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Hay das en los que me conformo con contemplar su rostro, mucho ms all del deseo lascivo que domina

mi cuerpo cuando me recreo en su magnfica figura. Y es que es fcil obviar el engao en el que se anegan sus ojos cuando con tan solo una sonrisa es capaz de irradiar hasta la felicidad ms honesta. Tal vez sea esa sensacin de seguridad ilusoria la que me produce aquella expresin de jbilo; la sensacin de que quizs, despus de todo, ella se siente a gusto en mis brazos. Sus palabras hieren. Sus ojos mienten. Su sonrisa atrae. Su cuerpo excita. Porque un hombre como yo, completamente encandilado por las causas perdidas, no puede evitar sentirse cautivado por la tortura de ser rechazado por aquello que ms anhela. S que no es inteligente tener como principal objetivo en la vida el ser la causa de cada una de sus sonrisas; ser el nico hombre que tenga el derecho a la fortuna de satisfacer todas sus necesidades. Convertirme en el hielo y el fuego que conquiste su alma en el momento en que lo requiera. Puedo vivir con la congoja que me produce imaginarla disfrutando del sexo de otro hombre, ese tormento que me somete en las noches de soledad. El verdadero pnico surge ante la idea de que ella pueda regalarle sus sonrisas a alguna otra persona; que su ms sincera felicidad deje de depender de m. Y es que hay das en los que me conformo con contemplar su rostro, con que me regale su ms hermosa sonrisa, aun cuando sus labios exigen que me aleje de su vida.

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