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Kupuri Mucanieri
Me encontraba en aquel lugar solitario, retirado del pueblo; aquel sitio donde en la infancia no nos
acercábamos por miedo a los espíritus. El sitio de los hechizos; a lo lejos, como parte del paisaje: la casa
del brujo, aquel anciano que recorría el pueblo de noche, que los viejos señalaban: ¡es un nahualli!.
Solo lo susurraban, por temor a que los escuchara — a que les lanzara una maldición—.
Estaba parado en el portal de aquella choza en ruinas, a mi izquierda una itzcuintli negra franqueaba la
puerta; mientras me mostraba los colmillos amenazantes. Toque tres veces a la puerta de palos… nadie
contesto; sin más por mis espaldas apareció el viejo con un cubo de agua en su diestra… Sin decir
palabra abrió la puerta; entre el crujir de la madera, el polvo que se desprendía de los adobes.
Me señalo que entrara — en la choza solo había un gran pozo bordeado de tepalcates, con varias piedras
volcánicas todavía calientes, al centro; siete montículos de tierra apisonada a su alrededor, un camastro
de palos, yerbas colgando del techo—. Me senté en uno de los montículos, mientras el viejo rezaba unas
oraciones incomprensibles para mi; tomo varias de las yerbas, ahogándolas en el balde; las asperjo por
todo la apitzalli [cuarto], para al final lanzar las yerbas húmedas al fogón del pozo.
Se sentó lentamente; sin dejar de verme directamente a los ojos, como estudiándome: una mirada gélida,
penetrante, que me dejaba desnudo — con una oscilación que más que hurtarme, arrancaba mi carne;
dejando al descubierto mi esqueleto, mi ser interno, lo que yo realmente soy —. En ese momento me
sentí libre, ya que nada podía ocultar, una sensación de alivio, seguida de una tranquilidad inesperada,
Era el mismo marak’ame [curandero] que se apareció en mis sueños: con los rasgos regios, su cara
poblada de profundas arrugas, como anunciando su experiencia y sabiduría, tés cobriza, pelo negro,
lacio, grueso, vestido con su calzón de manta, la camisa del mismo material con la parte inferior de las
mangas abierta, bordada, con diseños simétricos, de alacranes y murciélagos; su cinta de lana a la
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cintura, un sombrero de palma con adornos de chaquira, plumas de águila y colas de ardillas, un morral
Recuerdo vagamente que en aquella visión me señalaba su xacalli, mientras flotaba, todo a su alrededor
en el sueño, era como transparente, solo las dos figuras con gran colorido y realismo que se veían eran la
— Te esperaba para oquitzalometztli [luna nueva]; pero has llegado antes…— dijo sonriendo.
Interrumpió mis pensamientos, con su voz ronca, avejentada; no supe que decir, lo mire por largo
tiempo, el silencio se hizo pétreo, las piedras volcánicas pareciera que se ponían al rojo por el destello de
las miradas que se cruzaban en aquel cuarto, la sensación de vacio se apoderaba de mi, que le podía
decir a un marak’ame, que la primera vez lo vi en un sueño, que no lo conocía, que sin palabras me
invito a su nocal[casa], y decía esperarme con la certeza del amigo entrañable que has dejado de ver
desde la adolescencia…
Los pensamientos se amontonaban dentro de mi, para luego abandonarme de súbito; sin poder llegar a
conclusión alguna, el espacio de aquel xacalli, se deformaba ante mis ojos, no sabia que hacer, cuando
Te llame por que ha llegado la hora de cerrar mi círculo. Tú eres la sangre nueva que tengo que preparar;
para que tome mi lugar al término del Macuilli Mázatl de la Panquetzaliztli del Matlactliomei Técpatl
Te voy a contar la historia de mi vida… para que sepas lo que te sucederá; cuales serán tus
responsabilidades.
Corrían los tiempos de Chiconahui Tochtli, en el día de Chicuei Mázatl, o el año de 1306, en el poblado
de Tzinacantepec; dormía plácidamente cuando fui despertado por los gritos de mi madre. Unos hombre
pintados con cenizas; vestidos tan solo de esqueletos; me arrebataron por los brazos, taparon la cara, fui
arrastrado por el monte, perdí la noción del tiempo y el espacio, no se cuando desperté, por que me
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taladraba los oídos el chillido de un murciélago, con la vista nublada y a siegas por la oscuridad empecé
a recorrer los alrededores, para poder saber en donde me encontraba; estaba frio, húmedo, oscuro, las
paredes eran de tezontle; al pasar del tiempo me di cuenta que estaba dentro de una cueva, deambule por
la misma por horas, por días, por semanas, realmente no lo se… sin saber si era de noche o de día, me
Tras varios recorridos encontré un Kutsa’la, en lo alto de la gruta una abertura, por donde
periódicamente dejaban algunos alimentos, los de ese día me los comí como desesperado, por ese mismo
socavóndescubrí cuando salía el sol en el firmamento, cuando aparecía metztli, para tranquilizar mis
sueños. La tome por confidente de mi soledad, poco a poco me fui acostumbrando, noche con noche,
Pasaron los meses, hasta que empecé a comprender la vocecilla chillona de mi orejudo amigo,el cual me
guio por un laberinto a lo profundo de la cueva, al fondo empecé a ver una luz verdosa emitida por unos
hongos, que iluminaba una pared con varios grabados, cerca estaba un sillón labrado en la piedra, me
senté; cual va siendo mi asombro… aquel pequeño animalito, se transmuto, en un ser Antropozoomorfo:
un Camazot, el que se presento, argumentando ser mi maestro. Desde ese día todas las noches recibía
educación de aquel ser, me enseño a comprender las inscripciones de la gruta, fue como conocí la
historia de su linaje sagrado, su nacimiento del semen y sangre de Quetzalcóatl, aprendiendo los
misterios de místico origen de la cempoalxóchitl, flor de los muertos, como los de la vida eterna y la
muerte.
Cuando mi instrucción estuvo al parecer concluida, en el lugar de la comida solo encontré una flor de
tzompanxochitl, junto con un cuero de Maxa, era un códice, del pozo colgando una escalera de mecate,
trepe torpemente, con miedo; sin saber el destino que me esperaba al terminar los peldaños; pero
resuelto a lograr mi asenso continúe. Salí del pozo, respire profundamente, mordiscando el sabor del
aire, libertad etérea, gritos y sollozos, di algunos pasos; tropecé entre ramas, piedras, cayendo de rodillas
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al suelo, mientras de mis ojos rasos, brotaban lagrimas amargas como queriendo borrar la soledad, solo
para encontrarme con Xuturi Ifa’akatne [Nuestra Madre la Flor del Amanecer], el corazón palpito fuerte,
en el instante en que el sol acaricio mi rostro, grite desde el fondo de mis entrañas, hasta desgarrarme la
Cuando la luna ilumino la vereda; desperté, tome un itacatl que estaba entre las ramas, solo para
comenzar mi peregrinar rumbo al norte, aquel códice me mostraba un cerro, el cerro de Coamiles donde
encontraría una inscripción de petroglifos; dos perros con la visión puesta en entre los símbolos del sol y
la luna, con una actitud de caminar orgulloso; en lo alto tres círculos concéntricos.
— Me esta hablando de la carta XVIII en el tarot, la luna... — argumente en voz alta — pero el viejo
— No se, si como la carta que dices. Pero no me interrumpas, por que se me acaba el tiempo eterno, se
En fin: el viaje lo realizaba de noche; con la protección de mi pequeño amigo. En tanto dentro del morral
Tras haber dado cincuenta y dos vuelcos la segur de plata; Llegue una de esas noches a las faldas de un
cerro; donde me encontré con un hombre; acompañando fielmente por Ûlu’no’no; pequeña perrita negra
como el hollín. Me dijo su nombre; el cual recuerdo que era algo así como: Tmurahue, Hueman,
Watá’kame o Huemantzin [primer hombre] o algo por el estilo. Me pidió le mostrara la flor amarilla; con
tan solo verla salir de mi morral; en recompensa me prodigo con una flor morada, sedosa, la cual mire
con detenimiento, la jugué entre mis dedos, para girarla lentamente, como el amante que acaricia el
rostro del ser querido, con delicadeza; una pequeña danza donde aprendí que los sépalos y el pedúnculo;
formaban una calavera; regrese la vista a mi interlocutor; pero ya no estaba; otra vez solo, más en el
Lo cierto resultaba que había llegado a el cerro indicado, tenia que buscar el petroglifo que indicaba el
códice, estudiarlo, por lo que sin prisas encendí una fogata para que me protegiera y poder hacer las
ofrendas a mis ancestros, prepararme para lo que se avecinaba; con la flama chisporroteante entre
naranjas, rojos, azules másvioláceos, dueño de una madures hasta entonces inexplorada, me acosté a
Cuando el sol tocaba el cenit; recorrí la sima del cerro, para encontrarme con el petroglifo, lo estudie,
para dar paso a la intuición después de una ración de Hiku’ri, donde los perros me indicaban un punto
especifico en un rio cercano, el cual debía cruzar para así poder llegar al cerro de las Calaveras;
encamine mis pasos al rio, cuando llegue a el sitio me estaban esperando Tucacame[Diablo], junto a él,
dos de los hombres que hacia años me raptaran, cada uno de los hombres tomo un hueso de su collar y
con un conjuro los lanzaron, al tocar el suelo los huesos de vida se astillaron, en su lugar solo quedaron
dos perros: una negra, otro negro con manchas blancas, mire en el cielo la canícula, este es un día de
perro; estaba sobre el horizonte anunciando el desbordamiento de aquel rio; se acercaron a mi los perros;
dócilmente los abrace, acariciándolos, lentamente me llevaron al rio, para cruzarlo; las aguas se tornaron
turbulentas; pero yo estaba tranquilo, los Xoloitzcuintle, franqueaban cualquier contrariedad, llegamos a
la orilla, caminamos juntos hasta las faldas del cerro de las Calaveras.
Era un sitio muy oscuro; clave en el piso cuatro flechas y prendí cuatro teas que traía en mi morral, con
lentitud, para no perturbar el lugar; saque las flores de mi morral; con la intención de entregárselas a mis
anfitriones; la flor amarilla de cuatrocientos pétalos destellaba con hermosos tornasoles, iluminando el
lugar, dotándolo de una paz inmutable, trascendiendo el mundo profano, en una manifestación de lo
solemne.
Fue la muerte un lazo más con lo sagrado, tomaron las flores entre sus huesos, las depositaron con
pulcritud dentro de su corazón, en un eco sofocado, afonía de las entrañas…los señores del silencio cuyo
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corazón está callado; sonido que despierta, levanta a los que bajo el polvo yacen…visión opaca del espejo
ennegrecido; que me permitió ver, aprender los misterios de las almas, de la vida, de la muerte y la
eternidad…me convertí , en guía de los vivos, difuntos; fiel guardián de los secretos de los mundos, para
viajar a voluntad, en una libertad, otorgada por los dioses, a todos los que nacen a la vida tras la muerte,
Kupuri mucanieri [cuando el peregrino tiene su alma], mi visión espiritual se ubicó en el cerro donde se
reúnen la luz y la oscuridad; el reutari. Desde ese día es mi compañera fiel la perra negra…
Extendió la mano, señalándome con el dedo índice. Del fondo de la choza, por detrás de su cuerpo
encorvado; voló hechizado un murciélago, que fue a posarse en mi hombro derecho: atónito — la primera
reacción fue de espanto, intente ahuyentarlo, manoteé; pero todo fue en vano — de repente quede
petrificado, retrocedí cuando mi mano golpeo contra el anciano… lo mire con detenimiento… todo el
tiempo fue solo una roca muy grande, finamente tallada, una obsidiana, lo que veía a cada momento era mi
reflejo. Él anciano se desmoronaba en un fino polvo blanquecino, confiándose sobre la tlaltepehualli [tierra
amontonada], mi silueta ganaba en colorido; pero mi ser peregrinaba en el vacio. Las llamas de las rocas
Hable la tradición — solo para mí— caminar de noche, bajo los rayos de la luna o la tormenta más artera;
ser el guía, el animero, el guardián del tiempo, el argonauta eterno entre el mundo de los vivos y los
muertos…
Pseudónimo: Cognitor