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Barnadas

La iglesia católica en la Hispanoamérica colonial.

Patronato Real: A cambio de la legitimación de los derechos sobre el continente


conquistado, los reyes católicos estaban obligados a promover la conversión de los
habitantes de las tierras recién descubiertas y a proteger y mantener a la iglesia militante bajo
el patronato real. La política eclesiástica se convirtió en un aspecto más de la política
colonial.
La corona se reservaba el derecho de presentar candidatos para los nombramientos
eclesiásticos en todos los niveles y se responsabilizaba de pagar los salarios y de construir
catedrales, iglesias, monasterios y hospitales con los diezmos de la producción agrícola y
ganadera.
La iglesia en América tenía asignada una misión: activar la sumisión y la europeización de
los indios y predicar la lealtad a la corona de Castilla.

Encomienda: Sistema por el cual se repartían los indios entre los colonos, quienes podían
ejercer derechos sobre ellos prácticamente de por vida, aunque no fuesen de hecho,
oficialmente, esclavos.
Este sistema va a ser visto con malos ojos por la iglesia, lo que genera el terreno para la
primera batalla entre el evangelio y el colonialismo.

Una vez que se hubo establecido la autoridad española, entraron en escena las órdenes
misioneras para evangelizar los pueblos conquistados.
A su vez, los frailes estaban respaldados por la espada represiva de la autoridad. De este
modo, primero vino la conquista militar y política, a la que siguió la conquista
“espiritual”. Tanto la iglesia como el estado se vieron necesitados de unos servicios que se
prestaban mutuamente. Hacia el siglo XVII hubo un endurecimiento de las actitudes
adoptadas respecto de las prácticas religiosas indígenas en las zonas centrales de dominio
colonial, el descubrimiento de que persistían ciertas prácticas paganas desató una lucha a
muerte, concebida según el método inquisitorial y al igual que en España, el instrumento de
lucha contra la disidencia religiosa fue la inquisición, aunque ésta no tenía, estrictamente
hablando, ninguna jurisdicción sobre los indios, su función principal era suprimir el
judaísmo o protestantismo.

Órdenes religiosas en América: Franciscanos, dominicos, agustinos y mercedarios a los que


más tarde se les sumó los jesuitas. Puede decirse que la mayor parte de la carga que suponía
el cristianizar América recayó en estas cinco órdenes. Constituyeron la reserva estratégica de
la iglesia, facilitando hombres para el trabajo misionero en la frontera cada vez que se abrían
nuevas zonas de colonización.

Jesuitas: Creados en 1540, soñaban con implantar el cristianismo libre de los errores que
desfiguraban la fe en Europa. Tienen el mérito histórico de haber puesto en práctica un
modelo evangelizador alternativo al de la predicación colonizadora y castellanizante. Las
reducciones jesuitas proclamaban la necesidad de construir una sociedad paralela a la de los
colonos, sin intervención de éstos ni del sistema administrativo que tutelaba sus intereses.
Esto implicaba una contradicción cuando exigía al mundo colonial cristiano que le permita
“al indio ser hombre, hombre libre, sin injusticia y sin explotación”. Por ende la aludida
conflictividad culminará con la expulsión de la órden en el siglo XVIII. De todas las
órdenes eran los más independientes de la autoridad episcopal, los más devotos del papado,
los más resistentes a la burocracia real.

Regalismo, conjunto de teorías y prácticas sustentadoras del derecho privativo de los


soberanos sobre determinadas regalías (derechos y prerrogativas exclusivas de los reyes,
inherentes a la soberanía). Al conformarse las monarquías modernas (siglo XV) bajo el
signo del absolutismo, el regalismo se fue cifrando en la confrontación permanente entre el
poder monárquico y el pontificio por el control de dominios discutibles: retención de bulas,
inmunidades, patronato sobre las iglesias, recursos de fuerza. El siglo XVIII heredó la
tradición regalista anterior, pero con los Borbones el regalismo amplió sus campos, se
impuso en España por teóricos y gobernantes que aspiraban al dominio de la Iglesia.
Los regalistas sostenían la opinión de que el patronato era un derecho inalienable de la
soberanía, consecuencia del derecho divino de los reyes.
Los regalistas veían a los jesuitas como el obstáculo decisivo para una completa
confirmación del poder estatal sobre la iglesia. La doctrina jesuítica llegó en cierto
momento a ser considerada como desleal a la corona.
En realidad, la derrota de los jesuitas fue la derrota de una de las fuerzas de la iglesia que
mejor podía luchar contra las aspiraciones autoritarias del nuevo regalismo. Sin los jesuitas,
la iglesia se quedaba prácticamente indefensa ante el estado e ingresaba desarmada a la etapa
preindependentista.

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