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Contratapa
|Domingo, 12 de febrero de 2012
Marx y las atrocidades de John Bull
Por José Pablo Feinmann
Se equivocan los fundamentalistas de Marx cuando buscan defenderlo desus escritos sobre la cuestión colonial. No es atrapando algún textotardío, alguna carta (la ya transitada largamente a Vera Zassoulitch) oalgún secreto comentario a Engels (del que todos, desde luego,carecemos) como se lo va redimir de sus líneas despiadadas sobreBolívar, de La dominación británica en la India o de la aprobación de laconquista de México por parte de Estados Unidos. Marx siempre fue unadmirador de la burguesía británica. El Manifiesto es un canto a su poderhistórico-revolucionario. Y no porque el Manifiesto sea un texto“temprano” superado por la madurez de El Capital. Falso. En su obracumbre Marx cita con todo orgullo páginas del Manifiesto, algo que noharía si en verdad hubiera renegado de ese texto brillante. Sucede otracosa. El hombre del British Museum nunca dejó atrás la dialécticahegeliana. Darla vuelta –según esa célebre imagen– no es hacer eso.Cabeza arriba o cabeza abajo, Hegel sigue siendo Hegel. Marx, por sifuera poco, no reniega de su gran maestro. Si se lee el “Epílogo” a la segunda edición de El Capital se verá quereitera su entusiasmo por él. Que frente a aquellos que lo declaran un “perro muerto” se declaró –en tantopreparaba el primer tomo de El Capital– “discípulo de aquel gran pensador”. Aquí reside la cuestión. Si el momentonegativo, si el momento de destrucción de las antiguas formas históricas, lo encarna (dialécticamente) la burguesía,¿cómo no aprobar todas sus aventuras expansionistas? Luego vendría el proletariado y –al arreglar cuentas conJohn Bull– habría de establecer la sociedad socialista. Esto es así y ponerse a discutirlo, a refutarlo con losapuntes tardíos y mínimos sobre la comuna rural rusa es casi patético. Marx, sin embargo, fue un severo crítico delas atrocidades del colonialismo. Aquí es donde está su defensa. Marx no es Rudyard Kipling. No ve en la tarea deJohn Bull “la pesada carga del hombre blanco”. Ve rapiña, ve violencia e innecesaria, barbárica, crueldad. El“Epílogo” que hemos mencionado es de 1873. Marx habría de morir diez años más tarde.Vamos a los textos en que el imprescindible cabezón barbado se indigna y denuncia los ultrajes imperiales. (Nota:En uno de ellos –Historia del tráfico del opio– establece una frase-concepto impecable, de excepcional actualidad:“Siempre que observamos de cerca la naturaleza de la libertad de comercio británica, hallamos, casi generalmente,que en la base de su ‘libertad’ está el monopolio”, New York Daily Tribune,5438, 25/11/1858. El “corpus” de los escritos de Marx sobre el colonialismo son los formidables artículos queescribió para este diario desde inicios de la década del ’50 hasta 1861. Fueron escritos en inglés y expresan la casitotalidad de su pensamiento y también el de Engels. Es uno de los más extraordinarios ejemplos de periodismoreflexivo.) No vamos a citar nada de los conocidos La dominación británica en la India y Futuros resultados de ladominación británica en la India porque los comisarios políticos encargados de defender la infalibilidad de Marxdicen que todo se reduce a esos dos “malos momentos” del filósofo. Además nuestro trabajo –aquí– no es analizarcríticamente el apoyo de Marx a las empresas del colonialismo, sino sus denuncias a las atrocidades que hanconllevado. Por ejemplo, su artículo de abril de 1857 se titula Las crueldades inglesas en China. Escribe Marx:“Hace pocos años, cuando se denunció en el Parlamento el espantoso sistema de torturas en Irak...” No, en laIndia. Vamos de nuevo: “Hace pocos años, cuando se denunció en el Parlamento el espantoso sistema de torturasen la India, sir James How, uno de los directores de la Muy Honorable Compañía de las Indias Orientales, asegurócon audacia que las afirmaciones que se habían hecho eran infundadas. Sin embargo, una investigación posteriorcomprobó que se basaban en hechos que los directores habrían debido conocer muy bien, y a sir James sólo lequedaba confesarse de ‘ignorancia voluntaria’ o ‘conocimiento criminal’ de los horribles cargos hechos contra lacompañía”. Más adelante: “¡Cuán silenciosa está la prensa de Inglaterra en lo referente a las injuriosas violacionesal tratado diariamente practicadas por extranjeros que viven en China bajo protección británica! Nada se nos dicedel ilícito tráfico de opio que todos los años alimenta al Tesoro británico a expensas de la vida y la moral humanas(...) Nada oímos de los daños infligidos ‘incluso hasta matar’ a emigrantes extraviados y esclavizados”. ¿Por quénada se dice de esto? Marx ofrece su respuesta: “En primer lugar, porque la mayoría de la gente que está fuera deChina se preocupa poco de la situación moral y social de ese país; y segundo porque forma parte de la política y la
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prudencia no agitar asuntos que no reportan beneficio pecuniario alguno. Por lo tanto, el pueblo inglés que en supatria no mira más allá del almacén donde compra su té está dispuesto a tragarse todas estas falsedades que elministerio y la prensa eligen para meterle en la boca al público” (New York Daily Tribune, marzo 22 de 1857,destacado nuestro. Esto es lo que ha perdido la filosofía. Esto le han quitado los filósofos desde que eliminaron alsujeto para entrar en la crítica a la modernidad de Heidegger que requiere eliminar al ente antropológico y abrirseal “llamado del ser”. Claro que Marx está de moda. Pero no porque tenga la “solución” para el desastre al que elneoliberalismo condujo al mundo, sino porque expresa el genuino impulso de la denuncia, de la defensa del hombre,de la praxis, del sujeto. Porque hoy ningún filósofo “académico” escribiría estos textos. Para escribirlos que hayanimarse a estar fuera de la “academia”. Si se quiere conservar un puesto y un sueldo, la condena es el silencio oel enmascaramiento detrás de cualquier variante de las filosofías del lenguaje o de los ampulosos hermetismos delpastor del ser. No en vano Sartre está proscripto. Fue él quien recuperó –en el siglo XX– la tarea de hacer “másignominiosa la ignominia” que Marx señaló.)No se trata aquí –y lo hemos dicho– de condenar al Marx que apoyó dialécticamente la empresa colonial. Ya lohemos hecho y desde hace muchos años. La “necesariedad dialéctica” lo extravió tanto como para transcribir esepoema de Goethe: “¿Quién lamenta los estragos/ Si los frutos son placeres/ ¿No aplastó a miles de seres?/ Tamerlán en su reinado?” (25 de junio de 1853). Aquí, Marx coincide con Sarmiento y Mitre, no en vano elmarxismo argentino –que copia mecánicamente al maestro– ha ofrecido una versión de nuestra historia paralela ala oficial. Alguna vez –aun– escribiremos un trabajo sobre la coincidencias y disidencias entre Facundo y El Capital.Ahí se halla el secreto de la impotencia histórica de nuestra izquierda. Hoy nuestro tema es otro. Marx –pese a justificarlos dialécticamente– nunca aceptó los estragos del orden colonial, nunca sus frutos le entregaron placeres,a ningún pueblo le deseó un Tamerlán. Desde su humanismo crítico (Marx nunca dejó de ser un humanista, undefensor de la dignidad de los pueblos, un enemigo de los ultrajes, de las vejaciones; ignoramos qué suerte hubieracorrido bajo las revoluciones que en el siglo XX se hicieron en su nombre, pero lo imaginamos en Siberia o en elexilio o muerto antes que junto a Stalin), el genial filósofo defiende a los “semibárbaros” de China o India y no a los“civilizados” del Foreign Office: “Mientras los semibárbaros defendían el principio de la moralidad, los civilizados leoponían el principio del lucro (...) que semejante Imperio deba ser al cabo alcanzado por el destino con motivo deun duelo a muerte, en el cual los representantes del mundo antiguo se muestran movidos por razones éticas,mientras que los representantes de la abrumadora sociedad moderna luchan por el privilegio de comprar en losmercados más baratos y vender en los más caros: ello, por cierto, es una especie de copla trágica, más extrañade lo que poeta alguno se haya atrevido jamás a imaginar” (31 de agosto de 1858). Y vamos a concluir con uno delos más cristalinos, lúcidos pasajes de este crítico feroz de las atrocidades del colonialismo. Se refiere, aquí, aJohn Bull, ese sólido personaje en que Inglaterra se ve a sí misma. Y dice: “Según su oráculo de la Printing-HouseSquare (ingenioso modo de referirse a The Times, cuya oficina principal estaba en esa plaza de Londres, JPF), seapodera (John Bull) de colonias con el solo fin de educarlas en los principios de la libertad pública; pero si nosatenemos a los hechos, las islas Jónicas, como la India e Irlanda, sólo demuestran que, para ser libre en su casa,John Bull debe esclavizar a los pueblos que están fuera de las fronteras de su Estado” (17/12/1858).Cuidado: ahora los tenemos muy cerca. John Bull (que está hundido hasta los codos en la lógica de la GuerraGlobal y la Guerra contra el Terror y la Guerra Preventiva de su socio del norte de América) golpea, de mal modo,a nuestras puertas. Trae un destroyer que mete miedo, un submarino nuclear y al patético y desdichadamente bienconocido “principito”. Porque son un Imperio monárquico. Un Imperio Real. Son los mismos de siempre. Nada hacambiado. Sus amigos internos también. Son los que –con su poderosa ayuda– hicieron (no “mal o bien” segúndicen; sino mal, decididamente mal) este país.
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