Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
En este mes de diciembre se cumplen diez años del triunfo electoral de Hugo Chávez
en Venezuela, ese triunfo electoral inauguró un nuevo periodo político, caracterizado
por el nacimiento de gobiernos autoproclamados progresistas o de izquierda en
América del Sur. No puedo olvidar que la llegada al gobierno de Chávez fue resultado
de un largo proceso de luchas de los de abajo, que desde el Caracazo de 1989 –la
primera gran insurrección popular bajo el neoliberalismo- hicieron entrar en crisis el
sistema de partidos, sobre el que se había apoyado la dominación de las élites
venezolanas durante décadas.
Es casi un lugar común, y es cierto, decir que estos gobiernos fueron posibles o
son posibles, en mayor o menor medida, por la resistencia de los movimientos al
modelo neoliberal. En algunos casos se pueden establecer dos grandes corrientes: la
llegada de estos gobiernos es producto de un largo proceso de acumulación electoral,
notablemente en Brasil y en Uruguay, mientras que en otros países es la acción directa
de los movimientos la que fue capaz de destituir gobiernos y de poner en retirada a los
partidos neoliberales, notablemente en Bolivia, Ecuador, Venezuela y en gran medida
en Argentina.
Sin embargo, pese a que son dos corrientes, o dos tendencias, o dos procesos
distintos, es posible encontrar aspectos en común entre ambos hoy. Y en la medida de
que ya se cumplen diez años de que se inauguró este cambio en el mapa político
regional también es bueno hacer un breve balance de lo que está ocurriendo, desde la
mirada de los movimientos por supuesto.
En una primera etapa, cuando los gobiernos se instalan predominó, para mí, la
subordinación de los movimientos a los gobiernos, o bien la desmovilización, la
división, y la fragmentación. Se puede decir que en la mayor parte de los países sólo
pequeños núcleos se mantuvieron en un enfrentamiento abierto, en una posición de
movilización permanente, mientras la mayor parte oscila-osciló, entre la colaboración,
muchas veces a cambio de subsidios o de otros beneficios materiales, sin desestimar
que muchos “dirigentes” de los movimientos obtuvieron cargos en instituciones
estatales, y una parte importante de los colectivos se disolvieron.
La democracia tutelada chilena, que durante casi dos décadas está siendo
gobernada por una fuerza que se proclama progresista, demostró durante mucho
tiempo, toda su capacidad de aislar y de criminalizar la protesta, pero desde el año
2006 los movimientos están tomando nuevamente la iniciativa frente a un Estado
excluyente y racista y represivo.
En Brasil, de más esta decir, los movimientos atraviesan una larga etapa
defensiva, agudizada desde la llegada al gobierno de Lula. Y en Uruguay, pese al
fortalecimiento relativo del movimiento sindical, en gran medida por la protección
estatal a los dirigentes sindicales, los movimientos están lejos de ser un actor
antisistémico importante y la organización de los pobres urbanos aún es muy
fragmentaria y muy local.
Tanto en Uruguay como en Brasil, en Argentina y en Chile, creo que los planes
sociales son en gran medida responsables de la actual debilidad de los movimientos.
En Bolivia, por otro lado, y esto es saludable a mi modo de ver, la situación es pese a
estas dificultades diferente, los movimientos no han sido derrotados, mantienen una
importante capacidad de movilización y de presión sobre el gobierno y sobre las
derechas. Creo que la Crisis de Septiembre fue resuelta a favor de los sectores
populares gracias, mucho más que al gobierno, a la intensa actividad de los
movimientos, entre los que se destacó el cerco indígena y campesino de la ciudad de
Santa Cruz y la resistencia de un barrio enclavado en la ciudad de Santa Cruz, esa
ciudad oligárquica y mestiza, llamado Plan 3000, la periferia pobre Quechua y Aymara.
Como señala Raquel Gutiérrez, creo que la actitud de los movimientos bolivianos en
esta coyuntura se nota un nuevo margen de autonomía política recuperada ante las
decisiones gubernamentales, toda vez que han comprendido que el gobierno será
incapaz de detener a la oligarquía, pero no están al menos tendencialmente dispuestos
a subordinarse a que el gobierno les garantice lo que anhelan.
Esas nuevas formas de dominación tienen un eje, y ese eje son, a mi modo de ver, los
planes sociales. Yo no creo que podamos seguir adelante sin superar la dependencia y
la subordinación de los movimientos hacia estos gobiernos, sin comprender que lo que
llamamos izquierda o progresismo implica la puesta en marcha de estas nuevas formas
de dominación, les toco a ellos pero no podemos obviarlas, destinadas a “integrar” a
los pobres, a convertirlos en ciudadanos. Y estas formas de dominación nuevas juegan
un papel destacado en lo que son hoy las formas de control social a cielo abierto.
Hace muy pocos días, antes de venir aquí, tuve una entrevista, yo trabajo de
periodista, con un alto cargo del Ministerio de Desarrollo Social de Uruguay, y les
transcribo un pequeño fragmento del dialogo para sacar algunas conclusiones:
“nosotros –dice este alto cargo- entendemos las políticas sociales como políticas
emancipadoras y no para disciplinar a los pobres” –pregunta: ¿esa es su opinión
personal o de la de todo el ministerio? Este señor, un intelectual, vinculado a una
agencia intelectual latinoamericana se inclina sobre la mesa, habla muy lentamente y
dice- “es patrimonio del Gobierno Nacional, no sólo del ministerio de Desarrollo Social,
el Gobierno Nacional -el de Tabaré Vázquez- no vino acá para aplacar a los sectores
sociales más pobres, vino para generar oportunidades de integración y (enfatizó) de
emancipación”.
¿Difícil el dialogo verdad? Difícil porque estos planes sociales, que en cada país
tienen nombres distintos pero que tienen un diseño muy similar, en Brasil es el Plan
Hambre Cero, Bolsa Familia, en Uruguay es el Plan de Emergencia, ahora se cambio y
se llama Plan de Equidad, Plan Jefes y Jefas en Argentina, utilizan el mismo lenguaje
que nosotros, que los movimientos. Quiero decir que estos nuevos modos de
dominación que voy a mencionar brevemente no están ya totalmente diseñados, están
en permanente diseño y rediseño, en el cual la interacción del Estado y de las
Organizaciones no Gubernamentales es fundamental.
Quiero mencionar tres aspectos centrales, para mí, de esta nueva realidad. La
primera: el fin de la vieja derecha. Estos nuevos gobiernos, nacidos de la crisis de la
primer etapa neoliberal sólo pueden asentarse destruyendo la fase de dominación
tradicional de las viejas derechas, que habían tejido amplias redes clientelares en base
a caudillos locales y sobre esas bases mantenían también su control político, del
aparato estatal y del sistema electoral. Los movimientos nacieron en combate contra
esas elites clientelares, el caso piquetero es muy claro, nacieron arrebatándole el
control de los planes sociales a los llamados punteros y manzaneras. Los nuevos
gobiernos locales tienden con mayor o menor énfasis y éxito en desplazar esas redes,
aunque también se apoyan en ellas, para colocar en su lugar a las burocracias
estatales. Quizá esta sea la única acción, en el terreno social, verdaderamente
progresista de estos gobiernos.
Para eso las ONG´s ponen al servicio del Estado los saberes acumulados
durante décadas de cooperación, construidos a menudo en base a las prácticas
participativas de la educación popular. Esto quiere decir que tenemos ahora una legión
de funcionarios y funcionarias muy jóvenes que ya no esperan a los niños en las
escuelas, a los pacientes en los hospitales, sino que van directamente a los territorios
de la pobreza y de la rebeldía, y tienen algo que les facilita la tarea: conocen los
modos de los sectores populares desde adentro porque han trabajado mucho con ellos,
porque una buena parte han participado con ellos en la resistencia al modelo, o sea
muchos de esos funcionarios y funcionarias o han sido militantes o por lo menos han
estado estrechamente vinculados a la militancia.
Podemos decir que los planes sociales son instrumento de control en base a un
dispositivo biopolítico, por el cual el Estado clasifica a las personas en base a carencias
ahora, y restaura una suerte de clientelismo de otro tipo, dirigido por el Estado, de
carácter científico.
Es cierto que los planes sociales alivian la pobreza, esto no se puede discutir,
pero no modifican la distribución de la renta, ni evitan la concentración de ingresos, ni
transforman los aspectos centrales del modelo, pero al afectar la capacidad de
organización de los movimientos bloquean su crecimiento y de ese modo son
funcionales a la guerra neoliberal por convertir la vida en mercancías. Llama la
atención que la casi totalidad de los intelectuales de izquierda de Sudamérica
consideran a los planes sociales como un logro, como una conquista del progresismo.
Tercero y último: Esto supone una brutal ofensiva contra la autonomía de los
movimientos. Ahora los Estados adoptan el lenguaje de los movimientos y dicen
incluso fomentar la autonomía critica de los pobres, crean formas de coordinación para
que los movimientos participen incluso en el diseño de los planes sociales, los
involucran en la aplicación de políticas locales, nunca generales, nunca aquellas que
puedan cuestionar al modelo, los usan para realizar un diagnóstico participativo del
barrio o del pueblo, sea como mano de obra barata, incluso les encargan la ejecución
de trabajo asistencial local, a los movimientos incluso, en muchos casos, para lo que
aplican una política del Banco Mundial llamada de fortalecimiento organizativo, que
supone elegir qué organización de base puede estar apta para ser subordinada al
ministerio correspondiente.
Todo esto busca el Estado en las prácticas cotidianas de los sectores populares,
justo ahí donde ellos habían aprendido a crear movimientos. Creo que los planes
sociales por lo que conozco se dirigen al corazón de los territorios que generaron las
revueltas en la década de los 90 y al principio de 2000 y por eso podemos considerar,
considero yo a estos planes sociales como parte de la guerra contra los pobres con la
excusa de erradicar la pobreza, buscan destruir las redes y las formas de solidaridad,
de reciprocidad y de ayuda mutua creadas por los de abajo para sobrevivir al modelo.
Una vez destruidos los vínculos y los saberes que les aseguraban la autonomía pueden
ser dominados con mayor facilidad.
Para terminar quiero decir que cada vez que los de abajo desbordan las formas
de dominación, aparecen necesariamente otras nuevas, más sofisticadas, más
perfeccionadas que las anteriores. Creo que estamos empezando una nueva etapa en
Sudamérica, en muchos países, en la cual estamos percibiendo con mayor claridad
estos planes sociales y el papel que están jugando en la destrucción de los
movimientos y creo que sólo neutralizando estos planes sociales, superando esta
ofensiva contra la autonomía del abajo, sólo de esta manera los movimientos pueden
volver a ponerse de pie y reemprender el camino de la emancipación, y creo que en
este trabajo el zapatismo con su clara distancia de lo institucional, estatal, es
necesariamente un punto de referencia para todas y todos nosotros.