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La teoría de la Historia en México
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La teoría de la Historia en México

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Para Álvaro Matute, compilador de este volumen, la reflexión histórica no se asienta en el terreno académico. En el periodo de 1940 a 1968, la historiografía logró expandirse hacia otros campos que no se creían tan cercanos a ésta. Un claro ejemplo de ello es la política, pues el desarrollo de la producción teórica favoreció la apertura de un espacio para el intercambio ideológico entre representantes de diversas instituciones mexicanas dedicadas, en grandes rasgos, a la investigación humanística.
LanguageEspañol
Release dateApr 22, 2015
ISBN9786071627360
La teoría de la Historia en México

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    Es un documento valioso para quien estudia historia. Los textos incluídos nos permiten conocer la óptica de los grandes historiadores de México de la primera mitad del siglo XX

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La teoría de la Historia en México - Álvaro Matute

Imagen de portada:

Paola Álvarez Baldit

La teoría de la Historia en México

(1940-1968)

BIBLIOTECA UNIVERSITARIA DE BOLSILLO

La teoría de la Historia

en México

(1940-1968)

Selección y prólogo

ÁLVARO MATUTE

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1973

Primera edición en el FCE, 2015

Primera edición electrónica, 2015

Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica

Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

Empresa certificada ISO 9001:2008

D. R. © Ramón Iglesia, La Historia y sus limitaciones

D. R. © Alberto T. Arai, La dualidad de la Historia

D. R. © Antonio Gómez Robledo, Historia y arte

D. R. © Edmundo O’Gorman, Alfonso Caso, Ramón Iglesia et al., Sobre el problema de la verdad histórica

D. R. © Alfonso Reyes, Mi idea de la Historia

D. R. © Edmundo O’Gorman, Historia y vida

D. R. © Luis Abad Carretero, La significación de lo histórico

D. R. © Wenceslao Roces, Algunas consideraciones sobre el vicio del modernismo en la historia antigua

D. R. © José Gaos, Notas sobre la Historiografía

D. R. © Adolfo Sánchez Vázquez, Estructuralismo e Historia

D. R. © Jesús Reyes Heroles, La Historia y la acción

Comentarios:

editorial@fondodeculturaeconomica.com

Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2736-0 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

A los colegas y amigos del

Seminario de Historiografía Mexicana

del Instituto de Investigaciones Históricas

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Transcurridos cerca de 40 años desde la preparación y publicación de La teoría de la Historia en México, considero conveniente ofrecer al público lector una nueva edición corregida y aumentada. El proyecto fue sufriendo una modificación tras otra, hasta llegar a ésta, que es una toma final de decisión. Se trata de uno de los libros por los que siento más aprecio. Pensado con fines didácticos, con este libro inicié en 1974 el curso de Historiografía Contemporánea de México en la Facultad de Filosofía y Letras. Apareció en la excelente colección SepSetentas, a través de la cual la Secretaría de Educación Pública ofrecía a los interesados una novedad cada lunes, al módico precio de 10 pesos, nueve más que un pasaje del metro entonces.

La toma de decisión implicó lo siguiente: suprimir la advertencia con la que se abre el libro y sustituirla por el presente prólogo, mantener la introducción tal y como fue escrita en 1974, con una nueva presentación de los autores seleccionados, y colocar ésta después de la mencionada introducción, observando el orden cronológico en que aparecieron los textos alusivos y agregando a los autores incorporados a esta nueva edición.

Otro cambio importante se refiere al cuerpo del libro. Se trata de una antología de textos referidos a cuestiones que, de manera amplia, pueden ser comprendidos como pertenecientes al campo de la teoría de la Historia. Con respecto al ordenamiento original, éste sufre modificaciones. En esta edición los ofrezco en orden cronológico, como advierto líneas arriba. No sólo eso; agrego seis autores y elimino uno. Comienzo por el último: se trata del ensayo de don Luis González, Sobre la invención en la Historia, el cual no formaba parte del proyecto original, que abarcaba de 1940 a 1968, y más que ser un trabajo de teoría de la Historia propiamente, se trata de una grata evocación sobre el ambiente historiográfico prevaleciente al mediar los años cuarenta y en el cual destaca el papel de la imaginación en la Historia.

Los nuevos invitados a formar parte del repertorio de autores son Antonio Gómez Robledo, Alberto T. Arai, Alfonso Reyes, Luis Abad Carretero y Adolfo Sánchez Vázquez. No incluyo a Alfonso Teja Zabre, que formó parte del proyecto original, como consta en la cuarta de forros de las dos ediciones del libro.¹ Los dos primeros publicaron interesantes ensayos en 1941; don Alfonso pronunció su discurso en 1949; Abad Carretero publicó un artículo en Cuadernos Americanos, y Sánchez Vázquez hizo una interesante lectura del estructuralismo desde su mirador marxista renovado. Cada uno de estos autores será debidamente presentado en su oportunidad. De esta manera, son 11 los escogidos, representativos del quehacer reflexivo sobre la Historia, que afortunadamente no es escaso en el medio mexicano. Ellos pueden ser comprendidos dentro del ciclo del historicismo aclimatado en México, en este caso dirigido a la reflexión sobre el quehacer historiográfico. No todos los autores representan esa corriente, pero incluso los que no la comparten, por el tiempo en que fueron elaboradas sus especulaciones, participan de ella. Sólo Sánchez Vázquez avizora un movimiento hacia adelante y le da una connotación distinta al vocablo historicismo.

El libro, en conjunto, cubre un periodo, más que un simple lapso. De 1940 a 1968 se desarrolló el momento historicista por excelencia. Desde la óptica de la filosofía o teoría de la Historia, en el medio mexicano se produjeron reflexiones de alto nivel y también de alto impacto. Se trata, fundamentalmente, de la continuación de lo iniciado en Alemania a finales del siglo XIX y traído a la lengua española principalmente por José Ortega y Gasset. El desenlace de la Guerra Civil española propició que el medio académico mexicano se enriqueciera y se desarrollaran ideas originales en torno a la Historia. La tradición más fuerte fue la proveniente del neokantismo, de Wilhelm Dilthey, de Edmund Husserl y Martin Heidegger. Paralelamente se consolidó la recepción académica del marxismo, anteriormente sólo ligada a los movimientos laborales. Esas dos fueron las corrientes dominantes, por lo que el medio mexicano fue totalmente marginal al anglosajón, con la única excepción de la traducción de algunas de las obras de R. G. Collingwood, entre ellas Idea de la Historia, que guarda un gran parentesco con la tendencia europea por su vinculación con Benedetto Croce, autor muy frecuentado por los mexicanos, de Antonio Caso en adelante. Pero la tendencia anglosajona marginal u opuesta a Collingwood no prosperó en estas tierras, en las que tal vez ni fue advertida.

En 1999 apareció mi libro Pensamiento historiográfico mexicano del siglo XX. La desintegración del positivismo (1911-1935). En él recupero un conjunto interesante de textos que ilustran diferentes tendencias, todas las cuales pueden ser comprendidas como parte de ese proceso de desintegración de la que fue doctrina dominante y cuyo agotamiento dio lugar a nuevas posiciones espiritualistas, providencialistas, materialistas, así como a intentos de renovación positivista y los ineludibles planteamientos eclécticos. El orden reflexivo, como apunto arriba, nunca ha dejado de tener lugar en el medio mexicano. Lo muestra el libro señero de don Juan Antonio Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la Historia, al que mi Teoría reconoce como inspirador, al igual que mi Pensamiento historiográfico y uno más que quedó en proyecto y que tenía por objeto recoger las reflexiones sobre la Historia manifiestas en los discursos de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia.

Este libro contiene las que considero piezas maestras de la teoría de la historia mexicana: Historia y vida de Edmundo O’Gorman y Notas sobre la Historiografía de José Gaos. De haber sido publicados en inglés o francés, esos textos serían citados en todo el mundo. Se trata de análisis de primer nivel que plantean cuestiones fundamentales para el trabajo historiográfico. No le va muy a la zaga la hondura con la que Reyes Heroles aborda la relación entre Historia y acción. Su base teórica es de gran solidez. Aprovechables en el terreno didáctico, cada uno con sus convicciones, aparecen los textos de los transterrados españoles Ramón Iglesia y Luis Abad Carretero, que no difieren mucho de Mi idea de la Historia, de Alfonso Reyes. Los ensayos iniciales, de Antonio Gómez Robledo y el arquitecto Alberto T. Arai, ofrecen problemas de filosofía de la Historia en los que muestran su recepción de ideas frescas. Y una de las piezas más representativas es la Mesa redonda de 1945 en la que participaron como ponentes los ya mencionados O’Gorman e Iglesia, así como Alfonso Caso, y en la que tuvieron intervenciones breves don Rafael Altamira y Crevea, José Gaos y Paul Kirchhoff. El marxismo tiene dos representantes en sendos profesores de la mencionada Facultad de Filosofía y Letras: Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez. El texto del primero refleja tanto un mayor apego a la ortodoxia como un planteamiento nada ajeno al historicismo, que es el combate al anacronismo lexicológico. El artículo de Sánchez Vázquez, además de su valor reflexivo por sí mismo, saluda al estructuralismo inicial que comenzó a circular en el medio mexicano a mediados de los años sesenta, como ya apunté, desde el marxismo, ya no de quien escribe desde la ortodoxia sino del autor de la Filosofía de la praxis, libro que lo coloca en la originalidad de aquello a lo que autores como el brasileño José Guilherme Merquior dan la connotación de marxismo occidental

El hecho de que los dos últimos trabajos hayan aparecido en 1968 y con ellos se cierre un periodo historiográfico, en la perspectiva histórica adquiere un significado especial. Después de esta fecha vino, sobre todo, un cambio generacional que trajo consigo otras inquietudes, las cuales trato en el apéndice que coloco al final de la introducción de 1974, reproducida a continuación. El año de 1968 fue parteaguas en muchos aspectos de la vida colectiva, mundial y mexicana. No es éste el lugar para abundar en ello, pero sí resulta pertinente llamar la atención sobre el contenido de un discurso que subraya la relación entre Historia y acción. La reflexión histórica, como muchos otros órdenes de la vida, reforzó su proyección hacia el campo político, una vez consolidado el trabajo académico, gracias, entre otras muchas cosas, al desarrollo de la teoría.

Reintegro, pues, este libro, aumentado. La cercanía de la primera edición con los textos seleccionados lo hacía tener propuestas vigentes. Hoy en día es histórico, por cuanto presenta un panorama pretérito. No obstante, en él se pueden apreciar los orígenes de temas y problemas permanentes. La teoría de la Historia no se inventó ayer; tiene mucho tiempo, y su riqueza es tan grande que no basta conformarse con sólo estar al día. Lo que circula hoy le debe mucho al ayer.

ÁLVARO MATUTE

Julio de 2012

POST SCRIPTUM

Cuando apareció la primera edición de este libro sólo habían muerto Ramón Iglesia, José Gaos y Alfonso Caso. Los dos últimos, apenas hacía menos de un lustro. De los agregados, se suman a los finados del momento de dicha edición Alberto T. Arai y Luis Abad Carretero. Para la presente edición, ya no queda ninguno. El superviviente mayor fue Adolfo Sánchez Vázquez, quien alcanzó a vivir todo el primer decenio del siglo XXI.

AGRADECIMIENTOS

El primero, a Evelia Trejo, compañera en estos avatares desde hace ya varias décadas, por su atenta lectura y comentarios; el segundo, al enorme caudal de alumnos que han atendido mis lecciones y las han complementado con textos de este libro; el tercero, y de manera muy especial, a los integrantes del Seminario Institucional de Historiografía y Teoría de la Historia del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, que en la sesión de abril de 2012 externaron valiosas opiniones y sugerencias sobre este trabajo y a quienes, como quedó asentado, lo dedico.

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN DE 1974

En toda obra historiográfica hay, implícita o explícitamente, una teoría de la Historia. Nace ésta, cuando es explícita, del esfuerzo del historiador para puntualizar el porqué de los fines que persigue al investigar y cómo procedió para alcanzarlos.

Hay varias facetas en la teoría de la Historia. Éstas pueden ir desde la concepción general del acontecer hasta lo puramente técnico, pasando por la teoría del conocimiento histórico, las corrientes interpretativas de la Historia, los métodos que se derivan de dichas corrientes o doctrinas, los procedimientos propios para analizar la información de que se nutre el trabajo historiográfico y otras cuestiones más.

Cuando la teoría de la Historia es implícita, es decir, cuando no aparece, es tarea de quien se dedica al análisis historiográfico encontrarla, infiriendo sobre las ideas y los procedimientos de que se valió un determinado autor para dar término a su obra. Cuando la teoría es explícita, en cambio, quien realiza un análisis historiográfico podrá cotejar los aspectos teóricos y prácticos de la obra.

La teoría de la Historia, en cualquiera de sus vertientes, es hija de la necesidad, como tantas cosas. La necesidad, en este caso, es la de dar a conocer una proposición, la mayoría de las veces novedosa, acerca de por qué y cómo hay que trabajar en la historiografía. La teoría de la Historia, en este caso, puede darse a priori o a posteriori. Por lo general hay dos vertientes: la crítica y la propositiva, aunque en realidad muchas veces la teoría contempla ambas posibilidades. La teoría crítica es aquella que tiende a poner en tela de juicio las verdades prevalecientes en una época o que son patrimonio de una escuela. Como a muchos no les gusta quedarse en la fase negativa, entonces proponen lo que debe hacerse, después de haber señalado lo que no debe hacerse. Otros, simplemente, proponen sin destruir a sus predecesores, porque no creen que esto sea necesario, porque su teoría, en realidad, no pone en crisis lo generalmente aceptado, sino únicamente lo enriquece con alguna aportación más.

Algunos de los que se han dedicado a escribir sobre teoría de la Historia lo han hecho antes de proceder a la investigación de algún asunto histórico. Para ellos sus enunciados teóricos son el programa a seguir, lo que los orientará en la investigación. La práctica se encargará de convalidar sus afirmaciones. La teoría se da a posteriori, en cambio, cuando los autores juzgan conveniente explicar al lector, desde una perspectiva teórica, a qué campo pertenece su obra y de qué fundamentos se han valido para hacerla. En estos casos, la teoría se presenta avalada por una investigación ya realizada.

En todos los casos, la teoría de la Historia es muy práctica. Sirve para reconocer un pensamiento y, con ello, entre otras cosas, se convierte en objeto de estudio. Conocer la teoría de la Historia vigente en una época nos da una buena llave de acceso a la historiografía correspondiente, la cual, a su vez, nos ofrece ricos elementos para el conocimiento de la realidad histórica existente cuando se dio ese pensamiento.

Además de su valor histórico, la teoría de la Historia tiene el valor indicativo, didáctico, que sirve a los adeptos de ella para formarse dentro de alguna escuela o doctrina historiográfica. Pero, sobre todo, sirve para hacer pensar; para que el historiador, formado o en ciernes, reflexione acerca de los fundamentos de su tarea y se interrogue sobre su que hacer. Sirve, en suma, para apartarse del puro empirismo y meditar en torno a la función humana que desempeña la historiografía.

LA TEORÍA DE LA HISTORIA EN MÉXICO, ANTES DE 1940¹

Al final del siglo XIX el positivismo es la orientación preponderante de la intelectualidad mexicana, excepción hecha de los supervivientes liberales, como José María Vigil, y de los católicos.² En el campo de la historiografía, algunos autores como Porfirio Parra, Francisco Bulnes y Ricardo García Granados expusieron sus ideas acerca de la Historia y la investigación histórica.³

Parra y Bulnes se dedicaron al aspecto relativo al método de investigación. García Granados, por su parte, elaboró una revisión crítica acerca de las diversas teorías deterministas entonces en boga: climática, racista, biológica, providencialista, etc., para proponer la suya, que, si bien no trasciende el positivismo, sí le da una vertiente en la que se recupera la libertad humana dentro del plan general de la Historia.

La polémica entre el positivismo ortodoxo y las nuevas corrientes idealistas se personificó en Agustín Aragón y Antonio Caso, respectivamente. Caso le negó a la Historia el carácter de ciencia que le había otorgado el positivismo, para concebirla como un saber sui generis, en el que intervenía la intuición creadora.⁴ La polémica, sin embargo, no desterró al positivismo en el terreno de la teoría de la Historia. La discusión entre Caso y Aragón había tenido como punto de arranque la crítica de Caso a la Teoría de la Historia del rumano Alexandru Dimitriu Xenopol. Ello dio lugar a la tardía intervención indirecta del abogado oaxaqueño Manuel Brioso y Candiani, quien se tomó la tarea de elaborar un resumen crítico de la obra xenopoliana, haciendo una interesante aportación a la teoría de la Historia en México.⁵

El positivismo se diluyó en dos vertientes. Poco a poco se fue abandonando la concepción del estudio de la Historia como necesario para encontrar o reconfirmar las leyes reguladoras de la evolución social. Del positivismo, que era una concepción del mundo, sólo quedó el método, o mejor dicho, el positivismo se redujo a su parte empírica. El historiador ya no se acerca a su objeto para demostrar cómo un hecho pertenece a una determinada etapa o estadio evolutivo. Entre los años que van de la revolución armada al cardenismo, la historiografía mexicana ejemplifica la disolución del positivismo en un empirismo tradicionalista y en un pragmatismo político. El empirismo tradicionalista es de corte erudito. Pretende continuar la aportación de grandes investigadores como García Icazbalceta y Del Paso y Troncoso con la tarea de encontrar y publicar documentos inéditos y muy raros, para conocer cada vez mejor la historia mexicana. Muchos de los seguidores de esta corriente veían en la Historia un lugar a donde ir para no enfrentarse a la realidad radical, populista y violenta de la Revolución. El pragmatismo político, en cambio, es la respuesta que da la Revolución en materia historiográfica. Por una parte, son obviamente pragmáticos todos los autores de la primera historiografía de la propia Revolución. Los civiles y militares que escriben memorias o historias no tienen otro propósito que el de convencer acerca de su versión de los hechos, lo cual se puede demostrar con la experiencia vivida y con documentos de primera mano.

El pragmatismo político toma, además, un campo extensivo: el de la educación. Con una fuerte dosis de nacionalismo, la Revolución hecha gobierno dará su interpretación de la historia de México con un fin muy claro: modelar las nuevas conciencias. Como reactivo, los católicos, durante y después de la experiencia cristera, también harán su historia pragmática nacionalista, pero con su propia interpretación de la Historia, de propaganda fides. Los grandes conflictos entre Iglesia y Estado tuvieron una gran repercusión en el campo historiográfico.⁶ El resultado fue el establecimiento de la visión maniquea de la historia de México. El futuro de este tipo de historiografía estaba hipotecado.

Otra corriente historiográfica derivada de la Revolución es la que incorpora elementos marxistas a la interpretación de la Historia. Aparece con Rafael Ramos Pedrueza en la década de los veinte, y entre quienes escribieron historia apoyados en los lineamientos más generales del marxismo, se suele contar a Alfonso Teja Zabre, Miguel Othón de Mendizábal, Luis Chávez Orozco, Armando y Germán List Arzubide, José Mancisidor y Agustín Cue Cánovas, aunque la mayor parte de la obra de los dos últimos es más reciente. No se les puede filiar a todos ellos dentro de una ortodoxia marxista. Cuando comenzaron a escribir, o cuando se formaron, apenas se conocían las obras de Marx y Engels, como el Manifiesto del Partido Comunista, y es por ello que en muchas de las obras de estos autores se nota una aplicación mecánica, esquemática, de los criterios más obvios del análisis marxista. Por otra parte, Teja Zabre sólo en una época se guió por esta doctrina; Mendizábal conservó elementos positivistas debido a uno de sus maestros, Andrés Molina Enríquez. Chávez Orozco desarrolló una importante obra de erudición y todos ellos participaron del nacionalismo propio de la época en que vivieron, así como de la desintegración del positivismo que los formó, por lo cual esta corriente no llegó a afirmarse definitivamente como la oposición tajante del positivismo ni como un semillero del cual saliera una teoría marxista de la Historia debida al análisis riguroso de los autores que, en otros ámbitos, han ido enriqueciendo esa doctrina.

Lo importante del caso es que, aunque con mínimos elementos teóricos, estos autores interpretaron la historia mexicana a su modo y se apartaron del empirismo puro que fue su contemporáneo.

A partir de 1940 la teoría de la Historia y la historiografía se van a enriquecer y van a entrar dentro de nuevos cauces. El rasgo fundamental es la profesionalización del historiador. Anteriormente la vocación historiográfica se daba plenamente, ya que quien escribía historia lo hacía por libre voluntad, sin contrato por medio o tiempo completo con alguna institución. Sin embargo, esta ventaja liberal anterior llevaba consigo una fuerte dosis de frustración para aquel que, como Orozco y Berra, cuando tenía tiempo no tenía pan y cuando tenía pan no tenía tiempo.

LA INSTITUCIONALIZACIÓN ACADÉMICA Y LA HISTORIOGRAFÍA

La investigación institucionalizada en México es algo reciente. El hecho de que, por ejemplo, la Escuela Nacional de Altos Estudios, fundada por Justo Sierra en 1910, haya nacido en medio de vicisitudes y que a éstas se hayan sumado las que vinieron con la lucha armada, explica en parte por qué se retrasó en nuestros medios académicos el desarrollo de la investigación científica y humanística bajo la égida de instituciones. No hay que olvidar, por otra parte, el precario presupuesto con que ellas se mantenían.

La institución dedicada a la investigación histórica más antigua en México es, sin duda, el Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía. Puede inferirse que, por ejemplo, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística se remonta muchos años antes, pero ésta es una sociedad científica y no un lugar donde se investiga. En el aspecto docente, la Escuela de Altos Estudios es la precursora. Ahí se preparó por primera vez a historiadores profesionales, que por regla eran abogados que optaban por la carrera humanística.⁷ El Archivo General de la Nación también contribuyó a la investigación histórica dando a conocer colecciones documentales de sus fondos y, a partir de 1930, su conocido Boletín.

La presencia de don Genaro Estrada en la Secretaría de Relaciones Exteriores permitió que se impulsara la edición de documentos de la historia diplomática y de monografías bibliográficas mexicanas. Otras secretarías de Estado, como Guerra y Marina, llegaron a tener departamentos de Historia o archivos históricos, como el actual de la Defensa Nacional, o bien la Secretaría de Economía, la de Hacienda y otras más han patrocinado ediciones de obras históricas y bibliográficas.

Estos antecedentes permitieron que en el sexenio cardenista se establecieran nuevos centros de interés para la investigación histórica. Algunos se debieron al patrocinio oficial y otros aprovecharon el clima existente propicio para el desarrollo de la institucionalización académica. El general Cárdenas fundó el Instituto Nacional de Antropología e Historia, sobre la base del antiguo museo. La unión Panamericana creó el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, con sede en México. El Instituto Francés de América Latina no sólo se dedicó a impartir la enseñanza de la lengua y civilización francesas, sino también a estimular la discusión de temas historiográficos y la investigación. Dentro del ámbito universitario, Manuel Toussaint, Francisco de la Maza, Justino Fernández y otros fundaron el Laboratorio del Arte, que dio lugar al Instituto de Investigaciones Estéticas; Pablo Martínez del Río y Rafael García Granados hicieron lo propio con el Instituto de Historia.⁸ La tarea editorial, básica para el desarrollo de la investigación, en 1934 comenzó a pasar de lo artesanal a lo industrial con el Fondo de Cultura Económica, fundado por Daniel Cosío Villegas. La Universidad Nacional Autónoma creó su Imprenta universitaria.

Una contribución fundamental para el desarrollo de las instituciones académicas mexicanas fue la incorporación en ellas de los transterrados españoles. Para sólo citar unos cuantos nombres de esos destacados representantes de la inteligencia española de su tiempo conviene recordar, en el campo de la filosofía, a José Gaos, Juan David García Bacca, Eduardo Nicol, Joaquín Xirau y Eugenio Ímaz; en el de la Historia, a Ramón Iglesia, José Miranda, Wenceslao Roces y, ya en los últimos años, a Rafael Altamira y Crevea; en el terreno de la antropología, a Juan Comas, Pedro Bosch Gimpera; en el del derecho, a Niceto Alcalá Zamora y a Manuel Pedroso; en el de la sociología, a José Medina Echavarría; en el bibliográfico, a Agustín Millares Carlo; en la crítica de arte, a José Moreno Villa y Enrique Díez-Canedo; en el de la literatura, a Luis Cernuda, León Felipe, José Bergamín, Emilio Prados y muchos otros.

Todos ellos se incorporaron, fundamentalmente, a dos tareas de índole intelectual: la docente y la editorial. Por una parte se sumaron a la Facultad de Filosofía y Letras, donde, al lado de profesores mexicanos destacados como lo eran en el campo filosófico Antonio Caso y Samuel Ramos, enriquecieron el saber de nuevas promociones; por otra, al lado de Alfonso Reyes y Cosío Villegas, entre otros, fundaron La Casa de España en México, base del actual Colegio de México, institución muy destacada en el campo historiográfico. A partir de 1940, mexicanos y transterrados se dedicaron, como nunca antes en México, a investigar, enseñar, traducir y editar, de manera que, académicamente, México se puso al día en más de una especialidad.

Los campos de la historiografía y la teoría de la Historia se enriquecieron con esa experiencia. José Gaos dirigió seminarios de los cuales salieron libros importantes sobre la historia de las ideas en Hispanoamérica; Ramón Iglesia impulsó el estudio de la historia de la historiografía; José Miranda estimuló a sus discípulos y les dio bases para el análisis de la historia de las instituciones. Todos concurrieron al campo de la traducción, sobre todo de obras escritas en alemán, entonces muy desconocidas entre los mexicanos. Wenceslao Roces dio a conocer la primera edición completa de El capital de Carlos Marx, así como otras obras de ese pensador y de Federico Engels. Es también responsable de la primera versión completa castellana de la Fenomenología del espíritu de Hegel. Eugenio Ímaz, entre otras cosas, tradujo y editó las obras de Dilthey. Gaos puso en nuestra lengua El ser y el tiempo de Heidegger.

La cátedra, el seminario, la traducción y la edición revirtieron en la investigación y, asimismo, en el desarrollo particular de la teoría de la Historia.

LA TEORÍA DE LA HISTORIA EN EL ÁMBITO ACADÉMICO

Entre 1940 y 1968, años que delimitan los ensayos reunidos en este volumen, se dan en México diversas corrientes historiográficas. Sobresale, por su novedad y sus aportaciones, la conocida con los nombres de historicismo, relativismo histórico y perspectivismo, alimentada por las aportaciones de la filosofía alemana (de las cuales no son ajenos el italiano Croce y el inglés Collingwood), que a través de José Ortega y Gasset pasaron a México con los transterrados. En el terreno de la teoría de la Historia, esta corriente ha sido la más significativa del periodo. Otra es el neopositivismo de aquellos que permanecieron fieles a un cierto tipo de empirismo más sistemático que el tradicionalista y en cierta forma influido por algunas corrientes sociológicas. Su objeto más frecuentado ha sido la historia de las instituciones, en la cual ha producido obras importantes. Esta corriente no produjo teoría en el lapso de 1940-1968. El marxismo, por su parte, contempló un enriquecimiento en el aspecto teórico más que en el de las realizaciones historiográficas. De hecho serían otras las disciplinas que se desarrollarían dentro del marxismo, tales como la economía, la sociología, la ciencia política y, en filosofía, la teoría del conocimiento, la estética y la lógica dialéctica.¹⁰

Durante los casi 30 años que cubre el material reunido en este libro, predomina una teoría de la Historia más relacionada con la filosofía. En la época del positivismo clásico, la relación evidente era entre historia y sociología, a grado tal que para algunos sociología e historia eran la misma cosa, aunque hubo otros que insistieron en el deslinde. A partir de 1940 se comenzó a dar una reflexión de tipo filosófico, por cuanto a que iba dirigida a problemas epistemológicos o a la conceptualización. A medida que pasa el tiempo, con el marxismo y la identificación con teorías políticas, se nota una vuelta a la sociologización de la concepción de la Historia. De hecho en nuestros días coexisten las dos ideas y las prácticas que de ellas derivan. La cada vez más frecuente adopción de análisis cuantitativos en la historiografía remite a una historia sociológica frente a una historiografía autónoma y consciente de su deslinde frente a otras disciplinas.

LA ÉPOCA DE LAS ESPECIALIZACIONES

Los últimos cinco años [1968-1973] de práctica historiográfica en nuestros medios acusan que los ámbitos académicos son terreno propicio para la formación y el desarrollo de especialistas dentro de la especialidad social que es ser historiador. Se han llegado a afinar tanto los instrumentos de análisis en Historia, que ya la mirada de un solo historiador parece no ser suficiente para abarcar el conjunto de actividades humanas que constituyen la Historia. Es menester dividir el acontecer, no sólo en épocas, sino en aspectos. Así, es un hecho la cuasiindependencia de la historiografía económica, la social, la política, la del arte, la de la ciencia y, en general, de todo aquello que constituye la cultura. Cada vez se plantea con más frecuencia la imposibilidad de recapturar las interrelaciones de los aspectos en que se divide la cultura. Ante esta obvia proyección de nuestra sociedad técnica y especializada, no queda sino tener conciencia del problema y hacer lo posible por resolverlo. (Esto, dicho sea de paso, implica desde luego un quehacer de índole teórica.)

En lo tocante a la historiografía de tema mexicano no es casual que en 1969 se haya dedicado todo un congreso a revisar

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