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Departamento de Lengua Castellana y Literatura I.E.S.

Fernando III de Ayora

Profesor: Héctor Monteagudo Ballesteros curso 2008 - 2009

10 TEXTOS PARA COMENTAR


[EN CASA]

Texto 1

El coco
ELVIRA LINDO 13/12/2006

No hay materia tan fascinante como la que viene proporcionando la neuropsiquiatría.


Ayuda a entender comportamientos que creíamos consecuencia de la cultura. Lo
extraordinario es que a menudo esos hallazgos se han esperado con el hacha de guerra
levantada. Así lo sabe la doctora Brizendine, neuropsiquiatra, que ha publicado un
fascinante libro, El cerebro femenino, recogiendo lo que hasta el momento se sabe
sobre el particular. La doctora Brizendine asegura que tuvo reparos al contar que el
cerebro de la mujer reduce su tamaño durante el embarazo y no vuelve a su estado
anterior hasta seis meses después del parto; así, la naturaleza ayuda a la mujer a
concentrarse en sacar adelante a un cachorro tan desprotegido como es el humano,
pero esa información podría ser aprovechada por quienes defienden que las mujeres
no deben volver a trabajar. La doctora Brizendine sabe que ciertos grupos quieren que
la naturaleza les dé la razón y la naturaleza se empeña en seguir sus particulares
criterios de sensatez. Por otra parte, nadie puede evitar que la neurología avale ciertos
estereotipos, como el de que las mujeres disfrutan hablando. Cuando las adolescentes
se reúnen para intercambiar confidencias segregan oxitocina, la hormona de la
intimidad. En vez de entender esto a la manera masculina (ellas tienen propensión al
cotilleo) o a la manera femenina (la charla era el consuelo de las mujeres) la
neurología considera esta afición como la consecuencia de un cerebro que posee una
innata capacidad verbal: las mujeres echan mano de unas veinte mil palabras al día y
los hombres rondan las siete mil. Por qué entonces la mujer ha estado sometida al
hombre en la mayoría de las sociedades. La historia nos dice que antes del control de
la natalidad la mujer sufría una media de 20 embarazos en su vida. Con tantas bocas
que alimentar resultó imposible integrar las filas de los padres de la filosofía. La
neurología nos informa de las tendencias innatas, lo cual fastidia a unos y a otras.
Unos quieren vernos en el papel de siempre, otras consideran el instinto maternal una
falacia. Y la ciencia sienta las bases para una discusión pendiente que no debiéramos
desaprovechar: la posibilidad de conciliar lo que somos con lo que deseamos ser.

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Texto 2

Glamour 05
MANUEL VICENT
EL PAÍS - Última - 18-12-2005

Cuando las imágenes de actualidad se vuelvan amarillas y concentren el


perfume de la memoria perdida, algunas escenas que ahora nos parecen vulgares
mañana estarán cubiertas de la misma fascinación que en nosotros producen las
siluetas evanescentes de la época de entreguerras. En medio de la insoportable
mediocridad en que vivimos me gustaría saber quienes son y donde se hallan hoy esos
personajes que el tiempo convertirá en humo de oro en las páginas de las viejas
revistas. Puede que dentro de cien años nuestros descendientes lloren de nostalgia al
ver en los reportajes los escaparates de las librerías, las colas de los cines, los antros
de jazz con los metales de la orquesta y el sudor de los músicos negros brillando bajo
la intensa niebla de los cigarrillos. Entonces todavía se fumaba, dirá la gente cuando el
jazz huela a lavanda y no a tabaco profundo. En esas imágenes del pasado aparecerán
trenes de cercanías con jóvenes concentrados en la pantalla del ordenador portátil
abierto en las rodillas y alguien explicará que en aquel tiempo para trabajar había que
desplazarse hasta la fábrica. La informática, el incipiente internet y el genoma
descodificado del gusano tendrán el mismo romanticismo de la máquina de vapor, del
zepelín extasiado sobre los tejados de París o de la vacuna de Pasteur. Entre coches
atascados de una avenida aparecerá oyendo música en un MP3 una chica en bicicleta
con un periódico en el cestillo del manillar y desde una valla publicitaria Naomi
Campbell ofrecerá a los peatones la tarta de chocolate de su propio cuerpo diluido en
el mar de automóviles. Puede que la chica de la bicicleta se siente en la terraza de un
bar frente a una playa vacía y pida una cocacola, que será un refresco ya olvidado, y
luego empiece a leer el periódico todavía impreso en papel, con fecha del domingo 18
de diciembre de 2005. Todas las desgracias, crímenes y guerras que ocupen la

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actualidad este día se habrán convertido en estiércol de la historia; los nombres de


políticos, artistas y escritores cuyas fotos aparecían en sus páginas también se habrán
ido por el sumidero, si bien el periódico que lee esa chica traerá imágenes de algunos
personajes que serán fascinantes y harán soñar a los habitantes del futuro. Dentro de
cien años nuestra mediocridad también será nostalgia. Me gustaría saber quienes son
hoy esos seres que el tiempo convertirá en criaturas de oro envueltas en el humo de la
memoria. Están entre nosotros, pero nadie los conoce.

Texto 3

Confusión
MARUJA TORRES
EL PAÍS - Última - 22-12-2005

He empezado a escribir esta columna de derecha a izquierda y en árabe, que


obviamente no es mi lengua y en la que apenas chapurreo algo, y un momento de
pánico me ha sacudido. ¿Pánico identitario?, se preguntarán ustedes. Pues no, sólo el
terror que me produce enfrentarme a un teclado multicultural, con su infinidad de
signos que no entiendo, su carencia de signos que necesito. Por suerte, me han
ayudado a darle al botón que cambia el teclado al inglés, con su limitación de signos.
Dispongo de un aliciente más: cuando debo retroceder, no he de darle a la flecha que
indica la dirección izquierda, sino la contraria, ya que estos mecanismos funcionan
como si yo escribiera en árabe. Y tengo que vigilar al corrector automático, que cree
que lo hago en inglés y me enmienda en cuanto puede. Ameno, ¿verdad?
Me hallo en el centro de negocios de un hotel de El Cairo, utilizando uno de sus
ordenadores y su conexión a Internet. Suaves voces árabes comentan en torno a mí sus
acontecimientos domésticos, las cuitas del hotel. Entre el complejo teclado y sus
guturales acentos, ese cairota rotundo que me resulta menos familiar que el árabe

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coloquial de sirios y libaneses, podría caer en el error de creerme habitando en un


mundo excesivamente ajeno. Pero no es así.
Anoche, por fin, después de las agotadoras, emocionantes y muy satisfactorias
jornadas de homenaje a Terenci Moix y su obra, pude desplomarme en la cama de mi
habitación para, antes de dormir ocho horas de un tirón por primera vez, navegar con
el mando por las emisoras de televisión que hasta entonces no había tenido ocasión de
curiosear.
Puse la televisión egipcia y me sentí como en casa. Como si emitieran una sesión de
Cine de barrio protagonizada por una potente actriz-cantante de los tiempos de
Nasser, envuelta en abalorios. Pasé a continuación a TVE, y me sentí como en El
Cairo. Estaban retransmitiendo el homenaje a Rocío Jurado, la físicamente más
egipcia de nuestras divas, en esta ocasión cantando a dúo con el latino Chayanne, que
bien podría ser de por aquí cerca (de las pirámides, quiero decir).
De modo amigos que, desde la bendita confusión y el alegre desparrame, les deseo
feliz Navidad. Inshallah.

Texto 4

EDITORIAL

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Cuidado con la sátira


EL PAÍS - Opinión - 01-02-2006

La publicación, en septiembre pasado, en el principal diario de Dinamarca, Jyllands-


Posten, de 12 viñetas satíricas sobre Mahoma -reproducidas días atrás en el diario
evangelista noruego Magazinet- ha provocado un pandemónium de protestas en los
países musulmanes: llamamiento de embajadores, cierre de sus misiones diplomáticas
en Copenhague, boicoteo de productos escandinavos, agresiones y exigencias al
primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, de que se disculpe y sancione a los
autores. Rasmussen, impecable, ha contestado que, pese a lamentar lo sucedido, no
puede ir contra la libertad de prensa que existe en su pequeña nación. El director del
Jyllands-Posten, que en un principio se había resistido a pedir disculpas, lo hizo el
lunes, tal vez por temor a que la situación se agrave.
Es muy probable que las viñetas, en las que aparece Mahoma con un turbante en
forma de bomba o blandiendo una espada, sean de mal gusto y una provocación que
cueste cara a los intereses comerciales escandinavos. La libertad de prensa y la
libertad de expresión no deben tener más cortapisas que las que fija la ley para todos
los ciudadanos, y quien se sienta ofendido o injuriado tiene el derecho a acudir a los
tribunales, la única instancia que debe resolver estos conflictos. Yerran los ministros
de Interior de los países árabes cuando exigen a las autoridades danesas un firme
castigo contra los responsables del cómic. Y también el secretario general de la Liga
Árabe, Amr Mussa, al afirmar que la prensa europea tiene miedo de ser acusada de
antisemitismo, pero invoca la libertad de expresión cuando caricaturiza el islam.
Lamentablemente, se producen gestos antijudíos en Europa y tienen gran impacto en
Israel, pero no hasta la extrema irritación que despiertan episodios religiosos en la
comunidad musulmana.
Toda persona debe ser respetuosa con las creencias de los demás. Por desgracia, no
está tan asumido que pueda expresar libremente las suyas, si las tiene. El fanatismo es
una planta que crece en muchas religiones, pero el mundo islámico ofrece hoy una
cosecha muy extensa. A algunos les ha costado la vida, como al cineasta holandés
Theo van Gogh, y a otros les persigue la condena de muerte por escribir una novela,
como Salman Rushdie. En otras épocas, no tan lejanas, otras religiones hicieron pagar
la disidencia con la hoguera. Creer que sólo en el mundo islámico existe la
intolerancia religiosa sería un ejercicio fatuo de autocomplacencia. Pero ignorar que el
integrismo religioso se expande vertiginosamente entre los creyentes musulmanes
sería ponerse una venda ante la realidad.

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Texto 5

Fetiches
Juan José Millás

La llave de la luz, la llave del gas, la cadena del váter: he aquí tres expresiones
domésticas que uno escucha millones de veces a lo largo de la vida. La cadena del
váter ya no existe, ha sido sustituida por otro mecanismo al que continuamos
llamando cadena. Pero las llaves del gas y de la luz continúan ahí, al alcance de la
mano. Básicamente, son idénticas a las de nuestra infancia. Mis hermanos y yo,
fascinados desde siempre por la electricidad, jugábamos todo el rato a «que se haga la
luz».

-Que se haga la luz -decíamos al entrar en una habitación, al tiempo de accionar el


interruptor. Y la luz se hacía, milagrosamente. Nunca me he acostumbrado a eso.
Todavía hoy pronuncio esa frase para mis adentros cuando entro en un espacio oscuro.

De la llave del gas se hablaba por la noche, en el momento de la retirada. Siempre era
mi padre el que hacía la pregunta:

-¿Habéis cerrado la llave del gas?

No es que le diera pereza cerrarla a él, sino que estaba empeñado en transmitirnos su
obsesión.

-Moriréis durante la noche -nos amenazaba.

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Yo entendía por qué había que encerrar a los perros, pero no al gas. Crecí con la idea
de que durante esas horas el gas cambiaba de personalidad y se convertía en un fluido
asesino. No les he dicho nada de esto a mis hijos, para no crearles un trauma, pero
cada noche, antes de acostarme, cierro la llave del maldito gas. En realidad, la cierra el
padre obsesivo que llevo dentro de mí. Mis hermanos me reprochan que no vaya el
Día de Difuntos a poner flores al cementerio. Los pobres no se han enterado de que
papá está dentro de mi cabeza, y no en la tumba.

Teniendo asociadas de este modo las llaves del gas y de la luz, no me extrañan los
intentos de asociación entre las empresas que se dedican a una cosa y a la otra. Los
padres de sus presidentes tenían, sin duda, manías idénticas a las del mío. La infancia
marca mucho. Lo que me llama la atención es que no intenten poseer asimismo el
suministro del agua, para controlar la cadena de váter, otro objeto fetiche de nuestra
época.

(Levante EMV, 26-II-06)

Texto 6

Plagio
EDUARDO MENDOZA
EL PAÍS - Última - 06-03-2006

Ante un tribunal inglés se dirime una demanda por apropiación indebida contra Dan
Brown, el autor de El código da Vinci, novela de éxito mundial y cima del esoterismo
pueblerino. Los demandantes alegan que hace años ellos ya habían lanzado la especie
de que Jesucristo y María Magdalena eran pareja de hecho y con prole, teoría que
ahora constituye el meollo argumental de la obra en litigio.
Al parecer, los demandantes no acusan a Dan Brown de plagio, ya que plagio, en
rigor, no existe. Y no creo que basen su reclamación en el aspecto teológico del
asunto, porque a estas alturas Jesucristo y María Magdalena están libres de derechos.
Sobre él se ha escrito una barbaridad; sobre María Magdalena no tanto, pero también

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mucho, porque en los evangelios hace una aparición breve, pero tan sugerente que ha
provocado infinidad de especulaciones desde los mismos albores del cristianismo. El
encuentro matutino y post mortem de los dos en un jardín solitario es un episodio de
exacerbado romanticismo que, por añadidura, plantea insondables enigmas religiosos,
en la medida en que sugiere una relación profunda que no tiene que ser forzosamente
matrimonial, aunque está cargada de erotismo o, al menos, de emoción y afecto.
De modo que en estos dos terrenos los demandantes llevan las de perder. Ahora bien,
en el terreno de las chorradas no hay duda de que les asiste la razón, y eso es, en
definitiva, lo que el libro ofrece. Bien es verdad que corresponde al demandado el
mérito de haber construido, con la presunta apropiación, un libro entero sobre la base
de presuponer al lector un nivel de simpleza e ignorancia abismal, y un deseo genuino
de asimilar tópicos y necedades sobre la Iglesia, el arte y la historia, explicados a
bebés. Por supuesto, hacer accesibles a los tontos los misterios de la religión y la
cultura es un insulto a la religión, a la cultura y a los tontos, pero por lo visto vende
bien. Y ahí si que hay apropiación. Claro que a esto se puede responder citando otro
best-seller: al principio de Ana Karénina, Tolstói dice que todas las familias felices
son iguales y cada familia infeliz lo es a su modo; con las novelas ocurre lo contrario:
todas las buenas son distintas entre sí, pero las malas se parecen muchísimo.

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Juventud
ELVIRA LINDO
EL PAÍS - Última - 22-03-2006

Imaginemos un joven al que le gusta beber pero no necesariamente hasta caer


inconsciente, imaginemos que ese joven vuelve a casa cruzando el centro de cualquier
ciudad española, Madrid, Barcelona, Cáceres, el día elegido para el botellón sin
fronteras. Imaginemos que ese joven está terminando su carrera, ha empezado a
trabajar a tiempo parcial y tiene en mente algunos proyectos, que unas veces ve fáciles
y otras imposibles, según los días. Imaginemos que ese joven necesita irse de casa de
sus padres ya, no porque se encuentre mal en el nido, sino porque no quiere prolongar
más este estado de transición. Ha escuchado a sus padres una y mil veces contar cómo
dejaron la casa paterna a los 21 años, cómo la verdadera vida comenzó a los 21, les ha
escuchado narrar la épica de una juventud progre, antifranquista, se ha divertido ante
el recuerdo de las broncas a las que tuvieron que enfrentarse para conseguir el más
mínimo logro de independencia. Para él, sin embargo, todo ha sido relativamente
fácil: volver a las tres de la madrugada, manifestarse, expresar su opinión. Va camino
de los 24 años y piensa que ya ha perdido dos de la verdadera vida, piensa que le
resulta cómodo tener una relación relajada con sus padres pero hay veces que
secretamente envidia una historia más procelosa. El año que viene termina la carrera
pero ese joven no acierta a vislumbrar cuándo podrá renunciar a la vida
subvencionada. Cuando eres niño, piensa, te sientes en tu derecho, en la juventud te
sabes subvencionado. No sabe si irse de España y probar suerte fuera. Si se queda
tiene el panorama de un contrato basura, si se va le espera lo mismo pero al menos
podrá añadir a su currículo un toque de cosmopolitismo. Ese joven que cruza la ciudad
mira sin mirar la apoteósica reunión de defensores del botellón, ver sin ver la cara de
algunos conocidos, pero hoy no tiene el ánimo para eso. Quisiera gritar. Gritaría, pero
por un futuro, por la posibilidad de cumplir alguna ambición que no quiere que vaya
perdiendo fuste ahogada por una comodidad chata. Ese joven que cruza la ciudad
inquieto y desesperanzado ante el porvenir forma parte también de eso que llamamos
la juventud. "La juventud reclama espacios de ocio para emborracharse", dicen. ¿Pero
qué es la juventud? La juventud es también ese muchacho.

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Texto 8

Juventud
EDUARDO MENDOZA
EL PAÍS - Última - 27-03-2006

La semana pasada fue rica en comentarios sobre lo que se dio en llamar el botellón.
Como los que escribimos en los periódicos somos personas de cierta edad, pocos
participantes en el debate habían asistido a los sucesos que lo motivaron. Reflexiones,
por tanto, externas al fenómeno. No han faltado voces que reivindicaban el derecho de
los jóvenes a protestar divirtiéndose, pero fueron las menos. La mayoría ha hecho
sociología, ha apelado a la historia reciente y, aunque en general pocos han juzgado,
todos han opinado, que es como juzgar pero sin dictar sentencia.
En realidad, los hechos dan poco de sí y la versión oficial resulta convincente: unos
pocos alborotadores y el resto que se apunta porque en el fondo ha ido a eso, a
apuntarse a lo que salga. Cuando uno se zambulle en un acto masivo, lo mismo le da
asaltar una trinchera, ver a la Virgen de Fátima o comprarse un jersey en las rebajas.
El problema es que esta vez la algarada ha coincidido con los movimientos
estudiantiles en Francia, y la comparación nos ha sacado los colores. Mientras aquí
nuestros jóvenes le dan al alcohol, la juventud francesa parece reavivar el rescoldo de
la lucha de clases. Pero no hay tal diferencia. Si nuestra principal industria es el
turismo de borrachera, las fluctuaciones del precio de un cubata afectan al futuro
laboral de los jóvenes españoles igual que a los franceses la ley de Villepin. Es cierto
que aun así hay diferencias notables en la actitud y en las formas. Sin duda, los viejos
progres preferiríamos ver a nuestros hijos cantar La Marsellesa en vez de La Parrala,
pero la culpa no es de los chicos. La educación pública en Francia prepara a los
jóvenes para ocupar un puesto de trabajo. Si luego éste peligra, aquéllos salen a la
calle. En España la educación pública no prepara para nada y nada ofrece. Se
conforma con tener a los chicos en clase sin armar bullanga. En consecuencia, la
rebelión, cuando estalla, consiste en romper la papelera y escribir pis y caca en la
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pizarra. Tal vez éste debería ser el tema del análisis en que nos hemos embarcado a
raíz del botellón. Pero no creo que pase nada. Al fin y al cabo, los pueblos tienen los
gobernantes que se merecen, pero esta regla también funciona en sentido inverso.

Texto 9

Planes
ELVIRA LINDO
EL PAÍS - Última - 19-04-2006

Raro esto del correo electrónico. Las antiguas relaciones epistolares han vuelto pero
con una inmediatez que provoca confesiones inesperadas. Nunca hemos escrito tantas
cartas. Tiene uno la sensación de mantener una correspondencia flaubertiana con todo
ese tiempo que a diario ha de dedicarse a contestar a los que demandan contestaciones
rápidas. Sólo es un botón. No es necesario emprender el antiguo camino hacia el
buzón en el que uno podía dudar, arrepentirse y echar la carta a la papelera sintiendo
el alivio de haber frenado un impulso que podría arruinarnos la vida. Vuelven las
amistades únicamente epistolares pero de otra manera. No son menos intensas que
aquellas en las que con la sola calidez y el dibujo de la letra podía mantenerse una
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amistad separada por un océano. Ahora la intensidad se basa en lo inmediato. Los


secretos ciberespaciales se intercambian más fluidamente libres del pudor que provoca
la presencia. Un pequeño cliqueo al ratón es suficiente para confesar el deseo que
surgió en ese preciso instante o la reacción a algo que acabas de leer. El coraje, la
pena, la risa, la transmisión inmediata de tus emociones. Raro este mundo en el que
acabas abriendo tu corazón a quien nunca has visto o con el que apenas te has cruzado
dos veces. Su nombre aparece en el buzón de entrada aliviando soledades ideológicas,
morales. Te cuenta impresiones sobre tu país, le cuentas de tu nueva vida, aunque
apenas conociera tu vida vieja. Poco a poco los mensajes tejen una red de complicidad
más profunda que la que mantienes con algunas amistades de siempre. Ocurre algunas
veces que el mensaje se queda atascado en su viaje cibernético, se demora
misteriosamente en el espacio y llega cuando ya no lo esperabas. Hoy al abrir mi
buzón como cada mañana he encontrado un mensaje del periodista Félix Bayón
fallecido hace unos días. Al ser un mensaje electrónico la sensación pavorosa es de
que te lo acaban de mandar. Casi temblando, como si estuviera ante la presencia de un
fantasma, leo esas palabras que parecen venir del otro mundo: "Te cambio un tour por
el New Jersey de Los Soprano por uno marbellí". Fue escrito momentos antes del que
sería su último paseo y revela la esencia del hombre vitalista: a pesar de los
infortunios de la salud el hombre alegre no se rinde, siempre anda haciendo planes.

Texto 10

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Leer
de Juan José Millás

Estoy leyendo un libro mal encuadernado en el que las últimas palabras de cada línea
se pierden en las profundidades del lomo, de manera que para acceder a ellas hay que
desviscerar el volumen. Al principio, pensé en devolverlo, pero me he aficionado a
hurgar en él como en las interioridades de un centollo. Las palabras rescatadas a los
entresijos saben mejor que las que están a simple vista. Parece mentira que hayan
inventado un libro electrónico, que por lo visto imita la textura del papel, y no hayan
descubierto un libro que se pueda chupar, como la cabeza de una gamba, para
extraerle la masa encefálica. De momento, si encuentra usted un volumen mal
encuadernado, lléveselo a casa, arránquele los sesos sin escrúpulos y no dude en
metérselos en la boca.
A veces, para acordarnos de que las palabras tienen sabor, conviene poner dificultades
entre ellas y nosotros. O leer en un idioma extranjero. Un día, volando en una línea
aérea alemana, me puse a hojear la revista de a bordo y lo entendí todo hasta que caí
en la cuenta de que no sabía alemán. Ahora que tanta gente se va a estudiar inglés a
Londres, hay que reivindicar el don de lenguas, que consiste justamente en disfrutar
de los idiomas con la boca. Si te relajas y no piensas tanto en el significado de las
frases como en su sabor, lo comprendes todo sin necesidad de estudiar. Cuando las
palabras sean un bien escaso, como el caviar, recuperaremos el asombro de
tragárnoslas y de volverlas a la boca, como los rumiantes, para masticarlas por
segunda vez. El problema es que comemos palabras a todas horas, todos los días del
año.
Los monjes de clausura, que sólo pueden hablar a determinadas horas, usan el alfabeto
con avaricia. Cuando los vocablos son caros, se utilizan con más gusto, porque se
añora su sabor. Ese niño que balbucea sus primeras palabras asombra a toda la familia,
porque en él el vocabulario es todavía una rareza. Quizá usted no haya tenido ningún
niño, pero si tiene la suerte de tropezar con un libro mal cosido, cuyas palabras sea
preciso extraer de sus vísceras con la perversidad con que arrebatamos las huevas al
salmón, tal vez adquiera o recupere el placer de leer este verano.
Enhorabuena.

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