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RELACIÓN ENTRE GOBIERNOS Y MOVIMIENTOS, LOS PROBLEMAS DE LA

AUTONOMÍA, DIFICULTADES QUE ATRAVIESA Y NUEVAS FORMAS DE


DOMINACIÓN EN LOS PAÍSES DE IZQUIERDA O PROGRESISTAS DE
SUDAMÉRICA.
Por: Raúl Zibechi

Fotografía tomada de: www.amerika21.de

Es miembro del Consejo de Redacción del semanario Brecha de Uruguay. Participa


como docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multiversidad
Franciscana de América Latina. Es activo colaborador con organizaciones sociales,
barriales y medios de comunicación alternativos. Es autor de libros como: Genealogía
de la revuelta, La mirada horizontal, movimientos sociales y emancipación, La revuelta
juvenil de los 90, redes sociales en la gestación de una cultura alternativa, Los arroyos
cuando bajan, los desafíos del zapatismo y Dispersar el poder.

Voy a hablar de un tema que algunos en el cono sur de América, en


Sudamérica, nos obsesiona, que es la compleja relación entre gobiernos y
movimientos, y los problemas de la autonomía, las dificultades que atraviesa y las
nuevas formas de dominación que existen hoy en estos países.
La existencia de un nuevo mapa político

En este mes de diciembre se cumplen diez años del triunfo electoral de Hugo Chávez
en Venezuela, ese triunfo electoral inauguró un nuevo periodo político, caracterizado
por el nacimiento de gobiernos autoproclamados progresistas o de izquierda en
América del Sur. No puedo olvidar que la llegada al gobierno de Chávez fue resultado
de un largo proceso de luchas de los de abajo, que desde el Caracazo de 1989 –la
primera gran insurrección popular bajo el neoliberalismo- hicieron entrar en crisis el
sistema de partidos, sobre el que se había apoyado la dominación de las élites
venezolanas durante décadas.

Y en los años siguientes llegaron al gobierno siete presidentes en Sudamérica


que sintetizan, ¡más, ocho de diez!, los cambios en el escenario político institucional,
los cambios en el escenario del arriba: Lula en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en
Argentina, Michelle Bachelet en Chile, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales en
Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y ahora Fernando Lugo en Paraguay.

Es casi un lugar común, y es cierto, decir que estos gobiernos fueron posibles o
son posibles, en mayor o menor medida, por la resistencia de los movimientos al
modelo neoliberal. En algunos casos se pueden establecer dos grandes corrientes: la
llegada de estos gobiernos es producto de un largo proceso de acumulación electoral,
notablemente en Brasil y en Uruguay, mientras que en otros países es la acción directa
de los movimientos la que fue capaz de destituir gobiernos y de poner en retirada a los
partidos neoliberales, notablemente en Bolivia, Ecuador, Venezuela y en gran medida
en Argentina.

Sin embargo, pese a que son dos corrientes, o dos tendencias, o dos procesos
distintos, es posible encontrar aspectos en común entre ambos hoy. Y en la medida de
que ya se cumplen diez años de que se inauguró este cambio en el mapa político
regional también es bueno hacer un breve balance de lo que está ocurriendo, desde la
mirada de los movimientos por supuesto.

La primera cuestión en común: la recuperación de la centralidad del Estado,


convertido hoy en sujeto de los cambios en la mayoría de los ocho países. En segundo
lugar y como consecuencia de lo anterior: la marginación de los movimientos que en la
década del 90 fueron los protagonistas centrales de la resistencia al modelo neoliberal.
Tercer cuestión en común: El conflicto principal pasó a ser ya no entre los movimientos
y los gobiernos, sino entre los gobiernos y las derechas, un cambio que arrastró a los
movimientos a un torbellino estatista, del que una porción mayoritaria aún no ha
podido salir. Y cuarta cuestión en común: existen hoy tendencias, mas o menos
dispersas pero firmes, que apuntan a la recuperación de los movimientos, sobre
nuevas bases y en base a nuevos temas y formas de intervención, quiero decir que
está surgiendo una nueva generación de movimientos en la mayor parte de los países.

Estamos, a mi modo de ver, ante el ocaso de los gobiernos o de la década


progresista, y digo ocaso porque los cambios posibles que prometieron, y que
anunciaron, han mostrado las limitaciones que hoy, una década después, podemos ver,
y creo que para nosotros y para los movimientos es tiempo ya de comenzar a sacar
cuentas, de hacer un balance, de los beneficios y las pérdidas que significó para el
campo popular.

Los riesgos de la subordinación a estos gobiernos progresistas y/o de izquierda.

En una primera etapa, cuando los gobiernos se instalan predominó, para mí, la
subordinación de los movimientos a los gobiernos, o bien la desmovilización, la
división, y la fragmentación. Se puede decir que en la mayor parte de los países sólo
pequeños núcleos se mantuvieron en un enfrentamiento abierto, en una posición de
movilización permanente, mientras la mayor parte oscila-osciló, entre la colaboración,
muchas veces a cambio de subsidios o de otros beneficios materiales, sin desestimar
que muchos “dirigentes” de los movimientos obtuvieron cargos en instituciones
estatales, y una parte importante de los colectivos se disolvieron.

No en todos los países sucedió esto, en algunos países, notablemente en Chile,


en Perú y en Colombia, los movimientos están experimentando una importante
actividad, y están ocupando un lugar destacado en el escenario político. El pueblo
Mapuche en Chile, se está reponiendo de los estragos de la ley antiterrorista, heredada
de Pinochet pero convenientemente reactivada por el socialista Ricardo Lagos, y junto
a los estudiantes secundarios, sectores de trabajadores, sobre todo de la minería y de
la forestación, están reactivado la lucha social.

La democracia tutelada chilena, que durante casi dos décadas está siendo
gobernada por una fuerza que se proclama progresista, demostró durante mucho
tiempo, toda su capacidad de aislar y de criminalizar la protesta, pero desde el año
2006 los movimientos están tomando nuevamente la iniciativa frente a un Estado
excluyente y racista y represivo.

Las comunidades indígenas peruanas, las comunidades afectadas por la


minería, han puesto en pie una organización de nuevo tipo CONACAMI1, que resiste
con enorme vigor, con un alto costo en vidas, en presos, la actividad minera genocida
que asesina contaminando aguas y haciendo irrespirable el aire para engordar las
ganancias de las multinacionales. CONACAMI es una organización de base comunitaria
indígena Quechua, que junto a otras organizaciones andinas siguen resistiendo el
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y al gobierno de Alan García.

En Colombia, el tercero de estos países que mencionaba, la larga lucha del


pueblo Naza -que hoy lamentablemente no han podido estar aquí, porque no se les ha
concedido la Visa, que necesitan los colombianos para entrar en México- nucleado en la
Asociación de Cabildos Indígenas y en el Consejo Regional Indígena del Cauca ha
fructificado en los últimos meses de una forma notable. La minga indígena, la que
confluyeron decenas de pueblos, lanzada en octubre en el Cauca, quebró el cerco
militar y la militarización de la sociedad, que había mantenido paralizados a los pueblos
y a los movimientos. Junto a los indígenas se movilizaron también los cortadores de
caña de azúcar, en su inmensa mayoría afrocolombianos, y trabajadores de los
servicios y de las organizaciones barriales y de los derechos humanos, tejiendo una
alianza nueva en Colombia, que ha puesto a la defensiva al gobierno de Uribe, que
utiliza el Plan Colombia para poner las riquezas del país al servicio de las
multinacionales.

Creo que el ejemplo de estos movimientos, nacidos y crecidos en la adversidad,


puede ser un buen ejemplo de inspiración para los demás movimientos de Sudamérica.
Y quiero mencionar dos hechos –uno ya lo mencioné y lo quiero reafirmar- importantes
que muestran cómo se puede crecer en la adversidad. El primero es la larga huelga de
hambre de Patricia Troncoso, dirigente mapuche, entre noviembre de 2007 y enero de
2008 y la minga indígena colombiana. Ambas comparten una potente vocación de
atravesar el aislamiento, de superarlo, de atravesar esta suerte de genocidio blando,
planificado para hacer desaparecer a estos pueblos del mapa, para silenciar su
existencia como pueblos.
1
Confederación Nacional de Comunidades del Perú Afectadas por la Minería.
En otros países, la situación es bastante más compleja, quizá el caso más
emblemático de esta complejidad sea Argentina, no es el único verdad, en el mío
(Uruguay) también hay una enorme complejidad desde la mirada de los movimientos.
En Argentina la mayor parte del movimiento piquetero fue cooptado por el Estado, a
través de planes sociales y de la designación de dirigentes en cargos de gobierno,
incluso un sector muy importante del movimiento de derechos humanos, que había
jugado un papel muy destacado en la década de los 90 en la resistencia al modelo
neoliberal, se convirtió al oficialismo y pasó a defender sin fisuras las políticas
gubernamentales, y una parte considerable de las asambleas barriales desaparecieron.

Sin embargo, están surgiendo otros movimientos importantísimos. En los


últimos cinco años han surgido infinidad de colectivos vinculados a los temas que
plantea esta segunda oleada neoliberal –hubo una primera oleada privatizadora,
desreguladora- vinculada a la minería a cielo abierto, a la deforestación, a los
monocultivos de soya, al control de la vida. Nacieron en Argentina unas cien asambleas
locales contra la minería, algunas muy pequeñas pero muy activas coordinadas a la
Unión de Asambleas Ciudadanas, que se ha convertido, a mi modo de ver, en uno de
los actores más interesantes y más activos de estos tiempos en resistencia, también
como Perú, a la minería multinacional. Por otro lado los campesinos y pequeños
agricultores formaron el Frente Nacional Campesino, integrado por 200 colectivos, que
representan a la agricultura familiar y comunitaria enfrentada al avance de la soya.
Una articulación que agrupa a viejos movimientos sociales del campo como el
MOCASA, junto a otros nuevos, incluso a grupos de agricultura urbana y de las
periferias de las grandes ciudades.

En Brasil, de más esta decir, los movimientos atraviesan una larga etapa
defensiva, agudizada desde la llegada al gobierno de Lula. Y en Uruguay, pese al
fortalecimiento relativo del movimiento sindical, en gran medida por la protección
estatal a los dirigentes sindicales, los movimientos están lejos de ser un actor
antisistémico importante y la organización de los pobres urbanos aún es muy
fragmentaria y muy local.

Tanto en Uruguay como en Brasil, en Argentina y en Chile, creo que los planes
sociales son en gran medida responsables de la actual debilidad de los movimientos.
En Bolivia, por otro lado, y esto es saludable a mi modo de ver, la situación es pese a
estas dificultades diferente, los movimientos no han sido derrotados, mantienen una
importante capacidad de movilización y de presión sobre el gobierno y sobre las
derechas. Creo que la Crisis de Septiembre fue resuelta a favor de los sectores
populares gracias, mucho más que al gobierno, a la intensa actividad de los
movimientos, entre los que se destacó el cerco indígena y campesino de la ciudad de
Santa Cruz y la resistencia de un barrio enclavado en la ciudad de Santa Cruz, esa
ciudad oligárquica y mestiza, llamado Plan 3000, la periferia pobre Quechua y Aymara.
Como señala Raquel Gutiérrez, creo que la actitud de los movimientos bolivianos en
esta coyuntura se nota un nuevo margen de autonomía política recuperada ante las
decisiones gubernamentales, toda vez que han comprendido que el gobierno será
incapaz de detener a la oligarquía, pero no están al menos tendencialmente dispuestos
a subordinarse a que el gobierno les garantice lo que anhelan.

Creo que en general en nuestro subcontinente, en Sudamérica, junto a la lucha


y a la presión de los movimientos, aparece una nueva lógica estatista, sobre todo en
los países gobernados por fuerzas progresistas y de izquierda, una lógica estatista
defendida y asentada en las burocracias estatales, militares, judiciales, ministeriales,
municipales, y esas burocracias son naturalmente enemigas de los cambios, y en el
caso boliviano de la proclamada “refundación del Estado”, para superar el colonialismo
interno. Y a esto se suma la existencia de partidos en el gobierno, integrados por una
amplia camada de funcionarios electos: diputados, senadores, concejales, alcaldes, y
no electos: ministros, cientos de asesores, cuya mayor ambición no es cambiar el
mundo sino perpetuarse en esos cargos.

Cómo a raíz, del nacimiento de estos nuevos gobiernos progresistas y de izquierda


aparecen nuevas formas de dominación.

Esas nuevas formas de dominación tienen un eje, y ese eje son, a mi modo de ver, los
planes sociales. Yo no creo que podamos seguir adelante sin superar la dependencia y
la subordinación de los movimientos hacia estos gobiernos, sin comprender que lo que
llamamos izquierda o progresismo implica la puesta en marcha de estas nuevas formas
de dominación, les toco a ellos pero no podemos obviarlas, destinadas a “integrar” a
los pobres, a convertirlos en ciudadanos. Y estas formas de dominación nuevas juegan
un papel destacado en lo que son hoy las formas de control social a cielo abierto.
Hace muy pocos días, antes de venir aquí, tuve una entrevista, yo trabajo de
periodista, con un alto cargo del Ministerio de Desarrollo Social de Uruguay, y les
transcribo un pequeño fragmento del dialogo para sacar algunas conclusiones:
“nosotros –dice este alto cargo- entendemos las políticas sociales como políticas
emancipadoras y no para disciplinar a los pobres” –pregunta: ¿esa es su opinión
personal o de la de todo el ministerio? Este señor, un intelectual, vinculado a una
agencia intelectual latinoamericana se inclina sobre la mesa, habla muy lentamente y
dice- “es patrimonio del Gobierno Nacional, no sólo del ministerio de Desarrollo Social,
el Gobierno Nacional -el de Tabaré Vázquez- no vino acá para aplacar a los sectores
sociales más pobres, vino para generar oportunidades de integración y (enfatizó) de
emancipación”.

¿Difícil el dialogo verdad? Difícil porque estos planes sociales, que en cada país
tienen nombres distintos pero que tienen un diseño muy similar, en Brasil es el Plan
Hambre Cero, Bolsa Familia, en Uruguay es el Plan de Emergencia, ahora se cambio y
se llama Plan de Equidad, Plan Jefes y Jefas en Argentina, utilizan el mismo lenguaje
que nosotros, que los movimientos. Quiero decir que estos nuevos modos de
dominación que voy a mencionar brevemente no están ya totalmente diseñados, están
en permanente diseño y rediseño, en el cual la interacción del Estado y de las
Organizaciones no Gubernamentales es fundamental.

Quiero mencionar tres aspectos centrales, para mí, de esta nueva realidad. La
primera: el fin de la vieja derecha. Estos nuevos gobiernos, nacidos de la crisis de la
primer etapa neoliberal sólo pueden asentarse destruyendo la fase de dominación
tradicional de las viejas derechas, que habían tejido amplias redes clientelares en base
a caudillos locales y sobre esas bases mantenían también su control político, del
aparato estatal y del sistema electoral. Los movimientos nacieron en combate contra
esas elites clientelares, el caso piquetero es muy claro, nacieron arrebatándole el
control de los planes sociales a los llamados punteros y manzaneras. Los nuevos
gobiernos locales tienden con mayor o menor énfasis y éxito en desplazar esas redes,
aunque también se apoyan en ellas, para colocar en su lugar a las burocracias
estatales. Quizá esta sea la única acción, en el terreno social, verdaderamente
progresista de estos gobiernos.

Segunda cuestión: Las nuevas formas de dominación, las nuevas formas de


control ¿en qué consisten? La disciplina, en espacios cerrados entró en crisis, entró en
crisis porque la hicimos entrar en crisis, por la insubordinación en el cuartel, en el
taller, en la escuela, en el hospital, y eso forzó al capital y a los estados a ir creando,
inventando, nuevas formas de control a cielo abierto, poniendo en el centro la
problemática de la población y de la seguridad, tal como lo estudia Michelle Foucault.

Los cambios registrados en el mundo popular, la deserción masiva de los


pobres, de las instituciones de disciplinamiento, de la escuela, la rebelión en la fábrica,
impusieron este viraje. Los planes sociales implementados directamente por el Estado,
pero no ejecutados directamente por el Estado, sino por los funcionarios y las
funcionarias de las ONG´s, son como las nuevas formas de dominación ingresan en los
territorios y en los espacios opacos para la disciplina. En esos sitios el Estado se vuelve
capilar, llega a las barriadas que se habían convertido en bastiones de las revueltas
para trabajar en una relación de interioridad, con los mismos sectores que se habían
organizado en movimientos, pero ahora para desorganizarlos. Su presencia, la del
Estado, en esos lugares ya no reviste sólo, ni principalmente en muchos de los casos,
la forma brutal de la represión policial, que no desaparece, sino la más sutil del
desarrollo social para la integración y la ciudadanía.

Para eso las ONG´s ponen al servicio del Estado los saberes acumulados
durante décadas de cooperación, construidos a menudo en base a las prácticas
participativas de la educación popular. Esto quiere decir que tenemos ahora una legión
de funcionarios y funcionarias muy jóvenes que ya no esperan a los niños en las
escuelas, a los pacientes en los hospitales, sino que van directamente a los territorios
de la pobreza y de la rebeldía, y tienen algo que les facilita la tarea: conocen los
modos de los sectores populares desde adentro porque han trabajado mucho con ellos,
porque una buena parte han participado con ellos en la resistencia al modelo, o sea
muchos de esos funcionarios y funcionarias o han sido militantes o por lo menos han
estado estrechamente vinculados a la militancia.

Podemos decir que los planes sociales son instrumento de control en base a un
dispositivo biopolítico, por el cual el Estado clasifica a las personas en base a carencias
ahora, y restaura una suerte de clientelismo de otro tipo, dirigido por el Estado, de
carácter científico.

Es cierto que los planes sociales alivian la pobreza, esto no se puede discutir,
pero no modifican la distribución de la renta, ni evitan la concentración de ingresos, ni
transforman los aspectos centrales del modelo, pero al afectar la capacidad de
organización de los movimientos bloquean su crecimiento y de ese modo son
funcionales a la guerra neoliberal por convertir la vida en mercancías. Llama la
atención que la casi totalidad de los intelectuales de izquierda de Sudamérica
consideran a los planes sociales como un logro, como una conquista del progresismo.

Tercero y último: Esto supone una brutal ofensiva contra la autonomía de los
movimientos. Ahora los Estados adoptan el lenguaje de los movimientos y dicen
incluso fomentar la autonomía critica de los pobres, crean formas de coordinación para
que los movimientos participen incluso en el diseño de los planes sociales, los
involucran en la aplicación de políticas locales, nunca generales, nunca aquellas que
puedan cuestionar al modelo, los usan para realizar un diagnóstico participativo del
barrio o del pueblo, sea como mano de obra barata, incluso les encargan la ejecución
de trabajo asistencial local, a los movimientos incluso, en muchos casos, para lo que
aplican una política del Banco Mundial llamada de fortalecimiento organizativo, que
supone elegir qué organización de base puede estar apta para ser subordinada al
ministerio correspondiente.

Todo esto busca el Estado en las prácticas cotidianas de los sectores populares,
justo ahí donde ellos habían aprendido a crear movimientos. Creo que los planes
sociales por lo que conozco se dirigen al corazón de los territorios que generaron las
revueltas en la década de los 90 y al principio de 2000 y por eso podemos considerar,
considero yo a estos planes sociales como parte de la guerra contra los pobres con la
excusa de erradicar la pobreza, buscan destruir las redes y las formas de solidaridad,
de reciprocidad y de ayuda mutua creadas por los de abajo para sobrevivir al modelo.
Una vez destruidos los vínculos y los saberes que les aseguraban la autonomía pueden
ser dominados con mayor facilidad.

Para terminar quiero decir que cada vez que los de abajo desbordan las formas
de dominación, aparecen necesariamente otras nuevas, más sofisticadas, más
perfeccionadas que las anteriores. Creo que estamos empezando una nueva etapa en
Sudamérica, en muchos países, en la cual estamos percibiendo con mayor claridad
estos planes sociales y el papel que están jugando en la destrucción de los
movimientos y creo que sólo neutralizando estos planes sociales, superando esta
ofensiva contra la autonomía del abajo, sólo de esta manera los movimientos pueden
volver a ponerse de pie y reemprender el camino de la emancipación, y creo que en
este trabajo el zapatismo con su clara distancia de lo institucional, estatal, es
necesariamente un punto de referencia para todas y todos nosotros.

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