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Los que saben...

valorar a los hijos

Fragmento del libro “los que saben…jugar golf”

“La fuerza de un hijo, aunque parezca débil ante tus ojos, va mucho más allá de la
tuya misma. Dale la oportunidad de mostrarte y enseñarte el camino y aprenderás a
ver el valor de la ingenuidad que te da la razón de tu vida”

Carlos Atri.

Creo que la mayoría de los padres deseamos heredar a nuestros hijos grandes
cosas; quizá no materiales pero sí formas de vida. Un buen ejemplo es la
educación; no nos importa tener que levantar a los hijos entre quejas y lágrimas,
asearlos y llevarlos, aun en contra de su voluntad, durante por lo menos 20 años
de su vida, a un salón de clases. De algún modo, el tener una carrera les asegura
que por lo menos tendrán la oportunidad de trabajar y ganar su sustento. Aunque
también deseamos enseñarles valores: honestidad, puntualidad, respeto a sí mismos
y a los demás… no sé, la lista sería interminable. Pero además podemos heredarles
tranquilidad, confianza en sí mismos, tolerancia, carácter firme pero no
prepotente, capacidad de organización para trabajar en equipo…

Todo esto puede parecer una real odisea, sobretodo por su contexto generacional;
la televisión, la sobre información, la Internet (con sus pro y sus contra) hacen
que gran parte de esa herencia parezca obsoleta.

Como padres debemos buscar caminos que nos permitan llegar a este objetivo sin
someter a los hijos a largas pláticas, sermones o regaños. Uno de esos caminos,
para mí el más amoroso que podemos emplear, es, aunque no lo creas, el golf.

El golf es una de las experiencias más completas en cuanto a experiencia de vida


se refiere. Es un deporte que aborrece la violencia, no acepta los berrinches,
enseña a auto controlarse, ofrece metas y obstáculos, tal como lo hace la vida
cotidiana.

En un campo de golf el niño aprende la honestidad: no hay oportunidad de mover la


pelota, no hay posibilidad de engañar a los otros porque es cuestión de
honorabilidad.

Para definir a un buen jugador de golf no es necesario observar su swing o medir


el número de veces que debe usar el bastón para enviar la pelota al objetivo; por
el contrario, es evidente que los que saben… se conocen en su interior, hablan
consigo mismos y se respetan, tanto como respetan a todo lo que les rodea: la
naturaleza, la sociedad, etcétera.

No hay mayor placer que observar a los chicos tomar un bastón e iniciar la
aventura, escucharlos decirle al profesional “tú no me ayudas, dame uno que le
pegue (refiriéndose al bastón)”, verlos sudar de cara al sol y pensar “¿qué hago
aquí?”

No cabe duda que los niños disfrutan estos atardeceres, piensan que juegan, que el
objetivo es tirar la bola y llegar lo más cerca que se pueda del green, vencer la
distancia y atinar al hoyo. Sin embargo, la próxima vez que te escapes de la
oficina para observar la práctica de tu hijo debes estar seguro de que en esas
horas de “ensayo” le estás dejando la mejor herencia.
Quizá a partir de ahora lo mejor será olvidar que el golf es una práctica, que es
una forma de vida, que es un deporte completo; finalmente, hay que reconocer que
el golf es un acto de amor.

Los padres trasmitimos a nuestros hijos las enseñanzas y los miedos, los éxitos y
los errores, lo que es bueno y es malo, predicamos con el ejemplo la capacidad de
ser ganadores o simplemente aceptar con mediocridad los sucesos de nuestra
existencia; por lo logrado y de reflexión por lo mal enseñado, al fin estamos
lejos de ser perfectos, aunque un hijo es perfectible y puede superar la vida a
través de sus alegrías y sus valores.

Una buena forma de empezar el juego de los que saben…podría ser decir a tu hijo:
muchas felicidades por haberme hecho ser tu padre, ya que al vivir esta
maravillosa experiencia sabrás el valor tan enorme que tienes para mi y la
conexión tan grande que hemos logrado y deseo que cuando llegues a esta difícil
posición de amar y educar sepas que no es algo fácil pero si muy placentero.

Una lección para nuestros hijos coincide con el mensaje de Robert Frost en uno de
sus poemas denominado “El camino no tomado” para con ello reflexionar que hay que
dar a nuestros hijos un consejo y no forzarlos a hacer lo que nosotros creemos que
es lo correcto.

Dos caminos se bifurcan en un bosque amarillo y lamentablemente no podía recorrer


ambos

siendo un solo viajero; por largo tiempo me detuve y contemplé uno de ellos tan
lejos como pude

hasta donde se perdía en la maleza.

Entonces tomé el otro, tan justo como honesto, y teniendo quizás mejor motivo,

ya que las pasturas estaban más crecidas y pedía ser recorrido

aunque quienes habían pasado por allí lo habían desgastado casi por igual
realmente,

y esa mañana ambos por igual se tendían sobre las hojas que ninguna pisada tornara
ennegrecidas.

¡Ah, dejaré el primer camino para otro día! y aun sabiendo que un camino conduce a
otro,

dude si alguna vez debería regresar.

Y estaré diciendo esto con una visión, en alguna parte, de aquí a épocas por
venir;

dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo, yo tomé el menos transitado,


y eso ha hecho toda la diferencia.

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