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LA OPINIÓN DE TENERIFE.

ES

EL BALCÓN

Grupo San Borondón

LEÓN BARRETO Hay unos cuantos canarios enamorados de su tierra que patean cada una de las islas,
las costas y las playas, las medianías, las cumbres, los barrios históricos de muchos municipios e intentan
plasmarlos para la posteridad. El 25 de mayo de 1996, estando en la ermita de la Virgen de los Reyes en
El Hierro, se conjuraron para fotografiar cada uno de los rincones hermosos de este paisaje asediado por
el desarrollismo turístico y en estos doce años no han parado. La naturaleza de Tenerife, Gran Canaria,
las islas occidentales y las islas orientales, se nos presenta como aproximaciones al paraíso perdido. Un
paraíso que desde los años sesenta ha sido asediado por las barbaridades del cemento, el salvaje
proceso de ocupación, el destrozo de las medianías, la especulación inmobiliaria que ha extendido sus
tentáculos por todas partes. Y, precisamente por ello, tenemos el compromiso moral de intentar
salvaguardar en la medida de lo posible esas perspectivas que todavía guardamos. El Grupo Fotográfico
San Borondón ha hecho hasta el momento 30 audiovisuales en los que han pasado revista a los rincones
urbanos, al Teide y a Las Canteras, a la Caldera de Taburiente y a Timanfaya, a las cumbres y los
barrancos, a la palmera, al pino, a las playas, a los terribles incendios del verano que diezman nuestros
bosques pero tras los cuales el pinar sobrevive como Ave Fénix. Pepe Dévora, Ildefonso Bello, Antonio
Fernández, Mariano Guillén y el veterano Servando Hernández constituyen este conjunto de amigos
capaces de captar la arquitectura popular, la luminosidad de nuestros cielos, la isla vertical de los
acantilados, las corrientes de lavas centenarias, las ermitas sembradas por nuestros campos, las plazas
con laureles de Indias. Ahora los componentes de este entusiasta colectivo afrontan la renovación
tecnológica, el proceso de digitalización que les genera ciertas dudas técnicas. Pasar de lo analógico a las
nuevas tecnologías es un reto que están asumiendo.
Acaban de proyectar un audiovisual de 160 diapositivas sobre la isla de La Palma, ese paisaje primigenio
que conserva buena parte de sus rasgos históricos y que debiera fijarse en ejemplos de desarrollo
sostenible, un modelo turístico más parecido al de Madeira que al de Tenerife o Gran Canaria, optando
por lo selectivo en vez de por la masificación. Ahora se proponen recrearse en los yacimientos
arqueológicos, en la calle Triana, en innumerables rincones de las islas mayores y las menores. Gesto de
amor a la tierra, siembra de ecologismo, llamada a las nuevas generaciones para que en la medida de lo
posible se sumen a la tarea de salvaguardar el territorio. Ya se sabe que las islas tienen una fuerza
indómita, por mucho que las destrocemos ellas saben salir a flote. Por eso acaban siempre emergiendo
de todas las catástrofes: de los volcanes, de las epidemias, de las sequías, de las hambrunas que
forzaron la emigración a América. Incluso se defienden de los depredadores del paisaje, les obligan a
replegarse.
Página oficial del Ayuntamiento de Teror

MUNICIPIO

Crónicas de Teror
por José Luis Yánez Rodríguez, Cronista Oficial de la Villa de Teror

27 de enero de 2009
Teror
(Presentación del audiovisual "Teror", del Grupo Fotográfico "San Borondón" en el CICCA)

Teror redescubierto, Teror escondido, profundo, velado, recóndito, Teror ensimismado en


noblezas pasadas, Teror campesino de surcos y ganado, Teror esclarecido y prosaico, verde,
terroso, iluminado, sombrío, creyente, festivo, comercial, cotidiano, solemne,…

La lente del Grupo Fotográfico San Borondón interpreta con este audiovisual la Villa
Mariana, la reescribe antes de ofrecérnosla, de presentarla ante nosotros. No podía ser
menos. Los verdaderos artistas, sean cuales sean los soportes de su arte, seleccionan el
fragmento de realidad que eligen y lo magnifican prolongando un segundo hasta la
eternidad. Los miembros del Grupo han sabido los últimos años, y desde esta perspectiva,
trabajar, investigando enfoques, momentos, luces y lugares para que parajes de Vegueta,
Telde, Taburiente o Timanfaya llegasen a todos ungidos por esa luminiscencia que sólo
surge de la profesionalidad unida al apego sensible por lo que se hace.

No es cosa nueva el interés de las tierras del Pino para tantos fotógrafos que desde
mediados del XIX han dejado constancia gráfica de momentos de su historia local, como fue
la Coronación Canónica de la Virgen en 1905, o elementos arquitectónicos desaparecidos
desde hace más de un siglo como el famoso muro del naciente de la Basílica, que se
observa en la instantánea de 1864, fotografía más antigua encontrada hasta hoy de Teror.

Desde los fotógrafos que a fines del XIX y principios del XX trabajaron para el floreciente
comercio de tarjetas postales, como Carl Norman, Teodoro Maisch, Herrman Kurt, o Jordao
da Luz Perestrello; hasta los que a lo largo de la pasada centuria implantaron la fotografía
periodística, la historia gráfica de Teror, sus personajes, fiestas, paisajes y rincones, han
quedado perpetuados para siempre gracias a la labor de algunos que, como los que hoy nos
ocupan, han querido dejar constancia de todo ello con sus particulares formas de ver lo que
les rodea transformándolo en instantes eternos. En este sentido, quede hoy y aquí
permanente recuerdo y respeto para la figura simpar del fotógrafo Teófilo Falcón, que
construyó durante años toda una simbología en torno a la Virgen y a la Villa.

San Borondón ha realizado también un verdadero tratado sobre Teror, un epítome sutil,
variado y a la vez sucinto donde todo guarda un mensaje y nada queda al azar. Las
imágenes nos traen un regusto inaprensible a la memoria, un sinfín de sensaciones que, a
los que queremos y cuidamos Teror, se nos agolpan amalgamadas con recuerdos. La
amarillenta hoja a punto de desprenderse nos evoca el sonido del viento entre los árboles
de Osorio; los campos reverdecidos, el olor a hierba húmeda en las mañanas de San Isidro
o El Palmar; las casas labriegas de quietud casi monacal, el rebullicio del campo que se
despereza junto a los sombríos caminos que recorren como arterias la geografía terorense;
las graves fachadas de Manriques, Quintanas y Castillos, el quedo y acompasado pisar sobre
las tarimas enmaderadas de esas nobles casonas; las poses festivas, el ruido de las
parrandas interminables preludiando el Día Grande; los barrancos de un verdor casi
lujurioso, el rumor discreto, silencioso, del gorgoteo del agua discurriendo; el gentío
impersonal, gozoso, curioso de una mañana de feria, el olor a pan, chorizo, verdura, flores y
cera; los serenos y quietos monasterios, el murmullo de rezos y olor a jazmín oculto en sus
tapias; la austera arquitectura de la Basílica, el orgullo del joyero que guarda la más
preciada alhaja;…, todo está elegido y colocado en armonía. Por separado, son visiones
parciales aparentemente desligadas. Unidas, son Teror, su historia, su razón, su ser y sus
gentes.

El recorrido de la luz desde que nace hasta el ocaso. Esa es la hilazón que unifica la
presentación de todo este audiovisual. El juego de la luz y la sombra, magia primigenia de
la que surge la fotografía nos muestra, esperando nuestra interpretación, campos
cultivados, casas de labranza, arboledas de color casi etéreo, fiestas, festeros, animales y
calles, caminos cubiertos de hojarasca y alfombras de trebolinas que parecen extenderse
hasta el horizonte,… Pero esperan nuestra interpretación, nuestro sentimiento, nuestra
reacción, sin la cual quedarían un tanto vacíos. La fotografía, así entendida, es una
propuesta que espera respuesta.

También los terorenses y sus rincones parecen contemplarnos a nosotros, más que nosotros
a ellos, desde la seguridad de estar en su pueblo, dejando pasar la vida con un toque de
socarronería. El alcalde y los vecinos desde el poyo de la araucaria, viendo el pasar y
discurrir del pueblo; los Benítez desde el despacho de su dulcería -al olor de la crema
pastelera y los hojaldres-, la castañera, miembro de un auténtico linaje familiar de
implantación secular, desde una esquina de la Plaza; el obispo y el clero a la vera de la
Virgen, verdadera Señora del pueblo; el Bar del Muro Nuevo, mentidero y escaño;… todos
miran respetuosos, y a veces un tanto escépticos al que los mira a ellos, ya sea a través de
una lente o desde la fascinación de saberlos habitantes de un lugar de privilegios.

Igualmente está presente (eterna, vigente, convocadora, imperecedera) la Santa Imagen


del Pino. Teror no está completo sin Ella. El pueblo necesita saberla cerca, y su historia, su
comercio, su configuración urbanística están indisolublemente unidos a Ella. Por eso, aquí
aparecen sus fiestas. Desde que en 1952, por iniciativa del Obispo Pildain y el Presidente
del Cabildo Insular, don Matías Vega, con la connivencia y apoyo del Ayuntamiento de la
Villa, representado por su alcalde, don José Hernández, se decidiera recuperar unas fiestas
que habían perdido mucho de su antiguo esplendor, el Pino y todo lo que en las fechas de
Septiembre le rodea se constituyen en la cita obligada de los quieren hacer el doble camino
de la espiritualidad y la canariedad. Néstor Álamo puso su genio y el pueblo puso su
entusiasmo; y hoy como ayer-este audiovisual es una muestra-, la convocatoria de Teror
une y reúne todo lo que el folclore, la artesanía, el costumbrismo y los deseos de sana
diversión, tienen de importante para la esencia más profunda de los grancanarios, y de
todos los canarios.

Quizá el asedio del mal llamado progreso, de los avances de la civilización y el cemento no
han dejado en Teror los calamidades que han arrasado otros lugares de las islas; por lo que
el tinte, el toque bucólico puede apreciarse en este audiovisual, sutil pero firme. Dan ganas
de habitar en un lugar así, porque, quieran o no, los miembros del Grupo Fotográfico San
Borondón ennoblecen el paisaje, dejan entrever el momento propicio, la luz que muestra el
rincón más bello, la imagen más tiernamente evocadora,..Eso es técnica, pero también es
alma, y se ve, se siente, se palpa el amor hacia lo que se fotografía.

Y aparece asimismo al final, Teror de noche, cuando las sombras lo pueblan; cuando, al
decir de muchos, Teror es esencia de si mismo. Paradójicamente, la soledad crepuscular, la
semioscuridad neblinosa, puebla la Villa de sombras del pasado y taciturnos noctámbulos
del presente. Pero ni así resulta amenazante el lugar, tiene esa energía acogedora y
protectora del seno materno, recuerdo permanente de que estamos junto a la casa de la
Madre Eterna. También de noche, miran los ojos de la Virgen a quien a Ella se acerca, y
hasta ese ambiente de cercanía a lo sacro han sabido captar las lentes de San Borondón.

Las líneas rectas, innovadoras, pero de bella cantería amarilla, del Auditorio, recientemente
incorporado a la nómina urbanística de Teror, cortan el aire como un suspiro prolongado,
que se integra casi sin sentir en el entorno que le rodea. La luz de la fotografía es diferente
pero a la vez idéntica a la de otros inmuebles de antigüedad que, integrados en un todo,
ayudan a configurar un Teror de raíz y respeto, pero a la vez de avance y progreso.
Ildefonso Bello, Pepe Dévora, Mariano Guillén, Antonio Fernández y Servando Hernández
han construido con esta muestra un verdadero símbolo. Por ello es casi una clarividencia
que la imagen que la culmina sea un emblema, una alegoría, una iconografía de la esencia
de Teror: las ramas de un pino sobre un fondo de luz. Quizás ese sea su mensaje: lo bueno,
lo auténtico, lo substancial, siempre permanece, aunque todo lo que esté a su alrededor
varíe o cambie de color.

Teror cambia, evoluciona, pero su alma sigue impertérrita y serena, y el Grupo San
Borondón ha sabido con este trabajo entenderlo, expresarlo y comunicarlo.

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