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Resumen
Abstract
In the following work, it’s maintained that the support of the Chinese to the
Chilean Army in the War of 1879 was an act of resistance and subversion
against the cruel Peruvian regime. In this sense, the support of the coolies
was menacing, essentially, by the Chilean’s lost, their network of contacts
between coolies by all the Peru, and their conviction and wrath against its
orerators. Finally, it’s indicated that this decision was spontaneous, reason
why they become from slaves in Peru to warriors integrated to the Chilean
troops, until Jose Francisco Vergara trained them into the discipline of a
regular army.
Palabras Clave
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Ponencia presentada en la I Jornada de Estudiantes de Historia de América de la Universidad de
Valparaíso, “América: multifacética-multitemporal”, realizada en las dependencias de la Facultad de
Humanidades de la UV el día 24 de Junio de 2009. ACTAS PRIMERAS JORNADAS DE
ESTUDIANTES DE HISTORIA DE AMÉRICA, Páginas 76-90.
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Introducción.
Han pasado ya 130 años desde el inicio de la Guerra que enfrentara los intereses
expansionistas de la oligarquía chilena contra la unión estratégica de bolivianos y
peruanos. Conflicto del cual no han quedado saldadas ciertas cuentas. Más allá del
problema limítrofe, de la salida marítima boliviana, de las confianzas pendiendo de un hilo
o del odio que se engendra entre hermanas naciones, es una deuda con los protagonistas
de la historia. No se pretende hablar de los oficiales, que con sus rostros y uniformes
copaban cada fotografía de la Guerra, sino de cómo sujetos de humilde vestimenta, de
rostros dolidos por la explotación, de esperanza en mejores tiempos, de idiomas y
culturas radicalmente distintas fueron un elemento gravitante en el desenlace del conflicto
armado. Hablo de cientos de chinos que, importados para ser jurídicamente esclavizados,
al ver un haz de libertad, ejercieron la resistencia, según Marcelo Segall, a veces pasiva y
en otras, de rebelión violenta (Segall, 1967: 52); organizaron actividades de sabotaje o
prepararon el terreno para la avanzada del Ejército chileno, es decir, dieron la lucha
contra su propio enemigo, el hacendado explotador que los movilizó con la esperanza de
falsos sueños.
De súbditos a esclavos.
El historiador Mauricio Jara señala que la China de fines del siglo XIX era un
imperio que luchaba, sin mucha fortuna, por integrarse al concierto mundial de naciones y
controlar su población, por lo que habría aceptado la emigración de sus súbditos, quienes
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se habían ofrecido como mano de obra en otros rincones del mundo (Jara, 2002). A este
respecto, se debe comprender que el Imperio Celeste vivía tiempos difíciles en sus
dominios: por un lado tenían los abusos y la humillación de las potencias extranjeras que
desde el siglo XVI habían invadido el territorio chino, desmantelando su sistema
económico, político, social y religioso; y por otro lado, experimentaban una serie de
conmociones internas producto de sucesivas rebeliones nacionalistas. Ambos factores se
concretizan en dos hitos fundamentales que marcaron el auge de la emigración: la Guerra
del Opio de 1840, que culmina con la firma del “Tratado de Nanjing”, entre otros, tras los
cuales “China perdió su soberanía” (Colección China, 1984: 106), y las rebeliones
internas.
Para los chinos, el período abarcado desde la Guerra del Opio (1840), hasta las
vísperas del Movimiento del 4 de Mayo (1919), incluso hasta la fundación de la República
de China y la caída de la dinastía Qing, corresponde al período en que “el imperialismo
compartió sus turbios negocios con el feudalismo chino para convertir a China en una
sociedad semicolonial y semifeudal” (Colección China, 1984: 101). El discurso oficial de
Beijing es muy claro al traer a colación el sentimiento de humillación producto de la
invasión extranjera, sin embargo, se debe aludir, por cierto, a que hacia fines del siglo
XVIII ya habían síntomas de una evidente debilidad del liderazgo estatal, especialmente
producto de que “la presión demográfica comenzó a incrementar la vulnerabilidad de la
masa popular hacia la sequía, las inundaciones, la hambruna y las enfermedades”
(Fairbank, 1996: 230). Las consecuencias de este desequilibrio institucional tienen sus
bases en el descontrol demográfico, que, a juicio de Jacques Gernet, “todo parece indicar
que el mismo crecimiento demográfico que había impulsado la notable expansión del siglo
XVIII provoca el efecto inverso sobre la economía de China en la primera mitad del siglo
XIX” (Gernet, 2005: 472). Todo esto se profundiza en el devenir histórico, a tal punto que
el reconocido sinólogo John King Fairbank sentencia que “el siglo XIX se convirtió en una
larga historia de decadencia dinástica” (Fairbank, 1996: 231).
Sin lugar a dudas, la inestabilidad política, económica y social del siglo XIX fueron
factores gravitantes que empujaron a muchos chinos a escapar hacia otros rumbos. La
situación resultaba alienante con el abuso de las naciones asentadas en los dominios del
Imperio Celeste. En los años anteriores a la “guerra del opio” (1839-1842), se puede
observar un repentino y drástico aumento en las importaciones de esta droga [Ver Anexo
1 y Anexo 2], lo que adoleció al aparato estatal chino, extendiendo y agravando la
corrupción, y minando la debilitada economía nacional producto de las guerras de fines
del siglo XVIII y por la presión demográfica. Es importante destacar que independiente de
los estragos físicos e intelectuales de sus consumidores, pequeños funcionarios locales y
empleados de los yamen en su mayoría, “el contrabando de opio tiene efectos graves
sobre la moral, la política y la economía” (Gernet, 2005: 474). A este respecto, el Imperio
Celeste se conmocionó con las respuestas nacionalistas. Una serie de movimientos que
reivindicaban la recuperación de la soberanía y la expulsión de los extranjeros socavaron
e hicieron estragos con el orden institucional y, por sobre todo, social. La Rebelión del
Loto Blanco (1796-1804), que apelaba a las esperanzas de los campesinos azotados por
la pobreza, comenzó a fines del siglo XVIII como protesta contra las exacciones de los
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recaudadores de impuestos secundarios; o la gran Rebelión Taiping (1851-1864), que,
basada en la vaga teología de Hong Xiuquan (洪秀全), su líder, “inspiró a un ejército de
feroces guerreros que en los primeros años se mantuvo bajo una estricta disciplina moral,
cautivando a la gente común” (Fairbank, 1996: 256); también la Rebelión Nian (1853-
1868), que logró establecer una amplia zona de autonomía y hostilidad con las regiones
colindantes entre los río Huai y Amarillo; y, finalmente, la difundida Rebelión de los Bóxers
o Movimiento Yihequan o Yihetuan2 (1898-1901), cual, de principio organización secreta
de los campesinos de Shandong y Zhili, tenía como objetivo obedecer “a la simple
consigna de „apoya a los Qing, destruye a los extranjeros‟” (Fairbank, 1996: 282), o como
plantea el discurso oficial, “mediante el ejercicio de artes marciales, organizó y armó a las
masas para ofrecer resistencia contra las fuerzas reaccionarias” (Colección China, 1984:
129). Estas son las principales respuestas al abuso interpuesto por las naciones que
humillaban a China.
De acuerdo al historiador Mauricio Jara, existía “el interés de algunas naciones por
contar con mano de obra abundante y barata” (Jara, 2002: 23), lo cual, señala el
historiador, frente a la escasez de trabajadores producto de la abolición de la esclavitud
negra en diversas naciones latinoamericanas, llevó a considerar “la importación de mano
de obra china a Brasil, Cuba, Venezuela y Perú, entre otros países” (Jara, 2002: 24-25).
En el caso particular de esta investigación, el Perú buscaba mano de obra para salvar su
adolecida agricultura producto de la reciente manumisión de los negros y de la seria
dificultad de que indígenas trabajaran en las tierras bajas, en consecuencia, “ante el
fracaso de traer europeos al Perú, el país miró hacia el Pacífico y al Lejano Oriente, las
extensas y superpobladas regiones del mundo” (Chou, 2002: 57). Estos migrantes son los
culíes, denominación foránea que alude a trabajadores chinos empleados en las colonias
inglesas en territorio asiático. A propósito, Segall señala que los culíes “fueron
trabajadores sacados de su patria bajo condiciones de esperanza y de engaño, con
contratos” (Segall, 1967: 52). Sobre esto, el historiador y diplomático taiwanés, Diego Lin
Chou, aproxima que “de unos 250.000 chinos llevados a Latinoamérica en la segunda
mitad de ese siglo [el siglo XIX], aproximadamente la mitad llegaron a Suramérica” (Chou,
2002: 55). El tráfico de laburantes chinos se constituyó como un gran negocio: el crimp o
agente reclutador en China, los importadores de las casas de enganche en Perú y los
propietarios de la naves transporte, que, entre barras de cobre, algodón y seda, llevaban
culíes hacia América.
2
Yihequan era el nombre del movimiento hasta 1899, cuando actuaba de manera clandestina. A
partir del mismo año, el grupo adoptó el nombre de Yihetuan y salió de la clandestinidad.
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La lucha por la supervivencia.
La llegada de chinos al Perú fue auspiciada tanto por el gobierno peruano como
por los hacendados de dicha nación, sin embargo, este arribo no tuvo demasiada
apreciación en la sociedad que los recibía. En este sentido, la inmigración china al Perú
adquiere dos ribetes fundamentales: por un lado, la utilidad de su llegada para mantener
la economía nacional (Yamawaki, 2002), y por otro, el conflicto socio-étnico a propósito de
la “desconsideración” racial de los asiáticos (Quiroga 2002; Yamawaki 2002).
La inmigración de orientales se vió con muy buenos ojos para reparar en el daño
de la agricultura y la infraestructura nacional. Gran cantidad de chinos fueron ligados al
trabajo agrícola, así como en las guaneras de las islas3, sin perjuicio de aquello, los
primeros que cruzaron el Pacífico lo hicieron motivados por empresarios ingleses que se
valieron de la experiencia imperialista decimonónica para concretar sus negocios en otras
fronteras, como es el caso de las inversiones en medios de transporte en Perú, donde
británicos y norteamericanos, como el emblemático caso de Henri Meggs, conocido en
Perú como el Rey de los Ferrocarriles, utilizaron mano de obra asiática (Yamawaki, 2002:
36-38). En este contexto, Ricardo La Torre, ex director del Museo Antonio Raimondi
(Perú), señala que hacia 1851 se podía observar el producto de la inmigración oriental
con una mayor productividad agrícola, lo que generó que cerca de 98 empresarios se
dedicaran a este negocio (La Torre, 1992: [En Línea]). Inclusive una afirmación mucho
más polémica, Marcelo Segall sostiene que “gran parte de las riquezas de Perú y Cuba, y
en menor grado de Chile, fue producto de la esclavitud asiática” (Segall, 1967: 52). Sin
embargo, esta no fue la única actividad que desarrollaron los culíes. Tras su arribo, miles
llegaron a trabajar en las islas guaneras, entre 5.000 y 10.000 fueron utilizados para la
construcción de ferrocarriles, y unos 80.000 fueron transladados a las plantaciones
azucareras y algodoneras en la costa, así como hubo algunos sirvientes domésticos,
artesanos y trabajadores especializados (Chou, 2002: 59), dejando tras de sí, una sólida
estela de laboriosa, esforzada y sufrida vida.
Independiente de la labor ejercida por estos orientales, cabe mencionar que las
condiciones de su explotación no eran dignas de ser humano alguno: “El sol ardiente, la
alta humedad, la inexistencia de agua fresca y de vegetación la compañía de los
escorpiones, ratas y lagartos ya hacían su vida insoportable, pero el trabajo y los tratos
eran aún más arduos” (Chou, 2002: 60). Estos asiáticos fueron traídos bajo un legítimo
régimen contractual, de hecho, si bien la inmigración de culíes se remonta hacia 1849, la
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Un muy buen análisis sobre este caso lo realiza W. M. Mathew (Mathew, 1977) en “A Primitive
Export Sector: Guano production in mid-nineteenth-century Peru”, donde señala que dada la
escasa mano de obra dispuesta a trabajar en la extracción de guano de las Islas Chinchas, la
gente tuvo que ser situada y mantenida a través de sistemas coercitivos, de esta manera, la
principal mano de obra local fueron convictos, desertores del ejército y algunos hombres a sueldo
de Chile y Perú. Sin embargo, afirma que: “Un mayor punto de reclutamiento se dio en 1849 con la
introducción de trabajadores contratados desde China. Su llegada coincidió, no accidentalmente,
con la adjudicación exclusiva de los derechos de extracción por Domingo Elías, y en un corto plazo
se convirtieron en el principal elemento de fuerza laboral en las Islas Chinchas” (Mathew, 1977:
40). [Cita original en inglés en Anexo 3].
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abolición de la esclavitud en el Perú data de 1854, por lo que los inmigrantes debieron,
teóricamente, haber logrado su dignificación desde esa fecha, sin embargo, la historia
sería escrita con otra pluma. Los chinos arribados, aparte de ser tratados como bestias y
de no siempre respetárseles su compromiso contractual por ocho años, fueron
considerados como una sub-clase, incluso, inferior a la de los esclavos negros, es más, a
partir de sus características físicas, lingüísticas, de constumbres y cultura, fueron víctimas
de vejamenes humillantes y trágicos para cualquier ser humano (Yamawaki, 2002: 34).
Los chinos llegados a Perú fueron parte de un proceso de diferenciación social del
cual salieron perjudicados. La sub-clasificación de los asiáticos generó cierta comodidad
para los esclavos negros, quienes aprovecharon esta nueva condición de superioridad
con un Otro. Consecuencia de esto, abundan ejemplos de maltrato de negros contra
chinos, y en plena Guerra de 1879, testimonios de bandidaje de negros, indígenas y otros
subalternos atentando contra el patrimonio logrado por orientales redentos.
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Rescatadas a partir de los trabajos de Marcelo Segall (Segall, 1967), y Diego Lin Chou (Chou,
2002)
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El suicidio es una respuesta a los abusos de la explotación y del castigo. Como
señala Pablo Macera, las razones del suicidio culí se justifican en cuanto creían que tras
su muerte resucitarían en su país (Macera, 1977: 222). Asistimos, entonces, a un suicidio
de tipo vicariante y metempsicótico, es decir, que ante la imposibilidad de mejorar las
condiciones futuras, se busca adelantar el deceso para volver a renacer en otro punto de
origen. Diego Lin Chou nos aproxima que las principales formas de suicidio correspondían
a: “arrojarse al mar en las guaneras; a ahorcarse en árboles de las plantaciones; a tragar
opio o bien a saltar a la olla caliente en los ingenios” (Chou, 2002: 63).
La cuarta forma de resistencia fue la rebelión. Los motines en las Chinchas fueron
muy comunes, y de allí se empezó a replicar la experiencia insurgente en otros espacios.
Los motines solían ser muy concurridos, tanto, que en septiembre de 1870, entre 1.200 y
1.500 chinos con la cara pinta de rojo y azul, se sublevaron, saqueando y casi tomando el
pueblo de Pativilca (Chou, 2002: 64). Desgraciadamente, una débil organización y una
seria falencia táctica impidió que estos asiáticos rebeldes pudieran expandir su
movimiento y seguir liberando paisanos, terminando la coyuntura con un saldo de más de
300 culíes muertos y una clase dominante subyugada al temor de estos “salvajes”.
Podríamos cerrar aquí el punto relativo a las formas de resistencia culí, sin
embargo, a mi juicio, olvidaríamos la más importante de todas. Como es objetivo en esta
investigación, sostengo que el apoyo de los chinos culíes a las filas castrenses chilenas
posicionadas en territorio peruano fue un acto de resistencia, de rebelión, ya que se
plantea el sujeto histórico frente a la adversidad de su escenario, y, cara a cara con el
destino, decide sumarse al enemigo de su verdugo, de manera que pudiese lograr una
transformación de su realidad. A luz de los documentos, este movimiento táctico fue la
respuesta al descontento con la explotación, fue un acto de resistencia y rebeldía, no de
revolución, ya que carecía tanto de una teoría revolucionaria como de un proyecto
político. El fin último, como ahondaremos a continuación, era esencialmente vengativo.
Los chinos conocían muy bien al ejército peruano, ya que era este cuerpo militar el
encargado de sofocar las rebeliones surgidas desde estas comunidades, en
consecuencia, se concuerda con la hipótesis de Segall de que el mayor odio de los
asiáticos recaía sobre el enemigo más visible, más cercano: el soldado peruano (Segall,
1967: 56).
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El historiador naval Rodrigo Fuenzalida plantea que “Estos pobres infelices [los
chinos], al ver que la brigada Lynch los declaraba libres, se plegaron a ella y prestaron
toda la cooperación que les fue posible” (Fuenzalida, 1978: 58). Otro historiador naval,
Victor Larenas, nos aproxima una situación similar, aseverando que “estos pobres seres
[los chinos], que vivían en las condiciones más inhumanas, al ver que la división de Lynch
los declaraba libres, se plegaron a ella y le prestaron toda la cooperación que podían”
(Larenas, 1981: 46). Complementariamente, Diego Lin Chou relata la importancia de la
avanzada de Lynch, señalando que “él los organizó para que prestaran servicios a la
Primera División que comandaba, los cuales constituyeron considerables aportes al viaje
triunfal de su operación” (Chou, 2001: [En Línea]), y desde otra voz, Marcelo Segall afirma
que “desde la Campaña del Desierto, los chinos sirvieron voluntaria y espontáneamente al
Ejército de Chile” (Segall, 1967: 56).
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Francisco Vergara decidiera formar a los orientales en la disciplina de un ejército regular.
Los asiáticos fueron repartidos entre las labores de abastecimiento y auxilio, y un grupo
de selectos osados fue agrupado en la legión asiática o Vulcano, a cargo del General
Arturo “dinamita” Villarroel, en la que los chinos se dedicaron a abrir pozo en Jaguey y a
desenterrar las minas y los torpedos del camino (Chou, 2001: [En Línea]).
Palabras de cierre
Los chinos fueron traídos a América para trabajar como mano de obra barata que
permitiera a los Estados saciar las necesidades productivas internas. La inmigración se
planteaba como un contrato en el cual se estipulaban los principios de las condiciones
laborales, las cuales parecían bastante prósperas para los orientales que estaban
sufriendo una crisis sistémica en sus tierras. Ingenuamente, miles de chinos se
embarcaron hacia territorio americano, y fue aquí donde se dieron cuenta del engaño.
Gravísimas fueron las condiciones de explotación que estos asiáticos encontraron en el
lugar de llegada, ante lo cual se manifestaron con 4 formas de resistencia: el suicidio, el
trabajo lento, el cimorraje y la rebelión. Como se ha planteado más arriba, el mayor acto
de rebeldía ejercido por los chinos culíes fue su integración a las fuerzas militares
chilenas, ya que con esto, pudieron destruir la economía de sus patrones, sus enemigos.
En este sentido, su participación en la Guerra fue un acto de resistencia y subversión, ya
que a la vez que se oponía a la explotación, configuraba una nueva realidad: luchaban por
su libertad.
5
Jara, Mauricio. “Chinos en Chile: Política Consular y Debate Parlamentario a comienzos del Siglo
XX”. Valparaíso: Ediciones de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Playa Ancha.
2002.
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sabotaje, o engañando al enemigo a través del extenso entramado de contactos entre
culíes a lo largo y ancho del Perú. Fue su estrategia innata, guerrillera, hasta que don
José Francisco Vergara decidiera darle forma a estas bandas de asiáticos rebeldes.
A partir del presente estudio, se nos abre un campo interesante para indagar sobre
qué nivel de politización alcanzaron estos orientales, cuáles fueron sus expectativas en la
posguerra, la continuidad de sus organizaciones, o el destino de sus formaciones militares
en la posguerra. Esos son desafíos académicos de interés general, que es necesario
hacer y rehacer, según sea el caso, desde nuevas perspectivas, que sean herramientas
para el presente, sin embargo, creo que la más importante es recuperar sus nombres,
devolverles la dignidad por la cual lucharon y murieron estos héroes anónimos y
extranjeros, tan silenciosos, pero tan esenciales para la construcción del Estado-nación
chileno y gran parte de la cultura popular de sendas zonas de nuestro país, incluso, de
nuestra América.
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Bibliografía
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documentos oficiales, correspondencia i demás publicaciones referentes a la guerra que
ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia (Vol. IV). (F. Lathrop, Ed.) Valparaíso,
Chile: Imp. I Librería Americana.
Chou, Diego Lin (2001): “Los Chinos en la Guerra del Pacífico”. Revista de Historia de
América. Instituto Panamericano de Geográfica e Historia. Consulta 3 de Marzo de 2009:
http://www.accessmylibrary.com/coms2/summary_0286-32253336_ITM
Derpich, Wilma (1988): Sistema de dominación: cimarronaje y fuga (Vol. I). Lima, Perú:
Concytec.
Fairbank, John King (1996): China, una nueva historia. Santiago de Chile: Andrés Bello.
Gernet, Jacques (2005): El Mundo Chino. (D. Folch, Trad.) Barcelona, España: Crítica.
Macera, Pablo (1977): Trabajos de Historia (Vol. IV). Lima, Perú: Instituto Nacional de
Cultura.
11
Mathew, W. M. (1977): “A Primitive Export Sector: Guano production in mid-nineteenth-
century Peru”. Journal of Latin American Studies, Año 9, Nº1. Cambridge University
Press.
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ANEXOS
120.000
100.000
80.000
60.000
Cajas
40.000
20.000
0
1817 1820 1821 1823 1826 1829 1830 1836 1838 1850 1873
Importación de opio 4.228 4.244 5.959 9.035 12.851 16.257 19.956 30.000 40.000 68.000 96.000
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Anexo 3. Documento: Los chinos empleados en las guaneras de las Islas Chincha.
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Anexo 5. Documento: Contrato de Trabajo de un inmigrante chino 1869.
Anexo 6. Documento: Luego de siete u ocho años de trabajo, el inmigrante quedaba libre
para trabajar en cualquier sitio.
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