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us Juana Manuela Gorriti manos a su citello dividido y contenieydo la sangre que se escapaba a torrentes de ja heriday : —iDios mfo! — murmur ‘sacriticio esté con: sumado; cumplida esti la misién fie me impuse en este mundo! Haced ahora, Seflor, qye/mi sangre lave esa otra sangre que clama a vos desde/a tierra. ‘Al acento de aquella vox’ Almanegra sintié romperse su corazin y Ios cabellos 4 erizaron sobre su cabeza. Al- 26se répido y, levantando a su vietima, corrié a la clara- boya y miré al rayo/e Ia luna su rostro ensangrentado iClemencia! ~/grit6 el asesino con un horrible ala- rido. —iPadre!. ,: ipobre padre!... eleva al cielo tus mira- das y biscald alli —balbuceé lz dulce voz de la joven al exhalar el titimo aliento, El bandido cayé desplomado en tierra, arrastrando entre ss brazos el cadaver de su hija degollada. Pero la sangre de la virgen hallé gracia delante de Dios, ¥ como un bautismo de redencién, hizo descender sobre aquel hombre un rayo de luz divina que lo re- gener Wasn Mvavela Gocit, Muyxchres, Bvens Ales: Libres Eslocky AUb. EL LUCERO DEL MANAN TIAL (EPISODIO DE LA DICTADURA DE DON JUAN MANUEL Rosas) I MARIA FE, ows en aus calla el dspero relincho del potro salvaje; en que el coyuyo se adormece sobre el sinuo- so tronco de los algarrobos, y en que el misterioso pacui comienza su lamentable canto. La luna alzaba su disco briliante tras los eardos de la inmensa Nlanura y su argentado rayo, deslizéndose entre el frondoso ramaje de los ombies y las goticas ojivas de Ja ventana, bafiaba con ardor el dulce rostro de Marfa. ‘iajeros del Plata! En vuestras Iejanas exeursiones en_la campaiia, gofsteis hablar de Maria? Su recuerdo vive todavia en Ins tradiciones del sur. Maria era la flor mas hella que acarieié la brisa bia de la pampa, Alta y esbelta como el junco azul de los arroyos, se- mejabale también en su clegante flexibilidad. Sombrea- ba su hermosa frente una espléndida cabellera que se extendia en negras espirales hasta la orla de su vestido. Sus ojos, en frecuente contemplecién del cielo, habian robado a las estrellas su migico fulgor, y su voz, dulee ¥ melancéliea como el postrer sonido del arpa, tena in- flexiones de entraiiable ternura que conmovian el cora- z6n como una caricia. Y cuando en ol silencio de la no- che se elevaba cantando las alabanzas del Seflor, los astores de los vecinos campos se prosternaban creyendo 120 Juana Manuela Gorriti escuchar la voz de algin angel extraviado en el espacio. El viajero que la divisaba a lo lejos pasar envuelta en su blanco velo de virgen a la luz del crepisculo, bajo sombras de los sauces, exelamaba: —iEs una hada! Pero los habitantes del pago respondian: —Es la hija del comandante, el Lucero del Manantial. En los titimos confines de la frontera del sur, cerca de la Tinea que separa a los stlvajes de las poblaciones eristianas, en el pago del Manantial y entre los muros de un fuerte medio arruinado, habitaba Maria al Indo de su padre, entre los soldados de la guarnicién, El adusto veterano, antiguo compafiero de Artigas, desarrugaba séto el ceiio de su frente surcads de eicat ces para sonrefr a su hija. Para aquellos hombres hostigados por frecuentes in- vasiones y cuyos rostros tosta¢os por el sol de la pam: pa expresaban las inquietudes de una perpetua alarma, eva Maria una blanca estrella que alegraba su vida derramando sobre ellos su luz consoladora, Pero ella, que era la alegria de los otros, ;por qué esiaba triste? {qué sombra habia empafiado el cristal purisimo de su alma? La hora del dolor habia sonado para ella, y Marfa pensaba... pensaba de amor u UN SUESO Una noche vino a turbar ana visién el plécido suefio de la virgen, ‘Vié un vasto campo cubierto de tumbas medio abier- tas y sembrado de cadaveres degollados. De todos aque- os cuellos divididos manaban arroyos de sangre que, Narraciones 11 uniéndose en un profundo cauce, formaban un rfo cuyas rojas ondas murmuraban ligubres gemidos y se ensan- chaban y subian como una inmensa marea, Entre el vapor mefitico de sus orillas y hollando con planta segura e] eungriento rostro de los muertos, paseal se un hombre cuyo brazo desnudo blandfa un pufial Aque! hombre era bello; pero con ung belleza sombria como !a del aredngel maldito; y en sus ojos, azules como el cielo. brillaben velémpagos siniestros que helaban de miedo, Y, sin embargo, una atraccidn irresistible arrasteé a Marfa hacia aquel hombre y la hizo caer en sus brazos. Y i, envolviéndole en lebios con un beso de rasgéle el pecho y la arraneé el corazéa, que arrojé palpitante en terra para partirlo con su pula. Pero ella, presa de un dolor sin nombre, se echd a sus pies y ubrazé sus rodillas con angustia. En ese momento se oyé una detonacién, y Marfa, dando un grito se desperté. ur EL ENCUENTRO —jEra_un suelo! ——exelamé palpando su pecho vir~ ginal, agitado todavia por los tumultuosos latidos de su corazén—, {Era un suefio! Y pasando la mano por su frente para alejar las iltimas sombras del terrible suefio, Maria salt6 del le cho, vistié sus ropas de fiesta, trenzé con flores su ca cabellera y, sentada gailardamente sobre el lustroso Jomo de un brioso alezén, didse gozosa a correr por los frescos oasis, sembrados como una via ldctea en Ine inmensas Hanuras del sur. 122 Juana Manuela Gorriti De repente el fogoso potro robado a Ins numerosas manadas de los salvajes, aspirando con rabioso deleite la magnéticas emanaciones que el viento traia de su agreste patria, sacudié su larga erin, mordié el freno ¥, burlando la débil mano que lo regia, parti veloz como una flecha, saltando zanjas y bebiendo el espacio. Marfa, palida de espanto, vidse arrebatar lejos del mite cristiano al través de las complicadas sendas que trillan los birbaros con el afilado casco de sus corceles, ¥ su terror erecia a la vista de un bosque negro que ter minaba el horizonte y entre cuyo ramaje el miedo dibu- Jaba sombras confusas que se agitaban. De improviso vibré en el aire un silbido extraio, se- mejante al chillido de un guile, y el caballo embolado Por una mano invisible se abatié sobre si mismo a tiem- Po que la joven se deslizaba al suelo sin sentido, Al volver en si, se encontré reclinada en los. brazos de un hombre y con la mejilla apoyada en su pecho, Ese hombre era, sin duda, quien la habia salvado. Y ‘Marfa, separndose de sus brazos, alz6 hacia él una mi- rada de gratitud, Era joven y bello; pero, al verlo, Maria di ¥ volvié a caer exiinime a los piex del ineégnito. to tel hermoso joven era el fantasma de su sangrien- 10 suefio, un grito Vv AMOR Y AGRAVIO Ocho dias mas tarde, Marfa, velando inquieta, con el ofdo atento y la mirada fija, medio desnuda y dculta tras las vetustas ojivas, esperaba todas las noches a un hombre que, llegando cautelosamente al pie del om- Narraciones 128 bi, asiase a sus ramas, escalaba la ventana y caia en sus brazos, Y la joven lo estrechaba en ellos con pasién y, apar- téndolo Iuego de si contemplaba'o con delicia y volvia a arrojarse en sus brazos, exclamando: —iManuel! jManuel! jpor qué te amo tanto, 2 ti que no s6 quien eres, a ti el terrible fantasma de mi suefo?... Y, sin embargo, quienguiera que seas, ven- gas del cielo 0 del abismo, y aunque despedaces mi pe- cho y me arranques el corazén, |te amo! ite amo! Y Maria deliraba de amor, hasta que la luz del alba Je arrebataba a su amante que, ceslizéndose furtivamen- te entre el obscuro ramaje, se desvanecfa con las sombras. Pero una vez, Maria lo esperé en vano. Y desde en- tonces, cada noche, sola y con al corazén palpitante de dolorosa ansiedad, vid pasar sobre su cabeza y perder- se en el horizonte todos Jos astros del cielo, sin que aquel que alumbraba su alma volviera a aparecer jamés. Por ese tiempo, la antorcha de la guerra civil abrasé aquellas comareas, y el fragor del cafién homicida ahogé Jas risas ¥ los gemidos. v DIEZ Y SEIS ANOS DESPUES En las ltimas horas de un dia de verano, una silla de posta atravesé répidamente las calles de Buenos Aires y entré al patio de una hermosa casa en la calle de la Victoria, Un hombre de porte distinguido que, aso- mado al baleén, parecia esperar con impaciencia, bajé presuroso y, adelantndose al cochero, corrié a abrir la portezuela del carruaje, tendiendo los brazos a una be- Hisima mujer que se arrojé a su cuello. —iMi amada Maria!

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