Segunda parte
FUNCION Y FORMAIl
El poderto de Pigmalibn
Erase una vex un hombre viejo lamado Nahokoboni, Estaba angustiado porque no tenia
ninguna hija; -y quién iba a cuidar de ¢l si no podia tener un yerno? Pero como era un
médico brujo, se hizo una hija sacéndola del tronco de un arbol [...].
De ua cuento de los indigenas de la Guayan
esde el momento en que los fildsofos griegos llamaron al arte una «imita-
cién de la naturaleza», sus sucesores no han parado de ajetrearse afirman-
do, negando o cualificando dicha definicién. Los dos primeros capitulos
de este libro se han consagrado alo mismo. Han intentado mostrar algunos de los
limites que constrifien esta finalidad de perfecta «imitacion», limites establecidos por
la naturaleza del procedimiento de un lado, y de oto lado por la psicologfa del pro-
ceso artistico. Todo el mundo sabe que esta imitacién ha dejado de interesar a los
artistas de hoy. ;Pero significa esto un cambio de dircccién? {Tuvicron alguna vez
raz6n los griegos, siquiera describiendo los fines de los artistas del pasado?
Su propia mitologia Jes hubiera contado un cuento distinto. Porque en efecto se
refiere a una anterior y més impresionante funcidn del arte cuando ¢l artista no aspi-
raba a obtener un «parecido» sino a rivalizar con [a propia creacién. El més famoso
de aquellos mitos que criscalizan la creencia en el poderio del arre para crear, més
que para retratar, es la historia de Pigmalién. Ovidio la convirtié en una novela erd-
tica, pero incluso en su perfiumada versién podemos sentir algo del escalofrio que
alguna vez sintid el hombre ante las misteriosas capacidades del artista.
En Ovidio, Pigmalion es un escultor que quiere esculpir una mujer segiin su
gusto y se enamora de la estatua que hace. Ruega a Venus que le dé una esposa
modelada como aquella imagen, y la diosa transforma el frio marfil en un cuerpo
viviente. Es un mito que ha cautivado naturalmente la imaginacién de los artistas, el
solemne y algo lacrimoso ensueio de Burne-Jones (ilustracién 62) no menos que la
irreverente burla de Daumier (ilustracién 63). Sin la subterrénea promesa de este
mito, sin las secretas esperanzas y miedos que acompafian al acto de la creacién,
pudiera ser que no tuvigramos arte segtin lo conocemos. Uno de los mas originales
jdvenes pintores ingleses, Lucien Freud, escribfa recientemente: «Un momento de
felicidad completa no se da nunca cn la creacién de una obra de arte. La promesa se
siente en el acto de la creacién, pero desaparece cuando la obra se acerca a su térmi-
no. Porque entonces el pintor se da cuenta de que no hace mas que pintar un cua-
dro. Hasta entonces, casi se habia atrevido a esperar que la pintura se pondria a
vivir»
80El poderio de Pignaliin 81
ann
62, Burne-Jones. Pigmaliin. 1878. 63, Daumier, Pigmalién, 18433 Lixografia
«Sdlo un cuadro», dice Lucien Freud. Es un motivo que encontramos por coda la
historia del are occidental. Vasati cuenta que Donatello, cuando trabajaba en su
Zuccone (ilustracién. 66), lo miré de pronto y se puso a amenarar a la piedra con una
terrible maldicién: «Habla, habla —favella, favella, che ti vegna il cacasanguels Y el
mayor brujo de todos ellos, Leonardo da Vinci, canté cl poder del artista para cteat.
En aquel himno de alabanza a la pintura, el Paragone, llama al pintor «Seftor de toda
suerte de gentes y de todas las cosas». «Si el pintor quiere ver bellezas para enamorar-
se de ellas, esté en su mano producirlas, y si quiere ver cosas monstruosas que horro-
rizan o son necias o risibles 0 merecen compasién, él es su Sefior y Dios» (ilustracio-
nes 64 y 65).
64,65. Leonardo da Vinci, Cabecas groresoas,b. 1495, Leda, b. 1509s plana y tin.