EL HUO DE LA SIERVA
Durante decenios, una
gran incégnita sell6 cualquier aproximaci6n biogrd-
fica a la figura de Carl Theodor Dreyer. Hasta tal
punto reinaba la oscuridad en torno suyo que las
conjeturas y lugares comunes vinieron’‘a suplantar a
la realidad, A través de sus entrevistas puede entre-
verse que el cineasta velaba sus juicios personales
con estimaciones muy calculadas acerca de sus peli-
culas. ;Qué encubria esa reserva? ;Coqueteria inte-
Iectual, pudor, flema, miedo a las palabras o una
invitacion expresa a no ir mAs lejos, tal vez desgana
ala hora de explicar lo que sus peliculas revelaban
de forma elocuente? La actitud defensiva que Dreyer
adoptaba frente a sus interlocutores era lo bastante
sincera y obstinada como para suponer que obede-
cia al propésito inconsciente de borrar una huella
original. Tan pronto como creia que podia incurrir
en una indiscrecién, el cineasta se refugiaba en su
conciencia de artista, una cumbre alzada por encima
de sus inquietudes terrenales.Como expresé en sus obras de madurez, toda
confesién impresiona a la carne. Basta pronunciar
una palabra para conmover el silencio y llenarlo de
clamores inaudibles. Dreyer era un hombre que gus-
taba de recorrer las estancias vacias del silencio,
deseoso de que su fragil y preciosa arquitectura le
devolviese ecos de voces muertas, susurros apaga-
dos, confidencias de un ayer redivivo. «Se puede
conocer a un hombre atravesando su habitacin,
diré a propésito de I presidente, su primera peli.
cula.
Maurice Drouzy ha tratado de reconstruir ese
pasado mediante una laboriosa encuesta encami-
nada a demostrar que la experiencia y la obra de un
autor son indisociables, y que si ésta ha existido es
como prolongacién de aquélia. Consecuentemente,
nuestra historia no comienza el 3 de febrero de 1889
en Copenhague, sino en Grantinge (Suecia), nueve
meses antes. Una mujer, de nombre Josephine Nils-
son, hija de un comisario de distrito ambicioso y
autoritario, ha obtenido una plaza como goberanta
en la granja meridional de Carlsro, Alli se instala en
un edificio reservado a la servidumbre. Siguiendo el
ejemplo de tantos melodramas afiejos, el patron de
Carlsto, Jens Christian Torp, rico heredero de la
hacienda familiar, seduce a su primera criada, quien
a la saz6n cuenta treinta y tres afios; ésta, ni que
decir tiene, queda embarazada.
‘Tres tazonés impiden la boda: el avaricioso clan
Torp no esté dispuesto a compartir la fortuna faniiliar
con una extraiia, a la que probablemente suponen
tan ambiciosa como ellos; por otro lado, Jens Chris-
tian no va a desaprovechar la oportunidad de contra-
een el futuro un matrimonio mucho més ventajoso;
ademis, es ella la que, por su doble condicion de mu:
jer y de sirvienta, tiene -el problemas. En Suecia, co-
“ae
otros paises de Europa, sobrevivia a finales del
Sax una socledad feudal que privilegiaba los dere-
chos adquiridos por Ia nobleza, o en su defecto, por
Ja burguesia terrateniente, de estructura eminente-
mente patriarcal, explotadora de la mujer.
Josephine Nilsson mantiene en secreto su estado
hasta que, con «ayuda: de la familia Torp, parte hacia
Copenhague mediado el primer mes de 1889. Debe
dar a luz al otro lado del Baltico, si es que desea
regresar con bien a la casa de sus sefiores. Una vez
en la capital danesa, y como titima medida de pre-
cauci6n, Jens Christian y los suyos disponen que la
infortunada no tenga al nifio en el sitio adecuado,
esto es en el Hospital Nacional (Rigshospital), sino
que lo alumbre a escondidas, en un domicilio parti
cular, asistida por una matrona a sueldo. La vivienda
std situada en el ntimero 5 de Ia calle de la Tempes-
tad.
‘Antes de regresar a Suecia, Josephine Nilsson
confia su hijo a dos familias distintas, pero durante
una inspecci6n de rutina, una funcionaria del Minis-
terio de Sanidad descubre que un recién nacido
habita ilegalmente con la familia de un zapatero, de
nombre Hansen, en régimen de pensi6n y sin las
debidas condiciones de salubridad, por lo que en
noviembre de 1889 ordena que el pequefio todavia
sin nombre- ingrese en la Institucién San Juan, uno
de los orfelinatos mis populosos de Copenhague,
con capacidad para ciento veinticinco nifios.
No ha transcurrido un mes cuando los inspectores
piblicos, en un alarde de celo, indagan y descubren
el -origen sueco- de la criatura. Después de varios
requerimientos, Josephine, que cree a su hijo al cui-
dado de la familia Hansen, regresa rapidamente a
Dinamarca, cuyas autoridades exigen la repatriacion
del nifioque a partir de ese instante iba a correr el cuerpo de
la difunta gobernanta, madre de Dreyer,
Pero la méquina legal no se detiene con la muerte,
El administrador del distrito de Stoby se presenta
horas después en Carlsro para interrogar no sdlo a
Torp sino a... Gustav Sjéberg, quien ha sido invo-
cado por la desgraciada en sus estertores. Las pes-
quisas llevan a una sola conclusi6n: la muerte ha
sido provocada por la victima y, en consecuencia, su
cuerpo no puede recibir -santa sepulturas. El médico
forense inicia entonces una minuciosa autopsia que
conduce a un segundo diagnéstico. Pese a las evi-
dentes pruebas de envenenamiento no puede cole-
girse que éste fuera dirigido contra el propio orga-
nismo sino contra el feto, de modo que el suicidio
‘queda desestimado y la Iglesia puede dar sepultura
al cadaver.
1a ceremonia fiinebre tiene lugar el lunes de Pas-
cua de 1891, en el templo parroquial de Stoby. Pre-
viamente, la ciencia ha reservado para si algunos
restos de Ja difunta y enviado varios de sus érganos
“los que pudieron escapar a la descomposicién— al *
Instituto Real de Medicina dle Estocolmo. El resto es
predecible. Un crudo escindalo recorre las comidi-
llas rurales y sobrevive r4pidamente al luto. La
decencia triunfa en boca de las gentes. Durante
muchos afios iba a recordarse la tragedia de Josephi-
ne Nilsson como un hecho edificantemente triste,
menos ejemplar quiz de lo que hubieran deseado
las fuerzas vivas de la comarca y, en todo caso, nada
aleccionador para las mujeres trabajadoras cuya
supervivencia dependia a menudo de los designios
de la doble) moral impuesta por las instituciones
locales, generacin tras generaci6n,
Ahora podemos comprender la conmocién sufrida
por el joven Carl Theodor, cuando en el verano de
1908, tras abandonar su puesto de trabajo en la com-
paiifa de Telégrafos de Copenhague, viaja a Suecia
para conocer toda la verdad». Sus pasos le conduci-
rn hasta Ostersund, ciudad situada 600 kilometros
al norte de Estocolmo, donde residfa el matrimonio
formado por Gustav Sjberg y Anna Nilsson, her-
mana de su madre, es decir, su tia, quien al parecer
ignoraba la existencia de su sobrino’,
‘Con medios de locomocién muy distintos a los
que Dreyer empleé en su época, he hecho el viaje
hasta Ostersund, y puedo imaginar la supreme difi-
cultad que entrafiaba en 1908 llegar hasta esa altura
del Jamtland con el tinico propésito de reavivar las
cenizas del pasado. Presumo que, en el trayecto de
ida 0 en el de vuelta, Dreyer viajé a Carlsro, conocié
Jos escenarios de la tragedia y visit6 la tumba de su
madre.
‘Aunque no existe una sola prueba documental de
esta pesquisa, algunos momentos escogidos de su
cine indican lo que el joven pudo sacar en claro. Por
ejemplo, a partir de 1918, muchas heroinas dreyeria-
nas aparecerin enfermas y postradas en sus vidas de
ficciOn. ¥ varias de ellas se veran en ese estado a
causa de caidas: Mari, tras resbalar por una escalera
en Priistéinkan, Berit, La novia de Glomdal, descabal-
gada cuando huye de su padre, que !a quiere entre-
gar 2 otro hombre; Léone, victima sonambula del
vampiro en los jardines de Courtempierre; Ja emanct-
pada Gertrud, que cae desmayada ante six auditorio
masculino... Pero no adelantemos acontecimientos. Si
queremos alcanzar al artista, sigamos al hombre.
Martillos para una forja
Aunque los origenes del cineasta danés son tan
misteriosos como buena parte de su legado, la fecha
soe