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La selección mexicana de futbol se iba a enfrentar a un equipo brasileño de segunda división.

El capitán carioca les dijo a sus jugadores: "-Quédense en el hotel, muchachos. Conocemos
al conjunto de México, y sabemos que no es muy bueno. Yo solo puedo jugar contra los
mexicanos, y ganarles". Los jugadores le pidieron que por lo menos se hiciera acompañar del
portero del equipo, pero él les contestó que precisamente ese jugador era el que menos se
necesitaba en los encuentros contra los mexicanos, e insistió en jugar él solo contra la
selección azteca. Los brasileños, pues, se quedaron en el bar del hotel, y ahí se pusieron a
beber alegremente mientras su capitán enfrentaba sin ayuda al equipo mexicano. Uno de los
muchachos calculó que había concluido ya el primer tiempo, y le pidió al encargado del bar
que encendiera la tele, a ver cómo iba el juego. En ese momento estaba diciendo el
comentarista mexicano: "-Al finalizar el primer tiempo, Brasil le gana a México por un gol a
cero. ¡Nuestros aguiluchos están cayendo con la cara al sol! ¡Parece, amigos, que nos
estamos encaminando a otra gran victoria moral!". El portero brasileño comentó muy
pensativo: "-Un gol a cero... No es mucha diferencia. Ciertamente nuestro capitán está
jugando él solo contra los once mexicanos, pero a juzgar por el marcador yo pensaría que no
se está empleando a fondo". Siguieron bebiendo y charlando los del equipo de Brasil.
Cuando supusieron que había terminado ya el segundo tiempo, encendieron otra vez el
televisor. Ahora el comentarista mexicano se oía entusiasmado, eufórico. "-¡El partido ha
terminado en empate, señoras y señores! Brasil: un gol. México: ¡¡¡un golaaaazo!!! ¡Nuestros
ratoncitos verdes hicieron la hombrada de empatarle el juego al futbolista brasileño!
¡Faltando un minuto para que el árbitro silbara el final del partido, cayó el gol de la igualada!
¡Ya me imagino cómo estará en estos momentos el Ángel de la Independencia, aleteando
con las alas sobre la muchedumbre de la multitud de aficionados que festejan la grandeza de
esta heroica hazaña, que seguramente quedará inscrita con letras de oro doradas en la
historia del deporte mexicano!". Poco después, el capitán brasileño llegó al hotel. Se veía
muy avergonzado. "-Perdónenme, muchachos -se disculpó con la cabeza baja frente a sus
jugadores-. Les fallé". "-No digas eso -trató de consolarlo uno-. Tú solo te enfrentaste a los
once jugadores mexicanos, y aun así conseguiste un meritorio empate. Al terminar el primer
tiempo ibas ganando. Te igualaron el marcador, es cierto, pero de ninguna manera nos
fallaste". "-Si les fallé -responde con tristeza el capitán-. Por tonto me hice expulsar a los
cinco minutos del segundo tiempo. Tarde o temprano los mexicanos tenían que anotar el gol
del empate".

Autor: Armando Fuentes Aguirre


Publicado: El Norte, 22 de julio del 2009.

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