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ADOLESCENCIA Y CULTURA.

CONTAR EL PROCESO DE LA ADOLESCENCIA (FASES) INTERRELACIÓN


ENTRE LOS TEXTOS. DIFERENTES DEFINICIONES DE CULTURA Y
COMNICACIÓN

COMO ES LA EVOLUCION ADOLESCENTE DENTRO DE ESTA CULUTRA SI ES


DIFICIL O MAS FACIL Y SI LA COMUNICACIÓN QUE ELLOS LOGRAN ES
INTERPRETADA O NO POR LOS ADULTOS.

DIFERENTES FORMAS DE COMUNICACION

¿Por qué los humanos tenemos cultura?

Así titula Michael Carrithers, un antropólogo contemporáneo, un libro que plantea


cuestiones fundamentales para comprender la psicología humana.

Los seres humanos vivimos en un mundo cultural. En él construimos nuestros aprendizajes,


desarrollamos la percepción del mundo y de nosotros mismos, construimos también la
memoria biográfica y social, el pensamiento, el lenguaje la conciencia, la personalidad, las
emociones, los vínculos afectivos.

A diferencia de los animales, los humanos creamos culturas. Para comprender el complejo
funcionamiento de los procesos psicológicos humanos – como la memoria, el pensamiento
o el lenguaje- es necesario entenderlos como producto de la interacción entre las personas y
el mundo. Y el mundo humano es un mundo cultural.

La palabra “cultura” proviene del latín, colere, que quiere decir “labrar el campo”, o sea,
cultivarlo para hacerlo fértil. A lo largo de la evolución, los seres humanos “labramos el
campo” de formas diversas, es decir, humanizamos el entorno natural convirtiéndolo en
cultural, creando diversos instrumentos y modificando nuestro propio desarrollo como
“labradores” en ese proceso. Esos “campos” encuentran así diversos modos de “fertilidad”.
Es decir que la diversidad de culturas construidas por los seres humanos producen,
enriquecen y transforman el mundo de maneras diferentes.
La diversidad humana, lejos de ser una carencia, refleja la gran cantidad de posibilidades
que las personas poseemos para producir diversas formas de habitar nuestro mundo.

Los seres humanos, además de vivir en sociedad, creamos la sociedad para vivir. Y lo
hacemos de maneras sumamente variadas, complejas y cambiantes.

MARTES CON MI VIEJO PROFESOR

Morrie Schwartz fue profesor de sociología en la Universidad de Brandeis, Nueva York,


durante treinta años. Uno de sus alumnos era Mitch Albom, que luego se convertiría en
connotado periodista y escritor. Aunque Morrie era el profesor favorito de Mitch y Mitch el
pupilo predilecto de Morrie, no se vieron durante los veinte años siguientes a la graduación
del alumno. Se reencontraron cuando Mitch supo que Morrie estaba muriendo de una
enfermedad lenta, implacable y terminal. Mientras Morrie se consumía, Mitch lo visitaba
cada martes y tenían encuentros de alto contenido emocional y profundo significado
espiritual e intelectual. Así ocurrió catorce martes antes de que Morrie muriera. Las
conversaciones fueron registradas por Mitch en un valioso libro que se titula Martes con mi
viejo profesor. En una de las últimas charlas entre ambos, Morrie reflexionaba: “Al
principio de la vida, cuando somos niños recién nacidos, necesitamos de los demás para
sobrevivir, ¡verdad? Y al final de la vida, cuando te pones como yo, necesitas de los demás
para sobrevivir, ¿verdad?” Luego de un silencio, en un susurro, agregó: “Pero he aquí el
secreto: entre las dos cosas también necesitamos de los demás”.

EL SECRETO DE LO “MEGA”

Este es el secreto que parece haber sido olvidado en nuestra cultura. Por el contrario, los
demás, el otro, el prójimo, han ido convirtiéndose paulatinamente en una silueta, en una
sombra sin rostro, en una referencia lejana, sin contenido, cuando no en un obstáculo o, a lo
sumo, en un medio para un fin. Nunca han existido tantos seres humanos vivos como hoy,
nunca han estado tan conectados por la tecnología y acaso nunca han estado menos
comunicados entre sí, nunca se han reconocido menos como semejantes y necesarios cada
uno para la existencia del otro.
El siglo XXI se ha iniciado bajo el signo del egoísmo. La identidad de las personas parece
construirse a partir de lo que tienen, aunque pocas de ellas saben qué son, quiénes son.
Vivimos en la sociedad del mercado. Tomada individualmente cada persona es un
consumidor y, y cuando se junta con otras, constituyen un mercado. El mercado es un
ámbito en el que se compran y venden mercancías. Hoy los individuos son,
prioritariamente, eso: mercancías. Tanto tienen, tanto valen. Como necesitan tener para
valer, siempre habrá alguien dispuesto a venderles para que tengan. En este contexto,
pareciera que” más” es siempre “mejor”. Hay que desear más, tener más, mostrar más,
aspirar a más. La palabra mega se ha incrustado en el vocabulario contemporáneo y
acompaña a cada vocablo. En esta cultura de lo mega lo que predomina es una mega
insatisfacción, un mega vacío existencial, una mega angustia colectiva. En esta sociedad del
consumo, de la fugacidad, del materialismo obsceno y voraz, nacen, se crían, se educan, se
forman los niños y adolescentes de hoy. Los adultos responsables de ellos (padres,
educadores, políticos, formadores de opinión y demás) son protagonistas y reproductores de
ese modelo social y cultural.

Enfrentados a estos temas, muchos adultos en general suelen decir: “ No me queda más
remedio que hacer esto, pero es porque las circunstancias (o la sociedad) te obligan. De
todas maneras no es esto lo que quiero para mis hijos y siempre les aconsejo otras cosas”.
La excusa luce insostenible por donde la mire y es un perfecto ejemplo de des-
responsabilidad. No es lo que les decimos a nuestros jóvenes en general lo que va a
guiarlos, a darles referencias para encontrar rumbos en un mundo incierto y hostil, sino lo
qué hacemos y cómo lo hacemos.

JUVENTUD DIVINO TESORO

Quizá no sea ésta una frase que vayan a invocar masivamente, cuando sean adultos, los
adolescentes de hoy. Un relevamiento efectuado durante 2005 por el Ministerio de Salud y
Medio Ambiente de la Argentina indica que, en el país, cada día muere trágicamente un
joven de entre 15 y 19 años. En 12 meses, de acuerdo con el informe, 832 chicos de esas
edades fueron asesinados (esto significa el 30% de los homicidios registrados en el país) y
otros 353 fallecieron por causas violentas. Esto significa accidentes, manipulación de armas
de fuego, riñas y tragedias automovilísticas. La Dirección de Psicología y Asistencia Social
Escolar de la provincia de Buenos Aires hizo en 2006 un estudio entre los 4 millones y
medio de alumnos que acuden a 16 mil escuelas de esa provincia. Algunos datos: en un año
se produjeron 14.199 agresiones físicas, 28.129 insultos y humillaciones, y 9.668 episodios
violentos (enfrentamientos entre grupos rivales).

La violencia aparece como un ingrediente ineludible del proceso de crecimiento en el


mundo de hoy. No se trata de una tormenta con cielo despejado. No es un fenómeno
espontáneo. En su gestación se detectan el alcohol, la droga y otros detonantes que suelen
pasarse por alto y que, sin embargo, crean el caldo de cultivo necesario. Ese caldo es
sazonado por la negligencia, la deserción, la declinación de responsabilidad por parte de los
adultos. Estos suelen horrorizarse ante la violencia, la drogadicción y el alcoholismo juvenil
como si éstos fueran causados por un demonio que, súbitamente, se hubiese apoderado de
las almas adolescentes o como si los chicos estuvieran guiados por un indomable gen de la
maldad.

TIRANDO LA PELOTA AFUERA

La peor actitud ante esta dramática realidad es reaccionar airadamente cargando toda la
culpa sobre los traficantes, los vendedores, los productores, los anunciantes, los
programadores de la televisión violenta e inmoral y las autoridades (cuando no, en el colmo
de la displicencia, también sobre la escuela). De todas las responsabilidades que a diario se
evaden, se ocultan, se ignoran o se olvidan en nuestra sociedad, ésta es una de las más
trágicas. Hay una responsabilidad de los padres, de los adultos involucrados.
Responsabilidad significa capacidad de responder, facultad de hacerse cargo ante las
consecuencias de los propios actos, decisiones y elecciones. La presencia y responsabilidad
de los padres no evitará que los hijos beban, o que prueben drogas, o que participen de
enfrentamientos. Crecer, como vivir es una actividad de riesgo y muchas veces protegerse
de ellos implica pasar por ellos, al igual que cualquier vacuna poniendo en contacto
(atenuado y controlado) con aquello de lo que nos queremos preservar. Es entonces la
función de los adultos contener, limitar, responder, confrontar de un modo orientador,
canalizar, encauzar búsquedas y tendencias. Se crece a través del peligro, pero una cosa es
no tener recursos (especialmente emocionales, de valores, espirituales y también
materiales) ante el riesgo, y otra es encontrarse con él librado al azar.
LA MISION A CUMPLIR

El mayor logro de la maternidad y de la paternidad, la certificación indudable de que la


misión ha sido bien cumplida consiste en dejar de ser necesitados por nuestros hijos, en
que, habiendo alcanzado el desarrollo de sus propias condiciones e instrumentos, ellos
vengan a nosotros por amor, simplemente para compartir y celebrar el encuentro, y no por
necesidad, por incapacidad, por confusión emocional respecto del vinculo que nos une.
Para alcanzar este logro, antes debemos estar muy cerca, muy presentes, muy activos, muy
decisivos. Antes debemos ser adultos.

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