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Las reglas del método sociológico y otros ensayos de metodología
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Ebook479 pages9 hours

Las reglas del método sociológico y otros ensayos de metodología

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La teoría sociológica moderna opera, en buena medida, a partir de un principio capital de la teoría de Durkheim: por naturaleza, la sociedad es una realidad específica, distinta de las realidades individuales, y todo hecho social tiene como causa otro hecho social y nunca un hecho individual.
LanguageEspañol
Release dateDec 20, 2019
ISBN9786071665379
Las reglas del método sociológico y otros ensayos de metodología
Author

Emile Durkheim

Emile Durkheim (1858–1917) was a French sociologist who formally established the academic discipline and, with Karl Marx and Max Weber, is commonly cited as the principal architect of modern social science.

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    Las reglas del método sociológico y otros ensayos de metodología - Emile Durkheim

    ÉMILE DURKHEIM (1858-1917) fue uno de los fundadores de la sociología como disciplina institucional y el primer titular de una cátedra sobre esa materia en Francia. Los cuatro libros que publicó en vida —La división del trabajo social (1893), Las reglas del método sociológico (1895), El suicidio (1897) y Las formas elementales de la vida religiosa (1912, publicado en español por el FCE)— hoy se consideran obras canónicas de las ciencias sociales. Su labor al frente de un grupo de jóvenes investigadores (Marcel Mauss, Maurice Halbwachs, etc.), en torno de la revista L’Année Sociologique, dio forma a una de las escuelas más influyentes de la primera mitad del siglo XX. Sus contribuciones a la teoría sociológica y sus innovaciones metodológicas son puntos de referencia en la historia del pensamiento social.

    Las reglas del método

    sociológico y otros

    ensayos de metodología

    Sección de Obras de Sociología

    Traducción

    ERNESTINA DE CHAMPOURCÍN

    Traducción de textos complementarios

    YENNY ENRÍQUEZ

    Revisión de la traducción

    FAUSTO JOSÉ TREJO

    Revisión técnica de la traducción

    JORGE GALINDO, JUAN PABLO VÁZQUEZ

    y HÉCTOR VERA

    Émile Durkheim

    Las reglas del método

    sociológico y otros

    ensayos de metodología

    Edición, introducción, selección y notas de

    JORGE GALINDO, JUAN PABLO VÁZQUEZ

    y HÉCTOR VERA

    Primera edición en francés, 1895

    Segunda edición, 1901

    Primera edición en español (Cuadernos de La Gaceta), 1986

    Segunda edición (Sociología), 2019

    [Primera edición el libro electrónico, 2020]

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    Título original: Les règles de la méthode sociologique

    D. R. © 2019, Universidad Iberoamericana, A. C.

    Prol. Paseo de la Reforma, 880; Lomas de Santa Fe;

    01219 Ciudad de México

    D. R. © 2019 Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. 55-5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-6537-9 (ePub)

    ISBN 978-607-16-6386-3 (rústico)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Sumario

    Las «viejas» reglas del método sociológico, por Jorge Galindo, Juan Pablo Vázquez y Héctor Vera

    Nota a la presente edición

    Prólogo a la primera edición (1895)

    Prólogo a la segunda edición (1901)

    Introducción

    I. ¿Qué es un hecho social?

    II. Reglas relativas a la observación de los hechos sociales

    III. Reglas relativas a la distinción entre lo normal y lo patológico

    IV. Reglas relativas a la constitución de los tipos sociales

    V. Reglas relativas a la explicación de los hechos sociales

    VI. Reglas relativas a la administración de la prueba

    Conclusión

    Textos complementarios

    I. Curso de ciencia social. Lección inaugural (1888)

    II. El estado actual de los estudios sociológicos en Francia (1895)

    III. La sociología y su dominio científico (1900)

    IV. La sociología, objeto y método (1901)

    V. De la relación de la sociología con las ciencias sociales y la filosofía (1904)

    VI. Comentario sobre el método en sociología (1908)

    VII. Sociología y ciencias sociales (1909)

    VIII. Discusión con Tarde

    Índice

    Las «viejas» reglas del método sociológico

    JORGE GALINDO,¹ JUAN PABLO VÁZQUEZ²

    y HÉCTOR VERA³ *

    En el mundo académico, en el que impera el fetiche de lo nuevo, es inusitado que un texto cualquiera —y más aún uno que acostumbra ser visto como «manual introductorio»— siga recibiendo consideración pasados unos cuantos años. El caso de Las reglas del método sociológico, publicado en 1895 por Émile Durkheim, es una rara excepción a esa tendencia.

    Este pequeño libro ha visto cómo brotan y se marchitan numerosas corrientes teóricas, ideologías políticas e idiosincrasias metodológicas que han moldeado los gustos y preferencias de las comunidades sociológicas durante décadas: utilitarismo, marxismo-leninismo, estructuralismo, funcionalismo, teoría crítica, constructivismo, teoría de la elección racional, posmodernismo. Mientras tanto, los lectores han regresado, generación tras generación, a consultar las páginas de Las reglas. Un dato significativo sobre esta perennidad del trabajo de Durkheim es que el libro que en 1976 Anthony Giddens tituló —un tanto irónicamente— Las nuevas reglas del método sociológico⁴ está hoy más pasado de moda que aquellas «viejas» reglas escritas por Durkheim a fines del siglo antepasado.

    Dos motivos podrían explicar el longevo interés que ha despertado Las reglas. Por un lado, la sociología es una disciplina donde el entrenamiento básico de sus nuevos miembros incluye el estudio obligatorio de la historia de las teorías sociológicas; y conlleva, junto con eso, una singular veneración por los así llamados «padres fundadores». Si hay algún elemento común que comparten los programas universitarios de sociología en cualquier parte del mundo es el objetivo de familiarizar a los estudiantes con las ideas de tres pensadores: Karl Marx, Max Weber y Émile Durkheim. Prácticamente cualquier otro conocimiento —teórico, técnico o metodológico— puede, o no, ser parte de los planes de estudios (algunos tienen fuertes dosis de estadística, otros desprecian los métodos cuantitativos; unos tienen un marcado acento localista, otros intentan imitar las doctrinas europeas, etc.), pero todos consideran indispensable la lectura de esa triada capitolina. A eso hay que sumar que Las reglas del método sociológico es la única obra de cualquiera de esos tres científicos sociales que puede ser usada como una introducción comprensible a la sociología (Economía y sociedad, de Weber, es un texto muy enmarañado para cumplir esa función y a Marx nunca le interesó cultivar a la sociología como un ámbito de estudios particular, por lo que un impreso como El manifiesto del partido comunista tampoco podría llenar esos zapatos).

    Por otra parte, Las reglas contiene un núcleo de ideas que son de interés para cualquier persona interesada en estudiar la vida social de un modo que rebase las opiniones superficiales y las reflexiones puramente especulativas (mucho de lo cual abunda cuando se entablan discusiones públicas sobre las causas de las dinámicas colectivas). Durkheim deploraba lo que llamó la «vacuidad de las explicaciones simplistas»⁶ e intentó erradicar la idea de que estudiar la vida social es algo obvio o fácil. Insistió en que un conocimiento científico de la sociedad es algo a lo que sólo se puede llegar a través de considerables esfuerzos (como en cualquier otra ciencia). Las reglas sigue siendo un texto ampliamente leído y rutinariamente asignado en los cursos universitarios porque una parte crucial de la batalla que Durkheim libró cuando escribió el libro —hace más de 120 años— continúa siendo una lucha que debe ser peleada. Hoy todavía es común que los jóvenes que ingresan a las instituciones de educación superior —y el público lego en general— piensen que los fenómenos sociológicos pueden ser explicados por causas extrasociológicas, como una supuesta «naturaleza humana», los genes o el perfil psicológico de los individuos (por no hablar de opiniones aún más ingenuas, pero también generalizadas, que explican el porqué de las acciones humanas apelando a razones obtusas como el horóscopo, el esoterismo o la voluntad divina). La cruzada de Durkheim por defender que sólo lo social puede explicar lo social (y que eso hace indispensable que se cultive una ciencia dedicada a estudiar ese particular ámbito de la realidad) tiene que seguirse peleando; leer Las reglas continúa siendo un buen camino para percatarse de la importancia de la ciencia social para entender el mundo en que vivimos, cómo éste nos afecta y cómo participamos en él.

    Un hecho que hace notable el prolongado interés por este manifiesto de Durkheim en pro de una nueva ciencia de lo social es que ha logrado sobrevivir malentendidos ampliamente divulgados. Muchos que han leído superficialmente Las reglas opinan que la insistencia de Durkheim sobre la necesidad de «considerar los hechos sociales como cosas» significa que él veía a las personas como objetos y que con eso «deshumaniza» a la sociedad. Esto es algo directamente opuesto a las ideas de Durkheim. Lo que él deseaba comunicar con esa fórmula era la necesidad de adoptar una actitud específica a la hora de arrojarse al estudio de los fenómenos sociales:

    Nuestra regla no implica […] ninguna concepción metafísica, ninguna especulación sobre el fondo de los seres. Lo que pide es que el sociólogo se ponga en el estado mental en que se encuentran los físicos, los químicos, los fisiólogos cuando se adentran en una región todavía inexplorada de su campo científico. Es preciso que, al penetrar en el mundo social, tenga conciencia de que penetra en lo desconocido […] que se prepare para hacer descubrimientos que lo sorprenderán y lo desconcertarán.

    Otros que sólo conocen el libro de oídas sostienen que el precepto de «desterrar sistemáticamente todas las prenociones» es una quimera. Estas críticas desinformadas, que han contribuido a darle a Las reglas un estatus ambiguo —estatus de un «clásico» que todos se sienten obligados a leer (o a decir que leyeron), pero que cualquiera se siente calificado para menospreciarlo—, pueden servir también para recalcar la necesidad de leer hoy a Durkheim y de sopesar con seriedad sus argumentos. Consideremos el consabido caso de las «prenociones». Durkheim no decía que éstas puedan desaparecer por la simple voluntad; sostenía, sencillamente, que no se debe partir de ellas ni tratarlas acríticamente. Esta idea, tan simple, produce mucha incomodidad, pues todos nos sentimos inclinados a pensar que nuestras opiniones son las más de las veces correctas. Partir del supuesto —como pide Durkheim— de que debemos dudar de lo que pensamos es más complicado de lo que parece; y es una fórmula poco útil para ganar adeptos. Tal como sostenía Durkheim en las palabras finales de Las reglas:

    Cuando se exige a las personas como condición de iniciación previa que se despojen de los conceptos que tienen la costumbre de aplicar a un orden de cosas para repensarlas, no se puede esperar que se reclute a una numerosa clientela. Pero éste no es el fin al que tendemos. Al contrario, creemos que ha llegado el momento de que la sociología renuncie a los éxitos mundanos, por decirlo así, y de que adquiera el carácter esotérico que le conviene a toda ciencia. Ganará así en dignidad y autoridad lo que tal vez pierda en popularidad. Porque mientras permanezca mezclada en las luchas partidistas, mientras se contente con elaborar, con más lógica que el vulgo, las ideas comunes y, en consecuencia, no suponga ninguna competencia especial, no tendrá derecho a hablar lo suficientemente alto para acallar las pasiones y los prejuicios. Sin duda todavía está lejos la época en que pueda desempeñar con eficacia este papel; pero es a fin de ponerla en situación de desempeñarlo un día por lo que desde este momento debemos trabajar.

    Tomarse en serio estos objetivos es tan relevante hoy como lo fue en la época de Durkheim; o incluso más, pues hemos constatado, al paso de un siglo y cuarto, que se trata de una tarea tan complicada como urgente.

    Con todo, no debe olvidarse que Las reglas es —como todas— una obra de su época y debe ser tratada como tal. A pesar de que varios postulados metodológicos de Durkheim tienen plena vigencia (como la importancia del método comparativo para las ciencias sociales),¹⁰ muchas otras de sus tesis y terminología han sido abandonadas. Nadie, por ejemplo, emplea hoy día las categorías de «normal» y «patológico» para orientar sus pesquisas sociológicas. Por eso, vale la pena ubicar un libro como éste como parte del horizonte intelectual e institucional en que fue concebido.

    GÉNESIS DE LAS REGLAS

    Entre mayo y agosto de 1894 Émile Durkheim publicó en la Revue philosophique una serie de cuatro artículos titulados «Las reglas del método sociológico».¹¹ En opinión de Marcel Fournier, estos textos fueron redactados por Durkheim después de la entrega de su tesis latina sobre Montesquieu¹² entre diciembre de 1892 y abril-mayo de 1894.¹³ Un año más tarde, en 1895, tras ser sometidos a pequeñas correcciones y a la incorporación de un prólogo, estos textos fueron reunidos en un libro del mismo nombre por la casa editorial Alcan. Y la obra permaneció así hasta 1901, cuando Durkheim agregó un prólogo a la segunda edición, en lo que constituyó la versión definitiva.

    La elaboración de esta obra, ahora clásica, fue el feliz resultado de la combinación del temperamento racionalista de Durkheim, su deseo de armar un equipo de trabajo y una coyuntura intelectual favorable. Por una parte, no puede negarse que, en tanto racionalista, Durkheim buscó siempre sustentar argumentativamente los supuestos de su pensamiento. Sin embargo, todo parece indicar que la redacción de Las reglas no sólo obedeció a fines intelectuales, también fue pensada como una obra que permitiría a Durkheim reclutar jóvenes investigadores para su causa (a saber: la consolidación institucional de su idea de la sociología).

    Por otra parte, en los primeros años de la década de 1890, y tras haber permanecido a la sombra de la psicología por mucho tiempo, la sociología fue adquiriendo una mayor relevancia científica, e incluso pública, en Francia. Así, por ejemplo, en 1893 René Worms fundó la Revue internationale de sociologie y el Instituto Internacional de Sociología, cuyo primer congreso tuvo justamente por tema «¿Qué es la sociología?». Otro interesante ejemplo de esa efervescencia intelectual puede verse en la crónica titulada «L’année sociologique», publicada por la Revue de métaphysique et de morale, en 1894. Ahí, practicantes de la incipiente sociología y otros pensadores afines reflexionaron sobre el objeto y el método de la disciplina. Tenemos, pues, que Durkheim escribió Las reglas en un momento en que el campo como un todo buscaba definir el objeto y el método de la novel disciplina.

    Evidentemente esta búsqueda no siempre se llevó a cabo en términos cooperativos. De hecho, las relaciones de Durkheim con los otros dos actores principales del campo sociológico de la época —Gabriel Tarde y el arriba mencionado René Worms— fueron claramente antagónicas. Lo anterior se pone de manifiesto en el hecho de que mientras que Tarde publicó en la revista fundada por Worms, Durkheim siempre vio dicha empresa con el mayor escepticismo, pues consideraba que, debido a su incipiente estado de desarrollo, la sociología no estaba en condiciones de nutrir una publicación periódica. Justo por esto, la revista fundada por Durkheim, L’Année Sociologique, no sólo publicaba artículos del equipo conformado por Durkheim, sino que dedicaba mucho espacio a la publicación de reseñas de textos no sociológicos, pero útiles para la disciplina.¹⁴

    La gran diferencia entre Worms y Durkheim radicó en que el primero nunca desarrolló una postura teórica propia. Esta ausencia explica el hecho de que, prácticamente, textos de todo tipo de autores tuvieran cabida en las páginas de la Revue internationale de sociologie. A su vez, una diferencia notable entre Tarde y Durkheim se debió a que Tarde nunca se dio a la tarea de fundar instituciones, revistas o equipos de trabajo. Así, mientras que a nivel intelectual Tarde fue el gran rival de Durkheim, a nivel institucional Durkheim tuvo como antagonista principal a Worms. Si bien éste no es el lugar para dilucidar a qué se debió el triunfo de Durkheim sobre sus oponentes, se puede adelantar que éste tuvo que ver con que sólo él pudo conjuntar tanto el capital científico como el capital institucional necesario para ello. Resulta, pues, difícil no atribuir una gran importancia a esta acumulación de capitales múltiples en el proceso de consagración de la visión durkheimiana de la sociología cuya expresión más formal se encuentra, justamente, en Las reglas.

    Ahora bien, es importante apuntar que aunque se trate de una formalización de su pensamiento, Las reglas no es el resultado de la especulación, sino que se conecta con las experiencias de investigación realizadas por Durkheim para otros dos libros hoy clásicos: La división del trabajo social y El suicidio.¹⁵ Y otro factor importante que contribuyó a la elaboración de Las reglas fue la actividad docente de Durkheim en la Universidad de Burdeos. Durkheim aprovechó los cursos de sociología que impartió en la época para formalizar el método que había empleado en sus investigaciones.

    SOBRE LA NOCIÓN DE «MÉTODO»

    Las reglas no es un «manual» de metodología como los que son comunes hoy en día. Evidentemente el lector encontrará en el libro recomendaciones prácticas para la investigación como las que encontrará en los manuales contemporáneos (por ejemplo, aquellas referidas al «método de las variaciones concomitantes» en el capítulo 6). Sin embargo, la reflexión sobre el método que se lleva a cabo en Las reglas va más allá de lo que se denomina comúnmente «técnicas de investigación». En sentido estricto, Las reglas es un tratado de filosofía de la ciencia en general y de las ciencias sociales en particular. El propio Giddens adoptó este significado del término método para sus «nuevas reglas», insistiendo que él aceptaba el sentido que le daba Durkheim: no aludiendo a una guía para «hacer investigación práctica», sino para referirse a un «ejercicio de cuestiones lógicas».¹⁶

    Para entender los objetivos que Durkheim perseguía en Las reglas, vale la pena recordar que el título mismo es un homenaje a dos obras de René Descartes que son consideradas el fundamento de la ciencia moderna: Las reglas para la dirección del espíritu, de 1628, y El discurso del método, de 1637. En la primera de ellas, Descartes definió al método diciendo: «Entiendo por método un conjunto de reglas ciertas y fáciles, gracias a cuya exacta observación se podrá tener la certeza de no tomar nunca lo falso por verdadero y, sin malgastar las fuerzas del espíritu, sino acrecentando su saber por un progreso continuo, llegar al conocimiento verdadero de todo lo que se es capaz».¹⁷ Por su parte, en El discurso del método Descartes estableció las «cuatro reglas del método», las cuales derivó de la que consideraba la única ciencia universal: las matemáticas.¹⁸ Durkheim buscaba, pues, crear sus Reglas y su Discurso del método, es decir: sus Reglas del método.

    Cabe mencionar que, no obstante la relevancia que tuvo el racionalismo cartesiano para Durkheim, Descartes no es el único autor que Durkheim recuperó en Las reglas. También aparecieron Copérnico, como arquetipo de cientificidad, y Francis Bacon, de quien tomó el concepto de prenoción. Otro autor cuyo peso se deja sentir en Las reglas es Auguste Comte. La influencia de Comte fue doble. Por una parte, Comte no sólo fue el «padre» —o, si se quiere, el «padrino»— de la sociología, sino que también elaboró el primer desarrollo metodológico de la disciplina. En la lección 48 de su Curso de filosofía positiva, estableció los «Caracteres fundamentales del método positivo en el estudio racional de los fenómenos sociales». Si bien es cierto que hoy en día la palabra «positivismo» ha quedado estigmatizada al grado que adjetivar a alguien como «positivista» es considerado casi un insulto, vale la pena recordar que el positivismo metodológico de Comte apunta en lo fundamental a algo que toda buena sociología debe hacer: observar. En este sentido, Comte dice: «La filosofía positiva, en efecto, está profundamente caracterizada, en primer lugar, en cualquier tipo de asunto, por esta necesaria y permanente subordinación de la imaginación a la observación, que constituye sobre todo al espíritu científico propiamente dicho en oposición al espíritu teológico o metafísico».¹⁹

    Tenemos, pues, que Las reglas prosigue una tradición en la que la ciencia (en este caso, la sociología) y la filosofía se encuentran en busca de fundamentos sólidos para la adquisición de conocimientos verdaderos.

    Existe un paralelo interesante que permitiría entender mejor lo que Durkheim buscó hacer en Las reglas. Se trata del título que Marianne Weber usó en el compendio de textos que Max Weber escribió en torno a la lógica y el método de las ciencias del espíritu. Así, los textos de Max Weber que en español conocemos como Ensayos sobre metodología sociológica²⁰ llevan por título en alemán Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre. Marianne Weber tomó el concepto Wissenschaftslehre de la obra de Johann Gottlieb Fichte: Grundlage der gesamten Wissenschaftslehre; este concepto puede traducirse como «doctrina de la ciencia» o incluso como «ciencia de la ciencia». En este sentido, al igual que Durkheim, en sus escritos «metodológicos» Weber no pretendía brindar un mero manual técnico, sino una reflexión sobre los fundamentos de la ciencia. Por eso en Las reglas se presentan reflexiones sobre temas que van más allá de los problemas específicos de las ciencias sociales.

    EL MÉTODO MÁS ALLÁ DE LAS REGLAS

    ¿Es posible entender la perspectiva metodológica durkheimiana y su concepción de lo social más allá de Las reglas? Si se considera la obra del propio Durkheim en su conjunto, esto no sólo es posible sino necesario. Sin ánimo de agotar el tema, nos detendremos aquí en dos aspectos importantes. Deseamos, primero, mostrar cómo los preceptos metodológicos de Las reglas fueron empleados —o profundizados— en las principales obras de Durkheim. Y segundo, detallar cómo la definición del «hecho social» —punto con el que arranca el capítulo primero de Las reglas—, se fue modificando en escritos posteriores de Durkheim.

    Los preceptos metodológicos establecidos en Las reglas encuentran múltiples expresiones en diversos pasajes de la obra de Durkheim, tanto para sus trabajos principales, como en el conjunto de su corpus teórico. Dichas elaboraciones metodológicas cubren ámbitos muy variados: desde la construcción de definiciones sobre el objeto de estudio, hasta el empleo del método comparativo, pasando por el uso de la historia y la estadística como instrumentos de análisis y explicación social.

    En lo tocante al tema de las definiciones, por ejemplo, es bien sabido el peso y función que Durkheim les asignó como instrumentos para superar las prenociones y construir un discurso científico controlado sobre el objeto de estudio. Definir conceptualmente el objeto de estudio desde el inicio de una investigación, más que un recurso estético presente en la mayoría de sus obras, representaba una exigencia metodológica. No es casual que, en libros como La división del trabajo, El suicido o Las formas elementales de la vida religiosa, se asuma como primera tarea definir lo que ha de entenderse por «suicidio», «función», o «religión», respectivamente.²¹ La estrategia de construcción de estas definiciones sigue, como es sabido, el criterio de argumentación por eliminación. Esto es expresado ejemplarmente en El suicidio y Las formas elementales.

    En consecuencia con este objetivo, y luego de descartar explicaciones alternativas procedentes de otros campos de conocimiento (tarea que abarca los primeros capítulos de estas obras), se conduce al lector a refrendar la perspectiva propuesta. Según ésta, en el caso de El suicidio, el acto más aparentemente individual de quitarse la vida debe ser considerado como un fenómeno que expresa tendencias sociales y que, por ende, puede ser explicado sociológicamente. Así, la definición del hecho a estudiar, expresado paradigmáticamente en la determinación de tasas de suicidio de las sociedades europeas analizadas, es construida mediante estrategias de descarte frente a otras definiciones posibles de tipo biológico, psíquico, etc. El uso de la estadística como criterio indicativo y de la comparación controlada entre sociedades del mismo tipo (en este caso, sociedades europeas de la época) conduce, dentro de la lógica argumentativa de El suicidio, a la identificación de datos y variables que, en su análisis relacional y de concomitancia, resulten significativas para explicar diferentes tipos de acto suicida, según refieran al grado y tipo de regulación e integración que ejercen los grupos sobre los individuos.

    La premisa de «explicar lo social por lo social», sostenida en Las reglas, remite en El suicidio —y en otros muchos textos de Durkheim— a la estrategia de referir la explicación de un hecho a causas presentes en el medio social. Esta misma línea de interpretación había aparecido en La división del trabajo social, donde el surgimiento del ideario individualista moderno, expresado en el respeto por la persona como una representación colectiva, es explicado como resultado de cambios operados en el medio social que conducen de un tipo de sociedad de solidaridad mecánica (basada en semejanzas) a una sociedad de solidaridad orgánica (organizada a partir de la división del trabajo y la interdependencia).²²

    En Las formas elementales, por su parte, Durkheim consolidó algunas innovaciones metodológicas en su obra.²³ Ese libro, como se indica en el subtítulo, es un estudio sobre «el sistema totémico en Australia». Estudiar a los aborígenes de aquel país parecería una elección excéntrica —para un sociólogo europeo de inicios del siglo XX que nunca estuvo en Australia—, en un trabajo que intentaba dilucidar la naturaleza social de la religión. Para tal propósito hubiera parecido algo más directo y apropiado concentrarse en un objeto más cercano, como el judaísmo o el cristianismo. Durkheim, sin embargo, eligió analizar el totemismo como parte de una meditada estrategia metodológica.

    En la introducción de Las formas elementales se subraya que para comprender a las religiones más recientes es necesario observar cómo han ido constituyéndose de manera progresiva y, en ese sentido, la perspectiva histórica es el elemento metodológico crucial:

    Es la historia […] el único método de análisis explicativo que puede [aplicarse a las religiones recientes]. Sólo ésta nos permite descomponer una institución en sus elementos constitutivos, toda vez que nos los muestra unos tras otros, conforme van surgiendo en el tiempo. Por otra parte, situando cada uno de ellos dentro del conjunto de circunstancias de donde ha surgido, la historia pone en nuestras manos el único medio que tenemos para determinar las causas que los han suscitado. Cada vez que se acomete la explicación de un hecho humano, captado en un momento determinado del tiempo —ya sea una creencia religiosa, una regla moral, un precepto jurídico, una técnica estética, un régimen económico— hay que comenzar por remontarse a su forma más primitiva y más simple, e intentar dar cuenta de los caracteres que lo definen en ese periodo de su existencia, para luego hacer ver cómo, poco a poco, se ha desarrollado y se ha hecho más complejo, cómo ha llegado a ser lo que es en el momento considerado.²⁴

    La intención de Durkheim era partir de la religión más simple que se pudiera analizar, para ver el fenómeno estudiado yendo de lo simple a lo complejo (un principio que ya se encontraba esbozado en Las reglas). Partía del presupuesto de que las formas simples de la vida social contienen en germen los componentes básicos que darán lugar a formas más desarrolladas. Siguiendo este principio, el análisis del caso más simple de vida religiosa que se pudiera localizar permitiría captar los componentes esenciales —o las formas elementales— de la religión.²⁵

    Debido al contexto histórico e institucional en que trabajó Durkheim,²⁶ Las reglas fue concebido y empleado como un discurso programático, un manifiesto sociológico dirigido a sumar voluntades en torno a un campo teórico aún por construir.²⁷ Para el momento en que se publicó como libro (1895), y con base en la trayectoria de su joven autor, Las reglas representó, más que la compilación de pautas y criterios metodológicos de una ciencia ya consolidada, la proyección ideal de un canon metodológico que en los hechos había sido escasamente probado. En este sentido, Las reglas parte de un presupuesto no explicitado: la ciencia de la que se habla en ese momento es apenas un proyecto en construcción. Si bien este hecho había quedado establecido en la lección inaugural del Curso de Ciencia Social impartido por Durkheim en Burdeos, en 1888,²⁸ donde se asume a la sociología como una empresa colectiva por construir, no es este el carácter que su discurso adquirió para 1895, en el marco de Las reglas, donde parece abandonar la actitud reservada y de tanteo de los inicios, para asumir un estilo más combativo, guiado por las exigencias del contexto y enfrentado a la necesidad de legitimar a la joven ciencia en términos institucionales y disciplinarios.

    Esta paradójica situación explica en parte el estilo y la estructura de Las reglas, así como los derroteros que serán privilegiados por Durkheim para su elaboración. En Las reglas, Durkheim deseaba ofrecer una visión de la sociología como ciencia consistente, que aspira al mismo rango que las disciplinas ya consolidadas. Motivado por esta permanente lógica de contrastación, y teniendo en el horizonte el exitoso modelo de la biología de la época, Durkheim se propuso mostrar la posibilidad de una ciencia positiva de la sociedad, con su propio método y especificidad.²⁹

    En tanto programa fundacional de una ciencia social positiva, Las reglas contempla una serie de prescripciones para la sociología que enmarcarían claramente su objeto, método y estilo de explicación. Con base en este marco, el esquema básico de Las reglas describe el modelo de una ciencia que trabaja con definiciones e indicadores sujetos a control metódico, partiendo de hechos sociales cuya existencia objetiva, al parecer, puede corroborarse por la constatación de su carácter obligatorio, exterior, general e independiente de los individuos que participan en ellos.³⁰ Las definiciones de los hechos, al quedar encuadradas en parámetros observables, han de ser consideradas como objetos, propiedades o atributos codificables, que (como señaló en otro lado) pueden «indicarse con el dedo».³¹

    En el afán de Durkheim por establecer criterios de demarcación disciplinar para la sociología hay también una obsesión por separar a ésta de otras disciplinas (particularmente de la filosofía y la psicología). Si bien en la base de esta actitud se encuentran razones de contexto (tomando en cuenta las condiciones de la universidad francesa de su tiempo), esta separación —esbozada más en calidad de principio abstracto que como criterio operativo presente en sus investigaciones— se convirtió en una traba que ha dificultado la comprensión de sus principales postulados metodológicos y acarreó una multitud de críticas a su definición de hecho social.

    Una insistencia similar se presenta en lo tocante a la distinción defendida por Durkheim entre lo social y lo individual. Tal separación, inicialmente de orden analítico, se volvió dentro de su discurso en una figura argumentativa poco flexible, que redunda en expresiones tajantes que han sido objeto de críticas y motivo de que su perspectiva en conjunto sea etiquetada, de manera simplista, como «positivista» (de acuerdo con el vago estereotipo de lo que esa palabra significa).³²

    En la lucha por ganar legitimidad disciplinar para la sociología, Durkheim enfatizó la especificidad de este campo, así como sus criterios de diferenciación. No obstante, comprometido con este objetivo, dejó de lado consideraciones sobre la complementariedad y convergencia de las distintas disciplinas. En su esfuerzo por consolidar a la sociología como ciencia, hay incluso una suerte de sociocentrismo que se expresa en su insistencia en ver a la sociología como una ciencia líder, con capacidad abarcadora y a la cabeza de las ciencias sociales.

    Junto a las críticas contra este interés «integrador» de la sociología durkheimiana, se produjeron también airadas reacciones frente a las figuras con que se enuncia en Las reglas la naturaleza del hecho social. En este sentido, hoy son conocidas las críticas realizadas a su definición de hecho social, en tanto las referencias a la externalidad e independencia de lo social frente a lo individual remiten de manera reiterada a una suerte de realismo social³³ que elimina la creatividad de los actores y los presenta como autómatas; meros soportes de determinaciones, frente a una realidad social que les antecede, excede y supera.³⁴ Esto a pesar de que Durkheim aclaró, en una importante nota al pie en el Prólogo a la segunda edición de Las reglas, que

    El hecho de que las creencias y las prácticas sociales penetren en nosotros desde fuera no quiere decir que las recibamos pasivamente y sin hacerles sufrir ninguna modificación. Al pensar las instituciones colectivas, al asimilarnos a ellas, las individualizamos, les imprimimos, más o menos, nuestro sello personal; es así como, al pensar el mundo sensible, cada uno de nosotros lo colorea a su estilo, y por eso distintas personas se adaptan de modo diferente a un mismo entorno físico. Por esa razón cada uno de nosotros se fabrica, hasta cierto punto, su moral, su religión, su técnica. No hay conformismo social que no comporte toda una gama de matices individuales. Sin embargo, el campo de las variaciones permitidas es limitado. Es nulo o muy endeble en el círculo de los fenómenos religiosos y morales, donde la variación se convierte fácilmente en delito; es más amplio en todo lo que concierne a la vida económica. Pero, tarde o temprano, incluso en el último caso nos topamos con un límite que no podemos rebasar.³⁵

    Sin embargo, aquellas ideas, sumadas a la antes referida expresión referente a tratar a los hechos sociales «como cosas»³⁶ —aparente reduccionismo por el que la realidad social sería rebajada a una dimensión objetual—, han contribuido a crear la imagen de Durkheim como un defensor del realismo social. En descargo de esta caracterización, Tarot³⁷ señala que el sentido de la palabra «cosa» dentro de Las reglas posee una connotación técnica de orden epistemológico y no ontológico (es decir, sobre cómo hay que conocer las cosas y no sobre qué son las cosas). Para Durkheim los hechos no son cosas, ni entidades externas independientes de los individuos que los crean. Lo que su famosa sentencia pretende remarcar es que, al enfrentar el estudio de lo social, la sociología debe comenzar por reconocer a este orden de realidad la misma regularidad y objetividad que reconoce al mundo natural.³⁸

    Este tipo de críticas tiene en parte su origen en el ambiguo título que Durkheim le dio al primer capítulo de Las reglas: «¿Qué es un hecho social?» Formulada en esa manera, la pregunta parecería demandar una definición sustancial sobre la esencia de estos hechos. Sin embargo, si se revisa la secuencia argumentativa de ese capítulo, puede corroborarse que la discusión central no tiene como objeto la esencialización de los hechos sociales, sino la presentación de los indicadores para su identificación. En palabras de Durkheim:

    Puesto que la definición cuya regla acabamos de dar se sitúa en los principios de la ciencia, no puede tener por objeto expresar la esencia de la realidad; debe solamente ponernos en situación de llegar a ella ulteriormente. Su única función consiste en ponernos en contacto con las cosas, y como éstas no pueden ser alcanzadas por el espíritu más que desde fuera, las expresa desde ahí. Pero no las explica; proporciona solamente el primer punto de apoyo necesario para nuestras explicaciones.³⁹

    En este sentido, la pregunta a la que realmente se da respuesta se refiere a cómo identificar un hecho social. Lo que estos hechos son, en un sentido profundo, queda aún sin resolver.⁴⁰

    El primer capítulo de Las reglas tiene como objetivo enunciar una serie de criterios objetivos para la definición de los hechos sociales, como base necesaria para su identificación y estudio sistemático.⁴¹ La finalidad de este primer acercamiento se reduce a asentar que los hechos sociales son realidades objetivas, luego de lo cual, se enumeran algunos de los indicadores posibles para su reconocimiento. En este sentido (como Durkheim aclaró en la segunda edición de Las reglas), las propiedades de obligatoriedad, exterioridad, generalidad e independencia, con que se caracteriza a los hechos sociales, pretenden fungir únicamente como descriptores de su identificación; signos exteriores útiles para reconocer a los hechos sociales, «donde estén».⁴²

    Ante la pregunta sobre qué son los hechos sociales, la respuesta que Durkheim ofrece es justamente formal e indicativa: se dice que son modos de actuar, pensar y sentir colectivos que se reconocen por ser exteriores, obligatorios, generales o independientes de los individuos que los realizan.⁴³ En qué consista la naturaleza profunda de estos modos colectivos de actuación es algo que no se tematiza todavía en este primer capítulo y, en realidad, apenas se esboza en algunos pasajes relevantes de la sección IV del quinto capítulo de Las reglas. En este sentido, los propios preceptos de Las reglas conducen a reconocer una distancia enorme y una distinta implicación epistemológica, entre afirmar que los hechos sociales puedan ser reconocidos por ciertos indicadores y, por otra parte, tomar dichos indicadores como fundamento de su explicación. Los rasgos externos del hecho social ofrecen elementos para su caracterización inicial y constituyen la puerta de acceso al estudio de su naturaleza. Empero, dichos rasgos no deben ser considerados de manera automática como componentes esenciales de estos hechos.⁴⁴

    La verdadera pregunta que se atiende y responde en el primer capítulo refiere pues a una preocupación aún más básica: cómo identificar un hecho social. Es importante hacer notar que esta finalidad, centrada en poner como primera tarea la construcción de indicadores, no está peleada con la posibilidad de que la explicación de los hechos sociales, aún por construir, se dirija a dilucidar la naturaleza de lo social.

    En Las reglas se insiste en la prevención metodológica de que los rasgos externos representan signos materiales de una realidad externa que debe ser explicada. Esto abre el camino para entender que a la visión aparentemente objetivista de Las reglas no debe endilgársele la imposibilidad para ver, más allá del signo externo, la naturaleza profunda de los hechos. Parecería así abierta la posibilidad de entroncar, dentro de la perspectiva durkheimiana, la preocupación por describir el nivel objetivo básico de la realidad, con el interés por desarrollar su estudio comprehensivo.

    Las tesis programáticas de Las reglas tienden a subrayar la dimensión objetiva de los hechos sociales, como punto de

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