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DIGNIDAD DE LA PERSONAa)Hacia una descripción de la dignidad personal
De los rasgos referidos por San Buenaventura, uno parece haber sido aceptado plenamente por nuestros contemporáneos. En efecto, entre las asociaciones de vocablosmás recurrentes en el mundo de hoy se encuentra la que recogen frases como dignidadde la persona humana, dignidad humana o dignidad personal. Pero ¿son nuestrosconciudadanos mínimamente conscientes del alcance de sus afirmaciones? ¿Entienden, por ejemplo, lo que significa el término dignidad?; y, si la respuesta es negativa, ¿nosería oportuno que se les ayudara a esclarecer el sentido preciso de esta palabra?Sin duda, tiene razón Reinhard Löw cuando rechaza la posibilidad de “definir” conexactitud y de manera exhaustiva la noción de dignidad. Estamos, en efecto, ante una deesas realidades tan primarias, tan “principiales”, que resulta poco menos que evidente yque, por tanto, no cabe esclarecer mediante conceptos más notorios. En una primerainstancia, lo más que podría afirmarse de la dignidad es que constituye una sublimemodalidad de lo “bueno”: la bondad de aquello que está dado de una categoría superior.Pero qué sea la bondad, precisamente porque aparece manifiesto para todos, esimposible definirlo a partir de categorías previas.Con todo, la cuestión se presenta adornada de tan vital importancia para el problemaque nos ocupa, que no resultará ocioso intentar perfilar, siquiera someramente, elsignificado de esta noción primigenia. Como lo “bueno” constituye en sentido radicalalgo originario- se configura como uno de los trascendentales, de los primeros principios, de la filosofía clásica-, lo que podemos es intentar discernir la diferenciaespecífica de lo digno dentro del ámbito común de lo bueno: es decir, qué es lo que haceque a un determinado tipo de bondad, en ran de su particular eminencia, lecorresponda el apelativo de “dignidad”. Los diccionarios al uso nos ofrecerían una primera pista, al explicarnos que la dignidad “es el decoro conveniente a una categoríaelevada o a las grandes prendas del ánimo”; apuntaría de este modo a la diferenciaespecífica y al fundamento último de la excelencia propia de lo digno, que es la interior elevación o alcurnia de un sujeto. Y, en efecto, el simple análisis verbal y ciertamenteincompleto del significado de nuestro vocablo induciría a pensar que el punto terminalde referencia y el origen de cualquier dignidad reside en la suprema valía interior de larealidad que la ostenta. Lo que habría en juego a la hora de caracterizar lo digno serían, pues, dos elementos que, al menos desde las especulaciones de Agustín de Hipona, seencuentran estrechamente emparentados: la superioridad o elevación en la bondad, y lainterioridad o profundidad de semejante realeza.A las mismas conclusiones llega el análisis filosófico. Afirma Kant, por ejemplo:“aquello que constituye la condición para que algo sea fin en sí mismo, eso no tienemeramente valor relativo o precio, sino un valor interno, esto es, dignidad”.A su vez, sugiere Soren Kierkegaard que la condición personal entendida en sentidoontológico, como raíz y fundamento de la dignidad, no es “algo inmediatamenteaccesible; la personalidad es un replegarse en sí mismo, un clausum, un ádyton, unmysterion. La personalidad es lo que está dentro, y éste es el motivo de que el término“persona” (personare) resulte significativo”. Idénticos elementos encontramos, por fin,en un ensayo de Robert Spaemann, consagrado íntegramente al estudio de nuestro problema. Sostiene en él el ilustre filósofo alemán que la dignidad constituye siempre“la expresión de un descansar-en-si-mismo, de una independencia interior”. Y agrega,conjugando las apreciaciones fenomenológicas con las de la ontología más estricta, quesemejante autonoa no ha de ser interpretada “como una compensación de la
 
debilidad, como la actitud de la zorra para quien la uvas están demasiado verdes, sinocomo expresión de fuerza, como ese pasar por alto las uvas de aquel a quien, por unlado, no le importan y, por otro, está seguro de que puede hacerse con ellas en elmomento en que quiera.Sólo el animal fuerte nos parece poseedor de dignidad, pero sólo cuando no se haapoderado de ella voracidad. Y también sólo aquel animal que no se caracterizafisionómicamente por una orientación hacia la mera supervivencia, como el cocodrilocon su enorme boca o los insectos gigantes con unas extremidades desproporcionadas.La dignidad tiene mucho que ver con la capacidad activa de ser ésta en sumanifestación”. Procuremos avanzar a partir de las palabras citadas. Asombra, en primer término, la similitud de algunas de las expresiones utilizadas por los tresfilósofos. Kierkegaard habla de un “replegarse en sí mismo” y de una excelencia que“está dentro”. Kant, como vimos, de un valor interno: “innere Pert d. i. Würde”; a lo queañade: “La autonomía es el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y detoda naturaleza racional”. Y Spaemann, por fin, se refiere a un “descansar-en-sí-mismo”y a una “independencia interior”. De este modo, los dos componentes a los que haceunos instantes aludimos- la elevación y la correspondiente interioridad- pareceresumirse o articularse en torno a uno que los recoge y lleva a plenitud: el volversesobre sí o “recostarse” atónomamente en la altura del propio ser.Cabría, entonces, avanzar una primera descripción de la dignidad: habría queentender mediante este vocablo aquella excelencia o encubrimiento correlativos a un talgrado de interioridad que permite al sujeto manifestarse como autónomo.Quien posee un “dentro” en virtud del cual puede decirse que “se apoya o sustentaen sí” conquista esa “estructura” ontológica capaz de introducirlo en la esfera propia delo sobreeminente, de lo digno. Y esto, tanto en los dominios de la fenomenología comoen los de la ontología más estricta. Atendamos por ahora a los primeros. No es difícil relacionar lo significado por las fórmulas propuestas con lo quesugieren, de manera espontánea e inmediata, el vocablo “dignidad” o alguno de sussinónimos ponderativos, como “majestad”, y “realeza”.En efecto, lo majestuoso nos resulta instintivamente advertido como aquello que seencumbra “al afirmarse y descansar en sí”: sin “necesitar” de lo que le circunda y sin“sentirse amenazado” por ello. Y esto, tanto en el terreno de la simple metáfora- piénsese en la presencia de un águila, un león o un pura sangre, que parecen dominar con su sola presencia el entero entorno que los rodea-, como tambn, y primordialmente, en el ámbito más propio de las realidades humanas: un buen juez, pongo por caso, manifiesta de forma eminente y casi, casi física la excelsitud de surango cuando, “asentado” en su trono, juzga y decide “desde sí” el conjunto decuestiones sometidas a su jurisdicción; pero revela todavía más su abolengo cuando, prescindiendo de los signos exteriores de su condición profesional, “replegándose” mássobre su interna grandeza constitutiva, logra expresar al margen de toda pompa yaparato aquella sublimidad íntimamente personal que lo ha hecho merecedor del cargoque desempeña. Y, en esta misma línea- aunque, ciertamente, no para todos-, un sencillo pastor de montaña recorta sobre el paisaje la grandiosa desnudez de su alcurnia de persona en la proporción exacta en que, firme e independiente en su propia humanidad,sabe “prescindir” de todo cuanto le rodea, despegando incluso del pasar del tiempo, semuestra también ajeno al sin fin de soluciones y oropeles de la vida de ciudad.De manera semejante, se afirma que una persona actúa con dignidad cuando susoperaciones “no parecen poner en juego” el noble hondón constitutivo de su propio ser.Alguien acepta algún castigo o una injusticia dignamente, o lucha por adquirir un bienconveniente o incluso necesario con pareja compostura, precisamente cuando nada de
 
ello parece afectar la consistencia de su grandeza o densidad interior: ni las afrentas laamenazan ni semejante realeza depende de la consecucn de los beneficios o prebendas: el sujeto digno se encuentra como asegurado en su propia espesura y en susolidez interior.La dignidad apunta, de esta suerte, a la anarquía de lo que se eleva al asentarse en sí,de lo que no se “desparrama” para buscar apoyo en exterioridades inconsistentes: ni lasrequiere ni, como sugería, se siente acechado por ellas. Desde este punto de vista, latemplanza, el desprendimiento de los bienes materiales, suscita indefectiblemente lasensación de dignidad: justamente porque quien obra con tal moderación se muestrasuficientemente radicado en su valía interior, hasta el punto de que las realidades que locircundan se le muestran como superfluas y es capaz de renunciar a ellas.Todo esto, decía, resulta accesible a cualquier observador agudo que reflexionessobre el asunto. Está en el ámbito del análisis fenomenológico. Por su parte, paraquienes se encuentran más o menos familiarizados con las categorías filosóficas de losúltimos siglos, las locuciones de Kant, las de Kierkegaard y Spaemann, y el conjunto dedisquicisiones que hemos hecho en torno a ellas, evocan de inmediato una misma ytrascendental noción metafísica: la de “absoluto”.Algo es “ab-soluto”, en cualquiera de sus acepciones y posibles intensidades, en lamedida concreta en que, de un modo u otro, “reposa en sí mismo” y se muestraautárquico, exento. Y como todo ello, según se nos acaba de sugerir, es índice y raíz dedignidad, podríamos avanzar un nuevo paso y definir a ésta, justamente, como la bondad que corresponde a lo absoluto.Así lo hace, de manera explícita, Tomás de Aquino: “la dignidad- escribe- pertenecea aquello que se dice absolutamente: dignitas est de absolutis dictis”. Si queremos, pues,adentrarnos hasta la significación ontológica de la dignidad del hombre, habremos deresponder a este interrogante: ¿de qué modo y manera puede considerarse “absoluta” la persona humana? 
b)Aspectos y fundamentos de la dignidad humana
No hace mucho, en un Simposio europeo de la bioética celebrado en Santiago, el profesor Tomás Meleno ha expuesto los tres sentidos principales en que cabecaracterizar al hombre como absoluto. Cada uno de ellos, según veremos, se erigesimultáneamente como indicador adecuado de su peculiar dignidad.1.El hombre es un absoluto, en primer término, en cuanto se encuentra in-mune o des-ligado (ab-suelto) de las condiciones empobrecedoras de la materia: por no depender intrínseca y substancialemente de ella, no se ve afectado por laminoración ontológica que ésta inflige a lo estricta y exclusivamente corpóreo.Desde este punto de vista, cualquier persona humana exhibe una peculiar noblezaontológica por cuanto su acto de ser “descansa en” el alma espiritual, a la que ensentido estricto pertenece, y desde la que encumbra hasta su mismo rangoentitativo a todas y a cada una de las dimensiones corporales de su sujeto. Enconsecuencia, tales componentes materiales- también los de la sexualidad, fuentede nueva vida, y los restantes relacionados de manera específica con la bioética- sesitúan a años luz por encima de los que descubrimos en los meros animales o enlas plantas: sin abandonar su condición biológica resulta, en la acepción más cabaldel vocablo, personales: merecedores no sólo de respeto, sino de veneración yreverencia.

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