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Introducción
Mientras preparaba este capítulo (que he de confesar me ha traído por la calle de la amargura durante varias
semanas pues a la vista de cualquier persona sensata está que el título escogido resulta demasiado pretencioso y
conflictivo) me han estado viniendo constantemente a la cabeza situaciones en las que la diversidad se nos hace muy
cuesta arriba. Permitidme un ejemplo muy próximos a mí mismo.
Me gusta conducir bastante concentrado y mantener un ritmo vivo en la carretera (adelantar en cuanto se puede y
conservar una velocidad de crucero estable). Por eso me desespero cuando me toca por delante algún alma cándida
que va más lento que el caballo del malo o algún camión cuya sobrecarga de peso le impide avanzar o algún
dominguero que no coge el coche más que para ir de paseo y sin ninguna prisa. Llevo muy mal las grandes colas o
caravanas, sobre todo cuando son innecesarias. Y no en pocas ocasiones me gustaría echar de la carretera a las
personas que no saben conducir o que lo hacen mal o que se toman la conducción como un simple paseo (sin
comprender que hay otras personas que están trabajando o que deben hacer viajes largos y que se ven muy
perjudicadas por esa parsimonia). “No deberían dejarles conducir, me digo para mí mismo, son un peligro público.
O si no, ponerles unas horas o hacerles unas vías especiales como a las bicicletas”
Hace unos días pensé: ¡qué buena analogía para analizar mi propia actitud ante la diversidad!. Esos son, justamente,
los argumentos de quienes ven con malos ojos que niños con necesidades educativas especiales entorpezcan la
carrera fulgurante de los más brillantes. Porque en la escuela, como en la vida y en la carretera, no todos somos
iguales ni todos estamos en condiciones de poder llevar un ritmo similar. Resulta muy difícil establecer una
convivencia cordial e integradora si no partimos de esta constatación de que somos muy diferentes en todo y que
resulta desequilibrador pedir a todos un comportamiento similar.
ESQUEMA
1
Una visión amplia de la DIVERSIDAD
2
Los NUEVOS ENFOQUES (y desenfoques)
en el abordaje de la diversidad en las escuelas.
3
VISIÓN y ACTITUDES sobre la integración
de los diversos sectores de la comunidad escolar
4
Los DILEMAS e incertidumbres a afrontar en el futuro
Cuadro nº 1
En todo caso, asumo que esta es una intervención que sirve de introducción a un Congreso en el
cual personas con mucho conocimiento y experiencia van a entrar en consideraciones más
puntuales y concretas. Mi objetivo es hacer una aproximación al tema desde la que pueda ofrecer
una panorámica general de la cuestión. Ojalá acierte.
Se ha dicho de la escuela básica española (Primaria y ESO) que es una escuela abierta a todos y
construida desde los supuestos de la comprensividad. El modelo educativo español está
construido sobre esas coordenadas. Pero parece claro que la comprensividad no pasaría de ser un
mero barniz político si no va acompañada de dispositivos capaces de llevar a cabo lo que
eufemísticamente se ha denominado como “dar respuesta a la diversidad”. Ambos conceptos,
comprensividad y diversidad (tanto en lo que tienen de opciones políticas, como organizativas y
curriculares) se complementan y condicionan mutuamente su desarrollo.
Lo que a muchos centros escolares y profesores les ha desconcertado y ha roto su estilo habitual
de trabajo es la enorme heterogeneidad de los alumnos a los que deben atender. Heterogeneidad
presente dentro de un mismo grupo, lo que hace prácticamente imposible seguir un sistema
común de trabajo. Y ahí es donde comienza toda la problemática de la segregación y de la
exclusión.
Las escuelas inclusivas desarrollan una filosofía pedagógica que valora positivamente la
diversidad y la afrontan poniendo en marcha toda una batería de estrategias de apoyo a los
sujetos para que alcancen el máximo desarrollo que sean capaces de lograr.
La pregunta clave, por tanto, es: ¿a quién excluye la escuela ?, ¿qué dispositivos organizativos,
curriculares, de cultura institucional, de funcionamiento diario, etc. son los que provocan
exclusiones o ponen trabas a una integración plena de todos los sujetos en la acción educativa?.
Una de las aportaciones sustantivas de este enfoque, el principal desde mi punto de vista, es
justamente que traslada el foco de atención (y también la naturaleza del problema) del individuo
a la institución. Ya no es que los sujetos se inadapten y marginen como consecuencia de ellos
mismos (por sus características, por su equipamiento o sus capacidades, por sus déficits). Y si el
problema no es “su problema”, la solución tampoco hay que dejarla básicamente en sus manos o
en la de sus familias. Es la escuela la que ha de plantearse qué ha de hacer como institución no
sólo para no provocar ella misma la exclusión sino para prevenir cualquier forma de exclusión y,
cuando ésta ya se ha producido, para ponerle remedio.
El concepto de diversidad está lejos de constituir una idea clara y fácil de entender. Bajo ese
“paraguas semántico” caben muchas cosas, muchas formas de diferencia (Cuadro nº 2). Por eso,
cuando hablamos de diversidad podemos hacer referencia a diverso tipo de situaciones, en
función del tipo y grado de diferencia al que haya que hacer frente. Cada una de ellas, por otra
parte, precisa recibir untratamiento bien diferente:
El concepto de DIVERSIDAD
1.a
Intereses y actitudes diferenciadas
Multiculturalidad
... respuesta educativa: opcionalidad...
1.b
Retrasos escolares acumulados
...respuesta educativa: actuaciones preventivas y de recuperación...
1.c
Retrasos o dificultades escolares graves
Dificultades de adaptación
...respuesta educativa: medidas curriculares y organizativas...
1.d
Deficiencias físicas o psíquicas
...respuesta educativa : sistemas específicos de apoyo...
Este tipo de diversidad requiere de una intervención positiva de tipo preventivo y, si los problemas ya se han
asentado, de tipo remedial por parte del docente o de la institución: actividades de recuperación, prolongación de la
acción escolar, sistemas complementarios de trabajo, etc.
- un tercer tipo de diversidad se produce cuando los sujetos acceden a la etapa educativa
en que se encuentran con graves deficiencias bien en el ámbito de los conocimientos bien en lo
que se refiere a la adaptación escolar. Ya no se trata de retrasos escolares en aspectos puntuales
sino de retrasos muy importantes que, con frecuencia, provocan un grave deterioro de las
competencias básicas para el estudio. En esa situación están los sujetos o grupos con fuertes
dificultades lingüísticas, o con una escasa capacidad matemática, o con problemas de conducta
de cierta importancia (que les impiden llevar un ritmo normal de convivencia y de trabajo en las
clases).
Este tipo de diversidad requiere de medidas curriculares y organizativas más audaces que traigan consigo un
reajuste del escenario formativo para hacer posible un tipo de trabajo en el que puedan participar todos.
Este tipo de diversidad suele requerir de sistemas específicos de apoyo (profesores especialistas) y de dispositivos
complementarios que sirvan para afrontar con mayor solvencia sus demandas (trabajo separado en ciertos
momentos, programaciones individualizadas, servicios médicos, trabajo muy conectado con la familia, etc.)
Desde luego, cualquiera de estos servicios resultaría también muy positivo para los sujetos
encuadrados en las otras categorías (algunos colegas prefieren, por eso, hablar de un continuum
de servicios en lugar de una jerarquía de tipos de diversidad[2]) y, en general, para todos los
niños y niñas de esos centros.
En realidad, una de las cuestiones importantes a destacar en este punto, es la que se refiere a la
transferibilidad de la experiencia con la diversidad: haber avanzado en la atención a la
diversidad en cualquiera de los tipos señalados prepara personal e institucionalmente para
afrontar las otras.
Esa es la experiencia que estamos teniendo con la Reforma, al menos en el caso concreto de la ESO. Los profesores
de Primaria y de Formación Profesional están teniendo, por lo general, menos dificultades que los que provienen
del BUP para adaptarse a la heterogeneidad de los alumnos y alumnas de la ESO. En su experiencia profesional
anterior estaban más acostumbrados a bandearse en contextos con una gran diversidad de estilos y capacidades entre
sus alumnos.
De todas formas este sentido analítico con respecto a la “idea de diversidad”, pese a que resulta
muy satisfactoria para el “experto” (porque le permite cubrir bien el campo y dotar a la propuesta
teórica de un halo de plenitud), no está exenta de problemas prácticos. La borrosidad inherente
al concepto o a la forma de presentarlo acaba teniendo consecuencias significativas en el
funcionamiento de los centros escolares:
Al menos en mi experiencia, el gran mérito de los auténticos educadores es que son capaces de tratar a todo el
mundo como “normales”, sin especiales aspavientos y con la sencillez de quien tiene la sensación de que no hace
nada del otro mundo. Frente a esa postura, podríamos situar la de quienes parece que tienen que ir con vestimenta y
modales de UVI. Se mueven y actúan como cargados de responsabilidad, pensando mucho cada decisión que
adoptan y temerosos de causar males irreversibles a los sujetos diversos. Con lo cual lo único que logran es convertir
la diversidad en un problema y, a la postre, reforzar el modelo de la segregación.
Una de las cuestiones que llaman la atención en este punto es la tensión permanente entre la
ideología (que tiende a llevarnos a constructos cada vez más amplios y comprensivos en los que
no quepa establecer fuertes diferencias) y la técnica o la práctica (que tienden a llevarnos a
progresivas subdivisiones). A veces nos podemos encontrar con que hemos hecho un largo
camino a ninguna parte: todo el esfuerzo de la integración acaba convirtiéndose en un mero
cambio de criterios de clasificación, pero al final con la misma “teoría implícita” de que sujetos
diferentes precisan de dispositivos educativos diferentes.
Como cualquier proceso de avance social, el que ha ido aproximándonos a una visión más
completa y compleja de las necesidades educativas de los sujetos, no ha sido ni rápido ni fácil.
Los avances y retrocesos han sido constantes y las incertidumbre, permanentes. Tan pronto
parecía como que se estaba avanzando de una manera firme hacia el reconocimiento del criterio
de la normalización de los procesos educativos como aparecían fuertes retrocesos en la
interpretación de las normas o en la forma de afrontar los nuevos retos que la integración (y
sobre todo, la inclusión) planteaban.
En 1975 aparecía en EEUU la ley “Education for All. Handicapped Children Act”. En ella se establecía la
necesidad de proveer de “una educación apropiada” a todos los niños y niñas con necesidades educativas especiales.
Y eso era un gran avance porque hasta ese momento aún quedaban excluidos de la escuela ordinaria muchos grupos
de sujetos con diversos tipos de deficiencias. Este es el paso adelante. Pero el paso atrás llegó de inmediato. La idea
de proporcionar una “educación apropiada” permitió salirse de las vías de la normalización para internarse, de
nuevo, en sistemas especializados reforzando el modelo dicotómico de educación normal por un lado y educación
especial por el otro.
Si nos referimos al contexto europeo las cosas no han sucedido de forma muy diferente. También aquí los avances y
retrocesos han sido constantes. Cada nueva conquista cuesta un mundo y nunca se sabe hasta cuándo durará. Un
buen ejemplo de esta tensión entre la comprehensividad de las escuelas y la búsqueda de dispositivos específicos
para atender cierto tipo de sujetos es el que se está produciendo en la actualidad en dos frentes:
- el frente de la evaluación institucional. Cuando ya parecía que estaba asumido el sentido y valor educativo de los
modelos de integración escolar aparecen los sistemas de evaluación institucional basados en resultados. Y las
escuelas son evaluadas en función de los resultados obtenidos en pruebas estandarizadas que se aplican a los niños
en diversos momentos de su escolaridad. En algunos países las evaluaciones dan lugar a calificaciones y rankings de
escuelas. Obviamente esa presión por los resultados, al margen de cualquier otra consideración, penaliza a las
escuelas que se mueven en contextos más comprehensivos. Y ya tenemos de nuevo la crisis planeando sobre los
principios de la inclusión.
- el frente de la violencia escolar. Como podremos ver en cifras es un punto posterior, la sensibilidad de los
agentes formativos y de las instituciones frente a las necesidades de los sujetos no es igual con respecto a cada una
de dichas necesidades. Los problemas de conducta son los que salen más perjudicados: ni educadores ni
instituciones están dispuestos a soportar las tensiones que generan los problemas de convivencia y disciplina. Y ahí
está, a punto de surgir un nuevo espacio de exclusión: los muchachos que se comporten mal o creen problemas en
clase serán separados de sus compañeros y se les ofrecerá un tipo de educación diferenciada.
En definitiva, el camino hacia la inclusión ha sido y está siendo un camino trabajoso e incierto.
Es verdad que la Conferencia de Salamanca (1994) marcó un hito importante en cuanto a la
apertura a los planteamientos de una “integración plena” o inclusión. Pero así y todo, hoy en día,
salvo los más optimistas, pocos estudiosos del tema están seguros de que las cosas vayan a seguir
avanzando hasta llegar a un sistema de inclusión realmente completo. Las energías y el
compromiso tanto doctrinal como político que se podía constatar en otro tiempo parecen
debilitarse. Parafraseando a la novelista chilena Marcela Serrano[4] en una de sus últimas
novelas podríamos decir que “la integración se ha vuelto un objeto esquivo”. Se ha vuelto un
objetivo esquivo, que no se deja coger, que no acaba de asentarse.
Si analizamos la forma en que se ha ido dando respuesta, en general, a los problemas sociales (el
derecho a la ciudadanía, a la sanidad, a la educación, al trabajo, al voto, etc.) veríamos que se
sigue una progresión bastante estandarizada. Con la respuesta al problema de la diversidad en las
escuelas podemos constatar que sucede otro tanto: hay una especie de itinerario estándar que
siempre recorre la institución escolar cuando se trata de ampliar su marco de acción a nuevos
colectivos. Esos nuevos colectivos han podido ser las clases bajas, mujeres, negros, deficientes,
sujetos provenientes de otros países y/o culturas, es decir, todo aquello que en un momento
resulta “diverso” a lo que había y que obliga a ampliar el territorio de la intervención educativa.
Hace unos años pasaron por la TV. una película cuyo título no recuerdo pero que me pareció un magnífico
exponente de lo que pretendo señalar a continuación. La película contaba la historia de un territorio del oeste
americano en el que convivían blancos (clase dominante) y negros (esclavos). La dinámica social estaba muy
organizada y establecida y se podría resumir en que los blancos gozaban de todos los derechos y los negros de casi
ninguno.
Todo empezó a cambiar cuando una mujer blanca se empeñó en que los niños negros debían recibir alguna
enseñanza, aprender al menos a leer y escribir. Esto generó unas controversias sociales tremendas pues las gentes
blancas entendían que eso no estaba bien, que nunca se había hecho y que iba a constituir el inicio de innumerables
problemas sociales. Pero ella se empeñó y no sin agresiones y problemas de todo tipo logró poner en marcha su
iniciativa. Obviamente, comenzó a dar sus clases en el campo, con los niños sentados en el suelo y sin ningún tipo
de facilidad. Lo cual contrastaba con el impresionante colegio que tenían los blancos con transporte escolar,
comedor y todo tipo de ventajas.
Con el paso del tiempo, la llegada del mal tiempo y toda una serie de avatares, la improvisada maestra comenzó a
exigir mejores condiciones para sus “alumnos”. No había derecho, decía ella, que a los blancos vaya el autobús
escolar a recogerlos a su casa y sus niños negros tuvieran que andar en algunos casos casi diez kilómetros para llegar
a la escuela. No había derecho a que ella no tuviera ni sillas ni mesas para el trabajo, ni un mísero lugar donde
cobijarse mientras los blancos gozaban de un colegio magnífico. Y logró que le mejoraran las condiciones de
trabajo: le hicieron un pequeño cobertizo, le llevaron sillas y mesas ya usadas, libros de segunda mano e incluso un
destartalado autobús para recoger a los que vivían más alejados.
El trabajo continuó en esas condiciones precarias pero progresivamente fueron creciendo sus exigencias a la
comunidad. Le parecía injusto que hubiera dos autobuses (uno bueno y otro malo), dos escuelas (una buena y otra
mala), etc. Quería que todos los niños usaran el mismo autobús y fueran a la misma escuela. Esto rompió los
esquemas de todos ellos y confirmó las peores sospechas de los que se oponían, desde el principio, a abrir la mano
con los negros: “comenzamos por enseñarles a leer y ahora quieren tener la misma escuela que nuestros hijos”. La
tensión fue terrible pero al final (hubieron de mediar incluso los tribunales dando razón a las reivindicaciones de los
negros) los negros pudieron utilizar los autobuses de los blancos y su colegio. Eso sí, con zonas separadas en ambos
casos: había asientos de blancos y asientos de negros, clases de blancos y clases de negros.
El último paso en la reivindicación fue exigir que todos fueran a las mismas clases y que desde luego los blancos no
tuvieran derechos especiales en el autobús. Y ahí, en esa lucha terrible por el reconocimiento no sólo del derecho
sino de la igualdad de derechos, acababa la película.
Pues bien, creo que, en general, ése es justamente el proceso que suele seguir la respuesta a la
diversidad. La incorporación de todos esos nuevos espacios sociales a la intervención educativa
pasa por niveles sucesivos de aceptación-integración:
Hace sólo unos días, se produjo un ejemplo claro de esta primera fase. Un centro sanitario rehusó atender a un niño
emigrante. Y saltaron los fusibles sociales de los más comprometidos : ¡cómo es posible que se deje a los niños sin
atención sanitaria!. “No están legalizados, no tienen derecho a asistencia sanitaria”, contestaron los funcionarios. Y
ahí empezó el lío y la “historia como grupo visible” de este colectivo. Pareció evidente que había que darles una
respuesta sanitaria (y también educativa).
- La segunda fase es que se les ofrece una respuesta educativa diferenciada y marginal
(fase de la segregación, de las escuelas especiales). Se reconoce el derecho pero no “todo el
derecho”. Por eso suele tenderse a arbitrar medidas provisionales en condiciones aún marginales
(hospitales de la beneficencia, escuela especiales, servicios basados en el voluntariado social,
etc.).
- Lleva un cierto tiempo (que depende de la imagen social con respecto al grupo de que
se trate en cada caso y también de la sensibilidad social con respecto a la necesidad que se
pretende resolver) hasta lograr diversas fórmulas de integración (reconocimiento del derecho a
disfrutar de los circuitos "normales" de la educación, la sanidad, los servicios sociales, etc.).
- Finalmente se llega a la consideración que no se trata de "educaciones especiales" o de
“respuestas ad hoc” (que siempre se basan en la diversidad como deficiencia) sino que el
problema es la educación (o el servicio de que se trate) en sí misma: se trata de hacer buena
educación y basta. Una educación que acepte las diferencias y sepa utilizarlas no en sentido
marginador y de descalificación sino como elementos de enriquecimiento mutuo.
Con ciertos matices, esto es lo que ha pasado con el tema de la respuesta educativa a la
diversidad. Muchos autores especialistas en el tema han dejado ya de hablar de diversidad para
hablar, simplemente, de anti-racismo y/o anti-discriminación. Esa es, justamente, la idea de las
escuelas inclusivas: escuelas que no excluyen a nadie ni por ninguna condición.
La cuestión está, llegados a este punto, en si ese proceso progresivo de avance hacia una mayor
sensibilidad a la diversidad puede acelerarse. Si pueden darse saltos evitando el cruzar por
alguna de las fases antes descritas. Mi opinión particular es que tales saltos no suelen sobrevenir.
No sé si son posibles o no lo son (quizá en teoría sí sean posibles, pero luego la realidad
sociológica se impone y las fases se vuelven a reproducir). No es posible contar con saltos
porque en el fondo ese avance progresivo no deja de ser un "aprendizaje" de los grupos sociales
(incluyendo en ellos tanto a los gobiernos y responsables de la educación como a las propias
comunidades donde coexisten grupos con necesidades educativas especiales, y, por supuesto, a
los profesionales de la educación y de los servicios a la comunidad y a los propios sujetos
excluidos).
En cualquier caso, el gran objetivo en este momento está en cómo afinar nuestra sensibilidad
para ser capaces de detectar y neutralizar cualquier resquicio de discriminación (por capacidades
personales, sexo, raza, origen social o cultural) en el trabajo educativo, y, a la vez, en saber
identificar qué tipo de mecanismos y recursos han de ser puestos en marcha para poder ofrecer a
todos una "buena educación".
Pero, a medida que las convicciones y compromisos ideológicos se van haciendo más débiles, cabe esperar que cada
vez con más claridad y explicitud vayan apareciendo propuestas en la dirección contraria. Las exigencias de mejorar
la calidad (de los resultados), de subir el nivel de los aprendizajes, de responder al reto de la competitividad, de
resolver los conflictos de convivencia y el malestar de los docentes, etc. está ya apareciendo como importantes
“caballos de Troya” capaces de minar las antiguas pero inseguras convicciones.
Está, por otro lado, el discurso profesional que de alguna manera ha sido el gran depositario del
reto de la atención a la diversidad. Reto que en no pocas ocasiones superaba sus posibilidades
reales (por formación, experiencia y recursos disponibles) de darle una cumplida respuesta. Pero
mientras la escasez de recursos se compensaba con un cierto compromiso doctrinal (había que
hacerlo aunque no se supiera muy bien cómo) las cosas fueron funcionando. Más problemático
se ve todo cuando incluso esa “incierta seguridad” ha dejado de actuar como colchón de pesares
y fuente de motivación.
Lo que tiene un niño ciego de ciego es bien poco en relación a lo que tiene de niño. La ceguera es sólo una parte de
su naturaleza. Es sobre todo un niño y ese es el ámbito en el que debe intervenir la educación. Ciertamente, hemos
de tomar en consideración su problema y darle la mejor respuesta posible pero sin que ello comprometa, al menos
hasta donde sea posible, sus otros ámbitos vitales.
Que yo conozca (seguramente hay otros muchos que van en direcciones similares), hay dos
magníficos ejemplos de cómo mejorar la respuesta a la diversidad implicando a más a la
comunidad. El primero de ellos se está llevando a cabo en Inglaterra. Se trata de establecer
escuelas de “excelencia” pero huyendo de los habituales patrones de centrarlo todo en los
resultados. Se trabaja sobre todo en los servicios ofrecidos a los niños más pequeños y buscando
desarrollar un tipo de planteamientos en los que estén integradas tanto las familias, como las
autoridades locales, los profesionales educativos, los sanitarios y los de los servicios sociales. De
esta manera se pretende ofrecer un servicio más integrado y que mejore en su conjunto no sólo el
servicio en sí, sino la dinámica social que le sirve de contexto. Por supuesto, este Proyecto
conlleva un gran esfuerzo por parte del Gobierno que se ha comprometido en su desarrollo (tanto
política como financieramente).
Otro ejemplo interesante es lo que los italianos(al menos algunas zonas del Norte de Italia) están
planteando en estos momentos como los “sistemas formativos integrados” y que parte, más o
menos, de la misma filosofía. La escuela ha de actuar como un recurso más del territorio y debe
funcionar, por tanto, a través de proyectos comunes (synergistic alignment) con las otras
agencias y servicios (museos, bibliotecas, autoridades, servicios sanitarios y sociales,
asociaciones de artesanos, agentes del ocio, iglesias, comunidades étnicas o culturales
diferenciadas, etc.). Entre todos se debe configurar una propuesta formativa capaz de dar
respuesta (una respuesta social y no sólo escolar) al reto de la diversidad. La escuela está llamada
a jugar un papel central en esa propuesta pero su acción se verá apoyada, enriquecida y
complementada por las aportaciones de los otros segmentos sociales igualmente interesados y
comprometidos en las tareas de la formación.
Como es fácil suponer, ninguno de los niveles de respuesta a la diversidad antes mencionados se
produce sin gran controversia social. Cada salto adelante genera numerosas contradicciones :
resuelve algunos de los problemas existentes y genera otros nuevos. Por eso se trata, si lo
analizamos en su conjunto, de un mecanismo de revulsión social. Cada conquista constituye tan
sólo un nuevo peldaño en el proceso y desde él se generarán nuevas demandas.
Por eso se quejaba el americano de la película a la que antes me referí, que nunca debieron haber dado el primer
paso en la aceptación de las demandas de los negros porque fue como dar pábulo a nuevas y constantes
reclamaciones.
Aún subsiste esa idea en muchas personas con respecto a grupos marginados (gitanos, inmigrantes, transeúntes,
inadaptados, etc.): “les das la mano y te cogen el brazo...”; “como dejes entrar a uno, luego vendrán otros y otros y
esto será un proceso imparable...”.
Con respecto a qué tipo de respuesta se ha de dar a la diversidad los posicionamientos han sido,
como no podía ser menos, muy variados. Sobre todo en lo que se refiere a los dos últimos niveles
mencionados. Se mantiene abierto un fuerte debate entre partidarios de una integración parcial de
los sujetos con necesidades educativas especiales (de manera que dispongan de espacios y
momentos comunes junto a otros separados) y los que defienden que debe prevalecer la inclusión
completa (full integration).
Tenemos así un panorama que se presenta como una especie de continuum entre un polo más
conservador y vinculado a planteamientos total o parcialmente segregadores (ofrecer respuestas
específicas para cada tipo de problema y hacerlo en marcos especializados) y otro polo más
abierto y progresista (defensor de sistemas igualitarios y con adaptaciones integradas en la
dinámica formativa que se plantea como algo general y común para todos).
Quisiera vaciar de contenido político la calificación de “conservador” y “progresista” para aplicarlo sólo al ámbito
de lo pedagógico. Pero resulta difícil y es bastante obvio que, en general, suele producirse una notable simetría entre
credo político y propuestas pedagógicas.
Dado que la segregación como sistema parece definitivamente descartado (¡crucemos los
dedos!), la principal controversia se cifra, en la actualidad, entre los denominados partidarios de
sistema de la integración parcial (“mainstreaming” o “integration” en la denominación
internacional) y la integración plena (“full integration” y, más recientemente, “inclusion”).
Los planteamientos de la integración han tenido desde hace muchos años un fuerte predicamento
político y doctrinal entre nosotros. Básicamente se trata de ofrecer a todos los niños los servicios
educativos (y también en otros ámbitos) en las mismas condiciones y lugares al margen de cuáles
sean sus necesidades educativas específicas, manteniendo algunos momentos de actividad
separada.
También en este enfoque las experiencias son de diverso tipo y el nivel real de integración varía mucho de unas a
otras. Las propuestas más reticentes suelen exigir que, antes de tomar decisiones integradoras, ha de hacerse un
estudio caso a caso: estudio no sólo de los sujetos con n.e.e. sino también de los contextos escolares en los que
serían integrados. De esta manera la integración estaría condicionada por las características personales de cada
sujeto y por las condiciones del escenario (tipo de escuela, de programa, de condiciones, etc.). Parece un sistema
racional pero al final acaba exigiendo tanto que la posibilidad de la integración acaba estando muy limitada.
Las propuestas más convencidas están dispuestas a asumir más riesgos, conscientes, además, de que también a eso
se va aprendiendo y tanto los sujetos integrados como las instituciones que los integran precisan de tiempo y
experiencias para mejorar sus servicios. Su punto de partida es ampliar en todo lo posible el tiempo de estancia
conjunta de los niños/as con n.e.e. con los demás. Con frecuencia esos momentos comunes se correspondían con
aquellas materias más lúdicas, prácticas y desreguladas: arte, deporte, actividades extracurriculares, etc.
Los modelos inclusivos son mucho más tajantes en lo que se refiere a la condición de la
“normalización”: salvo excepciones, las actividades se desarrollan siempre en común (“no self-
contained special education classes”). La atención especializada se realiza en la propia clase a
través de servicios de apoyo que se aplican al conjunto de la clase y no al niño/a integrado. Junto
a esta condición suelen señalarse tres características básicas de la inclusión: una colaboración
extensiva que implica cuando menos a profesores, institución escolar en su conjunto y familias;
el trabajo en equipo por parte de los profesores (en equipos donde se integran los profesionales
que actúan como apoyo); la modificación de las programaciones instructivas de modo que se
pueda hacer un trabajo que permita, en cuantos más momentos mejor, la incorporación a él de
todos los sujetos de la clase.
Un ejemplo de esta posición más firme es la que defiende, por ejemplo, Laski (1991) quien señala enfáticamente que
“todos los niños con necesidades educativas especiales pertenecen a las clases normales” tanto si sus problemas se
refieren a problemas de aprendizaje, si se trata de alumnos de educación especial, de estudiantes en situación de
riesgo o cualquier otra situación que se puediera presentar. En ningún caso hay que acudir a actuaciónes segregadas
(“selected pull-out instruction”) puesto que siempre traen consigo consecuencias discriminativas.
Tanto defensores como detractores de los modelos inclusivos plantean sus propios argumentos
en defensa de su posición (Cuadro nº 3). Podemos comprobar como en ocasiones los argumentos
se refieren a las mismas cuestiones (por ejemplo, la eficacia del proceso) pero haciendo de ellos
lecturas enfrentadas.
Situados en este contexto de una cierta controversia (doctrinal en parte, pero sobre todo práctica)
parece evidente que muchas veces la alternativa seleccionada depende mucho de las personas.
De ahí que, al final, el papel de los protagonistas (desde los supervisores y directivos de los
centros escolares hasta las familias, pasando ciertamente, por los propios profesores) acabe
teniendo una importancia fundamental en la selección de la modalidad e intensidad de la
integración que se ofrece a los niños/as con n.e.e.
Suele ser habitual que en una situación de borrosidad doctrinal (donde los datos no te orientan en una dirección u
otra pues cada uno tiende a leerlos según su propia orientación) y de diletantismo político (los responsables de la
educación no adoptan posiciones firmes con respecto al camino a seguir), las opciones vienen condicionadas por las
cualidades de los profesionales que toman las decisiones.
Por eso estamos ante un contexto muy amplio de alternativas posibles y de experiencias reales.
Hay algunos datos curiosos sobre este tema de las actitudes y de cómo influyen en el desarrollo
de la integración:
- no es infrecuente que suceda que las ideas y los planteamientos (incluidos los políticos) vayan
por delante de las prácticas. A veces, se diseñan modelos de actuación que producen fuertes
contradicciones cuando se pretende llevarlos a cabo. Y así acaba sucediendo que, salvo
excepciones, cuanto más cercano se está de la práctica real más pegas se pone a los
planteamientos de la inclusión.
Murphy (1996)[5] señala, por ejemplo, como en EEUU tienden a ser más partidarios de la inclusión los
Administradores y Supervisores educativos, y también los profesionales en el campo de las deficiencias mentales y
severas. Y, por contra, tienden a ponerle más pegas los propios profesores y algunos profesionales de la Educación
Especial (sobre todo en el ámbito de niños ciegos o sordos). Para llegar a esa conclusión va analizando las más
recientes publicaciones de los colectivos mencionados y algunas de sus tomas de postura pública con respecto a la
inclusión.
- otro aspecto interesante a destacar es que en este contexto un tanto indefinido de respuestas a la
diversidad, las tomas de decisiones con respecto a los sujetos con n.e.e. acaba adoptando una
modalidad centrada en los individuos. Con lo cual seguimos manteniéndonos básicamente en los
postulados del modelos médico (o técnico, o clínico como se le ha denominado a veces).
Las respuestas se construyen a medida de los individuos y, por tanto, de sus deficiencias en lugar de hacerlo de
forma general para todo el grupo. Esto ha supuesto que las modalidades de integración que se ponen en marcha
dependan en gran manera de los propios déficits detectados. El derecho a estar integrado y a desarrollar un proceso
educativo compartido con los otros niños no es algo que se predica de los sujetos en general y por el hecho de serlo,
sino que se trata de una opción que se ve condicionada por el tipo de deficiencia que se padezca (y, por tanto, del
tipo de percepción social que se tenga de dichas deficiencias). Así suele resultar que son mejor integrados
niños/niñas con problemas de lenguaje o con retraso mental (categorías de deficiencias socialmente bien aceptadas)
que aquellas otras más problemáticas como los disturbios emocionales, problemas de vista, autismo, etc. Las peor
paradas salen, desde luego, aquellas deficiencias con peor “imagen pública”. Y entre ellas se lleva la palma todo lo
que tenga que ver con problemas de conducta. En un sistema escolar como el nuestro, donde cada profesor/a debe
lidiar a solas con toda su clase, lo que más nerviosos les pone a los docentes es que haya alguien que monte barullo
y rompa la disciplina y la paz de la clase.
- lo que podemos constatar hoy en día es que la integración ha acabado constituyendo una
especie de continuum (lo que se corresponden más con las posturas conservadoras). Las
experiencias son muy variadas y también lo son los grados de integración (con diversas
combinaciones y pesos del tiempo en común y el tiempo separados).
Volviendo al trabajo antes citado de Murphy (1996), la autora nos presenta los datos relativos a EEUU durante el
curso 1991-92 (cuadro nº 4). La fecha queda ya un poco alejada y supongo que existen tablas más modernas pero los
datos nos sirven para constatar de qué diferente manera se distribuyen los sujetos por los diversos niveles de la
integración. Y podemos comprobar también qué gran diferencia existe entre un tipo de necesidad educativa y otra en
cuanto al tipo de respuesta educativa que tiende a recibir.
Cuadro nº 4: porcentaje de estudiantes con n.e.e. de edades entre 6 y 21 años atendidos en diversos
contextos educativos según su problemática (año 1991-92) en EEUU. Fuente: US Department of Education (1994).
* Incluye escuelas especiales, residencias, hogares, hospitales, etc.
Como puede constatarse en la tabla, en la fecha de los datos casi se distribuyen por igual (en
torno a un 30%) los niños y niñas con necesidades educativas especiales que son atendidos
dentro de la clase normal (inclusión o integración total), los que reciben apoyos fuera de la clase
(integración) y los que permanecen todo el tiempo en clases separadas. También podemos
constatar que la inclusión tiende a desarrollarse más ante casos de problemas de lenguaje o salud,
por ejemplo, que ante problemas emocionales, retraso mental o autismo. En todo caso, dado que
no se trata de datos referidos a nuestra situación (que, sin embargo, sería interesante conocer)
únicamente podemos tomar en consideración las tendencias.
¿Qué tipo de modalidades organizativas hacen más factibles y efectivos los procesos de
“respuesta a la diversidad” en los centros escolares?. Esta pregunta, que sin duda es importante,
ha merecido diversas consideraciones.
En algunos casos, los investigadores o expertos se han dedicado a identificar aquellos rasgos de
las instituciones escolares que supuestamente las habilitarían para atender adecuadamente a la
diversidad (por ej. Rouse y Florian, 1996[6]; Ramasut y Reynolds, 1993[7]). Pero parece dudoso
que esos listados de condiciones organizativas, que vendrían a significar algo así como la “marca
de identidad” de las escuelas “inclusivas”, resultaran realmente prácticos como marco de
referencia para el conjunto de las escuelas. Ya se hizo eso en relación a las “escuelas eficaces” y
a las “escuelas de calidad” y los efectos no han sido excesivamente satisfactorios.
En otros casos, y ese será también el camino que adoptará este trabajo, se ha preferido optar por
señalar algunas condiciones que tienden a “facilitar” un proyecto educativo más sensible hacia la
diversidad. La dinámica de funcionamiento de las escuelas es lo suficientemente compleja y lo
son, también, las características personales de quienes actuamos como docentes en ellas como
para que resulte poco útil definir unos rasgos fijos que garanticen la inclusión.
1
RETOS vinculados a la Organización Escolar
Culturales : romper mito homogeneidad
Compromiso institucional
Posibilidad de introducir ajustes
Disponibilidad de sistemas de apoyo
Proyecto de desarrollo institucional
2
RETOS vinculados al curriculum
Flexibilidad curricular
Establecimiento de elementos básicos y complementarios
Instrucción individualizada (ratio)
Apoyo entre iguales (peer tutoring)
Trabajo cooperativo (grupos heterogéneos)
Modificación materiales
Experiencias variadas y multinivel
3
RETOS vinculados a la comunidad escolar
Cooperación entre profesores
Implicación de la comunidad escolar y local
Aceptación de un cierto nivel de incertidumbre
4
RETOS vinculados a la investigación
Definición más clara de la inclusión y de sus condiciones y efectos
Mejor identificación de los aspectos básicos a tomar en consideración: indicadores
Mejor identificación de los efectos de la inclusión según el tipo de deficiencias o situación
Análisis de los efectos contextuales sobre la inclusión
Análisis de las actitudes (de profesores, padres, comunidad) para optimizarlas
Parece, de todas formas, que el sentido común sugiere que las posibilidades de dar “respuesta a
la diversidad” por parte de los centros escolares y de los profesores son bastante limitadas y nos
las hemos de plantear como el gran RETO educativo del nuestro tiempo. Por eso nos animamos
a mencionar algunas de esas condiciones aquí. La pregunta que nos podemos hacer es la
siguiente: ¿qué condiciones son precisas para se sea factible el desarrollo de programas efectivos
de integración plena?, ¿de qué va a depender el que tenga éxito la inclusión?.
En el cuadro nº 5 menciono las condiciones o retos que, a mi juicio, juegan un papel más
importante. Aunque por problemas de espacio no puedo entrar a analizar cada una de ellas, me
gustaría destacar los siguientes puntos:
Obviamente este aspecto o condición está preñado de valores. Supone toda una cultura de respeto a las diferencias,
de asunción del valor de lo diferente como patrimonio individual, etc. Y traducido en formas de educación significa
asumir también la comprensividad y la inclusión como valores educativos. En otro caso, se está en una
contradicción.
De todas formas no resulta viable pensar que cada profesor/a se va a dotar de todos los recursos precisos para dar
una respuesta adecuada a cada tipo de diversidad. Por eso los programas de atención a la diversidad adoptan como
punto clave del planteamiento la colaboración entre el profesorado. Sin unos niveles altos de colaboración resulta
impensable una escuela inclusiva (porque la inclusión no la hacen los profesores individuales sino las instituciones
en las que los niñós/as se integran). Es este aspecto el que se recoge más extensamente en un punto posterior al
hablar del compromiso institucional.
Una iniciativa adoptada en ese sentido está siendo puesta en marcha en Cataluña a través de los “créditos
variables”. En la estructura curricular que ofrecen a sus alumnos figuran cuatro tipo de créditos (los créditos son
unidades o módulos de enseñanza de alrededor de 30 horas cada uno):
- créditos comunes: los cursan todos los alumnos
- créditos variables: los decide cada centro y son aprobados por la Generalitat.
- créditos de tutoría: destinados a apoyar a alumnos con dificultades de aprendizaje
- créditos de síntesis : destinados a revisar y reforzar los aprendizajes.
Una de las características más destacadas en la literatura internacional, al hacer referencia a cómo actúan las
escuelas inclusivas es que los profesores manejan dos tipos de grupos de actividades curriculares: “core” y
“adaptative”. Las actividades “core” recogen elementos sustantivos del currículum y son comunes para todos. Las
actividades “adaptative” son las que se manejan como recurso para acomodar las exigencias curriculares a las
características propias de cada alumnos/a individual (Udvari-Solner y Thousand, 1995, pag. 150).
Y, en general, parece constatarse que una condición curricular importante para la integración es que el currículum se
defina en términos de resultados o propósitos amplios, con un equilibrio aceptable entre áreas de conocimiento y
habilidades. Proposiciones de tipo más general (comunicación, conocimiento del entorno, razonamiento, solución de
problemas, desarrollo personal y social, etc.) dan más juego que propuestas más centradas en las materias
académicas específicas.
Este es el gran reto que ha asumido la escuela sobre todo en lo que se refiere a las etapas de la escolarización
obligatoria. Compromiso que, en opinión de muchos profesionales, ha quedado mal resuelto porque se ha hecho
descansar excesivamente en la voluntad individual de cada profesor al que se le carga con el sambenito de dar
“respuesta a la diversidad” sin que se hayan producido todo ese conjunto de condiciones al que acabamos de aludir.
Resulta llamativo cómo son muy pocos los centros que han establecido mecanismos de recuperación o apoyo a los
alumnos/as que están pasando por dificultades en el aprendizaje (nivel 2 de diversidad). Dificultades que,
posiblemente, podrían ser neutralizadas si se abordan tempranamente pero que es probable que resulten irreversibles
si la solución se aplaza en el tiempo. De la misma manera, parece lógico que una escuela comprensiva como
pretende ser la ESO, y a sabiendas de las connotaciones de heterogeneidad que conlleva esa modalidad de
escolarización, se hubiera hecho especial hincapié en la creación y fortalecimiento de unas estructuras de prevención
del fracaso escolar desde dentro de los centros. Esos dispositivos serían los encargados de ir generando medidas
preventivas y paliativas con respecto a las dificultades emergentes o previsibles. Poco de eso se ha hecho realmente,
por eso no son de extrañar las quejas del profesorado.
- Dyson y Robson[8], resaltan también la importancia que tiene el saber vivir (la
institución y los sujetos que la componen) en un contexto de cierta incertidumbre y ambigüedad.
Con seguridad van a darse situaciones en las que coexistan posicionamientos y actuaciones más
inclusivas con otras menos inclusivas, personas fervientes defensoras del modelo de la
integración con otras menos dispuestas a alterar su estilo habitual de trabajo.
En su trabajo, Dyson y Robson, analizan en profundidad el proceso seguido en la escuela Morgate. Esta escuela
estaba desarrollando el paso de una modalidad de enseñanza segregada (con clases específicas para alumnos
deficientes) a una enseñanza inclusiva. Parte de su eficacia la atribuyen precisamente a su capacidad para combinar
estrategias y recursos que antes funcionaban en el modelo segregado y que ahora siguen aplicándose al modelo
inclusivo. La búsqueda constante del ideal, con frecuencia, es una fuente de problemas y acaba entorpeciendo más
que facilitando el camino hacia el cambio.
No se puede olvidar, en todo caso, que la integración y/o la inclusión se producen, en sus
primeros momentos, como un proceso de innovación. Como tal proceso está siempre presente la
tensión entre cambio y homeostasis. Instituciones y personas se debaten constantemente entre la
energía que consume el cambio y la tendencia, inherente a toda cultura institucional, a devolver
las cosas a la situación anterior. Ahí es donde tiene lugar ese tira y afloja constante entre los
ideales que se persiguen y los hábitos ya asentados, entre el querer y el poder. Los
planteamientos hipercríticos o esencialistas confunden, a veces, estos procesos naturales en la
dinámica institucional y personal (este sucederse continuo de avances y retrocesos) con la
pérdida de voluntad o la incapacidad.
-finalmente, conviene recordar que la escuela en ningún caso es una institución “context-
free”. No podemos pensar, al menos no en términos absolutos, en que lo que pueda suceder en el
interior de la escuela se vaya a desmarcar notablemente de lo que suceda fuera. La tendencia a la
homogeneización en todos los ámbitos de la vida no puede dejar de repercutir en la forma en que
se percibe, analiza y valora el trabajo realizado en la escuela. De ahí que resulte bien difícil
justificar una solicitud de recursos suplementarios, o exigir un tipo de evaluación institucional
que no se centre sólo en los resultados, o plantearse un tipo de trabajo formativo menos
concretado en la consecución de de metas predeterminadas y que esté más pendiente de la
calidad de las experiencias que se ofrecen a “todos” los sujetos de la clase.
Otros autores, como Mortimore, Sammons, Ecob y Stoll (1988)[11] han hecho referencia también a esas supuestas
cualidades de las escuelas inclusivas (o que las cualifican para poder funcionar como tales). En su caso, se refieren
a 12 características de las escuelas inclusivas que han demostrado que obtienen resultados eficaces tanto en el
ámbito académico como social: 1) liderazgo no basado en el control sino en la participación de todo el profesorado;
2) implicación efectiva del subdirector o Jefe de estudios; 3)) implicación de los profesores; 4) Coherencia y
continuidad en el trabajo de los profesores; 5) una jornada bien estructurada; 6) una enseñanza que constituya un
reto intelectual (que sea estimulante y capaz de movilizar intelectualmente); 7) un ambiente centrado en el trabajo;
8) un propósito o tarea limitado en cada sesión de trabajo; 9) la máxima comunicación entre niños y profesores; 10)
una supervisión continuada del desarrollo de los alumnos (lo que implica mantener un sistema de registro
continuado); 11) implicación de los padres; 12) un clima positivo.
Como puede constatarse en esos trabajos las características mencionadas no difieren apenas de
las que se recogerían en cualquier trabajo sobre las escuelas de calidad: liderazgo, colaboración
interna, implicación familias;, formación profesorado, sistemas de apoyo, evaluación. Al final,
como no podía ser menos, una buena atención a la diversidad no es sino una buena educación.
En algunos casos, esta obsesión por la diversidad ha llevado a convertir en “diverso” lo que habría de mantenerse
como “igual”. Ya he mencionado en un punto anterior, los programas especiales para “gordos”. Puestos en esa
tesitura pronto los habría para calvos, para bajitos, para presbiterianos o para miopes. Al final todos tenemos algo
que nos hace diferentes de los demás.
Por eso, no resulta difícil entender cómo la diversificación acaba provocando, al final, nuevas
formas de segregación, las nutre, las hace patente.
Quizás me hayan oído contar alguna vez una anécdota personal a este respecto. Le sucedió hace ya muchos años a
mi propia hija cuando asistía a su clase de Educación Infantil (preescolar, por aquel entonces) de 4 años. Me había
comentado su maestra que para poder atender mejor a los niños que tenían algún problema había dispuesto una mesa
más cerca de donde solía estar ella para así poder atenderlos mejor y prestarles una atención más especial. Pero hete
aquí, que al poco tiempo mi hija comenta en casa que en su clase hay una “mesa de los tontos”, que su maestra
manda allí a los niños que no saben hacer las cosas. Y que, claro, nadie quiere ir a esa mesa porque es la mesa de
los tontos.
Esta situación complicada ha sido puesta de manifiesto por numerosos estudios del ámbito
anglosajón, fundamentalmente Inglaterra. Incluso aquella normativa orientada a provocar una
mejora de las actuaciones escolares en relación a las necesidades educativas especiales (por ej. el
CODE OF PRACTICE[12]) en lugar de mejorar la situación anterior tendía a empeorarla. Algo
similar se produjo con la aparición del National Curriculum en el que se explicitan las metas a
conseguir en cada uno de los cursos. En la medida en que ambos documentos suponen unas
exigencias preestablecidas, introducen una fuerte presión sobre los docentes (ellos/as deben
garantizar que los sujetos alcancen esas metas o que las cosas se hagan según están prescritas)
que no siempre están en condiciones de resolver manteniendo el equilibrio entre individuos y
grupo. Al final, como no podía ser menos, quienes se ven más afectados son quienes han de
superar mayores dificultades para alcanzar esas metas.
Como ya había advertido Peters en uno de sus principios, también se puede morir de éxito. En el
caso de los procesos de inserción esta contradicción se presenta de formas muy variadas y con
consecuencias distintas, pero casi siempre negativas. El inicio del círculo vicioso se produce
cuando un centro escolar pone en marcha alguna experiencia de integración o inclusión que
resulta exitosa. A partir de ahí, el éxito (real o percibido) hace más atractivo ese centro y ello trae
consigo un aumento considerable de la demanda (cada vez más sujetos con NEE solicitan su
inclusión en ese centro escolar). Y ello trae consigo que comienzan a producirse los efectos
secundarios:
- una inclusión cada vez más ampliada provoca (contradicciones de la política educativa)
una caída de la supuesta “calidad” del centro escolar (sobre todo si ésta es medida desde los
parámetros cuantitativos centrados en los resultados).
- el aumento de sujetos con NEE implica una menor disponibilidad de recursos (los
recursos existentes han de repartirse entre mayor número de beneficiarios). Actividades de
complementación o refuerzo que antes podían hacerse resultan después impracticables.
- el aumento de sujetos con NEE provoca una reacción peculiar por parte de las familias :
se sienten más dispuestos a llevar a sus hijos con NEE a ese centro y, a la vez, más reticentes a
hacerlo con sus hijos “normales”. Lo cual, a la larga, puede acabar provocando que el éxito
inicial como centro de inclusión acabe convirtiéndolo en un centro especializado de Educación
Especial.
-el aumento de sujetos con NEE provoca, como parece lógico, una mayor presencia de
sus familias que a veces son tan consumidoras de tiempo y energía como sus hijos. Ellas mismas
viven una fuerte tensión psicológica y humana que requiere de una atención particular por parte
de los profesores o de los servicios especializados del centro escolar (para mantenerles
informados, para orientarles en su trabajo educativo, para diseñar un plan de trabajo conjunto,
para resolver los problemas que se les vayan planteando, etc.).
En el trabajo antes citado de Dyson y Robson describen minuciosamente este dilema en relación
a la escuela Morgate que ellos estudian.
En definitiva, los procesos de inclusión vienen condicionados por muchas variables y factores
que, como se decía en un apartado anterior, no siempre está en manos de los profesores o
directivos de una institución controlar.
3.4 El dilema entre los recursos generales vs. los recursos especializados
Parece claro que la presencia de situaciones de diversidad requieren de sistemas de apoyo tanto a
padres como a profesores y, desde luego y principalmente a los propios alumnos con necesidades
educativas especiales. Pero esta misma condición no está exenta de contradicciones. Una
hipertrofia excesiva de los recursos especiales acaba desvirtuando el principio de la
“normalización”. Se crea una situación artificial (especial) para afrontar la diversidad con lo que
al final lo que se logra es reforzarla.
¿Qué es mejor un nuevo psicólogo o un nuevo profesor de matemáticas que permita dividir los grupos y hacer un
trabajo más individualizado con los alumnos con problemas? Esa es la cuestión que a veces se plantean algunos
equipos docentes.
No es fácil dar respuesta a este dilema (por eso, justamente, es un dilema). Está claro que un
recurso general sería más fácilmente aplicable al desarrollo de las acciones ordinarias del centro
escolar (subdividir grupos, incluir nuevas actividades instructivas dentro de cada área, atender
más individualmente a los alumnos en ese campo concreto, etc.). Por otra parte, la incorporación
de un profesor/a de apoyo especialista en psicología, pedagogía o algún tipo de servicios
especiales no estará en condiciones de apoyar el trabajo instructivo concreto en ninguna de las
áreas pero podrá llevar a cabo una serie de acciones más transversales y especializadas tanto en
beneficio de los niños/as con necesidades educativas especiales como con el conjunto del centro
escolar (incluidos los padres y los profesores).
A MODO DE EPILOGO
No estoy seguro de haber dado una imagen cabal de la problemática educativa que conlleva la
“respuesta a la diversidad”. Me doy perfecta cuenta de que son muchas las cosas que no se han
abordado y otras han quedado dichas a medias. Ya decía al principio del texto que se trataba de
un tema complicado y caleidoscópico. Con lo cual te queda siempre la sensación de confusión y
duda (acabas trasladando al texto los dilemas doctrinales y experienciales que tú mismo sientes).
En bastantes ocasiones me ha sucedido que leyendo algún artículo sobre el tema de la diversidad y la inclusión no he
podido resistir la tentación de escribir al margen, “este autor no cree en la inclusión”. Lo iba notando por el enfoque
que adoptaba, por el tipo de comentarios que hacía, los datos que ofrecía, las condiciones que planteaba.
Y esa pregunta me hago ahora mismo con respecto al texto que yo presento: “¿qué anotarán al margen los que lean
este trabajo?”. Con seguridad que aparecerán muchos interrogantes y, en algunos casos, claras muestras de
disconformidad. Eso me encantará. Acepto bien que hay formas muy diferentes de analizar y valorar la diversidad y
la forma de afrontarla. Alguien quizás anote aquello de “como siempre, muy teórico”. Cosa que también acepto de
buen grado pues aunque supongo que tiene más de crítica que de alabanza, sé que ése es el terreno en el que me
muevo. Lo que me dolería más es que alguien apuntara en su nota al margen, “este autor no cree en la inclusión”.
Significaría que no he sabido, en absoluto transmitir lo que pienso y, sobre todo, lo que siento sobre este tema.
Santiago de Compostela
[1] Texto publicado en en Alberte Castiñeiras, J.R. (Edit.) (1999): O reto da innovación na Educación Especial.
Servicio Publicacións. Univ. de Santiago de Compostela. Pags. 15-48.
[2] Esa ha sido una de las advertencias sensatas que me ha hecho A. Parrilla al leer el borrador este artículo. En su
opinión las categorías de “tipos de diversidad” sólo nos llevan a que al final establecemos una de dichas categorías
en la que acaban englobados los sujetos con déficits. Con lo cual hemos hecho un camino a ninguna parte
(nuevamente tenemos un grupo de sujetos, tipificados como “diversos”, diversos incluso a los otros diversos, y a los
que hay que aportar soluciones distintas).
[3] Udvari-Solner, A. y Thousand, J. (1995) : “Effective organisational, instructional and curricular practices in
inclusive schools and classrooms”, en Clark. C.; Dyson, A. and Millward, A.: Towards inclusive schools?. David
Fulton Pugl. London. Pag. 147-163
[4] Serrano, M. (1997): El albergue de las mujeres tristes. Alfaguara. Madrid. Comienza su novela con la frase: “El
amor se ha vuelto un objeto esquivo”.
[5] Murphy, Donna, M. (1996) : “Implications of Inclusion for General and Special Education”, en Elementary
School Journal, 96 (5). Pags. 469-493.
[6] Rouse, M. y Florian, L. (1996) : “Effective inclusive schools: a study in two countries”, en Cambridge Journal
of Education 26(1), 71-85.
[7] Ramasut, A. y Reynolds, D. (1993) : “Developing Effective Whole School Approaches to Special Educational
Needs : from school effectiveness theory to school development practice”,en SLEE, R: Is there a desk with my name
on it? The politics of integration. Falmer Press. London. Pag.219-240
[8] Dyson, A. y Robson, S. (1977): “Policy, Practice and Understandings: inclusive education and schools as
organisations” Paper presentado en ECER 97.
[9] Parrilla, A., Hernández E., Gallego, C. (1997) : “Educational Innovations as a School Answer to Diversity”,
paper presented at ECER 97. Los trabajos aquí citados están referenciados en la pág. 3 de este paper.
[10] Parrilla, A., Hernández E., Gallego, C. (1997) : “Educational Innovations as a School Answer to Diversity”,
paper presented at ECER 97. Los trabajos aquí citados están referenciados en la pág. 3 de este paper.
[11] Mortimore, P., Sammons, P., Ecob, R., y Stoll, L. (1988): School matters: the Junior years. Open Books,
Salisbury.
[12] Department of Education and Employement (1994) : Code of Practice on the Identification and Assessment of
Special Education Needs. DFE. London Se trata de un documento en el que señala (se recomienda) los
procedimientos a seguir en los centros escolares para dar respuesta a las necesidades educativas especiales.