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ANIMAL
Es en la década de 1940 cuando por primera vez aparece una actitud filosófica hacia la naturaleza
humana en el arte de Francis Bacon, reflejo de su convicción de que, sin Dios, el ser humano está
sujeto a las mismas pulsiones naturales de violencia, lascivia y miedo que cualquier otro animal.
En abril de 1945 mostró Figura en un paisaje y Tres estudios para figuras al pie de una Crucifixión,
y a partir de entonces expuso con regularidad.
ZONA
Los años cincuenta vieron surgir la extensa serie de variaciones sobre el Retrato de Inocencio X de
Velázquez (1650, Roma, Galleria Doria Pamphilj), que Bacon sólo conocía a través de
reproducciones y que le serviría para poner al descubierto las inseguridades del poderoso,
representadas casi siempre en el grito de la figura enjaulada. La boca abierta manifiesta la tensión
entre el espacio interior del cuerpo y los espacios que habita, explorada de manera más explícita
en la vulnerabilidad de los desnudos simiescos.
APRENSION
El interés de Bacon por las situaciones en las que lo banal coexiste con un malestar agudo se
evidencia también en otras obras de la misma época. Sus Papas pasan de ser figuras de autoridad
angustiadas a adquirir atributos malignos y deformaciones físicas que tienen un eco directo en las
pinturas de animales cuya actividad es a la vez siniestra y rastrera. Algunas de esas imágenes
proceden de un atento examen de las fotografías secuenciales de animales y personas tomadas
por Eadweard Muybridge (1830-1904), de las que Bacon afirmó que constituían “un diccionario”
del cuerpo en movimiento.
CRUCIFIXION
Bacon hizo pinturas relacionadas con la Crucifixión en momentos cruciales de su carrera, y ésa es
la razón de que esas obras clave aparezcan aquí reunidas. Él mismo era consciente de la paradoja
de que un ateo elija un tema cargado de significado cristiano, pero afirmaba que para él, “como
no creyente, era sólo un acto de comportamiento del hombre”. Aquí los instintos de brutalidad y
miedo se combinan con una profunda fascinación por el ritual del sacrificio. Bacon ya había
pintado una crucifixión muy personal en 1933, y en 1944 volvió al tema con su revolucionario
tríptico Tres estudios para figuras al pie de una Crucifixión, precedente decisivo de asuntos y
composiciones posteriores que encierran la distorsión bestial de figuras humanas en el formato
tríptico.
Esos seres monstruosos suplantan a los santos tradicionales, y más tarde Bacon los relacionó con
las Euménides, las Furias vengadoras de la mitología griega. Al retomar el asunto en los años
sesenta, especialmente en 1962 como colofón de su primera exposición en la Tate, utilizó
referencias al Crucifijo de Cimabue (1272-1274) para introducir una visión más explícitamente
violenta. Después de acabar el tercer tríptico en 1965 se limitaría a
decir: “Efectivamente, somos carne comestible, somos canales en
potencia”.
CRISIS
Entre 1956 y 1961 Bacon viajó mucho, pasando temporadas en lugares alejados del mundo del
arte: Mónaco, el sur de Francia y África, particularmente con Peter Lacy en la comunidad de
expatriados de Tánger. En ese contexto un tanto nómada ensayó nuevos modos de ejecución,
pasando a una pasta más espesa aplicada con violencia y un colorido intenso que denota su
encuentro con la luz del norte de África. El caso más extremo sería la serie basada en un
autorretrato de Van Gogh, El pintor en la carretera de Tarascón (1888, destruido). A pesar del
aplauso inicial, las obras de Bacon sobre Van Gogh fueron pronto criticadas por su “energía
irreflexiva” y vistas como una aberración. Ahora se comprende, sin embargo, que fueron
determinantes para su evolución posterior, a la vez que permiten asomarse a su búsqueda de
otras técnicas. Sus innovaciones eran quizá una respuesta al expresionismo abstracto americano,
que públicamente rechazaba. Aunque finalmente retomase un enfoque más controlado de la
pintura, la introducción en esta época del azar y de una paleta vibrante dejó huellas duraderas en
su carrera.
ARCHIVO
La fotografía suministró a Bacon un léxico de posturas. Aunque su recurso más frecuente fueron
los estudios del movimiento humano y animal de Eadweard Muybridge (1830-1904), cuyas
imágenes combinó con figuras de Miguel Ángel, siempre se interesó por conseguir fotografías del
cuerpo en distintas posiciones.
Otro aspecto de su trabajo previo fue el encargo de fotografías de su círculo de amigos al fotógrafo
John Deakin (1912-1972). Los resultados –juntamente con los autorretratos, las tiras de
fotomatón y las fotografías tomadas por él mismo– serían elementos de apoyo importantes en su
tránsito de la representación genérica del cuerpo humano al retrato de personas concretas.
RETRATO
MEMORIAL
Esta sala está dedicada a George Dyer, que fue el más importante y constante compañero y
modelo de Bacon a partir del otoño de 1963. Dyer se suicidó el 24 de octubre de 1971, dos días
antes de la apertura de una magna exposición de Bacon en el Grand Palais de París. Movido por la
pérdida y el sentimiento de culpa, el pintor hizo muchas obras en memoria de Dyer. Desde esa
época el tríptico de gran formato sería el vehículo de sus grandes declaraciones: tenía la ventaja
de simultáneamente yuxtaponer y aislar a las figuras participantes, frustrando la lectura narrativa
que Bacon quería evitar. Al mismo tiempo que eludía la narración, sin embargo, Bacon se apoyaría
más que nunca en imágenes literarias: la primera obra de la serie, el Tríptico en memoria de
George Dyer de 1971, remite a una sección de La tierra baldía de T. S. Eliot (1922). Para el
Tríptico, agosto de 1972, el artista auxilió a su memoria con fotografías de Dyer sentado en una
silla tomadas por John Deakin. En estas obras la aplicación densa y enérgica de la pintura se limita
a las figuras; los vanos oscuros evocan conscientemente el abismo de la mortalidad, una
preocupación recurrente en la última etapa del pintor.
ÉPICO
Las referencias a la poesía y al teatro fueron centrales en la obra de Bacon desde la segunda
mitad de los años sesenta. Junto a imágenes de amigos y figuras sueltas (a menudo
autorretratos), pintó una serie de obras grandiosas que se identificaban con la gran literatura. La
poesía de T. S. Eliot, transida por la inevitabilidad y la presencia constante de la muerte, fue una
fuente de inspiración predilecta. En cierto modo las palabras de su personaje Sweeney reflejaban
la perspectiva del pintor sobre la vida:
Las pinturas de esta sala remiten a la literatura y surgen de ella. Algunas la referencian
directamente en el título; otras reproducen, a veces de manera abstracta, cierta escena o
atmósfera de los textos. Bacon nunca se cansó de repetir que su pintura no era narrativa. Quizá
por ello habría que ver en estas pinturas no ilustraciones sino evocaciones de la experiencia de
leer la poesía de Eliot o las tragedias de Esquilo: su violencia, su amenaza o su carga erótica. Así,
del tríptico pintado tras la lectura de Esquilo diría: “He tratado de crear imágenes de las
sensaciones que algunos de los episodios creaban en mi interior”.
FINAL
Cuando en 1979 Bacon cumplió setenta años, tenía por delante más
de una década de actividad.
Ni el legendario hedonismo de su estilo de vida ni sus pautas de
trabajo parecían envejecerle, pero continuamente se le hacía
presente la mortalidad en la muerte de sus amigos. Esa
confrontación inexorable, aunque compañeros jóvenes como John
Edwards la mitigaran, fue el gran tema de su estilo tardío. Siempre
estimulado por nuevas fuentes y materiales –como la poesía de
Federico García Lorca, que precipitó sus pinturas de toros–, supo
adaptarlos a su permanente preocupación por la vulnerabilidad de la
carne. Explorar nuevas técnicas también reafirmaría su fascinación
por la idoneidad de la pintura al óleo para plasmar la sensualidad y
la sensibilidad del cuerpo humano. En el lanzamiento violento de
pintura que domina algunas de estas obras finales también se puede sentir cierta energía
desesperada: el azar controlado como gesto de desafío. Es muy apropiado que su último tríptico,
de 1991, retorne a la imagen clave del combate sexual que tantas veces se había repetido en su
obra. Bacon afrontó la muerte con una concentración desafiante en la exquisitez del momento
vivido.