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El Santuar io : Una C ita con Dio s.

Pastor Marcelo J. Solís Mena

Los israelitas eran esclavos del Faraón en Egipto. Ellos no eran felices.
Eran afligidos continuamente, y Dios escuchó el amargo “clamor” de ellos “a
causa de sus exactores” y conoció “sus angustias” (Éxodo 3:7).
El gran plan de Dios consistía en liberar a los esclavos hebreos. Así que
comisionó a Moisés para esa tarea. Y le dijo: “cuando hayas sacado de Egipto
al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte” (versículo 12).

Punto de Encuentro
Dentro de su magnífico plan, el Señor había diseñado un lugar que sería
un punto de encuentro entre Él y su pueblo: el Santuario. Una vez liberados los
israelitas, y manifestado el plan de salvación mediante el Tabernáculo que Dios
le mostraría a Moisés para hacerlo “conforme al modelo” (Éxodo 25: 40) que le
sería mostrado, Dios se propuso lo siguiente: “habitaré entre los hijos de Israel,
y seré su Dios. Y conocerán que yo soy Jehová su Dios, que los saqué de la
tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos. Yo Jehová su Dios” (Éxodo
29:45, 46). Dios estaba interesado en ese Santuario, porque Él se había
propuesto morar entre su pueblo. El Santuario era el lugar de encuentro entre
Dios y sus redimidos. Él dice: “Allí me reuniré con los hijos de Israel; y el lugar
será santificado con mi gloria” (versículo 43, todas las cursivas son añadidas
del autor). El verbo hebreo Ya‘ad equivale a “hacer una cita”. Dios quería
reunirse con su pueblo, porque Dios es un Dios inmanente. Cabe aclarar, sin
embargo, la inmanencia de Dios no afecta su trascendencia. En ese encuentro
Dios sigue siendo soberano. Sus Diez Mandamientos dados en el Sinaí lo
revelan.
Al Santuario terrenal, Moisés “lo llamó el Tabernáculo de Reunión”
(Éxodo 33:7). Ese Tabernáculo de Reunión era el centro de actividad del
pueblo de Dios. Era aquí en donde Dios se encontraba con su pueblo, y el
pueblo se reunía para recibir el misericordioso perdón de Dios mediante el
sacrificio de la ofrenda. Dios les estaba obsequiando su presencia. Él les
proveyó una identidad. El Santuario, proclama la inmanencia de Dios fundada
en su amor.
Más tarde, cuando Jehová liberó a los esclavos hebreos; “e Israel vio a
los egipcios muertos a la orilla del mar” (Éxodo 14:30), en su cántico de
liberación, Moisés dijo al Señor: “Condujiste en tu misericordia a este pueblo
que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada” (Éxodo 15:13).
¿Y cuál era ese lugar a donde el Señor los llevó e hizo pacto con ellos? ¿A qué
se refiere con “tu santa morada”? Por supuesto que fue el Monte de Dios, el
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Sinaí, donde les dio las tablas del pacto, los diez mandamientos. Fue allí, al pie
del Monte donde Dios les pidió a los israelitas: “Altar de tierra harás para mí, y
sacrificarás sobre él tus holocaustos y tus ofrendas de paz, tus ovejas y tus
vacas; en todo lugar donde yo hiciere que esté la memoria de mi nombre,
vendré a ti y te bendeciré” (Éxodo 20:24). Evidentemente, el Sinaí se convirtió
en el primer Santuario israelita. El santuario es su “santa morada”.

Jesús y el Santuario Terrenal


Los Israelitas habían sido redimidos, y Dios quería que ellos
permanecieran firmes al pacto de la salvación que les fue mostrado en el
Monte Sinaí. El Santuario fue la mejor idea de Dios, es una manifestación de
condescendencia para con sus hijos. Esa manifestación se ve revelada en
Jesucristo: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (San
Juan 1:14). El verbo indicativo en griego es: Skhnów (Sxenóo), denota el
“morar” en una casa de campaña. En hebreo sería del verbo ´Shakan, que
significa “morar”, “acampar”. Jesús es Dios, y su gloria la Shekináh, mora en Él,
por que Él es Dios, “el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Cristo reemplaza el
Santuario terrenal (cf. San Juan 2:19). Por eso Juan dice que en Cristo “vimos
su gloria” (San Juan 1:14). Cristo habitó entre nosotros para manifestarnos el
plan de salvación en su misma persona.

El Evangelio en el Santuario
El evangelio fue predicado a los antiguos israelitas por medio del servicio
del Santuario terrenal, representación objetiva de todo el plan de salvación. ¡El
Santuario, en sombras, reveló la expiación por medio del sacrificio de la
ofrenda, la mediación a través del sumo sacerdote, la confesión por medio del
penitente, la purificación a través de la sangre; la ley, el juicio, la justificación,
santificación y la glorificación, y todo eso por la fe!
San Pablo afirma que el evangelio que hemos recibido ya se les había
dado a conocer a los antiguos israelitas, y esto fue mediante el Santuario
terrenal. “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva
como a ellos…” (Hebreos 4:2).

Miremos a continuación lo que se les enseñó en el Santuario terrenal:


1. Primeramente se les enseñó, mediante el sacrificio del animal, la muerte de
Cristo. Juan el Bautista presentó a Jesús como “el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo” (San Juan 1:29). Todo el servicio del Santuario,
es decir, el plan de salvación, descansa sobre el sacrificio expiatorio o
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sustitutivo de Jesucristo. El apóstol Pedro escribió: “Sabiendo que fuisteis
rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros
padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya
destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los
postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20).

2. Una segunda enseñanza que recibieron los israelitas la encontramos en el


lugar santísimo, el segundo departamento del santuario. Así como el altar
del holocausto y el lugar santo simbolizaban la muerte y la mediación de
Cristo a favor de nosotros, el lugar santísimo simboliza la obra intercesora
de Cristo durante el juicio a favor de nosotros.

Acerquémonos al Santuario Celestial

Hay un templo en los cielos donde Dios mora. En su oración dijo el rey
Salomón: “Oye, pues, la oración de tu siervo, y de tu pueblo Israel; cuando
oren en este lugar, también tú los oirás en el lugar de tu morada, en los cielos;
escucha y perdona” (1 Reyes 8:30). Según estas palabras, Salomón reconoce
la existencia del Santuario Celestial, y desde allí Dios “escucha y perdona” a
los que “por la fe” entran al “Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo”,
nuestro sacrificio (Hebreos 10:19). Un ejemplo de esto lo encontramos en
David cuando dijo: “En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. Él
oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos”
(Salmos 18:6).
Finalmente, Pablo nos exhorta: “acerquémonos con corazón sincero, en
plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y
lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:22). Esta es la experiencia de
la salvación manifestada desde el Santuario de Dios.

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