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(1828-1910) | escitor ruso Lev Ni- koalevich Tolstoi es tuna de las cimas dela lite- ratura universal. En su extensa producién sobre- salen las novelas Ana Kare- fina y Guerra y paz. Los cuentos de Tolstoi son equefas obras maestras. Su atractivo no radica en la trama, que por lo general esde una extrema sencilez, sino en la minucioselabo- racién de un efecto conmo- vedor. «El peder dela-infancia, Que Io matent Que lo fusilen! ;Que fusilen inmediatamente a ese cana- Hal... {Que lo maten! ;Que corten el cuello a ese criminal! ;Que lo maten, que lo maten!... ~gritaba una multitud de hombres y mujeres, que conducfa, maniata- do, a un hombre alto y erguido. Este avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba desprecio e ira hacia la gente que lo ro- deaba, Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado de las auto- ridades, Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar. «Qué le hemos de hacer! El poder no ha de estar siempre en nuestras ma- nos. Ahora lo tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriremos. Por lo vis- to, tiene que ser asf, pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, son- refa, frfamente, en respuesta a los gritos de la multitud. -Es un guardia misma manana ha tirado contra nosotros ~ex- clam6 alguien. Pero la muchedumbre no se detenia. Al llegar a una calle en que estaban atin los cadaveres de los que el ejército habfa matado la vispera, la gente fue in- vadida por una furia salvaje. ~{Qué esperamos? Hay que matar a ese infame aqui mismo. Para qué lle- varlo mas lejos? El cautivo se limité a fruncir el cefto y a levantar atin més la cabeza. Pare~ cfa odiar a la muchedumbre mas de lo que ésta lo odiaba a él ~iHay que matarlos a todos! ;A los espias, a los reyes, a los sacerdotes y a esos canallas! Hay que acabar con ellos, enseguida, enseguida... ~gritaban las mujeres. Pero los cabecillas decidieron llevar al reo a la plaza. Ya estaban cerca, cuando de pronto, en un momento de calma, se oy6 tuna vocecita infantil, entre las Gitimas filas de la multitud. ~iPapal ;Papé! -gritaba un chiquillo de seis afios, Horando a légrima viva, mientras se abria paso, para llegar hasta el cautivo-. Papa, ;qué te hacen? (Es- pera, espera! Llévame contigo, llévame... Los clamores de la multitud se apaciguaron por el lado en que venta el chiquillo. Todos se apartaron de é1, como ante una fuerza, dejandolo acercar- seasu padre. ~iQué simpético es! ~coment6 una mujer. -iA quién buscas? ~pregunt6 otra, inclinandose hacia el chiquillo, Papal Déjenme que vaya con papal -lloriqueé el pequeno. ~{Cudntos aftos tienes, nifio? ~{Qué vais a hacer con papa? ~Vuelve a tu casa, nifto, vuelve con tu madre ~dijo un hombre. El reo ofa ya la voz del nifio, asi como las respuestas de la gente. Su cara se torné ain més taciturna, No tiene madre! -exclam6, al ofr las palabras del hombre. El nio se fue abriendo paso hasta que logr6 llegar junto a su padre; y se abraz6 a él La gente segufa gritando lo mismo que antes: «(Que lo maten! (Que lo ahorquent Que fusilen a ese canallal» ~{Por qué has salido de casa? ~pregunté el padre. Donde te llevan? _{Sabes lo que vas a hacer? Que? ~j Sabes quién es Catalina? ~{La vecina? ;Claro! Bueno, pues... ve a su casa y estéte ahi... hasta que yo... hasta que yo vuelva, No; no iré sin ti! -exclamé el nifio, echandose a llorar. {Por qué? Te van a matar. -No. Nada de eso! No me van a hacer nada malo. Despidiéndose del nifto, el reo se acercé al hombre que dirigfa a la mul- titud. -Escuche; mateme como quiera y donde le plazca; pero no lo haga delan- te de él -exclamé, indicando al niftio-. Desdteme por un momento y céjame del brazo para que pueda decirle que estamos paseando, que es usted mi amigo. Asi se marchara. Después..., después podré matarme como se le antoje. El cabecilla accedi6. Entonces, el reo cogié al nifio en brazos y le dijo: ¥é bueno y ve a casa de Catalina, ZY qué vas a hacer ti? -Ya ves, estoy paseando con este amigo; vamos a dar una vuelta; luego iré a casa. Anda, vete, sé bueno. El chiquillo se qued6 mirando fijamente a su padre, incliné la cabeza aun lado, luego al otro, y reflexion6. ~Vete; ahora mismo iré yo también. ~{De veras? El pequeno obedecié. Una mujer lo sacé fuera de la multitud. -Ahora estoy dispuesto; puede matarme -exclam6 el reo, en cuanto el ni- fio hubo desaparecido. Pero, en aquel momento, sucedié algo incomprensible e inesperado. Un mismo sentimiento invadié a todos los que momentos antes se mostraron crueles, despiadados y llenos de odio. ~{Sabéis lo que 0s digo? Debiais soltarlo -propuso una mujer. -Es verdad. Es verdad -asintié alguien. Soltadio! Soltadio! -rugié la multitud Entonces, el hombre orgulloso y despiadado que aborreciera a la muche- dumbre hacia un instante, se eché a llorar; y, cubriéndose el rostro con las ma- ‘nos, pasé entre la gente, sin que nadie lo detuviera, LeON Toustor Luigi Malerba (1927) | escritor italiano Luigi Malerba es uno de los mejores representantes de fa literatura infantil contem- Pordnea. El humor y la ima- ginacién son las notas dis- tintvas de su naratva Los cuentos de Malerba presentan a menudo una isin crtea de muchos a5- pectos de nuestra sociedad, aunque envuelta. siempre en un tono irdnico y bené- volo. Varios centenares de metros més alla del viaducto construido sobre el Valle Frio, la carretera asfaltada bordeaba una pared de roca haciendo una lar- ga curva. A esta curva los automovilistas la habfan bautizado la curva de la muerte» por el gran ntimero de accidentes que ocurrian en ella. Es verdad que scurvas de la muerte» existen un poco por todas partes, en Italia y en otros lu- gares, pero aquélla era la mas famosa y peligrosa y habia sido estudiada, sin éxito, incluso por los técnicos del Ministerio del Automévil. Al agente de trafico Pelliccione se le habfa metido en la cabeza descubrir por qué ocurrian tantos accidentes precisamente en aquel tramo de carretera asignado a su vigilancia. Porque conducen demasiado deprisa, decia un colega. Porque los conductores son distraidos, decia otro. Porque estén borrachos, porque no sujetan bien el volante, porque conducen leyendo el periédico, por- que encienden un cigarrillo, porque pelan una naranja mientras conducen, porque fuman en pipa, porque comen nueces, porque besan a su novia. Pelliccione iba todos los dfas a la curva para estudiarla de cerca, pero en realidad se trataba de una curva absolutamente normal, ni demasiado ancha ni demasiado estrecha, el asfalto no era ni demasiado liso ni demasiado abrupto, la visibilidad era también normal, como normal era la roca contra la cual los coches se estrellaban de vez en cuando. Pelliccione habia observado que casi todos los accidentes sucedian a los automovilistas procedentes del viaducto que atravesaba el Valle Frio y no a los que iban en direccién contraria. Al Valle Frio le llamaban asi porque era azota- do por gélidas ventoleras incluso en verano, pero a Pelliccione no se le ocurria relacionar este fenémeno atmosférico con los accidentes de tréfico. Un dia que estaba en la curva ojo avizor para observar a los vehiculos que pasaban, Pelliccione oy6 en el interior de un viejo automévil, color amari- Hlo-huevo, un potente estornudo, luego vio cémo el coche se desviaba y rozaba la roca. Afortunadamente, el hombre que estaba al volante logré recuperar el control y evitar el desastre. El agente, que era muy agudo de mente, no le echo la culpa al color amarillo-huevo del coche, pero desde ese momento, en lugar 8

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