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En una casita, en lo alto de una montaña, vivía hace tiempo una viejecita muy buena y
cariñosa.
Tenía el pelo blanco y la piel de su cara era tan clara como los rayos del sol. Estaba muy sola y
un poco triste, porque nadie iba a visitarla.
Lo único que poseía era un viejo baúl y la compañía de una arañita muy trabajadora, que
siempre le acompañaba cuando tejía y hacía labores.
La pequeña araña conocía muy bien cuando la viejecita era feliz y cuando no. Desde muy
pequeña la observaba y había aprendido tanto de ella que pensó que sería buena idea intentar
que bajara al pueblo para hablar con los demás.
Un día, la araña, pensó que ya había llegado el momento de poner en práctica su idea.
- ¿Sabes, lo que haremos? ¡Iremos al mercado a vender nuestros tejidos! ¡Así, ganaremos
dinero y podremos ver a otras personas y hablar con ellas!
- ¡Hace mucho tiempo que no hablo con nadie! - dijo la anciana - ¿Crees que puede importarle
a alguien lo que yo le diga?
- ¡Claro que sí! ¡Verás como nos divertimos!