HORMIGÓN
HISTORIA
DE UN MATERIAL
Economía, técnica, arquitectura
CAPÍTULO 1
El«alma» de la albañilería 11
Sobre la dureza de los morteros 11
El origen de la dureza 15
La piedra artificial 19
CAPÍTULO 2
Las ciencias del cemento 25
La materia prima 25
El nacimiento de la cementera 29
La tentación mecánica 33
Dinámica de la compacidad 37
CAPÍTULO 3
Invenciones del hormigón armado 43
Descubrimientos e invenciones 43
Coignet, inventor 45
Patentes 51
Wayss, Cottancin, Hennebique, Coignet 55
CAPÍTULO 4
Del material a la obra 61
Hierro y hormigón: ¿competencia o asociación? 61
Los oficios del hormigón 63
Los componentes 65
La aparición de la oficina de proyectos 69
Wayss & Freytag 75
La demanda 77
Una obra típica: el depósito 79
Epílogo 211
Biografías 215
Cronología 221
Bibliografía 225
Índice onomástico 237
EXPLORACIÓN
EN DIAGONAL
El libro que este escrito acompaña sorprende en el panorama de nuestra literatura
arquitectónica habitual, porque no responde al modelo de ensayo de crítica arqui-
tectónica, resulta inusual como tratado de historia de la arquitectura, no encaja en la
bibliografía contemporánea relativa a materiales de construcción y, decididamente,
no es un libro de técnicas constructivas.
Y sin embargo, hallaremos en él todas estas facetas, trascendidas y aunadas hasta
conformar una visión fresca y fluida de las primeras arquitecturas modernas. Nos
ofrece un trabajo vivido desde la percepción espacial y formal del arquitecto, que
utiliza instrumentos tomados a la historia para analizar los primeros hormigones de
la modernidad, exhumados y expuestos con la rigurosa inocencia del arqueólogo y la
estructura pedagógica del profesor.
Porque todos estos sombreros encajan en la cabeza del autor: arquitecto, historiador,
arqueólogo y enseñante, que se mueve por tanto en la intersección de estos saberes.
Reúne, pues, la perseverancia y la curiosidad del arqueólogo, la visión de conjunto del
historiador, el conocimiento del oficio del arquitecto y la capacidad de entusiasmo
del docente.
Tal vez por ello, el material en torno al cual se desarrolla este libro es el hormigón: un
aglomerado de diversas materias que aúnan sus características para convertirse, opti-
mizadas, en un material tan nuevo que solo aparece en sus actuales características en
la bisagra de los siglos xix y xx, aunque como aglomerado sea casi tan antiguo como
las primeras civilizaciones constructoras, nacidas entre el Tigris y el Éufrates, de las
que tal vez procede su nombre francés, béton, portugués, betão y germánico, beton.
Una de las teorías etimológicas respecto a su origen hace proceder béton de la arcaica
expresión aramea beta (‘casa’), raíz de diversas palabras con significados que giran en
torno a conceptos constructivos y/o habitacionales. Esta raíz podría perfectamente
EL«ALMA» DE
LA ALBAÑILERÍA
«Los cimientos constituyen los auténticos vínculos de nuestros edificios: aseguran su dura-
ción y permiten que podamos legarlos a las generaciones futuras1.»
Sobre la dureza
de los morteros
Hay una noción que vertebra la mayoría de tratados y teorías sobre construcción: la
de compacidad. Tanto la reflexión de los teóricos del aparejo como los preceptos de
los arquitectos y el enfoque de los artesanos convergen hacia un mismo ideal mate-
rial de cohesión y masividad. Según Claude Perrault2, «en una construcción, también
resulta de gran belleza que parezca hecha de una sola piedra». Siglo y medio después,
los ingenieros suscriben todavía la misma idea: «El objetivo que se propone cualquier
tipo de construcción [...] consiste en formar, mediante bloques individuales unidos,
una única masa de la misma solidez que se obtendría si estuviera compuesta por
uno solo3». Y de nuevo, este ideal nutre los catálogos de François Coignet, al alabar
en 1861 su procedimiento de hormigón conglomerado: «Una casa, un monumento,
DEL MATERIAL
A LAHierro
OBRA y hormigón:
¿competencia
o asociación?
El hormigón armado se compone de dos materiales, hormigón y hierro, a lo que se
podría añadir la actividad que consiste en reunirlos en un mismo elemento construc-
tivo. Desde un punto de vista material, la idea de su asociación presupone la existencia
anterior de los dos elementos integrantes. Ahora bien, tanto uno como otro, contra-
riamente a la piedra o a la madera, por ejemplo, son ya de por sí resultado del trabajo
humano, artículos de transformación que implican todo un proceso de fabricación
y que se encuentran sujetos a un circuito de uso que no favorece necesariamente su
asociación.
A tal respecto sabemos de la escasa atención que dedicarán los arquitectos e ingenieros
franceses a la invención de Monier en 1867, incrédulos ante la unión de dos materia-
les tan opuestos (a pesar de haber defendido la utilización de la piedra armada desde
mucho tiempo atrás1). Sin embargo, conocemos ya la idea de hundir elementos metá-
licos en un mortero, enunciada desde el siglo xviii, y hemos sabido por diversas fuen-
tes que el principio había sido experimentado en numerosas ocasiones, mucho antes
incluso de aquella época. No obstante, las experiencias concluyentes no llegaron hasta
la segunda mitad del siglo xix; y aunque al principio tienen problemas para conquistar
el mundo de los constructores y creadores, poco a poco se intensifican y multiplican.
7 Por ejemplo en Suez, donde la demanda de 110.000 toneladas llevará a Lafarge al primer
nivel de los productores nacionales. Véase L. Dubois, Lafarge-Coppée, 150 ans d’industrie, París,
Belfond, 1987, pág. 23, y N. Montel, «L’organisation du travail sur les chantiers de terrasse-
ment, le cas du percement de l’isthme de Suez», Culture Technique (París), n.o 26, «Génie
civil», 1992. 8 J. Turgan, Les grandes usines de France, París, A. Bourdilliat, 1860, t. ,
pág. 4. 9 E. Leduc, Chaux et ciments, París, 1902, «Introduction». 10 Ibíd. 11 H. Lafuma,
«L’OEuvre de Louis Vicat dans l’évolution de la science du ciment», en Cent ans de béton
armé, 1849-1949, Travaux (París), n.o 194 bis (suplemento), 1949, págs. 30-32. 12 M. Lescure,
Immobilier et bâtiment en France (1820-1980), París, Hatier, 1983, pág. 15. 13 F. Ascher, «El
desafío de la obra, una nueva estrategia para el desarrollo de las industrias de la construc-
ción», en Architecture et industrie: passé et avenir d’un mariage de raison, París, Centre Georges
Pompidou, 1983, pág. 232. 14 Por ejemplo, la cría del gusano de seda y el hilado constituyen
dos sectores productivos recíprocos pero formalmente opuestos. 15 A. Rowley, Évolution
économique de la France du milieu du xixe siècle à 1914, París, cdu-sedes, 1982, pág. 23.
Estética y
geometría
En 1925, como signo de gratitud hacia quienes le habían ayudado y apoyado en la
preparación del pabellón del Nuevo Espíritu, Le Corbusier publicaba el Almanach
d’Architecture moderne. Entre los textos y fragmentos reunidos en aquel volumen, un
collage de distintos artículos, conferencias, extractos de catálogos, cuadernos de viaje,
alocuciones diversas y cartas, figura «El nuevo espíritu en arquitectura». Se trata de
una conferencia anteriormente dictada en dos ocasiones donde Le Corbusier expone,
de forma impetuosa, el carácter de «la arquitectura de la época moderna», carácter
cuyo rasgo principal es, según el autor, una «técnica sana y poderosa capaz de sopor-
tar una estética». Como en muchos textos de este período, las figuras emblemáticas de
15 R. Legault, «L’appareil de l’architecture moderne», Les Cahiers de la Recherche
Architecturale (Marsella), n.o 29, Culture constructive, 1992, pág. 64.
MATERIAL Y
ARGUMENTACIÓN
¿Qué lenguaje para
el hormigón armado?
Cuando el hormigón armado se está convirtiendo en materia de debate arquitectónico, es
decir, durante el primer decenio del siglo xx, perturba un discurso ya establecido desde
época temprana, en el que la construcción se interpreta como un juego de signos tanto
como un juego de fuerzas, discurso lentamente forjado con la herencia de Viollet-le-
Duc. El nuevo material, más atrevido conceptualmente sobre el terreno del monolitismo
que sobre el de la combinatoria, no desarrolla todavía un lenguaje, en el sentido de que
trabaja contra la idea misma de una posible articulación. Su imagen, como su cuerpo,
forma un bloque. Tanta fuerza contenida en la propia idea del hormigón armado produce
algunas metáforas evocadoras, pero todavía no se sabe con qué rasgos darle forma: «El
cemento armado, aun conservando el aspecto externo de la mampostería, posee múscu-
los de acero y puede desafiar las dificultades estáticas, extender largos brazos, elevarse en
formas esbeltas y cuidadas1», escribe un redactor de Ciment Armé. En sus cursos dicta-
dos en la École Nationale de Ponts et Chaussées a partir de 1897, Rabut había señalado
esta propensión a exhibir la musculatura metálica y subrayaba la necesidad de enfatizar
las líneas de fuerza del material. Reconociendo la fealdad consustancial, por así llamarla,
del hormigón armado, desprovisto de medio de expresión y sin legibilidad en el ámbito
de las técnicas de montaje, puesto que no podía convertir inmediatamente esta desven-
taja en algo «agradable y comprensible para el gran público2», Rabut intentaba encontrar
6 A. Merciot, óp. cit., pág. 34. 7 «El propietario, inventor de uno de los sistemas más difundidos
de hormigón armado, insistía en vivir en un monolito de hormigón que presentara su sistema
[...] todo terminó en lo que ustedes pueden ver y que yo no les doy como modelo», É. Arnaud,
Cours d’architecture et de constructions civiles, París, 1923, 2.ª parte, t. 1, «Technique du bâti-
ment», pág. 36. 8 Según la expresión de M. Dormoy, «le faux béton», L’Amour de l’Art, abril de
1929, pág. 131. 9 Le Béton Armé (París), n.o 10, marzo de 1899, pág. 13, citado por G. Delhumeau
«Hennebique, les architectes et la concurrence», en Culture constructive, óp. cit., pág. 42.
Pragmática del
hormigón armado
Esas geometrías constructivas no podrían estar basadas solo en abstracciones mate-
máticas o sociales, sino que surgen en torno a un principio de realidad que les es casi
consustancial: la obra. El plano tiene un espesor y un peso, el «punto» de apoyo es en
realidad una sección, un objeto, y las materias que lo constituyen son llevadas a pie de
obra según un orden y un ritmo que su geometría primera debe por fuerza anticipar.
Los protagonistas de estas nuevas formas expresan, en diversos grados, la implicación
material de su lógica constructiva, y no es raro que sea ese parámetro el que precipite el
ajuste dimensional de lo que permanece como una simple representación hasta su reali-
zación. El éxito de las superficies desarrollables que conciben ingenieros como Lafaille o
Torroja está ligado al hecho de que estas superficies pueden ser realizadas (encofradas)
usando planchas rectilíneas. Y el gran impulso espacial de los hangares de dirigibles de
Orly construidos por Freyssinet proviene de la adaptación económica de un sistema
de cimbras deslizantes, generador de la onda estructural que forma la pared. Esquillan,
«ingeniero de empresa», expresa de forma sencilla esta línea de conducta: «Después de
haber esbozado someramente algunas posibles estructuras y sus dimensiones aproxi-
madas recurriendo a algún precedente o a métodos sencillos de cálculo que facilitan
esta determinación, la cuestión que el ingeniero constructor debe plantearse antes de
proseguir sus investigaciones concernientes a las formas y las disposiciones es: «¿cómo
realizar estas estructuras? ¿Por qué procedimientos? ¿Con qué material?45».
44 E. Rümler, «Les surprises du ciment armé», La Construction Moderne (París), n.o 23,
septiembre de 1911, pág. 614. 45 N. Esquillan, «L’art de construire», conferencia en Stuttgart,
16 de noviembre de 1971, reproducida en B. Marrey, Nicolas Esquillan, un ingénieur d’entreprise,
París, Picard-Association des Amis de N. Esquillan, 1992, pág. 168.
TECTÓNICA DEL
HORMIGÓN ARMADO
El entramado
Existe una tipología particularmente significativa en la historia de la construcción
que, gracias al hormigón armado, conocerá algunas realizaciones espectaculares,
destinadas a generar numerosas interpretaciones. Se trata del entramado, dispositivo
revalorizado tanto por su proliferación dentro de la construcción metálica como por
el estatus teórico que le asignan Viollet-le-Duc y, tras él, la escuela racionalista. En un
artículo de gran repercusión, Colin Rowe ha sacado a luz las raíces estadounidenses
de esta teoría, centrándose en encontrar en los efectos de marco mecanismos tan
estructurados como lo fue la columnata para el arquitecto renacentista1.
La cuestión, en el fondo, consistirá en determinar hasta qué punto el entramado
puede crear la forma y el espacio, en qué medida la rigidez de la estructura es capaz
de una transformación en un sentido estricto. En 1913, Auguste Pret produce, en el
marco de la polémica que lo enfrenta a Pascal Forthuny a propósito del teatro de los
Campos Elíseos, un diseño bastante particular de la estructura constructiva del edifi-
cio2. Un año más tarde, Le Corbusier empieza a trabajar su principio de casa Dominó,
llamado a representar un papel particularmente importante en la década siguiente.
Desde un punto de vista técnico, ambos dispositivos son comparables. Los dos están
construidos en hormigón armado, y constituyen el principio activo de dos organi-
zaciones estáticas bastante sencillas basadas en un sistema de trama espacial rígida.
Sin embargo, los sistemas son en otros sentidos claramente diferentes: el entramado
de Perret combina una serie de parejas de pórticos, mientras que el de Le Corbusier
superpone tres losas con una dependencia recíproca mediante disposiciones de
ELEMENTOS DE
HORMIGÓN ARMADO
Voladizos
Una de las primeras obras realizadas en hormigón armado, considerada como una
verdadera proeza constructiva y que pudo ser alzada gracias únicamente a la capaci-
dad de resistencia del material, es el voladizo de Batignolles, construido en 1909 por
Charles Rabut. La estrechez del corredor al salir de la estación Saint-Lazare limitaba
el número de vías férreas, y la Compañía de Ferrocarriles del Oeste estaba pensando
en abrir un túnel. Charles Rabut, que en aquel momento era ingeniero de la empresa,
sugirió recortar el canal y suspender literalmente una parte de la calle de Roma y del
parque de Batignolles. A este fin, calculó un voladizo que se extendía sobre 435 metros
de longitud, con un saliente que se sujetaba a siete metros sobre una longitud de 75
metros y después iba disminuyendo lentamente.
La hazaña fue aclamada unánimemente, tanto por el logro técnico como por el urbano.
Los voladizos de Rabut reunían ya las condiciones necesarias para impresionar a los
gremios de constructores. Por supuesto, Hennebique ya había construido, para los
Molinos de Nantes, un voladizo comparable (7 metros de voladizo por 40 de longitud),
pero, por razones de explotación, las vías que sujetaba nunca habían sido puestas en
servicio. De hecho, la resistencia del voladizo representará durante mucho tiempo el
mejor símbolo de resistencia del hormigón armado, expresión, a la vez, del monoli-
tismo de la construcción y de su libertad geométrica y estructural. Una sencilla colo-
cación de los hierros en la losa encastrada por uno de sus lados sustituye, a partir
de ese momento, a las fatigosas técnicas de los puntales y las barras de suspensión.
La potencia estructural del material alcanza su cima: basta con empotrar la placa o
la viga para mantenerla en suspensión, y una simple inversión en la posición de las
armaduras otorga al mecanismo su rigidez.
Signos y huellas
En el ejemplo bastante particular de La Tourette, el hormigón armado representa
varios papeles a la vez. Fabrica los objetos, dando forma a su volumetría, y se sujeta
(se mantiene), haciendo de «tutor» formal; se expone, extendiéndose sobre todas las
superficies. En otras palabras, envuelve, construye, decora. Vuelve a interpretar, en
solitario y de modo capital, por así decirlo, la trilogía multisecular de la arquitectura,
utilitas, firmitas, venustas. De esta forma, cuando el hormigón armado interpreta su
propio canto sobre las diferentes partituras que superpone la arquitectura, expresa sin
maquillaje las virtudes primeras de su origen: una materia dividida entre las huellas
del trabajo manual y los símbolos arquitectónicos. Pero volvamos al signo terminal que
constituye la huella, marca directa de las operaciones de construcción y elaboración 187
de la obra en hormigón armado. El revestimiento, como hemos visto, representa una
manera sencilla de borrar estas marcas, generalmente tomadas como desagradables,
sea porque expresan el defecto de la construcción, sea porque, como suplemento inde-
seable, no concuerdan con lo esencial de la arquitectura: la forma, la luz, el espacio.
Por eso mismo, borrando las marcas, la argamasa las niega, las rechaza, en beneficio
de una virginidad recuperada, reparada, incluso como si esa fuera su función: borrar
los errores (las marcas no controladas del trabajo) como el perdón borra el pecado.
Pero cuando las huellas aparecen, ¿qué manifiestan realmente? La huella del encofrado,
así como la reacción del granulado, comprimido o sometido a vibraciones entre sus
planchas. Es decir, los testigos del trabajo de la materia, de su fabricación. Sus huellas
son de dos tipos: ligadas a la fabricación formal (el molde imprime en negativo la
textura de su materia propia: madera veteada y clavada, tabla lacada y lisa, etcétera);
o además ligadas a la precipitación del grano, al vertido de la materia fangosa y a su
asiento y posterior desecación. Estas dos modalidades de signo en la superficie son
como las coordenadas sensibles del trabajo que consiguen inscribirse según registros
gráficos relativamente opuestos.
En efecto, las marcas de encofrado mantienen en muchos aspectos una relación inversa
respecto a las marcas ligadas al aspecto del hormigón, a su grano. El encofrado se
imprime en negativo, mientras que la tongada deposita «positivamente» sus marcas en
el momento de secarse. El encofrado es controlable en su aspecto gráfico: dimensión
y orientación de las tablas, dibujo de las vetas, penetración de las junturas, presencia
de clavos, etcétera. Todos los detalles contribuyen a la grafía del fragmento de pared
que su intérprete dibuja al gusto. El grano, por el contrario, aunque sea en cierta forma
controlable en lo que se refiere a la elección de los granulados y de la intensidad de la
vibración, revela una textura mucho más aleatoria, cuyos accidentes —desconchados,
salpicados, rebabas...— son conducidos y repartidos por la lenta química de la dese-
cación. Así pues, a la forma diseñada, compuesta, del encofrado se opone el deforme
«teñido» de la textura, que efectivamente expresa, mediante la intensidad del gris, la
confusión mineral de la que es objeto.
Esta superposición-oposición en el orden de la huella tiene que ver, sin duda, con lo que
Georges Didi-Huberman ha calificado, en el registro pictórico, de desgarrón, revelando
la «potencia de lo negativo» en la imagen construida, descifrando «el entrelazamiento
26 G. Didi-Huberman, Devant l’image, París, Minuit, 1990, pág. 184. 27 S. Ferro, Michel-
Ange et la chapelle Médicis, memoria de investigación, Grenoble, bra-melt, 1989, multicopia,
pág. 94. 28 Ibíd., pág. 124.
EL FUTURO DEL
HORMIGÓN ARMADO
La cantidad
En el umbral del siglo xx solo los fabricantes de equipos industriales y unos pocos
empresarios conocían el hormigón armado. La mayor parte de los ingenieros lo recha-
zaban y los arquitectos lo ignoraban. Es cierto que Hennebique hizo de él un objeto
de promoción excepcional y que contribuyó en gran medida a su difusión, pero hubo
que esperar a las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, y sobre todo a las de
la Segunda, para asistir a un despliegue económicamente significativo. En el fondo,
la historia del hormigón armado se puede dividir en tres períodos. El primero, el del
equipamiento industrial (depósitos, conductos, silos, canales, dársenas, fábricas...),
cubre una veintena de años (1895-1915). El segundo es el de los arquitectos «pioneros»,
los modernos Le Corbusier, Gropius, Mies van der Rohe..., que perciben en el material
un potencial inigualable de creación y desarrollo (1920-1940). La tercera etapa, que
comienza con la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, prosigue durante
los años llamados «treinta gloriosos» y se prolonga aún hasta hoy.
Hoy quiere decir los inicios del siglo xxi. Como es conocido, en la actualidad el hormi-
gón ha pasado a formar parte de la lengua (de forma relativamente despectiva, se habla
de «hormigonar» el campo, el litoral...), y alimenta un sector importante de la economía
(la construcción, las obras públicas) y de la industria (cementeras). A esas tres fases nos
gustaría añadir una cuarta, de la que no conocemos los límites, pero que, según parece,
ya está a las puertas: el futuro. Este futuro que preocupa para la supervivencia del planeta
y de sus habitantes: ¿cuándo alcanzaremos una población de diez mil millones? ¿Dónde
viviremos? Pero sobre todo, ¿a qué se parecerá nuestro entorno construido, urbanizado,