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PLAN DE FORMACIÓN INICIAL DEL PROFESORADO

DIÁLOGO FE – CULTURA (2)


METER, PERSEVERAR, CULTIVAR, ESPERANZAR

Os preguntaréis por qué debemos proseguir nuestro diálogo hablando del puesto del educador, de nuestro
poder. Debemos recordar que no somos colegas de los chicos, y que entre ellos ocupamos una posición preeminente.
Gozamos de privilegios, les sometemos a control y disciplina, marcamos pautas, evaluamos su trabajo y
comunicamos resultados, apreciaciones y juicios.
La iniciativa del diálogo fe—cultura corresponde a cualquiera que tenga poder sobre otro. Es una exigencia
inherente al abajamiento y la adaptación que quien desea lograr efectivamente de sus pupilos que prosperen, que
aprendan y mejoren.
Nuestra época ha heredado la crítica al poder que antepasados nuestros elaboraron. Nadie cree a quien
impone o se ofrece como ejemplo a imitar. No nos convencen quienes pretenden perpetuarse en nosotros, ni
valoramos a los que nos dictan normas que no seguirían ellos mismos si estuvieran en nuestro lugar.
Si embargo... ¿no estaremos reproduciendo los modelos indeseables?
Os ofrecemos un diálogo abierto sobre modelos de presencia del educador en la escuela. Hemos omitido
aquellos que son realmente negativos. Sí, pensamos que todos queremos hacer lo mejor para los alumnos. Sí,
intentamos hacerlo y lo logramos en muchas ocasiones. Pero, .... ¿cuál es la mejor manera general de conducirse?
¿Cuál habrá de ser el modelo básico? ¿Cuál es nuestro lugar, aunque en ocasiones haya que poner “cara de ogro”?
El método de trabajo propuesto es el siguiente:
a) Como el abanico es amplísimo, reduciremos el análisis a cuatro tipos ideales. Todos aportan algo. Cada
uno carece de algún elemento deseable.
b) Leed los cuatro modelos en sus propios textos. Los títulos apenas importan. Observad que tienen géneros
literarios diversos. Os puede ayudar a pensar el uso de “herramientas conceptuales” distintas. Lo sentimos,
pero deberéis hacerlo individualmente y en profundo silencio.
c) Subrayad las ideas fundamentales de cada uno o escribidlas vosotros mismos con otras palabras. Lo
sentimos, pero deberéis hacerlo en profundo silencio y con marcas. Emplead (—) para las ideas o imágenes
que desearíais que se detuvieran o desterraran. Utilizad (+) para las que el paso queda franco.
d) Reuníos con vuestros colegas (preciosa palabra, ¿eh?: colega es aquél a quien me liga algo común, con
quien comparto un vínculo). Exponed vuestros resultados sin prisa.
e) Elaborad en común un decálogo (heptálogo, pentadecálogo o disertación) del poder o presencia que ha de
tener un educador que lo es. Quedan prohibidos los vocablos comodín, los tópicos y las palabras de rancio
sabor evangélico. Inventad los términos y recread las imágenes. Dejaremos un tiempo para la exposición
en voz alta de algunas ideas o imágenes.
f) ¡Ah! Pedimos que el portavoz de cada grupo haga fotocopias para cada uno de los miembros de otros
grupos. Con estas hojas y las que os damos, podréis hacer el trabajo de casa... ¡Y no lo sentimos, os vamos a
mandar deberes! Deberéis rellenar en casa el último folio; os pedimos que confeséis vuestras impresiones
sobre los contenidos que os llevaréis a casa. Sería muy interesante que marcaseis las dos ideas que más os
han estimulado.... ¡Y no olvidéis soñar! ¡Lo que un día fue... ¿por qué no?!
g) Y, por último, observad cuánto se parece ser educador a dirigir cualquier grupo humano. Podríamos
sustituir algunos vocablos y reflexionaríamos sobre el papel de quienes nos dirigen.

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1. EL EDUCADOR Y EL METER.

El recurso a una lengua extranjera en la India para asegurar la enseñanza superior ha causado un perjuicio moral e
intelectual incalculable. Estamos todavía demasiado cerca de este periodo para poder medir la inmensidad de los daños
sufridos. Es una tarea casi imposible tener que juzgar por nosotros mismos de esa educación de la que hemos sido igualmente
víctimas.
He de señalar también las razones que me han llevado a estas conclusiones. Para ello, creo que será lo mejor hablar de mi
propia experiencia.
Hasta los 12 años me dieron toda la enseñanza en gujarati, que es mi lengua materna. Obtuve entonces algunos
conocimientos rudimentarios de aritmética, de historia y de geografía. Entré luego en el liceo, donde durante otros tres años
recibí la enseñanza en la lengua materna. Pero era misión del profesor meter el inglés en la cabeza de los alumnos por todos los
medios posibles. Por ello, la mitad del tiempo se pasaba estudiando el inglés y aprendiendo la ortografía y la pronunciación tan
arbitrarias de esa lengua. Descubrí con tristeza que tenia que aprender una lengua cuya pronunciación no correspondía a la
ortografía. Era una experiencia curiosa tener que aprender de memoria la ortografía de las palabras. Pero se trata de un
paréntesis sin mucha relación con nuestro tema. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que durante aquellos tres primeros años de
liceo las cosas fueron bastante bien.
El suplicio empezó con el cuarto año. Había que aprenderlo todo en inglés: geometría, álgebra, química, astronomía, historia y
geografía. La tiranía del inglés llegaba hasta el punto de que había que pasar por aquella lengua para aprender el sánscrito o el
persa. Si un alumno se expresaba en su propia lengua, el gujarati, recibía un castigo. Al profesor no le importaba mucho que el
niño hablase mal el inglés y que fuera incapaz de pronunciarlo correctamente o de comprenderlo a la perfección. ¿Por qué
debería preocuparse de ello el maestro? El mismo hablaba un inglés que distaba mucho de ser perfecto. y tenía que ser así. El
inglés era una lengua extraña, tanto para él como para sus alumnos. El resultado era catastrófico. Teníamos que aprender de
memoria muchas cosas que no acabábamos de entender y que a veces nos dejaban tan ignorantes como estábamos Mi cabeza
daba vueltas cuando el profesor se empeñaba en hacernos comprender sus demostraciones de geometría. Yo no capté ni una
sola idea de aquella disciplina hasta que llegamos al decimotercer teorema del primer libro de Euclides (sic). y he de confesar al
lector que, a pesar de todo mi amor a mi lengua materna, todavía no sé cómo hay que traducir al gujarati los términos técnicos
de geometría, álgebra, etc. Sé actual mente que, si la enseñanza hubiera podido hacerse en gujarati y no en inglés, me habría
bastado con un solo año, en vez de cuatro, para aprender aritmética, geometría, álgebra, química y astronomía. La
comprensión de esas materias me habría parecido más fácil y más clara. Mi vocabulario gujarati se habría enriquecido. Habría
podido sacar más provecho, en casa, de esos conocimientos. Pero el hecho de haberlos adquirido en inglés creaba una barrera
infranqueable entre mi familia y yo, ya que ellos no habían pasado por la escuela inglesa. Mi padre no sabia nada de lo que yo
estudiaba. Aunque hubiera querido, no habría podido interesarle en mis estudios, ya que, a pesar de su gran inteligencia, no
sabia ni una palabra de inglés. De esta forma, pronto me convertí en un extraño dentro de mi propia casa. ¡Había llegado
ciertamente a ser alguien! Hasta en mi manera de vestir se producían imperceptibles cambios. y lo que a mi me pasaba no era
una excepción; lo mismo les pasaba a todos mis compañeros. Los tres primeros años de liceo añadieron poca cosa a mi
provisión de conocimientos generales. Estaban destinados a prepararnos a recibir toda la enseñanza en inglés. Esos liceos no
eran más que escuelas para la conquista cultural que realizaban los ingleses. El saber adquirido por los trescientos muchachos
de mi escuela correspondía de hecho a una conquista limitada. No era posible transmitirla al conjunto del pueblo.

Mohandas Karaamchand Gandhi, «Todos los hombres son hermanos»

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2. EL EDUCADOR Y EL PERSEVERAR.

Mohammed Shah llevó a un grupo de su Halka (círculo) a ver algunas cosas entre las que se encontraba un alto minarete
construido junto a un río. y dijo: "Esto lo construyó la gente que persevera".
Luego los llevó a ver a un grupo de peregrinos brahmanes que caminaban en dirección del sagrado río Jumna y les dijo: "Esta es
gente que persevera". Otro día llevó a su gente a observar una caravana que había llegado a través de los desolados desiertos de
China. "Esta es gente que persevera", dijo. Finalmente les pidió que llegaran hasta el Tibet a observar a los peregrinos que medían
con su propio cuerpo el camino mientras hacían un viaje sagrado. "Esas son personas que perseveran", dijo cuando regresaban.
Después de algunos meses los llevó a la corte de justicia para que observaran a algunos magistrados, y sus desvelos, la energía
de los testigos, las aspiraciones del demandante, los esfuerzos del acusado. y les dijo: "En todos estos casos veis a hombres y
mujeres que perseveran".
Los hombres siempre perseveran. La cosecha de su perseverancia es lo que ha de tomarse en cuenta, recogerse y emplearse. Si,
además, durante su perseveración se sienten fascinados por aquello por lo que perseveran, no pueden emplear con cordura la
instrucción adquirida durante la lucha de su perseverancia, y sólo les sucede que se entrenan para perseverar .

Mohammed Shah, Murshid de Turquestán, maestro sufí del s. XIX

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3. EL EDUCADOR Y EL CULTIVAR.
Durante este curso hemos intentado practicar una enseñanza humanista. Nuestro ideal no consistía en imitar a aquel «letrado»,
aquel «mono del renacimiento, rebosante de versos latinos como un cadáver lleno de gusanos», que tanto enfurecía a Bernanos,
sino en hacernos más humanos a base de encontrar algunas de las encarnaciones más logradas de la humanidad; en hacernos cada
vez más acogedores, más receptivos a todo lo que hace al hombre: sus angustias, esperanzas, cóleras, entusiasmos y amores. Si
hemos querido desarrollar nuestras facultades de expresión, ha sido para responder más válidamente a la llamada de lo humano.
Además, si hemos tratado de hacer de la clase una verdadera familia espiritual, ha sido porque sólo en equipo, como señaló Saint
—Exupéry, se muestran los repliegues de la aventura humana. No se trataba de conquistar laureles y diplomas, sino de
«pegarnos» cada vez más estrechamente a la humanidad y prepararnos para el quehacer de hombre en la ciudad. Tarea nunca
acabada e infinitamente exigente, cuyo fermento activo es la humildad.
Con demasiada frecuencia, se presenta al hombre culto bajo los rasgos de un académico provinciano, que tiene respuestas para
todo, al que nada desconcierta, nada le extraña, que no siente curiosidad por nada: una especie de Buda concentrado en su
contemplación interior. Considera su cultura como acabada, perfecta, y rechaza con sonrisa condescendiente todos los encuentros
que juzga indignos de su gran saber. Esto es apenas una caricatura de cierto tipo de intelectual que tiende a convertirse en el ideal
de esta «civilización de la cantidad», que ya Duhamel denunciaba, de esta civilización en la que todo se traduce en cifras y en
gráficos, en records y en diplomas. Ese «mandarín» embarazado con sus propios conocimientos, por erudito que sea, tiene poco de
persona cultivada. Es de la raza de los pretenciosos, muy pagados de su saber, con los que Sócrates disfrutaba llevándoles a las
peores contradicciones. En cambio, culto es quien, sin tener necesariamente competencias enciclopédicas, ha sabido hacer fecundo
su espíritu, aumentar su rendimiento y estimular su actividad.
La cultura del espíritu puede compararse totalmente con el cultivo de la tierra: se trata de hacerla más receptiva, y no ahogarla con
aportaciones aplastantes. Se ha llegado a decir que «la cultura es lo que queda cuando se ha olvidado todo». La cultura no es un
capital de conocimientos, es una manera de ser: un espíritu de acogida que no niega su simpatía a ningún valor humano. La cultura
es también la «docilidad», es decir, en sentido etimológico, la facultad de aprender, de dejarse enseñar por la vida y por los hombres.
Frente a un cuadro surrealista o no figurativo, el hombre no culto, sobre todo si posee cierto bagaje de conocimientos en otros
campos, declara perentoriamente : «¡Grotesco, no entiendo nada!». Se declara juez único de todos los valores estéticos. El hombre
culto, en cambio, trata de hacerse acogedor a esta obra difícil. Quizá tenga que confesar finalmente que no encuentra manera de
entenderla, pero la relación no quedará por ello rota orgullosamente. De la misma manera el hombre culto y humilde nunca habla
de «la edad del pavo» o de «la edad ingrata ; todo lo más de «la edad desconcertante»... Es decir, la cultura es esencialmente virtud
receptiva. Un espíritu verdaderamente cultivado nunca cree haber «llegado». Está en perpetua búsqueda. Así, el sabio auténtico
afirma gustosamente que cuanto más avanza, más consciente se sabe de los límites de su saber, a la manera del artista cada vez
más exigente consigo mismo, en honor al arte. Estos seres que rozan los más vertiginosos secretos del universo se mantienen
modestos en sus afirmaciones, moderados en sus expresiones. Son alegres y no conquistadores, optimistas, llenos de esperanza.
No desdeñan la conversación con los más humildes, porque saben que para quien sabe escuchar hay una chispa de genio en todo
espíritu humano, por desesperantes que sean sus manifestaciones. «A medida que se tiene más finura, observa Pascal, se descubre
que hay más personas originales». Tal generosidad es la primera cara de la cultura humilde.
El alma de la cultura está hecha de ternura acogedora. El papel del maestro humanista no consiste en formar legiones de pequeños
eruditos uniformes, sino en desarrollar a cada uno según su vocación propia y ayudarle a tomar conciencia del papel que le
incumbirá en la comunidad humana, revelándole sus riquezas y sus limitaciones. El encuentro con lo humano se convierte
entonces en una invitación a aceptarse a sí mismo, a amarse a sí mismo, en el lugar que le corresponde en la humanidad.
Invitación, también, a amar a los otros tal como son y no tal como se querría que fuesen. Tal es el verdadero rostro de la
humanidad: no un perpetuo desprecio de sí mismo, sino una mirada limpia ante los dones que hay que hacer fructificar en sí
mismo y a su alrededor. De cara a sus discípulos, el maestro en humanidad reedita la fábula del labrador y sus hijos: excavad,
ahondad, mullid vuestro espíritu, porque hay dentro un tesoro escondido, y este tesoro es vuestra propia capacidad de acogida.

Michel Barlow, «Diario de un profesor novato»

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4. EL EDUCADOR Y EL ESPERANZAR.
Esa es la primera aporía ante la que se encuentra la escuela y el educador hoy: ¿alimentará el entusiasmo o la distancia crítica
ante la situación actual? ¿subrayará la capacidad sanativa, iluminadora y liberadora que la ciencia y la técnica poseen para
superar carencias fundamentales de la vida humana en el orden de la alimentación, de la sanidad, de la cultura doméstica, de
la producción, del ensanchamiento de posibilidades defensivas frente a la naturaleza, o, por el contrario, se inclinará a
acentuar las condiciones en las que de hecho esa ciencia y técnica se ejercen hoy, a identificar qué son sus destinatarios
privilegiados a costa del trabajo de la mayoría y cuáles son los costos humanos que llevan consigo? ¿presentará con
entusiasmo las actuales configuraciones políticas de la sociedad democrática como el logro supremo de la organización
respetuosa de la libertad entre los hombres, una vez que hemos aceptado la radical igualdad de cada uno de los humanos, y el
valor de cada palabra y de toda palabra, que son medidas por su origen personal primariamente y no por el momento, lugar,
procedencia o condiciones sociales del sujeto que las dice? ¿o por el contrario seguirá mostrando las situaciones inhumanas de
una sociedad, cuando se la contempla no desde el peculiar rincón nacional, sino desde una unidad planetaria, haciendo nacer
el deseo o el proyecto de unos cambios radicales que difícilmente podrán venir por los propios procesos, pues siguiendo éstos
sus cursos quienes ya están en el poder se mantendrán indefinidamente en él?
La escuela, por tanto, ¿incitará sólo al alumno a la búsqueda egoísta de un rincón de trabajo o de placer en esa sociedad
burguesa, y ansiosa siempre de más placer, posesión y dominio, o por el contrario le incitará a un rechazo radical. a un
cuestionamiento de su legitimidad moral, a una inmutación en su raíz, a una revolución, que inmute del todo las relaciones
actuales y genere un orden nuevo más humano, más justo y esperanzado por estar cimentado en la generosidad y en los
valores de trascendencia del hombre, de su destino, de su desbordamiento sobre la duración y el tiempo?

Olegario González de Cardedal, «Memorial para un educador»


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Siempre se ha dicho: pobres los indios que no saben hablar; entonces muchos hablan por ellos. Por eso me decidí a aprender el
castellano.
Rigoberta Menchú, dirigente quiché, premio Nóbel de la Paz
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Dice la Escritura: «Todo el que crea en él no será confundido».
Y no hay distinción entre judío y griego, pues uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan. Así
pues, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin
que se les predique?

Rm 10,11-15

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HOJA PARA EL RESUMEN INDIVIDUAL

¿Eh...? ¿ Es
a mí? ¡Glub!

NOMBRE Y APELLIDOS..................................................................................................................

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