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Probablemente no sea correcto atribuirle a Perón un diseño muy elaborado de sus políticas
de gobierno. Incluso, muchas de las que aparecen en informes oficiales reflejan la opinión
de quienes las redactaron, más que las del mismo Perón. El dejaba hacer. Si algo salía bien,
lo apoyaba, y si no, no vacilaba en descartarlo.
Perón fue también producto de las experiencias y las ideas de su tiempo. El control de
cambios, la nacionalización de la banca y de los transportes no fueron inventos argentinos:
se experimentaron antes en otros lados. Pero al aplicarlos aquí Perón obedeció, con su
particular modo de ver y de una forma muy pragmática, a la intención de consolidar apoyos
políticos que le dieran un inmenso poder.
A un clima ideológico mundial favorable a la intervención del Estado, desde la crisis del 30,
Perón añadió su especial concepción de la conducción, aprendida en su carrera militar, y su
convicción de que su base de apoyo serían los nuevos sindicatos, surgidos de la
organización gremial concebida por el Estado, semejante a la Carta del Laboro, impuesta
por el fascismo.
Pero Perón no avanzó, como Getulio Vargas, con una constitución corporativa como la del
Estado Novo, en 1937, en Brasil. Sin embargo, no se privó de utilizar todos los instrumentos
a su alcance para producir las modificaciones que buscaba.
Es cierto que al final de la guerra la Argentina contaba con cuantiosas reservas, aunque el
país no pudo disponer en otros mercados de las libras bloqueadas en el Banco de Inglaterra.
Las cambió por el rescate de una deuda de largo plazo y por activos que, en gran medida,
ya eran obsoletos (por ejemplo, los ferrocarriles), cuando pudo haberlas utilizado para
aumentar importaciones desde la propia Gran Bretaña. Pero, en cambio, tuvo en el Banco
Central el instrumento para financiar sus proyectos.
Si a ello se agregan los márgenes de cambio y los fondos de las cajas, se ve que el gobierno
de Perón tuvo una enorme masa de recursos, que usó en prebendas para variadas
clientelas, sin consideración por la restricción presupuestaria.
El hecho es que los instrumentos que usó tuvieron consecuencias negativas sobre las
exportaciones, porque el desfavorable tipo de cambio las mantuvo estancadas. No hubo
inversión en vivienda debido a los alquileres congelados. Los distintos subsidios, entre ellos
a las empresas, financiados monetariamente, contribuyeron a desatar la inflación. Esas
fuentes de financiamiento empezaron a reducirse cuando la economía se desmonetizó y el
impuesto inflacionario rindió menos.
Las diferencias fueron cubiertas, en parte, por créditos subsidiados, redescontados por el
Banco Central. Las pérdidas afectaron también la situación patrimonial, y la calidad y
eficiencia en la prestación de los servicios. A lo largo de los años, no se renovaron equipos
ni se cuidó su mantenimiento, con las secuelas consiguientes.
Como hemos dicho, uno de los objetivos del gobierno de Perón fue mantener elevados los
salarios reales de los sectores populares. Ello, sin embargo, chocaba con un esquema
económico basado en la protección y el subsidio al sector industrial, lo que, por definición,
suponía que este sector tenía una productividad inferior a la de sus competidores
internacionales.
Esto generaba una contradicción, ya que los empresarios industriales no podían aumentar la
remuneración nominal del trabajo sin afectar su ganancia. En esas circunstancias, el
gobierno no limitó su apoyo a esos sectores. Les brindó mercados cautivos y crédito, y
operó sobre los precios que podía controlar, sobre los tipos de cambio, créditos y tarifas, de
modo que fuera mayor el poder adquisitivo del salario nominal.
Con el enorme conjunto de instituciones que se habían creado, la propiedad nominal de una
empresa continuaba siendo de su titular, pero la ganancia dependía, en una medida muy
importante, no ya de su productividad, sino de hechos administrativos.
Es probable que en muchas de las economías mixtas haya ocurrido algo de esto, pero nunca
llegó a extenderse y profundizar tanto como en este caso.
Por otro lado, el variado e interminable conjunto de disposiciones, reglas y normas hacía
que todo el sistema fuera muy complejo y llevara a una inversión importante en tiempo y
recursos, que sólo podían hacer los de mayores ingresos y los más avispados, para poder
aprovecharlo. Así se desató en el país una sorda pero no menos feroz competencia en las
décadas siguientes para obtener concesiones del poder administrador, que siempre terminó
favoreciendo a los mejor informados, más poderosos y más ricos.
¿Cómo destrabar este complejo conjunto de nuevas reglas e instituciones sin afectar a los
intereses que se habían creado? ¿Cómo superar los conflictos y la creciente inestabilidad y
retornar a una senda de razonables equilibrios?
Era un problema que afectaría a los argentinos durante las siguientes décadas del siglo XX y
que marcaría por largo tiempo la evolución económica de la Argentina.