Está en la página 1de 4

Sinopsis – Diplomado ERE.

Tema 4 – Fundamentos sociológicos de la ERE

El punto inicial de la reflexión se ubica en reconocer que la religión es una construcción


cultural, es una búsqueda por lograr una experiencia de sentido de la propia existencia a partir de
la condición inquiriente de la persona en relación con su capacidad de trascender en sí mismo y de
desarrollar prácticas cultuales y celebrativas que ahonden su dimensión religiosa y de relación con
un ser superior.
Una de las características fundamentales es que la religión ha de comprenderse como el
continente, o mejor, aquella en la cual se deposita la fe o la creencia particular en una divinidad
específica. En el caso cristiano, la religión cristiana es aquella en la cual está ubicada la fe en Dios
que se revela y manifiesta en la persona de Jesucristo y su palabra. La fe ha de comprenderse
como un don, un regalo, una gracia, la cual es concedida por Dios sólo en la medida en que es
acogida y vivida por el hombre; del mismo modo es una tarea que es encomendada al hombre, el
cual ha de realizarla y vivirla constantemente. En el caso cristiano, la tarea de la fe es la
evangelización, medio por el cual es posible dar a conocer la experiencia de revelación de Dios en
Jesucristo a las culturas a las que se comunique.
De acuerdo con la tarea de la fe, es necesario comprender que ésta es posible, sólo en la
medida en que se inserta en una cultura, y a partir de ella despliega su mensaje. De acuerdo con
esto, el diálogo FE-CULTURA se establece como la experiencia dialógica en donde la cultura es la
que muestra los patrones determinantes de la misma a partir de los cuales la experiencia de fe,
realizada por las acciones religiosas (simbólicas) se despliega y comienza a ser parte de la cultura e
identidad de un pueblo.
En este marco de la relación FE-CULTURA es posible comprender que la ERE ha de
desarrollarse desde los dos marcos principales que la caracterizan: confesional y no confesional.
Desde la perspectiva confesional, este diálogo debe centrarse en la realización de la tarea
evangelizadora desde el carácter antropológico de la realidad de cada contexto y cómo a partir de
allí es posible una experiencia de sentido y de fe; y desde la perspectiva no-confesional, la relación
ha de ubicarse bajo los criterios de la identificación de los elementos que componen la experiencia
del hecho religioso de cada cultura. Es preciso aclarar, según lo anterior, que la ERE ha de estar en
diálogo con los demás saberes que hacen parte del PEI, así como en relación de los saberes que
permiten que se realice de manera adecuada en la escuela: pedagogía, psicología, sociología y
antropología.
La realización de la ERE desde la cultura es una práctica teologizante desde la tarea
evangelizadora, pues busca a partir de la escuela, compartir y experimentar los valores que
determinan cada práctica de fe, en este caso cristiana, relacionada con la realidad contextual. La
ERE no puede en función de esta situación considerarse como doctrinal, sino más bien abierta al
diálogo e interpelación con los otros saberes de la escuela. Es un diálogo que se desarrolla entre
FE y RAZÓN.

¿Cuál es el papel de la sociología en el campo de la ERE?

Para comprender el papel de la ERE desde el espectro sociológico, hay que establecer los
patrones que definen una cultura. Siendo así, la cultura se identifica no sólo porque sea autóctona
y originaria de un grupo humano y unas tradiciones específicas, sino que también por la capacidad
que tiene para desarrollar a un pueblo y hacerle evolucionar en sus realidades antropológicas y
sociales. Una cultura debe caracterizarse por ser crítica ante aquellos anti-valores que pueden
llegar a profesarse dentro de sí misma, y tener la capacidad de criticarlos y superarlos como
mediación para su evolución propia.
En relación con la ERE, la cultura es el lugar en que se desarrolla esta última. Ahora, de
acuerdo al carácter de la escuela, esta ERE, si es confesional, ha de expresarse en términos de la
inculturación del evangelio, por la cual, no ha de establecerse como un ejercicio doctrinal que
impone las normativas morales y éticas de la tradición cristiana, sino que reconoce los principios y
valores humanos que en la cultura existen y a partir de ellos despliega el ejercicio de reflexión
sobre el criterio de humanización de la misma cultura. Si el caso es que la ERE es no confesional, su
diálogo con la cultura debe expresarse bajo las condiciones de identificar los patrones que rigen la
experiencia religiosa del sujeto y que no se separan de los valores y tradiciones del grupo humano
al que se refiere y en que se desarrolla.
Otra de las características de la ERE es que por la orientación y acompañamiento que
propone, sus dimensiones se incluyen en la realidad humana de cada persona, así como en las
situaciones de la sociedad y de su propia cultura. La ERE ha de buscar la humanización de la
sociedad, orientándola así como un proyecto de vida social en donde se vean reflejados el
testimonio y los valores de la escuela como son la justicia y la igualdad. La ERE en sus
características humanas, debe permanecer alejada de toda pretensión ideológica que contamine
su finalidad humanista, tiene que ser un ejercicio constante de reflexión ante las acciones y valores
que presenta la sociedad y debe ser gestora de un cambio de actitud si aquellas acciones están en
el marco de la a-moralidad.
En el contexto de la ERE, la relación que puede existir entre la racionabilidad instrumental
y la autonomía ética kantiana se debe vislumbrar en términos de cómo el ejercicio de pensamiento
y aplicación del mismo se vincula a una pretensión de la acción humana con un fin determinado: el
hombre. La racionabilidad instrumental se caracteriza por:
D e a c u e r d o c o n e
la

Relación
Técnica
sujeto-objeto
Razón instrumental
Comunicativa- Relación
estratégica sujeto-sujeto
comunicación. Siendo esto así, el docente es aquí un acompañante, un proponente de una
experiencia. Los criterios de validez de la ERE han de ser fundamentales en esta dimensión
(verdad, veracidad, rectitud, entendimiento). En este caso:
 Una ERE para que cumpla con su deber dialógico, debe ser entendida en sus funciones
específicas como la relación y acompañamiento sujeto-sujeto.
 Para que sea verdadera, debe ser clara en sus conocimientos.
 Para que sea veraz, debe ser subjetiva y coherente, es decir, que parte de un testimonio
propio.
 Para que sea recta, debe actuar de acuerdo a unas normas establecidas y determinadas.

Si estos criterios para consolidar su legitimación se desarrollan adecuadamente, en la


dinámica de una ERE confesional, es decir, en relación con la persona de Jesús, la intencionalidad y
aquello a lo que se puede pretender es a la coherencia entre la vida de Jesús y el seguimiento
propio de cada persona, con esto la ERE deja de ser una clase de adoctrinamiento, y se identifica
como un compartir de experiencias (experiencias de contacto). En esta dinámica, la ERE tiene que
ser dialógica, comunicativa, consensuada, no sometida y establecida como un absoluto
determinado. Cabe resaltar, que más allá de que todos estos principios rijan la reflexión y
realización de la ERE, aquello que es fundamental para sí misma es la veracidad, su testimonio,
pues transmite un testimonio y experiencia de vida (ortopraxis) y no una corriente o filosofía de
vida.
El docente de ERE, visto lo anterior, debe ser un docente con idoneidad y testimonio de
vida, sea este o no confesional (veraz), con unos conocimientos (verdad), con un criterio
epistemológico y de evaluación (rectitud). El discernimiento es fundamental para el ser y
realización del docente de ERE, pues no sólo el conocimiento es lo específico, sino también su
coherencia y testimonio de vida. Gracias a esto, en la ERE se despliega una reflexión importante
sobre la forma como se determinan criterios de valor sobre aquello que realiza. Dependiendo sea
o no confesional, la ERE ha de apuntar a unos valores específicos, que en la reflexión moral y ética
están comprendidos desde la perspectiva de la ética mínima o máxima.

Ética de mínimos y de máximos en la ERE

En el lenguaje tradicional, una ética máxima es moral, y mínima es la propia ética; en el


lenguaje especializado y orientado hacia una reflexión más sistemática, estos criterios de
significado se invierten. El máximo apostará por el criterio ético aplicado según la realidad, es
decir, particularizado; y el mínimo, hacia la realización de valores comunes en referencia de una
acción, es decir, hacia la realización de la norma o criterio universal para una acción o situación
determinada.
En esta dinámica, una ERE que se rija por los patrones de mínimos y máximos debe
apostarle a una formación para la justicia y la bondad respectivamente como valores imperantes.
De acuerdo con esto, una ERE de mínimos puede fundamentarse sobre la comprensión y
desarrollo de los derechos humanos, ya que no existiendo una confesión de fe determinada en la
persona, debe estar orientada hacia la realización de su opción humanista; ahora, siendo
confesional y orientada hacia la construcción de sus máximos propios, no sólo debe apostarle a
una caracterización de la realidad humana, sino que, siendo teologizadora de la realidad, debe
proponer una formación y orientación de la persona desde la realidad evangélica y el testimonio
de vida de Jesús.
En relación con esta dinámica de fe, el significado de ésta depende de la profundidad de
sentido que se tenga de ella, así como de las mediaciones establecidas para que se desarrolle
adecuadamente. En el caso cristiano-católico, el evangelio es una expresión por la cual la
mediación, que es Cristo, hace posible el proceso evangelizador, siendo o no la ERE confesional en
su realización de enseñabilidad. En este caso, la señal del verbo ha de comprenderse como una
acción liberadora que pasa por Jesús, y que en el caso no confesional no necesariamente debe
encontrarse con él, sino más bien con un proceso humanizador de la propia experiencia religiosa y
de vida. Es necesario aclarar viendo esta dimensión evangelizadora desde la realidad cristiana, que
el creyente cristiano que dialoga con la ERE, dialoga con una fe inculturada, una fe que está
involucrada en la dimensión y contexto humano.
Visto lo anterior, resulta necesario conocer entonces los fundamentos sociológicos que
rigen a la ERE: Fe, diálogo y cultura. De acuerdo con esto, la fe se ubica en el marco de una cultura,
la cual tiene su origen en las relaciones comunitarias (de relación) y societarias (de función).
Siendo esto así, la relación fe-cultura partirá del acto de la creación de una tradición y una
experiencia religiosa propia de cada pueblo y de las condiciones y posibilidades en las que se
encuentra.
Con esto, se vuelve al esquema inicial entre la religión y la fe, donde desde una
perspectiva cristiana, Dios, quien se revela en Cristo, se hace presente por mediación humana en
esta cultura y por su ser y significado, da un carácter y testimonio. El ejercicio FE-CULTURA, en la
ERE, es un ejercicio totalmente dialógico y en correlación de una práctica y vivencia de fe propia.
La fe entonces, es el don recibido de Dios, el cual tiene la oportunidad de vivir por una mediación
sacramental (símbolo y señal) hacia su relación con Dios. La fe humana, la forma por la cual se cree
propiamente, hace referencia a una antropología trascendental, una antropología teológica, la
cual supone una realización de la fe en el sujeto por una mediación simbólica, la cual le permite
llegar a la apertura y pregunta por su sentido en función de su trascendencia humana y divina
(comprensión y acogida de la revelación en la historia). La fe diviniza la humanidad gracias a su
comprensión y acción humana, y que en este caso podría entenderse también como la acción de la
revelación de Dios en la misma persona y en una historia y contexto concreto.
Teniendo en cuenta esta relación de la experiencia y acción humana desde su práctica
natural y que en clave teológica es la apuesta por una acogida del don de fe, el diálogo FE-
CULTURA se hace interpelante, pues de un lado la fe tiene que preguntarse por la realidad
evangélica en la ciencia y en contexto en que se desenvuelve; y la ciencia ha de cuestionar a la fe
en las dimensiones humanas que ella misma implica y las relaciona con un desarrollo físico y
biológico determinado. Ambas (ERE y Ciencia) se interpelan por una realidad antropológica e
inculturada, en la cual existe una pregunta y preocupación humana en clave evangélica y que se
caracteriza por el diálogo y construcción integral con los saberes diferente de la propia ERE.

También podría gustarte