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Pero, ¿por qué las personas se venden al consumismo? De todos es conocida la capacidad
imitatoria del ser humano y de sobra popular la autoridad de culpar a la sociedad de abrir la
caja de Pandora… pero entonces ¿quién imita a quién? La sociedad de consumo nos indica
que el pobre intenta aprender del rico y el rico, del más rico… mientras el niño copia al adulto.
Como la pescadilla que se muerde la cola el imitador es imitado creando un marea de
consumo, si no ¿por qué un poblado africano que no tiene qué comer es capaz de poseer un
televisor?
Sin embargo, esta realidad puede entenderse por otras dos. El consumista esconde un
sentimiento de inferioridad suplido por sus pertenencias. El querer ser se confunde con el ser y
arrastra a las personas a modificar su apariencia sin quererse tal y como son. Frases como
“voy de compras porque me relaja” o “cuando estoy triste voy a la peluquería” refuerzan esta
hipótesis. Los niños pueden verse más afectados por el sentimiento de pertenencia al grupo: “si
no tengo las Nike, ya no soy como el resto del equipo”, “si no obtengo el videojuego me dejan
de lado”. Ante esto, inculcar al amor a uno mismo y fortalecer la seguridad del hijo ante
opiniones contrarias es la mejor baza para educar en un consumo responsable. Además, si los
hijos son capaces de defender sus ideas ante los padres cuando necesitan algo ¿por qué no
alentar a que dispongan del mismo ímpetu para hacerse respetar ante sus amigos?
Por otro lado, el aburrimiento vital también es una buena fuente de consumistas. “Tengo 30
minutos libres y no sé qué hacer… me voy de compras”, “hace frío en la calle, ¿vamos con los
niños al centro comercial?”, etc. Las compras se han convertido en una actividad más de ocio
La saturación occidental nos impide saber qué hacer y muchos se despiertan cada mañana con
el impulso de comprar o malgastar. De hecho, el consumista no solo compra de más, sino que
malgasta. En lugar de poner una lavadora llena, pone dos medio vacías, en vez de utilizar el
cuaderno hasta la última página lo cambia a la mitad, se despreocupa de si las luces están
apagadas o no…
Otro motor educativo es fomentar la sobriedad en todos los aspectos de consumo en el hogar.
Realizar la compra semanal puede ser una actividad familiar donde los hijos aprendan a
contenerse ante sus caprichos y comparen los precios… Asimismo, planear el tiempo libre
juntos es una buena forma de dar con soluciones de un modo coherente: está bien ir de
compras de vez en cuando o salir a comer a un restaurante juntos, pero también es bueno que
aprendan a realizar actividades al aire libre que no vengan marcadas por un precio. Ir a comer
al campo, pasear en bicicleta o tomar el sol en un parque son actividades plenamente
saludables, igual o más divertidas que otras opciones, y que inculcan otros beneficios a los
más pequeños. El consumo en el hogar posee más indicadores de consumo responsable. Más
allá de otras valoraciones éticas, podemos enseñar a nuestros hijos que deben apagar las
luces cuando sale de una habitación, que es mejor ducharse que bañarse o que es importante
no tirar la comida… eso sí, siempre y cuando los adultos de la casa cumplan con las mismas
normas. Ante todo, coherencia.
En definitiva, la educación en el consumo ayuda a instruir a los hijos valores como el beneficio
de compartir, el reparto igualitario, el concepto de ahorro, la contención ante los deseos y la
capacidad de escucharse a uno mismo y reflexionar sobre sus acciones porque consumir es
una actividad ineludible para vivir, pero no se vive para consumir.