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Había francotiradores en los tejados y en los campanarios de las iglesias y de las capillas
del cementerio, de la cárcel y del cuartel de los bomberos.
Entonces, como siempre, el astro apareció. Y le tiraron con todo. Balas y más balas, de
escopeta, de pistola y de cañón, surcaron el cielo en su dirección, pero no lo alcanzaron. Los
aeroplanos con sus metralletas trataron de sorprenderlo, pero aquél, sonriendo los abrasó
inmediatamente.
Y en el ocaso, los niños soltaron la correa de sus bulldogs y dejaron de masticar sus
hotdogs para contemplar, antes de ocultarse, al monstruo invencible, que tanto admiraban.
Y una víctima más cayó bajo el peso y el filo de la guadaña de la muerte eficiente.
FIN
Abal García