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cerca de dentro de lo estanco en el

cuerpo colectivo

Santiago Ney Márquez


no creo comprender a los dedos que se cuecen en la marea de un mundo
que no armamos todavía
la rueda da de comer bien a la mano que saluda desde cerca de un sombrero
la señal es discutible aunque repite constante un serio
llamado a la cordura
desde todos los puntos de Uranagia
abrimos con las espaldas con los huesos ofendidos de nuestra corteza
el tramo nuevo a recorrer en las aristas de la jungla de perros
que el mediodía opera
la secuencia correcta es reunir las colecciones que no estén rapadas
por el signo
la propiedad de esa secuencia está medida desde donde es imposible
medir lo que sea
Urano fue atravesado por un muro de grietas negras
lo que atrás del carro de sus nietos
ya está al alcance de una colmena que sintetiza otra rabia
desde la más infernal inocencia
y el más purpúreo atrás-de
Lo que está por arriba es la fuerza incontrolable de lo más pequeño, la
multiplicidad enorme de cada cristal del vidrio que se rompió al
decorarse un espacio de un salto. Entre los mares está la dedicatoria de
cada acción y axioma proferido. Cerca de la maleza están los felinos que
mastican el rumbo plateado que una buena vida podría tener. En medio
de todo esto, el sujeto, un cerro de poder inmenso en cofres azules de
cristal inconcebible, que no puede más que atesorarse sin arriesgar a dar
con más.
La vida empezó como la rotura de un hueso. Me llevaron a los peores
lugares, como montañas rusas de lo que podría no ser la vida. Los
simios siempre me acompañaron en todo para que todo resultara un
poco peor. Antes de conocer lo que vendría sentía ese dolor que
caracteriza a lo malo por venir y a lo maldito en general. Un dolor
hondo en lo hondo de partes del cuerpo que no están en el cuerpo
aparente. La catástrofe es nada, y va a llegar seguro, y nada la detendrá.
La rotura de un hueso fue el primer acontecimiento que me hizo sentir
despierto, con una razón de ser y de dar lo mejor de mí durante la vida.
El hueso de entre la frente haciendo a tercer ojo se me partió en setenta
cristales llamados la Edad. Me desvestí y llegué a la cuna donde nacería
más tarde. Al conocer mi destino, es decir mi comienzo; dónde,
cuándo, con qué herramientas; no me frustré pero supe que era una
vida perdida, que había empezado un viaje como el de las tiras de carne
que sobran al deshuesar un animal. El Verbo me ayudó bastante a
alcanzar la condición de muñeco roto apenas unos años después de ser
abortado en simulacro de nacido. Aunque Verbo lo hubiera dicho un
cristo; a mí solo me hundió el saberme el mismo que sería quien
contara sin querer adornar esta historia que cuento; no la limpiaría o
volvería potable, solamente la sacaría de los pulmones como se saca una
toz de perro.
Antes de hablar siempre nos caemos, desde la cavidad honda en el
cuerpo de la tierra, forma de racimo, caspa de las antiguas ideas en la
rampa hasta la cumbre que se llama arde. Habitar un espacio es cercar
otros al alcance de vernos, rellenar la siega de infamia como los cuerpos
vacíos que siempre en la senda hacia la mañana. Un encuentro con la
celda conífera que nos exhaló desde su seno; otro con la selva en llamas
desde donde nuestros órganos inferiores fueron dictados como ideas.
Otro canal hacia cuando supimos algo acerca de la palma de hoja en la
gota raída por la calidez mental de quienes arden ayer.
A la ida nos hablaron de que la vuelta sería la desesperación del temblor
que acude siempre. Por adentro del cuello las cosas que no entendimos,
las raíces entrando gastadas a un ciclo de profanaciones imperativas
como las cáscaras de cada una de las cosas que revierten la llegada de
un final.
Nacíamos como regiones, regiones del espacio, salía ramas de la idea
misma. Todos cumplíamos un destino similar. Comer hasta sentir dolor
de tanto mezclado ahí, o sentir el dolor de necesitar algo ahí. Hundirnos
en otros cuerpos como plebellos de nuestra idea y reflejo, morder el
polvo sagrado de todo lo que nos vuelve peores; crear el vidrio, el
espantapájaros, inventar los mares, descubrir más cosas acerca del agua,
la sal, el desierto, pasar días y noches sin dormir entendiendo más y más
y ganando la lucidez que nos volvería de nuevo y por suerte inhumanos,
pero para arrepentirnos y desrgaciados volver a lo humano con la culpa
que caracteriza al mono aún más débil que las ramas de un árbol seco,
duro y fino.
Herir el tiempo, herir la forma y constancia del espacio, son los únicos
ejercicios posibles. Pero radiamos imágenes cuando queremos caer en,
el cofre azul para el pecado y las órdenes; la placenta áspera del cielo
donde guardar las formas de la matemática más sobria. El templo del
tiempo se establece desde dónde querrìa que el tiempo me encontrara y
se llenara de ramas a mí. Cómo la pálida sema hemo razia nos detuvo
de saber el ardor de esta frente herida por los rayos que llegan desde un
pasado enorme de cortes vocales y silencio salobre ante la dicha.
A la edad de trece años conocí a mi primera mujer. Tenía el pelo teñido
de rubio y no se preocupaba por la hora o los días de la semana.
Usábamos la bandera de Alemania como sábana, única sábana que su
cuerpo hinchaba en las noches que vivía conmigo. Las tardes pasaban
entre gritos y preparar comida para los tres hijos imaginarios que
habíamos tenido. Poníamos la comida en frasquitos y toda la ciudad
sabía dónde había quedado la comida de nuestros hijos. Cuando el
marco político cambió, la vida también cambió. Al terminar la dictadura
número trece del país, tuve que dejarla a ella y a nuestros hijos, en un
placard lleno de las cosas que no serían entradas al nuevo mundo. El
nuevo mundo se constaba de mis nuevas esposas, y el espacio que
resultaba de no tener n haber tenido hijos, ya que mis hijos imaginarios
me habían llevado mucho trabajo en la vida anterior.
En el transporte colectivo las cosas van bien. No se puede ni se debe
hablar con nadie. Al empezar el día tomo el tren a la escuela, donde
aprenderé algún día cómo salir del mundo nuevo para ir a un nuevo
mundo aún más nuevo. El tiempo pasa y yo te espero inventándome mi
vida de nuevo.
Nos sacamos lo que malo nos había quedado de la lluvia en la casa de
Pablo. Habíamos faltado a la hora de retorno y por eso nos esperaron
con torta que había hecho la abuela de alguno. Siempre nos premiaban
por hacer las cosas mal. Por ejemplo a mí, por haber perdido varias de
mis capacidades motrices durante tres años me regalaron una guitarra,
con la que fui retornando a mi capacidad anterior. Nos sacamos el agua,
el frío, cosas. Nos sacamos la ropa todos juntos. Pablo tenía una herida
en el pecho, enorme. La mostraba y alardeaba. El resto de los niños
eran desconocidos, nunca los había visto y creo que hasta quizá los
encontramos en la playa y los trajimos a vivir a la aldea, nos gustaba
mucho ese deporte algunas veces, encontrar niños y traerlos a vivir con
nosotros, más que nada niños feos, que parecieran árboles, gallos,
rampas para patineta. La abuela trajo la torta y un jugo de naranja muy
rico, que parecía hecho de naranjas naturales, cosa que dudo, porque
esa abuela en especial parecía un monstruo de un horizonte para la
fealdad ajeno a nuestro tiempo, con manos de gancho que golpeaban
nuestras manos mientras nos alimentaban. A Pablo lo trataban como a
un bebé, porque no había aprendido algunas tablas de multiplicar. Las
más divertidas no había aprendido, la del siete, la del once, la del
veinticinco y otras igual de lindas. La lluvia fue parando y el frío en la
casa no, no paró. Por eso nos mantuvimos dentro de una misma manta
seis niños, durante tres días, hasta que el frío cedió apenas como para
poder levantarnos e ir a la escuela, que era un sitio imaginario en la
mente de Pablo, que había estudiado historia y algunas literaturas.
Durante esos días, yo me hice algunos amigos imaginarios. El resto de
los niños estaban celosos de mis amigos y reían, porque siempre los
efectos de acciones molestas eran premios y alegrías. Mis amigos
imaginarios no se llevaban bien con el resto de los niños, ya que ellos sí
iban a la escuela, y en la escuela me enseñaron que no vivía en un
falansterio con ortos chicos contentos a los que premiaban por hacer lo
que querían, si no en un lugar con gente imaginaria que construía
escuelas, viviendas y se exigía trabajar entre sí.
Con el tiempo las cosas se volvían más como la escuela, Dios había
dicho lo que sí y lo que no se podía hacer, los niños no iban a ser
consultados acerca de los problemas políticos como la guerra o la
policía, Galundia Moera no había pasado a ser tomado como un nuevo
cristo, ni nadie de su ambiente, ni nadie de su calaña, ni nada parecido a
todo eso. El uniforme era de una manera y había que usarlo así y sin
alterarlo, los niños tenían que esperar a adultos para; al llegar a adultos
volver a ser silenciados a no ser que.. etc. Entonces la bomba tenía que
ser implosiva y más dura que la bomba para afuera, porque sería
cobrada y pagada de una manera extraña, en el lugar imaginario este
donde nos habían metido.
Lo primero que procuré, apenas me mandaron a una sicóloga, fue saber
cuál era su saber. O intentarlo, o intentar un autoanálisis eficaz para
volver como por el orto al lugar de donde venía, donde todo era
bastante mejor, que no era la fase anal. Después de eso pasé veinte años
trabajando en el asunto.
Hubo siempre, extendidas sobre la cama, hablo de la cama de todos, de
la cama mundial, o genérica; doce abejas de vidrio, regalo éste anterior
al vidrio en este mundo, de las rabias que crispaban el cielo con mil
zumbidos negros, hablaría de cuando el viento corría haciendo la
música anterior al trabajo sobre el barro o cualquier otro sacerdocio. La
noche parecía la tormenta, desde un tramo largo antes. A tomó una de
las abejas y la desató, porque a partir de ese momento todas las demás
pasaron a tener un cordel en torno, un cordel habitado, habitado por la
muerte, de manera que no pienso explicar, así sería o era. O era que A,
fue la muerte en ese rato, siendo que ese rato nunca hubo. Que es decir
que. O esperaba a que nada saliera de boca de A, quien trepaba otras
colmenas de sentido, no ya buscando foco; ya por el gusto de lo otro; el
azufre de esas colmenas que serían devastadas por ramos de agua. Ante
el caos, las abejas, parte de ellas, y también todas, tomaron rumbo hacia
el caos y se disiparon un poco, nada serio, según A, que mantuvo la
mirada quieta, y también fija en el estridente sonido visible detrás de la
Europa figurada que prestaba la arquitectura del rostro de O; quien, ya
odiaba estas historias en donde del caos se puede sacar formatos
nuevos para las artes, ciencias y filosofía, como si aún fueran campos
vírgenes.
está convaleciente en su cofre de residuos de celulares y miel casera en
base a datos tomados de la irrealidad, en caso de que irrealidad fuera
posible fuera_ de aquí, volviendo al lugar donde los no-hechos
convaleciente de dicha prende fuego y respira más hondo que una
hipotètica última vez.
En la libertad hay cuatro cercos, el viento es el primero, las llamas son
la segunda parte y otras reinan en el abismo que rueda como arado
sobre la idea de fuego que los hombres delicadamente cuidan de no
caer en la luz de Venus, o de Urano, apenas exógenas, pero
devoradoras del sentido del fuego a los ojos de lo terreno. Los cables
atan a A, que va respirando el celo en los campos abiertos por la suerte
al registro de un paño inmenso de devoradores de la masa operante de
madera nueva para árboles ya bicéfalos y más tarde anteriores a todo
clima.
armados de soltura inalterable transitan los andamios, tres monos sin
bozal intoxicando el cielo con los gritos de una nueva ejecución. La paz
será llamada luz del día, incognoscible desde el yugo en que hubieron
los hombres. Los dioses animales, desde la involución, festejamos la
llegada de lo que se llama el-día del tiempo.
É desciende de la nave remontando todo al espacio donde se calcinan
las partes de quienes nacidos en el hielo parido por los últimos
aeropuertos 2985 y 13245 semejarían la bruma apareándose con los
destellos del sema afiebrado de poder ser y dar con el grama único en la
cuenta diagonal de los esquemas de border frame lovers. El reo
mantiene ante É cruda sesión de silencio y las manos acompañan los
movimientos del otro como manos borregas; el final de la charla es el
trece punto 561, el tan discutido código azul para verdaderos
pusilánimes en frente al abismo donde reinan la forma y una gran
refutación de todos los entes platónicos en aras de volver a entablar
comunicación con los entes sutiles en la inmateria.
Camino hecho de piedras de la demolición de la torre. Ser como una
piedra, una demolición o ser lo correcto, o las arenas desde donde el
golem. Ser un artefacto ya duele. No tener quien lo opere es la espesura
de la estepa abierta en reconexiones al punto más próximo a lo
próximo, el hervor de las vibraciones mordiendo la hora. La distracción
permite. O prohibe, pero acerca las luces del espacio donde el vacío
gana cuerpo en su espesor, ganado a fuerza de intrusiones que perforan
las ideas de los hombres y animales. Y es que las ideas animales son las
que cercadas por el vacío no hieren de mal modo más que en los
hombres. Cuando todo es tomado por el gesto que ahueca desde lo
inanimado en apariencia; los flashes sangran hipotéticos ritualesque se
vuelven más ciertos que las uñas y la herida.
La salud es un estanque donde poner a los ciegos, los ciegos son los
primeros brujos, en el fondo de la casa, tejiendo con miel, menta y
ácido todo lo que vendría. Al principio todo se trataba de matar a los
buenos, pero con el tiempo ya comenzó a funcionar el sistema de
mantener vivos algunos ciegos y atarlos a las columnas para que
gritaran como pájaros y fueran la idea de la eternidad en este mundo.
El código de la rabia estuvo siempre en manos de nadie, para ser
poblado por sacudidas de manos y de dientes, hasta que el mar pacífico
pase a existir, junto a los sedales siendo pormenores del amor en las
islas donde esperabas ver a la tríada flamear como desenredando las
posibilidades de un ocaso fukuyamo y capital.
Antes de parir la madre de todos nosotros tuvo que montarse a un
caballo, que crispaba como recio más que el golfo de su útero inmenso
ávido de soltarnos al vuelo por lo bajo que sería la vida de combatientes
contra nuestra propia idiotez, que sería la única que nos salvaría del
mundo. Tuvo que matar un caballo idiota y sin dientes nacido de la
espalda de la siembra de monos en las antípodas del deseo y los
flameantes 245 de su minusválida visión de un porvenir. Nuestra regia
mater creció de la siembra de sus muslos hechos trizas tirados al campo
como riegos de fibra vegetal, caídos como pétalos sus brazos heridos
desatadas las fibras animales, su pecho descuartizado para dar nombre a
lo que no pudo tenerlo, el dolor de habitar la tierra sin mal, vuelta la
tierra de la figura de vidrio y cardúmenes de adoradores. Los
adoradores alcanzaban la tiniebla, y la emperatriz sabía que nacería para
reírse un rato solo, un rato del desayuno, de todos los posibles
adoradores y del cristo insolente y poco innovador que tendría para
ofrecernos la madre de todas las culpas posadas en nuestra propia
imbecilidad, gestora de amor, luz, rabia, y toda otra cantidad de frutos
deliciosos, nacidos de la idiocia rebelde.
Un día nos fue concedido el cielo para siempre por tres días como
plazo para levantarlo, ir a buscarlo, crearlo y concebirlo detrás de la no
educación de tener dónde y cómo cocinar un puto concepto, y
pagamos todas las partes del trato para rodar en picada vertical y
ascendente al lugar donde ahora, montados a la esfera de rabia,
rugiendo como tigres siendo perros; soldando el mediodía con la áurea
visión del destino de muerte que sin tregua histórica nos llama desde la
mano que corta la tarjeta del dolor, esfuerzo, placer y muerte; que es la
mayoría del tiempo la mano del andrógino que nos junta en el fluido
único de todos nuestros pares vueltos miel en la mano de sus o el amor
número 790 en rabiar la casta de todo lo que se llamó humano a sí
mismo y carroña al ejército vencedor o el contrario en definitiva, todos
los perdedores aún al ganar, de la guerra de las crestas henchidas de
herrumbre arcaica al moler la parra entera, ramas y semillas en el final
de un tiempo que reverbera por siempre en los oídos, acaso tan solo, de
sus vivientes. Y lamento morir a cuchillo en la cuadra de los herreros,
donde debería haber sido apareado con la más óptima duración, con las
nuevas especies- los cristos que deforman la idea de la tarde y rebanan
el mediodía nuevamente y cada siempre, en el rever de la carta escrita
desde y para y en el puño del desierto, el desierto plagado de la salud de
morir ahogado de futuro.
Recordar que vivimos a en el maíz, hacerles recordar a quienes gritan
que los muros están delicados raídos pervertidos en manos de
afiebrados mantos salidos de la selva afuera del ciclo de todas las
tormentas números 12987 y venideros que nada revendrá lastimero
como los muros no cayendo sobre nosotros. Que el ojo soltará la tripa
detrás del ojo, que las manos se volverán artífices de la precisión
asquerosamente inhumana que caracteriza a las manos, y que sus
límites, su final, el saber del final de las manos nos seguirá doliendo
como cuando entra al cuerpo desde el aire cualquier dato de un cuerpo
querido, porque somos la montaña de adelgazar, henchir y medir la
finitud y a veces parece que solo fuéramos un dispositivo de ver los
límites de la infinitud, pero; vivimos en el maíz y somos el trigo, la miel
y la sal de esta tierra, aún siendo el carbón, la piedra o el maíz mismo.
Cuando caigas de la cuna no me tendrás como idea de un mundo
ordenado, cada vez que recites lo que no dije. Me decoro en el
espasmo. Antes de llegar a una salida que nos convenza, seguirás el
salto de las fábulas del volcán hacia la noche, el de sus astas, ya
porfiadas por nacer en las emanaciones de la rabia eclipsada. Nutrir el
esqueleto del pensamiento para poblar de centros alternos a la herida.
Me quiero devolver el llanto de contar mi historia, y eso devengo.
Antes del tiempo pusimos el dolor, para que los ángeles devinieran
igual de ingenuos que los cristianos. Galundia Moera descubrió es
verdad en el año 2017 y así fue galardonada como la primera banda en
tocar en la luna. Un panteón mejor que el de los ángeles, para
publicitarse en vidrieras junto con la grosería de la moral, fue el de los
mesías variopintos del cristianismo.
La nueva teología solo incluye recortes de espejos y contactos con el
quinto emblema de Urano, lo que hay detrás ed la espuma del cielo, el
grito de los mártires vedados de la forma. Ante la histeria que se
columpió en el minuto de tiempo que fueron los dos mil años de era
cristiana, lascaras de los ciegos formaron un tejido que hiciera parecer
ese minuto largo como el respiro de millones de hormigas estrelladas en
un colapso que es el de un solo hombre cuando conoce el campo de lo
cierto, que es apenas el miedo; también antes del comienzo del
momento, y justo al final del tiempo. La vida fue un nombre para una
función de 9 bits creada en la panza del dragón. El dragón mora más
allá de todo horizonte calculable.

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