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Texto 1
El coco
ELVIRA LINDO 13/12/2006
Texto 2
Glamour 05
MANUEL VICENT
EL PAÍS - Última - 18-12-2005
Texto 3
Confusión
MARUJA TORRES
EL PAÍS - Última - 22-12-2005
Texto 4
EDITORIAL
Texto 5
Fetiches
Juan José Millás
La llave de la luz, la llave del gas, la cadena del váter: he aquí tres expresiones
domésticas que uno escucha millones de veces a lo largo de la vida. La cadena del
váter ya no existe, ha sido sustituida por otro mecanismo al que continuamos
llamando cadena. Pero las llaves del gas y de la luz continúan ahí, al alcance de la
mano. Básicamente, son idénticas a las de nuestra infancia. Mis hermanos y yo,
fascinados desde siempre por la electricidad, jugábamos todo el rato a «que se haga la
luz».
De la llave del gas se hablaba por la noche, en el momento de la retirada. Siempre era
mi padre el que hacía la pregunta:
No es que le diera pereza cerrarla a él, sino que estaba empeñado en transmitirnos su
obsesión.
Yo entendía por qué había que encerrar a los perros, pero no al gas. Crecí con la idea
de que durante esas horas el gas cambiaba de personalidad y se convertía en un fluido
asesino. No les he dicho nada de esto a mis hijos, para no crearles un trauma, pero
cada noche, antes de acostarme, cierro la llave del maldito gas. En realidad, la cierra el
padre obsesivo que llevo dentro de mí. Mis hermanos me reprochan que no vaya el
Día de Difuntos a poner flores al cementerio. Los pobres no se han enterado de que
papá está dentro de mi cabeza, y no en la tumba.
Teniendo asociadas de este modo las llaves del gas y de la luz, no me extrañan los
intentos de asociación entre las empresas que se dedican a una cosa y a la otra. Los
padres de sus presidentes tenían, sin duda, manías idénticas a las del mío. La infancia
marca mucho. Lo que me llama la atención es que no intenten poseer asimismo el
suministro del agua, para controlar la cadena de váter, otro objeto fetiche de nuestra
época.
Texto 6
Plagio
EDUARDO MENDOZA
EL PAÍS - Última - 06-03-2006
Ante un tribunal inglés se dirime una demanda por apropiación indebida contra Dan
Brown, el autor de El código da Vinci, novela de éxito mundial y cima del esoterismo
pueblerino. Los demandantes alegan que hace años ellos ya habían lanzado la especie
de que Jesucristo y María Magdalena eran pareja de hecho y con prole, teoría que
ahora constituye el meollo argumental de la obra en litigio.
Al parecer, los demandantes no acusan a Dan Brown de plagio, ya que plagio, en
rigor, no existe. Y no creo que basen su reclamación en el aspecto teológico del
asunto, porque a estas alturas Jesucristo y María Magdalena están libres de derechos.
Sobre él se ha escrito una barbaridad; sobre María Magdalena no tanto, pero también
mucho, porque en los evangelios hace una aparición breve, pero tan sugerente que ha
provocado infinidad de especulaciones desde los mismos albores del cristianismo. El
encuentro matutino y post mortem de los dos en un jardín solitario es un episodio de
exacerbado romanticismo que, por añadidura, plantea insondables enigmas religiosos,
en la medida en que sugiere una relación profunda que no tiene que ser forzosamente
matrimonial, aunque está cargada de erotismo o, al menos, de emoción y afecto.
De modo que en estos dos terrenos los demandantes llevan las de perder. Ahora bien,
en el terreno de las chorradas no hay duda de que les asiste la razón, y eso es, en
definitiva, lo que el libro ofrece. Bien es verdad que corresponde al demandado el
mérito de haber construido, con la presunta apropiación, un libro entero sobre la base
de presuponer al lector un nivel de simpleza e ignorancia abismal, y un deseo genuino
de asimilar tópicos y necedades sobre la Iglesia, el arte y la historia, explicados a
bebés. Por supuesto, hacer accesibles a los tontos los misterios de la religión y la
cultura es un insulto a la religión, a la cultura y a los tontos, pero por lo visto vende
bien. Y ahí si que hay apropiación. Claro que a esto se puede responder citando otro
best-seller: al principio de Ana Karénina, Tolstói dice que todas las familias felices
son iguales y cada familia infeliz lo es a su modo; con las novelas ocurre lo contrario:
todas las buenas son distintas entre sí, pero las malas se parecen muchísimo.
Texto 7
Juventud
ELVIRA LINDO
EL PAÍS - Última - 22-03-2006
Texto 8
Juventud
EDUARDO MENDOZA
EL PAÍS - Última - 27-03-2006
La semana pasada fue rica en comentarios sobre lo que se dio en llamar el botellón.
Como los que escribimos en los periódicos somos personas de cierta edad, pocos
participantes en el debate habían asistido a los sucesos que lo motivaron. Reflexiones,
por tanto, externas al fenómeno. No han faltado voces que reivindicaban el derecho de
los jóvenes a protestar divirtiéndose, pero fueron las menos. La mayoría ha hecho
sociología, ha apelado a la historia reciente y, aunque en general pocos han juzgado,
todos han opinado, que es como juzgar pero sin dictar sentencia.
En realidad, los hechos dan poco de sí y la versión oficial resulta convincente: unos
pocos alborotadores y el resto que se apunta porque en el fondo ha ido a eso, a
apuntarse a lo que salga. Cuando uno se zambulle en un acto masivo, lo mismo le da
asaltar una trinchera, ver a la Virgen de Fátima o comprarse un jersey en las rebajas.
El problema es que esta vez la algarada ha coincidido con los movimientos
estudiantiles en Francia, y la comparación nos ha sacado los colores. Mientras aquí
nuestros jóvenes le dan al alcohol, la juventud francesa parece reavivar el rescoldo de
la lucha de clases. Pero no hay tal diferencia. Si nuestra principal industria es el
turismo de borrachera, las fluctuaciones del precio de un cubata afectan al futuro
laboral de los jóvenes españoles igual que a los franceses la ley de Villepin. Es cierto
que aun así hay diferencias notables en la actitud y en las formas. Sin duda, los viejos
progres preferiríamos ver a nuestros hijos cantar La Marsellesa en vez de La Parrala,
pero la culpa no es de los chicos. La educación pública en Francia prepara a los
jóvenes para ocupar un puesto de trabajo. Si luego éste peligra, aquéllos salen a la
calle. En España la educación pública no prepara para nada y nada ofrece. Se
conforma con tener a los chicos en clase sin armar bullanga. En consecuencia, la
rebelión, cuando estalla, consiste en romper la papelera y escribir pis y caca en la
10 Puedes leerlo en : http://anatomiadelverbo.blogspot.com/
Departamento de Lengua Castellana y Literatura I.E.S. Fernando III de Ayora
pizarra. Tal vez éste debería ser el tema del análisis en que nos hemos embarcado a
raíz del botellón. Pero no creo que pase nada. Al fin y al cabo, los pueblos tienen los
gobernantes que se merecen, pero esta regla también funciona en sentido inverso.
Texto 9
Planes
ELVIRA LINDO
EL PAÍS - Última - 19-04-2006
Raro esto del correo electrónico. Las antiguas relaciones epistolares han vuelto pero
con una inmediatez que provoca confesiones inesperadas. Nunca hemos escrito tantas
cartas. Tiene uno la sensación de mantener una correspondencia flaubertiana con todo
ese tiempo que a diario ha de dedicarse a contestar a los que demandan contestaciones
rápidas. Sólo es un botón. No es necesario emprender el antiguo camino hacia el
buzón en el que uno podía dudar, arrepentirse y echar la carta a la papelera sintiendo
el alivio de haber frenado un impulso que podría arruinarnos la vida. Vuelven las
amistades únicamente epistolares pero de otra manera. No son menos intensas que
aquellas en las que con la sola calidez y el dibujo de la letra podía mantenerse una
11 Puedes leerlo en : http://anatomiadelverbo.blogspot.com/
Departamento de Lengua Castellana y Literatura I.E.S. Fernando III de Ayora
Texto 10
Leer
de Juan José Millás
Estoy leyendo un libro mal encuadernado en el que las últimas palabras de cada línea
se pierden en las profundidades del lomo, de manera que para acceder a ellas hay que
desviscerar el volumen. Al principio, pensé en devolverlo, pero me he aficionado a
hurgar en él como en las interioridades de un centollo. Las palabras rescatadas a los
entresijos saben mejor que las que están a simple vista. Parece mentira que hayan
inventado un libro electrónico, que por lo visto imita la textura del papel, y no hayan
descubierto un libro que se pueda chupar, como la cabeza de una gamba, para
extraerle la masa encefálica. De momento, si encuentra usted un volumen mal
encuadernado, lléveselo a casa, arránquele los sesos sin escrúpulos y no dude en
metérselos en la boca.
A veces, para acordarnos de que las palabras tienen sabor, conviene poner dificultades
entre ellas y nosotros. O leer en un idioma extranjero. Un día, volando en una línea
aérea alemana, me puse a hojear la revista de a bordo y lo entendí todo hasta que caí
en la cuenta de que no sabía alemán. Ahora que tanta gente se va a estudiar inglés a
Londres, hay que reivindicar el don de lenguas, que consiste justamente en disfrutar
de los idiomas con la boca. Si te relajas y no piensas tanto en el significado de las
frases como en su sabor, lo comprendes todo sin necesidad de estudiar. Cuando las
palabras sean un bien escaso, como el caviar, recuperaremos el asombro de
tragárnoslas y de volverlas a la boca, como los rumiantes, para masticarlas por
segunda vez. El problema es que comemos palabras a todas horas, todos los días del
año.
Los monjes de clausura, que sólo pueden hablar a determinadas horas, usan el alfabeto
con avaricia. Cuando los vocablos son caros, se utilizan con más gusto, porque se
añora su sabor. Ese niño que balbucea sus primeras palabras asombra a toda la familia,
porque en él el vocabulario es todavía una rareza. Quizá usted no haya tenido ningún
niño, pero si tiene la suerte de tropezar con un libro mal cosido, cuyas palabras sea
preciso extraer de sus vísceras con la perversidad con que arrebatamos las huevas al
salmón, tal vez adquiera o recupere el placer de leer este verano.
Enhorabuena.