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Si lo confieso, fui yo.

Fue en un momento de pánico; no me excusa ya lo sé.


Nadie lo vio, o casi nadie. Podía haber estado callado y nadie lo sabría.
Ahora ya no hay vuelta atrás, necesito liberarme de este peso. La angustia de ser
descubierto me atormenta, pero aún me atormenta más el no serlo. Hay pecados que se
cometen para contarlos

Hace tiempo que soy incapaz de concentrarme en mi trabajo; mire donde mire
sólo veo el fruto de mi pecado, Karma. Mis sueños están poblados de negras, profundas
y pestilentes pesadillas.

Sé que es difícil de entender lo que hice, pero tengo motivos más que razonables
que lo explican aunque no lo justifican.

Tantas noches de café, tinta y flexo; tantos días de sonrisas forzadas, palabras
amables, palmaditas en la espalda; tantos créditos firmados, abalados con mi sudor,
tantos desvelos y esfuerzos, sacrificios y privaciones; amenazados por una simple
pregunta. Todo eso y algo más pasó por mi cabeza en aquel momento de vértigo frente
al abismo.
Ese algo más...Ese algo más que me empujó, fue el recuerdo amargo de las
tardes de domingo. El consejo, repetido hasta la saciedad de un padre demasiado
estricto; la negación del impulso; la frustración posterior al ver que todas mis
precauciones sólo sirvieron para alejarme el placer pero no el castigo; ese fue ese algo
más.
Fue una especie de venganza agridulce. Les daría lo que realmente querían con
la esperanza de que encontraran en ello el infierno que yo había padecido, aún siendo yo
un inocente.

En un gesto casi obsceno, paso la punta de mi lengua por el filo de mis dientes
perfectos, el mejor implante disponible actualmente, y sonrío con dolor y cierto orgullo.
Yo soy el uno. Yo soy uno de los unos de cada diez dentistas que al ser consultados
prefieren el chicle con azúcar.

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