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LAS OFRENDAS

El lugar se encontraba a las afueras de la ciudad, prcticamente en pleno monte. Se trataba de un enorme tmulo de tierra y piedra erigido sobre la tumba de un antiguo hroe ya olvidado. En su superficie rocosa podan distinguirse extraos smbolos tallados en tiempos inmemoriales. Estos smbolos estaban situados en torno a un dibujo central, a modo de centro gravitatorio, en el que se poda ver una especie de pulpo gigante y amorfo, en cuyos tentculos sujetaba diversas extremidades y otras partes de la anatoma humana, aparentemente arrancadas de sus legtimos dueos. Aunque ya nadie saba de cundo databa tan espeluznante obra, los ms viejos del lugar an recordaban viejas historias que contaban cmo acudan a ella, a modo de peregrinacin, los tullidos y los mutilados de las guerras antiguas. Con el tiempo, el asunto acabara degenerando y quienes se plantaban ante el monolito, acababan automutilndose y presentando una sangrienta ofrenda, como si se encontraran ante un cruel dios. En poco tiempo, se cre la leyenda de que a quien fuera generoso con su ofrecimiento, recibira sugerentes obsequios y agasajos por el resto de su vida, y que quien otorgara el mayor y ms esplndido sacrificio, podra llegar incluso a convertirse en un nuevo dios. Cierto da, se present un extranjero, atrado por la extraa historia. Antes que l, miles se haban cortado ya dedos y falanges, manos y brazos, pies y piernas enteras. Algunos llegaron a arrancarse una oreja, otros se amputaron la nariz y hasta los labios, y hubo quien se atrevi a trincharse uno de sus ojos. Hablaban de mujeres que se cortaron sus generosos senos, y de hombres que se atrevieron a seccionarse su propio miembro viril... De ninguno se deca que hubiera conseguido el xito en la vida. Al contrario, todava poda verse alguno de aquellos desgraciados mendigando por las oscuras y sucias esquinas de la ciudad, con el cuerpo mutilado y la mente destrozada. Sin embargo, seguan acudiendo los temerarios, locos y ambiciosos sin escrpulos, ante aquel monumento a la desdicha. El extranjero, situado ante el tmulo, dedic varios minutos a pensar en sus antecesores. Ninguno haba tenido tantas agallas como l. Su ofrenda no podra ser ignorada por aquel dios tan exigente y desalmado. Empu su espada y se cercen a s mismo la cabeza.

Igor Rodtem

Las ofrendas

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