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Homero: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor
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Homero: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor

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Obras completas de Homero
ÍNDICE:
[Biografía Homero]
[Biografía de Luis Segalá]
[LA ILÍADA]
[ODISEA]
[HIMNOS]

[EPIGRAMAS]
I: A LOS NEOTIQUENSES
II: ESTANDO PARA REGRESAR A CIME
III: A MIDAS
IV: A LOS CIMEOS
V: AL TESTÓRIDA
VI: A POSIDÓΝ
VII: A LA CIUDAD DE ERITREA
VIII: A LOS MARINEROS
IX: A LOS MISMOS
X: A UN PINO
XI: A GLAUCO, EL CABRERO
XII: A UNA SACERDOTISA DE SAMOS
A LA CASA DE LOS COFRATRICIOS
XIV: EL HORNO O EL VASO DE ARCILLA
XV: CANCIÓN DE MENDIGO
XVI: A LOS PESCADORES
XVII: EN EL SEPULCRO DE HOMERO

[FRAGMENTOS]
DEL MARGITES
DE LA CIPRIADA
DE LA ETIÓPIDA
DE LA PEQUEÑA ILIADA
DE LA DESTRUCCIÓN DE TROYA
DE LOS REGRESOS
DE LA TOMA DE ECALIA
VERSOS HEROICOS ATRIBUIDOS A HOMERO QUE NO SE HALLAN NI EN LA ILIADA, NI EN LA ODISEA, NI EN LOS HIMNOS, NI EN LOS FRAGMENTOS CONOCIDOS DE LOS CICLICOS.
DE LA TITANOMAQUIA
DE LA EDIPODIA
DE LA TEBAIDA
DE LOS EPIGONES
LanguageEspañol
Release dateJan 1, 2022
ISBN9789180305723
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    Book preview

    Homero - Homero

    ÍNDICE


    Biografía Homero

    Biografía de Luis Segalá

    LA ILÍADA

    Canto I

    Canto II

    Canto III

    Canto IV

    Canto V

    Canto VI

    Canto VII

    Canto VIII

    Canto IX

    Canto X

    Canto XI

    Canto XII

    Canto XIII

    Canto XIV

    Canto XV

    Canto XVI

    Canto XVII

    Canto XVIII

    Canto XIX

    Canto XX

    Canto XXI

    Canto XXII

    Canto XXIII

    Canto XXIV

    ODISEA

    Canto I

    Canto II

    Canto III

    Canto IV

    Canto V

    Canto VI

    Canto VII

    Canto VIII

    Canto IX

    Canto X

    Canto XI

    Canto XII

    Canto XIII

    Canto XIV

    Canto XV

    Canto XVI

    Canto XVII

    Canto XVIII

    Canto XIX

    Canto XX

    Canto XXI

    Canto XXII

    Canto XXIII

    Canto XXIV

    HIMNOS

    Canto I

    Canto II

    Canto III

    Canto IV

    Canto V

    Canto VI

    Canto VII

    Canto VIII

    Canto IX

    Canto X

    Canto XI

    Canto XII

    Canto XIII

    Canto XIV

    Canto XV

    Canto XVI

    Canto XVII

    Canto XVIII

    Canto XIX

    Canto XX

    Canto XXI

    Canto XXII

    Canto XXIII

    Canto XXIV

    Canto XXV

    Canto XXVI

    Canto XXVII

    Canto XXVIII

    Canto XXIX

    Canto XXX

    Canto XXXI

    Canto XXXII

    Canto XXXIII

    EPIGRAMAS

    I: A LOS NEOTIQUENSES

    II: ESTANDO PARA REGRESAR A CIME

    III: A MIDAS

    IV: A LOS CIMEOS

    V: AL TESTÓRIDA

    VI: A POSIDÓΝ

    VII: A LA CIUDAD DE ERITREA

    VIII: A LOS MARINEROS

    IX: A LOS MISMOS

    X: A UN PINO

    XI: A GLAUCO, EL CABRERO

    XII: A UNA SACERDOTISA DE SAMOS

    A LA CASA DE LOS COFRATRICIOS

    XIV: EL HORNO O EL VASO DE ARCILLA

    XV: CANCIÓN DE MENDIGO

    XVI: A LOS PESCADORES

    XVII: EN EL SEPULCRO DE HOMERO

    FRAGMENTOS

    DEL MARGITES

    DE LA CIPRIADA

    DE LA ETIÓPIDA

    DE LA PEQUEÑA ILIADA

    DE LA DESTRUCCIÓN DE TROYA

    DE LOS REGRESOS

    DE LA TOMA DE ECALIA

    VERSOS HEROICOS ATRIBUIDOS A HOMERO QUE NO SE HALLAN NI EN LA ILIADA, NI EN LA ODISEA, NI EN LOS HIMNOS, NI EN LOS FRAGMENTOS CONOCIDOS DE LOS CICLICOS.

    DE LA TITANOMAQUIA

    DE LA EDIPODIA

    DE LA TEBAIDA

    DE LOS EPIGONES

    Índice


    Biografía Homero


    Homero (en griego antiguo Ὅμηρος Hómēros; ca. siglo VIII a. C.) es el nombre dado al aedo a quien tradicionalmente se atribuye la autoría de los principales poemas épicos griegos: la Ilíada y la Odisea. Desde el período helenístico se ha cuestionado que el autor de ambas obras fuera la misma persona; sin embargo, antes no solo no existían estas dudas sino que la Ilíada y la Odisea eran considerados relatos históricos reales.

    El nombre de Hómēros es una variante jónica del eólico Homaros. Su significado es rehén, prenda o garantía. Hay una teoría que sostiene que el nombre proviene de una sociedad de poetas llamados los Homéridas (Homēridai), que literalmente significa «hijos de rehenes», es decir, descendientes de prisioneros de guerra. Dado que estos hombres no eran enviados a la guerra al dudarse de su lealtad en el campo de batalla, no morían en él. Por tanto, cuando no había literatura propiamente dicha (escrita), se les confiaba el trabajo de recordar la poesía épica local, y, con ella, los acontecimientos pasados.

    También se ha sugerido que lo que podría contener el nombre Hómeros es un juego de palabras derivado de la expresión ho me horón, que significa el que no ve.


    Biografía


    En la figura de Homero confluyen realidad y leyenda. La tradición sostenía que Homero era ciego, y varios lugares reclamaban ser su lugar de nacimiento: Quíos, Esmirna, Colofón, Atenas, Argos, Rodas, Salamina, Pilos, Cumas e Ítaca.

    Datos biográficos recogidos por la tradición

    El Himno homérico a Apolo delio dice «que es un ciego que reside en Quíos, la rocosa».El poeta lírico Simónides de Amorgos atribuye al «hombre de Quíos» el siguiente verso de la Ilíada:

    ¿Por qué me preguntas mi linaje? Como el linaje de las hojas soy

    Ese verso fue convertido en proverbio en la Época Clásica. Luciano de Samósata dice que fue un babilonio enviado a Grecia como rehén, y de ahí su nombre.

    Pausanias transmite una tradición de los chipriotas, quienes también reclamaban para sí a Homero:

    Dicen que Temisto, una mujer del lugar, era su madre, y que Euclo profetizó el nacimiento de Homero en estos versos:

    Y entonces en la costera Chipre existirá un gran cantor,

    al que dará a luz Temisto en el campo, divina entre las mujeres,

    un cantor muy ilustre lejos de la muy rica Salamina.

    Dejando Chipre mojado y llevado por las olas,

    Cantando él solo el primero las glorias de la espaciosa Hélade

    Será inmortal por siempre y no conocerá la vejez

    PAUSANIAS: Descripción de Grecia, X, 24, 3.

    Sin embargo, también se conserva el siguiente epigrama, atribuido al poeta helenístico Alceo de Mesene, en el que Homero niega su origen salaminio, y niega que se erigiera una estatua suya en esta ciudad y que su padre fuera un tal Demágoras:

    Ni aunque el martillo surgir como Homero de oro me hiciera entre rayos flameantes de Zeus, soy ni seré salaminio ni el hijo de Meles lo será de Demágoras; ¡tal la Hélade lo vea! Con otro poeta probad; y mis versos vosotros a los Helenos, Musas y Quíos, cantadlos.

    ALCEO DE MESENE: Epigrama 555, recogido en la Antología Palatina.

    Acerca del lugar donde murió Homero, hay una tradición, atestiguada al menos desde el siglo V a. C., de que se produjo en la isla de Íos.

    Pausanias recoge esta tradición y habla sobre una estatua de Homero que vio y un oráculo que leyó en el Templo de Apolo, en Delfos:

    Puedes ver también en el pronaos del Templo de Apolo de Delfos una estatua de bronce de Homero sobre una estela y en ella leerás el oráculo que dicen que tuvo Homero:

    Dichoso e infortunado, pues naciste para cambiar cosas,

    Buscas una patria. Tienes una tierra natal, pero no una patria.

    La isla de Íos es la patria de tu madre, que cuando mueras te recibirá. Pero vigila el enigma

    de los jóvenes muchachos.

    PAUSANIAS: op. cit., X, 24.

    Además señala que:

    Los de Íos enseñan también un sepulcro de Homero en la isla y en otro lugar uno de Clímene, y dicen que Clímene era la madre de Homero.

    Y por último, el geógrafo lidio revela que no le agrada escribir sobre la época en que vivieron Homero y Hesíodo:

    Sobre la época de Hesíodo y de Homero, he indagado cuidadosamente y no me es agradable escribir sobre ello, porque conozco el afán de censura de otros, sobre todo de los que en mi tiempo se ocupan de la composición de poemas épicos.

    PAUSANIAS: op. cit. IX, 30, 3.

    Aunque ya en la época de la Grecia Clásica nada concreto y seguro se sabía de Homero, a partir del periodo helenístico empezaron a surgir biografías que recogían tradiciones muy diversas y a menudo datos de contenido fabuloso. En estos relatos se decía que antes de llamarse Homero se había llamado Meles, Melesígenes, Altes o Meón, y se daban datos muy diversos y con numerosas variantes acerca de su ascendencia.

    Hay una tradición que dice que la Pitia dio una respuesta al emperador Adriano acerca de la procedencia de Homero y de su ascendencia:

    Me preguntas por la ascendencia y la tierra patria de una inmortal sirena. Por su residencia es itacense; Telémaco es su padre y la nestórea Epicasta su madre, la que alumbró con mucho al varón más sabio de los mortales.

    Investigación moderna

    Se considera que la mayor parte de las biografías de Homero que circularon en la Antigüedad no aportaban ningún dato seguro. Sin embargo, suele admitirse que el lugar de procedencia del poeta debió de ser la zona colonial jónica de Asia Menor, basándose en los rasgos lingüísticos de sus obras y en la fuerte tradición que lo hacía proceder de la zona. El investigador Joachim Latacz sostiene que Homero pertenecía o estaba en permanente contacto con el entorno de la nobleza. También persiste el debate sobre si Homero fue una persona real o bien el nombre dado a uno o más poetas orales que cantaban obras épicas tradicionales.


    Obras que le fueron atribuidas


    Además de la Ilíada y la Odisea, a Homero se le atribuyeron otros poemas, como la épica menor cómica Batracomiomaquia (La guerra de las ranas y los ratones), el corpus de los himnos homéricos y varias otras obras perdidas o fragmentarias tales como Margites. Algunos autores antiguos le atribuían el Ciclo épico completo, que comprende más poemas sobre la Guerra de Troya así como epopeyas que narraban la vida de Edipo y guerras entre argivos y tebanos.

    Los historiadores modernos, sin embargo, suelen estar de acuerdo en que la Batracomiomaquia, el Margites, los himnos homéricos y los poemas cíclicos son posteriores a la Ilíada y a la Odisea.


    Imagen de Homero en Céncreas


    Una pintura del poeta griego Homero sobre un panel del templo de Isis en Céncreas, antiguo puerto de Corinto, donde su rostro refleja cierta severidad, ha sugerido que las imágenes bizantinas de Cristo pudieron haber sido ideadas a partir de dicha figura, en especial por la similitud de las fisonomía facial y también en cuanto a la postura del cuerpo que se representa en las mismas.


    Datación


    Testimonios antiguos

    La mayor parte de la tradición sostenía que Homero había sido el primer poeta de la Antigua Grecia. Heródoto, que cita varios pasajes de la Ilíada y de la Odisea, dice que Homero vivió cuatrocientos años antes que él, lo que situaría al poeta en torno al siglo IX a. C. Por otra parte, Helánico de Lesbos dijo que Homero había sido contemporáneo de la Guerra de Troya, y Eratóstenes sostenía que debió de vivir un siglo después. Otros autores antiguos consideraban que Homero era contemporáneo de Licurgo o de Arquíloco.

    También en la Antigüedad se discutía acerca de la relación cronológica entre Homero y Hesíodo. Jenófanes y Filócoro pertenecían al grupo de los autores que situaban a Homero con anterioridad a Hesíodo. El Certamen de Homero y Hesíodo, una obra muy tardía, suponía que eran contemporáneos entre sí. En cambio, Éforo, Lucio Accio y la Crónica de Paros decían que Hesíodo había sido anterior.

    Con anterioridad a Heródoto, hubo otros autores que citaron a Homero: Heráclito, Teágenes de Regio, Píndaro, Semónides y Jenófanes. Además, Heródoto recoge la noticia de que el tirano Clístenes había prohibido a los rapsodas competir en Sición a causa de los poemas homéricos, pues estos celebraban continuamente a Argos y a los argivos. Sin embargo, esta última alusión es posible que se refiriera al ciclo tebano y no a la Ilíada ni a la Odisea.

    Redacción de los poemas homéricos en el siglo VIII a. C.

    La mayoría de los historiadores sitúa la figura de Homero en el siglo VIII a. C., aunque hay controversia acerca de la fecha en la que sus poemas se pusieron por escrito. El hallazgo de una inscripción relacionada con un pasaje de la Ilíada en una vasija de Isquia conocida como la Copa de Néstor, datada hacia el año 720 a. C., ha sido interpretada por algunos investigadores, entre ellos Joachim Latacz, como un claro indicio de que en aquella época la obra de Homero ya había sido consignada por escrito. Sin embargo, otros autores, como Alfred Heubeck y Carlo Odo Pavese, niegan que de esa inscripción pueda extraerse tal conclusión. Algunos fragmentos de cerámica del siglo VII a. C. que representan un cíclope cegado por Odiseo suelen interpretarse como influidos directamente por la Odisea. Hay otras obras de poesía arcaica que han sido interpretadas como influidas por Homero, como un poema de Alceo de Mitilene que alude a la cólera de Aquiles y un poema de Estesícoro en el que Helena se dirige a Telémaco para anunciarle que Atenea ha dispuesto su regreso.

    Redacción de los poemas homéricos en el siglo VII a. C.

    Algunos investigadores defienden que los poemas homéricos fueron puestos por escrito en el siglo VII a. C. Arguyen que de la referencia que hay en la Ilíada a la ciudad de Tebas de Egipto se deduce que este pasaje fue escrito tras la conquista de esta ciudad por el rey asirio Asurbanipal. Además, algunos pasajes parecen referirse a tácticas hoplitas que se cree que tuvieron su origen en ese siglo. También se cita como indicio la referencia en la Odisea a la ciudad de Ismaro, que estaba de actualidad en el siglo VII a. C. No creen que la redacción de los poemas fuera posterior, porque consideran que hay suficientes referencias iconográficas y literarias para sostener que antes del siglo VI a. C. ya se conocían los poemas homéricos por escrito.

    Redacción de los poemas homéricos en el siglo VI a. C.

    Hay una corriente de investigadores que sostiene, en cambio, la hipótesis de que los poemas homéricos se pusieron por escrito a partir del siglo VI a. C. Creen que las coincidencias de temas entre los poemas homéricos y otros fragmentos literarios o iconográficos anteriores sólo indican que ambos bebieron de las mismas fuentes orales.

    Además, hay algunos testimonios antiguos, como un pasaje de Flavio Josefo, que defendían que Homero no había dejado escritos. Ya a finales del siglo XVIII, algunos historiadores como Friedrich August Wolf consideraban que la primera redacción escrita de los poemas homéricos había sido en la época de Pisístrato, tirano de Atenas. Esta idea fue también defendida en el siglo XX por otros investigadores como Reinhold Merkelbach, que también han situado la primera redacción escrita de los poemas homéricos en el siglo VI a. C. Esta postura es criticada por los defensores de la redacción escrita de los poemas en el siglo VIII, puesto que creen que supone confundir la composición escrita de los poemas con la manipulación que sufrieron al ser puestos por escrito en la época de Pisístrato. En contra de las tesis de Wolf ya se manifestó Ulrich von Wilamowitz, en un estudio realizado en 1884, en el que señalaba que la versión ateniense de los poemas homéricos se había impuesto a las demás.


    La cuestión homérica


    Artículo principal: Cuestión homérica

    Se denomina cuestión homérica a una serie de incógnitas planteadas en torno a los poemas homéricos. Dos de los interrogantes más debatidos son quién o quiénes fueron sus autores y de qué modo fueron elaborados.

    Los investigadores están generalmente de acuerdo en que la Ilíada y la Odisea sufrieron un proceso de fijación y refinamiento a partir de material más antiguo en el siglo VIII a. C. Un papel importante en esta fijación parece que correspondió al tirano ateniense Hiparco, quien reformó la recitación de la poesía homérica en la festividad Panatenea. Muchos clasicistas sostienen que esta reforma implicó la confección de una versión canónica escrita.

    Controversia en torno a la unidad de los poemas

    En la Antigüedad, durante el periodo helenístico, los filólogos alejandrinos Jenón y Helánico llegaron a la conclusión, a partir de las diferencias y contradicciones de todo tipo que hallaron entre la Ilíada y la Odisea, de que sólo la primera de estas epopeyas fue compuesta por Homero, por lo que fueron llamados «corizontes» o «separadores». Su opinión fue rechazada por otros filólogos alejandrinos como Aristarco de Samotracia, Zenódoto de Éfeso y Aristófanes de Bizancio.

    En época moderna, la filología homérica ha mantenido diferentes puntos de vista que se han agrupado en distintas tendencias o escuelas:

    La escuela analítica ha tratado de demostrar la falta de unidad existente en los poemas homéricos. Fue iniciada por el abad François Hédelin en su obra póstuma Conjeturas académicas, publicada en 1715, y, sobre todo, a partir de la obra Prolegomena ad Homerum (1795), de Friedrich August Wolf. Los analistas defienden la intervención de varias manos distintas en la elaboración de cada uno de los poemas homéricos, que además serían producto de la recopilación de pequeñas composiciones populares preexistentes.

    Posteriormente, una escuela denominada neoanalítica ha interpretado los poemas homéricos como resultado de la obra de un poeta a la vez recopilador y creador.

    Frente a ellos se halla un punto de vista unitario que sostiene que cada uno de los poemas homéricos tiene una concepción global y una inspiración creativa que impide que puedan ser resultado de una compilación de poemas menores.

    Por otro lado, el investigador clásico Richmond Lattimore escribió un ensayo titulado Homero: ¿Quién era ella? (Homer: Who Was She?). Samuel Butler era más específico, y consideraba que una joven mujer siciliana habría sido la autora de la Odisea — pero no de la Ilíada —, idea con la que especularía Robert Graves en su novela La hija de Homero (Homer's Daughter).

    Modo en que fueron elaborados los poemas

    Es objeto de debate el modo en el que los poemas homéricos fueron elaborados y cuándo podrían haber tomado una forma escrita fija.

    La mayoría de los clasicistas está de acuerdo en que, independientemente de que hubiera un Homero individual o no, los poemas homéricos son el producto de una tradición oral transmitida durante varias generaciones, que era la herencia colectiva de muchos cantantes-poetas, aoidoi. Un análisis de la estructura y el vocabulario de ambas obras muestra que los poemas contienen frases repetidas regularmente, incluyendo la repetición de versos completos. Milman Parry y Albert Lord señalaron que una tradición oral tan elaborada, ajena a las culturas literarias actuales, es típica de la poesía épica en una cultura exclusivamente oral. Parry afirmó que los trozos de lenguaje repetitivo fueron heredados por el cantante-poeta de sus predecesores y eran útiles para el poeta al componer. Parry llamó «fórmulas» a estos trozos de lenguaje repetitivo.

    Sin embargo, hay una serie de investigadores (Wolfgang Schadewaldt, Vicenzo di Benedetto, Keith Stanley, Wolfgang Kullmann) que defiende que los poemas homéricos fueron originalmente redactados por escrito. Como argumentos señalan la complejidad de la estructura de estos poemas, los reenvíos internos a pasajes que se encuentran situados a considerable distancia y la creatividad en el uso de las fórmulas.

    La solución propuesta por algunos autores como Albert Lord y posteriormente por Minna Skafte Jensen es la «hipótesis de la transcripción», en la que un «Homero» iletrado dicta su poema a un escriba en el siglo VI a. C. o antes. Homeristas más radicales, como Gregory Nagy, sostienen que un texto canónico de los poemas homéricos como «escritura» no existió hasta el período helenístico.


    Geografía homérica


    Homero concebía un mundo que estaba completamente rodeado por Océano, el cual era considerado padre de todos los ríos, mares, fuentes y pozos.

    El estudio de las menciones geográficas en la Ilíada desvela que el autor conocía detalles muy precisos de la actual costa turca y, en particular, de Samotracia y del río Caístro, cerca de Éfeso. En cambio, las referencias a la península griega, con excepción de la pormenorizada enumeración de lugares del Catálogo de naves, son escasas y ambiguas. Todo esto indicaría que, de haber sido Homero una persona concreta, se trataría de un autor griego natural de la zona occidental de Asia Menor o de alguna de las islas próximas a ella.

    El citado Catálogo de naves, que es la enumeración de los ejércitos de la coalición aquea, recoge un total de 178 nombres de lugar agrupados en 29 contingentes distintos. Se trata de un catálogo del que muchos nombres de lugares ya no podían ser reconocidos por los geógrafos griegos posteriores a Homero, pero en el que no se ha podido demostrar ninguna localización errónea.

    En la Odisea, Homero menciona una serie de lugares en la parte que trata de las aventuras marinas de Odiseo de los que la mayoría de los historiadores sostiene que se trata de lugares puramente fabulosos, a pesar de que la tradición posterior trató de encontrar localizaciones precisas de ellos. En la Biblioteca mitológica de Apolodoro, se señala que:

    Odiseo, según dicen algunos, vagó errante por Libia, según otros por Sicilia y, según el resto, por el Océano o por el mar Tirreno.

    Otro aspecto controvertido de la geografía homérica ha sido la localización de la isla de Ítaca, patria de Odiseo, puesto que algunas de las descripciones de ella que aparecen en la Odisea no parecen corresponderse con la isla de Ítaca actual.


    Aspectos históricos de los poemas


    Artículo principal: Troya

    Rasgos de la sociedad descritos por Homero

    Homero describe una sociedad basada en el caudillaje; se trata de una sociedad guerrera en la que cada región tenía una autoridad suprema que habitualmente era hereditaria. Cada caudillo tenía un séquito personal formado por personas que guardaban un alto grado de lealtad. Disfrutaban de una serie de privilegios: las mejores partes en la distribución de botines y la propiedad de un dominio. Tenían una única esposa, pero podían tener numerosas concubinas, aunque hay un caso en el que Homero presenta una situación de poligamia: la del rey troyano Príamo. Las decisiones políticas eran discutidas en un consejo formado por el caudillo y los jefes locales y luego eran comunicadas en la asamblea del pueblo. Los caudillos también tenían la función de presidir los sacrificios ofrecidos a los dioses.

    Homero describe un tribunal de justicia que juzgaba los delitos, aunque a veces las familias de los implicados podían llegar a un acuerdo privado que sirviera como compensación por el delito cometido, incluso en caso de homicidio.

    En las relaciones exteriores era importante la hospitalidad, que era una relación en la que los caudillos estaban obligados a ofrecerse mutuamente alojamiento y ayuda cuando uno de ellos o un embajador suyo viajara al territorio del otro.

    Entre los hombres libres citados se encuentran los thètes o siervos, que eran trabajadores libres cuya supervivencia dependía de un escaso salario. También se nombran los demiurgos, que eran profesionales que tenían una función pública, tales como artesanos, heraldos, adivinos, médicos y aedos.

    La esclavitud también era práctica aceptada en la sociedad descrita por Homero. Los esclavos solían tomarse entre prisioneros de guerra, o bien en expediciones de pillaje. Se citan ejemplos de compraventa de esclavos y de personas que ya habían nacido siendo esclavas. Los amos a veces recompensaban a sus esclavos concediéndoles tierras o una casa. Se cita la posibilidad de que una esclava pudiera acabar convirtiéndose en la legítima esposa de su señor.

    En cuanto a los valores éticos descritos, se incluyen el honrar debidamente a los dioses, respetar a mujeres, ancianos, mendigos y suplicantes extranjeros y no deshonrar el cadáver de un enemigo muerto. La incineración es el uso funerario que aparece en los poemas homéricos.

    La religión era politeísta. Los dioses tenían características antropomórficas y decidían el destino de los mortales. Se realizaban numerosos ritos tales como sacrificios y plegarias para tratar de conseguir su ayuda y su protección.

    Aunque se conocía el hierro, las armas, en su mayor parte, eran de bronce. Homero describe también el uso del carro de guerra como medio de transporte empleado por los caudillos durante las batallas.

    Controversia sobre los aspectos históricos descritos

    Véase también: Historicidad de la Ilíada

    Desde el siglo VI a. C., Hecateo de Mileto y otros pensadores debatieron acerca del trasfondo histórico de los poemas cantados por Homero. Los comentarios escritos sobre ellos en el período helenístico exploraron las inconsistencias textuales de los poemas.

    Las excavaciones realizadas por Heinrich Schliemann a finales del siglo XIX, así como el estudio de documentos de los archivos reales del Imperio Hitita comenzaron a convencer a los investigadores de que podía haber un fundamento histórico en la Guerra de Troya. Sin embargo, aunque la identidad de Troya como escenario histórico cuenta con el acuerdo de la mayoría de los investigadores, no se ha podido demostrar que se emprendiera contra la ciudad una expedición de guerra comandada por atacantes micénicos.

    La investigación (encabezada por los antes mencionados Parry y Lord) de las épicas orales en idioma croata, montenegrino, bosnio, serbio y en lenguas turcas demostró que largos poemas podían ser preservados con consistencia por culturas orales hasta que alguien se tomase la molestia de ponerlos por escrito. El desciframiento del lineal B en los años 50 por Michael Ventris y otros constató una continuidad lingüística entre la lengua notada por la escritura micénica del siglo XIII a. C. y la lengua de los poemas atribuidos a Homero.

    Por otra parte, la cuestión de saber a qué época histórica se pueden referir los testimonios de Homero y en qué medida pueden ser usados como fuentes históricas ha constituido el objeto de un largo debate, que se encuentra lejos de haber concluido. Algunos estudiosos como John Chadwick sostenían que la Grecia descrita por Homero no se parecía ni a la de su época ni a la de los cuatro siglos anteriores, mientras que Luigia Achillea Stella señala que hay un importante legado micénico en los poemas homéricos. Joachim Latacz insiste en que el Catálogo de naves del canto II de la Ilíada recoge la situación de la época del siglo XIII a. C., es decir, de la civilización micénica.

    En cambio, Moses I. Finley arguye que lo descrito por Homero no era ni el mundo micénico ni su propia época, sino la Edad Oscura de los siglos X y IX a. C., en todo caso una época anterior al desarrollo de las polis en el siglo VIII.

    Los descubrimientos arqueológicos han aportado ciertos elementos desaparecidos con la caída de dicha civilización, pero cuyo recuerdo (topónimos, objetos, costumbres, etc.) guardó Homero. De gran insignificancia, comparado con lo que Homero olvida decir del mundo micénico en el ámbito de las instituciones y de los acontecimientos, aunque los poemas homéricos pretendan ser una descripción de ese mundo desaparecido.

    Por otro lado, según los datos aportados por las tablillas micénicas en lineal B, se da concordancia entre muchas de las armas nombradas en los poemas homéricos y armas de la época micénica. El desciframiento de dichas tabillas ha puesto de manifiesto la diferencia entre el mundo micénico y la sociedad homérica. Los palacios micénicos, con su minuciosa burocracia, eran muy diferentes de los de los reyes homéricos, que tienen una organización mucho menos compleja y en los que no se da la escritura.

    Homero sólo alude en una ocasión a los dorios y no nombra la migración griega a Asia Menor durante la Edad Oscura.

    Lo anterior ha sido esquematizado por Michel Austin y Pierre Vidal-Naquet, afirmando que

    existen tres niveles históricos en Homero: el mundo micénico que el poeta trata de evocar, la Edad Oscura y la época en la que vivió; y no siempre resultará fácil distinguir con claridad lo que pertenece a uno o a otro nivel.


    Lengua homérica


    Artículo principal: Griego homérico

    Se llama lengua o dialecto homérico a la variante de la lengua griega utilizada en la Ilíada y la Odisea, adoptada en cierta medida en la tragedia y la lírica griega posterior. Es un lenguaje únicamente literario, arcaico ya en el siglo VII a. C., y más todavía en el siglo VI. Tal artificialidad se ajustaba a una propuesta fundamental de la epopeya, es decir, la de una ruptura con lo cotidiano. Mucho después de muerto Homero, los autores griegos aún se valían de los «homerismos» para darles a sus obras un aire de grandeza.

    Las razones de la utilización de esta lengua obedecen a motivos sociales, ya que estas obras serían dirigidas en principio a un público aristocrático y culto, y a motivos de estilo, ya que el verso hexámetro dactílico con que se componían los poemas épicos era muy rígido y se necesitaban variantes de la misma palabra que cupieran en las diferentes partes del verso. A veces la métrica del hexámetro dactílico permite encontrar tanto la forma inicial como explicar ciertos giros. Por ejemplo, es el caso de la digamma (Ϝ), fonema desaparecido desde el primer milenio a. C., aunque utilizado por Homero en cuestiones de silabación, incluso si no era escrito ni pronunciado. Así, en el verso 108 del Canto I de la Ilíada:

    ἐσθλὸν δ’ οὔτέ τί πω [Ϝ]εἶπες [Ϝ]έπος οὔτ’ ἐτέλεσσας

    el empleo concurrente de dos genitivos, el arcaico en -οιο y el moderno en -ου, o incluso dos dativos plurales (-οισι y -οις) muestran que el aedo podía alternar a su voluntad:

    la lengua homérica era una mezcla de formas de épocas diversas, que nunca fueron empleadas juntas y cuya combinación resulta de una libertad puramente literaria.

    ROMILLY, Jacqueline de

    Más aún, la lengua homérica combina diferentes dialectos. Se pueden descartar los aticismos, transformaciones encontradas cuando se plasmó el texto. Quedaron dos grandes dialectos, el jónico y el eolio, cuyas particularidades son manifiestas para el lector: por ejemplo, el jónico utiliza una êta (η) allí donde el jónico-ático utiliza una alfa larga (ᾱ), de ahí los nombres «Athéné» o «Héré», en lugar de los clásicos «Athéna » y «Héra». Esta «coexistencia irreductible» de los dos dialectos, según la expresión de Pierre Chantraine, puede explicarse de diversas maneras:

    composición en eólico, que después pasó al jónico

    composición en una región donde ambos dialectos son utilizados por igual

    libre elección del aedo, como para la mezcla de formas de épocas diferentes, a menudo a causa de la métrica.

    Varía el griego homérico del clásico en la morfología de las palabras, en varias formas de declinación y flexión del nombre y del verbo, y en el vocabulario. La lengua homérica tiene una base de dialecto jonio, formas del dialecto eolio y de otros, formas tanto arcaicas como más modernas, y otras nuevas.

    Algunos ejemplos de usos dialectales:

    Del jonio

    Pérdida total de digamma.

    Uso de -ν eufónica.

    Preposiciones sin apocopar y uso de preposiciones jonias como πρóς.

    Tercera persona de plural en -σαν.

    Genitivo «moderno» (clásico) en -ου.

    Del eolio

    Vocalización de digamma.

    Relativos con geminada, como óππος.

    Preverbios apocopados.

    Dativos en -εσσι atemáticos fuera de la declinación en -σ-.

    Aoristos en -σσ-.

    Del ático

    Presencia del espíritu áspero.

    Partícula -μην.

    Dativos en -ει (jonio -ι).

    Coincidencias con el micénico

    Genitivo en -οιο.

    τε usada como adverbio (no como partícula).

    La épica tenía además sus propios usos de la lengua para expresarse:

    La tmesis o corte del preverbio y el verbo pudiendo existir otra palabra en medio. Podría deberse a que en la época en que se compusieron los poemas aún no se utilizaban unidos.

    El uso facultativo del aumento verbal.

    La digamma desaparece en la escritura y en la dicción, pero se puede detectar al no producirse crasis inevitables en otros contextos. Influye en el recuento métrico aunque no se vea.

    Una licencia poética que consiste en la diéctasis.


    Influencia de la épica homérica en la literatura griega posterior


    La épica homérica era tan apreciada entre los griegos que fue la herramienta de enseñanza utilizada entre ellos. Además sus versos eran memorizados y repetidos constantemente aunque la gente fuera iletrada, por ello fueron muy conocidos en casi todas las etapas de la historia griega desde la composición de los poemas. La influencia que tuvieron, por su importancia, en otros géneros literarios contemporáneos o posteriores es fácilmente rastreable en la lírica y el teatro griegos.

    La vinculación de la lírica a la épica es evidente en temas, influencia de vocabulario «épico» («homerismos», arcaísmos conservados por Homero, palabras muy técnicas sobre la guerra, etc.), las fórmulas homéricas, los epítetos tradicionales, muchas escenas épicas (aumentadas, cambiadas o satirizadas para dar cuenta de la originalidad del poeta lírico).

    Las composiciones de ambos géneros se cantaban ante un público, aunque con funciones diferentes: la épica narraba hechos heroicos del pasado al son de la lira con una lengua elevada y culta; la lírica criticaba, celebraba, veneraba etc. al son de la flauta o de la lira.

    En sus orígenes los versos épicos eran compuestos y cantados por los mismos autores. Con el tiempo se va separando el autor del ejecutante. En la épica queda un corpus cerrado interpretado por un rapsoda que se limita a ponerlo en ejecución. En la lírica también ocurre, aunque existen «poietés» líricos que componen y que insertan su nombre en las obras conscientes de su autoría, para que quien interprete sus poemas hable de él. El autor de épica podía componer lírica, aunque es una circunstancia especial (en la épica hay pasajes que bien podrían identificarse con monodias líricas mencionadas a la manera de la épica).

    Las obras de ambos se recitaron en banquetes y fiestas. Se fijaron para ello los poemas por escrito.

    Sin embargo, el yambo es una parte de la lírica relativamente poco afectada por la épica. Cierto es que se recitaba ante público, pero por lo demás podríamos decir que el yambo es anti-épico. Los temas de la épica muchas veces aparecen totalmente parodiados, su lenguaje no es en absoluto elevado sino completamente contrario, y el autor se manifiesta y da datos de sí mismo: el objetivo del yambo es escarnecer a otra persona y contar historias realistas de personajes absolutamente antiheróicos.

    Índice


    Biografía de Luis Segalá


    Luis Segalá y Estalella (Barcelona, 21 de junio de 1873 - ibíd., 17 de marzo de 1938) fue un lingüista español. En 1895 accedió al cargo de profesor auxiliar de la Universidad de Barcelona. Fue catedrático de griego en la Universidad de Sevilla (1899-1906) y en la Universidad de Barcelona desde 1906.

    A partir de 1910 se desempeñó como Miembro Numerario de la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona. Fue miembro de la Sección Filología del Instituto de Estudios Catalanes a partir de 1911. En 1912 fue nombrado Individuo Correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.¹Fue codirector de la «Colección de Clásicos griegos y Latinos» y de la «Biblioteca de autores griegos y latinos».

    Sus traducciones de la Ilíada y la Odisea se han reeditado numerosas veces y son las más conocidas. Murió durante el bombardeo de Barcelona por la aviación italiana fascista.

    Índice


    LA ILÍADA


    Canto I

    Canto II

    Canto III

    Canto IV

    Canto V

    Canto VI

    Canto VII

    Canto VIII

    Canto IX

    Canto X

    Canto XI

    Canto XII

    Canto XIII

    Canto XIV

    Canto XV

    Canto XVI

    Canto XVII

    Canto XVIII

    Canto XIX

    Canto XX

    Canto XXI

    Canto XXII

    Canto XXIII

    Canto XXIV

    Ilíada


    Canto I: Peste - Cólera


    1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.

    8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:

    17 -¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.

    22 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal modo y con altaneras voces:

    26 -No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo.

    33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera:

    37 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!

    43 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.

    53 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acudieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se levantó y dijo:

    59 -¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos. Mas, ea, consultemos a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños -pues también el sueño procede de Zeus-, para que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de corderos y de cabras escogidas, querrá libramos de la peste.

    68 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida, el mejor de los augures -conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilio por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo-, y benévolo los arengó diciendo:

    74 -¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cólera de Apolo, del dios que hiere de lejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien se enoja; y, si bien en el mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de aquél. Dime, pues, si me salvarás.

    84 Y contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:

    85 -Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a Zeus; a quien tú, Calcante, invocas siempre que revelas oráculos a los dánaos!, ninguno de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavas naves, mientras yo viva y vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente se jacta de ser en mucho el más poderoso de todos los aqueos.

    92 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:

    93 -No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni rescate, la joven de ojos vivos, y llevemos a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.

    101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y, encarando a Calcante la torva vista, exclamó:

    106-¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en profetizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía calamidades, porque no quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba tener en mi casa. La prefiero, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido.

    121 Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles:

    122 -¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite algún día tomar la bien murada ciudad de Troya.

    130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:

    131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren, yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la de Ulises, y montará en cólera aquél a quien me llegue. Mas sobre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea, echemos una negra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros, embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Cri- seide, la de hermosas mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idomeneo, el divino Ulises o tú, Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al que hiere de lejos.

    148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:

    149 -¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en nada se me hicieron culpables -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijás en esto la atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré a Ftía, pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin honra para procurarte ganancia y riqueza.

    172 Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:

    173 -Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes; otros hay a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado, ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a Criseide, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome yo mismo a tu tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien cuánto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse conmigo.

    188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón discurrió dos cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su mente y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Atenea del cielo: envióla Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente a entrambos y por ellos se interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose a él tan sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, volvióse y al instante conoció a Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible. Y hablando con ella, pronunció estas aladas palabras:

    202-¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida, has venido? ¿Acaso para presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que me figuro que va a ocurrir: Por su insolencia perderá pronto la vida.

    206 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:

    207-Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera, la diosa de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa de disputar, no desenvaines la espada a injúrialo de palabra como te parezca. Lo que voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos presentes. Domínate y obedécenos.

    213 Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:

    216 -Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado. Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido.

    219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.

    223 El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas voces:

    225 -¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último ultraje. Otra cosa voy a decirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá, porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (gran- de será para ti este juramento): algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los aqueos.

    245 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel -había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera-, y benévolo los arengó diciendo:

    254 -¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea! Alegrananse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos sois más jóvenes que yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que vosotros, y jamás me desdeñaron. No he visto todavía ni veré hombres como Pirítoo, Driante, pastor de pueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios, y Teseo Egeida, que parecía un inmortal. Criáronse éstos los más fuertes de los hombres; muy fuertes eran y con otros muy fuertes combatieron: con los montaraces centauros, a quienes exterminaron de un modo estupendo. Y yo estuve en su compañía -habiendo acudido desde Pilos, desde lejos, desde esa apartada tierra, porque ellos mismos me llamaron- y combatí según mis fuerzas. Con tales hombres no pelearía ninguno de los mortales que hoy pueblan la tierra; no obstante lo cual, seguían mis consejos y escuchaban mis palabras. Prestadme también vosotros obediencia, que es lo mejor que podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente, le quites la joven, sino déjasela, puesto que se la dieron en recompensa los magnánimos aqueos; ni tú, Pelida, quieras altercar de igual a igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la suya ningún otro soberano que usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más esforzado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más po- deroso, porque reina sobre mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te suplico que depongas la ira contra Aquiles, que es para todos los aqueos un fuerte antemural en el pernicioso combate.

    285 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:

    286 -Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos dioses le hicieron belicoso, ¿le permiten por esto proferir injurias?

    292 Interrumpiéndole, exclamó el divino Aquiles:

    293 -Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que fijarás en la memoria: No he de combatir con estas manos por la joven ni contigo, ni con otro alguno, pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de lo demás que tengo junto a mi negra y veloz embarcación, nada podrías llevarte tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea, inténtalo, para que éstos se enteren también; y presto tu negruzca sangre brotará en torno de mi lanza.

    304 Después de altercar así con encontradas razones, se levantaron y disolvieron el ágora que cerca de las naves aqueas se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus bien proporcionados bajeles con el Menecíada y otros amigos; y el Atrida echó al mar una velera nave, escogió veinte remeros, cargó las víctimas de la hecatombe para el dios, y, conduciendo a Criseide, la de hermosas mejillas, la embarcó también; fue capitán el ingenioso Ulises.

    312 Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El Atrida mandó que los hombres se purificaran, y ellos hicieron lustraciones, echando al mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar hecatombes perfectas de toros y de cabras en honor de Apolo. El vapor de la grasa llegaba al cielo, enroscándose alrededor del humo.

    318 En tales cosas ocupábanse éstos en el ejército. Agamenón no olvidó la amenaza que en la contienda había hecho a Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates, sus heraldos y diligentes servidores:

    322 -Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendo de la mano a Briseide, la de hermosas mejillas, traedla acá, y, si no os la diere, ire yo mismo a quitársela, con más gente, y todavía le será más duro.

    326 Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los despidió. Contra su voluntad fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las tiendas y naves de los mirmidones, y hallaron al rey cerca de su tienda y de su negra nave. Aquiles, al verlos, no se alegró. Ellos se turbaron, y, habiendo hecho una reverencia, paráronse sin decir ni preguntar nada. Pero el héroe lo comprendió todo y dijo:

    334 -¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! Acercaos; pues para mí no sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven Briseide. ¡Ea, Patroclo, del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para que se la lleven. Sed ambos testigos ante los bienaventurados dioses, ante los mortales hombres y ante ese rey cruel, si alguna vez tienen los demás necesidad de mí para librarse de funestas calamidades porque él tiene el corazón poseído de furor y no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo pasado, a fin de que los aqueos se salven combatiendo junto a las naves.

    345 Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseide, la de hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles rompió en llanto, alejóse de los compañeros, y, sentándose a orillas del blanquecino mar con los ojos clavados en el ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos:

    352 -¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía honrarme y no lo hace en modo alguno. El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado, pues tiene mi recompensa, que él mismo me arrebató.

    357 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar, donde se hallaba junto al padre anciano, a inmediatamente emergió de las blanquecinas ondas como niebla, sentóse delante de aquél, que derramaba lágrimas, acariciólo con la mano y le habló de esta manera:

    362 -¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo que piensas, para que ambos lo sepamos.

    364 Dando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:

    365 -Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya conoces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de Eetión; la saqueamos, y el botín que trajimos se lo distribuyeron equitativamente los aqueos, separando para el Atrida a Criseide, la de hermosas mejillas. Luego Crises, sacerdote de Apolo, el que hiere de lejos, deseando redimir a su hija, se presentó en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y suplicó a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos. Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, lo despidió de mal modo y con altaneras voces. El anciano se fue irritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos, pues le era muy querido, tiró a los argivos funesta saeta: morían los hombres unos en pos de otros, y las flechas del dios volaban por todas partes en el vasto campamento de los aqueos. Un adivino bien enterado nos explicó el vaticinio del que hiere de lejos, y yo fui el primero en aconsejar que se aplacara al dios. El Atrida encendióse en ira; y, levantándose, me dirigió una amenaza que ya se ha cumplido. A aquélla los aqueos de ojos vivos la conducen a Crisa en velera nave con presentes para el dios; y a la hija de Briseo, que los aqueos me dieron, unos heraldos se la han llevado ahora mismo de mi tienda. Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; ve al Olimpo y ruega a Zeus, si alguna vez llevaste consuelo a su corazón con palabras o con obras. Muchas veces, hallándonos en el palacio de mi padre, oí que te gloriabas de haber evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia al Cronida, el de las sombrías pubes, cuando quisieron atarlo otros dioses olímpicos, Hera, Posidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y lo libraste de las ataduras, llamando en seguida al espacioso Olimpo al centímano a quien los dioses nombran Briareo y todos los hombres Egeón, el cual es superior en fuerza a su mismo padre, y se sentó entonces al lado de Zeus, ufano de su gloria; temiéronlo los bienaventurados dioses y desistieron del atamiento. Recuérdaselo, siéntate a su lado y abraza sus rodillas: quizás decida favorecer a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar; para que todos disfruten de su rey y comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que ha cometido no honrando al mejor de los aqueos.

    413 Respondióle en seguida Tetis, derramando lágrimas:

    414 -¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de no larga duración! Ahora eres juntamente de breve vida y el más infortunado de todos. Con hado funesto te parí en el palacio. Yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré a Zeus, que se complace en lanzar rayos, por si se deja convencer. Tú quédate en las naves de ligero andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por entero de combatir. Ayer se marchó Zeus al Océano, al país de los probos etíopes, para asistir a un banquete, y todos los dioses lo siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo. Entonces acudiré a la morada de Zeus, sustentada en bronce; le abrazaré las rodillas, y espero que lograré persuadirlo.

    428 Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de la mujer de bella cintura que violentamente y contra su voluntad le habían arrebatado.

    430 En tanto, Ulises llegaba a Crisa con las víctimas para la sagrada hecatombe. Cuando arribaron al profundo puerto, amainaron las velas, guardándolas en la negra nave; abatieron rápidamente por medio de cuerdas el mástil hasta la crujía, y llevaron la nave, a fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron a la playa, desembarcaron las víctimas de la hecatombe para Apolo, el que hiere de lejos, y Criseide salió de la nave surcadora del ponto. El ingenioso Ulises llevó la doncella al altar y, poniéndola en manos de su padre, dijo:

    442 -¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres, Agamenón, a traerte la hija y ofrecer en favor de los dánaos una sagrada hecatombe a Febo, para que aplaquemos a este dios que tan deplorables males ha causado a los argivos.

    446 Habiendo hablado así, puso en sus manos la hija amada, que aquél recibió con alegría. Acto continuo, ordenaron la sagrada hecatombe en torno del bien construido altar, laváronse las manos y tomaron la mola. Y Crises oró en alta voz y con las manos levantadas:

    451 -¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila a imperas en Ténedos poderosamente! Me escuchaste cuando te supliqué, y, para honrarme, oprimiste duramente al ejército aqueo; pues ahora cúmpleme este voto: ¡Aleja ya de los dánaos la abominable peste!

    457 Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó. Hecha la rogativa y esparcida la mola, cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; en seguida cortaron los muslos, y, después de pringarlos con gordura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de él, unos jóvenes tenían en las manos asadores de cinco puntas. Quemados los

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