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BAPL, 34. 2001 (9-24) TAREA Y DESTINO DE LA ACADEMIA PERUANA Luis Jaime Cisneros A San Marcos, que fue casa de académicos Cuando Esparia vino a estas tierras en tren de conquista, trajo en las alforjas de sus toscos soldados el idioma que aca- baba de alcanzar mayoria de edad en el concierto europeo. La lengua resultaria aqui clave de la empresa militar, al conver- tirse en vehiculo de nuevas instituciones y costumbres en ma- nos de la tropa; y seria, entre los frailes, instrumento ideal para instaurar en las conciencias la fe en un Dios invisible que re- emplazaria a tanta dispersa idolatria. Si, por un lado, para los ojos del conquistador y del gobernante espafiol, la lengua re- presentaba un modo expedito de extender el poder de la coro- na de Castilla, para el sentimiento lingiiistico de los quechuas la presencia de la lengua europea significé la incursién extra- fia de un poder y una voluntad realmente insolentes por extrafios e inesperados. Debemos ver esto con claridad, a la luz de los siglos ya corridos. Si es facil abatir un templo, des- truir los idolos, apoderarse del oro imperial, desarticular los aillus, someter y reprimir a las gentes, por gracia de las armas, no lo es tanto desterrar lo que por dentro se van dicien- do los hombres en plena dispersién con la voz aprendida en el hogar y la familia, cuna de los afectos mas intimos, y que —al 9 fin y al cabo— era para todos ellos la clara voz con que ha- bian venido hablando a sus dioses y adorando al Sol, evidente claror de un dia y otro dia. El idioma representaba, desde la hora inicial, un dique profundo. Por eso los frailes asumieron conscientemente su misi6n y prefirieron aprender las lenguas naturales, a fin de servirse de ellas en la serena y firme con- quista de las almas. Estas primeras palabras mias deben ren- dir pleitesia a esa sabia politica. Antes que imponer la lengua espafiola como lengua de cultura, la Iglesia se sirvid, en el Pert, de las lenguas vernaculas como lengua cultural. Para situarme en el contexto debido, he de poner de relieve un acontecimiento importante del XVIII espafiol, anteceden- te estricto de la inquietud académica peruana en el XIX. En 1718, reinstalado en Espafia después de vida azarosa en tra- jines oficiales, don Juan Manuel Pacheco, Marqués de Villeba, Duque de Escalona y Grande de Espaiia, concibe y funda la Real Academia Espafola. Fue all{f, en su casa de las Descal- zas, “entre esas religiosas y el monasterio benedictino de San Martin” (A. Zamora Vicente, La Real Academia Espafola, Madrid, Espasa, 1999, 24, en adelante citado como AZV). Buen antecedente que estimulaba su tarea fueron, por cierto, la Selvage de Madrid y la valenciana de Los Nocturnos. Pero Pacheco va mas alld. Esas habian sido academias para empa- rejar el ocio con amables entretenimientos. Hombre en quien se reflejaban claros ideales humanistas, buen conocedor de lenguas, no busca Pacheco “pasar el rato” sino que “Alienta en los contertulios una vocacién de servicio, de utilidad colectiva; pretende hacer un diccionario, como ya se ha hecho en otras partes” (AZV, loc. cit.). Tiene en mente los diccionarios que ya circulaban en Francia, en Italia y Portugal. Pero si eso, por un lado, lo entusiasma, una realidad concomitante lo preocupa. Muerto Carlos III, la casa de Austria cede su paso (y su peso) a los Borbones. Eso significa que Francia comienza a ser modelo apetitoso: 10 “Se habla por todas partes en francés, las costum- bres todas se afrancesan, los trajes, los modos, los usos amorosos. Todo tiene en Paris su norte y meta. Incluso la cocina, los bailes, la moral” (loc. cit.). A estos hombres interesados en la lengua de Quevedo y Garcilaso, el nuevo marco los convoca a.una urgida tarea singular: salvar lo imprescindible. Y lo imprescindible era la Jengua de los cldsicos, que ellos “habia leido, admirado y en muchos casos vivido”. Pero no buscan para su Academia (como lo hicieron los italianos) nombres como La Crusca, Los Ocio- sos, Los Confiados, Los Escondidos, que dan ciertamente idea de retiro y torre de aislamiento, sino que —a imitacién de los franceses— asumen el nombre total de territorio y asignan a su academia el nombre de espajiola. Pero es significativo que, salvando este primer escollo, deban hacer frente a una deci- sién aparentemente contradictoria. Y es que el nacimiento de la Academia Espafiola “y el examen de sus primeros trabajos descubren una radical diferencia de actitud ante el idioma comun, y explican el creciente auge que desde en- tonces va tomando castellano” (Amado Alonso, Cas- tellano, espariol, Buenos Aires, 1938, 113). No es de extrafiar, por eso, que en el prélogo de su primer Diccionario consigne la afirmacion de que a esta lengua “sue- Jen cominmente llamar Espanola los extranjeros” pero pre- fiere llamarla castellana. {Cual fue el primordial objetivo de esta Academia? Lo dice el prdlogo que precede, en 1726, a su primer Diccionario, Ilamado en adelante de Autoridades: “hacer un Diccionario copioso y exacto, en que se viese la grandeza y poder de la Lengua, la hermo- sura y fecundidad de sus voces, y que ninguna otra excede en elegancia, frases y pureza” (i). 11

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