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Proceso histórico del 20 de julio de 1810
Proceso histórico del 20 de julio de 1810
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Proceso histórico del 20 de julio de 1810

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EL 20 DE JULIO.—Los granadinos, que consideraban difícil la situación de España para atender a sus colonias en caso de un movimiento revolucionario, se habían preparado, dirigidos por los hombres más ilustres del virreinato, para no perder cualquier oportunidad de proclamar la independencia.
El florero de la revolución.—En mayo de 1810 llegó a Cartagena el quiteño Antonio Villavicencio con el título de Comisario Regio. Allí dictó algunas medidas favorables a los criollos y ordenó tratar a Nariño, que estaba preso, con menos rigor.
Los santafereños, que seguían cuidadosamente los pasos del nuevo enviado de España, resolvieron festejarlo a su llegada. Con tal motivo Pantaleón Santamaría, pidió al español José González Llorente que le prestara un florero para adornar la mesa en el almuerzo que darían a Villavicencio. El español se lo negó, contestándole con frases injuriosas para los americanos. Francisco Morales y su hijo Antonio, que estaban presentes, cayeron sobre él pa¬ra castigarle, y como eran las once de la mañana y día de mercado, el pueblo se arremolinó rápidamente y prorrumpió en mueras a los españoles. El alcalde, José Miguel Pey, encarceló entonces a José González Llorente para evitar que fuera castigado por el pueblo.
El cabildo abierto.—El tumulto crecía por momentos: las tiendas y las casas de algunos españoles fueron apedreadas, las campanas tocaban a vuelo sin interrupción y en la plaza, miles de personas de toda condición gritaban: ¡queremos cabildo abierto!
¡Necesitamos una Junta Suprema que rija nuestros destinos! Y a los gritos de ¡cabildo abierto!, fue desarmada la guardia de la cárcel, invadida la Casa Consistorial y tomado el parque militar.

LanguageSvenska
Release dateAug 30, 2018
ISBN9780463650608
Proceso histórico del 20 de julio de 1810
Author

Documentos Históricos de Colombia

Archivo general de la nación que condensa los documentos más importantes de las cuatros etapas de la vida colombiana desde la época de la conquista hasta la época republicana actual

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    Proceso histórico del 20 de julio de 1810 - Documentos Históricos de Colombia

    Introducción

    Con la publicación de esta obra –y con la de algunas otras que se encuentran en preparación– el Banco de la República desea asociar su nombre al de las entidades, oficiales y privadas, que en Colombia se aprestan a conmemorar el sesquicentenario de la independencia.

    La evocación de los sucesos ocurridos en Santa Fe nunca deja de suscitar, en todo ánimo patriota, el más elevado sentimiento de admiración y gratitud hacia los recios varones que, arrostrando todos los peligros, y con sólo el ideal de independencia, pugnaron por el imperio en estos dominios de un régimen político autónomo, capaz de garantizar al pueblo el ejercicio de su soberanía y al ciudadano el pleno goce y disfrute de sus derechos.

    La magna empresa, forjadora de la nacionalidad, se vio desde el primer momento asistida y noblemente impulsada por ideólogos de la categoría de Camilo Torres, cuyo Memorial de Agravios, aún si se repasa hoy a la luz de las modernas concepciones de la filosofía del Estado y de los más avanzados criterios en materia social y económica, sorprende por la precisión o claridad de los conceptos, por la alteza de miras y por el juicioso y objetivo enfoque de los complejos e innumerables problemas que afectaban al país en todos los órdenes.

    Es una pieza de sólido contenido y sin guiar eficacia dialéctica, en la que vinieron a resumirse, y a manifestarse en expresiva forma, las angustias, vejaciones y esperanzas que en secular proceso de sedimentación templaron para la heroicidad el alma del pueblo.

    Pese a los reconocidos esfuerzos con que la metrópoli, mediante sana y con frecuencia sabia legislación, buscaba preservar de todo daño moral o físico a los habitantes de estos reinos, la mano del conquistador y del encomendero, y aún la de las propias autoridades, cayó no pocas veces sobre los colonos y nativos con injusto rigor.

    De ahí que los acontecimientos del 20 de julio, significativos como exteriorización de un estado latente de rebeldía, cobran excepcional trascendencia. Y fuerza moral cuando se advierte que no obedecieron a la determinación inmediata de nadie, sino que su origen se localiza atrás en el tiempo y que sus causas fueron fraguándose con insospechada regularidad a todo lo largo de la dominación española.

    Acaso sea excesivo hacer arrancar los infortunios de esas gentes, desde los mismos umbrales de la colonia. La intención que se tuvo al iniciar esta serie con el escrito del Bachiller Luis Sánchez al presidente Espinosa no fue, ciertamente, la de ubicar en él los antecedentes remotos del 20 de julio, sino la de mostrar cómo, en este y en los restantes documentos, campea un decidido e idéntico ánimo de predominio.

    Las piezas se acogen en su texto completo, sin comentarios ni aclaraciones, no obstante saber que respecto de varias de ellas la crítica histórica ha fijado ya con precisión su sentido cabal y su alcance verdadero. Al reunirlas en volumen, el Banco de la República solo aspira a ofrecer a los colombianos, en oportunidad de la conmemoración que se avecina, un criterio descarnado acerca de lo que en diversos períodos de su existencia constituyó la vida de estos reinos y de sus habitantes.

    Bien hubiera podido hacerse una selección más amplia de documentos; pero la necesidad de contraer el ámbito de la obra a los puntos tenidos como fundamentales en el proceso histórico del 20 de julio –y que aquí se revelan en toda su fuerza–, limitó obviamente el empeño.

    Identificado con el país en su admiración y gratitud a los próceres, el Banco de la República renueva en esta ocasión sus sentimientos de inquebrantable esperanza en los destinos de la Patria.

    Ignacio Copete Lizarralde

    Primera  Sección

    Documentos relacionados con la situación de los indígenas y colonos durante los siglos XVI, XVII y XVIII memorial que dio el bachiller Luis Sánchez, residente en chillaron de pareja, al presidente espinosa, en Madrid a 26 de agosto de 1566

    (Archivo de Indias. –Patronato. –Est. 2 Caj. 1, leg. 19. 19. En Colección de Documentos Inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y organización de las Posesiones Españolas sacados de los Archivos del Reino, y muy especialmente del de Indias, por D. Luis Torres de Mendoza. Tomo XI. Imprenta de J. M. Pérez. Madrid, 1869).

    Muy ilustre señor: Si bien se mira, es cierto que todas las cosas y negocios que de las Indias se pueden decir y tratar, vienen a parar y resumirse en solo un punto, y es, en favorecer alma y cuerpo de los indios o destruirlos y acabarlos como hasta hoy se ha hecho y hace. Los que los favorecen de veras –que es con obras y con palabras–, son tan raros, que en diez y ocho años que he estado en las Indias, no he visto cuatro.

    Todos los demás, son sus contrarios y los asuelan y destruyen. De aquí viene que daré por cuenta mil quinientas y algunas más leguas despobladas en las Indias por medio de españoles que estaban llenas de indios; y en las más de ellas no han dejado criatura, y en las otras, tan poca gente, que se pueden llamar despobladas.

    La causa de este mal es, que todos cuantos pasamos a las Indias, vamos con intención de volver a España muy ricos, lo cual es imposible –pues de acá no llevamos nada y allá holgamos– sino a costa del sudor y sangre de los indios.

    La manera como se han despoblado tantas tierras, –no hablo de México, porque allí entiendo ha habido siempre un poco de justicia y favor para los indios– creo no quedará nada si no se remedia.

    Lo primero ha sido las crueles e injustas guerras que los españoles han hecho y hacen a los indios, matándolos, robándolos, talando y ahuyentándolos de sus tierras. Todo contra la orden e instrucciones muy cristianas que de nuestros Reyes llevaban.

    En estas guerras y jornadas, –que llaman– en sola la gobernación de Popayán, después que yo estoy allá, he visto conquistar y poblar once pueblos de españoles con cada 20 y 30 leguas de término cada uno, y otras cinco jornadas; y en ello he visto, con estos ojos, cosas y crueldades nunca vistas, que no las sufriría a oír ningún cristiano, cuanto más V. S.: pues que será en otras infinitas partes que lo he oído a personas que se hallaron presentes.

    Lo segundo que ha destruido las Indias, fue los esclavos, que con muy falsas informaciones, y no entendiéndose los negocios, se hicieron hasta que S. M., siendo desengañado, los dio por libres; y aunque las dos dichas causas han destruido mucho, pero la que viene, ha asolado más que ambas, y casi las dos, son ya pasadas, y esta es como una carcoma y asuela hoy más que nunca, y no se siente y es el repartimiento de los indios, porque no usan los españoles de ellos como vasallos, sino como esclavos y enemigos. En minas, cargas y servicios personales y en las más partes no guardan más tasa y viven tan sin ley como si no fuesen sino cristianos; esto no se puede bien entender si no platicar.

    Ha ayudado mucho a la destrucción de tanta multitud de gentes, ser los indios de su natural, tan débiles y ruin complexión, que con poco mal, y trabajo que les den, se mueren, especialmente sacándolos de sus tierras y provincias, como los han sacado muchas leguas, y pocos volvían a sus casas; y así se dice, que el indio es como el pescado, que en sacándolo del agua muere.

    Todos los daños y robos dichos, y cuantos se han hecho en las Indias, los ha causado la insaciable codicia de los españoles, la cual creció mucho, porque no ha habido freno de parte de la justicia; también de esta han nacido tantas guerras civiles, unos españoles con otros en el Perú y otras partes, mil a mil y quinientos a quinientos, y ciento a ciento hasta acabarse unos a otros, y esto con grandísimo daño de los indios, que siempre es mal para el cántaro que es el indio; que mientras hay guerras que casi no han faltado, todos hacen lo que quieren en los indios, y acontece llevar el tirano en su campo ocho o diez mil indios de carga, y los leales otros tantos. Lo dicho sea cuanto al cuerpo del indio.

    Cuanto a su alma, bastará decir que de tantas provincias despobladas y millones de gentes que por la codicia de españoles han sido muertos, no han ido la centésima parte cristianos, sino así los echaban al infierno y los mataban como si fueran brutos; pues en los que hemos convertido y son bautizados, yo prometo a V. S. que no hay en ellos onza de fe, si se pudiera pesar, –dejo aparte lo de México que entiendo hay algo más– porque no se levanta el entendimiento del indio dos dedos del suelo en lo que toca a su alma, y de su natural, son como monas en las apariencias, muy diligentes, muy amigos de disciplinarse y ofrecerse confesar, llorar en la confesión, oír misas y sermones, que parece vienen de buena gana a todo; y si los dejan, de allí a dos horas no hay nada; esto entiendo, por más que publiquen por ahí gentes, que yo también he gastado mi tiempo en ello predicando y doctrinando indios; y creo que no he hecho de fruto valía de un real, pero de esta poca fe y cristiandad de los indios, echemos la mitad de la culpa a los ruines predicadores y a su mal ejemplo, –que es lástima verlo– que les decimos una cosa y hacemos otra, y el pobre del indio, ignorantísimo, mira muy bien lo que hago y olvida lo que digo.

    Si V. S. me preguntare todos estos daños y crueldades, etc. que en el alma y cuerpo de los indios se han hecho ¿cómo en 74 años que ha que se descubrieron las Indias no se han remediado? Digo, que porque no sea entendido ni creo se acabará de entender, aunque está bien claro, y lo vemos por los ojos y podrá ser sea juicio de Dios, sino que no lo alcanzamos; que quiere Nuestro Señor castigar a estos indios por sus enormes pecados, y no quiere se entiendan las Indias para ponerse el remedio hasta que él sea servido; dejémoslo a su divina voluntad.

    Pero humanamente hallo yo tres causas, por donde las Indias no se han entendido; la primera es, que como son tantas las tierras de las Indias y tan remotas de España, tantas provincias tan diferentes unas de otras, y en nada se parecen a las de acá, cada una tiene necesidad de sus particulares leyes, y cada día acontece que dan una misma ley para todas; y así, lo que aprovecha a una daña a otra; y también como los que de acá las gobiernan no las han visto, han de gobernar forzoso por lo que otros dicen o escriben; y también cuando un Señor del Consejo comienza a entender las Indias, luego le mudan, por lo cual no se entienden, y si se acierta, es acaso.

    Lo segundo, casi todos los que vienen de Indias y desde allá escriben, informan mal y a su gusto, que es el interés, el cual han de sacar forzoso de los indios, y en esto todos son a una, todos desean vivir en aquella libertad y anchura, y que nadie les vaya a la mano; y no han de informar lo que a ellos les está mal, porque no se remedie; y como se han gobernado por estas informaciones hanse errado muchas veces, y ya ha caído en esto el Consejo, y con razón no sabe a quién crea.

    Lo tercero, vienen también de las Indias personas de bien y religiosas, huyendo de los grandes males que allá hay, con gran fervor y celo de informar acá la verdad para que se remedie. Estos son muy pocos y conocerse han, en que vienen pobres y no bien quistos de gente de Indias. Estos con gran calor, comienzan a decir verdades y a desengañar de las cosas de Indias, y como acá, todos y el Consejo, están escarmentados de las mentiras que a todos los demás han oído, no saben a quién crean; y como a los buenos no les dan crédito, ni a las veces oídos, y si los oyen tibiamente, cánsanse y déjanlo; y también cuando echan ojo en lo que trabajó el buen Obispo de Chiapa, y en su gran constancia y en lo que padeció mi buen amo el Obispo de Popayán; y como ambos murieron con este pío, de que se supiese la verdad de lo que en las Indias pasa, y se remediase y ambos sacaron poco fruto de sus trabajos, como ven esto, desanímanse y déjanlo, y así no se acaba de averiguar la verdad de lo que en las Indias pasa.

    Quien tenga la culpa de tantos males y daños, yo le diré, y no la tiene nuestro buen rey y señor como algunos atrevida y malamente, sin entenderlo, hablan; porque bastantísimamente descarga con poner un Consejo tan cristiano y de tantas letras, y él, tan de buena gana oye a todos, y lo que a su noticia viene, manda remediar y a hecho y hace tan grandes limosnas en las Indias, edificando iglesias, monasterios y hospitales y colegios, y gastando tantos dineros enviando allá frailes y clérigos que prediquen el Santo Evangelio.

    Pues el Consejo de Indias, tampoco tiene culpa de estos males, pues con diligencias hace lo que en sí es, procurando de enviar allá Obispos y Jueces los mejores que puede hallar y si allá se pervierten, ¿qué culpa tiene? basta hacerles tomar residencia y castigarlos, pues las provisiones, cédulas instrucciones que envía y lo que allá manda, santísimo es.

    La culpa de todos los males cometidos en las Indias, a mi juicio, reparto yo en tres géneros de personas, la tercia parte de esta culpa –y aunque le echara la mitad no errara– tienen todos los Jueces eclesiásticos y seglares, desde el mayor hasta el menor que han estado y están hoy en las Indias, porque jamás han ejecutado a derechas, lo que el Consejo desde acá santamente les manda; ni las nuevas leyes, ni otras mil provisiones e instrucciones que para el buen gobierno de las Indias, cada día les envían; los unos, especial, inferiores no lo hacen por estar hechos a la tierra y corrompidos con los comenderos, con codicia; los otros muy prudentazos, a los cuales alaban mucho por no ejecutar nada, dicen no conviene de quitar; esto yo informaré a S. M., no es tiempo, no conviene para esta tierra, no la entiende el Consejo, y así se quedan los delitos sin castigo, y no se ejecuta justicia; y por esto y no por otra causa se han levantado allá tantos tiranos en el Perú y otras partes; porque el fin de la justicia, bien vemos que es la paz, y los buenos Jueces que hay que son pocos como sus compañeros y todos son contra ellos, no prevalecen ni llega su voto al fogón; de todo esto pondré grandes ejemplos que he visto y oído allá.

    La segunda tercia parte de la culpa de estos males, echo a todos los clérigos y frailes que están y han estado en las Indias, que por hacerse ricos se han conformado con todos los malos que asuelan las Indias, y los confiesan y absuelven sin restituir lo que han robado a los indios, y absuelven a los tiranos, dejándolos a todos en su propio estado, sobre sanándoles sus pecados.

    Viendo claramente consumirse los indios y acabarse por servirse de ellos hasta que mueren, y declarar esto, es un abismo.

    La última tercia parte representa entre si los propios conquistadores y encomenderos de indios y sus criados y los soldados que son todos los moradores de las Indias, por ser ellos los perpetradores de estos delitos, que si los hubiese de contar, sería de no acabar y me mandaría V. S. callar, porque no podrían orejas tan cristianas, oír tan graves delitos como españoles han cometido y hoy cometen contra los indios.

    El remedio para que no pasen adelante tantos males, délo Dios Nuestro Señor, que los hombres poco alcanzan. Pero sería algún medio y entender seria que se quiere remediar, si estas cosas de las Indias se procuran presto de entender, lo cual no se puede hacer sin hacer una grande junta, como conviene a negocio tan importante, donde esté presente S. M. o V. S. y el propio Consejo de Indias, y otros grandes teólogos, todos por Jueces, y allí en medio como en un coso, a una parte poner todos los buenos religiosos y otras personas que hay de gran virtud y tratan este negocio, que tengan todos experiencia de las Indias; y de la otra parte, poner un hato de esta gente, que ha venido de Indias, y cada uno de lo que ha visto y sabe de cada provincia, por sí, averíguese allí delante de tan buenos Jueces, la verdad, y harán confesar los buenos a la gente de Indias, lo que allá pasa; y así, clara y abiertamente se verán los males que allá hay, y averiguado esto, que es lo que toca al hecho, V. S. y el Consejo determinen el derecho, y den la orden, cual que convenga, y váyase a ejecutar, que poco a poco se hará mucho en el servicio de Dios y en la conversión de los indios; y no haciéndose, siempre andaremos a tiento.

    V. S. me perdone si he sido largo, que no convenía con persona tan ocupada; la cualidad del negocio me disculpa y habérmelo mandado V. S. etc.

    Este memorial dio el bachiller Luis Sánchez, que vive en Chillarón de Pareja. Diolo al señor presidente Espinosa, en Madrid a 26 de agosto 1566 años.

    Denuncios sobre la mala administración colonial por el presbítero Juan Bautista de Toro

    (De: El secular religioso. En Madrid: Por Francisco del Hierro. Año de 1721).

    230. Hallándome en un pueblo de indios, fue a deshora una india ciega a llamarme, para que pasase a la iglesia, y oyera lo que quería referirme. Fui a la iglesia y postrada ella de rodillas, derramando copiosas lágrimas me dijo: sabed Padre, que llegaron a mi casa la otra noche dos blancos (así llaman los indios a los españoles) y me dijeron que yo tenía santuario, (este es el nombre, que se le da a los lugares, en que solían depositar y esconder los indios su oro) y que si no decía donde estaba, me quitarían la vida; pero como yo les dije con verdad, que no tenía santuario alguno, trataron de atormentarme para que confesase, y de tal manera me apretaron los ojos con sus dedos, que me los reventaron, y dejaron ciega, como lo está viendo.

    Fuéronse y dejáronme tan afligida de pensar, que ya para pasar mi vida había de pedir limosna, que queriendo más el morir, dejé tres días de comer para acabar; pero mi madre (así llamaba siempre a nuestra grande Reina) vino, oh qué hermosa, Padre mío! Oh, qué linda!

    Yo no he visto acá cara tan linda y hermosa, y me riñó mucho, porque me quería dejar morir, y no quería comer; me mandó que viniera, que me confesara, y pasara mis trabajos con paciencia. Por esto he venido. Yo le pregunté dos cosas entre otras. La primera, que era lo que hacía en reverencia de su Madre la Virgen?

    A que respondió, que los sábados le llevaba una o dos velas de sebo a la iglesia, las encendía ante una imagen suya, y estaba por algún tiempo acompañándola. La otra pregunta fue, que cómo, si estaba ciega, podía haber visto a su madre la Virgen? A que respondió de este modo, y con estos propios términos suyos: miren esto del Padre! Si me ves ciega, cómo había de ver? Pero yo vi a mi Madre la Virgen acá dentro.

    No le pregunté acerca de los efectos de la visión, porque yo le estaba palpando con su ternura, en el agradecimiento a Nuestra Señora, en la humildad, en el resignarse ya a pasar con el trabajo de su ceguera, y en el venir a confesarse. O Madre de Dios Santísima, decía yo entonces en el secreto de mi corazón y digo ahora por escrito, como es verdad, que a ninguno desamparas, ni desechas y por la salvación de todos miras! Mirad Señora mía por mi salvación. Mirad por mi salvación dueña de mi alma.

    231. No puedo menos, lector mío, a mi vista del agravio que recibió esta pobre india por manos de la codicia, que lamentarme de lo mucho, que por la codicia de los españoles padecen los indios. Perdóneseme la digresión por caridad. A esta pobre le quitó la vista del cuerpo la ajena codicia; mas a los españoles, que el amor del oro y plata, trae a las Indias, comúnmente les ciega las almas su codicia propia.

    A esta pobre india le quitaron la vista que Dios le había dado; pero son innumerables a los que les estorba la vista espiritual, que podía Dios darles, porque son sin número los indios gentiles, que hay en contorno de la Provincia, donde estoy escribiendo de esto, los cuales se resisten al cristianismo, por las noticias que tienen de lo que los oprimen los españoles corregidores, encomenderos, etc. cuando son cristianos y los tienen debajo de su obediencia por sacarles plata.

    Quien pudiera imprimirles en sus memorias a estos señores encomenderos y a los corregidores, y los demás, que llevados del demasiado apetito de riquezas, pretenden oficios para estas partes de las Indias, lo que les dificulta San Francisco Javier su salvación. Y en otra parte dice, que de estos se entienden aquellas palabras: Deleantur de libro vite, etc. cum iuftis non fcribantur. Sean borrados del libro de la vida y no se escriban con los justos, o tengo para mí, por cosa muy cierta, que son pocas las almas de corregidores, encomenderos, presidentes, oidores o gobernadores en las Indias, que se salvan.

    No porque juzgue yo, que no pueden los seculares ser muy justos, y aún santos en sus oficios, pues el fin del trabajo en formar este libro, no es otro, que persuadirles con razones y ejemplos que pueden ser en sus estados y oficios, ante los ojos de Dios muy agradables, y señalarles las Reglas, con cuya observancia cumplan con sus obligaciones; sino porque regularmente hablando, es dificultosísimo el que un corazón, en quien reina encastillada la codicia, se sujete a Regla.

    La prueba es evidente. Porque Reglas, ni leyes más justas, más conformes a razón, ni más santas, que las que nuestros Reyes, y señores tienen dispuestas y prevenidas en orden a evitar las extorsiones, los malos tratamientos e injusticias que dichos ministros pueden ejecutar contra los indios miserables? ¿Pero cómo ni cuándo se observan? Lo que lloran nuestros ojos es el que los de nuestro Rey, señor de España, estén tan lejos y que solo lleguen a sus oídos informes de los mismos interesados en los agravios contra los indios.

    232. Lo peor de todo es, que si algunos Curas, llevados del celo de la caridad y compasión, tan propia de los Sacerdotes, quieren alguna vez defenderlos, o ir a la mano a los corregidores, estos entonces, como cada día se experimenta tiran con la venganza, hasta quitar a los Curas la honra. ¡O Dios Eterno! ¿Qué remedio podrá tener este daño? Solo el que puede dar vuestra misericordia. Pues, Señor, de vuestra misericordia venga el remedio.

    Yo no he sido, ni soy Cura de indios, y así no digo esto por pasión alguna, sino por compasión, nacida de lo que muchas veces en los pueblos de indios he visto, cuando en ellos he estado, aunque de paso. Basta de digresión y paso a nuestro principal intento, apuntando otros ejemplos, en que se ha mostrado Nuestra Señora Protectora muy amante de los pecadores.

    ¿Qué es la vida?

    61. Es la vida una carrera inquieta; un movimiento continuo, y una caída hacia la muerte; es un vuelo hacia el sepulcro; es un aliento prestado, y un soplo incierto; es una respiración, que si corre es aire y si falta es muerte; si continúa, respira el hombre; y si se detiene, espira el hombre. Esta es la vida, por cuyo amor se cometen tantas culpas mortales.

    Es la vida según dice el profeta de los reyes, no otra cosa que un poco de humo. Es un vapor ligero, dice el apóstol Santiago. Es un leve viento, dice Job. Es una sombra que pasa, dice David.

    Esta es la vida, que tanto cuidamos; esta es la vida, por cuyo regalo tantos delitos cometemos, ofendiendo y enojando al Autor de ella misma, y a los prójimos, en tanto grado, que llegan muchos hasta comerse las carnes de otros, como se lamentaba la misma Paciencia; palabras, que parece las dijo tan sentidamente este pacientísimo rey en nombre de los miserables Indios de este nuevo Reino de Granada, donde escribo lo que estoy escribiendo.

    Que es ver y considerar como por pasar la vida regalada muchos de los que tienen el nombre de Cristianos, tan indignos de este nombre como yo; muchos Corregidores digo, y Encomenderos, que se sustentan de la sangre de estos desdichados, como en este mismo Reino lo mostró aquel asombro de perfección San Luis Beltrán, cuando hallándose en la mesa de uno de estos y tomando en su mano una arepa (que así se llama un género de pasta o pan, que hacen de maíz los Indios) y exprimiéndola, sacó de ella bastante sangre, y dijo: "Esta es sangre de los Indios, con que os sustentáis.

    Qué provecho podrá hacer a vuestras almas". Y si entonces cuando los señores Corregidores y señores Encomenderos se contentaban con el sustento de las arepas, sacaba sangre de ellas aquel celosísimo Valenciano; que sacara ahora cuando no sé quiénes tratan a veces con más vilipendio que a los brutos, y más desprecio que si fuesen vilísimos esclavos, solo por conocer que son sus espíritus tan pusilánimes, y naturalmente tan humildes, que jamás levantan ni aún la voz, sino es cuando a fuerza de azotes) (con que por ligeras causas los atormentan muchas veces) les obliga a que levanten hasta los cielos; que penetrados ya de sus gemidos van contra todos despidiendo justos castigos?

    De sus desnudas y trabajadas carnes sacan con infernal tiranía el sudor que clama al cielo, para tener sembrado para el regalo, la vanidad y el juego; y para tener siempre sus trojes abastecidas, solicitan mil estratagemas, haciéndose dueños de sus pequeñas sementeras; y para vestirse ellos de seda, no les permiten a estos tristes ni aún ser dueños de una vestidura de que usan de muy basta lana.

    Oh, quién pudiera hacer, que los piadosos ojos de nuestro muy Católico monarca viesen, como los nuestros están viendo, las inhumanas extorsiones, que padecen estos pobres! Mirad misericordiosísimo Padre, la innumerable multitud de infieles, que no lejos de estas partes, se resisten a recibir el bautismo, solo porque tienen noticia del mal tratamiento, que padecen los que de los suyos se han hecho cristianos y sujetándose a estos tratamientos; y socorred, Dios mío, a los que redimiste con tu sangre preciosísima y a estos que tanto los afligen, dadles luz, apagad su insaciable codicia y haced que entiendan cuán pocos de ellos son los que se salvan.

    21 –Medite las virtudes de un rey Josaphat, de que se hace mención en el Texto Sagrado. Su fe fue admirable. Su esperanza en Dios prodigiosa, y tan Religioso Rey, que esmeró todo su cuidado en enviar varones doctos a todas las partes del reino, para que enseñasen y predicasen a todos los pueblos la Ley de Dios y los preceptos Divinos.

    Así lo hacen también y con notable celo nuestros muy religiosos y muy católicos reyes de España, enviando y costeando Misioneros a estas partes de las Indias. Infórmense por la sangre de Cristo, de lo que se ejecuta en orden a este santo deseo, porque son innumerables los indios, que pudieran ser conquistados, si los Ministros suyos, esto es, los Presidentes, Gobernadores, etc., pusieran para este fin los hombros.

    Pero lo que sucede es, que por la mayor parte de los Misioneros que costean nuestros príncipes se hallan acá sin fomento, porque los ministros superiores de estas partes, más vienen a buscar oro para sí, que almas para Jesucristo.

    Oh, quién pudiera postrado a los pies de nuestros príncipes de España, significarles cuánto importa, así para la mayor exaltación de la Iglesia y honra de la Majestad Divina, que fuesen escogidos los mejores entre los buenos, los más temerosos de Dios, los más desinteresados, los más religiosos católicos, los más rectos y justos, para Jueces de estas partes de las Indias!

    Porque como el recurso a nuestro rey está tan dilatado en no siendo los Presidentes, Gobernadores, Oidores, etc., de lo mejor, todo sucede por acá muy mal. Muchas veces sus órdenes no se observan, sus cédulas no se si se ocultan, los obispos no se respetan, la Iglesia es ultrajada y todos lloramos de ver que no puede nuestro rey y Señor

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