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La parte de descanso del viaje, había sido planeada en una casita en la campiña de la Emiglia Romana.
Que el mundo es un pañuelo y que hay argentinos hasta en los rincones más insólitos, ha quedado una vez
más comprobado por los hechos. Resulta que, habiendo tanta gente dedicada a lo que se llama el
agriturismo, una forma de hospedaje más económica y sobre todo tranquila y segura que los alojamientos
en medio de las ciudades, nosotros fuimos a dar a la casa de un matrimonio de argentinos, venidos hace
unos quince años a la Europa.
Gustavo y Silvina viven en medio del campo, en Monteacuto, dentro del ejido de Grizzana Morandi, y
disponen de la parte de abajo de su casa para recibir gente. Las referencias catastrales son un poco
diferentes, ya que se llama localidad a lo que nosotros identificamos como un paraje; paese a lo que
nosotros llamaríamos pueblo, etcétera. Hay casas sobre calles sin nombre y cuya referencia de
localización es la más cercana que exista. En este caso particular, a la propiedad los dueños le llaman La
Collina, y tiene en la puerta de entrada el número 91 D de la localidad Tabina. Pero resulta que Tabina es
la identificación del terreno donde está ubicada la casa más próxima, a unos doscientos metros. De todas
formas, también llegamos a hora y nos estaban esperando sentados en el balcón; no bien nos vieron
avanzar despacio mirando todo cartel en el horizonte, Don Gustavo nos hizo señas y aterrizamos.
Habíamos salido de Génova al promediar la mañana y recorrimos lo que por autopista hubieran sido
doscientos cincuenta y cuatro kilómetros, un poco por la costa y por caminos internos de montaña, con
paisajes, pinos, robles, bosques, curva y contracurvas que pusieron a Benjí en el aprieto de devolver lo
que había ingerido de desayuno y la consiguiente parada para airear el auto y limpiar lo que no le había
sido posible verter dentro de la limitada bolsa con que había previsto su desenlace.
Como no estábamos siguiendo una ruta premarcada, y en un momento encontramos señales para un
pueblo llamado La Collina, fuimos siguiéndolas hasta llegar . . . a un sitio que después comprobamos
distaba setenta y cinco kilómetros de nuestro destino y en el que no tenían ni idea de un lugar llamado
Grizzana Morandi. Rehicimos mentalmente y con una pizca de discusión, la ruta que habíamos seguido,
localizamos en el mapa dónde estábamos y a dónde debíamos llegar, comprobamos que no nos habíamos
salido del camino, y ya que preguntando, todos los caminos llevan a Roma . . . preguntamos por un sitio
más conocido y que aparecía en el mapa en el área de destino y reemprendimos nuestro derrotero. Cinco
preguntadas más nos fueron facilitando el tránsito de los caminos y callejas que nos faltaban recorrer para
llegar a Grizzana Morandi y de allí subir a Monteacuto.
En la zona, fuimos a Grizzana, Laggaro, Riovecchio, Camugnano, Montovolo, Pian di Seta, al dique de
Suviana, y otros parajes en medio de la montaña y los bosques, y también hicimos una salida a Firenze
(Florencia) en tren, a Siena, a Maranello, Pissa con ida a la única playa no privada de la zona en
Viareggio.
En la primera salida por abastecimientos,
Lucy pidió referencia a un ciclista del treinta
y dos, que había salido temprano a comprar
el pan del día. El gentil señor le dijo que
vivía en el Borgo Stanco di Sotto. Dos días
después, en un paseo vespertino vemos un
cartel indicador para Stanco di Sotto y
decidimos seguirlo para ver, aunque sea en
memoria de Borgognone, qué cosa es un
Borgo. Bajamos por una callecita que cada
vez se hacía más estrecha, y a unos
trescientos metros de la entrada, encontramos
un lugar para estacionar al pie de una casa
viejísima: no alcanzamos a acomodar la
retaguardia de la Voyager, que de un
ventanuco de los que desde esa altura era la
tercera planta, se asomó un vecchio gritándonos que no podíamos estacionar allí. Lucy descendió de la
camioneta para preguntar dónde se podía estacionar y el viejo le dice: ¡Tu sei la spagnola! ¡Speta!
Franco, que así resulto llamarse el señor, bajó al trote con su, faja, su rodillera para las várices, su
pantalón corto y la camiseta sin manga; nos hizo aparcar contra una cadena que cerraba otra plaza de
estacionamiento, pidió disculpas por la impronta inicial y explicó que el lugar que habíamos ocupado era
el de su hija y que él le había sacado la cadena porque estaba a punto de llegar.
Franco nos paseo por el Borgo, nos explicó en qué sitio cuidaba mulas en tiempos de guerra, dejo ver
libremente su fobia anti-yanqui, nos mostró la iglesia del pueblo por fuera, que dijo cuidaba su hermana
hasta que murió, nos presentó a unos amigos y amigas de su generación y finalmente nos invito a su casa
donde estaban su esposa y el nipote Mateo.
Llegados a la casa, que debe tener quinientos años al menos, y que si bien esta aggiornada en algunos
aspectos, sigue conservando en lo esencial la
estructura y elementos originales, la esposa le hizo
recorrer todo los rincones a Lucy, sacaron té frío,
vasos y sillas, y charlamos un buen rato como si
fuéramos habitúes de toda la vida. Franco nos dijo
que se había jubilado de mantenimiento de la
Universidad de Bologna y que venía de junio a
septiembre al Borgo, a la casa que había sido de su
madre, de su abuelo y así antecedentemente. Nos
dijo que no podíamos dejar de ir a Módena, que la
Ferrari merecía al menos una visita. ¡Io sonno un
ferrarista!
El campo social consta de un campo de fútbol, una cancha de básquet que se entiende hace las veces de
pista de baile por el escenario lateral que tiene, un kiosco grande con baños en la planta baja, una terraza
para comer y un parque infantil. En la celosía de madera que cierra la ventana por la que se expenden las
vituallas y bebidas, había varios carteles de eventos sociales; uno decía: “Sagra de la Polenta – Sábado 7
de agosto, 11 horas”.
El kiosco esta dotado de dos cacerolas grandes como medio barril de doscientos a baño maría, con un
brazo superior en el que hay un dispensador del cual la harina va cayendo como espolvoreada, que tiene
dos palas removedoras, entiendo que movidas eléctricamente, ya que al cuoco, lo único que se le veía
hacer era agregar de tanto en tanto un poco de agua, . . . y él no tenía ningún cable, mientras que el
artefacto sí. jejejeje
La polenta a punto, la sacan en unos bandejones de aluminio de unos diez centímetros de alto, donde
“descansa” y deja de estar morbida, palabra que usan mucho para referirse a las cosas de consistencia
blanda. Al momento de servirla cortan con una espátula una buena rebanada, como de dos pulgadas, que
rellena el plato, y le ponen la carne o los hongos encima, cada cosa preparada con su exquisita y propia
salsa. ¡Buon apetito!
En Pian di Setta, pasa el fiume Setta, que se ve
debe ser torrentoso en época de deshielo, pero
que en este agosto traía un medio curso de agua
entre pedregales, que en la curva contra el
paredón debajo de
Riovecchio, cerca
de donde se accede
a la autostrada del
sole, contra un
barrancón de unos
siete metros de alto, forma un buen estanque en que pudimos bañarnos a gusto y hacer un picnic con tinto
espumante y una sandia muy dulce, sentados en la base de los pilares del puente. Obviamente después de
la degustación, hubo de ser venida una siesta para realinear el yin y el yan que se habían desbalanceado
con el nebiolón local. Como se deja ver, la agenda gastronómica, sobretodo la vinícola, no quedó librada
al azar: la comida y la bebida es toda excelente.
Laggaro fue uno de los puntos de aprovisionamiento, en cuya primera pasada, de retorno de no recuerdo
dónde nuestro primer día en la zona, experimentamos que después de las siete, la mayoría de los negocios
están cerrados. Llegados frente a la puerta de un mercadito como los de Leones, nos encontramos con que
ya estaba chiusso. Avanzamos una media cuadra y en un bar que había tres personas sentadas afuera,
preguntamos dónde se podían comprar elementos para comer a esta hora. Inmediatamente uno de los
personajes, de perfil severiniano, se levanto y nos dijo que lo siguiéramos. Cruzó la calle, nos hizo entrar
por la puerta de servicio al super, hizo la presentación de rigor, y aunque estaban baldeando el piso, nos
dispensaron atención y la mercadería que necesitábamos.
En Laggaro, que es un pueblo más chico que Villa Allende, hay cinco familias argentinas; uno de los dos
veterinarios es argentino y hay un italiano argentinizado que vivió siete años en Ushuaia. Al que
conocimos fue a este último, en una tienda de regalos y otras yerbas a la que entramos para comprarle un
osito de peluche para el Juliano, el hijo de Gustavo y Silvina, ya que el 5 de agosto era su cumpleaños
número dos. Pero resulta que una vez en el local, relojeamos una pastalinda . . . y no podíamos sino
ponernos a verla. El dueño del negocio, gentil y hábil, nos preguntó si queríamos ver otra de mejor precio,
pero muy buena calidad, “a mi hija le regalé una de estas hace quince años”, “son tan buena como aquella
pero más barata y además tiene el implemento para hacer spaguettis”, etcétera, etcétera. Conclusión, en
cuanto terminemos de hacer este reporte, tenemos que bautizar la pastalinda; que además de ser made in
Italy, si Dios quiere tendrá que recorrer, además de los tres mil y pico que ya hizo, aún otros catorce mil
kilómetros más para llegar a destino y que podamos realmente probar que “funciona”. ¡Quiera Dios que
así sea a la brevedad posible!
En Grizzana, el partido único, de izquierda recalcitrante, había ganado otra vez las
elecciones hacia poco. En realidad esta vez compitiendo contra una lista vecinal
armada tres días antes de las elecciones, que si bien sacó ¡sólo! un tercio de votos, al
decir de los vecinos, al menos servirá para que se cuide un poco el Sindaco con los
fondos que está recibiendo como compensación de la construcción de una autovía
nacional en el ejido. ¡En todas partes se cuecen habas! ¡Las mismas habas, cada cual
en la más grande calderada que puede!
Es interesante ver como, tanto en España como en Italia, se constatan agujeros negros
temporales, en los cuales la historia oficial se interrumpe como si nada hubiese
pasado en el orden secuencial de los acontecimientos, y los laureles pudiesen ser
reivindicados a piaccere, de espaldas a lo que pasó antes y o después del período
ensalzado. No es práctica nueva ni exclusiva de estos países, y dentro de ciertos
límites es comprensible que cada uno quiera llevar agua para su molino y no roturar
campo ajeno. Pero hay omisiones de torpeza tan grande que llaman la atención,
porque la misma falta se aprecia no como una denuncia, que bien podría aceptarse
entre los habilitados para arrojar la primera piedra; sino como una falsificación de la
realidad que se pretende exponer, lo que implica caer en el mismo error que se
pretende denostar. Creo que es el necesario recorte que conlleva toda ideología como
reducción de la realidad a una idea preconcebida. Ya veré si me acuerdo de
mencionar, al tocar nuestro paso por Roma, el caso particular que catalizó la reflexión.
Firenze, es otra ciudad museo en la cual uno se pregunta ¿dónde está la gente que
trabaja? Ya que fuera de quienes atienden a los turistas, la principal fuente de ingreso y
por lo tanto los primeros trabajadores, como decía el General, son los vinculados al
mundo de los visitantes, y no se ve a primera vista ¿qué otra cosa se hace en la ciudad
para vivir allí?
Orientales a mansalva que todo lo fotografían y filman; un cartelito en plena piazza del
Doumo que dice que allí no se puede acampar, seguramente para prevenir que algún “americano” arme su
chiringuito a la sombra de los marmóreos y seculares muros, movimientos de todo tipo, vendedores
ambulantes negros en cada espacio transitado y libre del control policial, grupos en las más variadas
lenguas, etcétera, etcétera. Florencia, sobre las doce del mediodía era la escenificación de lo que imagino
cuando se dice “un mercado persa”.
El fenómeno de los amarillos llama la atención; es como si se hubiese pateado un hormiguero, tanto por
la cantidad como por el modo grupal en que se desplazan. No sé si será la época del año, pero
notoriamente superan a cualquier otra de las hordas tradicionalmente turisteras. Como señalaba Agustín, a
pesar de nuestra tendencia a unificar las etnias, de todos los que vemos con los característicos rasgos
“achinados”, algunos de esos grupos se distinguen por sus conductas comparativamente polares. Mientras
los japoneses parecen seguir conduciéndose con el orden y respeto con que les asociamos, hay otras
procedencias de aquel inmenso mundo desconocido para nosotros, que parecen ”americanizadas” por el
desparpajo de conductas con que se desplazan. Me he preguntado varias veces ¿cómo vivirán este
fenómeno? ¿qué significará para ellos la experiencia de contemplar estas manifestaciones artísticas, a
priori, culturalmente tan ajena a su enclave natal? Por citar un ejemplo llamativo, en la misa en la que
estuvimos en San Pedro, dos orientales, un hombre y luego una mujer de un mismo grupo a quienes se les
percibía empeñados en la meta, trataron de guardarse en el bolsillo la forma consagrada, suponiendo
nosotros que ellos, entenderán que es una especie de souvenir entregado como recordatorio, o algo por el
estilo. Cosa que parece habitual, porque el celebrante tenía al momento de la comunión un guardia junto a
él, que evidentemente no hacía de monaguillo sino que se le veía expresamente controlar ese tipo de
intentos.
Como se puede ver en cualquier reporte sobre Florencia que muestre mínimamente la monumentalidad de
sus obras y edificios, “La República de Firenze” ha sido uno de los centros de poder de lo que hoy es la
unidad política llamada Italia.
Estimo que en época no tan distante, en estas tierras aún hoy dispares, “cada uno tenía su república”. A lo
cual, me parece se hace referencia con cierta nostalgia, tal vez como otro síntoma del fenómeno local-
nacionalista en auge en múltiples regiones europeas. Hasta Garibaldi, cuyas estatuas ecuestres, que como
las de San Martín en nuestros lares, hay una en cada plaza de cada pueblo, lo muestran vistiendo un
poncho a lo gaucho, Venecia era una República, Florencia, Génova, etc. Durante este viaje hemos visto en
casi todos los paeses recorridos, fiestas de
l’unita italiana. El argumento está montado
sobre el período 1946-1996 y con mi
escuetos conocimiento de historia, no sé
exactamente sobre la base de qué
racionamiento, se fija este lapso de tiempo,
sobretodo la segunda fecha, ya que la
primera se comprende rápidamente.
A pesar de la incontable cantidad de gente que se mueve, de los muchos kiosquitos tipo “Río Segundo”
que venden una variedad tremenda de artículos recordatorios de diversos orígenes, todo está muy limpio,
y creo que este fue el primer lugar donde usamos baños públicos a los que se ingresa, previo depósito de
cero cincuenta.
Los pisanos, ¡eternamente agradecidos a esta torcedura que da de comer a tantos! y como viejos
marketineros presentan distintas versiones sobre temores de desplome, peligros y esas yerbas tan eficaces
para estimular la curiosidad humana y posibilitar su conveniente contrapartida pecuniaria, que en
definitiva suele ser la causa por la cual, casi siempre baila el mono. Por si acaso, nosotros nos sentamos a
contemplarla, a una prudente distancia, bajo unos pinos, ¡del lado opuesto a la saliente! La pregunta de
rigor es ¿Qué prueba habrá querido hacer el constructor cuando se le ocurrió montar este engendro? En
definitiva, otra ciudad interesante para caminarla, recorrer callecitas y plazas, y de tanto en tanto ¿por qué
no? compensar las inclinaciones . . . con un buen gelatto.
Maranello y su caballino rampante en salsa roja, son una muestra de ingeniería artística o de arte
convertido en máquinas. Este gusto por la exquisitez en el diseño y en la terminación de las máquinas, no
es sólo algo que se ve en Ferrari; hemos mencionado en algún párrafo, que es una línea de trabajo que en
Italia se aprecia en la plasmación de muy distintos artículos. La historia de Ferrari y de la Ferrari, no deja
de ser historia de hombres, pero se percibe como una historia muy humana, dramáticamente humana. Sin
estar libre de tragedias, en el contexto de creación de esos finísimos aparatos hechos para competir, lo
trágico que acompaña toda aventura humana parece más bien un toque que hace a una impronta
fundamentalmente épica. Ferrari es una pasión detallista que se plasma con un nivel de exigencia
descomunal hasta en la cabeza de los remaches. Todos los elementos de cada coche, están hechos a la alta
escuela: el habitáculo parece un guante, el capó al abrirse devela una muestra de relojería y cada auto
parece manifestar, el haber recibido el tratamiento de una pieza única. Todo esto no es más que una
impresión personal. Digamos, un relato impresionista, si se quiere. Desconozco la historia, los detalles y
las anécdotas, sobre los que un especialista o un contertulio de ese mundo pueden ser fácticamente
versados. De niño tuve la gracia de ser iniciado en el manejo de los fierros engrasados y me vuelvo a
maravillar cada vez que pienso que el hombre es capaz de hacer que “un montón de piezas” pueda surcar
los aires con quinientos pasajeros, llevar y traer una familia o desplazarse con precisiones milimétricas a
trescientos kilómetros por hora. Si bien mi pericia mecánica no ha crecido proporcionalmente al paso del
tiempo, conservo un cierto sentido de lo que es una máquina, y por qué no mencionarlo, una cierta
debilidad que me hace admirar un trabajo bien hecho, tanto por el hombre que es capaz de tal plasmación,
cuanto por la armonía que manifiesta la obra. Y es desde esta sensibilidad y desde estos anteojos, desde
donde contemplo lo que relato. Los especialistas tendrán otras versiones, compresibles y respetables
desde su óptica.