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; Jorge Luis Borges Los laberintos policiales y Chesterton 230 apt Ona ime tet Sie ante hen de Bags) i dics al cua de Sar Lit del Cert 1 Medes ube de Sachs ‘eat ‘mln Cayrit © Mote Fda 1599 BE te 1388 Disc de tp: Eduard ie { vom et | Tec Pg” | cota SC et | Axminster Que rorre ‘chides cepa yel aio dace ed gaco epee nee JORGE Luis BORGES EN SUR 1931-1980 EMECE 1% 2 Jorg Le Borges LOS LABERINTOS POLICIALES Y CHESTERTON El inglés eofioce la agitacién de dos incompatibles pasio- nes: el extralo apetito de aventuras y el extraio apetito de legalidad. Escribo “extrafio”, porque para el criollo lo son. Martin Pierro, santo desertor del ejército, y el aparcero Cruz, santo desertor de la policia, profesarian un asom- bro no exento de malas palabras y de sonrisas ante la doc- trina briténia (y norteamericana) de que la azn ex con Ia ley, infaliblemente; pero tampoco se avendrfan a imagi- nat que su desmedrado destino de cuchilleros era intere- sante 0 deseable. Matar, para el criollo, era desgraciarse. Era un pereance de hombre, que en si no daba ni quitaba virtud, Nada més opuesto al Asesinato considerado como una de las Bellas Artes del “mérbidamente virtuoso” De Quincey oala Teoria del Asesinato Moderado del seden- trio Chesterton. ‘Ambas pasiones —Ia de ls aventuras corporales, la de la rencorosa legalidad— allan satisfacci6n en la corriente narracién polcial. Su prototipo son los antiguos folletines y presentes cuadernos del nominalmente famoso Nick Carter, atletahigiénico y sonriente, engendcado por el pe- riodista John Coryell en una insomne miquina de escribir, «que despachaba setenta mil palabras al mes. El genuino re lato policial —zprecisaré decirlo?— rehisa con parejo des- dé los riesgos fisios y Ia justicia distributiva. Prescinde con serenidad de los calabozos, de las ecaleras secretas, de Jos remordimientos, de la gimnasia, de ls barbas postizas, de la esgrima, de los murcilagos de Charles Baudelaire y hasta del azat. En los primeros ejemplares del género (El em Sur (931-1980) w misterio de Marie Rogét, 1842, de Edgar Allan Poe) y en tino de los itimos (Unravelled knots de la baronesa de Orezy: Nudos desatados) la historia se limita ala discusign y ala resolucin abstracta de un erimen, tal vez a muchas leguas del suceso o a muchos aos. Las cotidianas vias de la inveetigarién palicial —law ractrae digitale, la torres y la dlelaciéa— parecerian solecismos ahi. Se objetard lo con- vvencional de ese veto, pero esa convencidn, en es lugar, es iereprochable: no propende a eludie dificultades, sino a imponerlas. No es una conveniencia del escritor, como los confidentes borrosos de Jean Racine o como los apartes La novela policial de alguna extensién linda con la no- vela de caracteres 0 psicoldgica (The moonstone, 1868, de Wilkie Collins, Mr. Digweed and Mr. Lumb, 1934, de Phillpotts.) El cuento breve es de caricter problemdtico, stricto; su eSdigo puede ser el siguiente: ‘A) Un limite discrecional de seis personajes. La ineae: ign temeraria de esa ley tiene la culpa de la confusién y el hastio de todos los films policiales. En cada uno nos pro- ponen quince desconocidos, y nos revelan finalmente que eldesalmado noes Alpha que miraba por el ojo de la eerra~ dlura ni menos Beta que escondid la moneda ni el afligente Gamma que sollozaba en los ingulos del vestibulo sino ese joven desabrido Upsilon que hemos estado confundiendo ‘con Phi, que tanto parecido tiene con Tau el aseensorista suplente.Elestupor que suele producir ese datos més bien moderado. 'B) Declaraciéin de todos ls términos del problema. Sila memoria no me engafa (0 su falta) la variada infraccién de esta segunda ley es el defecto preferido de Conan Doyle. Se trata, a veces, de unas leves particulas de ceniza, eco, das a espaldas det lector por el prvilegiado Holmes, y slo derivables de un cigarro procedente de Burma, que en una sola tienda se despacha, que sirve a un solo cliente. Otras, cl escamoteo es més grave. Se trata del culpable, terrible- us Jorge Lis Borge mente desenmascarado a titima hora para resultar un des- conocido, una insipida y torpe interpolacién. En los cuen- tos honestos, el criminal es una de las personas que figuran desde el principio. (©) Avara economia en los medios. El descubimiento final de que dos personajes de la trama son uno solo, puede ser agradable siempre que el instrumento de los cambios, no resulte una barba disponible o una voz italiana, sino dis- tints circunstancias y nombres. El caso adverso —dos in- dividuos que estan remedando a un tercero y que le pro- porcionan ubicuidad— corre el seguro albur de parecer una 'D) Primacte del cimo sobre el quite. Los chapuceros yaexecrados por mien el acjpite A abundan en la historia de una alhaja puesta al alcance de quince hombres —mejor dicho, de quince apellidos, porque nada sabemos de su ca- ricter-~ y luego retirada por el manotén de uno de ellos. Se imaginan que el hecho de averiguar de qué apellido proce- dig el manotén, es de considerable interés E) El pudor de la muerte. Homero pudo transmitir que una espada tronché lz mano de Hypsenor y que la ‘mano ensangrenteda rod6 por tierra y que la muerte co- lor sangre y cl severo destino se apoderaron de los ojos: pero esas pompas de la muerte no caben en la narraci6n policial, cuyas musas glaciales son la higiene, la falacia y idad y maradilla en la solucién. Lo primero nado, apto para wna sola respuesta. Lo segundo requiere aque esa respuesta maravilleal lector —sin apelaralo sobre- natural, claro est, cuyo manejo en este género de ficciones es una languides y una felon‘a. También estin prohibides el hipnotismo, las alucinaciones telepéticas, los presagios, los elixires de operacién desconocida, los ingeniosos tru- 98 seudocientificos y los talismanes. Chesterton, siempre, realiza el tour de force de proponer wna aclaracién sobre- en Sur (1931-1980) 9 natural y de reemplazarla luego, sin pérdida, con otra de este mundo. ‘The scandal of Father Brown, el més reciente libro de Chesterton (Londres, 1935) me ha sugerido los dictimenes anteriores. De las cinco series de crdnicas del pequeo ecle sidstico, éta debe ser la menos feliz. Incluye, sin embargo, dos cuentos que no me gustaria ver rechazados de la amto- logia o canon browniano: el tercero, La fulminacién del libro; el octavo, El problema insoluble. La premisa de aquél «es emocionante: se trata de un averiado libro sobrenatural {que opera la instanténea desaparicién de cuantos impr- dentes lo abren. Alguien anuncia por tléfono que tiene el libro por delante y que lo va a abrir cl interlocutor espan- tado “oye una especie de explosisnsilenciosa”. Otro de los fulminados deja un agujero en un vidrio; otro, un rasgén en una lona; otro, su deshabitada pierna de palo. El dénouement es bueno, pero puedo jurarles que el mis de- ‘voto de us lectores lo presinti, al promediar la pégina73. ‘Abundan rasgos que son muy de G. K.: verbigracia, aquel lobrego enmascarado de guantes negros, que resulta des pués un aristécrata, opugnador total del nudismo. Los lugares del erimen son admirables, como en todo libro de Chesterton —y cuidadosay sensacionalmente fal sos. gHa denunciado alguien la afinidad entre el Londres fantistico de Stevenson y el de Chesterton, entre los enlu- tados caballeros y jardines nocturnos del Suicide Club y Jos de la ahora quintuple Saga del Padre Brown? * Sur, Buenos Aires, Abo V, N° 10 juliode 1935 Yeambign en JL Borges, Ficionaro, Mésico, Fondo de Cultura Econdmica, 1985. SCOHHCOOHHHOSHOHHHSOHOHOHSCOHHEHOCEEOOS

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