la
ingenuidad de la perversión, la tragedia seca y viscosa, el sujeto del prefijo “ex”, el
carácter maníaco de la física, la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, el
principio de corporalidad.
Pero la farsa lo empieza a golpear sin piedad. En medio de la oscuridad la farsa se le
dibuja en la ropa colgada que parece una bandera envenenada, una bandera de los que
están del otro lado, a quienes reconoce bajo la forma de calzoncillos y de camisas. La
farsa le muestra los dientes. No quiere discutir más conmigo, no quiere mezclarse con
ninguna farsa, sabe que si responde a la farsa con la farsa está perdido, debe cuidar la
seriedad de su existencia.

Si tiene que ser cómico, que lo sea sólo exteriormente, no en su interior. Él, en su
centro, debe quedarse imperturbable como Guillermo Tell, con la manzana de la
seriedad sobre su cabeza.
“He aquí que todo termina. Dejé Piriapolis el 31 de enero y, vía Colonia, llegué a
Buenos Aires en el mismo día, a las once y media de la noche. Gómez se había ido
antes, lo habían llamado por telegrama desde la universidad. No sabré pues jamás qué es
lo que realmente pasó en Piriapolis”
En el diario de Piriapolis Gombrowicz escribe que estuvimos en ese balneario uruguayo
a caballo de los años 61‟ y 62‟. Al año siguiente me propuso otra vez unas vacaciones
en Piriapolis.

No acepté, y para sacarme el problema de encima, Gombrowicz no se daba por vencido


tan fácilmente, inventé un compromiso anterior con Roberto Cebrelli (Beto), según le
dije íbamos a pasar las vacaciones en Mar del Plata. Si le hubiera advertido a Beto de
esta mentira no hubiera pasado nada, pero no le advertí.
La cosa es que una noche en La Fragata le preguntó a mi amigo cómo nos había ido en
Mar del Plata, como yo no estaba presente Beto le dijo que nosotros no habíamos estado
en Mar del Plata, más todavía, le dijo que no habíamos veraneado juntos. Al día
siguiente, y a solas, se armó un lío tremendo, yo me retiré completamente ofendido y
Gombrowicz también. Y aquí hubiera terminado todo, ninguno de los dos iba a dar el
brazo a torcer, y adiós para siempre a Gombrowicz...
73

Pero, el destino no estaba todavía preparado para que nuestra relación terminara ahí, y
postergó dos años más una ruptura que, de un modo o de otro, parece que tenía que
ocurrir. Matías Straub, el Galimatías, hizo de mediador y recompuso la relación un par
de semanas antes de su partida a Europa. La cosa es que cuando Gombrowicz se fue de
la Argentina para Berlín existía una tensión afectiva latente en nuestra relación que casi
explota con el segundo Piriapolis frustrado. Los últimos días que pasó entre nosotros
fueron confusos e interminables para mí, en medio del vacío y de una gran tristeza
también me iba apareciendo algo extraño, algo parecido a un alivio.

WITOLD GOMBROWICZ Y JÓSEF STALIN

“La diferencia entre nosotros y Europa occidental en cuanto se refiere a ese proceso de
liberación creciente de las costumbres, consistía probablemente en que en aquellos
países que proporcionaban un sentido de mayor seguridad, se procedía de forma más
racional, más reflexiva, mientras en Polonia era todo mucho más oscuro, intuitivo,
dramático (...)”
“Los jóvenes ingleses leían a Wells, criticaban los conceptos antiguos en nombre de una
nueva visión del mundo, científica, atea, que reconocía el derecho de la mujer al amor
libre; en Polonia la transformación se producía por sí misma, ya que hasta los mocosos
captaban de alguna manera, fuera de la retórica oficial, los indicios secretos de la
tragedia que se avecinaba (...)”

“Boy Zelenski proporcionaba una base racional a sólo unos cuantos, bien pocos,
mientras el resto adoptaba las nuevas costumbres, no por razones determinadas ni
porque estuvieran bajo la influencia de las teorías estalinistas o hitlerianas, sino más
bien por miedo a Stalin y a Hitler”
Todos los hombres, según sea el lugar donde nazcan, empiezan a tener desde jóvenes
algún sentimiento negativo hacia alguna nación, pueblo o religión. La geografía y la
historia pusieron a los polacos en el trance de temer y de odiar a los alemanes y a los
rusos. Gombrowicz tenía la sensación de que Berlín y Moscú, igual que lady Macbeth,
se lavaban las manos sin cesar. El diablo y el mal son socios desde que Dios creó el
mundo, una sociedad que preocupaba mucho a Gombrowicz.

Su adolescencia estuvo marcada por la guerra y por los acontecimientos de 1920,


cuando el ejército bolchevique invadió Polonia, llegando hasta Varsovia. El recuerdo
del paso de los ejércitos, los incendios, los campos asolados por la guerra, están
presentes en “El diario de Stefan Czarniecki”.
“En la época de la Primera Guerra Mundial, creo que el frente pasó cuatro veces por
nuestra casa, avance, retroceso, avance, retroceso, el fragor lejano y luego cada vez más
próximo el cañón, los incendios, los ejércitos que se retiran, los ejércitos que avanzan, el
tiroteo, los cadáveres junto al estanque, y también los prolongados altos de los
destacamentos rusos, austríacos y alemanes. Nosotros, los muchachos, nos la
pasábamos en grande recogiendo cartuchos, bayonetas, cinturones, cargadores. El
excitante olor de la brutalidad lo invadía todo (...)”

La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable por


Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba solemnemente
74

sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera el resultado de la


guerra. Al otro lado de aquel frente estaba la Europa que le despertaba la nostalgia,
mientras los rusos y los alemanes eran para él una realidad de segunda categoría.
En el año 1918 esa barrera se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse en Polonia poco
a poco, un cambio que significó tanto para Gombrowicz como la recuperación de la
independencia. De la terrible experiencia de la guerra guardó especialmente el miedo,
un miedo al que se le agregó otro miedo aún más terrible y doloroso: el pavor al servicio
militar.

“(...) En ese año de 1920 era un ser distinto a los otros, aislado, viviendo al margen de la
sociedad (...) y sucedió así porque no supe cumplir mis deberes con la nación en el
momento que una terrible amenaza se cernía sobre nuestra joven independencia (...)”
El valor de la patria se le transformó a Gombrowicz. cuando los rusos llegaron a las
puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando del mariscal
Pilsudski en el año 1920.
Los jóvenes se alistaban como voluntarios y sus colegas se paseaban en uniforme por
las calles, pero Gombrowicz permaneció en su casa. Esa ruptura con el grupo y con la
nación surgió en el año memorable de la batalla de Varsovia, y lo obligó a buscar su
propia senda y a vivir por su cuenta.

Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras lo impulsaron a la


anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria por la presión que ejercía sobre los
individuos. Aunque estaba lejos todavía de dominar intelectualmente estos difíciles
problemas empezó a comprender que en Polonia el precio de la vida humana era bajo.
“Tenía miedo de Polonia (...) La única razón de mi zozobra era indudablemente el que
sintiera que pertenecíamos a Oriente, que éramos Europa oriental y no occidental, sí, ni
el catolicismo, ni nuestra aversión hacia Rusia, ni las uniones de nuestra cultura con
Roma y París, nada podían hacer contra esa miseria asiática que nos devoraba desde
abajo... toda nuestra cultura era como una flor pegada a la piel de cordero de un abrigo
campesino”

Mientras Gombrowicz padecía todas estas tribulaciones respecto a Polonia Jósef Stalin
consolidaba su poder absoluto. Desde 1928 impulsó una política izquierdista
denominada de “clase contra clase”, que provocó un conflicto frontal con la
socialdemocracia europea, lo que facilitó el ascenso de Hitler al poder. Algunos jerarcas
de la Komintern llegaron a celebrar el ascenso de Hitler a la cancillería como la muestra
de que el capitalismo había llegado a su estadio final según las predicciones de Marx y
estaba maduro para derrumbarse.
La evidencia del error se fue haciendo tan grande que finalmente, en el año 1935, Stalin
giró hacia una nueva política exterior para acercarse a las democracias occidentales y
tratar de frenar el expansionismo nazi, una nueva dirección política que tuvo su mayor
manifestación en los frentes populares en Francia y en España.

La política de apaciguamiento y su desarrollo posterior, el pacto de Munich,


precipitaron un cambio radical en la política soviética. Era un cambio en el que Stalin
había venido pensando bastante tiempo antes, la búsqueda de un acuerdo con Hitler.
Esta política marcó un nuevo rumbo que desembocó en el pacto de no agresión
germano-soviético.
La consecuencia inmediata de este pacto fue que en septiembre de 1939, Hitler, tras
repartirse las influencias en la Europa oriental con Stalin, se lanzara a la invasión de
75

Polonia. El enfrentamiento entre el nacionalsocialismo y el comunismo soviético había


sido simplemente pospuesto. El pacto de no agresión que Stalin firmó con Hitler en
1939 no impidió la invasión alemana de 1941.

Stalin participó en las conferencias de Teherán, Yalta y Potsdam, en las que se organizó
el reparto del mundo en dos bloques ideológicos. Stalin ha pasado de ser considerado un
mito del socialismo internacional a estar incluido en la nómina de dictadores
irracionales del siglo XX. No en vano se conoce como estalinismo al régimen político
caracterizado por el rígido autoritarismo comunista.
El pacto de no agresión que firmaron Hitler y Stalin tuvo una consecuencia inesperada
para Gombrowicz: se quedó un cuarto de siglo en la Argentina.
“(...) Cuando llegamos a Buenos Aires la situación internacional parecía distenderse.
Pero al día siguiente de nuestra llegada, los telegramas de Moscú y de Berlín que
anunciaban el pacto de no agresión entre Alemania y Rusia cayeron sobre el mundo
como un cañonazo (...)”

“¡Era la guerra! Una semana más tarde, las primeras bombas alemanas caían sobre
Varsovia. Seguía viviendo en el barco con mi amigo Straszewski. Al enterarse de la
declaración de la guerra, el capitán decidió regresar a Inglaterra (ya no se podía pensar
en llegar a Polonia). Straszewski y yo celebramos un consejo de guerra. Él optó por
Inglaterra. Yo me quedé en la Argentina”
El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo la sustitución
de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Si por su situación geográfica y
por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada entonces
había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. En la relación de los
polacos con el mundo había algo malo y alterado, como artista Gombrowicz se sentía un
poco responsable de esa fatídica leyenda polaca con la que había que terminar de una
manera u otra.

A pesar de que estaban encerrados en una maraña de quimeras y de fraseología los


polacos se hallaban al mismo tiempo muy cerca de la realidad cruda, esa realidad que
rompe los huesos. Gombrowicz creía en el poder purificador de la realidad, pero no de
una realidad polaca, sino de una realidad más fundamental, la realidad humana,
sencillamente.
“En Polonia mi situación depende de lo que se le antoje al gobierno: Durante el régimen
stalinista fui proscripto y la prensa en general no se atrevía ni a mencionar mi nombre.
En 1947, con el advenimiento de Gomulka al poder, se permitió la edición de casi todos
mis libros, pero poco después fui puesto nuevamente en el Index. Creo que se dieron
cuenta de que habían cometido un error considerándome un pájaro raro cuyos
complicados cantos eran inofensivos (...)”

“En una nación sometida a una modalidad espiritual muy simple como Polonia, crece la
necesidad de lo difícil, del sendero que se aparta y busca su propia salida. La aparición
de mis libros dio oportunidad para una descarga violenta de un espíritu demasiado
amansado. Mi modo de escribir privado, personal, por ser apolítico, resultó bastante
perjudicial para la política (...)”
La presión contra la patria va creciendo en Gombrowicz hasta que se manda la
blasfemia increíble del comienzo de “Transatlántico”. Pasados diez años de escritas
estas páginas en las que maldice a Polonia, pone en el diario que en ese barco, en
76

“Transatlántico”, había regresado a su patria y se había convertido en un ciudadano. La


patria, como a Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu polaco.

Y la patria lo llama nuevamente cuando se va de la Argentina y lo sorprende diciendo


que no se había desnacionalizado, que seguía siendo tan polaco como el primer día.
“¡Volved, compatriotas, marchad, marchad, marchad a vuestra nación! ¡Marchad a
vuestra santísima y tal vez también maldita nación! (...)”
“¡Volved a ese santo monstruo oscuro y baboso que está reventando desde hace siglos
sin poder acabar por fin de reventar! ¡Volved a ese santo engendro vuestro, maldito por
la naturaleza, que no ha dejado un solo momento de nacer y que, sin embargo, continúa
nonato! ¡Marchad, marchad para que él no os deje ni vivir ni reventar y os mantenga
siempre entre le ser y la nada! !Marchar a esa santa babosa para que os vuelva más
moluscos! (...)”

“¡Volved a vuestra demente, a vuestra loca y santa y ay, tal vez maldita aberración para
que con sus saltos y sus locuras os torture, os atormente, os inunde de sangre, os
ensordezca con sus gritos y rugidos, os martirice con su suplicio, así como a vuestros
hijos y a vuestras mujeres, hasta la muerte, hasta la agonía, y que ella misma en la
agonía de su demencia os enloquezca, os peturbe!”
No hay obra más cerca del derrumbe que “Transatlántico”. La literatura tiene paredes en
las que rebota como si fuera una pelota, con el lenguaje y con el objeto. Las montañas
de sufrimientos, el horror y el vacío son objetos que la literatura no debe abordar por la
vía directa. Pero la guerra era el objeto de “Transatlántico” y Gombrowicz tenía que
hacerlo desaparecer.

En las cumbres no hay nada, nieve, hielo y rocas, en cambio hay mucho por ver en el
propio jardín. Las montañas de sufrimiento, el horror, el vacío, son objetos que la
literatura no debe abordar por la vía directa, sólo nos podemos aproximar a ellos a
través del mundo entero y de la naturaleza humana en sus aspectos más fundamentales.
La inobservancia de estos límites llevaron al fracaso a los escritores, pues los objetos no
fueron alcanzados. Al fracaso le sucedió un sentimiento de culpa, y cuando se sintieron
ruines cayeron en la frivolidad.
“Cuando te acercas con la pluma en la mano a las montañas de sufrimientos de millones
de seres, te invade el miedo, el respeto, el horror, la pluma te tiembla en la mano, y tus
labios no son capaces de emitir más que un gemido”

Pero ni con los gemidos ni con el vacío se hace literatura. La actitud honesta es no
esforzarse en vivir algo que no se puede vivir, es preguntarse por qué esas vivencias nos
resultan inaccesibles. Los polacos no han experimentado la guerra. Han experimentado
únicamente el hecho de que la guerra no se puede experimentar, experimentar
plenamente, agotarla como experiencia.
Sartre dice que durante la ocupación alemana la elección que cada uno hizo de su vida
fue una elección auténtica, porque fue hecha cara a cara con la muerte, a pesar de que
los agonizantes y los vivos no hablaban el mismo lenguaje y poco podían hacer para
comunicarse los unos con los otros. El problema del doble lenguaje es un rasgo que
Gombrowicz tiene en común con los existencialistas, en la forma del pensamiento y en
el carácter de la literatura.
77

WITOLD GOMBROWICZ Y LAS TÍAS CULTURALES

“En „Ferdydurke‟, esa novela que escribí llegando ya a mis treinta años y que constituye
mi ajuste de cuentas con el mundo, hay un fragmento sobre las „tías culturales‟, a las
que considero una calamidad aún peor que las tías normales, las de la familia. De veras,
esas tías culturales me han hecho de todo (...)”
“Y si de la señora Nalkowska guardo un recuerdo lleno de agradecimiento, es porque
fue una de las pocas mujeres de letras que no me trataban con una indulgencia de tía,
desde la altura de su saber de tía literaria. Es cierto, respiro con alivio al recordar la
inteligencia tranquila y acertada de esa mujer eminente, las otras me consideraban
generalmente o bien como un mocoso insoportable o bien como un demonio o, más a
menudo, como un pedante deseoso de impresionar con su forzada originalidad (...)”

Zofia Nalkowska en Varsovia, tanto como Victoria Ocampo en Buenos Aires, fueron
damas que convirtieron a sus casas en verdaderos centros culturales para el desarrollo
de la vida literaria. Gombrowicz conoció a Bruno Schulz en la casa de Zofia, después de
la publicación de “Las tiendas de color canela”. Ese modesto maestro, un ser indefenso
al que todo el mundo le daba palmaditas en la espalda para animarlo, fue consagrado en
la casa de Nalkowska. Schulz estaba deslumbrado: –Zofia hizo que le leyera las
primeras páginas, después se detuvo y me pidió que le dejara el manuscrito para
terminar de leerlo ella sola. Zofia es una mujer maravillosa. A la tarde de ese mismo día
Nalkowska exclamó: –Es la revelación más sensacional de nuestra producción
novelística. Mañana mismo iré a la editorial para que publique el libro.

“La señora Zofia, el único miembro femenino de la Academia de Literatura, se sentaba


en el sofá y guiaba la conversación a la manera de las distinguidas matronas de antes de
la guerra; todo ello me recordaba los five o‟clock de mi madre o las recepciones
organizadas por las canonesas. Sin embargo, no cabía duda de que la inteligencia y la
cultura de esa mujer eminente marcaba el nivel de la conversación y dominaba
perfectamente a diversos elementos que participaban en esas charlas (...) Su talante
mundano fracasaba únicamente en presencia de Witkiewicz; cuando aparecía ese
gigante pesado con la cara de un astuto esquizofrénico, la señora Zofia lanzaba a sus
confidentes una miradas desesperadas, porque desde ese mismo momento se terminaba
la conversación y Witkacy tomaba la palabra”

“A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de „Ferdydurke‟ un pequeño verso que


parodiaba „La primera Brigada‟ de las Legiones. Puso el grito en el cielo (...) Pero,
aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder
ser comentado libremente en la prensa o los libros, cada uno podía hablar de ellos lo que
se le venía en gana sin que le pasara nada”
El círculo de las relaciones de la señora Nalkowska era muy vasto, abarcaba también al
mundo político, hasta el mariscal Pilsudski había pasado algunos días en su casa. Con
las mujeres mantenía relaciones bastante complejas y hasta perversas, no les tenía afecto
y prefería la compañía masculina. En el fondo Gombrowicz no soportaba a los polacos
como la Nalkowska que asimilaban el savoir vivre europeo eludiendo al mismo tiempo
una confrontación esencial con Occidente.

Las tías culturales de Gombrowicz pertenecían a la más vasta extensión de los modelos
femeninos, modelos que le daban tantos dolores de cabeza. Cuando notó que la
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femineidad le confería a la literatura polaca demasiada blandura y vaguedad, quitándole


los rasgos del ingenio y de la fuerza masculinos, sacó la conclusión que había que
exterminarla. Un poeta editor le preguntó sobre qué iba a escribir en la página que le
había asignado en su revista.
Voy a luchar por mí mismo, ¡voy a ajustar cuentas con mis enemigos!; –¿Con qué
enemigos?; –Con las mujeres. Gombrowicz trata con dureza a las tías culturales y a las
tías familiares en “Ferdydurke”, se estaba tomando venganza en ellas de buena parte de
le crítica literaria.

“¿Qué iba a hacer? ¿Dar explicaciones? ¿Tratar de aclararlo? No hubiera servido de


nada, no hubieran comprendido gran cosa, eran personas que a duras penas podían
apreciar la literatura ya establecida, valorada y catalogada, completamente
desamparadas ante algo que se escapaba a la norma. Me vengaba de ellas haciéndome el
loco y el payaso cuanto podía, y en el fondo de mi alma odiaba a esas maestras
indulgentes y presumidas, esas guías, institutrices y... desgraciadamente, a menudo...
críticos”
Gombrowicz alentaba el deseo de venganza de su generación apoyando a sus amigos en
sus batallas con las tías culturales y también con sus tías familiares. Uno de ellos tenía
una tía a la que no podía soportar, había condenado públicamente sus esponsales con
una joven porque no era suficientemente bien.

Para sacarse de encima esa pesadilla decidió tomarse revancha, buscó una mujer
callejera que no estaba nada mal, le dio unas lecciones de los llamados modales de
salón, y la presentó con un nombre falso en la casa de la tía. La cortesana se comportó
perfectamente, bebía el té y comisqueaba los bocaditos de una manera irreprochable,
pero resultó que tenía varios conocidos entre los señores presentes. Todo terminó en un
escándalo y el amigo y la prostituta fueron puestos de patitas en la calle.
Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron Marcelina Antonina, Rena, las criadas y
las primas. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes
que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban
dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían
perjudicados.

Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y
maligna. De las criadas Gombrowicz se ocupa en “La escalera de servicio” y de las
primas en “Ferdydurke”. Los matrimonios de los nobles terratenientes polacos tenían
mucho que ver con el interés del dinero, de modo que la familia de Gombrowicz intentó
casarlo de una manera conveniente.
Se trataba de una joven que había elegido su padre, Jan Onufry, por su posición social y
por su dote: –¿Para qué necesito yo a una mujer? Esta joven le gusta a mi padre, por eso
quiere que me case con ella, porque él no puede casarse. En esta ocasión fracasó Jan
Onufry, en algunas otras Tadeusz Breza. A Gombrowicz le encantaba el humor de
Breza, envidiaba la facilidad que tenía para relacionarse con las mujeres, mientras él iba
de mal en peor.

Finalmente, como los fracasos de Gombrowicz no cesaban de repetirse, llamaron la


atención de Tadeusz. Le presentó a una joven actriz, hermosa, sana, simpática, amante
de la lectura y del arte con la esperanza de haber encontrado para él la unidad ideal de
cuerpo y de espíritu, de cultura y naturaleza. Pero el hecho de que esa joven apareciera
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sobre un escenario, que se dejara contemplar, que tuviera una actitud profesional hacia
su encanto y sus gracias, hizo que no se le despertara ningún interés por ella.
Iba de fracaso en fracaso y los escritores seguían mofándose de Gombrowicz por las
dificultades que tenía con las mujeres. Janusz Minkiewicz, un poeta satírico famoso por
sus conquistas en el mundo de la galantería, le dijo una tarde en el café: –Ahora regreso
a casa porque espero una llamada de Lala... A las cinco he quedado con Cela, y a las
once me espera una locura con Fila. ¡Hasta la vista!

A Gombrowicz le empezaron a molestar las damas de la sociedad ya desde joven, la


más de las veces le resultaban insoportables por su grandilocuencia ingenua y
supercómoda. Su programa sublime era conseguir un marido que ganara dinero o que
sacara beneficios de sus dominios, mientras ellas desempeñaban el papel de guardianas
de unos ideales a los que no les miraban los dientes porque les venían de unos padres y
abuelos venerados.
La nueva generación estaba irritada con esta falsedad de su actitud y de su tono, cada
vez más evidente. Un día, un estudiante le confesó a Gombrowicz que le hubiera
gustado matar a su madre: –Pero si siempre te sentías muy apegado a ella, la querías
muchísimo; –No lo niego, pero a la vez no la puedo soportar.

¡No te puedes imaginar cómo me enerva! Por mi padre tampoco tengo ninguna
devoción, pero al menos es un tipo normal, no hace comedias. ¡Pero mi madre! Es una
actriz de la peor categoría, noble, inquebrantable, sufrida, ¡no hace más que declamar!
También es verdad que por eso mismo antes la quería, la idolatraba, ¡pero ahora tengo
ganas de matarla! Estos estilos agonizantes de las formas polacas que se remataban
como a un animal enfermo, fueron una verdadera ganga para Gombrowicz en los
tiempos que escribía “Ferdydurke”.
“Y no estoy hablando yo aquí de los dulces, tibios juicios familiares de nuestras tías
queridas, no, quisiera referirme más bien a los juicios de otras tías: las tías culturales,
aquellas numerosas semi autoras que expresan sus juicios en los periódicos (...)”

“Pues sobre la cultura del mundo se sentó un montón de maritornes, cosidas, atadas a la
literatura, iniciadas de modo incomparable en los valores espirituales y orientadas
estéticamente, con ideas, conceptos y todo lo demás, ya enteradas de que Oscar Wilde
es anticuado y que Bernard Shaw es el maestro de la paradoja. Ah, ya saben que hay
que ser independiente, sencillo, profundo, así que son independientes, profundas,
sencillas y llenas además de bondad familiar. ¡Tía, tía, tía! ¡Ah, quien no se vio llevado
nunca al taller de la tía cultural y no fue operado por aquellas mentalidades
trivializantes, y que privan de vida a la vida, quien no leyó en el periódico un juicio tial
sobre su propia persona, no sabe, en verdad, lo que es la bagatela, ignora lo que
significa la tíobagatela!”

Hasta cierto punto los inconvenientes que Gombrowicz tenía con las tías culturales son
parecidos a los que yo tengo con los Proseres y con los Pulgones, pero nada más que
hasta cierto punto, los inconvenientes de Gombrowicz constituyen un caso particular de
los que tenía con el género femenino.
“Y yo también, sólo al cabo de cierto tiempo, tomaba conciencia de que nada podía salir
de semejantes amores basados en una mistificación. Efectivamente, no salía nada.
Todos ellos terminaban dolorosamente cuando la joven descubría que yo, aunque
encantado con ella, no le permitía acceder a mí, siempre hermético, entregado a mis
asuntos, nunca verdaderamente sincero y abierto, ni por un minuto. Sin embargo, yo,
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por mi parte, no podía ser diferente, ya que hubiera sido más fácil, por ejemplo,
comprender la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada por influencia y factores
que eran completamente desconocidos para ellas”
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